Bienvenida esta secuela del spin off de El Conjuro. Todo aquello que la primera parte de Anabelle no había logrado, en esta oportunidad se concreta y potencia. La maléfica muñeca toma posesión de un improvisado orfanato en donde nadie saldrá ileso del pasado, el que vuelve para tomar aquello que se le quitó de manera imprevista. La tensión y el suspenso atrapa hasta la última escena, de una saga que, a esta altura, ya se espera otro capítulo.
Agradable ópera prima que permite refrescar dentro del panorama actual del cine un tipo de películas centradas en escritores (al mejor estilo Analizando a Philip, por mencionar sólo una) y las viscisitudes que conllevan la creación de una obra. Acá son situaciones completamente bizarras las que disparan un relato ficcional que poco a poco comienza a ser cada vez más realista y que, además, vuelan configurando una narración dinámica, plagada de ideas, que destila cine y cinefilia en cada fotograma.
Una vez más Boca Juniors y la pasión del fútbol llegan a la pantalla. En este caso con la producción “51%“(2017) un documental realizado por y para fanáticos que desnuda una de las hazañas más grandes que recuerden los hinchas del equipo. Allá por el 2000, con el registro de cámaras amateurs, un grupo de hinchas acompañó al equipo de La Boca, que en ese entonces tenía a dos jugadores como Riquelme y Palermo en el plantel, hacia la posibilidad de coronarse campeón del mundo en Japón, compitiendo de igual a igual con el Real Madrid. Esa hazaña, tal vez con la distancia que sólo el tiempo puede darle a determinados acontecimientos, posibilitó que Boca volviera a estar en la agenda pública del mundo y esa misma visibilidad sumaba posteriores requerimientos internacionales para sus jugadores. “51%” apela, en un mismo procedimiento, al fanatismo y la nostalgia. Por un lado construye un relato que sólo disfrutarán aquellos conocedores de los hechos que se cuentan, y además, sólo los fanáticos acérrimos del equipo. Hubo otras oportunidades en las que un hecho puntual relacionado a algún deporte pudo transmitir un mensaje universal sobre el espíritu de lucha y competitividad, para, desde esa base, poder hablar de sueños, de metas y de un triunfo sobre sí mismo. Pero en “51%” esto no se da, tal vez por la extraña decisión de incluir entrevistas a personalidades y participantes del viaje, a periodistas, y demás, con una dudosa calidad, que también habla del poco cuidado del producto terminado. Porque si bien por un lado hay una secuencia inicial de títulos que cuenta con animación para darle un poco más de vuelo al producto, el resto del largometraje hubiese requerido una mayor atención que posibilitara la homogenización de las imágenes. Allí, donde el dispositivo es evidenciado, y el soporte anulado, “51%” comienza a desandar un camino que lo acerca a productos televisivos, perdiendo la fuerza inicial de la hazaña, para reducirla a una anécdota más de un equipo de fútbol. Seguramente los fanáticos del club van a saber atesorar la propuesta, pero para aquellos ajenos al equipo, y mucho más, al mundo del fútbol y el deporte, el producto final no es más que un racconto de imágenes y testimonios que no hacen otra cosa que ubicar cuasi fácticamente la experiencia cinematográfica en otra cosa.
Cuesta mucho hablar de esta película sin trazar paralelos con el texto de Stephen King. Cuesta aún más hablar habiendo leído la extraordinaria adaptación al comic de la saga creada por el maestro del terror. La transposición de “La Torre Oscura” no termina de cerrar por ningún lado. Los fanáticos de la saga saldrán decepcionados, y aquellos que se acerquen a las salas para ver el film, se encontrarán con una propuesta visualmente atractiva, pero con baches (muchos) narrativos. Tal vez con el objetivo de gustar, la película pasó por filtros y tests que terminaron por cercenar metraje, resintiendo la totalidad y construyendo la nada misma.
Los hermanos Dardenne están detrás de este drama sobre los mandatos y una sociedad que se impide evolucionar hacia un lugar en el que cada ser pueda decidir por sí mismo. A punto de casarse, Heidi, un hombre sometido por su madre, descubre el verdadero amor y subvierte aquello que tenía predestinado para su futuro. La principal virtud de la propuesta es evitar caer en lugares comunes, como así también, en regodearse con excentricidades y localismos. El tono preciso de las actuaciones, sumado a la tensión in crescendo de su trama, hacen de “La Amante” un interesante hallazgo.
Reconectándose A los protagonistas de Mario on tour (2017), de Pablo Stigliani, les pasan cosas que al menos, por el momento, no las pueden resolver. En ocasiones no les pasa nada, y en ocasiones, el mínimo roce puede terminar en una guerra nuclear de la que nadie saldrá ileso. Así se puede leer la película: Por un lado Mario (Mike Amigorena) intenta sobrevivir a fuerza de participaciones en focus groups en los que debe absorber extraños brebajes mientras trata de posicionarse como artista e intérprete emulando a Sandro en despedidas de solteros y bares de mala muerte. Por otro lado Damián (Iair Said), mejor conocido como Oso, vive vendiendo DVDs truchos en el Parque Rivadavia, mientras espera que Mario logre trascender y así llenarse de dinero siendo su manager. Y por último está Lucas (Román Almaráz), un adolescente que aún no sabe qué quiere hacer de grande, excepto, estar cerca de Mario, su padre. Entre esos tres personajes, de tres generaciones diferentes, Mario on tour se posiciona como una roadmovie, elucubrando planes para cada uno, más allá de los impedimentos que justamente las diferencias de edad puedan llegar a plantearles. Pablo Stigliani también está detrás del guion, razón por la cual, su control sobre el producto será total. El argumento recupera cierto espíritu nostálgico que se impregna al film desde las primeras imágenes, apoyándose en una banda sonora conocida y popular con personajes honestos, los que inevitablemente, terminan de diferenciarse de todos los secundarios por el vínculo entre los tres. Por nostalgia no refiero a cierto estado en el cuasi perfecto sentimiento de recordar y extrañar, al contrario, hablo de costumbrismo, de lugares conocidos, de Santa Teresita como epicentro de la historia, balneario familiar por excelencia y al que llegan los personajes para encontrarse, transformarse y potenciar su identidad. Si el arranque de la película bucea en la comedia para presentar sus personajes, con algunos gags o líneas ácidas, es a medida que avanza la historia que el drama comienzan a tener más peso en el relato. Mike Amigorena compone de manera contundente a un Mario que va por la vida haciendo las cosas en automático, que sólo desea recuperar el afecto de su hijo -al que ve cada vez más lejos de él por decisión de su ex-mujer (Leonora Balcarce)- mientras que en el fondo quiere dejar de copiar a otros cantantes para lograr su propio nombre en el show business. Iair Said lo secunda en una de sus mejores interpretaciones, convirtiéndose en la mano derecha de Mario, pero también en un personaje con sus propias aspiraciones, deseos y metas por cumplir. En el viaje, forzado, para que Mario pueda tener continuidad laboral, no sólo está la posibilidad de transformación, sino principalmente, la idea de recuperar la mirada sobre el otro, de ser tolerante en la adversidad y también, en arriesgarse a dejar atrás el rencor para volver a ser fiel a sus propios ideales. Todo narrado con una naturalidad en la progresión y sucesión de las acciones que sorprende. Mario on tour es un emotivo viaje hacia el reencuentro de un padre con su hijo, una road movie dinámica que se apoya además en la música presente durante toda la narración, para configurar una reflexión sobre la vida actual en la que la desconexión entre los seres es absoluta, y en donde los vínculos sólo son virtuales.
A través del universo ¿Es Luc Besson uno de los directores más creativos de los últimos tiempos? ¿Es el realizador que mejor ha doblegado a la industria cinematográfica mundial con la subversión de normas y la búsqueda de camino propio? Las respuestas seguramente serán afirmativas para todos aquellos que las intenten responder, pero también se llegará al consenso que en los últimos años, tal vez por el rol preponderante de productor que tuvo, sus últimas películas han caído en un sin fin de lugares comunes y refritos que deterioraron esa misma capacidad visual que poseía para sorprender a los espectadores. El caso de Valerian y la ciudad de los mil planetas (Valerian and the City of a Thousand Planets, 2017) no escapa a esta lógica, y si bien sabemos de antemano que es el proyecto que más ganas tenía de hacer, el resultado, muy a su pesar, no es el esperado. Besson ingresó al cine por la inspiración que sintió luego de leer el cómic original de Pierre Christin, ilustrado por Jean-Claude Mézièresla, y tras muchos años de luchar con la historia y las miles de adaptaciones que corrieron por su cabeza durante todo ese tiempo, finalmente Valerian llega a los cines convirtiéndose en un híbrido de sus últimas películas y algunos destellos de originalidad. En la historia Valerian (Dane DeHaan) se convierte inesperadamente en el protector de una civilización a punto de desaparecer definitivamente. Junto con su compañera Laureline (Cara Delevinge) dejan sus días de descanso para atravesar galaxias y, además, transformarse en todo lo que jamás creyeron ser. Así Valerian y la ciudad de los mil planetas termina por convertirse en el viaje iniciático de un joven que necesita darse cuenta de sus capacidades para poder sortear obstáculos y timadores que tratan de impedir que logre la misión que tiene. En ese viaje, los efectos visuales están a la altura de la propuesta, y aún la supera, apelando una vez más, a un despliegue imaginativo del cual participaron artistas y estudiantes de todo el mundo, sumándose a la visión particular de Besson sobre el cómic y la historia. Por momentos la película bucea en el kitch de obras populares como Flash Gordon o Galáctica, y ahí es donde acierta, en la nostalgia como posibilidad para construir su propio universo, alejándose de Star Wars (que originalmente tomó prestado de Valerian, el comic “algunas” ideas), y apostando a avances tecnológicos para reconstruir los mágicos diseños de Mézièresla. Igualmente no se le debe restar mérito a Valerian y la ciudad de los mil planetas por el ímpetu con el cual Besson siguió sus sueños. Todo lo contrario, en esa búsqueda por completar el ideal de las imágenes que alimentaron sus pupilas de niño, hay una película que se traduce en un homenaje al cine, con algunos problemas narrativos que resienten la propuesta pero que potencian la libertad visual. Valerian es un joven que debe salir de su lugar para asumir un rol para el que aún no está preparado, al igual que Besson en sus comienzos, un camino con el que el guion busca empatizar con el espectador, porque desde la misma inseguridad y torpeza inicial, el camino errático construye la estructura del film, en el que los conflictos son sólo excusas para la trama mayor, la amorosa, en la que Valerian y Laureline se juran pasión eterna en medio de la explosión de un despliegue visual increíble.
Jeff Zorrilla acompaña y denuncia el estado del turismo sexual en una película que evita lugares comunes y que provoca desde el arranque con ese ser despreciable que entrevista. La realidad del intercambio sexual puesta en evidencia, como así también la complicidad de un Estado invisible y el constante menosprecio de aquellos que ejercen voluntaria o involuntariamente la prostitución. Zorrilla afila su mirada y logra un testimonio único sobre el creciente consumo sexual a partir de foros especializados.
Mujer política Un personaje enigmático y rico, y una realizadora que es consciente de esto, terminan por potenciar el hilo narrativo del biopic documental Salvadora (2017), de Daiana Rosenfeld, que desanda los pasos de Salvadora Medina Onrubia, anarquista de principios del siglo pasado y una revolucionaria por donde se la mire. Salvadora maneja tres líneas narrativas, cada una con el mismo peso, y que, en su conjunto, potencian visualmente el relato. Por un lado Daiana Rosenfeld no quiere dejar fuera la entrevista testimonial, por lo que llama a referentes como Silvia Saítta, investigadora experta en la historia del diario “Crítica”, de Natalio Botana (y de quien Salvadora fue mujer) para analizarla. Por otro lado busca en el archivo la posibilidad de anclar visualmente hechos y acontecimientos claves en la vida de la protagonista, jugando no sólo con las imágenes, sino principalmente, con titulares de diarios y hasta la propia prosa de Salvadora Medina Onrubia. El último punto trabajado es la recreación, en la que se arriesga enriqueciendo la apuesta con una Salvadora imaginaria que devela su historia en textos originales narrados en off e “ilustrados” con paisajes, detalles del hogar, naturaleza, etc. Estas imágenes son de un cuidado y una belleza únicos. Entre el trío Salvadora avanza, y la inmersión del espectador que logra, hipnótica por momentos, termina por conjugar un testimonio inmenso sobre una época y la avanzada de esta mujer sobre la misma. Anarquista, dramaturga, luchadora, Salvadora Medina Onrubia reflejó un espíritu de época adelantándose al suyo, y Rosenfeld sabe de ese avant garde, de ese ir más allá a pesar de todo, y se apropia de la figura para devolverle el rol de mujer. Salvadora habla de dolores (el suicidio de su hijo), de luchas (salir adelante con su primer hijo), del quiebre del rol establecido de la mujer de época, y sale del lugar común que la ubicaba en los libros únicamente como la mujer de Botana. Porque Salvadora fue mucho más que la “mujer de” y en este documental, que recupera su voz, se termina por homenajear y dar lugar al potencial propio que tenía y sigue teniendo, dejando de lado sus avatares amorosos, que fueron tan sólo un capítulo más de su apasionante vida. Y en la decisión de potenciar esta idea, el documental avanza, transitando momentos en la vida de Salvadora que significativamente permiten conocer algunos hitos, pero también la necesidad posterior de volver a su poesía y dramaturgia para recuperarla. Justamente la clave de la realización es la de poder disparar ideas sin tregua, advirtiéndole que en Salvadora hay una riqueza que no se terminaría nunca de explicar en imágenes en la pantalla. Allí el cine cumple una función pedagógica, pero no ilustrativa, al contrario, más bien un rol complementario de la posterior acción que cerrará el círculo con la búsqueda de más material una vez terminada la proyección. “El anarquismo no es un movimiento político es un estado espiritual” escribió en alguna de sus miles de manifestaciones, definiéndose como un ser político atravesado por otras vicisitudes, pero que nunca la alejaron de ser lo que llegó a ser. Rosenfeld, quien dirige por primera vez en solitario, utiliza la frase en un momento clave del relato para posicionar aún más a Salvadora como animal político, como mujer ávida de expresión y como testimonio de la historia, figura única en la organización del anarquismo en Argentina y que Salvadora recupera de una manera clásica y potente, dejando un legado y preguntas para aquellos que se acerquen a verla.
Santiago Giralt es un autor. La literatura lo ha forjado y tal vez esa sea una de las claves para comprender Jess y James, película que ha rodado en solitario y que finalmente llega a los cines argentinos tras pasar, timidamente, en BAFICI. Los Jess y James del título son dos jóvenes que se aman, o que intenta, mientras uno bucea en su sexualidad sin trabas, el otro aún tímidamente se anima a salir del clóset. Cuando un día, cansados de las rutinas y de las obligaciones, deciden realizar un viaje hacia ningún lugar, se dan cuenta no sólo de su complementariedad, sino, principalmente, del disfrutar del errabundeo. Giralt los acompaña con su cámara, los seduce, y se deja seducir, suma a un tercero, lo deja escapar, para volver a reposar su mirada en la pareja. El viaje se completa con una banda sonora que genera continuidad entre algunas imágenes y los objetos. Tal vez en ese arranque de sexo desenfrenado, cerca del tren, se pueda explicar mejor que nadie una película que posee momentos bellísimos y que aún pese a algunas carencias se posiciona como una propuesta diferente y fresca en la cartelera.