El poder de las palabras En la comedia “El diario” el personaje de Michael Keaton ordenaba “¡Paren las rotativas!” para poder cambiar una tapa, mientras se daba el gusto más grande de su carrera de periodista. Keaton vuelve a interpretar a un periodista, y esta vez su personaje, Walter Robinson, es el responsable de llevar a la tapa del diario Boston Globe uno de los escándalos más grandes de la iglesia en Estados Unidos en la película “En primera plana”, candidata a seis premios Oscar, incluido mejor director para Tom McCarthy. El filme reconstruye el caso real, con sus nombres reales, de la investigación que realizó el equipo de Spotlight que dirigió Robinson en el año 2000 sobre casos de abusos sexuales por parte de sacerdotes de Boston. El diario ya había cubierto la noticia, pero tuvo que llegar un nuevo editor para encontrar la verdadera dimensión del drama. En el camino se desvela la connivencia entre el poder político, la Iglesia y algunos abogados. Con una reconstrucción impecable de la época y las actuaciones de un elenco eficaz, McCarthy, al estilo sobrio de Alan Pakula en “Todos los hombres del presidente”, presenta los hechos sin estridencia, revelando las pruevas, exponiento las razones de unos y las culpas de otros. Recomendación: no levantarse hasta los títulos del final. Allí, entre los nombres de ciudades de todo el mundo, hay siete menciones a Argentina.
El retorno del mito Después de casi diez años Rocky Balboa regresó al ring, esta vez como entrenador de una joven promesa. El novato que deja la buena vida que le ofrece su madre lleva los genes de Apollo Creed, el último gran rival y posterior amigo que tuvo Balboa. Estructurada como un relato épico -aunque sin exagerar- sobre la superación personal, la película se toma su tiempo para mostrar qué hizo Rocky todos estos años. La verdadera acción recién comienza al promediar este relato por el que Sylvester Stallone aspira a llevarse a casa su primer Oscar. Y lo tendría merecido. Stallone tuvo la suerte de protagonizar “Rocky” en seis oportunidades antes de este filme, una película que le dio fama, dinero y que recaudó casi mil millones de dólares en todo el mundo. Pero el personaje se confundió con el actor en todo lo que intentó después de Rocky, y “Rambo” no ayudó a superar el cliché del actor de acción. Ahora es el turno de la mesura y el balance para Rocky, y también para Stallone, que le pone el cuerpo a un boxeador retirado, pero que no perdió la pasión. Y Adonis, el hijo de Apollo Creed, será la razón para volver a la acción, desde el rincón del ring, pero en sintonía con Adonis y con una nueva generación de espectadores.
Contra viento y marea Hace 60 años, cuando pocos lo hacían, Patricia Highsmith publicó “Carol”, una novela en la que la pareja está formada por dos mujeres. El texto de la misma creadora de Mister Ripley encontró interlocutores calificados para llevar al cine la delicada trama del libro. Ambientada a fines de los 50, el director Todd Haynes se reunió con Cate Blanchett, productora ejecutiva del filme. Blanchett interpreta a Carol, una mujer de clase alta en proceso de divorcio. Como su coprotagonista convocó a Rooney Mara, impecable como Therese, una desorientada aspirante a fotógrafa que conoce a Carol mientras trabaja en una gran tienda. Haynes, secundado por el director de fotografía Edward Lachmann (nominado al Oscar por “Lejos del paraíso”, también de Haynes, y ahora por “Carol”, filme que aspira en total a seis premios de la Academia) y el diseño de producción de Jesse Rosenthal (nominado el año pasado por “Escándalo americano”), reconstruye en detalle no sólo la época, sino el carácter subversivo de un tipo de relación censurada por el contexto de Carol y apenas tolerada por el de Therese. En la actualidad, a diferencia de hace más de medio siglo, una pareja del mismo sexo no es motivo de escándalo, pero “Carol” hace foco en la evolución de la relación antes que en el género de sus integrantes con un trazo fino admirable y cuenta con un equipo a la altura de las expectativas.
Hay algo en el aire El director brasileño Alfonso Poyart eligió el camino más complejo para narrar su segunda película, que marca además su debut en Hollywood. Y lo hizo en base a un guión de Ted Griffin, experimentado en el policial en sus distintas vertientes, desde el más duro, como “El engaño”, hasta el más irónico, como “La gran estafa”. La trama principal gira en torno a dos detectives desconcertados antes el modus operandi de un asesino serial. Cuando todas las posibilidades de perseguirlo con procedimiento razonables y científicos fracasan, deciden recurrir a un médico retirado que, además de su razón, tiene el don de la clarividencia hacia el pasado y el futuro. A partir de ese primer contacto se abren varias subtramas y descripciones de la vida cotidiana del trío protagónico que van entorpeciendo el buen ritmo del comienzo. Pese a los altibajos, logra brillar el siempre eficiente Anthony Hopkins. Con una sola palabra o su mirada es capaz de sortear la previsibilidad del relato y sostener la lenta declinación de un filme con potencial y que merecía otros resultados. Lo acompaña de lejos Colin Farrell, en un contrapunto que podría haberse explotado mejor.
Terminó lo que se daba Ya hubo filmes sobrenaturales con vampiros adolescentes (“Crepúsculo”), distópicos (“Los juegos del hambre”, “Divergente”, “El dador de recuerdos”), posapocalípticos (“Maze Runner”), con zombies (“Mi novio es un zombie”). Ahora es el turno de los extraterrestres. Y otra vez, como en casos anteriores, hay detrás una muy exitosa saga de novelas destinada a ese segmento de lectores. Y como ya ocurrió en sus predecesoras, el amor y la recién descubierta sensualidad ya no encuentran conflictos corrientes, sino que puede surgir en medio de una catástrofe planetaria. Eso esboza “La quinta ola”, basada en el primer volumen de una trilogía escrita por Rick Yancey, y que a poco de ser publicada en 2013 fue incluida en la lista de best sellers del New York Times. Como advierte el final abierto del filme, las otras dos partes de la trilogía literaria -”El mar infinito” y “La última estrella”- podrían entrar pronto en la línea de producción. Las olas del título refieren a estrategia de extraterrestres que lanzan ataques planificados -las “olas”- que acaban, primero, con la energía del mundo, luego azotan el planeta con terremotos y tsunamis, después pandemias y posterior exterminio de los humanos residuales. Pero no contaban con la protagonista, una chica que hará lo imposible por recuperar a su hermanito en peligro y que pasará del amor platónico a un fusil. El filme se concentra en presentar a los personajes, sus circunstancias e intereses, de lo cual resulta un relato simplificado y previsible, aunque entretenido. Habrá que esperar que las próximas entregas hagan avanzar la ola hasta descubrir unos personajes que prometen más de lo que muestran.
“La casa se transformó en una fábrica de esposas”, dice la menor de las cinco hermanas que protagonizan “Mustang, belleza salvaje”. La frase marca un giro de 180 grados en la vida de cinco chicas de un pequeño pueblo y sucede a una escena en el Mar Negro en la que ellas juegan con un grupo de varones y otras amigas después del colegio. Eso genera un gran escándalo y las hermanas son obligadas a dejar la escuela, recluidas en un caserón que se llena gradualmente de rejas, y privadas del teléfono y las computadoras, para comenzar el proceso acelerado de transformarse en mujeres casadas. Con ese objetivo, la virginidad es una cuestión sagrada, la sensualidad es reprimida hasta convertirse en una obsesión a explorar o un partido de fútbol -en una de las escenas que aportan humor al filme- puede llegar a dejar sin luz a todo el pueblo. Según recordó la directora turco-francesa Denis Gamze Ergüven en notas previas al estreno, esa primera escena es un recuerdo de su infancia y refleja el conflicto entre una familia conservadora, como la que ella misma confesó tener, y las aspiraciones de sus personajes de llevar una vida diferente a la de los adultos. (“Nos van a despellejar vivas”, le dice una a otra cuando le propone romper las reglas. “Al menos va a pasar algo”, le responde su hermana). La película, nominada al Oscar y ganadora en Cannes, en los Premios del Cine Europeo y en el Festival de Hamburgo, entre otros, evoca con ecuanimidad, casi sin tomar partido, las razones de cada bando, el de la abuela sobreprotectora y un tío autoritario, y el de la generación más joven que no encuentra la forma de compatibilizar las buenas intenciones de su familia con su creciente infelicidad.
El mejor Tarantino está en su mejor forma. “Los 8 más odiados” potencia las premisas que hicieron del director de “Tiempos violentos” (Pulp Fiction) una estrella extraña de la industria. Tarantino siempre pivoteó con inteligencia entre el negocio y el arte, con productos exitosos, pero sin transigir con el mainstream, contando historias coherentes con su propia estética. Casi como un Woody Allen del pulp, ese género que tan bien recreó en la pantalla grande y en el que la sangre y la miseria suelen cruzar deliberadamente el límite del buen gusto para provocar la risa incómoda y políticamente incorrecta. El director vuelve a reunir esos elementos en una película que evoca una de aquellas historietas policiales que se imprimían en papel barato (las pulp fiction) pero en formato de western. En su segunda incursión en el género, ahora pone a sus personajes en un contexto que sirve de disparador para los conflictos. Como en los grandes relatos de suspenso, todo sucede en un lugar aislado, en este caso una posada en medio de un paisaje helado. Allí un grupo de personajes se ven obligados a convivir sospechando unos de los otros. Tarantino construye un relato impiadoso, crítico y con humor negro, pero que a su pesar (parece sugerir) deja abierta la posibilidad de que las cosas no estén tan mal después de todo.
“Resurrección” va en la línea de los buenos relatos góticos. Como “La dama de negro”, “Sleepy Hollow”, “La cumbre escarlata”, “La caída de la casa Usher”, “Drácula”, y hasta “El fantasma de Canterville”, en su vertiente irónica, apelan al miedo con algunos elementos comunes: enormes mansiones semiderruidas, fantasmas, desapariciones y fenómenos inexplicables. En síntesis, el bien contra el mal, lo sobrenatural contra la razón. Gonzalo Calzada en su tercera película dosifica el misterio de una historia que tiene todo para no defraudar a los amantes del género: un seminarista de una rica familia deja su lugar seguro en otra provincia para ir a ayudar a las víctimas de la fiebre amarilla que se desata en Buenos Aires en el siglo XIX. Camino a la Capital, pasa por su casa, un elegante caserón en el medio del campo donde viven su hermano, su mujer, su hija y un encargado. Pero lo que encuentra es la casa saqueada, desolación, enfermedad y muerte. Su hermano se contagió, su mujer y la hija se recluyeron en una capilla y el intrigante casero, guardián de las tradiciones de una familia a la que le debe todo o que le ha quitado todo, y que parece decir menos de lo que sabe. Dividida en capítulos, y con algunos climas acentuados en exceso, los personajes de Martín Slipak, como el seminarista, y Patricio Contreras, en el personaje del casero, llevan adelante el relato de manera casi exclusiva. Se trata de un duelo de dos personajes antagónicos, entre los cuales no están ajenos los conflictos de clase, en un contexto que añade creencias y devociones populares, muy bien resuelta técnicamente y con una cuidada puesta en escena.
Una pesadilla heroica "Moby Dick", la historia en el trasfondo de "En el corazón del mar", sigue ofreciendo para nuevas generaciones el poder de la buena literatura clásica de aventuras. El director Ron Howard, un gran relator de historias épicas -"La misión", "El luchador", "Una mente brillante", "El código Da Vinci"- vuelve a dar una lección de oficio y estilo. Darle vida y hacer creíbles personajes del siglo XIX es uno de los méritos (al cual no siempre acompañan alguno de los actores) y el otro es transmitir intactos los temas que atraviesan la obra literaria. La puesta en escena y la eficacia en el rodaje de escenas de catástrofe completan un filme sobre un relato que trasciende el tiempo. "En el corazón del mar" es en realidad dos películas en una ya que cuenta la historia de la gran ballena blanca que asolaba el Pacífico, pero el guión tiene como punto de partida "In the Heart of the Sea: The Tragedy of the Whaleship Essex", la novela escrita en 1820 por Nathaniel Philbrick, uno de los sobrevivientes del barco ballenero Essex, destruido a principios del 1800 por la que debía ser su mayor presa. El filme comienza con una reconstrucción de aquellos hechos reales, con Melville (el versátil Ben Whishaw) entrevistando a un hosco Philbrick (el siempre eficaz irlandés Brendan Gleeson). Melville insiste hasta que ex marino accede a contarle una anécdota que podría haber acabado con su vida cuando era casi un adolescente. El otro sobreviviente fue Owen Chase (Chris Hemsworth), que un año después que Phillbrick, en 1821, escribió "Narrative of the Most Extraordinary and Distressing Shipwreck of the Whale-Ship Essex" (Narración del naufragio más extraordinario y angustiante del barco ballenero Essex). A partir de esas fuentes el autor -y ahora también Howard- recrean como un grandioso espectáculo heroico aquello que en realidad fue una tragedia. Con el tiempo y las suscesivas interpretaciones que hizo el cine aquella historia de supervivencia de un grupo de náufragos se transformó en un muestrario de las mayores virtudes y contradicciones de un grupo de hombres llevados al extremo y enfrentados a su insignificancia, en circunstancias donde afloran la codicia y la nobleza, el drama y el pragmatismo y también el terror.
Una locura sin límites El director australiano Justin Kurzel no se acobardó ante la empresa que le propuso su amigo Michael Fassbender: dirigir "Macbeth", una de las tragedias más representadas en el cine por próceres de la industria como Polanski, Kurosawa y Orson Welles, entre otras muchas adaptaciones. Al contrario, el australiano creó su propia puesta en escena fiel al original aún en el guión, y encaró el texto sobre el sanguinario rey de Escocia y su ambiciosa reina subrayando el contexto hostil del siglo XI y el paisaje como un personaje más. A eso le aportó un actor como Fassbender que transpira, sangra y mata, y ama, odia y llora lágrimas de culpa, todo con la misma convicción en medio del barro, de la muerte y de la guerra. Kurzel realizó una brillante recreación de la época y aportó hiperrealismo a las escenas de sangre y de batalla, y contó con un elenco impecable aún en los personajes secundarios. Como coprotagonista lo acompaña de manera magistral la francesa Marion Cotillard como Lady Macbeth. Como otro personaje del Bardo que antes ponía veneno en los oídos de su víctima, ella le susurra su frustración y codicia que terminan definiendo el desenlace. Un gran lanzamiento internacional para Kurzel que se metió con un clásico ambientado en la Escocia del siglo XI, pero que sigue ahí para recordar la locura del poder sin límites.