La ley de la incertidumbre. Todo es incierto. No hay respuestas. No hay verdades. No hay seguridad. No se puede confiar en el prójimo. No se puede “creer”. No se puede tener fe. Básicamente, los hermanos Coen han desplegado durante toda su carrera un tono visualmente surrealista y narrativamente pesimista, patético, nihilista, miserable. Una mirada cruel, anárquica de la humanidad, donde solo una mujer policía embarazada, es la única, en su mundo, capaz de salir indemne, de la crítica feroz, que los hermanos han desarrollado durante toda su filmografía… y cada vez están peores… Porque los Coen son expertos, ya sean agregando una cuota mayor o menor de comedia, drama, o suspenso en destrozar a sus personajes, avergonzarlos, humillarlos, estupidizarlos al extremo de la incomodidad. Convertirlos en víctimas de una estupidez aún mayor, que es la raza humana. Y posiblemente me quedo corto. En Mar del Plata, dije que necesitaba extenderme un poco más en el análisis de esta genial obra. Acá va el porqué. En Un Hombre Serio, los Coen introducen a un personaje identificable, querible pero tan patético, contradictorio y obsesivo como Barton Fink o Ed Crane (Billy Bob Thorton en El Hombre que Nunca Estuvo, junto a la película en cuestión, los mejores trabajos de los directores en opinión de este “crítico”). Larry Gopnik es un hombre serio. O por lo menos eso pretende ser. Profesor de física, pero que nunca ha cuestionado las tradiciones judías, hasta que empieza a ver, como su mundo y sus creencias empiezan a venirse abajo: la mujer lo abandona por un amigo, que le habla en tono conciliador y racional, completamente odioso y soberbio; un alumno coreano y su padre intentan sobornarlo y chantajearlo a la vez, su hermano es un enfermo jugador compulsivo y redactor de absurdas teorías matemáticas, y su hijo tiene sus propios problemas a medida que se aproxima su Bar Mitzvah. Pero lo que realmente le molesta a Larry es no conseguir respuestas. No puede resolver sus problemas por medio religioso, porque las respuestas de los rabinos son contradictorias. Se basan en cuentos sin moraleja definida, que no responden los cuestionamientos existencialistas de Larry. La matemática y física que explica dan millones de vueltas para terminar siendo… inciertas. No se puede confiar en la familia, no se puede confiar en los amigos, ni en los vecinos… El amor no existe siquiera en el mundo de Larry. Los Coen, no solamente crean un ensayo cínico, malicioso, irónico sobre la incertidumbre, sino que además crean narrativamente la película como un gran rompecabezas, una incertidumbre de guión. Larry no consigue respuestas, el espectador tampoco. ¿Por qué el film empieza con un cuento sobre una familia tradicionalista y supersticiosa en la Rusia del siglo XIX? Uno puede crear hipótesis relacionadas con la manera en que los mitos y la ambigüedad siguen presentes en la tradición judía, pero ciertamente es que los Coen, en la estética e inclusive en la adaptación de formatos de la pantalla quisieron diferenciar el corto de la película en sí. Cuando vi la película en Mar del Plata, los espectadores creían que era problema del proyector, sin embargo en una segunda visión en Buenos Aires, he notado el mismo problema. Bueno, no lo es. Los Coen hicieron una película con dos formatos de pantalla: 4:3 (pantalla cuadrada) a 16:9 (pantalla rectangular). La meticulosidad de creación del film permite apreciar que nada es azaroso en el mundo Coen: la letra de la canción de Jefferson Airplane, “Somebody to Love” termina teniendo participación diegética en la trama (prestar mucha atención a las palabras del último rabino al final). La corrupción de la moral ha sido un tema preferido de los directores estadounidenses. A veces banalizado, a veces solemnizado. Los Coen prefieren reírse de ello. Lo toman como una variable absoluta. Todos terminamos moralmente corrompidos a fin de nuestros propósitos o de beneficiar nuestro entorno. La desgracias se convierten en beneplácito y agradecemos por ello. Los Coen no respetan la vida ni la muerte, las tradiciones ni las creencias. Un Hombre Serio probablemente es su película más personal y autobiográfica con respecto a sus infancias, pero también es ideológicamente la obra en que mayor vomitan toda su paranoia y culpa (judía?). Tratan de alejarse de su tradicional estética, no por eso, cada plano, cada cuadro, es extremadamente cuidadoso, planificado, pero esta vez no hay grandes angulares, no hay lentes que exageran el rostro de sus personajes. No los necesitan. Todos los personajes son exagerados de por sí, pero creíbles, a pesar de todo. Odiosamente creíbles. Si en Quémese Después de Leerse, la estupidez de sus personajes era tan obvia y subrayada, al punto de que parecen sacados de una película de los hermanos Marx, el naturalismo de los personajes (y el excelente elenco prácticamente desconocido, donde se destaca Stuhlbarg y Richard Kind) de Un Hombre Serio benefician a que el espectador no se quede afuera. O sea, como siempre los Coen son mucho más inteligentes que el espectador, los personajes, y por supuesto lo hacen notar a cada segundo. Los ayudantes tradicionales de los Coen, Carter Burdwell en la banda sonora y Roger Deakins en la fotografía (no incluyo a Roderick Haynes como montajista, porque es el seudónimo de los directores) aportan a crear esta atmósfera depresiva, fría, casi psicodélica, propia de los suburbios de los ‘60s. Los Coen son fieles a la narración tradicionalista judía, pero la trangiversan a su piacere. Si los cuentos morales judíos, buscan respuestas en historias de personas comunes a las que les suceden eventos extraordinarios, o en sueños, que en forma simbólica, representan las acciones que las personas deben tomar para seguir su vida (hay que buscar la semiosis en la historia de José, de la Biblia), Joel y Ethan deciden con los respectivos relatos y sueños confundir más al protagonista y aumentar la paranoia general. En ese sentido, ni Woody Allen, un ateo confeso, se ha animado a cuestionar tantos preceptos y tradiciones. Ambos utilizan el humor, pero mientras que Allen es suave y superficial, los Coen son incisivos y molestos. Sin demasiadas pretensiones, los directores, construyen una obra redonda, pero abierta a múltiples discusiones, reflexiones sobre el sentido de la vida, con un final extraordinariamente agnostico, pero creyente. Al igual que los Monty Pythons, les interesa poco y nada, dar respuestas a ello. Básicamente, siguen siendo los molestos chicos que juegan en la esquina del arenero. Solo que, esta vez, desde su rinconcito, han creado un monumental castillo, una obra maestra… apenas con un puñado de arena y buenas ideas.
Adopción, nuevo film del veterano Lipszyc (El Astillero, Volver, y otras películas pertenecientes a un generación bienintencionada pero decadente dentro del cine argentino lamentablemente) empieza como un híbrido ambicioso, complejo, pero resuelto de forma sencilla y con pocas pretensiones. O sea, bastante más interesante y atractivo de lo que promete la gacetilla de prensa. Ricardo y José fueron pareja en plena dictara militar. Debido a los prejuicios de la época, no podían mostrar su relación abiertamente. Sin embargo, Ricardo se animó contra todas las reglas a adoptar un chico de 8 años. Con el correr de los años, Juan, el chico, va madurando y Ricardo no quiere ocultarle su pasado, por lo tanto, sospechando que es hijo de “desaparecidos”, empieza la búsqueda de sus padres biológicos. Lipszyc no decide caer en una recreación de época como recientemente fueron Hermanas, Cordero de Dios o Andrés no Quiere Dormir la Siesta, y en cambio encara la historia en formato documental. Aunque no se trata de una historia real y los entrevistados son actores (Gonzalez como Ricardo es muy creíble en el personaje), Lypszic decide no enfatizarlo, e incluso las recreaciones de épocas la graba en película Súper 8, lo que supone que fueron hechas por algún personaje real y no una cámara invisible. A la vez, el tono de Adopción, no hace énfasis ni en lo melodramático ni lo sentimentalista. Ricardo cuenta la historia de forma cotidiana, como si fuera una anécdota. A su relato se sumará el de Juan adulto, y otros personajes que conocieron al chico cuando iba al orfanato. Desde un principio se hace énfasis en que el tema no es el “ser hijo de desaparecidos” solamente, sino lo que significa para un chico crecer en un orfanato y ser adoptado en una edad no demasiado lejana a la adolescencia; como Ricardo tenía que ocultar su homosexualidad para adoptar, como tenía que presentarla ante Juan; el rol de José (que nunca aparece) en la pareja; el miedo de que los militares descubran la homosexualidad y lo maten. A esto se le suma, el misterioso pasado de Juan. ¿Quiénes fueron los padres? ¿Por qué se “escapó” la madre? La película pasa de ser un documental a un tipo de ensayo acerca de las diferentes capas psicológicas que incluye la adopción para el chico y para los padres. El problema viene en la segunda mitad, cuando se empieza a develar el misterio del pasado, y cuando así de repente la película, cuando se ponía más interesante, termina abruptamente, dando algunas respuestas en la forma más simplista, conciliadora, y banal posible. Otras, como cual fue el destino de José, quedan sin resolver. Es verdad, que Lypszic no quiso caer en el “lugar común” de ubicar a Juan como hijo de un padre buscado por la triple A, pero también es cierto que al final todo resulta poco verosímil. Una verdadera lástima que a nivel narrativo, la película decaiga tanto en su último tercio. Incluso se podría hablar casi de una falta de respeto por el pasado argentino. A nivel estético, sin demasiadas ideas en cuanto a la estética documental resulta acertada la inclusión del Súper 8, meticulosa su reconstrucción. El director también incluye secuencias animadas que remiten al cine de Albertina Carri, y una secuencia con “Playmoviles” es referencia casi directa a Los Rubios. Cuando alguien decide encarar una producción abarcando tantos temas “importantes” debe entender que si no profundiza en lo narrativo, que si lleva la investigación a mitad de camino, y da las respuestas más fáciles y obvias, no importa cual sea la intención de la obra, si da en la tecla con el tono o la estética, si rompe moldes o no, lo importante es que no queden cabos sueltos. Y si quedan debe explicar el porqué, justificarlo de alguna manera. No estamos hablando de una película ambivalente, donde la información no se da porque los realizadores quieren dejar una brecha para que complete el espectador, no servir todo en bandeja. Claramente, esa no es la intención de los realizadores de Adopción. “Algo” en el proceso creativo, no lograron entender. Por abarcar demasiado, aprietan poco y, así terminan estrenando una película incompleta, lamentablemente condenada al olvido, como tantas otras…
La fantasía está de moda otra vez. La semana pasada Peter Jackson nos trajo la imperfecta pero hermosa Desde mi Cielo. La semana que viene se estrena la esperada versión de Alicia en el País de las Maravillas del gran Tim Burton (esperemos que no nos desilusione, aunque yo no tengo altas expectativas). Pero esta semana es el turno de otro fanático de la literatura de Carroll: Terry Gilliam. Pero antes de arrancar con la crítica repasemos un poco la carrera de este genio maldito, maltratado y a la vez admirado por cinéfilos de todo el mundo. La Maldición Gilliam Casi cuatro décadas atrás, un joven Terry Gilliam encaminaba su carrera artística dando cuenta de su talento en la animación. Cuentos que contaban cuentos, avivando leyendas medievales, la historia del mundo y una sátira mordaz, un humor negro surrealista, donde se mezclaba la caricatura con el collage, fotos animadas con dibujos estrafalarios… Y un día, un grupo de comediantes, se fijaría en la habilidad, creatividad e increíble imaginación del mundo de Gilliam, lo sumarían a participar de su show al otro lado del océano.. porque aunque muchos no lo crean… Terry Gilliam es estadounidense, el único del grupo británico humorístico Monty Python. Empezó teniendo un espacio de animación humorístico, un sketch en el show Flying Circus, y de ahí no se detuvo. Participaría en la parte creativa de cada una de las películas posteriores, y también como intérprete ocasional en Los Caballeros de la Mesa Cuadrada, La Vida de Brian y El Sentido de la Vida. A medida que la vida de los Python en cine avanzaba, Gilliam tomaba mayor participación como guionista, e incluso director de secuencias con actores, como Los Piratas de la Agencia de Seguros, el segmento inicial de la genial, El Sentido de la Vida. Previo a eso, el director había conseguido llevar a cabo una simpática fábula de ciencia ficción y aventura, inspirado por los cuentos y cultura medieval: Los Bandidos del Tiempo. Un grupo de enanos, llevan a un chico de los años ‘80s hacia diferentes etapas históricas… desde las cruzadas hasta las guerras napoleónicas. El éxito de los Python junto a Los Bandidos… dieron energía a Gilliam para llevar a la pantalla su proyecto más ambicioso y personal: Brasil, un clásico de la ciencia ficción inspirado en 1984 de Orwell con Jonathan Price. El éxito parecía sonreír a Terry. Es nominado al Oscar como mejor guionista. Con su siguiente trabajo, Gilliam empezaría a ser tratado con mayor frialdad. La superproducción, Las Aventuras del Baron de Münchausen, a pesar de su originalidad, es demasiada ambiciosa y costosa. Se convierte en uno de las mayores pérdidas económicas de la historia del cine. Entre la fantasía y la cruel realidad, la desigualdad social, la búsqueda del amor… Gilliam encuentra nuevamente la cima de su carrera artística con Pescador de Ilusiones (1991) con un hermoso duelo actoral entre Robin Williams y Jeff Bridges, el príncipe y el vagabundo… Le sigue su película más exitosa, el thriller de ciencia ficción, inspirada en el cortometraje de Chris Marker, La Jeteé, 12 Monos (1995) con Bruce Willis, reminiscencias con Brasil, donde un personaje debe cambiar el curso de la historia, al tiempo que sale de un futuro decadente y entra en un presente desolado… Los excesos y las alucinaciones empiezan a jugar en contra de Gilliam. Su siguiente proyecto, la lisérgica crónica autobiográfica del periodista Hunter S. Thompson, Pánico y Locura en las Vegas, no logra la resonancia esperada… divide las aguas de la crítica y empieza a circundar el mito, que el cine de Gilliam no es lo que era en un principio. A igual que sus contemporáneos, Gilliam se deja llevar por los avances computarizados, y su universo empieza a verse artificial… Pánico… a pesar de todo es una divertida experiencia, una road movie juguetona… El aspecto de Johnny Depp ayuda a construir este arquetipo de personaje, ayudado por un exagerado Benicio del Toro. Pero el mayor desastre de la carrera de Gilliam sería la realización de El Hombre que Mató a Don Quijote basada en la novela de Cervantes. Teniendo en cuenta el humor e ironía del director, mezclado con su procaz imaginación, es inevitable no pensar que es el director ideal para tal proyecto. Pero el destino no quiso que Terry la terminara todavía, y al igual que la versión de Orson Welles, que estuvo repleta de inconvenientes y se filmó a lo largo de varias décadas, el Quijote de Gilliam pasó las de Caín: Hollywood retiró el dinero, y se tuvo que reducir el presupuesto a una cifra afable para la cinematografía europea; debido a problemas de salud, el protagonista Jean Rochefort (idéntico a la imagen que brindó el escritor español) tuvo un problema de salud, que le impidió volver a montar a caballo; los sets fueron destrozados repetidas veces por tornados; fallecieron técnicos, Johnny Depp (interpretando a Sancho Panza) decidió salirse del proyecto. Los realizadores del backstage, crearon a partir de estos imponderables el documental Lost in La Mancha, un diario sobre una producción totalmente fracasada. La película ganó numerosos premios, pero Gilliam no volvió a encarar el proyecto. En cambio se avocó a reproducir el mundo fabulesco de los hermanos Grimm. La película sufrió numerosos contratiempos y enfrentamientos entre Gilliam (que tiene fama de tener mal carácter) con el estudio Dreamworks. Nuevamente pospuesta varias veces, la fecha de estreno de Los Hermanos Grimm, con Ledger y Matt Damon, fue otro sonado fracaso del director en Hollywood, trabajando por encargo para un gran estudio. A pesar de, en apariencia, vincularse visual y temáticamente con obras anteriores de Terry, parece haber sido filmada por un imitador, y básicamente, se trata de una comedia de aventuras y fantasías poco imaginativa en su narración y muy convencional en su estructura dramática con personajes poco atractivos y creíbles. Al mismo tiempo, mientras esperaba que los problemas internos de los Grimm los resolviera el estudio, él filmó Tideland, otra oscura fábula de drogas y chicos, que remite a Alicia en el País de las Maravillas, proyecto que siempre se sintió tentado a rodar, pero nunca pudo (y ahora le robó Burton). Nuevamente la fantasía desbordante, y los simbolismos obvios superaron las intenciones de Gilliam. A pesar de ser mejor que los Grimm, Tideland es un proyecto bastante pobre para un director que se merece mejores trabajos. Nuevamente contó con la desaprobación de la crítica, y en la taquilla le fue peor que a Münchausen. “No la fue a ver nadie”, dijo bastante deprimido. Parnassus, un proyecto autorreferente Gilliam es ante todo un soñador y a pesar de la mala suerte de sus últimas películas no baja los brazos. Decide volver al cine con capitales europeos: El Increíble Mundo del Doctor Parnassus, el proyecto que en este momento no arremete, combina lo mejor y lo peor que Gilliam ha hecho a lo largo de su carrera. Es una reflexión, un análisis altruista, pero que guarda muchas semejanzas con el mundo real. Lamentablemente, antes de seguir con la crítica, vale aclarar que hubo aspectos nuevamente malogrados durante el rodaje. En Enero del 2008, en pleno rodaje, fallece uno de sus protagonistas: Heath Ledger. Gilliam y el resto del equipo quedan destruidos. No saben como seguir el rodaje sin él. Sin embargo, a manera de homenaje Terry decide evocar a Depp, Jude Law y Colin Farrell para seguir con el personaje, cada vez que este entra en un mundo imaginario. Por suerte, Gilliam consiguió que Ledger filmara toda su participación en el mundo real. Pero no fue la única pérdida, también a mitad del 2008, fallece William Vance, el productor canadiense del proyecto. La mala suerte sigue a Gilliam. Cuando la película se presenta fuera de competencia en el Festival de Cannes 2009, las críticas reconocen que el director ha mejorado y se dividen entre los que quedaron fascinados y lo que no se dejaron impresionar. El film se estrenó en diciembre del 2009 en Estados Unidos y lamentablemente, a pesar del recuerdo por Heath Ledger, no tuvo ni el reconocimiento ni el éxito económico necesario para devolver a Gilliam a la senda exitosa. Gilliam no se rinde, a pesar de todo. Su próximo proyecto es retomar El Hombre que Mató a Don Quijote, esta vez con Robert Duvall en el rol protagónico. En Parnassus, Gilliam retoma la idea rectora de Münchausen, un anciano capaz de cautivar la imaginación de las personas y motivar a que se sigan contando historias fantásticas alrededor del mundo, con elementos de la cultura medieval que expuso en Pescador y Los Bandidos del Tiempo, como la carreta ambulante, los artistas nómades, las leyendas, los juglares, etc. A la vez sigue metiendo viajes en el tiempo como en 12 Monos, la posibilidad de cambiar el presente, y personajes que penetran en constantes fantasías como en Brasil o Tideland. Sí, la película, por suerte tiene el sello Gilliam en cada fotograma, ya sea a nivel temático / narrativo como visual… Nuevamente, como en Pescador, los personajes del medioevo viven como vagabundos de la ciudad (en vez de Nueva York, es Londres). El Doctor Parnassus del título (Plummer, soberbio como siempre), es un monje inmortal que le ha ganado una apuesta antigua al diablo (Waits, un poco estereotipado). Parnassus tiene la misión eterna de relatar cuentos para sostener el universo. En la antigüedad lo hacía en un templo, ahora viaja en una caravana con su eterno asistente Percy (Troyer, sorprendente interpretación), su hermosa hija Valentina (Cole) y el comediante, mago y acróbata Anton (Garfield). Sin embargo el diablo, vuelve a aparecer para reclamar una vieja apuesta: llevarse a Valentina cuando cumpla los 16 años. Faltan dos días y Parnassus lo quiere evitar a toda costa. El diablo le da otra oportunidad, el primero que junta 5 almas, se queda con Valentina. Parnassus acepta, pero su deplorable estado y los conflictos internos de su grupo, no ayudan. En el medio encuentra a Tony, un misterioso y carismático (Ledger) joven capaz de captar la atención del público, y llevarlos con la atracción principal del circo de Parnassus, un misterioso espejo, donde cada persona vive sus fantasías más surrealistas como si fueran reales. Pero, a la vez Tony también tiene un lado oscuro. El gran conflicto que surge en Parnassus, es similar a lo que sucedía la semana pasada en Desde mi Cielo de Peter Jackson. Por un lado Gilliam, hace un trabajo personal, no es difícil encontrar similitudes entre Parnassus (personaje) y el director, quizás un alter ego de su mente creadora. La misión del doctor es que “la gente siga creyendo en la fantasía”. Con el paso del tiempo la gente ha dejado de creer (similar mensaje que el de La Historia Sin Fin) y por tanto, Parnassus ha caído en el alcoholismo, se pelea con todos sus compañeros, fracasa constantemente. El problema es que Gilliam, “necesita” meter una crítica política y social en el medio, y ahí es donde el controvertido Tony, termina causando un efecto contraproducente en la trama: así como su vida anterior complica al personaje de Parnassus, en la película misma su rol queda confuso, forzado poco claro. La relación con Valentina nunca se profundiza, y de pronto toda la trama desde su aparición se va enlazando y confundiendo. La ambición de Gilliam por abaratar muchos tópicos al mismo tiempo (incluyendo la crítica hacia las obras de caridad, que sirven de vidriera de negocios mafiosos) lo van alejando del tema principal: la necesidad de que la gente siga motivada a imaginar mundos maravillosos y entrar en el subconsciente. A la vez, la presencia y magnetismo de Ledger (que por momentos recuerda al Guasón) opacan al verdadero protagonista: Christopher Plummer. También termina siendo banalizada la historia romántica entre Anton y Valentina. Al igual que Jackson, cuando Gilliam se entusiasma imaginando los mundos más fantasiosos creados en animaciones completamente identificables con el realizador, la narración decae en ritmo y entusiasmo. Por supuesto, que al principio el espectador no lo nota, porque los sorprendentes dibujos de Gilliam, son demasiado imponentes y admirables para notar que la narración decae. Además, está el “plus” de ver que actor va a reemplazar a Ledger cada vez que se mete con algún “cliente” en el Imaginarium de Parnassus. Por otro lado, como pasaba con Jackson, a pesar del caos visual / narrativo se nota un gran amor del realizador por la obra completa y los personajes. A diferencia de Jackson, Gilliam logra ser más coherente estructuralmente, y menos contrastante en tonos, y montaje de secuencias. Tiene más dinámica y armonía que Desde mi Cielo. Además el pesimismo de Terry y la falta de cursilería juegan a favor de la diégesis. Los personajes (excepto Tony) resultan ambiguos, son antihéroes identificables que logran mimetizarse con el espectador. Con respecto al finado Ledger, lamentablemente, el hecho de que nunca queda demasiado claro, cual es el rol verdadero del personaje en la historia, y el aporte de demasiados tics, propios del actor juegan en contra. Si bien no resulta molesto ver otros actores en sus fantasías, si uno no tendría la información previa, de “por qué” fue cambiado, podría leerse que los cambios no tienen verdadera justificación. En defensa de Gilliam se puede pensar que esto no fue concebido desde el guión. El mejor de los “imaginarios Tonys” resulta ser Depp, quien se desenvuelve con mayor soltura, dada su experiencia con Burton quizás en mundos imaginarios. Pero es Farrell quien tiene mayor participación, y da con el tono más parecido al que venía trayendo Ledger. Habría que preguntarse, si Depp no debería haber sido la elección correcta del director desde el principio. Jude Law, es tapado completamente por la estética del Imaginarium. En cuanto a los mundos “imaginarios” resulta cautivante ver muchas autorreferencias: el primer “imaginarium” parece haber salido de Münchausen, pero más reconforta ver el “imaginarium” donde Ledger se transforma en Law: el humor y la estética remiten directamente al mundo Python, por lo cual, un fanático de ley del grupo inglés verá más que retribuida el precio de la entrada. El Imaginario Mundo del Dr. Parnassus nos puede devolver a la infancia gracias a su magia y cierta inocencia. A pesar de los desniveles narrativos (especialmente en el final) la película supone un regreso de Gilliam a los orígenes de su carrera. Entre el humor, la melancolía, la nostalgia y el romance, se arregla para demostrar que la fantasía no está muerta. Esperemos que, a diferencia de Welles, pueda terminar su versión quijotesca… Muchos molinos de viento pasaron por su camino…
“Es mejor intentar evolucionar y caer en un fracaso humillante que ir a lo seguro, o peor aun, tratar de ganarse el favor de los demás”. Aunque no lo parezcan, estas palabras pertenecen a Woody Allen. Justamente, las leí una noche antes de ver Desde mi Cielo, y se podrían relacionar con directamente con una frase no demasiado trascendente a nivel narrativo, pero sí llamativa, tomando en consideración la poca repercusión, que el último y esperado trabajo de Peter Jackson tuvieron entre la crítica y el público internacional: “¿Acaso no se valora la creatividad en esta familia?” Parece la pregunta que el director debería hacer en Hollywood, y a sus retractores. Un Poco de Historia Corría el año 1990 y a mi casa llegaba, al principio por error, el catálogo de lanzamientos en video de AVH: “Contacto en Video”, editado por Dardo Ferrari, quien después tendría un trascendente (para los cinéfilos) programa sobre avances e historia de películas, sin la pretensión elitista de Morrelli y Berrutti, y que, sin dudas, influenciaría sobre Axel Kuschevatzky, por ejemplo, para crear programas de trasnoche similares. Recuerdo perfectamente (además de tenerla ya mismo a mi lado) que en una edición me llamó la atención, una película de horror llamada Mal Gusto, acerca de unos extraterrestres que llegaban a la Tierra para poner una cadena de hamburgueserías de carne humana. En ese momento, contaba con poca edad y no me llamó la atención. Bastantes años después, una película inglesa (era neocelandesa, pero en ese momento para mí era lo mismo) con dos jóvenes muchachas llamadas Kate Winslet y Melanie Lynskie, se transformaba en una sorpresiva obra de culto inmediata con las mejores críticas del año. La película se llamaba Criaturas Celestiales. Pero en ese momento las películas que no eran estadounidenses me llamaban poco y nada la atención. Con el paso de los años, el terror me empezó a llamar la atención y me encantaban las historias de fantasmas. De esta manera descubrí, la que se transformaría en una de las últimas películas con Michael J. Fox: Muertos de Miedo (The Frighteners), ninguna obra maestra, pero bastante original en su concepción, con efectos especiales interesantes, y sobretodo una sobria combinación de humor y fantasía, con algo de romance. Sorpresivamente, no era la única Muertos de Miedo que uno podía encontrar en un video club. Había otra más que me atemorizaba: Braindead, “la película más sangrienta de la historia del cine”, según rezaba la cajita. Decidí que todavía no era hora de verla. Realmente, este prontuario cinematográfico no pregonaría lo que vendría inmediatamente después en la carrera de su realizador, el gordito y desgarbado, Peter Jackson. No hace falta aclarar que El Señor de los Anillos, puso por fin a este director neocelandés en el mapa de la cinematografía mundial, adaptando, lo que para algunos es, una obra imposible de adaptar que había sido tratada de llevar a la pantalla grande, en versiones animadas, a las que no les fue demasiado bien. Jackson lo hizo posible, y este humilde cinéfilo empezó a investigar los antecedentes del mismo , y descubrir para su sorpresa, que conocía toda la obra anterior, pero nunca la había visto. Por tanto, empecé a ver todas (me falta la sangrienta, Meet the Feebles, difícil de conseguir, pero hecha con títeres). Quedé realmente deslumbrado por el ingenio, el humor, la fantasía y la melancolía de su creador. Inclusive el falso documental Forgotten Silver, es una obra maestra. Me di cuenta, que El Señor… era una obra “menor” comparada a todo lo anterior. Tras dos años de intervalo, Jackson nos trajo una versión muy cinéfila, melancólica y muy extensa de King Kong. La película tiene muchos retractores, pero a pesar de ciertos excesos (la pelea con los Tiranosaurios) y algún que otro error de casting (Adrian Brody), es una obra hermosa. Una de las mejores historias de amor cursi bien realizadas de los últimos años. Naomi Watts y Andy Serkis (como Kong) conforman una pareja tan increíble como inverosímil, pero llena de pasión y autenticidad. Por supuesto, que al tomarse cuatro años, para estrenar su próximo proyecto, el seguidor de Jackson, pretende encontrar un esfuerzo a la altura de las expectativas generadas. Aclaro que no conocía ni había leído el best seller de Alice Sebold, pero tampoco estaba interesado en saber mucho sobre él. Simplemente quería sorprenderme con la película de Jackson. Las primeras fotos y el primer trailer eran prometedores. Imágenes oníricas generadas por efectos especiales, sobre la particular visión de Jackson acerca del “cielo” abrían esperanzas de encontrarnos con LA película del año. Pensaba que Desde mi Cielo se convertiría en la gran sorpresa que destronaría el fenómeno Avatar. O sea, confiaba más en la narrativa y creatividad de Jackson que en la técnica de Cameron. Tales expectativas empezaron a caer, cuando las primeras críticas resultaron ser… desastrosas. Un “ídolo” no puede caer tan fácilmente. Por esto mismo, tenía mucha curiosidad por ver cuan “mala” podía resultar la obra de una gran director. El Imperfecto Arte de un Autor Es difícil explicar la sensación que produce ver algo, que el fondo, y desde la objetividad uno sabe que tiene falencias, pero por otro lado no puede dejar de admitir que le produce cierta emoción interna relacionada con el hecho de estar viendo una obra personal, arriesgada, que no está típicamente hecha para gustar. Desde una visión estrictamente crítica debo admitir, que Avatar (la cual perfilaba como la principal competidora de la película de Jackson) es un producto más redondo a nivel cinematográfico, pero también más mecánico, manufacturado por máquinas, prefabricado, demasiado preconcebido, previsible a nivel narrativo. Cuando uno ve Avatar no parece que se tratara de una propuesta arriesgada sino de un “éxito seguro”. Pero Desde mi Cielo, tiene el gusto de aquella obra hecha para uno, de una obra que se anima a combinar géneros, tonos y formas por momentos, arbitraria y azarosamente; desprolija, pero a la vez, con picos de belleza. Aquel que vio y supo disfrutar de la obra de Jackson antes de los Hobbits, puede reconocer que todavía queda en la mente de esto hombrecillo, ese sello autoral, personal, esa melancolía y romanticismo cursi. La espina de la rosa, el perfil macabro del adolescente que no abandonó su infancia y el mundo de la fantasía. O sea, todo lo que resumía Criaturas Celestiales, allá por ’94. La verdadera magia interna de Jackson no está perdida ante la excesiva imaginación y los efectos de computadora generados por CGI, así como todavía quedan atisbos del director de cine clase B (o Z) que empezó su carrera junto con su novia Fran Walsh, allá a fines de los ’80 con Mal Gusto en Nueva Zelanda. Esta vez el problema surge con las intenciones y las ambiciones: Jackson no quiere revolucionar la técnica sino, contar una fábula, un cuento de hadas surrealista, de la forma más “linda” y “emocionante” posible, ensalzando, los valores familiares y la justicia poética (“el destino se encargará de implementar la justicia”). Ahora bien, los tonos varía de acuerdo a la escena y el personaje. Si lo vemos desde el punto de vista de Susie Salmon (Saoirse Ronan, hermosa, honesta y soberbia) se trata de una fantasía melancólica, con elementos típicos del Spielberg (no por nada es el productor ejecutivo) de Siempre e Inteligencia Artificial, dentro de un mundo (un tipo de Purgatorio donde las víctimas de Mr. Harvey esperan para ser liberadas) que podría haber sido diseñado por Tim Burton, o que evoca a Más Allá de los Sueños o las fantasías de las protagonistas de Criaturas... Si tomamos en cuenta la visión del personaje del siniestro psicópata compuesto por un irreconocible y extraordinario Stanley Tucci, se trata de un thriller psicológico, con componentes de M, El Vampiro de Fritz Lang (en ambos casos, también son pedófilos, pero ambos correctamente deciden no ser obvios en ese aspecto). Combinando ambos mundos, uno puede reconocer ciertos aspectos de la subvalorada La Celda (donde Jennifer López se metía dentro de la mente del asesino Vincent D’Onofrio). Pareciera, que a pesar, que el mundo de Susie tiene un gran despliegue técnico y visual, con imágenes realmente maravillosas, aunque también con algunas inclusiones desprolijas y torpes, uno nunca termina de meterse dentro o seguir maravillándose, porque la realidad (el cuento real) intercede, y como sucede con toda la película en sí cada secuencia es interrumpida y no termina por disfrutarse, desarrollarse y profundizarse a pleno, o al máximo. Hay demasiado personajes secundarios y demasiada subtramas. Para seguir con el análisis de los personajes, encontramos el melodrama familiar, la ruptura del matrimonio perfecto, los padres de Susie, y como esto afecta a los dos hijos menores. En este sentido, Jackson apela a caer en la telenovela lacrimógena. Ciertas situaciones no logran salirse de la solución banal y simplista. La actuación de Mark Walhberg como el obsesivo Jack, padre de la protagonista no ayuda y no resulta creíble, más allá de que el personaje tiene mucha profundidad y complejidad. Lo opuesto sucede con Abigail, la madre. Rachel Weisz se ve soberbia y cómoda en el rol, creíble, pero es un personaje injustamente dejado a un lado muy rápidamente. En este sentido, mucho más equilibrada está Susan Sarandon, como la borracha y extrovertida abuela de Susie. El problema surge que Jackson interrumpe el melodrama para incluir, una secuencia humorística descriptiva del personaje, que genera una doble sensación de incomodidad y desconcierto, al cortar el clima de forma tan abrupta por una secuencia tan simpática. Poco aporta la subtrama policial a cargo de Michael Imperioli, en un rol solvente. Y si todo esto fuera poco, no se deja de lado, la subtrama romántica, de cómo Susie perdió a su primer amor, su primer beso, su primer hombre. Entre la cursilería más básica y la ingenuidad, Jackson fuerza el relato para que este aspecto tampoco quede afuera. ¿Y acaso el resultado final no es un poco exagerado? Sí. Nada termina realmente por cerrar. O mejor dicho, se cierra de la manera más simplista y televisiva posible. Esta vez, Jackson, Walsh y Phillipa Boyens, no pudieron amalgar bien todos los aspectos que plantea la novela y el resultado es incompleto. Uno termina teniendo la sensación que podría haber visto más y mejor, si algunas escenas no fueran innecesariamente tan largas, solemnes y melodramáticas. Sin embargo, no se trata de un desperdicio. Jackson aprovecha para plasmar dos excelentes escenas de suspenso en la que el personaje del Mr. Harvey, gracias a la sutil gestualidad y transformación de Tucci logra mantener una tensión feroz. La persecución dentro de la casa a Lindsey Salmon (Ruth Connors en un excelente debut) es magistral, digna del mejor Hitchcock. Todas las secuencias que incluyen a Mr. Harvey son realmente lo mejor de la película. A nivel visual es irreprochable, desde la fotografía de Lesnie o el arte de Naomi Shohan (que además de crear el celestial mundo de Susie, reconstruye meticulosamente los años ’70 en los que sucede la historia) hasta la poética banda sonora de Brian Eno, o los efectos especiales se nota una meticulosidad y personalidad creativa por parte de Jackson. No faltan, además un cameo, ni el cartel de una novela adaptada en el pasado por su director. Lo que se puede leer como la firma definitiva que no se trata de un convencional trabajo por encargo. Personalidad Aun con sus falencias, la película transmite pasión y amor de los realizadores por su creación, por sus personajes, y por cada objeto, ninguno incluido azarosamente. Todos tienen una connotación narrativa y simbólica (por momentos demasiado simbólicas, subrayadas y obvias). Pero a pesar de todo, ese amor es transmitido al espectador, y solo un alma demasiado fría y aburrida no puede sentirse conmovida por la cursilería, la simpatía de este complejo rompecabezas, que no es más ni menos que un macabro cuento de hadas existencialista, que no elude el sermón, pero por otro lado irradia belleza y lirismo, por momentos impuesto, en otros auténtico. Desde mi Cielo es una obra de autor, personal, imperfecta, encantadora, que los seguidores de Peter Jackson, (aquel gordito con cara de nabo que se enfrentaba a espantosos extraterrestres, mientras que la materia gris colgaba de su cabeza), a pesar de todo, sabrán apreciar y admirar.
Parece que los años en que criticar las tradiciones religiosas y diferencias culturales se consideraba un tema tabú, pasaron a la historia. La Canción de las Novias, segunda obra de la directora y actriz francesa, Karin Albou (La Pequeña Jerusalem) usa como contexto histórico la invasión de los nazis en Túnez para explorar temas muy delicados dentro de la cultura de los países de Medio Oriente, como lo son las diferencias ideológicas, religiosas y culturales, y a la vez para criticar algunas prácticas ortodoxas, que aún hoy son comunes, y que implican costumbres misóginas, donde las mujeres terminan siendo víctimas de la sociedad. Túnez 1942, Myriam y Nour son dos amigas íntimas. Ambas tienen 16 años y sus padres quieren casarlas. Myriam vive con su madre Tita (la propia Albou), ambas emigrantes francesas judías, en un barrio pobre de la ciudad, mientras que Nour, su vecina, es hija de una ortodoxa familia musulmana. Sin embargo, esto poco influye en la relación de ambas. Túnez es una colonia francesa, y los tunecinos quieren la independencia. Tita es despedida de su trabajo como costurera, por lo tanto, necesita que Myriam se case con Raoul, un aristocrático médico tunecino judío para sacar adelante a la familia. Mientras tanto Nour quiere casarse con Khaled, su primo, pero su padre no aprueba el compromiso, porque el joven es desocupado. Cuando los nazis ocupan Túnez, Khaled trabaja como informante de la SS. Los nazis imponen un impuesto para que los judíos se queden en tierras tunecinas, por lo que solamente si Raoul lo paga por ellas, Myriam y Tita se pueden quedar, y eso solamente puede pasar si Myriam se casa con él. Al mismo tiempo, Khaled le llena la cabeza a Nour para que abandone a Myriam por ser judía. Más allá del retrato histórico, la directora explora el lavado de cerebro y la discriminación, nacionalidad, situación económico – social, religión y sexo. Sin salir del humilde barrio donde sucede la mayor parte de la historia, la asfixia, la iniciación sexual, la amistad son puestos en cuestión, a través de la demostración de ritos en forma detallada, que llevan al espectador a compartir el sufrimiento de los personajes. La tensión sexual y la pérdida de la virginidad impuesta por la sociedad, y sobre todo la falta de libertad e independencia de Túnez, sirven como metáfora de las restricciones a las mujeres con las de una ciudad sometida por dos bandos hegemónicos. La reconstrucción histórica es precisa pero no ambiciosa, sino moderada. No se trata de una superproducción histórica de Hollywood. La fotografía fría, oscura transmite ese clima asfixiante, que la directora efectivamente pretende recrear. El vestuario, es fundamental para entender la transformación de comportamientos de las mujeres, la importancia que tiene para definir cuando se rompen barreras sociales, y barreras generacionales. El pasaje de la chica a la mujer. La mujer que según, la cultura, debe convertirse en madre, esposa, súbdita de un hombre que no ama. Los climas son eficientes, la tensión constante, y la película alcanza tener un buen ritmo, la narración es atractiva y atrapante la mayor parte del relato, tratando de que la carga dramática no caiga en golpes efectistas de lacrimogenia fácil, mas sí tiene algunos puntos bajos, pero que no resultan forzados. Si bien en los últimos minutos toma una posición conciliadora un poco inverosímil, la película es una obra cargada de simbolismo que da pie a reflexiones y discusiones. Las interpretaciones de las jóvenes Lizzie Brocheré y Olympe Borval, como Myriam y Nour respectivamente, elevan el nivel de la película de Albou.
Oportunismo mediante, el veterano director Garry Marshall ¡vuelve al ataque! Es verdad que nadie puede ir con muchas expectativas a ver una nueva comedia romántica del director de Mujer Bonita, Frankie & Johnny, Novia Fugitiva y creador de exitosas series como Laverne y Shirley (interpretada por su hermana, la directora Penny Marshall) Días Felices (con un joven Ron Howard, otro futuro director) y Mork & Mindy (que dio a conocer a Robin Williams) entre tantas otras comedias y series. Pero es verdad, que se trata de un director muy irregular, cuyo principal público generalmente es femenino, y que de vez en cuando, gracias a algún guión medianamente inspirado, puede hacer una comedia simpática y pasatista, sin demasiadas pretensiones, que se deja ver. Tras apuntar dos veces hacia el público infantil con Los Diarios de la Princesa, Marshall había tenido una gran recaída con Las Reglas de Georgia con Jane Fonda y Linsday Lohan. Con Día de los Enamorados, su intención es emular a Realmente Amor de Richard Curtis, pero en vez de Londres, el destino como es habitual en su cinematografía, son Los Angeles. En primera instancia uno creería que se trata de episodios aislados uno del otro, al mejor estilo Paris, Je Taime o la inédita en Argentina, New York, I Love You. Pero pronto uno se va dando cuenta, por suerte, que hay mayor consistencia en la narración, coherencia estética, dinamismo que un film compuesto solo por cortos. Eso no significa que todas las pequeñas historias y todos los personajes tengan la misma cuota de profundidad y elaboración. Como dice el título, se trata de un film coral que sucede durante todo el día de San Valentín. Partiendo del personaje de Reed (Ashton Kutcher) que le propone casamiento a su novia (Jessica Alba) y siguiendo con el relato de un periodista deportivo que debe cubrir historias de parejas en la calle (Jamie Foxx), una gimnasta que trabaja como secretaria de una agente deportiva y atendiendo llamadas hot al mismo tiempo (Hathaway), cuyo conservador novio no sabe como impresionarla (Topher Grace). O una maestra (Jennifer Garner) que quiere buscar a su novio a San Francisco, pero no sabe que él tiene un secreto; un chico que quiere encargar flores para una “chica” del colegio; una pareja que busca debutar sexualmente o el episodio más superficial, el de una capitán del ejército (Julia Roberts) que vuela regresando a su casa, en compañía de un hombre solitario (Bradley Cooper). Y si les parecen muchos personajes, solo se trata de la mitad. A medida que va avanzando la película, las historias quedan como anécdotas de otras más grandes, y todas de alguna manera terminan relacionándose unas con otras, ya sea por conexiones entre los personajes o mera casualidad espacial (un hotel, un restaurante, la escuela). Previsible, estereotipada, repleta de clisés, lugares comunes, y por supuesto… muy cursi, obvia, con diálogos y frases hechas, que figuran en todas las películas románticas estadounidenses desde los años ’50 hasta ahora, Marshall, sin embargo nunca trata de esconder estas “fallas”. Es totalmente conciente de lo que hace. Es así como por momentos, el guión se burla de lo previsible que resultan las acciones de los personajes (aparece un gran comediante secundón como Larry Miller para darle énfasis) se burla de los estereotipos, al tiempo que no deja alguno afuera… y por supuesto, cuanto más cursi es, más efectivo. Sin demasiada originalidad, a pesar de todo, la película resulta… simpática. Algunos gags son muy divertidos, otros no tanto, otros aburren… Aún así resulta atractiva, más allá de que uno vaya acertando media hora antes que termine la película, quien se queda con quien. A diferencia de otros films del director, y es en este punto, donde guarda las mejores semejanzas con Realmente Amor, Día de los Enamorados, no se recurre a golpes bajos o momentos lacrimógenos elementales y sobreactuados. Se puede decir, que cuando el film se pone meloso y sentimentalista, que pareciera que se empieza a agotar, repetirse o ser monótono, concluye. Marshall sabe ponerle ritmo y punto final a la narración, y acierta en el timing humorístico. Si bien, no está a la altura estética, narrativa o interpretativa de la película de Curtis (aunque la homenajea con un afiche de fondo en una escena), aun cuando esta tampoco es “la” gran película (esta un poco sobrevalorada), cumple con la intención de entretener por un rato, en compañía de la media naranja de cada uno. Visualmente Marshall nunca fue demasiado inspirado, y tiene un tratamiento invisible con la cámara y fotografía, legado de sus años como director televisivo. La música de la película, fluctúa con temas románticos clásicos desde el gran Glenn Miller hasta la joven Taylor Swift, también interprete de un pequeño personaje. Dentro del elenco, los actores logran destacarse en la medida que sus personajes le dan lugar para que tengan mayor o menor participación dramática y narrativa, o según la complejidad de los mismos, en la medida le van sucediendo contratiempos. No debería sorprender entonces que sea Ashton Kutcher el más destacado dentro de un elenco de figuras “importantes”, ya que su historia, además de servir como nexo con las otras, es la más compleja (y a la vez más clisé). En ese sentido Jennifer Garner, también logra destacarse. Hathaway, Queen Latifah, Jessica Biel y Jamie Foxx, cumplen efectivamente sus roles. Desaprovechados resultan Shirley MacLaine (solo se ve justificada su participación como un homenaje a su trayectoria), Hector Elizondo (participante de todas las películas de Marshall), Kathy Bates, en un rol muy menor, Bradley Cooper y especialmente Julia Roberts. Quizás lo más disfrutable de la película se encuentre en algunos detalles secundarios como una sutil crítica a la vida de Los Angeles, la dependencia de la clase media y alta a los blackberry, los bluetooth y el Facebook. Marshall es un director de escuela clásica que no inserta montaje videoclipero, efectos especiales, violencia o drogas para darle un toque contemporáneo. Las referencias sexuales y de homosexualidad son sutiles también, como para no molestar a los ancianos conservadores, pero tampoco para ser acusado de discriminatorio. O sea, un ejemplo perfecto de lo que es ser “políticamente correcto” en el cine estadounidense. Lo más desilucionante, personalmente hablando, fue no ver un reencuentro (ni siquiera un cruce de miradas) entre Kutcher y Grace dentro de la película (ambos participaban de la serie That 70s Show) o Patrick Dempsey y Eric Dane (compañeros de Grey’s Anatomy). Aunque no falta el típico cameo de Marshall, y casi al principio también hay una sorpresa. Se trata de una película más, efímera, rápidamente olvidable. Quizás la opción más obvia del domingo por la tarde.
Es realmente satisfactorio, de vez en cuando, ver en pantalla gigante un trabajo visual realmente meticuloso, armado, plástico. Es un placer para los ojos tener frente a uno, paisajes increíbles fotografiados de forma soberbia, con calidad pictórica, sentido artesanal, sin necesidad de tener que retocar la imagen en post producción o agregarle efectos visuales. Tomarnos el tiempo, esculpir en el tiempo, como decía Tarkovski para entender como está compuesto un cuadro. La naturaleza nos provee escenarios increíbles, que por suerte artistas de gran talla partiendo de maestros como Kurosawa o Herzog han sabido aprovechar para nutrir a sus relatos de una belleza incontenible. A veces el paisaje provee la idea de qué filmar, a veces la cultura, a veces los integrantes de estas comunidades, sus costumbres, ritos, mitos… Abundan ejemplos de este tipo de cine en latinoamérica y pareciera que tenemos mejores directores de fotografía que narradores. Por más que todos estos elementos estén presentes en las películas, a veces las narraciones no fluyen. Los directores apelan al minimalismo de forma vaga y obvia, o critican costumbres desde una óptica burguesa, convirtiendo historias mínimas, en telenovelas rurales orientadas a un público masivo lacrimógeno. La fama adquirida es una falacia construida sobre la base de hacer un cine social hipócrita, que triunfa más afuera que adentro, que impacta sobre un público urbano, pero que los integrantes de dichas sociedades expuestas, no encuentran la identificación que los realizadores pretendieron filmar. Y así es como ponemos en un pedestal a realizadores sobrevalorados como Iñarritú, Cuarón, Reygadas o Plá. Todos ellos no niego que sean talentosos, pero a veces las imágenes que resultan tan llamativas y atractivas para cierto público no se asocian con la realidad. No niego que la primera vez no me haya cautivado ver Amores Perros o Japón, pero fue con películas que no llegaron al cine y recurren al golpe bajo, el sentimentalismo e imágenes demasiado elaboradas para una narración no demasiado sólida como El Desierto Blanco de Plá o Noticias Lejanas de Ricardo Benet… Digamos que estas películas me hicieron un poco abrir los ojos y ver que hay detrás de una excelente fotografía y una gran puesta en escena. Y fue desilucionante no solamente no encontrar mucho, sino que todas se empezaban a parecer de una forma u otra. Bueno, lo que suele pasar con el cine estadounidense a fin de cuentas, sea de estudio o “independiente”. Pero Los Viajes del Viento, segunda obra del joven Ciro Guerra es un notable descubrimiento, una verdadera sorpresa que logra evadir los lugares comunes del cine social latinoamericano, sin por eso perder una cultura latinoamericana. Planteada como una road movie, la película parece deberle más al cine de Sergio Leone o de Glauber Rocha que a algún cineasta latino contemporáneo. Quizás se podría buscar simetrías con la propuesta de Albert Serra, Honor de Caballería, pero con mayor sentido de la estética, menor pretensión hacia la polémica y por supuesto mejor trabajo en la dirección de actores, perfil de personajes y profundidad dramática, porque aunque no lo parezca esta historia le debe mucho al cine clásico o a los westerns, no solo de Leone, sino de Ford y Hawks. Ignacio Carrillo (el músico Marciano Martínez) es un acordeonista juglar retirado en un pueblo muerto del norte de Colombia. Tras la muerte de su esposa decide cumplir una vieja promesa de un día para el otro: devolverle el acordeón que lo acompañó toda su carrera a su maestro, que lo construyó. A galope de mula, Carrillo parte lentamente a la aventura. Pronto a empezar el viaje se cruza con Fermín, un joven aspirante a músico que pretende que Carrillo le enseñe a tocar el acordeón. A cambio, él le hará compañía y le servirá para lo que necesite en el viaje. Ignacio es hosco, resentido, soberbio, pero acepta la compañía. Fermín lo acompañará a pie por desiertos, bosques, playas y montañas para que pueda concebir su fin. El viaje demandará algunas vicisitudes, para conseguir comida, Carrillo tendrá que enfrentarse a otros juglares, y se entablarán duelos que remiten tanto a la Edad Media como al lejano Oeste. Mezcla de película de aventuras y narración de contemplación, lo que se destaca de la película es la austeridad de los personajes, que nunca pierde su tono, elementos absurdos y fantásticos que aparecen de manera sutil. Guerra junto con el excelente fotógrafo Pablo Pérez, y una gran banda sonora, logran generar un clima tenso, reflexivo, atrapante y cautivante en las imágenes. La narración integra temáticas típicas del género, como las desavenencia entre dos generaciones, el maestro desencantado y el aprendiz esperanzado, idealista. El clima es el tercer protagonista, el viento está presente en todos los planos, el calor como enemigo. Y eso influye también sobre los personajes que encuentran en el camino. Pero, sin duda lo que más se palpa, son las huellas de El Quijote de Cervantes, sin el sentido del humor, por supuesto, pero en lo estrictamente superficial, la relación de Fermín e Ignacio guarda similitudes con la obra del escritor español. Dos almas varando por el desierto con una misión en apariencia maldita. La figura del diablo está latente en cada detalle, desde los mitos narrados por los personajes que aparecen en el camino hasta los cuernos del acordeón. Es cierto, que a pesar de tantas aventuras, la solemnidad y falta de humor en el relato, terminan realentando la historia y por momentos, a pesar de subyugarnos a la fotografía, la película se hace un poco monótona y repetitiva. Es razonable pensar que le sobren por lo menos 15 minutos de metraje. Mas, Guerra, evita caer en la melosidad, sentimentalismo y dramatismo telenovelesco. Logra mantener una distancia prudencial de las emociones fáciles, y en cambio se contagia de la frialdad del antihéroe. Es probable que ya hayamos visto esta película antes, pero es un orgullo que dentro del cine latinoamericano se pueda encontrar una obra con identidad latina, identidad cinematográfica, deleitable fotografía, y creíbles interpretaciones (la pareja protagónica es soberbia). Las habrá mejores, sin dudas, pero si empezamos con el juego de las comparaciones, Los Viajes del Viento, saca leguas de distancia a la mayor parte del cine latinoamericano actual. Esperemos que no se la lleve el viento…
La ley de la incoherencia. Hay dos formas de hacer un film de acción clase B. La primera, siendo conciente de lo que estás haciendo y virar hacia lo bizarro, exagerado, inverosímil, pero tomarlo como estética, como parte del chiste del “vale todo”. Dando a entender al público que tu intención es hacer pasar un momento entretenido, sin demasiadas pretensiones y nada más. Pongamos como ejemplo a Robert Rodríguez, sin duda el mejor ejemplo contemporáneo en el tema; Roland Emmerich, el descendiente del cine catástrofe… Incluiría a Tarantino, pero, ya va más allá de lo bizarro, traspasa la barrera del cine de culto y ya se convierte en un director “importante” de la industria. Las películas de John Woo, por ejemplo, son estilísticas, tienen un lirismo y un sentido personal del ritmo. Son poesía y acrobacia pura. No importa cuan malo sean los guiones. John Woo es arte y se le debe perdonar hasta Operación Cacería. Pero están los que se creen que están haciendo algo más que una película de acción clase B. Los pretenciosos que realmente creen que con su película van a causar polémica, y que lo que hacen, con cero inspiración o pretensión artística y autoral, va a resultar un éxito. Son directores que hacen películas que fácilmente se confunden en estilos y narraciones con otras. Algunas de estas películas de acción, terminan siendo efectivos entretenimientos, porque más allá de los estereotipos, logran ser creíbles, verosímiles dentro del universo creado. Otras nunca deberían haberse hecho. F. Gary Gray ha entrado en el mercado de los directores invisibles. Bien uno podría confundirse a esta altura a Gray con Andrew Davies. Nadie niega que ambos tuvieron en su momento, un par de películas de acción y suspenso efectivas. ¿Pero se los puede acaso diferenciar en estilos, temáticas o rasgos personales.? No. Gray hace viene tiempo errándola. Su última película Be Cool, la “segunda parte” de El Nombre del Juego era una comedia sin humor, lugares comunes tras lugares comunes, golpes de efectos mil veces visto… Se puede perdonar, anteriormente, dos thrillers apenas entretenidos e interesante como El Mediador y La Estafa Maestra. Pero Días de Ira se trata sin duda del peor paso en falso de este, en algún momento, prometedor director. Clyde (Butler) tiene esposa e hija. Es inventor. Una noche le golpean a la puerta, él atiende y dos hombres entran, lo atan, lo apuñalan a él y la esposa, uno de ellos, la viola. Después, mata a la hija frente a los ojos de Clyde. Tiempo después, no se sabe ni importa como, ambos criminales son enjuiciados: el implacable fiscal Nick Rice (Foxx) hace un trato: uno de los asesino confiesa e inculpa al otro: el primero (el más cruel) es condenado a 5 años, mientras que el otro, tendrá la pena de muerte. Clyde quiere justicia equitativa. 10 años después ejecutará una oleada de venganza que empezará con los asesinos y tendrá como objetivo hacer caer todo el poder jurídico de Estados Unidos, especialmente contra Nick, quien se convirtió en el Fiscal de Filadelfia, y va a tratar de seguir el juego de Clyde e impedir que siga matando para vengarse de la “justicia”. Planteada como una suerte de película de Steven Seagal combinada con la saga de Bourne y algo de la serie La Gran Estafa, la película busca ser un thriller convencional con película de venganza con drama jurídico y sale perdiendo en cada área. El problema en principio no parte directamente de Gray, quien logra impostar cierto suspenso en momentos claves de la historia, pero sí del guión. Más allá de tener los mil y un lugares comunes, clisés, estereotipos, diálogos obvios pretenciosos y grandilocuentes (solo falta que Clyde diga: ¡Esto es Esparta!), los típicos juegos de “¿quién es el asesino?” (que tanto odiaba Hitchcock), situaciones previsibles, correcciones políticas, etc, etc, etc, la película es completamente inverosímil en su estructura y linealidad. Los personajes están realmente pobremente escritos, no hay complejidad de ningún tipo. Los cambios en los personajes son abruptos, ininteligibles, y lo peor, es que pretenden que el espectador se crea cada estupidez que va sucediendo. Acá el guionista Wimmer subestima la inteligencia de los personajes, del espectador y del pobre actor que hizo el esfuerzo por hacer creíble un guión que no tiene pies ni cabeza y se contradice constantemente en el mensaje. Si en algún momento, me parecía que la película podía dejarse ver, al menos como mero entretenimiento por cable, en el final con dos vueltas de tuerca, que pretenden provocar sorpresa en el espectador, terminan por confundir por la incoherencia temporal típica de los cánones del peor cine hollywoodense. No se puede pedir explicación a semejante final, a no ser que en diez años vivamos en el planeta Vulcano. Días de Ira (título que ayuda a confundir más al espectador desprevenido) se enrosca en una serie de subtramas que nunca terminan de congeniar, personajes secundarios que quedan dejados al margen incomprensiblemente (como el detective que interpreta el gran actor irlandés Colm Meany, totalmente desaprovechado), complots político risibles, explosiones, escenas de mutilación… ¿De que estamos hablando? ¿El Juego del Miedo con novela de John Grisham y El Vengador Anónimo? Al menos, Gray se mantiene fiel a una estética noventosa y no sobrecarga la pantalla de efectos visuales videocliperos o publicitarios a lo Tony Scott o Michael Bay. Pero si hubiese detrás de cámara un director que no se tomara muy en serio su rol, la historia que debe plasmar en pantalla, y tuviéramos delante a un dúo actoral con mística y química, podríamos decir que al menos nos divertimos. Pero F. Gary Gray pareciera creer que realmente está haciendo la remake de Pecados Capitales. Es cierto, que la película comparte puntos en común con El Mediador (hacer justicia desde medios poco ortodoxos) pero en ésta, la tensión no era interrumpida por giros tan inverosímiles; Samuel L. Jackson y Kevin Spacey creían en sus personajes. Gerard Butler, en cambio demuestra nuevamente que quiere seguir los pasos de Stallone o Seagal (no tiene carisma ni para la comedia, aunque lo intenta) como (anti)héroe del cine de acción, pero ni siquiera llega a ellos. Y obviamente, está muy lejos de un Charlie Bronson. Foxx es un desconocido. Tras interesantes interpretaciones en Ray, Colateral o El Solista, hace traspié con un personaje que no entiende desde los primeros minutos, y termina siendo demasiado contradictorio al final. Terminada la función, más que Días de Ira, tuve Un Día de Furia. Pero, ¿Por qué preocuparse tanto? al fin y al cabo es otra mediocre película de Hollywood, como habré visto, y veré tantas en mi vida.
Hace dos años tuve el beneplácito de asistir a la función de apertura del 23º Festival Internacional de Cine de Mar del Plata, donde se exhibió Vivir al Límite, con la presencia de Kathryn Bigelow, su hermosa directora. La película venía de haber ganado varios premios en Venecia y empezaba a tener un interesante recorrido por festivales internacionales, pero no había encontrado, hasta el momento un distribuidor dentro de los Estados Unidos para estrenarla comercialmente. Esta ironía, permitió que debamos estar hablando de la película ahora, y no hace un año. Llámenme visionario o simplemente un cinéfilo experimentado, pero ni bien terminó la proyección sabía que tanto la película como su directora, y su protagonista (James Renner) estarían nominados al Oscar con todas las cartas a favor. Definitivamente no soy adivino. Vivir al Límite es un relato soberbio, atrapante, potente, intenso. Tuve una ola de sensaciones encontradas, cuando terminó dicha función. Una apertura más que digna. Todavía sentía la adrenalina de la guerra en mis venas, días después de asistir a tal evento. Decidí volver a mirar la película antes de su estreno comercial local, para brindar a esta crítica una visión más contemporánea y probarme a mi mismo, si dichas sensaciones habían estado relacionadas con el contexto en que miraba la obra, tras un día de muchas corridas y emociones en el Festival (hacía dos horas había estado a metros de la Presidenta de la Nación) o si realmente, la película misma tenía esa potencia contagiosa, que al salir de la sala, sentís esa necesidad de acción por la que pasa el protagonista. La primera impresión no fue errónea, Vivir al Límite, es adrenalina pura. Pero más allá de eso, se trata de una película con una meticulosa puesta en escena. No voy a repetir su argumento, ni hablar de los aspectos que ya han comentado mis colegas de forma tan completa y soberbia. Pero en esta segunda mirada, me he dado cuenta que el punto de vista de la cámara nunca es arbitrario ni invisible, como sí lo son la mayoría de las películas bélicas, y por supuesto un 90% del cine estadounidense. Bigelow encara la película desde puntos de vista estratégicos, militares. Ya sean planos muy cortos, como la de compañeros de batallas, pegados unos a los otros, como de francotiradores espiando desde edificios aledaños. En cierta forma, no sería muy alejado definir, que el 80 % de los planos parecen subjetivas o falsas subjetivas. Y lo más interesante, que ha generado debate, es donde se ubica la directora a nivel ideológico. Bigelow decide no ceder ante los típicos panfletos moralistas anti o pre belicistas. No se trata a los árabes como “víctimas” del ejército estadounidense, lo cuál se podría llegar a ver como una visión xenófoba, sino fuera, que es sabido que los hombres bombas, existen realmente, pero tampoco como “enemigos”. Son vecinos, implicados en la guerra atacando a los soldados, esto no los convierte en los “malos” sino en otro tipo de soldados. A medida que avanza el relato se irá viendo, que el antagonista es invisible. Es un cuerpo, un tirador, un punto a la distancia. El verdadero antagonista de nuestro antihéroes es la adicción a la violencia y a la guerra. El hecho de “buscar un enemigo” es lo que “mueve” a este grupo de soldados, que no se satisfacen con desarmar bombas y vivir como si no hubiese un mañana. Detrás del aspecto frenético, detrás del thriller y la tensión manejadas con un pulso de hierro, ayudadas por elementos extranarrativos como la excepcional fotografía, la edición, la banda sonora, el meticuloso uso de efectos de sonido y visuales que, en ningún momento son demasiado excesivos para sobresalir, sino que acompañan fielmente a lo “que” se quiere contar, detrás de todo eso, se encuentra un análisis psicológico sobre el estado mental del soldado, de vivir pendiente de un movimiento, de un paso, del cruce de palabra con un campesino, de la fauna, del viento, y el aire. La paranoia, la necesidad de luchar, aunque sea con el compañero de habitación, de jugar un video juego violento. Sin caer en debates misóginos, Bigelow demuestra que a pesar de lo que aparentan ser, estos soldados, son hombres “normales”, tienen familias en las que pensar, tienen metas, tienen sueños, son torpes, tienen miedo, dudas morales. En medio de tales reflexiones, en los tiempos muertos, donde lo único que los protagonistas deben hacer, es al igual que en Soldado Anónimo de Sam Mendes, esperar a que salga la próxima misión, nunca decae el ritmo o el interés de espectador. Estéticamente se trata de un film crudo, y real, con referencias más al documental que al video clip o la publicidad, que suelen hacer los hermanos Scott. O sea, sin duda, no tiene la iconografía fashion, y explosiones realentadas y exageradas de La Caída del Halcón Negro. En este sentido hay mayores similitudes con la película argentina Iraquí Short Movies de Mauro Andrezzi. La estructura de Vivir al Límite no es convencional. No hay una meta final, aunque sí bastantes simetrías clásicas. Bigelow acierta en elegir un elenco tan desconocido como extraordinario y de pocas pretensiones. No solamente, por la calidad de las interpretaciones (el trío Jeremy Renner, Anthony Mackie, Brian Geraghty) sino como bien dijo ella, esto provoca, que el espectador nunca sepa quien va a sobrevivir o quien no. Este recurso introducido por el maestro del suspenso Alfred Hitchcock en Psicosis o Wes Craven, en Scream, sirve para acrecentar el carácter de sorpresas que surgen minuto a minuto. Es realmente imposible imaginar lo que va a suceder de una escena a la siguiente. Lo cierto es que a medida que avanza la película, se empieza a parecer como viaje a los lugares más oscuros del alma humana: ya no impactan tanto las escenas de acción en sí, sino las decisiones de los protagonistas. En este sentido guarda similitudes (inclusive visuales) a películas bélicas como Pelotón, Apocalipsis Now, Nacido para Matar o Pecados de Guerra. Con respecto a las películas sobre la guerra de Irak, podríamos trazar similitudes con Red de Mentiras (en realidad fueron filmadas al mismo tiempo) y especialmente con la subvalorada Redacted de Brian De Palma (en la misma línea que Pecados…), aunque mientras que De Palma es juez y verdugo de los soldados, Bigelow decide no tomar un posición política, sino tener en consideración el factor humano, quizás poner ciertas esperanzas en algunos soldados, y que el juicio lo saque el espectador. Decidir posar sobre un escuadrón antibombas el relato es refrescante y riesgoso, mas no novedoso. En 1959, Robert Aldrich, realizó Diez Segundos al Infierno con Jack Palance, donde un comando debía desactivar las bombas que no explotaron durante la Segunda Guerra Mundial en Alemania. En dicha película también se analizaban los traumas los soldados, desde un punto de vista depresivo, solitario, psicológico. La guerra como una droga que no se puede dejar. El suicidio no es una opción, sino una meta inconsciente. Se puede decir, que la diferencia entre aquellos que se inmolan con fines “religiosos” y los desarmadores de bomba que arriesgan su pellejo, pero a la vez disfrutan lo que esa tensión les genera, se da en la medida de la conciencia que cada uno tiene, de que su “misión” lo llevará indefectiblemente a la muerte. El teniente Will James al final, parece saber lo mismo que el personaje de Woody Harrelson en Tierra de Zombies: si uno es bueno para algo, lo sabe y lo disfruta, debe seguir haciéndolo, sin importar que su vida corra peligro, o lo que piensen sus familiares y amigos. Esa es la adicción a la violencia a la que remite Bigelow. Vivir al Límite tiene lo mejor del género bélico (incluso comparable con Rescatando al Solado Ryan), cuotas de suspenso y tensión soberbias, escenas de acción magistralmente planteadas y llevadas a cabo, un elenco excelente interpretando personajes creíbles y complejos. Puede ser que algunos diálogos sean un poco obvios y subrayados, pero no se puede pedir la perfección en una obra tan completa. Esta segunda mirada me da pie a volver a resaltar, aquello que tanto me había gustado la primera vez que la vi. Y aunque no me sorprendí de los giros narrativos (el factor sorpresa es fundamental para seguir atrapado) a la salida, volví a sentir esa emoción y adrenalina en la sangre. Un triunfo para Bigelow, una directora excepcional. Esperemos que el próximo 7 de Marzo, se haga justicia, y la Academia de Hollywood premie esta obra personal, que empezó de forma muy independiente y terminó a lo grande. Es hora de despojar al rey (irónicamente, su ex marido) del trono, que la reina asuma su posición y se terminen los prejuicios e hipocresías.
Los cadáveres y los funerales pueden ser motivo de risa. No es novedad. Los Monty Python han sabido nutrirle humor a un funeral y el cine estadounidense más banal también. Desde Fin de Semana de Locos (1989, y su secuela en 1993) hasta el reciente éxito Muerto en un Funeral, se ha sabido aprovechar de los cadáveres, para crear gags, y a veces para generar reflexiones sobre la vida, y sobretodo, los vivos; así mismo de tratar de responder cuestiones filosóficas, existenciales y/o religiosas como la demostró también, la recientemente estrenada, Final de Partida. Ganadora en el rubro “Mejor Película” de la Competencia Oficial Internacional del último “Festival de Cine de Mar del Plata”, Cinco Días sin Nora, sorprende por las diferentes capas que la joven directora y guionista, Mariana Chenillo explora, dentro de lo que aparenta ser, una banal comedia de enredos. José llega a la casa de su ex mujer, Nora, para traerle comida, y la encuentra muerta. Dicha circunstancia lo apena, pero a la vez trata de solucionar el “problema”, lo antes posible. Llama a su hijo para que ayude a organizar el entierro. Sin embargo, Moises, quiere seguir con las tradiciones de la religión judía, de la que Nora se había vuelto muy practicante en los últimos años, y cumplir los últimos designios de su madre. José, que es abiertamente ateo, acepta, sin demasiada gana. El problema surgirá cuando tiene que enfrentar dos inconvenientes: primero, no la puede enterrar en el día, porque es Pesaj (Pascuas judías) y después viene el sábado, por tanto el cementerio está cerrado y deben esperar 5 días , y segundo, como Nora se suicidó, los cementerios se niegan a enterrarla porque se considera “pecado” al suicidio. José intentará acudir a un servicio católico, por lo cual, se enfrentará a la familia y amigos. Como si fuera poco descubre, secretos de Nora, que desconocía. Con mucho ingenio, Chinillo crea un micromundo de personajes originales e identificables, divertidos, amenos, costumbristas, pero sin caer en un humor burdo, satírico u ofensivo. Todo lo contrario, ofrece una pintura de costumbres y tradiciones que se oponen, crítica los extremos, pero nunca les falta el respeto, por lo que la película se puede decir que es “políticamente correcta”. Los gags son creíbles siempre. Además el retrato familiar es preciso en detalles, por ejemplo, como encarar a los nietos. Más que nada, la directora, en su ópera prima da pie para reflexionar, acerca del pasado, del presente, de los recuerdos y viejos amores, del tiempo y la falta de oportunidades para reincidirse, pedir perdón, pero nunca cayendo en lo obvio o lo reiterativo, ni lo redundante. Y sobretodo, sin intención de caer en momentos cursis o de emoción fácil. Como si fueran un pequeño viaje por el alma de José, por los ánimos, por la forma de entender el cambio que significa este momento de su vida, o de la vida de cualquiera, cuando se da cuenta, que no va a tener a “esa” persona para el resto de su vida. Chenillo acierta en aplicar un tono denso, cuotas exactas de humor negro, y situaciones que bordean el ridículo, con una ironía amable, nunca mal intencionada. Si bien, los momentos más delirantes del comienzo, derivan en reflexiones más profundas y dramáticas del protagonista, y la película decae un poco en ritmo, se puede decir, a favor, que la directora aprovecha un elenco soberbio, especialmente, el protagonista, Fernando Luján, en quien se posa, y del que solo alcanzan una pocas miradas gachas y oraciones pausadas para entender el dolor que siente por dentro y que no se anima a mostrar. El resto del elenco se destaca tanto en la comedia, como en los momentos más sentimentales. A pesar de ser una comedia con pretensiones populares, Cinco Días sin Nora, da lugar a discusiones acerca de los valores familiares, la separaciones, y los amores frustrados en la tercera edad. Si bien no alcanza, (ni tampoco pretende) encontrar un nivel de solemnidad y reflexión existencialista acerca de la vida y la muerte, como lo haría Bergman, Chenillo se acerca cinematográficamente, al cine del argentino Daniel Burman, e inclusive visual y narrativamente comparte puntos en común con Esperando al Mesías. Con una puesta de cámara muy prolija, meticulosos planos fijos, fotografía oscura, con excelente combinación de colores, que dan un tono de zepia melancólico, como si fuera el amanecer triste tras el fallecimiento de un ser querido, y un montaje más lento que los cánones estadounidenses; Chenillo, se suma a una nueva generación de cineastas mexicanos como Carlos Reygadas, Amat Escalante o Fernando Eimbecke, quienes a diferencia, de los comercializados, publicitarios y videocliperos, Iñarritú, Del Toro o Cuarón, se nutren más del cine ruso, tomando como principal referencia, al maestro Tarkovski, que modelos más contemporáneos y fantásticos, como lo hace el segundo grupo citado. Es que a veces, detrás de las pequeñas historias familiares (Chenillo admite que se trata de una anécdota autobiográfica), se oculta la inspiración para crear un guión creíble, fresco, divertido, amargo, ameno, reflexivo, y que sumado a una intuición plástico / estética, cinéfila, que no se deja influir por modas kitsch o los trucos de los programas de post producción, termina dando por resultado una más que agradable, agridulce y original obra, de la cual se puede aprender mucho, cinematográficamente hablando. Es cierto, que quizás, a comparación de otras películas, incluidas dentro de la Competencia Oficial del “Festival de Mar del Plata”, como las comedias negras y dramáticas, A Room and a Half de Andrey Khrzhanovsky, o Life During Wartime, del siempre polémico y cínico, Todd Solondsz (ambas comparten puntos en común con Cinco Días… pero son más extremas y “jugadas” en el tratamiento narrativo y visual, y más críticas en lo que respecta a los valores familiares, sociales y religiosos) o la argentina, Vikingo de José Campusano, Cinco Días sin Nora, está (a gusto personal) unos escalones más abajo. Sin embargo, es inobjetable el talento que reposa en la joven directora, y que al tratar de hacer una película, que combina de una forma tan equilibrada, cine de autor, la comedia, el drama, el costumbrismo y las tradiciones, con ciertos tópicos del cine popular, dejando incluso, pie a la reflexión, los premio y reconocimientos, terminan siendo completamente merecidos.