La educación como posibilidad de salida frente a todo. Individuos que se encuentran en un rango etario difícil para encasillar pero que necesita una guía. Este documental nos introduce en un viaje hacia el centro del sistema educativo analizando casos concretos que permiten creer en torcer la suerte del destino.
La filmografía de Diego Recalde ha sabido recorrer generos y mitos populares con una mirada particular y un estilo que ya lo distingue dentro del panorama local. Acá trabaja con una pregunta, quién fue Francisco del Puerto, grumete de la expedición de Juan Solís quien habría sido el primer trans de la Argentina y único sobreviviente de dicha travesía. Con testimonios de historiadores y un estilo desprejuiciado, su hipótesis, surgida de un dato escuchado al pasar en un encuentro con un guía turístico, propone la base de un documental para no tomar en serio.
La mala costumbre de estrenar películas de género con títulos modificados para sólo atrapar al espectador cautivo y que debe decidir en una multisala qué ver en tres minutos. El título ganchero local no hace honor al despropósito de una película vista millones de veces, con resoluciones obvias y con el susto por efecto como motor narrativo.
Hay algo de universal en este relato de Naomi Kawase que parte de una particular comida japonesa para relatar una historia de amor, amistad, y, principalmente, lucha y esfuerzo. La “pastelería” que alude el título local, no es otra cosa que un pequeño puesto de dulces atendido por un hombre que esconde un secreto. La llegada de una joven modificará sus estructuras y también su manera de ver la vida, regalando una narración clásica en una película que busca emocionar desde el primer segundo.
Ni con Juliette Pese a contar en el elenco con Juliette Binoche, y en un papel diferente a lo que generalmente ofrece en cine, De tal madre tal hija (Telle mère, telle fille, 2017) es una película que falla, principalmente, en la construcción estereotipada de sus personajes y en la decisión de resolver los conflictos de una manera políticamente correcta, obvia y aburrida. Noémie Saglio es una realizadora que ha logrado varios éxitos en la taquilla francesa a fuerza de reinterpretar estructuras narrativas clásicas, con personajes de fácil identificación y un sentido del humor simple que posibilita su incorporación rápida y directa en los espectadores. En esta oportunidad, la confrontación entre el liberalismo de una madre que no tiene escrúpulos, trabajo, ni siquiera vivienda (Binoche), y una hija estructurada, organizada y responsable (Camille Cottin), que intenta seguir adelante con su vida en la imposible convivencia con su progenitora, será el disparador de una película que apela al humor y la confusión para reflexionar sobre vínculos, trabajo, presión social, entre muchos otros ítems. El principal problema de De tal madre tal hija no es el de bucear en la vida de sus protagonistas y a partir de allí construir un relato moderno sobre la vida en familia y el horizonte de expectativas de dos mujeres enfrentadas, al contrario, es el de presentar sus principales características para luego, con una moralina que sorprende, intentar resolver cada uno de los problemas planteados de manera abrupta. Madre e hija quedan embarazadas en el mismo momento, o casi, y para peor de esta lucha por ver quién tiene la razón y quien debería avanzar, la hija comienza a tener una infinidad de problemas en su trabajo, aún a pesar de su estado. Así, a la tensión entre las dos protagonistas, se sumará otra vinculada al mundo laboral que contagiará la trama principal con obstáculos que deben afrontar más allá de los que se suman a medida que los embarazos avanzan. Aquello que podría haber explotado para hacer reír gracias al natural talento de Binoche, también de Cottin, con gags y punchlines y con un personaje hecho a su medida, termina por naufragar al sumar demasiada corrección política para resolver cada uno de los conflictos presentados. De tal madre tal hija se inscribe dentro de una línea de películas en las que los personajes principales, a pesar de de su género, terminan mostrando una faceta misógina que contradice el disparador de los relatos. Si Mado (Binoche) vive de noche, fuma, toma alcohol en demasía y no recuerda con quien está durmiendo, no tiene nada que ver con su libertad de elección y su empoderamiento, al contrario, tiene que ver más con un guion que en el fondo es moralista y plantea lineamientos para que la transformación que sufrirá (la biológica y la de madurez) la ubiquen cerca de su hija, un ser controlador, que limpiará el desastre que deje su madre a cada paso. Entre ambos mundos, filmados de manera tradicional y clásica, el relato avanza hasta unificarlos, impidiendo una reflexión sincera sobre los vínculos y sobre el conflicto con el que se inicia la historia. Una oportunidad perdida en la que el natural carisma de Juliette Binoche, con una estructura sólida y diálogos más interesantes, hubieran hecho de De tal madre tal hija una comedia que valga la pena.
La primera escena de “El Ángel” (2018), de Luis Ortega, dictaminará todo el devenir del relato y la simbiótica relación que el protagonista, interpretado por el debutante Lorenzo Ferro, mantendrá con el espectador. Ese vínculo, estrecho y sólido, de total empatía a expensas de su recorrido delictivo, plasmado de manera impactante en imágenes y acciones que omiten juzgar, dejando a la audiencia esa tarea, es uno de los puntos más fuertes de la propuesta. La violencia y los hechos son tolerados porque, desde, y por, el carisma de “Carlitos”, ese asesino que mató y cometió robos con total impunidad y que supo desafectarse de la realidad que lo contenía con otra diferente, atrapa. Ferro hipnotiza, con sus diálogos cortos, su mirada seductora, y bucles que lo hacen aniñado, Shirley Temple del hampa local. Inspirada en la vida del recluso más longevo de la Argentina, Carlos Robledo Puch que mantuvo en vilo a la prensa y la sociedad durante los años ’70 del siglo pasado, “El Ángel” decide transitar un camino diferente al imaginado y esperado. Si bien su regodeo con los robos, con la sexualidad de “Carlitos”, con cierto desparpajo en el vínculo que tiene con su coequiper Ramón (Chino Darín), con acercamientos a los personajes secundarios y con sus decisiones, podrían alejar la relación con el espectador, la atracción del protagonista exige, aunque esté en el 99 por ciento de las escenas, su rápido retorno a la pantalla cada vez que sale de cuadro, por lo que ya no importa qué se cuenta, sino cómo se lo hace. Carlitos delinque, se arriesga cada vez que roba, porque es su manera de gritarle al mundo que está vivo. Harto de la escuela, las obligaciones, la formalidad del trato en su casa, con padres (correctos Cecilia Roth, Luis Gnecco) que no entienden su manera de salir al mundo, son solo tomadas como circunstancias en su vida, hasta que cae en las manos de Ramón y su familia (solventes y divertidos, Merecedes Morán, Daniel Fanego), allí comienza su relato y el devenir en el que encuentra su forma de ser. “El mundo es de los ladrones y de los artistas, el resto tiene que salir a laburar” dice en un momento, y desde allí el universo de música, estética, vestuario, reconstrucción que Ortega propone, recobra sentido e impulsa esa conexión hacia otro lugar. Carlitos se esconde con Ramón en una pensión de mala muerte, en un acto, que lo pinta tal cual es, le deja a un linyera un broche valioso. Carlitos roba por aventura, mata por diversión, no es consciente, o al menos es lo que se nos presenta, de aquello que lo está empujando fuera de los cánones y parámetros sociales. Se frustra cuando Ramón prefiere las luces de la televisión a estar con él. Desde allí, a “El Ángel” no se le pedirá, fidelidad con el caso, con los hechos que se narran, al contrario, sólo se buscará la continuidad de ese eterno presente, fugaz y hermético, donde conviven gemelas, motos, camperas de cuero, pulsiones sexuales, obras de arte y armas. Al avanzar en su aventura, Carlitos se olvida de todo, y comienza a narrar en primera persona su paso por el mundo, su hipnótico encuentro con los padres de Ramón, los desengaños con éste, la incorporación de un tercero a los robos, y, principalmente su soledad. Y si bien, a diferencia de sus producciones anteriores, en donde el minimalismo iba acompañado de una sencillez en los planteos, la opulencia y la ambición que acompaña esta propuesta, se condice con el principal enunciado de esta especie de “Bonnie and Clyde” urbana, en la que la composición de Ferro como ese villano entrañable, potencia su lograda propuesta y borra todo gesto dañino en cada acto de Carlitos.
Una semblanza única sobre Lucrecia Martel, figura clave de la escena cinematográfica mundial y que por primera vez es reflejada más allá del mito y de algunas ideas sobre su manera de trabajar. Manuel Abramovich, lúcido documentalista, una de las promesas de nuestro cine, se embarca en un viaje junto a Zama, Martel, las películas, y nos devuelve un sólido relato sobre el oficio de dirección y sus luchas.
Diego Gachassin ha desarrollado una carrera como documentalista que en el último tiempo lo acercó a una problemática relacionada con la reclusión y las posibilidades de salida y reinserción de algún tipo. Si en “Los cuerpos dóciles”, su anterior película, se hablaba de la justicia a partir del trabajo de un abogado con mecanismos particulares para la defensa y seguimiento de casos, en esta oportunidad en “Pabellón 4” toma la tarea de Alberto Sarlo, otro abogado, que en este caso ofrece la oportunidad de vislumbrar un trabajo con los reclusos lejos del vigilar y castigar. Sarlo, junto con Carlos Mena, un ex preso, llevan adelante un taller de filosofía y poesía dentro del pabellón que da título a la película y en el cual se encuentran los perfiles más problemáticos y peligrosos de la cárcel. La película encuentra la excusa de profundizar en Sarlo y su tarea, una que está centrada en expandir posibilidades e ideas, ampliando así la libertad de cada uno de los individuos que componen el curso y el pabellón. Si en “Los cuerpos…” veíamos el detrás de escena de la justicia, acá vemos el de la docencia, el de la vocación que tiene Sarlo, más allá de su profesión, por seguir adelante por su cuenta, y con dinero de su bolsillo, con una evangelización sobre las posibilidades del conocimiento como manera de superar el encierro. Gachassin ubica la cámara en espacios comunes, pero también en aquellos recónditos lugares en los que la iniciación en la escritura exige una concentración particular, exponiendo todo el tiempo las condiciones de producción de los materiales que luego configurarán un ejemplar, muestra de las posibilidades y de creer en el otro más allá de todo. “Pabellón 4” expone ideas, suma pensamientos, y acompaña a Sarlo y Mena en la difícil tarea de llevar adelante un grupo que pese a estar concentrado en su misión, termina por viciarse de miradas que prejuzgan un trabajo honesto y digno para todos. Como en “Los cuerpos…” el director no juzga, muestra, y si bien hay un recorte y una manipulada construcción de sentido (como esa escena de Mena hablando con su madre , demostrando la cercanía con ella y sus sentimientos), en la honestidad de la puesta y el seguimiento de los personajes, se potencia la idea inicial. Sin estridencias, sin mecanismos extradiegéticos, ni artificios, el director logra, a paso lento, y con un registro que acompaña de la cárcel a la casa, de la casa a las tareas cotidianas, de la complicidad entre Mena y Sarlo a la contienda para conseguir todo lo que los presos necesitan, aún sin pedirlo, un fresco de una tarea noble y simple. Gachassin pide pista para desestigmatizar y romper con esquemas, preconceptos y prejuicios sobre la vida en la cárcel y sobre un hombre que comprendió que en la vida no sólo hay que ganar y acumular dinero, sino que en el brindarse a los demás está la clave de todo.
Cuántas peliculas de zombies van ya? Cuántas nos han mostrado el intento desesperado por sobrevivir de los protagonistas a esos seres sedientos de carne humana? Los Hambrientos conjuga lo peor de todas esas películas pero trabaja sobre una linea argumentativa distinta, una que privilegia el relato sobre la sorpresa y que reflexiona sobre la vida de aquellos que intentan seguir adelante en un mundo devastado y sin futuro.
El público adolescente está ávido de historias que conjuguen lo sobrenatural y el clásico relato de seres en disputa consigo mismo y con aquellos que se acercan para ayudarlos. Esta propuesta comienza con una idea potente, pero que a medida que avanza el relato termina por perderse en el laberinto de emular cientos de propuestas previas de jóvenes con poderes, distintos, que deben huir de una muerte segura. Ni los logrados efectos realzan una propuesta bucólica y refrita.