Algo que no cierra… Ingmar Bergman es el mejor denominador que existe para hablar de relaciones íntimas en espacios cerrados. Lo primero que pienso cuando veo a tres hermanas, prisioneras de una casona antigua, repleta de fantasmas de familiares, es justamente en la obra maestra del realizador sueco, Gritos y Susurros (1971). Bergman no solamente era una verdadero genio en la creación de climas, de tensión, sino un dramaturgo consumado, capaz de crear los diálogos más potentes a partir de situaciones cotidianas. Diálogos en donde los personajes, generalmente reprimidos, expresaban sus dudas existenciales. Otras obras como Persona o El Silencio también muestran situaciones similares. La colaboración en la fotografía de Sven Nyqvist y las interpretaciones de Ingrid Tuhlin o Liv Ullman apoyaban la dirección. No hay planos forzados o caprichosos en Bergman. Todo símbolo, toda metáfora es rebuscada, pero impactante, estimulan la reflexión. Lamentablemente, en Argentina muchos realizadores tratan de emular a Ingmar. Será porque nos identificamos con su filosofía acaso. Porque entendemos los climas fríos o simplemente porque nos seduce su estética. O la combinación de todo. El problema es que se emula mal. El teatro de los años 80, moralista, con necesidad de dejar un mensaje es muy bergmiano. La excelente repercusión de los textos creados en estos años, llevaron a que en los 90, la estética teatral de los 80, se trasladara al cine. De ahí sale ese espanto cinematográfico llamado Convivencia, que desperdicia el talento de Luis Brandoni y José Sacristán en una puesta aburrida y obvia. Abrir Puertas y Ventanas me hizo acordar a todo esto. Sentí que regresé 20 años al pasado del cine nacional. De hecho, hasta que no vi un reproductor de DVD y un calendario del 2006, pensaba que la acción sucedía en los años 90. Sofía, Marina y Violeta son tres hermanas que viven en una casa de Olivos (justo frente a la residencia presidencial, ¿tendrá algún significado?) que pertenecía a su abuela, recientemente fallecida. La única que sale de la casa es Marina: trabaja, estudia en la facultad. Marina se ocupa de la casa. Violeta deambula. La comunicación entre las tres no es la mejor. Existe un vecino codiciado que impulsa el lívido de las protagonistas. El problema principal del film es su pretenciosidad. El hecho de que los diálogos son más ampulosos de lo que verdaderamente pretenden ser. Claro, lo que importa es lo que no se dice. El conflicto es que la ausencia y el duelo no parecen generar tanta tensión. No conmueve tanto como uno podría imaginarse. Y esto es consecuencia de una puesta en escena demasiado fría y distanciada. La fotografía (y especialmente la post producción de imagen) es destacada. La película tiene “lindos” colores, es atractiva visualmente, pero los encuadres no tienen demasiado ingenio. El recurso de que cada escena empiece en una puerta y cada plano contenga una ventana de fondo, se agota rápidamente. Ya entendimos, la película se llama Abrir Puertas y Ventanas. Hay puertas y ventanas por todas partes. Se puede pensar una relación metafórica, de hermandad entre puertas y ventanas, relacionada con las protagonistas, pero algo no cierra con los encuadres. Son obvios y poco profundos. Hay críticos que la compararon visualmente con el cine de Lucrecia Martel. Más allá de que no soy demasiado fanático de dicha realizadora, no puedo dejar de admitir que los encuadres, la fotografía y el clima que genera Martel están mucho mejor realizados, justificado e intelectualizados que en los de esta obra. El colorido vestuario está medio alienado de las escenas. Posiblemente, lo único que une a ambas directoras es el meticuloso diseño de sonido de sus películas. Poder escuchar cada detalle, pero en diferentes niveles. Que cada sonido infiera en el clima, en la narración de alguna forma. Igualmente, el mejor trabajo nacional realizado hasta la fecha es el de La Rabia de Carri. Las escenas se suceden. El conflicto va in crescendo pero la acción es reiterativa, monótona. Entiendo, que es parte de la intención. Pero algo no funciona. No se logra la empatía, la emoción necesaria. Da la sensación de artificio. Ni siquiera los trabajos más esterilizados de Bergman me generaron esta sensación. Mumenthaler no oculta una fuerte de inspiración teatral en la puesta en escena. Las interpretaciones de Canale y Juncadella hacen énfasis en este tono. Ambas, realmente tienen momentos intensos y profundos. El conflicto entre las dos genera un poco de tensión, pero los diálogos, el ritmo que le imponen, le quita credibilidad a las escenas. Son demasiado literales. Falta espontaneidad. Y eso se traduce en la puesta en escena también. Bob Rafelson también es un notable ejemplo de un realizador que usa personajes teniendo conflictos en espacios cerrados. Sin embargo, la transparencia en la narración, permiten que el ritmo y los climas generados sean más efectivos y dinámicos. Acá, la sensación de pesadumbre se transmite por accidente u oposición a lo que pareciera que se quiso generar la directora. Fría, obvia, pretenciosa, Abrir Puertas y Ventanas encontrará seguramente un público más intelectual que aprecie aquello que a mí no me cerró. Una curiosidad. En un momento dado del film, las protagonistas piden que les traigan una película a la casa. Dicen: “cine argentino, no”. Yo me preguntaba, ¿por qué los personajes rechazan el cine nacional? En el contenido del film se puede encontrar la respuesta.
Bella, Thor y Siete Británicos Encogidos ¿Vieron alguna vez los programas de “variedades” estadounidenses tipo Saturday Night Live o El Show de David Letterman? A veces, los mismos incluyen sketchs satíricos donde inventan falsos trailers que parodian a los grandes tanques de Hollywood. Una de las burlas más representadas son las películas collage. ¿De que se tratan? Son aquellas obras que mezclan todas las fórmulas exitosas de los tanques de los últimos años en una sola película. Cuando se hacen estos trailers – collage con fines humorísticos, el resultado es genial Sin embargo, cuando se lo lleva realmente a un producto serio, con el fin de estrenarse en salas comerciales y generar verdaderas ganancias, los resultados suelen ser decepcionantes. Especialmente porque queda demasiada evidenciada la motivación de crear un producto redituable y no una obra artística. El lucro es lo más importante en la industria. Blancanieves y el Cazador no es mala idea y tampoco es la peor exposición de un collage de fórmulas y tendencias en una sola película. Pero cuando se empieza a reflexionar sobre ella, la conclusión es otra. Lo primero que llama la atención es la elección de los protagonistas, la historia y la estética. Tenemos el clásico cuento de los hermanos Grimm llevado a un determinado tiempo medieval, pero un indeterminado sitio geográfico. Se supone que es Europa. Las cruzadas, los arqueros, los grandes castillos feudales, la peste negra… Una hechicera rencorosa llamada Ravenna (¿una cuerva se podria denominar?) toma el poder del castillo del rey y encierra a la joven princesa Blancanieves en una torre. Al mejor estilo Femme Nikita, Blancanieves se escapa siendo ya adolescente y se trata de ocultar en el bosque. El hermano de la reina, manda a un cazador viudo y borracho a buscarla para capturarla, así Ravenna sigue siendo joven y bella por siempre. Teniendo en cuenta que Kristen Stewart y su lacónico rostro interpretan a Blancanieves, no asombra demasiado que el personaje sea muy parecido al de la saga Crepúsculo. La pobre chica no logra una sola interpretación realmente expresiva desde La Habitación del Pánico. Chris Hemsworth es el encargado de rescatarla, caracterizado física y psicológicamente como Thor. Es una lástima. Se nota que el forzudo carilindo tiene algo de carisma para salirse de su rol, pero lo mal aprovechan. Hasta el encuentro de ambos personajes, el film es divertido y entretenido. La narración en off nos lleva directamente a la fábula original. Queda demasiado evidente la influencia de El Señor de los Anillos y el cine de Ridley Scott (especialmente Cruzada, 1492 y Robin Hood). El tono fantasioso, incluso remite a La Historia Sin Fin, especialmente en el diseño del bosque. Sin embargo, después la mezcla de referencias queda más obvia, forzada e incoherente. Hay giros narrativos que aportan poco y nada a la historia. Los productores (no le echemos la culpa al novel Sanders) le agregan innecesariamente escenas inspiradas en Narnia o Harry Potter y alarga el metraje, provocando cierta monotonía. En consecuencia se cae en lo discursivo, dejando de prestar atención en la visual, que es acaso la mayor contribución creativa de Rupert Sanders. Pero Stewart y Hemsworth no conforman una buena pareja. Les falta química, carisma entre ellos. Uno nunca termina de creer si hay o no, romance entre ellos. En el medio, está además, el novio de la infancia de Blancanieves interpretado por Sam Claflin, tan inexpresivo como Stewart. El resto está en el cuento. Lo más original y verdaderamente increíble es la elección de los “enanos”. Son ocho actores de primera categoría, cuya altura y nacionalidad es promedio. Hoskins, Mc Shane, Marsan, Toby Jones, Winstone, Harris y especialmente Nick Frost, le aportan humor a una obra demasiado dramática y solemne. La banda sonora de James Newton Howard, la fotografía y los efectos aportan carácter épico. Asimismo, los re alentados y el clima frío, ayudan a dar una sensación parecida a un cuento de Alexander Dumas medieval. Pero esta sucesión de intenciones por parte de los productores juega bordeando el ridículo. Los diálogos son mediocres y risibles. El guión sorprende poco, el desarrollo de la historia es previsible. Muchas subtramas no llevan a un encuentro narrativo ¿Pero que se puede esperar? Finalmente, Blancanieves, se debe transformar en una heroína al estilo Juana de Arco para terminar con Ravenna, interpretada por Charlize Theron, por momentos, austera y contenida, pero en otras escenas, completamente eufórica y sobreactuada. Todo el análisis de la psicología del personaje, relacionado con su infancia y sumado al mensaje ecológico/político sobran de la película. ¿Era realmente necesario agregar una crítica al descuido que los malos gobernantes tienen del medio ambiente, y especialmente su relación con el petróleo (Ravenna nada en un espeso líquido negro que parece sangre de cuervo, pero podría interpretarse como petróleo)? No lo sé. Pero cuando se trabaja con tendencias y fórmulas, y no con el alma o la pasión artística, se terminan realizando estas obras demasiada artificiales e hilachadas, montadas como un video clip. Sin terminar de ser aburrida, por suerte, Sanders construye un entretenimiento medianamente agradable para espectadores con pocas pretensiones. Contó con toda la producción a su favor, y la sabe aprovechar. El problema es que una obra más, sin personalidad. Sanders plagia detalles mínimos de otras películas para referirse a esta. Hay una línea correspondiente a Nick Frost en que se admite un poco el carácter lúdico de toda la obra. Sin embargo, sin la presencia del alma o pasión, nos quedamos cortos. Violenta para muy chicos, naif para los más grandes, esta versión del cuento de los Grimm apunta a un público adolescente, mínimamente culto. Entre tanto pastiche, lo que vuelvo a resaltar es el efecto especial de haber achicado en tamaño, a seis ingleses que logran manipular a la protagonista para luchar. Un truco, no muy diferente al de los Hobbits en El Señor de los Anillos. El resto es cuento de hadas…
El que volvió sin que lo llamen… 1997. Cuando empezábamos a recuperarnos de la destrucción alienígena en manos del desastroso Roland Emmerich con Día de la Independencia, aparecieron Spielberg y Barry Sonnenfeld para encontrarle una vuelta de tuerca al género de invasiones extraterrestres y de paso darnos una respuesta a la verdadera razón por la que nunca vimos un ET caminando entre los humanos. Los “Hombres de Negro” nos estaban protegiendo. Alegoría política acerca del miedo a lo extranjero y la inmigración, sátira militar canchera, ingeniosa comedia de ciencia ficción que parodia a las obras clase B de los años ’50, la primera entrega de esta saga era fresca, entretenida y divertida. Tenía algunos giros y gags bastante ingeniosos y se burlaba de algunas celebridades. Además, la química entre Tommy Lee Jones y Will Smith funcionaba muy bien. 2002. Se esperaba ansiosamente esta secuela. Sonnenfeld había demostrado que era un realizador ingenioso. Su talento para la comedia absurda y surrealista estaba impreso en las dos entregas de Los Locos Addams y además en la adaptación de la novela de Elmore Leonard, El Nombre del Juego. Sin embargo, el éxito no estaba garantizado. Su anterior obra, también con Will Smith, Las Aventuras de Jim West (decepcionante trasposición de la serie Wild Wild West) había sido un fracaso. Por lo tanto, cuando estrenó Hombres de Negro 2, se esperaba que el realizador, lograra retomar la línea de sus primeros trabajos. Pero no fue del todo así. Sin haber sido un total desastre, la secuela aportaba muy poco a la primera parte. El problema radicaba en un guión defectuoso con pocas sorpresas e ingenio. Solamente se destacaba la escena inicial (tributo al cine clase B de Ed Wood) y las dos últimas escenas, donde los personajes se burlaban de la ignorancia terrestre. 2012. El regreso de Hombres de Negro parece más bien una excusa para levantar un poco las carreras de Sonnenfeld y Will Smith, que en los últimos años estuvieron alicaídas. Por suerte, a Tommy Lee Jones nunca le faltó trabajo (como director a actor) lo que confirma la gran estatura y versatilidad artística del tejano. Tras pasar por las manos de notables guionistas como David Koepp y Jeff Nathanson (habituales colaboradores de Spielberg), el texto lo terminó firmando Etan Cohen, especialistas en comedias como Una Guerra Película. El resultado final, si bien es superior a la anterior entrega, es un poco decepcionante. Si bien es irreprochable que la narración es fluida y la acción, constante, el paso del tiempo ha hecho su trabajo, y como sucedía en la cuarta parte de Indiana Jones, el humor que en 1997 era efectivo, en esta entrega parece forzado y remilgado. Ya en el final de Hombres de Negro 2, Sonnenfeld que se caracterizaba por aportar un gran nivel de cinismo e ironía constante a sus películas, empezaba a dar muestras de agotamiento y adicionó una cuota de sentimentalismo medio cursi, que generaban como resultado un producto conservador. Este aspecto se incrementa en esta tercera parte. Boris, el Animal (Clement, destacado actor de El Vuelo de los Concord) es un extraterrestre que escapa de una prisión en la luna y vuelve a la Tierra para viajar al pasado y matar al Agente K (Jones, de reducida participación en esta entrega para destacarse) para que en el presente los habitantes de su planeta, puedan invadir el nuestro. Ante la desaparición de K, el agente J (Smith, funcionando en piloto automático con sus primeros trabajos) debe viajar a 1969 para que impedir que Boris mate al K joven y no se produzca la invasión actual. Para esto cuenta con la ayuda de un benévolo alien, Griffin, capaz de visualizar constantemente variados futuros al mismo tiempo. Con la aparición de estos personajes, la película toma un poco de vuelo, no tanto por la complejidad de los mismos, sino por las notables interpretaciones de Josh Brolin, imitando a la perfección cada expresión facial de Tommy Lee Jones, el acento sureño, el modo de hablar y aportando calidez y humanidad al personaje, y de Michael Stuhlbarg (Un Hombre Serio, Hugo Cabret), respectivamente, que demuestra nuevamente que es un actor con herramientas suficientes para robar escenas. Las expresiones faciales de este simil extraterrestre son divertidas, porque el personaje es sencillo, y Stulhbarg lo convierte en “adorable”. Sin embargo, en cambio, se extraña el aporte humorístico de Frank, el perro (bastante homenajeado igualmente) y de Z, a cargo de Rip Torn (octogenario y preso en la vida real). Desde el principio los Hombres de Negro se despiden de este personaje esencial, para la saga. Este tono funerario estará presente en el resto de la película. No solo es sentimentalismo, sino también melancolía. El humor parece haberse perdido en el camino. Tras la presentación del personaje de O (la nueva jefa, a cargo de Emma Thompson, en un rol bastante desaprovechado), se desarrollan un par de escenas de acción, pero el ingenio que caracterizó a la primera parte, empieza a encontrarse a partir de que J viaja a 1969. La transición temporal se utiliza como sátira de diversos momentos de la historia estadounidense. A partir de que se encuentra con K joven, la película comienza a levantar y se suceden diversas secuencias que cuentan con varios gags efectivos, especialmente aquellos donde se manifiesta el racismo de la sociedad de 1969. Sonnenfeld se ata a íconos de la cultura cómic y serial de la década para inspirarse a la hora de crear nuevos extraterrestres. Una forma de homenaje, acaso, a los dibujantes de la época. Se van sucediendo algunas escenas que provocan mayor risa que otras, especialmente la secuencia dentro de “La Fábrica” de Andy Warhol, en donde se satiriza al creador del Pop Art, gracias a un gran trabajo del comediante Bill Hader. Pero sobre el final, la película empieza a apagarse, se torna nuevamente cursi y sentimentalista, predecible y le falta una idea ingeniosa para darle el cierre. Justamente, las escenas finales de las anteriores entregas eran brillantes, pero a esta le falta esa chispa de creatividad y sorpresa que caracteriza de por sí al cine de Barry Sonennfeld. Aun siendo un producto mejor que la media de obras de ciencia ficción que se estrenan en las salas cinematográficas, Hombres de Negro 3, deja un sabor agridulce, como que en estos diez años se perdió la magia: el humor, la ironía, la química entre Jones y Smith, la conciencia de ser un producto clase “B”. No se necesitaba una tercera parte. Aunque, estaría bueno que haya una cuarta entrega capaz de devolver el ingenio y cinismo a estos “hombres” que defienden el planeta de la escoria del universo.
Bienvenido al Mundo, Aki Kaurismaki La enorme filmografía de Aki Kaurismaki siempre se ha destacado por su diversidad. Diversidad cultural, diversidad de historias, personajes entrañables, melancólicos perdedores del frío finlandés. Estos personajes, la mayoría muy austeros, tienen comportamientos extraños, secos, pero cariñosos. En el cine de Kaurismaki, los gestos minimalistas se agrandan gracias al poder de la cámara. El director es un fanático del cine mudo estadounidense, el humor de Buster Keaton, el policial pop francés y la nouvelle vague...
En el Ojo de la Tormenta Thierry Frémaux afirmó recientemente que el cine argentino estaba al borde del suicidio y que el único que lograba diferenciarse era Pablo Trapero. Este comentario recibió muchas críticas. Algunos enfatizaron el hecho de que Frémaux y Trapero son amigos, que el director de Carancho se ha vuelto un abonado a Cannes, que Frémaux solo ve un tipo de cine argentino. Todo puede ser cierto. Pero hay algo innegable. A Pablo Trapero le sobra coraje artístico y siempre va a la búsqueda de nuevos desafíos. El cine de Trapero se agrandó. De la humildad de Mundo Grúa, pasó por El Bonaerense (su mejor película hasta la fecha), siguió con Familia Rodante y llegó hasta Nacido y Criado. En ese transcurso de su filmografía, se notaba un Trapero que empezaba a buscar un estilo, una estética, una temática que, por un lado, lo identificara como autor pero, por el otro, no lo encasillara en un estilo único y cerrado. En esta etapa –podría decirse- más experimental de su filmografía, vemos un gran esfuerzo por explorar el lenguaje audiovisual y superarse. Si en Mundo Grúa vemos un análisis del obrero desde su punto de vista, sin caer en lugares comunes y con un lenguaje parecido al neorrealismo, en El Bonaerense nos encontramos con un policial seco, reflexivo y distinto. Con Familia Rodante quiso probar suerte con la comedia dramática pero el resultado fue desigual. Lo mismo con Nacido y Criado, acaso una de las películas más meticulosas en lo que respecta a utilización de material fílmico (70 mm), con una puesta en escena hipnótica. Estos trabajos, desiguales pero igualmente interesantes, permitieron que Trapero madurara como cineasta. Esta evolución fue paralela a la de su mujer, Martina Gusman, en el rol de actriz. La unión de ambos permitió que desarrollaran dos films más brutales en su concepción narrativa y cinematográfica: Leonera y Carancho. Ambas posibilitarían que Trapero tuviese otro nombre, que fuese un autor internacional a tener en cuenta. Y acaso, la unión entre el primer Trapero y este último, más jugado en términos de producción, dan como resultado Elefante Blanco, una producción a la altura de grandes obras épicas latinas o europeas en donde confluyen el drama, la acción y, a la vez, el retrato de una realidad social. Quizá gracias a la repercusión de Ciudad de Dios o Amores Perros, es posible que hoy en Argentina se concrete una obra como Elefante Blanco. Por suerte, la película de Trapero es mucho menos manipuladora, demagógica e hipócrita que las obras de González Iñarritú o Meirelles. Sin embargo, en su pretensión y ambición, también deja al descubierto algunas falencias narrativas que, si bien no terminan manchando el resultado final, pueden llegar a hacer ruido en una reflexión pos-visionado. Elefante… toma como protagonista al Padre Nicolás, un cura belga que, tras sobrevivir en una masacre dentro una tribu en la selva amazónica, es rescatado por el Padre Julián, un cura argentino que trabaja en Villa Lugano, donde queda el famoso Elefante Blanco, un hospital que iba a ser el más grande de Latinoamérica, abandonado en su construcción por los diversos gobiernos de turno. Dentro de la Villa, ambos curas deberán enfrentarse con los problemas de drogas de los adolescentes, los continuos cruces con la policía federal y los inconvenientes económicos para construir viviendas que están avaladas por la Iglesia Católica. Como es de prever, los protagonistas continuamente cuestionan su propia fe (cómo puede, por ejemplo, existir un Dios en un sitio tan violento) y ponen en duda que lo que están haciendo termine sirviendo para algo, o incluso que estén del lado correcto. No solamente ellos tienen estas dudas; también hay dos voluntarios sociales -Juliana y Cruz- que continuamente piensan si deben seguir o no trabajando en aquel lugar olvidado por los gobiernos. Teniendo en cuenta esta trama, no es muy difícil ver una inspiración directa de la figura del padre Mujica (el sacerdote luchador y de izquierda que vivía en villas). Acaso uno de los problemas mayores del film es que son demasiadas subtramas en una sola, haciendo excesivo lo que Trapero desea contar. Esto hace que su duración de casi dos horas termine quedando corta. Y si bien el personaje de Nicolás tiene un excelente desarrollo y profundidad emotiva, se va perdiendo en el avance de las diferentes historias. Hay demasiadas cosas para contar en esta película: los chicos que pueden encontrar una salida, el enfrentamiento entre pandillas locales, la intromisión de la policía, las obras que desarrolla la iglesia, la influencia de estos “padres villeros”, el lugar de los asistentes locales; todo esto sumado al desarrollo de las relaciones entre los protagonistas mismos. Hay por lo menos dos subtramas que están de más en el film y no se resuelven. Si las hubiesen omitido, la película sería mucho más concreta y redonda. Sin embargo, esto no quita que la película sea atrapante, entretenida, movilizadora. Hay varios factores ajenos a lo narrativo que permiten que Elefante Blanco sea, quizás, la película nacional más interesante para analizar en los últimos años. En especial en lo que respecta al análisis del punto de vista y de la estilización visual. Respecto del primero, al igual que en gran parte de su filmografía, Trapero toma el punto de vista de la persona que entra en una nueva comunidad. En este caso, Nicolás y su infiltración que le permite a Trapero situar la cámara en el centro de acción: el Elefante Blanco. Ese siniestro esqueleto donde pueden dormir tanto los curas como los adictos al Paco. A través del personaje de Julián, vamos conociendo los diversos parajes y personajes dentro de la Villa, sintiendo una constante tensión en cada puerta que se abre, cada persona que pasa corriendo al lado de los protagonistas. Pero así como Trapero no obvia el costado más violento y policial, tampoco deja de lado la parte humana, la contradicción, los sueños y los deseos de la gente. La manera en que ellos viven, tratan de salir adelante y se preocupan por lo suyo. La película incluso termina preguntándose si no son mucho peores los que viven fuera de la Villa que dentro de ella. El segundo aspecto para destacar es la impresionante puesta en escena. Trapero recorre todo el Elefante Blanco y los pasillos de la Villa con extensos planos secuencia, filmados con steady cam, que siguen a los personajes. Esto, además de permitir construir la geografía de la villa, permite que el espectador sea un testigo, un habitante más de ese espacio. Es increíble, desde este punto de vista, la precisión de los movimientos, la coordinación, la tensión que se vive. La presentación dentro del Elefante Blanco seguramente sea el más extenso plano secuencia filmado en la historia cinematográfica argentina. Guillermo Nieto, director de fotografía y cámara, logra superarse a sí mismo con este trabajo. Primero por la calidad que tiene cada imagen, la nitidez; el aporte del grano en ciertas escenas y, a la vez, el arriesgado trabajo que supone iluminar cada espacio de la villa en forma distinta, teniendo en cuenta que no va a haber cortes en el medio. En cada escena no sucede una sola cosa, sino decenas. Algunas confluyen en la trama central, otras, no, pero ayudan a comprender cómo suceden las cosas dentro del mismo barrio. Por este motivo, es muy destacado el montaje, ágil y dinámico, acompañado por la banda de sonido de Michael Nyman, que contiene pasajes de tensión a cargo de coros eclesiásticos, que hacen recordar a la música de Ennio Morricone para La Misión. El colaborador habitual de Peter Greenaway (también compositor de La Lección de Piano y Gattaca, entre otras) sorprende por la manera en que se integra sonoramente al contexto villero. Es extraño cómo pueden convivir en un mismo sitio el barroquismo de Nyman con el rock del Pity Álvarez. Trapero pone detalle a cada historia que está detrás de la principal. Cada una suma verosímil a la hora de construir este micromundo con su crudeza y naturalidad. En este sentido, las interpretaciones de los actores de la Escuela de la Villa (su lenguaje, sus movimientos) son imprescindibles para generar verosímil y crear un clima de naturalidad. Aportan mucho las actuaciones de personajes secundarios como Walter Jacob, Mauricio Minetti y fundamentalmente, Martina Gusman. Tres actores que parecen inmersos en el entorno de la villa como lo estará, con el correr del metraje, Jeremie Renier (mejor que en las películas de los Dardenne, sin desbordar y contenido, siempre verosímil), que a la media hora nos olvidamos de que es belga e incluso un actor, y lo que vemos es un cura envuelto en un contexto socio político al que trata de imponerse. La pieza más irregular es Ricardo Darín. La gran figura del cine nacional tiene excelentes momentos, muy creíbles, y otros en lo que parece tener otro código de actuación, más obvio, menos contenido, similar al de la televisión. Pienso que Ricardo es versátil y busca no caer en su propio estereotipo pero, por momentos, su actuación se vuelve demasiado "artificial", demasiado asociada a personajes que interpretó en otras películas previamente, y esto termina contrastando mucho con el registro actoral realista del resto del elenco. Aunque tiene sus desniveles narrativos y no todas las subtramas cierran perfectamente, el esfuerzo, la intención, la crítica y la posición que toma Trapero con esta obra es claro. Es verdad que está pensada para que en otros países el público no se sienta expulsados de los códigos nacionales, pero lo que muestra es suficiente para crear una crítica, que no se tira contra ningún partido específico, pero que apunta, a la vez, a la historia, al abandono y corrupción, y a cómo las consecuencias de lo que no se hizo se incrementan cada día. Potente en sus imágenes, reflexiva, intensa. Elefante Blanco logra un retrato cultural y social que no debe pasar inadvertido y que debería provocar la discusión entre los protagonistas, organismos estatales y privados. ¿Qué hacer? ¿Cómo resolver? A pesar de no ser tan sólida a nivel narrativo, tener algunos errores y golpes bajos innecesarios, la octava obra de Trapero lo consolida como realizador y confirma que las palabras de Frémaux no se refieren tanto a que una película sea mejor o peor, sino a que Trapero es un director que busca nuevos desafíos y que tiene la osadía de llevarlos al extremo y, especialmente, de concretarlos. Con la crudeza que lo caracteriza, esa impulsiva capacidad de pasar violentamente de un primer plano a uno general y quedar así ante una escena clave, rehusándose a incrementar clima y tensión, Trapero se perfecciona, se mantiene fiel a otros trabajos pasados (especialmente al tono y estilo de El Bonaerense y Leonera) y homenajea, de paso, a un grupo de personas que buscan mejorar un poco este mundo con honestidad y fe. Aunque suene inverosímil, esas personas existen
Los trenes, la familia, el amor... Película coral, creada a partir de pequeñas historias de inmigrantes, e integrantes de la clase obrera y media baja. Situaciones cotidianas, familiares que la realizadora nunca trata de que terminen en el sentimentalismo, y a pesar de un par de golpes bajos, no apuesta al golpe bajo. Claire Denis hace una pelicula sencilla, pero muy bien filmada. Humilde, bella, elegante, con encuadres simétricos, prolijos, nada pretenciosa. Denis, se calma un poco a pesar de tener una filmografia de irregular tono.
You Give Love a Bad Name Me niego a explicar el título de esta crítica. Los que comprenden, comprenden. Lo cierto es que –como pasó hace unos años atrás con la adaptación cinematográfica de Brigada A- llevar a la pantalla grande la serie Comando Especial es un hecho que está teñido por la nostalgia. Es que no lo voy a negar, las series policiales de Stephen Cannell marcaron mi infancia. Fueron un registro del paso de los ’80 a los ’90. Así como ahora están Dick Wolf o Jerry Bruckheimer, antes estaba Cannell, que firmaba cada episodio al final de los créditos con su propia persona escribiendo a máquina y lanzando una hoja en el aire...
Un film tranquilo para empezar el BAFICI. Las (des)aventuras de un chileno perdido en Estados Unidos tras haber sido abandonado por una novia estadounidense. Grabada como un diario de viaje medio improvisado, mezcla de road movie indie cassavetiana y Un Argentino en Nueva York. Lo más interesante es que el protagonista no es un completo ignorante de la lengua inglesa. Al contrario, se comunica bastante bien, pero rechaza el idioma...
El humor disipa las penas (o el fin del mundo) Tras internarme 10 días viendo cine “independiente”, pasando del drama intimista contemplativo nacional con solo 20 planos en 80 minutos, al cine experimental de Narcisa Hirsch o de Raya Martín, del documental autobiográfico al cine de terror y ciencia ficción más bizarro e ingenioso, agarrar nuevamente una superproducción de Hollywood con la magnitud de Los Vengadores en menos de 12 horas, provoca un shock fuerte… encima en 3D (y pensar que hace 48 hs había visto una obra croata de artes marciales en SVHS). Lo primero que sale a la luz es la artificialidad que tienen estas megaproducciones, el cálculo, la manera en la que los hilos de la estructura quedan al desnudo, el golpe de efecto, el momento de humor exacto. La previsibilidad del montaje y los diálogos construidos en base a frases hechas o protocolos militares. El patriotismo. Pero cuando uno comienza a entrar en la propuesta de Joss Whedon, descubre que Los Vengadores supera en casi todo sentido a las últimas adaptaciones del mundo Marvel. La unión hace la fuerza. Whedon proviene de la televisión. Su estilo, al igual que el de Johnston o Favreu es completamente transparente. Visualmente, el director de Serenity no encuentra demasiado ingenio para innovar visualmente. Cumple con lo que espera cualquier fan que desea que sus personajes tengan mayor protagonismo que el director. No es como Kenneth Branagh que logró incluir escenas con impronta teatral shakesperiana. Sin embargo, la mano de Whedon se nota en el guión, la narración y el humor que le imprime a la historia, los personajes y los diálogos. Si hay algo que nunca me gustó de los superhéroes Marvel es que en algún momento se hacen demasiado morosos, sentimentales en niveles cursis, solemnes. Whedon prefiere dedicarse a la acción y al conflicto grupal. Genera bastante tensión. No hay espacio para el romance prácticamente (apenas unos besos de Tony Stark con Pepper Potts, y un cruce de miradas entre Hawkeye y la Viuda Negra), por lo tanto el nervio está puesto sobre la lucha de egos que se desarrolla en el grupo. Bruce Banner tratando de repeler al Hulk, Tony Stark aprendiendo a trabajar en equipo, Steve Rogers buscando la forma de no tomar el rol de soldado que solo sigue órdenes. Esta lucha permite que se alimente el poder de Loki, el villano de turno. Whedon aplica un equilibrio preciso para que cada personaje de desarrolle casi de igual forma. Loki termina por ser más tenebroso y poderoso en Los Vengadores que en Thor, por ejemplo. A pesar de no contar con demasiadas sorpresas (solamente hay algunos cameos muy divertidos), el film es entretenido, el suspenso está bien generado, y los efectos especiales toman protagonismo, pero no desorientan al espectador como sucede en los films de Michael Bay. Cuando Whedon hizo Serenity (adaptación de su fallida serie Firefly) ya demostró que sabe manejar equipos, que se puede generar comedia cuando se tiene a un grupo que funciona como una familia disfuncional. En medio de diálogos dramáticos, Whedon aplica comentarios irónicos de Stark y Banner, el Hulk genera voluntaria comicidad con sus peleas, e incluso hay un registro de autoparodia (“Parece un conflicto shakesperiano” dice Stark cuando ve a Loki luchando con Thor). De esta forma, las casi dos horas y media son precisas. Al film no le falta ni le sobra nada. El cálculo permite que todos se queden conformes y vivan la experiencia como un chico de 12 años (como dijo Iván Steinhardt). Hay incongruencias narrativas en el guión. Algunas vueltas de tuerca sin resolución, errores en la coherencia y verosimilitud misma de la historia, pero se perdonan. Pasan inadvertidas. Alan Silvestri da un gran apoyo musical en la acción, crea un leit motiva que queda horas en el oído. No busquen espontaneidad en los textos. La mayoría de los diálogos carecen de realismo, sin embargo los chistes funcionan. Si bien, ninguno de los actores, tiene una participación memorable, la mayoría está mejor que en sus propias películas. Es el caso de Tom Hiddleton, mucho más sólido y convincente que en Thor, Chris Evans, que parece comprender mejor su rol de Capitán América, los pocos minutos de Gwyneth Paltrow aportan una frescura que no había en las dos partes de Iron Man. Downey Jr. con menor participación logra destacarse, Ruffalo es más convincente que Edward Norton como Bruce Banner y Scarlet Johansson interpreta a una Natasha Romanoff más cálida y humana. Sorprende la frialdad de Jackson como Nick Fury (estaba más suelto y menos atado al guión en Iron Man), desaprovechados Stellan Skarsgard, Cobie Smulders y Jeremy Renner, y son muy nobles las pequeñas intervenciones de Clark Gregg o el veterano realizador polaco Jerzy Skolimowski Para distenderse, divertirse y relajar la cabeza después de romperse la cabeza reconstruyendo las tramas (o buscándole sentido) a más de 46 films, Los Vengadores cumple con las expectativas generadas. Un producto redondo y calculado. El riesgo habrá que buscarlo en Miguel Gomes o Guy Maddin.
Larga Vida al Rey Tras realizar el guión de Biutiful de Alejandro González Iñarritú con Nicolás Giacobone, Armando Bo, hijo de Victor y nieto del director de India (que también se presenta en el Festival), inaugura el BAFICI con una ópera prima de bastante producción que cuenta con el apoyo de Telefé y del director de Amores Perros...