Hermética. Potente. Atractiva. La propuesta de “La Cordillera” arrasa con el espectador en cada fotograma. En medio de una cumbre presidencial en el límite entre Argentina y Chile, un mandatario (Ricardo Darín) deberá conciliar sus intereses políticos y económicos en medio de una situación familiar complicada. Santiago Mitre vuelve a reflexionar sobre el poder, sobre los alcances del mismo, sobre la sordidez de la periferia y aquello que lo rodea, y lo hace con solvencia, con solidez, con la mirada puesta en un hombre y su hija (Dolores Fonzi), pero también en aquellos que acompañan (Erica Rivas) por elección y por convicción. Notable.
Incomunicados Hace algunos años hubiese sido impensada una película, live action o de animación, que tomara una aplicación, sistema, o tecnología, como disparador narrativo y mucho menos que ese punto sirviera para construir un producto cinematográfico. Emoji: La Película (Emoji the movie, 2017) de Tony Leondis tiene la difícil función de hacerlo y se queda a medio camino entre la literalidad de la traducción y la simple y banal transposición sin fundamentos en sí misma. Si de incomunicación y dependencia hablamos, los teléfonos móviles han logrado imponer en la cotidianeidad un modo de relacionarnos en ausencia que va muchísimo más allá de una simple llamada. Dentro de esas “utilidades” el teclado de emoticones o emojis ha permitido con una imagen o dibujo, reforzando eso de “una imagen vale más que mil palabras”, transmitir una idea o un concepto de manera rápida. Pero eso no quita que en muchas oportunidades ese mecanismo icónico, cercano a la metonimia, termine por configurar otro universo completamente diferente, alienando el proceso comunicacional y discursivo, aún sabiendo que los emojis configuran posibilidades diferentes a las letras o palabras. Con una historia inspirada entonces los pequeños dibujos, que ya han trascendido al propio teclado, y tomando como base las cientos de miles de propuestas en las que un ser se rebela ante el orden establecido (Ants, Bichos, etc.), Emoji: La Película intenta, desde su protagonista, una pequeña cara emoticón que no desea ser igual a sus padres (porque no lo puede), y busca impartir una lección sobre la diferencia y cómo desde ella se pueden lograr objetivos. Claro que en la “normalidad” de esa distinción va a encontrarse con enemigos que impidan que su felicidad sea completa, por lo que al ser detectada su disfuncionalidad, terminará por vincularse con una misteriosa hacker que lo ayuda a salirse de las normas. Hay muchas canciones, mucho humor, y a la vez no hay nada, porque el guion prefiere la estridencia por la narración, el efecto por sobre la construcción, y un misterioso laberinto de sinsentido para implementar una historia sincopada, a partir de personajes inspirados en justamente la eliminación del lenguaje, pero lamentablemente todo es aburrido. Porque además, para completar el cuadro, mientras el protagonista busca cumplir su sueño, aparece el iconito de la caca, de animales, del baile, etc., que encima, en la versión que se estrena, doblada al castellano, pierden las voces originales de actores como Patrick Stewart, James Corden, Maya Rudolph, Anna Faris, Sofía Vergara o Sean Hayes. Tal vez los niños más pequeños, aquellos nativos en la utilización de este tipo de comunicación, puedan llegar a conectarse con la propuesta de Emoji: La Película desde su costado más cercano y familiar. Pero aquellos que no conformen ese rango etario e intenten empatizar con el protagonista y sus desventuras, van a descubrir un catálogo de situaciones que no conforman un corpus unificado y que solo intenta, tal vez como lo efímero de los mensajes que contienen emojis, su rápido olvido.
Nada tiene que envidiar Adrián Suar a Hollywood. Nada, porque cada meta que se supo poner en relación con el cine pudo ir cumpliéndolas con placer y pasión, algo que, más allá de los resultados, logró imponer cierta autoría independientemente si es él quien dirige o cuenta las historias de sus películas, en cada nuevo film. Si su comienzo en el cine, con la superproducción “Comodines”, ya era percibido como un producto netamente comercial, industrial y vacío, pero su perseverancia y tezón, más el acompañamiento de la gente, lo fueron consolidando como una de las estrellas locales más taquilleras. Asimismo, el tiempo posicionó su liderazgo transformandolo en un creador de resultados que hoy busca su lugar en el cine con la continuidad de las propuestas y películas. Fue creciendo en una línea diversificada de producciones, con drama (“El día que me amen”), comedias (“Apariencias”, “Cohen Vs. Rossi”) y más comedias (“Un novio para mi mujer”, “Me casé con un boludo”) ubicándolo, en la cima de la taquilla. En esta línea, en el último tiempo, su decisión de volcarse a la romcom terminó por configurar un espacio de exploración que, además, logró exportar al mundo “formatos” cinematográficos de inexplicable magnitud y repercusión. “El fútbol o yo” (2017), película dirigida por Marcos Carnevale, y coprotagonizada por Julieta Díaz y Alfredo Casero, se posiciona en la delgada línea entre la comedia de situaciones y el costumbrismo autóctono (característico de las producciones televisivas de los años ’90 /00). Hace tiempo que el cine nacional no proponía, al menos no que se recuerde, o de gran escala, un producto tan popular como éste. En la elección de la comedia de enredos y ocultamiento, aquella que plagaba las tardes de la televisión mientras se tomaba la merienda, es en donde el Suar productor, director, actor, etc., pudo imponer una mirada particular sobre el matrimonio. Y cuando comienza a buscar debajo de las alfombras y de otros subtextos, es cuando se termina por potenciar todo, puesto que además, como en este caso, sumó al fútbol en la línea narrativa con la infinidad de posibilidades y encastres inimaginables. En “El fútbol o yo”, Pedro (Suar) es presentado como un hombre común, con una familia tipo, pero con un pequeño problema, es un adicto al fútbol y sus periféricos. No puede dejar de mirarlo, sea un partido por el ascenso, la final de un campeonato mundial, o simplemente un amistoso entre ignotos rivales. Y cuando Verónica (Díaz), le dé el ultimátum, su vida deberá cambiar sí o sí para poder continuar al lado de la mujer que ama, sus hijas y la idea de la familia feliz con la que empatizó desde siempre. Allí comienza ese intento de recuperación de lo popular, el cruce de género, la incorporación de personajes secundarios entrañables (Alfredo Casero a la cabeza de esta serie de roles) y allí también la comedia estalla. Carnevale muestra su oficio, y Suar su capacidad para liderar y potenciar todo su arsenal de humor. Si por momentos “El fútbol o yo” declina su ritmo, es tan sólo por la imposibilidad de extender la anécdota disparadora por mucho tiempo más, justamente allí es en donde la utilización de la confusión como elemento narrativo viene a solucionar el estado de las cosas y redondear todo.
El cine de género ha caído, en algunos casos, como este, a niveles de repetición inimaginables. La vieja historia de la casa endemoniada intenta una vez más sorprender con la narración de los hechos vividos por un grupo de jóvenes que se preparan para sorprenderse en la escena de un crimen. Con actuaciones de mala calidad, una facturación técnica sospechosa, y las claras intenciones de emular fórmulas sin lograrlo, esta propuesta debe ser evitada en las salas.
Nuevo acercamiento de Tomas Lipgot al universo de este excéntrico personaje en una inclasificable propuesta con música, escenarios y mucha pasión. Si por momentos lo ecléctico predomina es tal vez por la línea en la que decide trabajar el director. La pasión de Moacir, y la pasión de Lipgot se conjugan en un relato que abarca no sólo un costado musical, sino que, principalmente, viene para cerrar una trilogía sobre el ser, su existencia y el catalogo de las mismas.
Stephane Brizé reinventa el cine de reconstrucción de época con una propuesta sublime, delicada y que apela a la creación de atmósferas y escenarios particulares para aggiornar el clásico de Guy de Maupassant. Una mujer fuerte, un personaje inolvidable, un destello de cine imperdible, como todos aquellos relatos que Brizé nos tiene acostumbrados, y que, en esta oportunidad no se desvía por ser histórico de la crítica más radical.
Cuando se anunció que hace unos años el universo de “El planeta de los simios” iba a ser revisitado una vez más, las expectativas eran bajas acerca de qué giro podría dársele. Los espectadores, aún golpeados por la cuasi parodia que Tim Burton realizó por encargo, no podían salir aún de la sorpresa con la que el kitch terminó abrazando a una de las sagas más longevas del cine y la televisión. Tal vez por esta razón la taquilla, crítica y fanáticos terminaron por apoyar la nueva saga iniciada con “(R) evolución” , una épica que tomó como punto de partida el espíritu de la franquicia pero intentó potenciar las bases para generar una clara reconfiguración del universo. De esa “revolución” nos quedó en “La Guerra”, dirigida por Matt Reeves (encargado de “Confrontación”, la segunda entrega) uno de los personajes más emblemáticos del cine, César, en él confluyen características humanas que Andy Serkis potencia gracias a la tecnología aplicada en la producción. Apelando a la memoria del espectador, y al interés que éstos poseen en ésta figura, en esta oportunidad el guion nos llevará hacia una batalla por el dominio de los simios por parte del siniestro Coronel (Woody Harrelson) en el apocalíptico planeta dominado otrora por simios, pero en el que ahora los humanos desean terminar de obtener el control. Relegados a un estado animal, en el que la alienación, la falta de alimentos y víveres harán su parte para desanimarlos a que continúen luchando por su libertad, en la figura de una niña, que terminará por ayudar a César y los suyos, una luz de esperanza se vislumbra como posibilidad para avanzar en la fuga de la decadente situación en la que se encuentran. qY así, a paso lento, pero con la convicción de seguir profundizando en la esencia del hombre, sus peores características y miserias, “La Guerra” comienza a establecer los cimientos de aquello que se convertirá en el cierre de una atrapante historia por la libertad y emancipación. El hombre intenta, una vez más, ser el centro del universo, y aún sabiendo que frente a él tiene la posibilidad de poder convivir en paz y armonía, prefiere confrontar, vejar, matar, asesinar, antes que dialogar. Allí es donde “La Guerra” reflexiona y hace reflexionar, en la imposibilidad de creer en otro horizonte posible ante la inevitable exposición al conflicto. La lograda tensión entre los personajes principales, como así también las interpretaciones de Harrelson y Serkis, hacen que la espera por la lucha por el poder sea bienvenida, aún sabiendo las consecuencias. Si el guion decide presentar conflictos personales de los contrincantes, también para humanizar, aún más esta guerra y aquello que se pone en juego, no por casualidad es que tanto César como el Coronel poseen severos conflictos relacionados a su rol como padres. “El planeta de los simios: La Guerra” es el cierre ideal para una trilogía que logró revitalizar una franquicia desgastada y ridiculizada, pensando en un producto diferente, y produciendo uno de los filmes apocalípticos y de ciencia ficción más atrapantes de los últimos tiempos.
Desde Italia, curiosamente, llega esta película que profundiza en la naturaleza humana, la corrupción y el sinsentido, en algunos casos, del poder. Se pueden cambiar el orden de las cosas sin alterar estadíos de confort anteriores? Pregunta que dispara la narración de esta comedia ácida, lúcida y mordaz, sobre una elección que termina en triunfo para un ser honesto que verá que sus intenciones no bastan para torcer el destino de la inevitable decadencia imperante.
Kaurismaki lo hace de nuevo. Tomando como partida la historia de dos seres que desean cambiar sus destinos, el realizador termina por construir un relato único y apasionante sobre las relaciones humanas. Un refugiado clandestino, el reciente dueño de un restaurant que muta de nacionalidad todo el tiempo, y la música como vector, son sólo algunas de las sorpresas de esta última producción del realizador finlandés.
Atrapante relato sobre aquello que no se puede perder, la identidad, y la dificultosa tarea de recuperar, aunque sea de manera documental y cinematográfica, aquello que se está por perder para siempre La realizadora logra empatizar con Blas, su objeto de estudio y también su compañero, configurando un espacio narrativo simple y concreto para revelar una vez más la naturaleza destructiva del hombre.