Sebastián Lelio es un gran director. En esta primera incursión en el cine americano tiene la difícil tarea de contar una historia de amor prohibido en medio de una comunidad religiosa. Si bien en los momentos de mayor tensión sexual, el realizador no se anima a mucho, en las atmósferas y climas, como así también en la posibilidad de mantener en vilo al espectador con el devenir de las protagonista, deposita todo su conocimiento en imágenes.
20 años le llevó a Carmen Guarini cerrar esta aventura que comenzó rodando al propio Fernando Birri en su último proyecto, un documental sobre la utopía. 20 años esperamos para ver esta amable, entrañable, potente historia de amor al cine, a los ideales, a la pasión en el día a día, que nos invita a reflexionar y a comprender que todo sigue igual si uno no lucha por aquello que mas desea.
A partir del trabajo del reportero y fotógrafo Carlos Bosch, los directores Daniel Henríquez, Leonardo Novak y Carmela Silva reflexionan sobre la creatividad, la pasión, el trabajo. Para Bosch no hay edad, para nosotros tampoco que lo vemos poniendo el cuerpo, exponiéndose, trabajando, hablando, luchando, como así también lo hacen sus magnificas imágenes, esparcidas a lo largo del metraje como una muestra más de su existencia.
La furia contenida El primer plano de Casa propia (2017), de Rosendo Ruíz, es definitorio de aquello que luego se convertirá en una constante del film: Un grupo de jóvenes se ríen, pelean y toman fernet, mientras asisten involuntariamente a una pelea conyugal que termina en una separación. Cual voyeurs, los adolescentes y los espectadores compartirán el primer acercamiento a Alejandro (Gustavo Almada), protagonista del relato, un ser que vive el día a día pendiente de un hilo. El reciente alejamiento de su mujer actual (Maura Sajeva) no hará otra cosa que complicarle aún más su futuro a Alejandro que, de regreso a la casa natal, deberá convivir con su madre (Irene Gonnet), una mujer a la que le descubren un cáncer terminal, hecho que posterga su actual crisis, amorosa, laboral, existencial, a punto de cumplir 40 años, por los cuidados necesarios para ella. A diferencia de sus propuestas anteriores, Ruiz plantea los personajes protagónicos, los satélites y aquellos conflictos que atravesarán de primera mano. No habrá sorpresas en el relato, pero si en la composición de las escenas y en la resolución de las mismas, que exigen un compromiso mayor por parte de los actores, y, principalmente, el de Almada -quien además coescribe el guion- que debe componer al impávido hombre ante los avatares que se le plantean y mantenerse contenido a pesar de todo. En una segunda instancia, Ruiz contrasta su relación con los jóvenes, y ubica a Alejandro dentro del contexto que vive como profesor de lengua y literatura en un instituto secundario privado, completamente diferente a ese universo inicial de aquellos adolescentes que sólo querían disfrutar de la noche, el sexo y el alcohol. Porque la noche, para Ruiz, es el espacio del disfrute y descanso, y los personajes habitan ese momento crepuscular para conseguir mantenerse vivos ante la dureza de las rutinas que los atraviesan y definen durante el día. La Ciudad de Córdoba se abre al lente del director, no sólo como un espacio para desarrollar el relato, sino como un actante más dentro de los conflictos trascendentales que se le plantean todo el tiempo al protagonista y su entorno. Casa propia habla del lugar que necesita el protagonista, que no necesariamente es habitacional, es el reparo para poder conectarse consigo mismo a pesar que el exterior constantemente lo interpela, le exige y estimula.
El amor después del amor En contadas oportunidades el cine local ha reflejado historias de personas mayores de 30 años: de amor y de desamor, Pareciera que el enamoramiento y la pasión es sólo cuestión de jóvenes, algo fugaz y efímero, por suerte llega la ópera prima de Juan Vera para desmentir esto, El amor menos pensado (2018) incluye hasta una pareja de enamorados octogenarios en su narración. Si bien su disparador es la separación de Ana y Marcos (Mercedes Morán, Ricardo Darín, nuevamente juntos tras Luna de Avellaneda) la película prefiere manejar varias capas narrativas para construir su guion. Los protagonistas son dos personas maduras que ante el decisivo momento de reencontrarse en las rutinas, tras la ida del hogar de su hijo, tienen que tomar la difícil decisión de ver si siguen juntos o separados. Vera cuenta esta transición con solvencia, apoyándose en el oficio de los actores y su capacidad para componer personajes sólidos, incluyendo pequeños detalles. Y mientras el desarrollo propone un recorrido sobre diferentes situaciones en las que la edad de los protagonistas no será un impedimento para poder reflexionar sobre la vida en pareja, y también en soledad, el re enamorarse y demás asuntos, una segunda línea de personajes asumirá el comic relief, necesario para transitar la excesiva duración de la película y para plantear algunos conflictos subyacentes que hacen a la trama principal. Una mujer con apetito sexual (Andrea Politti, que aprovecha al máximo su breve intervención), un extraño vendedor de “aromas” (Juan Minujín), por citar sólo dos casos, serán los exponentes con los que se enfrentarán Ana. La incorporación de secundarios contrarresta la carga de cierto “pesimismo” y negatividad inicial, desarrollado en el primer acto. Así, el planteo inicial es sólo la excusa para que hábilmente, el relato proponga un viaje por situaciones nuevas, y por separado, para que la reflexión se enmarque dentro de una necesaria experiencia individual, alejada de la mirada del otro. El pasar revista por los personajes, el transitar con ellos el nuevo estado civil y la posibilidad de depositar en los roles secundarios su necesario arco de progresión dramática, dinamizan el guion que busca recorrer años de los protagonistas para comprender la transformación de cada uno de ellos. Precisos y queribles Morán y Darín, componiendo a una pareja verosímil, lúcida, ácida que necesita tiempo para procesar varias cosas, entre ellas el saber qué pasó con su vida mientras pusieron en un paréntesis sus anhelos e ideales en pos del crecimiento de su hijo, un hombre que les devolverá rápidamente una imagen que no desean pero que se condice con la concreción de su necesaria separación para volver a mirarse a los ojos, luego de un tiempo y responder la difícil pregunta sobre el amor que se tienen, o no.
Es sabido que el público adolescente es el que maneja la taquilla en todo el mundo, y aquí también. Las producciones destinadas para el público familiar e infantil dependen de la aprobación de las hordas de teens que inundan los fines de semana las salas cinematográficas. Ese rango etario, sin obligaciones y con dinero (mucho) en sus bolsillos son los que, de alguna manera, digitan todo lo que terminaremos viendo en un futuro en el cine. Porque la industria es eso, dictaminar formatos y modelos para seguir produciendo cine con algo que explota más y más los fenómenos que encuentra a manotazos. Y justamente, entre ellos, hay uno que se ha potenciado en los tiempos que corren, y que es la adaptación de bestsellers adolescentes, historias que lindan con el coming of age, pero que han buceado en tópicos LGBT, acción, ciencia ficción, por igual, dejando de lado el tufillo de los libros de autoayuda, pero incorporando algunas características de estos. En los últimos años, y en particular en 2018, varias historias fueron por ese camino, y la llegada de la adaptación de la novela homónima de David Levithan (“Chico conoce Chico”, “Dos chicos besándose”), “Cada día”, es una apuesta a explotar ese movimiento con un toque sobrenatural que potencia la premisa de sorprender a los espectadores. La narración de “Cada día” es simple, “A” es una “entidad” que cambia de cuerpo todos los días. Se introduce en ellos, aprovecha al máximo las experiencias que se pueden desprender de él y al otro día despierta en otro cuerpo. Nunca “A” intentó mantenerse en un mismo lugar, siempre se movió rápidamente para tampoco generar cambios en el cuerpo del que es “huésped”, hasta que conoce a Rhiannon (Angourie Rice), una de las chicas populares de la escuela con la que conecta y se enamora hasta el punto de querer SIEMPRE estar con ella. Lo que en apariencia podría haber sido una historia de amor diferente, con esa “dificultad” entre la pareja para todos los días reencontrarse de otra manera, termina convirtiéndose en una película más, que hasta termina por traicionar aquel impulso inicial con el que se presenta al gran público. Clichés, lugares comunes, estereotipos, todo comienza a jugar en contra del espíritu fresco y natural, sumando, además, una subtrama familiar en la que padre depresivo +madre profesional exitosa (Michael Cram, Maria Bello) intentan contextualizar la libertad con la que Rhiannon asume su relación con “A”. El resto es un largo recorrido por las idas y venidas, desencuentros, puesta al día de TODAS las películas de adolescentes sin mucho más. Una propuesta que sólo disfrutarán los más jóvenes y aquellos que quieran desconectarse por dos horas del universo, aun sabiendo, que hay muchas mejores maneras de hacerlo.
Cine militante que prefiere exponer una parte de la realidad, en este caso la de un grupo de mujeres luchadoras, proclives a la revolución, para hablar de temas como el empoderamiento femenino y la igualdad de géneros. Con una puesta simple, la tradicional película de entrevistas esconde, en el fondo, una lograda pasión por cada una de las mujeres que hablan frente a cámara. No importa tanto qué dicen, sino de la totalidad de una propuesta que mejora con el correr de los minutos.
Cuando Cartoon Netwoork invadió la pantalla con la adaptación en versión kids del clásico comic de DC, nada haría suponer que la culminación en la pantalla grande fuese de esta manera. Una film que denuncia la ploriferación de películas de héroes sin gracia ni contenido, pero que en la aspiración de Robin por tener la suya propia, habla también, con humor, ironía, cinismo, y muchos, muchos gags y punchlines, de la imposibilidad de escaparse.
El MOCASE desde dentro. La lucha por recuperar espacios apropiados por empresas y terratenientes a partir del relato que desanda el juicio por la muerte de uno de los miembros de la organización, habla de una realidad urgente que exige resoluciones. Martín Céspedes logra un registro documental preciso, aunque por momentos expone demasiado el dolor, sobre una problemática de agenda que es olvidada por los grandes medios, acostumbrados a la casuística y a esconder debajo de la alfombra, verdades.
La última dictadura cívico militar en la región ha desandado caminos insospechados, como los que Julián Goyoaga traza a partir de la historia de Vladimir Roslik, el último desaparecido en Uruguay. Con solvencia, uno de los creadores de “Anina”, entrañable película de animación, transita a partir de la viuda y los recuerdos de un hecho que desde lo anecdótico bordea lo burdo y trágico.