¡Solo falta Sean Connery! Desde el megaéxito que significó Shrek (2001) para Dreamworks Animation, dicho estudio se convirtió en la competidora natural de la dupla Disney / Pixar en cuánto películas generadas por animación CGI. Sin embargo, descartando las secuelas de las aventuras del ogro verde (bastante pobres cinematográficamente hablando, menos original, y divertida que la precursora), las siguientes películas de Dreamworks Animation, estuvieron lejos de llenar las expectativas artísticas, narrativas y financieras, mientras que Pixar siempre se mantuvo a la cabeza del cine animado. ¿A que se debe este fenómeno? En principio, a que el estudio liderado por Katszeberg, Geffen y un tal Spielberg, apunta sus dardos a un público infante, debido a sus “tiernas” historias, su humor y complicidad más básicas, pero a la vez, el humor en doble sentido, los chistes localistas y contemporáneos, sumado al “enganche” de poner voces de actores famosos como protagonistas, atrae multitudes… pero solo al principio. Porque, las historias terminan siendo menos inspiradas que las de Pixar, dejando de lado cualquier tipo de metáfora o sutileza para dar el mensaje más obvio y subrayado… además de visto, previsible, al final lleno de clisés y lugares comunes. No por esto, dejan de ser simpáticas, entretenidas y atractivas, pero no al nivel de Pixar. Mientras que el equipo liderado por John Lasseter se inspira en el cine del maestro de la animación, Hayao Miyazaki (vean el trailer de Toy Story 3 y compruébenlo), lo de Dreamworks se asemeja más a un sketch de Saturday Night Live. Por último está la competencia visual. No hablo del 3D, que ahora lo utilizan todos, sino de la animación en sí, que no tiene la calidad, la belleza visual, el lirismo pictórico de las películas de Pixar. Las formas, los colores, los movimientos, siguen siendo muy duros; no viven, no respiran con independencia. Sigue pareciendo una animación convencional en el fondo. El sonido no vibra, no vive, no asombra en detalles o meticulosidad como Pixar. Personalmente, me había cansado de Dreamworks y sus fábulas animadas, especialmente después de pobres productos como El Espantatiburones o Madagascar y su tonta secuela. Veo monotonía y repetición en sus guiones. Como Entrenar a Tu Dragón, es probable que dramáticamente no difiere demasiado de otras películas animadas, pero es cierto, que supera a todos los ejemplos anteriores. En primer lugar, no usa el humor como principal atractivo. Al situar la acción en tiempos vikingos, los creadores, logran evadir la inserción de personajes “cancheros” o “humoristas stand up”. No usan terminologías modernas, y tratan de limitar el campo de acción. Por suerte, no apelan a agregarle voces a los dragones. La relación humanos / dragones, se trata de una metáfora sobre la domesticación animal; resulta ”realista” esta relación. Si retrocedemos en el tiempo y buscamos otras películas infantiles con estas criaturas mitológicas (no incluyo El Reinado del Fuego), como Mi Amigo el Dragón (de Disney) o Corazón de Dragón de Rob Cohen (con Dennis Quaid y la voz de Connery como Draco), encontramos la típica subestimación del público, para generar mayor empatía con los más chicos. La película, dirigida por los creadores de la subestimada de Lilo & Stitch (pobre en su concepción pero divertida y poco pretenciosa en su realización) tiene méritos independientes de las demás producciones Dreamworks. Si bien, a nivel narrativo acude a algunos estereotipos y lugares comunes en la caracterización de personajes como que el protagonista sea el típico “nerd” que va a contracorriente de los deseos de su padre, un cazador de dragones, y de la comunidad, el “chico raro” de la clase, también vale destacar, que no existe el típico villano, malvado de turno. Hippo, el protagonista, debe mostrar a su comunidad (y especialmente a su padre) que los dragones no son malos. Que pueden domesticar, y puede haber una convivencia pacífica entre humanos y ellos. Por más peligrosos que sean, son lo hacen para defenderse y tienen la meta de robar ganado, para dársela a la “reina” como tributo para que no se los coma. Pero sus directores, más allá de que terminen endemoniando a dicho súper dragón, no se apartan demasiado de la línea principal de la historia, y el mensaje rector: dejar de lado tradiciones supersticiosas, abrir la cabeza y la mente a otras comunidades, conocerlas para convivir y no atacarlas porque parecen peligrosas (es probable que Bush no lea eso). La primera mitad de la película, es mejor que su benévolo, previsible y conciliador desenlace sin duda. Los paralelismos entre como Hippo investiga como domesticar o “entrenar” a un dragón, la construcción de un mecanismo que sirve para dirigir el vuelo, es realmente interesante, a contraparte de los métodos que los vikingos tienen para “entrenar” a sus hijos para luchar contra los dragones (similares a los del circo romano). Esta evolución del protagonista y sus compañeros, son el punto más alto del relato en cuanto a la narración. No es tarea fácil domar a un dragón. No se trata de unir el pelo del humano con la oreja del “animal” (James Cameron debería leer el manual de Hippo). El resto de la película es probable que sea un poco convencional, pero no deja de ser entretenido y adrenalínico, el viaje. Por más estereotipados que estén el resto de los personajes, terminan siendo verosímiles sus comportamientos. A nivel visual y sonoro, supera a otros productos Dreamworks. Si bien los humanos y la comunidad vikinga parecen sacados de un videojuego de estrategia como el Age of Empires, la textura de los dragones es realmente admirable. Respiran, los detalles en cuanto a piel, fisiología, estructura ósea, es muy realista. Inspirados en la reconstrucción de dinosaurios, y la fisonomía de reptiles, los dragones, lucen como si existieran en el mundo real. No hay tanta meticulosidad ni innovación, en cambio, en cuanto a diseño de las figuras humanas. El sonido ayuda a incluir al público dentro de la comunidad vikinga. En dicha integración aportan también la inclusión de la técnica 3D, que aporta profundidad de campo dentro de los bosques y tabernas. La banda sonora compuesta por John Powell, contiene influencias de música celta, que recuerda por momentos a las bellas melodías que Howard Shore, compuso para la banda sonora de El Señor de los Anillos. Como siempre, es una verdadera lástima perderse las voces originales de Jay Baruchel, Gerard Butler y especialmente, del excelente humorista británico Craig Fergusson. Sin abandonar, la estructura básica, el mensaje políticamente correcto de una película orientada para los más chicos, Como Entrenar a Tu Dragón es una propuesta que rompe, por suerte, los moldes de los estudios Dreamworks, (igual para este año, vuelven con dos propuestas de humor banal como la cuarta parte de Shrek y Megamind con Will Ferrell). Será un consejo convencional, pero Como Entrenar a Tu Dragón, es un grato entretenimiento para grandes y chicos. Y sino pregúntenle al crítico que, durante la función de prensa, descuidó a su hijo (que se trepó encima mío), por quedarse prendido de la pantalla.
En el último Festival de Mar del Plata pudimos “apreciar” (es una forma de decir, porque es muy difícil apreciar tal despropósito cinematográfico) la película griega Dogtooth, acerca de una familia que vive encerrada en su hogar, y sometida a torturas y humillaciones a pedido del patriarca. Con un humor negro, que rozaba los límites entre el masoquismo visual y el absurdo, esta obra, densa, aburrida, monótona; no dejó una buena huella en mi memoria. La película de van Warmerdam, en cambio, con un argumento con bastantes puntos en común con el film griego, propone un juego similar, con mayores convencionalismos estructurales y visuales, sí, pero con menos pretensiones, más sutilezas, y sobretodo un excelente elenco. Emma Blank es una exótica y excéntrica artista refugiada en una casa, junto a un lago. Según dice, se está muriendo. Le quedan “pocos días”, y la única compañía que le queda es su servidumbre, que pronto nos enteraremos que se trata de su propia familia: Haneveld, el jefe de mayordomos, fue en algún momento, esposo de Emma, con quién tuvo a Goonie, que ahora también mucama de su madre. De esta manera el espectador va empezando a razonar acerca de los dobles roles que cada siervo de Emma cumple. Excepto por Theo, quien representa ser “el perro” de Emma. Theo no habla, y solo sale a hacer sus necesidades, y a pesar de que viste como hombre, se porta como animal y lo tratan como tal. La “familia” se mueve según los caprichos cada vez más incoherentes de Emma. Ella los va manipulando a todos para que estén a sus pies. Pero, esto lleva a que vivan una situación de opresión que los va reprimiendo, al punto que no saben si obedecen, por respeto, obligación, lealtad u odio hacia la “millonaria” patrona. Todo empieza a cambiar cuando Goonie tiene intenciones de vivir la vida, y tener opciones para enamorarse, además de Meijer, su primo, quien la desea desde chica. Debido al reducido terreno por el que se mueven los personajes, y el hecho de que cada uno, tiene una escena de lucimiento al menos, se podría pensar, que van Warmerdam (que además de escribir, co producir, dirigir y componer la música, interpreta a Theo, el perro de forma soberbia y muy divertida) armó la historia como si fuese una obra teatral. Eso no significa, que cinematográficamente no funcione. Si bien, hay una completa transparencia en cuanto a la presencia de la cámara, así como de la foto y el montaje, la película tiene una dinámica interesante, y sin duda, son estrafalarios personajes, y las soberbias, creíbles y divertidas interpretaciones, especialmente de Bervoets y Malherbe, las que sacan adelante la película y estimulan al espectador para que la siga viendo. Además, los personajes en sí, siempre representan una farsa. El director acierta en generar molestia e incomodidad en el “encierro” que vive la familia, confirmado por la hipocresía y las mentiras (por razones de paranoia, o miedo al quiebre del equilibrio del bienestar) que van generando y al final terminan creyendo (lo cual recuerda un poco a The Truman Show o La Aldea también, pero con mayor autoconciencia) A la mitad de la película, cuando la pintura de personajes se agotó, y las ridiculeces que Emma les pide que hagan llegan a un topo, el film empieza a volverse previsible, obvio y repetitivo. Sin embargo, está lejos de caer en clisés o tonos similares al del cine estadounidense, o de insertar golpes bajos o momentos sensibilizadores de forma forzada. Cuando van Wardermar parece amagar con caer en el melodrama, decide meter algunos cadáveres y apostar mejor por el humor negro, género donde la película estanca mejor. El uso de la música para generar tensión acrecienta y mejora los climas, dando en la tecla con el tono justo, entre el thriller y la comedia, lo que la acerca, junto a cierta mirada crítica sobre la burguesía, a un film de Claude Chabrol, o incluso a Quién Mató a Harry del maestro Alfred Hitchcock, que a su vez era una comedia negra inspirada en una obra de teatro. Sin mayores logros que una gama de personajes “originales” pero a la vez sensatos, que a diferencia Dogtooth, no tratan de estar demasiado alejados del espectador, un buen elenco, y sin pretensiones por generar polémica gratuita, Los Últimos Días de Emma Blank, es un comedia negra efectiva, algo reflexiva y por demás, atendible.
No me gusta criticar a Diego Rafecas, me incomoda. Pienso que Rafecas en su ambición y pretensión ha equivocado el rumbo de su filmografía, de sus ideas, apuntando al cine cuando debería ir directamente a la televisión. Rafecas, posiblemente sea un Shyamalan argentino, en géneros opuestos, claro, pero con obvia moralina ideológica new age. Pero, mientras que el director del Sexto Sentido, disfraza su “mensaje” con atractiva estética cinematográfica, efectivos climas, buen desarrollo de personajes e interpretaciones, y sobretodo un aire de cine de clase B, y géneros malditos, Rafecas… bueno, expone todo deliberadamente de la forma más burda posible. Lo de Rafecas, se podría comparar con lo de Subiela, pero con menos pretensiones poéticas y líricas… Rafecas toma de Subiela, lo peor… lo cual como sabemos, puede ser mucho. Paco, por su ambición, es quizás lo más decepcionante y menos personal de su realizador. Aquellos que sean sus detractores, posiblemente lo linchen a esta altura. A diferencia de Un Buda o Rodney (que a comparación termina siendo la menos pretenciosa, más ligera, y por lo tanto digerible a nivel cinematográfico), esta vez Rafecas no solo quiere mostrar la redención y reinserción en la sociedad de un adicto, gracias al amor, la religión y un cambio interno de la moral, sino que además intenta hacer una crítica política obtusa, ingenua, falsa, reforzada por las estereotipadas y pésimas interpretaciones de Gabriel Corrado y especialmente Esther Goris como dos senadores… en contra del paco. A nivel informativo, Rafecas aporta detalles, que se pueden ver en cualquier noticiero de hoy en día y suma una subtrama explosiva, literalmente hablando, que lleva a Paco (Tomás Fonzi, un poco mejor que en otros trabajos) al Africa (¿?) Y cuánto más social y crítico se ponen las intenciones de la película, menos queda de moral y más de telenovela barata. El otro problema es la estructura narrativa. No tanto, por el hecho de tener una historia descompuesta, y que poco a poco el espectador va armando las piezas sobre como fue la “explosión” en la cocina de Paco, sino por la forma en que encara la coralidad. Cuando Rafecas abre la historia del protagonista para divagar en las diferentes historias, de los demás reclusos del centro de rehabilitación, la película decae en ritmo, se vuelve monótona, repetitiva, y va sumando clisé tras clisé, aburriendo al punto de que las dos horas de duración se convierten en dos siglos. Si bien, no hace tan “santos” a los personajes de los coordinadores (Luque sobreactuado y Aleandro, una rosa entre las espinas), es cierto que a medida que suma y suma personajes, le agrega a cada uno su conflicto y después entremezcla las historias (solo Juan Palomino y Roberto Vallejo resultan creíbles en sus roles), se va metiendo en un enredo que no logra tener una conclusión satisfactoria. Hay personajes a los que en un principio se les da demasiado cabida, y luego desaparecen (como Willy Lemos o Rizzi) y otros que nunca terminan por aparecer (Pasik). El director elude golpes bajos durante la primera hora, y pone todos juntos después. Alterna escenas románticas con otras policiales, y algunas propias del peor melodrama, como si fuera un esquema demasiado previsible. Trata de no caer en escenas lacrimógenas, pero termina haciéndolo también. O sea nada le sale bien. La estética es bastante televisiva. La fotografía del gran Marcelo Iaccarino, que otras oportunidades supo estar al lado de Fabián Bielinsky, termina forzando, impostando un clima que nunca termina de cerrar visualmente. Aun siendo, irregular y errático, Matías Mesa, el excepcional camarógrafo (que trabajó con Gus Van Sant en varias oportunidades) logró un trabajo más cinematográfico en Rodney. Los efectos visuales son patéticos, poco creíbles. Se rescata la intención de concientizar sobre el efecto del paco en los sectores bajos, sobre como erradicarlo de la sociedad, y a su vez sobre la importancia que tienen los centros de rehabilitación. Pero los resultados son demasiado pobres para que la película pueda conseguir estas intenciones. Si a eso le sumamos, escenas demasiado patéticas como en las que Sofía Gala ve sombras y estrellas (exactamente igual que en Los Resultados del Amor de Subiela, eso es caer bajo), o la entrevista a un senador opositor a Esther Goris (el propio Rafecas, entrevistado por Nelson Castro), es imposible que un mensaje bienintencionado se destaque de una obra tan floja.
¡Maldita hipocresía! ¿Es posible ser tan ciego? En el fútbol americano, le llaman punto ciego (o al menos así entendí en el prólogo de la película) al jugador que logra empujar y sacar del juego al delantero del equipo opuesto, para que su propio delantero pueda atacar y anotar un touchdown. No me gusta el fútbol americano y nunca lo entendí demasiado tampoco. Si bien reconozco las similitudes con el rugby (deporte que nunca me atrajo demasiado hasta que emocioné con Invictus de Clint Eastwood), lo único que veo siempre en las películas estadounidenses es el show. En Febrero de cada año, se realiza la gran final, llamada Superbowl, uno de los eventos deportivos más importantes del año (algo así como la final de la Libertadores o de la Intercontinental para los estadounidenses pero sin salir de los Estados Unidos). En el entretiempo cantan grandes bandas, se exhiben los trailers de las películas más pochocleras del año, etc y esto emociona a todo el mundo. Los estadounidenses no comprenden como el fútbol americano no interesa en otros países (me lo dijo un estadounidense) y, en cambio, les resulta insulso un partido de fútbol tradicional… (se nota que nunca vio un River – Boca… en cuanto a fervor, no a juego generalmente). Pero acá debemos evaluar una película y no un deporte. Lo cierto es que Un Sueño Posible, es la hipocresía del conservador estadounidense, el sueño del republicano potenciado. La excomulgación de los “pecados” de la etapa esclavista, pero con un subyacente discurso racista. Si esta película se hiciera en la Argentina, no serían pocos los que acusaría al director de fachista de ultraderecha. Pero en Estados Unidos es nominada al Oscar mejor película del año y su protagonista, ganadora del premio a la mejor actriz. La idiosincrasia de los estadounidenses a la hora de nominar cada vez tiene menos coherencia. Se puede hablar de versatilidad, pero la verdad que nominar a una obra maestra del pesimismo, escepticismo y de la incertidumbre teológica (Un Hombre Serio de los Coen) contra este panfleto republicano es una verdadera vergüenza. Vale aclarar, que la película de los Coen pone en cuestión algunas prácticas judías. Si hubiesen hecho lo mismo con la Iglesia Católica, pienso que la película podría haber tenido mayor éxito, pero dudo que la hayan nominado. Sandra Bullock compone a Leigh Anne, una dama de la alta sociedad, orgullosa cristiana, que un día ve a un pobre chico negro, “Big Mike”, en la calle, bajo la lluvia (por supuesto, sino no dará lástima), y le da un sofá para que duerma y “pase la noche” con ella y su familia. Retrocedamos. Michael (o Big Mike) proviene de la zona “pobre” de Missippi, hijo de una adicta al crack, criado entre pandilleros negros drogadictos. Michael pasa de casa en casa, hasta que el padre de un vecino del barrio, trata de incorporarlo en una importante escuela secundaria católica privada, donde el profesor de educación física y entrenador de fútbol, piensa que con el cuerpo que tiene Big Mike, va a llegar a ser un gran jugador. Sin embargo, su falta de atención en clase y timidez (único negro entre blancos), provoca que tenga pobres notas, y no participe, a pesar de tener “un buen corazón” y honestidad. Cuando está a punto de ser expulsado, lo agarra Leigh Anne, que conociendo los deseos del entrenador hará lo (im)posible para que Michael entre a las grandes ligas, pero este no es tan buen jugador como se pensaba. Este cuento de hadas con moraleja, esta fábula similar a la historia de la Cenicienta es vergonzosa (realmente es aterrador pensar que es una historia real) y sobretodo superficial, pretenciosa, culposa, obvia y literal. Lo peor es que al principio, y durante el desarrollo, es manipuladora, atractiva, compradora. Gracias a una buena fotografía y un tono seudohumorístico (impuesto por una forzada caracterización de Bullock), falso positivismo, optimismo, personajes estereotipados, clisés, el millón y uno de los lugares comunes de este tipo de historias. Hancock, un director “orgulloso dandy yanqui”, que viene de hacer películas de similar patriotismo, combinado con el sentimentalismo y el “deporte” como la exitosa (solo en Estados Unidos) El Novato para la Disney (con Dennis Quaid “debutando” como jugador de Beisball) y la penosa remake de El Álamo son ejemplos muy poco inspirados de este realizador mediocre, que parece que no vio una sola película que no provenga del cine clásico más cursi, del cine estadounidense. Cada plano rebosa en una grandilocuencia abrumadora y humillante. Mientras que la mayoría del cine “indie” terminó por aburrir mostrando el fin del sueño americano, la mentira que se encuentra detrás de las mansiones, de la vida elitista de la “familia media”, Un Sueño Posible la revalora con un mensaje peligroso: el dinero hace la felicidad. Una familia blanca, cristiana, con cargo de conciencia, culpa por su riqueza adopta a un chico pobre, y este chico terminará como estrella de fútbol. Por supuesto, para eso debe vender su alma al diablo, dejar a su madre olvidada (la misma, en una escena muy patética e inverosímil “regala” a su hijo a la familia blanca con gran placer), dejar su barrio, dejar a sus “amigos”. Para un millonario blanco es sencillo imaginar como Michael deja tan fácilmente ese “hogar” para caer en las bondadosas manos de la nobleza. Aunque la película, en una secuencia bastante simplona y banal, cuestiona como el “contexto” decide por Michael, lo manipula para lucrar económicamente con su juego, la respuesta termina del mismo termina siendo: “yo hago lo que la gente me dice que haga, porque a veces hay que hacer lo que otros te dicen que hagas”… Sí, una apología a la manipulación y la demagogia. Por lo menos, en este sentido, Hancock es honesto. Las intenciones por crear un lazo afectivo con el espectador es realmente patético. Aun, cuando se intenta no caer en el golpe bajo, ni en la melosidad o lacrimogenia facilista como otro patético film de la temporada de premios como fue Preciosa, hay que admitir, que al menos el film de Daniels tiene “algo” de personalidad… personalidad amarillista, televisiva, videoclipera, sí, pero al menos fue realizada por un director autor. Hancock se comporta peor que un director televisivo. Su rol detrás de cámara carece de carácter para salirse de la mediocridad, del convencionalismo. Lleva la teoría de la cámara invisible a un extremo odioso. Sin emoción, con un humor impostado, burdo, Un Sueño Posible es la pesadilla del cinéfilo inteligente. El elenco, encabezado por una Sandra Bullock, que por primera vez crea un personaje distinto al resto de su filmografía, con tics, acento sureño impostado lleva adelante la película, pero aunque la mona se vista de seda… Su interpretación no es destacable. Es mejor que las otras en su carrera, pero para ganar tantos premios… Sí, como dice Fontanarrosa, El Mundo ha Vivido Equivocado. Del resto del elenco, solo Quinton Aaron en el rol de Michael hace una interpretación aceptable, austera y expresiva. Lastima, que en la película equivocada. Los otros, solo sobreactúan personajes mil veces visto en la televisión estadounidense (los profesores condescendientes, los más estrictos, los entrenadores misóginos, flacos, histriónicos), desde el inexperto cantante Tim McGraw hasta Kathy Bates, cada vez más alejada de soberbia interpretación en Misery. Un Sueño Posible es una película engañosa, inflada por una estética tan conservadora y clásica como su ideología política. Localista en su humor. Superficial en su crítica social. Demasiado cinematográficamente correcta y diplomática. No se trata de un film fallido para los ojos de un espectador que comparta la ideología, y el sentimiento culposo de la protagonista seguramente, el guión del propio Hancock no contiene falencias en cuanto a ritmo, o altibajos narrativos. Solo que aburre, por sus pretensiones, previsibilidad y prefabricación, en la construcción de la historia. Tan real como inverosímil, prefiero “amargarme” y aburrirme con un superclásico, que tener que soportar tanto patetismo cinematográfico junto en un sola película.
¿Quién fue Cesar Milstein? ¿qué hizo? Es probable que varios hayan escuchado de él, ya que se trata del quinto y último argentino en ganar un Premio Nobel (1984). Aunque haya sido un reputado Bioquímico, ganó el Nobel en medicina por el descubrimiento junto con otros científicos de Cambridge, de anticuerpos monoclonales, que sirven para curar tumores y cánceres. El documental de Ana Fraile, es un tributo a la memoria de Milstein (1927 -2002), y principalmente su obra. Grabada y exhibida en soporte digital, tiene una estética bastante convencional (especialmente las entrevistas) y alterna testimonios recientes de sus allegados, con entrevistas realizadas al propio Milstein poco antes de fallecer, cuando sus experimentos relacionados con los sistemas de defensa empezaron a tomar un nuevo rumbo. Junto con el material de archivo oficial, a la vez, Milstein era un gran fanático de las filmaciones caseras en película de Super 8 mm, por lo tanto, las mismas aparecen dentro del film como línea temporal. Sin hacer demasiado énfasis, también sirve para recordar el contexto socio político que vivía el país desde los años ’40 hasta los ’80. No se dejan de lado opiniones antiperonistas, el tema del exilio obligado por culpa del régimen militar, etc. Pero Fraile, no deja de lado a su protagonista y trata en un poco más de una hora explicar porque Milstein fue tan importante para la humanidad, exponiendo sus teorías y prácticas, fracasos y el camino al “éxito” gracias a sus experimentos y descubrimientos en Cambridge. No hay que buscar demasiada profundidad en casa faceta que se cuenta de su vida, casi sirve de diario íntimo, donde si alguna vez hubo una arista oscura, es mejor que quede afuera. Aunque, el documental lo muestra como una persona tan alegre, esperanzadora, optimista y algo anarquista, que es dudoso que haya habido algún episodio malogrado de su vida que merezca difusión. Además, gracias a la banda sonora, el documental se contagia del tono humorístico de Milstein y no cae en sentimentalismo o lacrimogenia baratas. Quizás al final, uno se queda con ganas de más. A pesar de ser un poco rudimentario, cumple con la función didáctica necesaria: dar a conocer a las nuevas generaciones quién fue y que hizo este científico argentino del que tenemos que sentirnos tanto o más orgullosos de lo que estamos ahora, por el “triunfo” de Campanella en Hollywood. Recordemos a los “otros” héroes de nuestra historia.
¿Qué tienen en común John Wayne, Omar Shariff y el actor japonés Tadanobu Asano? Aunque cueste creerlo, los tres, siendo de diferentes nacionalidades y etnias han encarnado al legendario conquistador mongol de fines del año 1100 y principios del 1200, Temudgin, más conocido por su título, Genghis Khan. Poco y nada aporta el hecho de que la película de Bodrov sea co producción mongola. Se trata de una biopic bastante tradicional dentro del género épico. La película narra la infancia, adolescencia y primeras conquistas de Temudgin. Hijo de un Khan (jefe de la tribu) asesinado, es obligado a emigrar a los bosques nevados, escapando del lugarteniente de su padre, que solo podrá ser Khan si asesina a todos los descendientes directos. Temudgin crecerá a su propio resguardo, y la de los lobos, confrontando el miedo al trueno, (lo único a lo que le temen los mongoles, porque es señal de que su Dios está enojado) tramando una venganza sobre el hombre que traicionó a su padre y usurpó su posición. Para darle mayor profundidad al personaje, y no solamente la banal trama de venganza, Bodrov hace hincapié en el perfil romántico y defensor de los valores familiares de Temudgin. El personaje de Borte, su esposa, se convierte es una piedra angular, el sostén psicológico y moral (¿?) del protagonista, quien sobrevivirá a la prisión china, los desiertos, las torturas, en el afán por reencontrarse con su amada, quien irónicamente es la que lo terminará rescatando a él. Será fundamental en su ascenso a Gran Khan, Jamuga, un amigo de la infancia que también se convertirá en Khan, y no tendrá deseos de participar en la campaña unificadora de tribus de Tamudgin, el conquistador, por lo que terminará siendo su enemigo. Mongol es una superproducción que intercala soporíferos momentos románticos con luchas épicas, dignas de una superproducción de Hollywood, aunque no demasiado inspiradas a nivel visual. Bodrov, en cambio prefiere darle énfasis a los hermosos paisajes chino – mongoles, las praderas, los bosques nevados. La fotografía es una verdadera belleza, que lamentablemente, al ser exhibida en DVD, no va a poder ser disfrutada completamente. A nivel narrativo, Bodrov no logra mantener el interés durante las dos horas de proyección. La falta de imaginación en la construcción de los personajes, situaciones previsibles, diálogos vistos en cada película épica (sea estadounidense o china) habida o por haber, convierten a Mongol en un cuadro sin demasiada vida, e inclusive por momentos, demasiado artificial. Los efectos CGI no aportan demasiado, quedan muy expuestos y obvios. ¿Qué ha pasado con las películas épicas que no necesitaban fondos mate, falseados, pantallas? ¿Dónde ha quedado la magia épica de, por ejemplo, David Lean, que trataba de recrear sus decorados en terrenos reales? Más allá de que esta versión de Mongol, victimiza (como si fuera un asesino por naturaleza) y a la vez, pondera la figura de Genghis Khan, se puede destacar la intención del realizador por valorar la identidad mongola, y la importancia que el personaje tuvo para la historia de su nación, a pesar de ser un despiadado conquistador. Lamentablemente, cuando la película empieza a ponerse más interesante, y deja atrás los pocos, pero densos y solemnes diálogos que parecen salir de una tragedia sheakspereana; cuando uno cree que empezará la etapa épica de verdad… o sea, a partir de que Temudgin es nombrado Khan… la película termina. No estoy contando el final, simplemente es así el argumento. Bodrov decide contar solo el ascenso de Khan. El resto de su vida: la unificación de Mongolia, el triunfo sobre la dinastía china, etc. queda afuera esta vez, por lo que el espectador terminará sintiéndose un poco abatido y desilusionado, como si hubiese visto el capítulo piloto de una serie televisiva. A pesar de haber sido nominada al Oscar a Mejor Película Extranjera en el año 2007, es poco lo que Mongol aporta a la filmografía del personaje: hermosos paisajes, actuaciones demasiado solemnes y calculadas, una guión monótono, episódico, fallido… Personalmente, prefiero verlo a John Wayne calzando las botas con piel de lobo y acento sureño… Es más divertido.
A veces Hollywood retrocede en sus pasos. Parece que regresaron los tiempos en que se hacían películas, con la única intención de lograr que sus intérpretes, ganaran por fin, el Oscar que en otras oportunidades se le había negado. Y Loco Corazón, ópera prima de Scott Cooper, es ni más ni menos que un vehículo para que su protagonista absoluto, Jeff Bridges se llevara la preciada estatuilla. Y la consiguió. Es que, a pesar de parecer una historia real, se trata de una ficción, seguramente inspirada en muchos cantantes countries similares a Bad Blake, que todos los integrantes de la película, especialmente, uno de los compositores de la banda sonora, el renombrado cantante country, T-Bone Burnett. La película fue escrita y pensada en Bridges, que además es productor ejecutivo. Bridges es la única razón por la que la película se estrena en cine. Y solo por Bridges vale la pena. Es sabido que se trata de un actor multifacético, que se desenvuelve perfectamente, de manera creíble tanto en la comedia como en el drama. Que puede pasar de ser un elegante político (La Conspiración) o un pianista carismático (Los Fabulosos Baker Boys) a luchar en mundos ficticios (Tron) o seudo ficticios como cuando colaboró con Gilliam en Tideland o Pescador de Ilusiones… o ser simplemente “el tipo”, de El Gran Lebowsky de los hermanos Coen. Se pone las botas de “Wild Bill Hickock” con aspecto hippon, o es capaz de raparse completamente para enfrentarse a Iron Man. Y estos son solos los últimos ejemplos. Porque Bridges ha madurado, crecido actoralmente y envejecido con estilo, personalidad, y sobretodo sin pretensiones. Ha sabido aceptar roles menores y secundarios, así como protagónicos. Autores independientes e industriales. Cantar, bailar, pelear… Hace 30 años atrás Bridges debutaba oficialmente (participó al año de vida en una película y más tarde en las series protagonizadas por su padre, el gran Lloyd). En 1971, fue el gran protagonista de La Ultima Película de Peter Bogdanovich, en un rol melancólico querible y creíble, un adolescente honesto, confundido, pero bienintencionado. Volvió a ser nominado como compañero de Clint Eastwood en Thunderbolt and Lightfoot, opera prima de Michael Cimino. Volvió a ser nominado como protagonista de Starman, de John Carpenter. Tiene una mirada única, contempladora y asombrosa, únicamente compartida por su hermano Beau (otro gran actor pero con menor suerte para las películas). Bad Blake, el personaje protagónico de Loco Corazón está creado para emocionarse, para ser vivido y conmover fácilmente, identificarse a la vez con la platea, tanto por su vulnerabilidad, su gracia y carisma, como por su perfil más oscuro como alcohólico. Se trata del típico cuento de redención de una estrella caída que le gusta tanto a los estadounidenses y a la Academia: una mezcla entre The Ram, el inolvidable luchador interpretado por Mickey Rourke (una verdadera estrella caída) y Nicolas Cage en Adiós a las Vegas. Quizás haya cierto remordimiento por no haberle dado el premio el año pasado a Rourke (igualmente competía fuertemente con Penn en otro personaje típicamente oscarizado), pero al igual que ambos, Bad Blake es ficticio, por lo cual no hay licencias en el medio. Bad Blake es un cantante venido a menos. Fue tutor de Tommy Sweet (Farrell, por primera vez creíble y no sobreactuado en un rol), un cantante country que se ha hecho inmensamente popular. Llena estadios y tiene un equipo técnico gigante. En cambio, Bad Blake, que se da a entender que tuvo en algún momento popularidad, tiene que arreglarse cantando en bares, vagabundeando de un pueblo a otro, siempre en su vieja furgoneta y con la misma guitarra. Su pasión por la música es tan imponente como lo es la pasión por las mujeres y especialmente el alcohol, que lo tiene a mal traer en todo momento. En el medio conoce a Jean (Gyllenhaal, natural, soberbia en un rol menor a comparación de otros que hizo) una madre soltera y aspirante a periodista. Previsiblemente lo que empieza siendo una amistad y buena química termina en una relación romántica que le hace replantear a Bad Blake, el hecho de que por el bien de su salud, la de ella, y su pequeño hijo, que enloquece a Blake, así como para inspirarse musicalmente, debe terminar con el alcohol. La películas es la típica lucha del antihéroe contra su enfermedad interna, que por un lado, es como una marca de su arte, pero por otro (al igual que en El Luchador) será la cruz en su vida, sino la agarra a tiempo. Se puede decir a favor del ex actor secundario Cooper, que trata de no caer en golpes de efecto demasiado bajos o demasiado lacrimógenos convirtiendo la película en una telenovela, pero tampoco evade los clisés y estereotipos del género, incluido un hijo adulto abandonado. Nada demasiado original o inspirado. Y se nota que fue pensada para televisión. La fotografía de Barry Markowitz se destaca a la hora retratar paisajes (realmente hermosos), así como algunos interiores oscuros, pero también tiene escenas de notables errores de continuidad lumínica que distraen del drama principal. Una de las cualidades de la interpretación de Bridges es su naturalidad. A diferencia de otros actores que hacen una transformación completa cuando encaran un rol así, a Bridges no parece costarle para nada, ni cantar, ni bailar, ni amar, ni emborracharse. Esa simbiosis entre actor y personaje, sin perder el hilo, el punto de vista o amagar en caer en la sobreactuación es lo que generó la gran repercusión de Loco Corazón. Sí, la banda sonora de Burnett y Ryan Bingham es otro punto atractivo para todo aquel que le guste la música country. Las canciones son pegadizas (recomiendo escuchar el soundtrack), uno siente realmente estar en un recital de Bridges y Farrell, que forman una gran pareja musical. La química con Gyllenhaal es maravillosa también. Y Robert Duvall, hace casi un cameo como el “amigo” de Bad Blake. Un personaje que le sale bastante natural, muy alejado de los inolvidables que interpretara en el pasado para Coppola. ¿Bridges se merecía el reconocimiento? Sí, pero quedará en el gusto de cada uno determinar si supera a Renner, Firth, Freeman o Clooney. Loco Corazón es una película sencilla y poco pretenciosa, hecha a la medida de Bridges. Un cuentito con moraleja obvia y subrayada (sobrio te va a ir mejor en la vida, cuestión de karma), creíble, mil veces visto, para ver relajado y olvidarse a los pocos minutos de salir de la sala.
No hay nada más escabroso que viajar al interior de la mente de un hombre desequilibrado. Y Martin Scorsese sabe que esta es la clave para aterrar y mantener atado a la butaca al espectador. Se trate de un taxista solitario, cuan caballero medieval, buscando salvar el mundo de la manera más escabrosa posible, la locura paulatina de un paramédico durante tres noches consecutivas, la obsesión de un fanático de Jerry Lewis, la paranoia y esquizofrenia de un magnate millonario, llevada a escalas increíbles; la caída físico – psicológica de un astro del boxeo; las dudas sobre religión y razón de Jesucristo, o la simple pero demencial aventura de un pobre oficinista, perdido en los barrios bajos de Nueva York. Algunos encasillan el cine de Scorsese dentro del género de gángsters y mafioso. Pero de lo que verdad trata su cine es el deterioro de la mente humana ante circunstancias externas. Personajes que cuestionan el mundo que los rodea, y los supera. No importa cuan poderosos sean, todos pierden la “razón” en algún momento. Desde Pandillas de Nueva York, el cine de este gran cineasta, cinéfilo, coleccionista y restaurador de películas, dicen que se ha “devaluado”. Es cierto que Scorsese piensa en grande ahora. En superproducciones, en estrenar de forma masiva. Algunos relacionan esta etapa más “industrial” y quizás menos “personal” de su filmografía, a la necesidad de buscar el Oscar (ya lo obtuvo) y al haber cambiado a Robert De Niro por Leonardo Di Caprio. Lo cierto es que donde algunos ven falta de inspiración, yo sigo viendo un amor inaudito por el cine, como pocos directores en la historia del cine tienen. No se trata de citas solamente, se trata de verdadero respeto por el cine clásico… Pandillas… fue una obra épica con notables secuencias de acción, un plano secuencia admirable, en contra de cualquier guerra, un personaje maravilloso interpretado por Daniel Day Lewis, y una reflexión acerca de los primeros años de historia estadounidense sumado a las consecuencias de la Guerra de Secesión. Brillantemente filmada, la película, a pesar de todo tiene demasiados detractores, y no del todo bien recibida en el momento del estreno. Algo similar sucedió con El Aviador. Es verdad que las películas de Scorsese se parecen visualmente, cada vez menos a Buenos Muchachos, Toro Salvaje, Taxi Driver o Calles Salvajes. El Aviador confirmó esto. Pero también dio la oportunidad a su director de poner en el asador todos sus conocimientos sobre la historia de Hollywood, recrear meticulosamente la estética y el cine de los años ’30 y ’40. Reproducir el periodo “dorado” del star – system, con un increíble reconstrucción de las escenas aéreas de Los Ángeles del Infierno de Howard Hughes. Los Infiltrados, en cambio parecía estar filmada por un gran fanático de Scorsese, personajes caricaturizados, escenas que no podía competir en tensión siquiera con la interesante, aunque algo sobrevalorada película honkonesa original. A pesar de la opinión de este crítico, Scorsese recibió el Oscar tantas veces negado, arrebatándoselo de las manos a Clint Eastwood, quien en el 2006, quizás hizo la mejor película de su carrera. Tras cuatro años de espera, con documental de Rollings Stones de por medio (donde no metió a Di Caprio, quizás porque Jagger no quiso), Martin vuelve al ruedo con un thriller psicológico clásico, que posiblemente se trate de una de las películas más tensionantes y vibrantes desde la remake de Cabo de Miedo (1991), llevada con pulso firme por el mismo director. A diferencia de la película protagonizada por De Niro y Nolte, a la cual el director le dio una composición visual contemporánea, tanto por el uso del montaje como la fotografía o la interpretación excepcional de De Niro, que contrasta con la solemnidad y clasicismo del excelente film original de J. Lee Thompson, La Isla Siniestra es un film clásico en estado puro. Lo primero que llama la atención es que la película bien podría haberse filmado en blanco y negro, y hubiese quedado soberbia, pero era una decisión demasiado controversial para un film comercial. Aún así, Scorsese cuida detalles, típicos de un thriller de los años ’40 o ’50. Fondos falsos marcados, diálogos que parecen sacados de una novela de detectives, y planos contrapicados, tomando al actor desde los pies a la cabeza que remiten directamente a una estética de un film de Orson Welles. Pero más allá de una meticulosa puesta en escena, con homenajes a films de Samuel Fuller como Shock Corridor o Jacques Torneaur, por ejemplo, se identifica poco visualmente al director de ¿Quien Golpea a mi Puerta? Pero no a un nivel psicológico. Teddy Daniels no entra a Ashecliff con todas las luces. Notamos que algo anda mal en su cabeza, y la presión y tensión dentro de la prisión llevará al personaje a un viaje por las peores zonas de la isla, y a la vez de su propia cabeza. Entre pesadillas filmadas de forma muy bella y lírica (casi como el intermundo de Desde mi Cielo), y escenas muy oscuras y escalofriantes, el personaje va a llegar a descubrir que es lo que verdaderamente pasa en esa isla. La película está basada en una novela de Dennis Lehane, que ya tuvo dos muy buenas adaptaciones cinematográficas en su haber: Río Místico (2003) de Eastwood, y Desapareció una Noche (2007) de Ben Affleck. Ambos relatos comparten muchos puntos en común con La Isla… No la época o la estética, pero Lehane en las tres obras, “humaniza” a sus detectives, y sobretodo hace hincapié en como las marcas del pasado, aunque tratemos de esconderlas siguen estando dentro nuestro en todo momento. Asimismo, nuevamente el infanticidio es otro tema que la película de Scorsese no elude y a la vez se conecta con las otras películas. A medida que el relato va avanzando, Scorsese procura empezar a dejar pistas sutiles acerca de la revelación final. El espectador atento sentirá que la película se vuelve previsible, pero sin embargo el camino por recorrer es largo, y entre un montaje continuamente desfasado que hace recordad al Scorsese más rebelde y anárquico de Calles Salvajes, la soberbia fotografía de Robert Richardson, y sobretodo las excelentes elecciones para la banda sonora, el director construye una de las películas más incómodas, psicológicamente atrapante, ominosa que se haya visto en mucho tiempo. Al igual que en Cabo… la mano para crear escenas de suspenso tienen una destreza, sencillez exquisitas, que hace preguntar porque Scorsese hizo tan pocas películas del género, teniendo una intuición tan clásica, pero a la vez tan meticulosa para poner la cámara y construir climas, densos, personajes ambiguos, engañosos… El elenco es soberbio. Si bien Di Caprio no hace su peor actuación, tiene tendencias nada novedosas a sobreactuar algunos momentos dramáticos y no llega a dar con el tono que Scorsese trata de imponer durante toda la obra. Pero los roles secundarios son interpretados con majestuosidad por Ben Kingsley (como el misterioso director del Hospital), el siempre admirable Max Von Sidow, y pequeñas pero fundamentales participaciones de Michelle Williams, Jackie Earle Haley, Elias Koteas, John Carroll Lynch, y especialmente Ted Livine, y Patricia Clarkson. Hay una magnífica escena la maravillosa y subvalorada Emily Mortimer se luce como la “paciente desaparecida”. Mark Ruffalo, como nos tiene acostumbrado, termina siendo demasiado neutral expresivamente. Y su personaje, importante, no logra levantar demasiado vuelo. Es posible que el fanático acérrimo de Scorsese no quede del todo conforme con el resultado final de La Isla Siniestra: se trata de un film demasiado encasillado en el género, y con demasiado efectos visuales, para ser una película de su director. A la vez, el guión no escapa de varios clisés, y como ya dije, puede resultar por momentos previsible y convencional. No se puede ver un lirismo visual, una forma de manejar los movimientos, con el nervio y la subjetividad de los films más reconocidos. Pero lo que es indudables, es que se trata de una película atrapante desde el primero hasta el último plano, con un ritmo arrasador, creación de climas fascinantes, momentos escalofriantes, vibrantes, viscerales, oníricos. Hay lugar para el romance y el melodrama clásico. Es sabido que Scorsese es un maestro del cine contemporáneo. Si bien, esta vez no se puede decir que nos está dando una clase de dirección, bien se puede ameritar una verdadera lección de historia del cine. Y por supuesto otra declaración de amor al “Séptimo Arte”.
Hay directores a los que uno les exige mucho. No es para más. Se sabe que a un autor, realizador, independiente, con una imaginación inagotable, personalidad y humor único, estética marcada, que no solo nunca, pudo ser copiada o imitada, sino que además, impuso una moda, se le debe pedir más. Tim Burton y su mundo de fantasía provocan eso. La conjunción de los relatos de Lewis Carroll y la imaginación burtoniana parece de esas uniones obvias, que uno se pregunta, porque no se dieron antes. El mundo de Burton, está lleno de elementos inspirados en Alicia en el País de las Maravillas y Alicia a Través del Espejo, escritas por el autor hace casi dos siglos atrás. Aun hoy, tras inumerables adaptaciones, la mayoría para televisión y una inolvidable versión animada producida por los estudios Disney, ha llegado una versión que mezcla de tecnología CGI, y actores de carne y hueso. A eso, hay que sumarle la tecnológica del momento: el 3D. Nuevamente, los estudios se ponen del otro lado de la cámara, distribuyendo esta versión cuyo principal público, intenta ser el de menores de 12 años. No por nada, la película se estrena en Argentina doblada al castellano también. Sin embargo, como es previsible, el mundo Burton no tiene como único objetivo al infante, y por eso, con su inteligencia habitual el director de El Joven Manos de Tijera apunta hacia los adultos también. Y ahora empiezan las contradicciones, entre lo encargado y lo realizado. Hay que aclarar que la intención de Burton y la guionista Linda Woolverton (La Bella y la Bestia, El Rey León) fue conformar en una misma obra, ambas historias de Carroll, para crear a su vez una original, casi una secuela humanizada a la historia de Alicia. En este sentido, se me viene a la memoria la personal adaptación que Steven Spielberg realizara en 1991 sobre el cuento de Peter Pan, Hook, con Robin Williams y Dustin Hoffman, donde el chico que nunca quería crecer, se convierte en un abogado que regresaba a Nunca Jamás para redescubrir su niño interior. Opuestamente a esta lógica, Alicia en el País de las Maravillas de Burton trata sobre crecer y saber elegir uno mismo las opciones que tomará en la vida. Esta matriz, cuyo origen pertenece en parte al ideal de Carroll, suele vincularse con la de El Mago de Oz. Alicia deja de ser adolescente para imbuirse en un mundo adulto, y dejar de ser influenciada por una aristocracia superficial y estúpida, adepta a rutinas y tradiciones para convertirse en una burguesa de espíritu imperialista (ejem). Realmente esta lectura de Alicia es… extraña, viniendo de Tim Burton, un director que siempre defendió al niño interior, al espíritu infantil, que siempre se opuso a dejar de lado la infancia, la inocencia, la ingenuidad. Lo lúdico, siempre formo parte escencial de la filmografía burtoniana y Alicia, se va alejando de eso… Sweeney Todd, su anterior trabajo, un híbrido musical, demasiado oscuro para formar parte de su filmografía, pero que a la vez, contenía muchos simbolismos, objetos, estética y temática, relacionada con las anteriores obras, era una obra compleja, demasiado ambiciosa, con graves errores narrativos. Alicia, en cambio, funciona como reloj suizo, es tan lógica y perfecta como juego de ajedrez. Todo es demasiado calculado, solemne, equilibrado, prefabricado. Demasiado perfecta. Fiel al espíritu de los libros, en todo punto de vista, y a lo que uno esperaría de Tim Burton, tanto desde la estética, el diseño artístico, la temática, los personajes, la filosofía, la banda sonora a cargo del siempre eficaz, Danny Elfman. A la vez, no deja de ser una película de Disney: es entretenida, ligera, familiar, con intenciones de unir públicos, de forma similar a la saga de Piratas del Caribe. Pero, por alguna razón se nota que se trata de un trabajo por encargo. Elementos que todo aquel que sea fanático de Burton sabe de memoria, aparecen desfigurados. Las presentaciones de las películas de Burton son siempre identificables: siempre pone los títulos principales al principio, en alguna secuencia conformada por objetos que más tarde serán de vital importancia narrativa. Esta vez los créditos van al final. ¿Por qué distanciarse de una marca tan obvia y conocida? Porque Burton quizo tomar una distancia con respecto a la obra. Los primeros 5 minutos son extraños. Demasiado luminosos y realistas. No parece una película de Burton, la hipocresía blanca de la aristocracia inglesa, no parecen combinar con la oscuridad que distingue al director… Alicia se escapa y cae en el hueco adentro del árbol que la llevará a la “Tierra Subterránea”. A partir de que sale al exterior, el personaje no entra en el País de las Maravillas sino en la imaginación de Burton: árboles deformados sin hojas con ramas retorcidas, un zoológico abandonado, animales formados por ligustrina (¿quien los habrá cortado?). Todo será oscuro, lúgubre, nada que ver con el dibujo animado. El sombrerero loco toma el té delante del molino incendiado de La Leyenda del Jinete sin Cabeza. Sí, es una película de director, pero por ahora, solo a nivel superficial. De a poco, los personajes de cuento de Carroll, caracterizados por el autor original como completamente locos, empiezan a tomar características humanas, melancolía, nostalgia, tristeza. Sentimientos. Y nunca resulta forzada la trasformación. La película levanta vuelo existecialista y filosófico, además de tomar carácter social: la Reina Roja, impone un reinado de maldad y prejuicios. Ha destruido el País de las Maravillas junto con el malvado caballero Stayne. La única manera de pararlos, es destruir al protector de la Reina, el monstruoso Jabberwocky y devolver el reinado a la Reina Blanca. La elegida para matarlo es Alicia, quien no se muestra demasiado interesada en cumplir la misión. Burton y Woolverton se toman bastante licencias en nombre de la fantasía: se sugiere una seudo relación romántica entre Alicia y el Sombrerero, paralelamente que se trata de vincular al interesado Stayne, con la Reina de Corazones, cuya deforme cabeza gigante, pero a la vez, su “ilimitado” poder provocan que todo su entorno construya una falacia alrededor de ella. Fiel a su mirada del mundo, Burton se compadece de la Reina, una mujer que lo único que desea es ser amada y respetada, pero que para ello (e influenciada por los discursos de Stayne) lo busca a través del miedo (cualquier semejanza entre esta relación y la de el Pingüino y Max Schrek en Batman Vuelve no son coincidencias). A la vez, realizador y guionista homenajean a Carroll: muchas de las palabras inventadas, y juegos lingüísticos del universo del autor aparecen en la película, incluído el poema original del Jabberwocky. El director, extrañamente, a medida que avanza el relato, va dejando atrás el humor y la fantasía, inocencia inicial, para mostrarse dramático, oscuro y más solemne aún. Los tonos empiezan a ser contradictorios, al igual que el mensaje final, las lecturas ideológicas, y filosóficas, que se pueden sacar acerca de la resolución de la historia. No voy a develar detalles, pero pareciera que Burton y Disney no se lograron poner de acuerdo, de la manera en que la Reina Blanca debía ser representada. Mientras que la Reina Roja termina despertando enorme simpatía y compasión, la Reina Blanca es hipócrita, falsa, oscura y siniestra. Delega el trabajo sucio (matar al Jabberwocky) en Alicia para volver a ser reina. El problema de la película (¿y del guión?) es la lectura que se le quiere dar al público infantil. Quizás un adulto, note que la Reina Blanca no es tan “pura” como aparenta ser, pero Burton lo maneja de forma tan sútil, que nunca queda clara la posición al respecto, dando la apariencia, en una primer lectura, que la Reina Blanca es en realidad tan buena como se la pinta. ¿Peligroso y manipulador? Se sabe que a un chico no se lo puede engañar. Burton lo sabe y toma distancia al respecto, pero parece que los estudios del ratón, tomaron otra decisión al respecto. Más allá de esto, y del hecho que sobrevuela cierto aire de artificio, la películas es disfrutable de principio a fín: los colores, la escenografía, el ritmo. Ciertos personajes clásicos, muy reconocibles del cuento van perdiendo participación con el correr de los minutos: desde los gemelos Tweetledee y Tweetledum, pasando por la liebre, y especialmente el conejo Mc Twid. En cambio el sombrerero loco, convertido en antihéroe y co partener de Alicia en su misión es fundamental. Vale agregar, que quizás su participación hubiese sido menor sino estaría interpretado por un equilibrado, contenido y excesivo a la vez, irreconocible por el maquillaje, Johnny Depp. El sombrerero loco, tiene alma, vida, gracias a Depp, que demuestra que a cargo de Burton, siempre actúa mejor. Bonham Carter hace querible, exquisita y odiosa a su Reina Roja, mientras que Hathaway termina irritando por la simpatía y el fantasmal retrato de la Blanca en una de sus mejores interpretaciones. Destacado es Crispin “Mc Fly” Glover como Stayne, y da placer escuchar a Stephen Fry, Alan Rickman, Timothy Spall, Michael “Alfred” Gough y el gran Christopher Lee en las voces de personajes secundarios. Pero la verdadera protagonista que se lleva todos los laureles es la excepcional actriz australiana Mia Wasikowska. Creible, contenida, en ningún momento sobreactúa, sabe balancear y modificar sus estados de ánimo sin sobreactuar ni parecer forzada. Burton no deja atrás pequeñas referencias en decorados y vesturario a Beetlejuice, El Joven Manos de Tijera, Charlie y la Fábrica de Chocolates y Sweeney Todd. Quedará abierta la polémica, acerca de cómo el realizador, logra meter su identidad esta vez, cuanto es auténtico, cuanto manufacturado por la Disney, pensando únicamente en la taquilla… Sin duda, la compañía va a tratar de redituar lo máximo posible con la película: por primera vez el director accede a incluir un tema pop adolescente para atraer al público más joven. La canción “Alice” de Avril Lavigne es realmente olvidable, pero hará vender muchos discos (en realidad, en la Batman original Prince compuso un par de temas, pero las intenciones publicitarias de ambos son diferentes). Para el fanático, volver a escuchar a Elfman en los créditos, será el verdadero premio. A diferencia de Avatar, Alicia en el País de las Maravillas, le da mejor y más versatil uso al efecto tridimensional: no solo mejora y aumenta la profundidad de campo, sino que también está muy bien aprovechado (sin ser ostentoso ni fatigante a la vista) el recurso cuando los personajes le tiran objetos a la cámara, de forma tal que parece que estuvieran por caer encima del espectador. En conclusión, este nuevo excepcional viaje imaginativo a los mundos de Lewis Carroll, y Tim Burton no va a terminar decepcionando. Pero es cierto, que se trata de un trabajo tan perfecto y calculado, con tan poca sorpresa, espontaneidad o fallas, que uno le exige más a su creador… más osadía, que rompa los moldes, que vuelva a defender la fantasía infantil… y no se ate tanto a lo que le piden. Quizás es demasiado dificil teniendo en consideración los cánones del Hollywood contemporáneo. Pero… ¿dónde está el amante de Ed Wood y el cine clase B? ¿Bajo que capa se esconde? Al final, la perfección termina siendo objetable.
Maldito Policía, la gran película que Abel Ferrara realizará en 1992 con Harvey Keitel no necesitaba ni secuela ni remake. Además no se trató de un film comercial tampoco, sino todo lo contrario, la marginalidad, visceralidad y realismo “es” lo que caracteriza el cine de Ferrara. La película resultó fuerte, potente, un golpe al estómago, un clásico de culto de cine independiente estadounidense de los 90s. La Taxi Driver o Calles Salvajes de la década. Keitel encarnaba a un policía corrupto, drogadicto, violador, que buscaba redención en la religión como típico gangster ítalo americano de los años ’20 y ’30. Para hacer la remake se debía utilizar a un director tanto o más trangresor y alocado como Ferrara. Y fueron tras el alemán Werner Herzog. El cocktail prometía ser explosivo. Lo irónico es que si Ferrara, parecía un joven Martin Scorsese, Maldito Policía en Nueva Orleans parece dirigida por un Ferrara veterano, irónico, divertido, sarcástico, e inclusive, morboso y lisérgico. No se trata de una remake ni una secuela. Por lo tanto, cada uno de los films son incomparables, y tienen una frescura independiente. Más una estrategia de marketing que otra cosa, la versión de Herzog toma también a un personaje muy similar al que hizo Keitel (adicto a las prostitutas, al juego, a las drogas, corrupto), pero en vez juzgarlo y convertirlo en un villano, Herzog pone al personaje en una posición casi heroica. En vez, de rebajarlo moralmente, lo premia. El Teniente Mc Donagh no es un ejemplo de policía. En una Nueva Orleans, que todavia sufre las consecuencias del huracán Katrina, inundaciones, casas devastas, personas en la calle (no muy diferente a lo que se vive en nuestro país todos los días), se descubren los cadáveres de los miembros de una familia de inmigrantes ilegales africanos masacrados. El Teniente Mc Donagh se hace cargo del caso. Adicto a la cocaína, y a la heroína para curar sus dolores de espalda, Mc Donagh, empieza a investigar con la ayuda de su compañero y descubren que fue resultado de un altercado entre narcotraficantes de droga. A la vez, Mc Donagh tiene otros problemas: amenaza a hijo de un politico mafioso con matarlo tras descubrir que golpeó a su novia prostituta, tiene deudas de juego, y para colmo de males, su padre, que está yendo a “Alcohólicos Anónimos” le deja el perro a su cuidado. Mc Donagh empieza a descubrir que la única manera de mejorar sus situación es cambiarse de bando, pero sin abandonar la policía. Herzog convierte un policial ordinario en una comedia de enredos, con muchas, muchas adicciones. Lleva al personaje a límites de patetismo y absurdo realmente surrealistas. Si Ferrara quería hacer énfasis, en la hipocresía de un hombre que buscaba la redención mientras violaba y asesinaba sin código moral, enfrentar el bien y el mal en su solo cuerpo; Herzog muestra a un personaje que está más allá de todas las reglas… y de alguna manera, triunfa en su mundo… Sin regodeos visuales, apenas unos planos “místicos” con lentes angulares junto a iguanas y cocodrilos, filmados por él mismo, Herzog explora la enferma mente de un hombre sin caer en el moralismo, ni el sentimentalismo barato o ponerse didáctico. Con un ritmo y humor negro que podría ser propio de los hermanos Coen, también este Maldito Policía intercala (y critica) escenas estereotipadas del film noir con verdaderas escenas de una tensión delirante, capaces de arrancar carcajadas al espectador más deprevenido, debido a lo confuso e incierto que resulta el tono en que maneja los códigos y géneros cinematográficos, y la forma imprevisible en que inserta estas escenas. Sin abandonar cierta cuota de sadismo y debate existencialista, pero a la vez lleno de un cinismo y crítica a capitalismo más salvaje a través de la figura de la policía (corrupta) como “institución” básica, y de “respeto” como modelo de autoridad del “sueño” americano, cierto tono en la visión me recordó un poco al humor de Jarmursch también, el más onirico, donde se mezlcan sensaciones, pensamientos y sueños, como Ghost Dog. Nicolas Cage, estrella, que en algún momento prometía convertirse en un gran actor, calza como anillo al dedo con el personaje: desquiciado, histriónico, medido por momentos. Aquellas características desbocadas, que en una película mediocre ha terminando perjudicando, esta vez son llevadas al extremo de lo patético por la calculadora mano de Herzog, para disfrutar y sorprenderse. No hay duda, de que el espíritu de Klauss Kinsky deambuló por el set de filmación. En cambio, el elenco secundario no corre la misma suerte. No tanto por las interpretaciones en sí, sino porque el convencional guión de William Finkelstein no les permite levantar vuelo (a menos que sea en forma literal) a personajes bastante esterotipados y clisé. Eva Mendez, Xzibit, Fairuza Balk, Irma P. Hall y especialmente, Val Kilmer, solo forman parte del contexto de la película y no gran destacarse. Al contrario, con excepcion de Mendes, el resto lucen bastante sobreactuados y fuera de tono. El único capaz de hacer creíble su personaje es el siempre excepcional y subvalorado Brad Dourif (que ya trabajó con Herzog en la magnífica The Wild Blue Yonder). Es cierto, que este no es el Herzog de Woyzeck, Fitzcarraldo, o Aguirre. La relación del hombre con la naturaleza, para encontrar su verdadera y salvaje naturaleza interior hay que leerla más en la metáfora que en la película en sí (tras filmar Maldito Policía, hizo My Son, My Son What Have Ye Done, con Michael Shannon como protagonista, que empieza también en Nueva Orleans y sigue en Perú. Es el viaje místico de un asesino, muy en la línea de sus primeros films, y el personaje de Shannon también recuerda a Kinsky. La produce David Lynch y la empezó a filmar al mismo tiempo que Maldito… ya que Shannon, Hall y otros actúan en ambas). Excesivo, pero divertido, correcto, pero cínico, Herzog no ha perdido las mañas. Su intuición para captar lo más oscuro del alma humana y ponerla contra un paredón sigue intacta.