Amigos son los amigos Las películas de aprendizaje y crecimiento suelen tener un tono similar, en el que se ponen en primer plano las asimetrías entre maestro y discípulo. "El niño y la bestia" apunta en otra dirección, y ese es uno de los aciertos de este filme del reconocido director Mamoru Hosada que tuvo el privilegio de haber sido la primera película animada que participó del festival de San Sebastián. "El niño y la bestia" no solo tiene la originalidad de poner casi en el mismo plano de igualdad a los dos protagonistas, sino que suma varios puntos más a partir de un argumento simple pero dramático, con grandes dosis de acción y fantasía, y que se desarrolla entre mundos paralelos. Todo comienza con Ren, un chico a quien se le muere su madre. Luego del posterior abandono de su padre, Ren deambula perdido y hosco por las calles de uno de los barrios de Tokio. En eso está hasta que atraviesa un portal que lo lleva al mundo antropomorfo de de las Bestias que cambiará su vida. Allí conocerá a Kumatetsu, otro ser impulsivo y malhumorado que lo tomará como aprendiz. Lo que parecía imposible sucede, y allí vuelve a acertar el director, al desbalancear el equilibrio y mostrar que el aprendizaje es una tarea compartida, con sensibilidad, pero sin sensiblería.
Así no hay quien duerma La luz, la oscuridad, puertas que se cierran o se abren solas, un caserón medio aislado, presencias inquietantes ¿o es sólo sugestión de sus protagonistas? Ninguno de esos elementos faltan en "Cuando las luces se apagan". Tampoco un niño en peligro -el epítome del bien contra el mal- es ajeno a esta película que, después de unos primeros minutos en los que parecen concentrarse todos los lugares comunes, comienza a profundizar en el conflicto central: algo pasa en esa casa cuando llega la noche. Basada en un corto del director David F. Sandberg, el mismo que está dirigiendo la secuela de "Annabelle", aquel filme de 2014 sobre una muñeca maldita, la trama toma impulso cuando se involucra la hermana del nene que años antes había huido su casa por los desequilibrios mentales de su madre. Cuando su hermanito empieza a padecer los mismos problemas, resuelve averiguar qué hay detrás de todo esa espiral de locura que devastó a su familia y a ella misma. A todos los elementos del principio que delinean el clima ominoso, el director añade los recursos técnicos habituales para acentuar el suspenso, en una película que deja algunos interrogantes, pero que se queda a mitad de camino entre el terror sicológico, el gore y lo sobrenatural.
Un gigante de ojos azules Una magia un poco forzada recorre la última película de Steven Spielberg. El director, usualmente con un dominio y dosificación precisa de las emociones, el suspenso y la acción, esta vez luce contenido. Lo acompaña un elenco que parece devorado por la deslumbrante tecnología que DreamWorks y Disney pusieron al servicio de esta buena historia basada en una novela del autor inglés Roald Dahl, también responsable de "Matilda" y "Charlie y la fábrica de chocolates". La trama es la clásica de dos seres marginados. Sophie es una niña huérfana e insomne que deambula durante la madrugada por el enorme edificio en el vive bajo rigurosas reglas de convivencia. Una noche, y contra todas las reglas -no mirar por la ventana ni correr las cortinas- se encuentra con lo que no debería haber visto. Un gigante de más de siete metros está recorriendo las calles de Londres. No se lo puede creer, pero es verdad, y el gigante, para evitar que la noticia de su existencia acabe con su vida, deberá secuestrarla. A partir de ese primer tramo, con escenas nocturnas fotografiadas con exquisito detalle por Janusz Kaminski, colaborador habitual de Spielberg y ganador de dos Oscar por "La lista de Schindler" y "Rescatando al soldado Ryan", "El buen amigo gigante" comienza un recorrido irregular. La tecnología y Mark Rylance, galardonado con un Oscar por su trabajo en "Puente de espías", también de Spielberg, sostienen esta comedia dramática infantil con una trama que por momentos se detiene en demasiados detalles y una protagonista que no transmite todos los matices de su personaje.
Una vida de cinco estrellas "Paso el 90 por ciento de mi vida en lugares como este, pretendiendo ser quien no soy". Así lo declara Irene, la protagonista de "Viajo sola", tercera película de Maria Sole Tognazzi. El personaje, a cargo de Margherita Buy, lleva una vida de lujo. Viaja por el mundo y se hospeda en hoteles cinco estrellas. Pero todo tiene sus matices. Siempre miente, así lo afirma, cuando le preguntan cuál es su ocupación. Y obviamente, viaja sola, con su kit de inspección: guantes, termómetro, cronómetro, laptop y su mirada crítica. Para conservar los puntos, el hotel debe estar atento tanto desde la perfecta disposición de la vajilla hasta el vestuario, tono y modales de camareros y conserjes. Ese trabajo lo hace casi sin relacionarse con nadie, prefiere la cortesía y escuchar ("una especie en extinción", se asombra un personaje). Irene eligió esa vida. La disfruta. No quiso tener hijos. Su expareja hoy es su mejor amigo, toda su familia son su hermana y sus sobrinas, con quienes tiene una relación cordial pero distante. Su incomodad existencial con ese estado es tangencial y velada hasta que conoce a otra pasajera, una antropóloga cuya actitud está en las antípodas de su estilo de vida. Con un guión elaborado -por momentos demasiado- y una puesta en escena impecable, la directora e hija de Ugo Tognazzi, construye con inteligencia y sin dramatismo una historia con subtramas que confluyen y cierran hacia el final. La siempre efectiva Margherita Buy -su última película estrenada en Argentina fue "Mia madre", en un personaje con algunos puntos de contacto- despliega una variedad de matices que Tognazzi aprovecha sin exagerar, y aporta algunos flashes de humor, tan velado como la crisis de Irene.
Todo pasa y todo queda El cine catástrofe llega ahora desde Noruega y de la mano del director Roar Uthaug que desembarcó en Argentina con "La última ola". Ese subgénero tuvo su pico de popularidad en los 70, con algunas películas que marcaron su época como "Terremoto" o "Aeropuerto", entre muchas otras. Cuarenta años después resultan rentables con ejemplos como "San Andrés" o "Lo imposible", con Naomi Watts. La previsibilidad es uno de los flancos débiles de estos productos con una casi idéntica estructura narrativa. "La última ola" se ajusta casi en su totalidad a esa premisa en la que ya no cabe esperar demasiadas sorpresas. Esta vez se trata de una falla latente y muy real que amenaza a un idílico pueblo recostado sobre un fiordo y que es monitoreada de forma permanente. El héroe, un abnegado geólogo a punto de mudarse, y dejar sus amado trabajo en la montaña, sabe, observa los signos de que algo está mal. Unas gotas de agua en una ladera le dan la pista. Y a partir de ese momento al promediar la película se desencadena la famosa catástrofe que a diferencia de otros filmes se concentra solamente en el protagonista, su mujer y sus dos hijos, quizás por una cuestión de presupuesto.
Están de regreso Veinte años más tarde del éxito de taquilla de "Día de la independencia" -que fue furor en 1996 y popularizó el género de filmes sobre la guerra contra alienígenas- regresa la segunda parte de la mano del mismo director, Roland Emmerich, aunque sin Will Smith, uno de sus protagonistas. Lo cierto es que el planeta alcanzó la paz y logró reconstruirse después de la gran guerra. Sin embargo, los alienígenas regresan con todo: sin un ápice de misericordia estos seres magníficos buscar destruir el núcleo de la Tierra, pero un puñado de estadounidenses patriotas, incluido el mismísimo ex presidente, harán cualquier cosa para derrotarlos. En el medio, el filme muestra la diversidad racial, cultural y de religiones en este mundo tan evolucionado desde la década del noventa, además aparece una mujer como presidenta de los Estados Unidos. El consejo es muy preciso: esta película es para aquellos que gusten de escenas de ataques, tiros, y persecuciones infinitas, para aquellos que disfrutan viendo cómo un extraterrestre gigante va destruyendo todo a su paso y para aquellos a los que la trama mucho no les importa. Los efectos especiales son realmente impactantes pero al mismo tiempo, llega a tener un abuso de los mismos, por lo que se torna un tanto repetitiva, monótona y predecible.
Estrategias de supervivencia Aleksandr Sokurov vuelve a sorprender, conmover y provocar con "Francofonia". Después de "Madre e hijo" y "El arca rusa", ahora hace foco en un tramo urticante de la historia: el de la ocupación alemana de Francia durante la Segunda Mundial y por qué París, y especialmente el Louvre, se salvaron de las bombas nazis. El filme reconstruye esa historia de manera magistral y con dos líneas narrativas. La del propio director y una metáfora sobre los museos, y la que reconstruye el encuentro, en 1940, entre Jean Jaujard, el director de los Museos Franceses, y Von Metternich, el enviado del Reich para asegurar la protección del patrimonio cultural de la ciudad. Con tramos de ficción e imágenes de archivo, como Hitler recorriendo su nueva posesión, o de Petain reunido con su gabinete, la cámara de Sokurov se transforma en cada tramo de película con recursos técnicos originales. El director hace participar de su relato a Marianne (protagonista de "La libertad guiando al pueblo") y a Napoleón como el iniciador de la colección. Sokurov, a través de ellos, se interroga sobre las ambiguas relaciones entre guerra, poder, política, arte, vida y muerte, y sobre las ideas de coraje, dignidad, traición y pragmatismo. "Francia, qué suerte tuviste de que tu hermana Alemania reconoció tu derecho a la vida", dice en un momento, aunque no olvida que la masacre continuaba en la otra mitad del mundo.
La edad de la inocencia Podría haber sido una novela rosa sobre dos chicas que se enamoran y no pasar de ahí. Pero misteriosamente "Tiempo de revelaciones" llegó a los cines de Argentina. Muy bien filmada, con buenos trabajos de Cécile de France e Izïa Higelin encabezando un elenco parejo y eficiente, la película articula con astucia varios temas. La historia entre Carole y Delphine empieza en París en 1971 y tiene dos partes. Todo lo que en esa época hacía hervir a la izquierda y a la sociedad -los reclamos por derechos civiles, reivindicaciones sociales, el feminismo, la libertad sexual- son expuestas a través de personajes y situaciones idealizadas, y en ese clima en ebullición ellas se conocen y enamoran. En la segunda parte esa cualidad se acentúa cuando las dos protagonistas llevan al campo sus conflictos de pareja, aunque ese contexto bucólico también puede resultar violento. Según la directora, a principios de los 70, la sociedad rural francesa habría tenido unos códigos rigurosos y machistas, como que una chica está a punto de casarse con un casi desconocido, como si vivieran en la Edad Media. Justamente allí Carole y Delphine encontrarán la verdadera dimensión y los límites de ese amor, en un filme muy bien resuelto en todos sus aspectos, pero endeble en la profundización de los conflictos.
Como dos extraños Una carta basta para demoler la estabilidad de 45 años de convivencia. Y todo ocurre en una semana. Este planteo, que en las manos de otro director podría haber sido el punto de partida para un melodrama convencional, en las de Andrew Haigh se transforma en una especie de explosión controlada que solo deja secuelas a quien la padece. Una pareja de clase media y sin hijos, a sus casi 70 años, está a punto de celebrar sus 45 años de matrimonio, pero una carta dispara al corazón de ese equilibrio. Allí le informan al marido que una mujer, el gran amor de su juventud que murió congelada al caer en una grieta, fue hallada seis décadas después. En días sucesivos todo lo que parecía sólido comienza a desvanecerse y a generar dudas, recelos, silencios. El filme, por el cual Charlotte Rampling ganó el Oso de Plata a mejor actriz en el Festival de Berlín y aspiró a un Oscar, muestra de forma pausada, con elegancia narrativa y economía de gestos tanto del director, como del guión y los actores, cómo una pareja que cree conocerse, también puede comprender que en el fondo siguen siendo dos extraños. Las metáforas delicadas y perturbadoras, la sobriedad al abordar la madurez, entre la intensidad de "Amour" y la precisión de Bergman, así como la estructura del relato, transforman a "45 años" en una conmovedora reflexión el amor, el tiempo y su deriva.
Hubo un tiempo en que las cosas estaban más claras entre los superhéroes: Superman, Batman y todo el Olimpo eran los buenos. Enfrente estaban los villanos y en el medio la lucha eterna por la justicia. Todo eso se está esfumando y ahora los héroes pelean entre ellos. Ahora es el turno de los Vengadores enfrentados por las cada vez más cuestionadas secuelas de su accionar como grupo independiente. Un relato muy bien estructurado, una puesta en escena que se acerca más al mundo ordinario que al de los superhéroes y una inagotable imaginación para sorprender con recursos digitales y vueltas de tuerca de la trama, dejan, sin embargo, la sensación de una película que ya fue vista antes. Sin ir demasiado lejos, hace semanas se estrenó "Batman versus Superman", con un planteo similar: el trabajo de los superhéroes puesto bajo el escrutinio público y del poder político. La dinámica es la misma y también se parece a la realidad, donde las guerras se transformaron y hasta la trayectoria de las balas será puesta bajo la lupa. Nadie quiere daños colaterales, y esa es la veta que explota "Capitán América 3", al dividir a los justicieros entre quienes sostienen que cada acción debería someterse al control oficial y los que quieren dejar las cosas como están. Todo eso narrado, como corresponde, con ingenio, ritmo y humor.