Aventuras en guaraní El regreso de Juan Carlos Maneglia y Tana Schémbori (7 cajas) a las pantallas no podía eludir una historia que atrapara a las grandes audiencias desde la particularidad del disparador narrativo local. Así, si en su anterior propuesta un gigantesco mercado popular era el epicentro de la acción para hablar desde su idiosincrasia, en Los buscadores (2017), el folklore autóctono se presenta a partir de retomar la leyenda que se esconde tras la plata yvigüy y retratar el día a día de la vital Asunción. Dicen por ahí que este dinero, escondido durante la guerra de la Triple Alianza, y que supone una fortuna inmensa que sólo puede ser descubierta y encontrada por gente con buenas intenciones y gran corazón, puede sacar de pobre a aquellos que lo encuentren. Con el antecedente cercano de Latas vacías (2015), pero en clave de comedia y aventuras, Maneglia y Schémbori desandan los pasos de Manu (Tomás Arredondo), un humilde y joven repartidor de diarios que vive junto a su familia en una morada en la Chacarita de Asunción, zona anegada por el agua y por el desinterés político de turno, en un guion que mezcla gags, humor y tensión por dosis iguales. Manu trata de ayudar a su madre y hermano pequeño, compartiendo la atención de un puesto de diferentes productos regionales y resolviendo las tareas que la escuela le impone, pero además reparte su tiempo entre esas actividades y el acompañamiento de sus abuelos. Cuando por casualidad descubre junto a un amigo el misterio tras la plata yvigüy, y la cercanía que su abuelo, un hombre “perdido” en una enfermedad incurable, tuvo con la búsqueda de tesoros ocultos, Manu decidirá avanzar en volver la leyenda realidad y así terminar con el triste presente plagado de carencias en el que vive. Pero nada lo haría suponer que el misterioso tesoro se encuentra dentro del perímetro de la embajada de un lejano país africano, en el que trabaja la rígida Ilu (María Cecilia Torres), una empleada doméstica que tratará de mantener alejado a Manu del lugar para evitar involucrarse y perder su empleo, constituyendo uno de los principales obstáculos de la historia. La aventura planteada por la dupla de directores va desarrollándose a paso firme y seguro, con un dinamismo escénico que sorprende y una diversidad de planos que alimentan la trama sin repetir situaciones ni imágenes. Si bien los estereotipos utilizados son necesarios para cumplir con las funciones y conflictos del guion, ninguno de ellos, héroes/villanos, son manipulados para que, a través de trazos gruesos, debiliten el verosímil que se plantea a lo largo de todo el film. Los buscadores es un ejemplo de cuando el cine habilita la posibilidad de repasar viejos esquemas, con ideas frescas e identidad propia, lo que no significa que esto tenga que traicionar el espíritu original de aventura, persecución, pesquisa y tensión, que atraviesa todo el relato, el resultado final es sobresaliente. El timing que se desprende del relato, que funciona con un mecanismo de precisión, único, es también uno de los hallazagos de una propuesta que puede ser disfrutada en familia al reversionar clásicos del género en versión local. En una época en donde la invasión de tanques hollywoodenses son moneda común en las pantallas, la exhibición local de este film permite acercarnos a una cinematografía hermana, que busca pujante su voz, y que en Maneglia y Schemborí amplifica la pasión y el amor por el cine.
Caso curioso el de “El insulto” (2017), película nominada como mejor obra extranjera en los últimos premios Oscar de la Academia de Hollywood por cuestiones coyunturales más que por originalidad, sentido y valores.. “El insulto” comienza de una manera simple y sencilla, que despierta curiosidad por el hecho que luego se desarrollará en la pantalla, un conflicto que esconde una situación más dolorosa detrás. La habilidad del a propuesta radica en la retracción de fuerzas, dispares, opuestas, que se desprenden básicamente en que ninguno que intenta borrar en una segunda etapa del relato cualquier atisbo de originalidad y conciencia. Así “El insulto”, terminando por conseguir una transgresión al disparador inicial con el que comenzaba todo y transformando sus disparadores en suaves intentos por detener la mirada en un conflicto que divide. Una cañería, una falla, una discusión, un insulto, racista, xenófobo, denigrante, termina en la imposibilidad de dialogar con el otro, aun conociéndose los límites y exageraciones con las que cada uno decidió entablar la vinculación, terminando por resolver las diferencias (o no) en un tribunal. Algo que debería haberse resuelto entre dos, en un ámbito privado, se potencia y configura una escalada de violencia que ya no exige una disculpa y que va más allá de lo moralmente establecido por cada uno desde su parámetro. En “El insulto” el pedido de justicia por ambas partes es una anécdota, y allí el problema del film, que termina escondiéndose de mofas y algunos giros de guion que bien podrían resultar mucho más pertinentes en una cinta cómica que en un drama jurídico como se lo presenta. La imposibilidad de generar la conexión entre las porciones participantes (demandante y demandado) y mucho menos el mínimo entendimiento para ponerse en el lugar del otro, van trazando el plan de trabajo y resolución de la película. Se juzgan valores, palabras, esquemas, universos, pensamientos, para poder dar con el mote justo y la resolución precisa a aquello que se quiere imponer como los nuevos movimientos de manifestación ideológica. Esa etapa de discurso jurídico construye un tempo narrativo ajeno al impacto inicial, descansando sólo en unos pocos la posibilidad de analizar los comportamientos que se desprenden de ese gesto inicial. “El insulto” podría haber sido la gran respuesta cinematográfica a un conflicto político y cultural de antaño, pero prefiere retraerse para cumplir con aquello políticamente correcto, simple y sin más vueltas.
Sean Baker es uno de los pocos realizadores actuales que arriesga y explora el universo cinematográfico, trayendo historias actuales, vívidas, alejadas de aquellas propuestas de la agenda de estrenos que privilegia lo comercial por el hecho artístico. Si en sus dos anteriores films el desarrollo de tramas relacionadas a la soledad, el paso del tiempo, la lucha diaria por la vida, eran tópicos frecuentes, más allá de si se los trabajó con más o menos solemnidad, o con más o menos originalidad, en el caso de “Proyecto Florida” (2017), su último opus, hay un gesto notable durante toda la duración que amplia esos tópicos al encarnizarlos en niños. Ese gesto, el de introducirnos en el lado B de los grandes parques de entretenimiento, es sólo el comienzo de un relato entrañable, doloroso, pero esperanzador acerca de la infancia y la imposibilidad de ser aquello que inevitablemente se es. “Proyecto Florida” profundiza su mirada en bucear, sin juzgamientos, en la miseria de la América de Trump, vomitándole en la cara aquello que decide esconder debajo de la alfombra y que nada tiene que ver con los millones y millones de dólares que se gastan diariamente en los centros de entretenimientos vacacionales. En el desgarrador y verosímil relato de las andanzas de Moonee y sus amigos, y en la supervivencia que a diario realiza la pequeña con su madre, hay algo de documental y verdad que se escapa a la fugacidad de la imagen. Sea vendiendo perfumes en las entradas de los hoteles cinco estrellas, sea peleando por un día más en el complejo de departamentos, sea peleándose con los únicos vínculos que poseen para sentirse más seguras, todo comienza a configurar un viaje cuasi antropológico hacia las vidas y rutinas de aquellos que cohabitan con Moonee en las afueras de Florida. Algunas decisiones, como la de ubicar la cámara a la altura de la mirada de los niños, refuerzan el sentido de acompañamiento, y no de juzgar, con el que Baker desanda las peripecias del relato. Conflictos sobran, pero “Proyecto Florida” prefiere potenciar los vínculos a seguir desarmando cada uno de los personajes a través de sus miserias y dolores. Moonee siente, vive, llora, ríe, al igual que su madre, quien por momentos pierde su norte y es la pequeña quien la vuelve a encauzar hacia el lugar que corresponde. Más avanza el relato, más se destaca la capacidad del director para construir entramados narrativos que contienen no sólo ya al contexto de miseria y carencia, sino que, principalmente, aporta un aire lúdico y fresco para aliviar el dolor que padecen cada uno de los protagonistas. A las revelaciones Brooklyn Prince y Bria Vinaite, se suma el experimentado Williem Dafoe, como ese capataz que hace la vista gorda ante muchísimas situaciones, porque sabe que, en el fondo, es el único contacto que tienen todos con la realidad. “Proyecto Florida” es una película de una sensibilidad notable, que ahonda en cuestiones relacionadas a la familia y el trabajo (o la falta de él), pero también en la amistad, la vida y la música como vehículo de escape.
Los directores Juan Irigoyen y Cristian Jure son los responsables de llevar a la pantalla grande el retrato de uno de los cantantes más carismáticos y convocantes que la movida tropical supo tener El Pepo. Así “Pepo: la última oportunidad” (2017) se presenta como un breve recorrido por los últimos años de quien supiera, originalmente, liderar “Los Gedientos del rock” y que luego en solitario sorprendió a las audiencias con un estilo desprejuiciado y directo. Desde el back de la grabación de un disco, de un show, de un programa emblemático de televisión, o lo que se registre, se posibilita una configuración cuasi directa sobre el músico y su entorno. Desde el recuerdo de “Los gedientos…” , formación, imaginada por Pablo Lezcano como el reducto de resistencia que iba a configurar un estilo musical propio, se va desarrollando un relato que termina por interesarse más por el contexto que por el personaje del título. La cárcel, las drogas, el alcohol, los excesos, todos son visualizados como una parte esencial de la misma cara que por momentos se denuncia, y por momentos sólo se enumera sin contextualizarla. Rubén, el Pepo, sufre como cualquier ser humano, llora, se ríe, grita, se estimula con sus propias limitaciones para ir más allá en la construcción narrativa de un fenómeno casi inasible y volátil. Los directores por momentos se entusiasman con la figura, la enaltecen, la glorifican, pero por momentos también la humanizan y la terminan juzgando por sus falencias y por sus inexplicables actos. Uno de los hallazgos de “Pepo: la última oportunidad” es la capacidad para sorprender al espectador, con, por ejemplo, la recreación de situaciones de la vida del músico, como las disputas con su ex pareja ante la explosión de los celos. Esos fragmentos, que rompen con el verosímil del documental, pero que suman desde la “recreación”, van desplazando la mirada hacia un costado muchísimo más humano que el de las decisiones asociadas a la descripción. El film dialoga, inevitablemente con “Alta Cumbia”, film realizado en solitario por Jure, que repasaba los últimos años de la movida “tropical” y en donde ya se dotaba al Pepo de un lugar predominante en la escena local. Irregular en algunos planteos y decisiones estilísticas, pero honesta y verdadera por donde se la mire, “Pepo: la última oportunidad” interpela más allá de la figura que representa, desde la inevitable realidad que golpea a los más vulnerables, quienes por más seguridad en la exposición y manejo con la fama, terminan cayendo en las redes del ocio y de la oscuridad a pesar de todo.
Documental que bucea en la vida de Jorge Di Cicca, el último exponente del catch y lucha libre televisivos. Si bien la película es irregular y posee muchas fallas en cuanto a facturación, el rescate emotivo que realiza está por encima de aquello que intenta mostrar a través de testimonios y el relato en primera persona.
Doloroso y oscuro relato sobre el ingreso a la adultez del protagonista, nada haría pensar que detrás de la búsqueda del verosímil inherente al film había también un interés por graficar una parte de la Italia que no se ve en los medios y pantallas. Sorprendente, vívida, real, efectiva, “La ciambra” es una película urgente que interpela en cada plano y que profundiza sobre fenómenos como el multiculturalismo con crudeza y sin paños fríos.
Visualmente impactante, la adaptación que realiza del libro de Ernest Cline, el solvente Steven Spielberg, no aporta nada nuevo. Si le toma casi dos horas y media para reflexionar acerca de los vínculos sociales, partiendo de la idea que “la realidad es sólo lo real”, es porque más allá de la habilidad para crear universos y parafernalia, no hay mucho más.
Un diario personal. El registro en imágenes de experiencias y deseos terminan por configurar una obra provocadora y potente. Guillermina Pico juega con el soporte, lo lleva a límites insospechados mientras reflexiona sobre sus conocimientos y anhelos. Obra abierta que apela a un espectador expectante.
La mítica realizadora Agnes Vardá y el artista JR plantean un viaje a la Francia profunda con las intenciones de reflexionar sobre la imagen y la percepción, pero también sobre la pasión y el trabajo. Visualmente impactante, la química entre los dos realizadores aporta un aire fresco al cine documental, derribando mitos y prejuicios.
Dolorosa experiencia cinematográfica sobre el duelo y el poder que se podrá ver durante ocho únicas funciones en la Sala Lugones. Nelson Carlo de los Santos Arias desnuda desde el folklore y la religión, las diferencias de clases que marcan los pasos de un grupo de seres a merced del poder político y la indiferencia.