Amigos y Enemigos Con una reciente adaptación en teatros porteños, y esperando repetir el éxito que en su país logró la obra de Eric Assous, “Nuestras Mujeres” (Francia, 2015) de y con Richard Berry, llega a las salas con su propuesta de entretener y reflexionar sobre la clase más acomodada francesa. En el detalle de la amistad de tres hombres por 35 años (los otros dos son interpretados por Daniel Auteuil y Thierry Lhermitte), que esperan con ansiedad las vacaciones que en solitario vienen teniendo hace años, y sus rutinas, que responden a la idea que uno de ellos revela “una gran amistad es como un gran amor”, se construye un relato que luego virará en una comedia de enredos con ribetes policiales que generará la tensión necesaria para poder esperar la revelación final que determinará la esencia del filme. Así, partiendo de la descripción de personajes, cada uno con su profesión y mundo detrás, luego se los ubicará en un lujoso departamento para que la acción y la confusión termine por confirmar o no cuán amigos son realmente entre sí. La transposición de la obra al cine es deslucida, con algún que otro juego de cámaras y paneo, y la utilización del recurso de la voz en off para despegarse de la adaptación literal, pero no mucho más, Berry apuesta a lo seguro, y, principalmente, a que los intérpretes terminen por confeccionar el paño sobre el cual se pintará el cuadro completo del filme. Algunos flashbacks para generar intriga, tampoco suman a la propuesta que posee una estructura muy hermética y que imposibilita que el humor francés, tan típico de esta y otras comedias como “Un Dios Salvaje” o “Le Prenom”, termine por cuajar en un producto universal. Atentos al rap de Berry en un momento de la narración.
Inspirada en la exitosa y multipremiada pieza “Le Prenom” (que puede verse inclusive en salas porteñas), y que a su vez ya tuvo su versión cinematográfica en su país de origen, Francia, “Il nome del Figlio” (Italia, 2015) de Francesca Archibugi, es un filme que reflexiona sobre los vínculos entre amigos y las relaciones con una lograda solidez y la posibilidad de escaparse de la generación de copia rápidamente. Acá la directora resuelve, a partir de la famosa reunión de amigos, en la que se irán debatiendo temas relacionados a sus recuerdos, anhelos y expectativas, a partir del debate sobre el nombre del hijo que está por venir de una de las parejas, trabajar con cuestiones que profundizan la problemática de la Italia actual. Si Italia está plagada de multiculturalismo, con una brecha entre ricos y pobres expandida considerablemente, Archibugi reposa allí su mirada para hablar de una realidad diferente y que ameritaba una puesta al día distinta. Si bien la mayoría de los protagonistas de “Il nome del Figlio” pertenecen a una clase acomodada, la pareja huésped de la reunión, Betta e Sandro (Valeria Golino y Luigi Lo Cascio) atraviesa un momento económico complicado y oculta éste al resto de los comensales, por pudor, por miedo, por ignorancia. Cuando los invitados a la reunión comienzan a llegar, cada uno impregnará de su impronta la velada, y aquello que se proponía como una entretenida y relajada cena amistosa, terminará de complicarse al aparecer algunos trapos sucios en la mesa que inevitablemente los harán enfrentar Así, si el matrimonio dueño de casa trata de ocultar a toda costa su desaprensión, incomunicación y poca feliz situación sentimental y sexual, Paolo y Simona (Alessandro Gassman, Micaela Ramazzotti) verán trastabillar aún más su inestable relación, repleta de celos y planteos, a pesar de la llegada de un hijo, y Claudio (Rocco Papaleo), el soltero del grupo, cargará con un secreto que explotará en la reunión en el momento menos inesperado. Archibugi presenta de manera detallada, minuciosa, a cada uno de los personajes del filme, y aprovecha el escenario en el que los ubica, una vieja casa amplia, ubicada en el límite de la civilización, que le posibilita hablar de la transformación que Italia ha atravesado en el último tiempo en materia de migraciones. Ese espacio en el que el relato se sucederá, también es el ideal para que la concentración de la tensión entre los personajes crezca, como si estuvieran en la última cena antes del apocalipsis y lo único que pueden hacer es decirse a la cara aquello que nunca quisieron contarse. A diferencia de la pieza teatral, la incorporación del flashback como construcción del pasado de los personajes, y la incorporación de situaciones ajenas al presente también potencian la propuesta, que supera la anécdota del “Le Prenom” original y que tiene un cierre antológico con la llegada del hijo que disparó toda la historia.
Vuelven los Warren, vuelve el terror más profundo de la mano de James Wan, quien una vez más se pone detrás de cámara para dar cátedra de suspenso con “El Conjuro 2” (USA, 2016), secuela de la ya clásica cinta y que tuvo hasta un spin off olvidable. En esta oportunidad la acción se retrotrae en el tiempo para mostrarnos a Lorraine (Vera Farmiga) y Ed (Patrick Wilson) en un momento de su carrera luego de los terribles hechos acontecidos en Amytiville y antes de afrontar un nuevo desafio. Pero Lorraine no quiere saber más nada en esto de ser los especialistas en espiritismo más importantes del mundo, por lo que, alejada de todo, intentará llevar una vida normal. Pero claro está, esto es cine, y es Hollywood, por lo que Wan nos llevará a Inglaterra, a la humilde morada de una mujer (Frances O’Connor) quien verá como la apacible rutina junto a sus hijos se verá trastornada cuando un espíritu comience a “dialogar” con una de sus hijas. Absorta y sorprendida, decidirá hacer una denuncia policial por los extraños sucesos que acontecen dentro de la vivienda, pero al no contar respuesta y ayuda, se volcará a hacer público el caso de la “posesión” de su casa e hija para así tener alguna respuesta “real” sobre qué está pasando. Y cuando todo se comienza a complicar más en Inglaterra, los Warren son enviados hacia el lugar para obtener pruebas fehacientes de los hechos y descartar desde la Iglesia cualquier engaño que se quiera hacer. Lorraine, atormentada por los miedos e imágenes de su última sesión, verá como este nuevo caso la expondrá a un sinfín de atrocidades, las que, encarnadas en la siniestra imagen de una monja diabólica, y la utilización de una niña de 11 años como vehículo del espíritu, la harán replantearse una vez más su condición de “vínculo” con el más allá y su condición como investigadora del más allá. Wan maneja con maestría el suspenso y el fuera de campo, y se aprovecha de algunos recursos del género que trastocan la lograda narración, digresiva, pausada, con la que comienza a conformar el universo Warren y el universo Hodgson (la familia asediada por el demonio), tan necesario para el relato como la dosis exacta de miedo y terror que le impregna a la historia. Además aprovecha para jugar con el dispositivo, y así logra escenas inmersivas, planos subjetivos, cenitales, y logrados travellings, que intenta simular la idea de plano secuencia, que elevan la calidad del producto. “El conjuro 2” es una de las más acabadas muestras del cine de género, ese que tantos adeptos tiene, logrando cumplir con el objetivo que se plantea y superando con creces las expectativas depositadas en la secuela, las actuaciones protagónicas, la suma de una serie de secundarios de lujo (Franka Potente, Simon McBurney) y la tensión in crescendo de la historia.
Rompiendo Mitos No es un dato menor que “Pibe Chorro” (Argentina, 2015) esté dirigido por Andrea Testa, quien en su debut en el largometraje de ficción co dirigiendo “La larga noche de Francisco Sanctis” ha podido construir una idea sobre la otredad novedosa. El documental “Pibe Chorro” busca desestigmatizar y romper con una idea relacionada al grupo etario, que mal ha sido tildado por los medios de comunicación y la sociedad, como “pibes chorros”. Dentro de ese grupo se ha ubicado a un segmento de la sociedad que, sin oportunidades, ha intentado buscar un rumbo pese a que las puertas se les han cerrado. Testa bucea en el mundo detrás de los noticieros sensacionalistas, rastrea opiniones en la calle (hallazgo ocultar el rostro de los exponentes), habla directamente con los familiares y evita la victimización y exposición casuística para construir con lucidez un documental que utiliza una multiplicidad de materiales (trazos gráficos, dibujos, animación, resemantización de archivos, etc.) para consolidar y potencias su propuesta. “El proyecto de vida se construye más allá de la cárcel” dice una de las entrevistadas, idea con la que “Pibe Chorro” trabaja todo el tiempo para afirmar la posibilidad de una relación con el otro armónica y contenida.
La Vengadora Tomando como referente los grandes y épicos melodramas clásicos, “El poder de la moda” (Australia, 2015) recupera la intriga como puntapié para narrar una de las historias más atrapantes que el último cine ha ofrecido. Inspirada en la novela de Rosalie Ham, la directora Jocelyn Moorhouse (“How to make an American Quilt”), con guión propio más la colaboración de P.J.Hogan (“El casamiento de Muriel”), plasman el infierno de un pequeño lugar a partir del punto de vista de una mujer que vuelve para tomar venganza de aquellos que la expulsaron de ahí. Tilly (Kate Winslet), la protagonista, regresa a un olvidado pueblo fantasma de Australia, en el que aún vive su madre (Judy Davis), vieja y enferma, y con la que quiere recuperar un vínculo que hace tiempo perdió de manera obligada. Aprovechando el estado de salud de la anciana, Tilly también regresará para comprender qué pasó con su pasado, lazo con su progenitora, y, principalmente, con cada uno de los miembros de un pueblo que nunca le perdonó un crimen que, aparentemente, ella cometió de niña y que vuelve en forma de flashback constantemente. Así, en este contexto, claro está, su regreso no será una fiesta, todo lo contrario, porque además, al volver con una impronta citadina, envuelta en los mejores vestidos y telas que esa gente ha podido ver en su vida, Tilly se hará, rápidamente, un lugar y un nombre, a pesar del pasado que la acecha y amenaza constantemente. Un joven del lugar la recuerda (Liam Hemsworth), quien a pesar que el resto de la gente la rechaza, se acercará a Tilly a partir de su nueva figura y sex appeal, y en el medio, el pueblo que comienza a exigirle a la mujer lujos y diseños como los que lleva, volviendo todo confuso hasta que la tragedia una vez más golpea a su puerta. Moorhouse narra con seguridad y precisión la historia de una mujer que vuelve para recuperar su historia, reencontrarse con la madre y comprender el por qué del rechazo que sufrió de niña. Una serie de personajes secundarios, además, constituirán el contexto necesario para que Tilly desande el camino de su vida, descubriéndose y conociéndose, más allá de ese personaje voraz y seductor que armó. Imágenes de los paisajes cuasi pictóricas, actuaciones memorables (Hugo Weaving como el comisario del lugar, que desea cada vestido de Tilly para él mismo) y una trama que nunca termina de sorprender al espectador, hacen de “El poder de la moda” una de las propuestas industriales más interesantes y entretenidas de los últimos tiempos.
La nueva incursión cinematográfica de Luis Ortega “LuLú” (Argentina, 2015) es una historia de amor irrefrenable, explosiva, única entre dos seres solitarios, marginales que sólo buscan el ser contenidos por el otro muy a pesar de aquello que realmente les sucede alrededor. Ella, Ludmila (Ailin Salas) y él, Lucas (Nahuel Pérez Bizcayart), son dos jóvenes que deambulan por la ciudad buscando la manera de sobrevivir sin siquiera tener como meta u objetivo el poder encontrar un espacio que los tranquilice y satisfaga sus verdaderas intenciones. Mientras él sale bien temprano a buscar en un corroído camión restos de carne y hueso con un jefe (Daniel Melingo) bastante particular, ella se sube a su silla de ruedas en la que mendiga, muchas veces con él. De espíritu libre y a la vez atado el uno al otro, “LuLú” nos habla de la soledad ante la existencia repleta de carencias y que ineludiblemente lleva a lugares límites en los que a partir del consumo de drogas y alcohol, las características de él se potencian y las de ella se mantienen aún más alerta. La lograda interpretación de la pareja protagónica, más la minuciosa descripción que el guión y las imágenes hacen de ambos, hacen que la empatía con ellos sea inmediata e inevitable. Al entrar en el universo que Ortega les brinda, tan sólo algunas secuencias exageradas desentonan con la mirada realista, que a pesar de no querer hacerlo, termina teniendo todo el filme. Una narración digresiva, con algunos disparadores de tensión y climax (ay la escena en la que Lucas se relaciona con la joven embarazada que conoce en la calle) potencian “LuLú” hacia un lugar que el director siempre lleva sus propuestas. Así, si en sus filmes anteriores la mirada del universo tenía como parámetro siempre la capacidad de poder abarcar los personajes con un dejo de lástima o conmoción, aquí la pasión que emanan por vivir cada uno de los protagonistas, termina por hacer superar la compasión por un sentimiento mucho más ligado a la euforia, la misma que Lucas mantiene durante todo el metraje. Como si Ortega tamizara la obra de Leonardo Favio y se quedara con los destellos localistas, pero también con el amor por los personajes que éstos contienen, “LuLú” es una película urbana que rechaza la clasificación y a partir de silencios y pocas palabras se termina por configurar una obra vibrante que emociona todo el tiempo. Tal vez algunas decisiones de Lu y Lu pueden llegar a hacer pensar al espectador que la narración es forzada hacia espacios border, pero cuando uno termina por ver la obra en su totalidad, finalmente termina por comprender el porqué de cada decisión que el guión enumera. “LuLú” habla de la soledad, del dolor, del tener que crecer de golpe, de la amistad, y principalmente de la urbe como gigantesca amenaza ante seres pequeños, los que, sin la contemplación de alguien que los rescate, pueden llegar, no en este caso, a perecer sin más ambición que despertar al otro día junto al ser amado.
En el arranque de “El hijo perfecto” (Suecia, 2015), de Sanna Lenken, propuesta que renueva las salas desde hoy, una niña regordeta, entrando en su adolescencia, llamada Stella (Rebecka Josephson) es presentada con detalles de aquello que está haciendo, juntando algunos insectos en un frasco mientras se identifica con los versos de una canción foránea. Ensimismada, esa primera escena nos acerca a su universo de una manera diferente, ya que, vendida como la nueva “Little Miss Sunshine”, el filme en realidad luego virará hacia un drama familiar con una impronta cuasi documental sobre la adolescencia, la autoexigencia y la proyección de sueños y deseos ajenos en los que la protagonista para nada se ve reflejada. En el título original, “mi hermana flaca”, hay una declaración sobre la trama que quizás, e innecesariamente, lleve a revelar detalles del giro narrativo que el guion le impone a los protagonistas. Stella es feliz con sus secretos y pocas aspiraciones, las que día a día se van opacando a la sombra de su bella hermana, una patinadora de hielo profesional, que se obsesiona con su carrera al punto de negar una realidad evidente que la va deteriorando. Un día una persona le dice al enterarse que su hermana es la bella patinadora “debes estar orgullosa, es muy linda”, pero Stella no siente eso, primero porque no sólo la puede ver con los ojos de “hermana” que tiene para ella, y por otro lado, porque en el fondo, detesta que “esa linda chica” sea su hermana. Cuando Stella detecta el problema de Katja (Amy Deasismont), en vez de acompañarla, al querer "denunciarla" ante sus padres, lo único que termina haciendo es complicar más todo. Allí Lenken deja el clásico relato iniciático y de mostrar como Stella se relaciona con el sexo opuesto y con su única amiga, comienza a profundizar de manera dolorosa y verdadera, en la compleja situación en la que Stella y su familia se verán inmersas. Algunas lagunas narrativas, que se van presentando mientras el guión trata de encontrar una correcta dirección para contar, y la liviandad con la que se configura el perfil de los padres (madre ausente, papá todo el día en la casa que no puede ver venir los problemas con cada una de sus hijas) resienten “El hijo perfecto”. Tampoco hay un interés por reforzar el verosímil del grupo familiar ante la repetición de situaciones que se dan ante la desesperación de los padres por no poder ayudar a sus hijas y que terminan por resentir la totalidad de la propuesta. Aun así y a pesar de esto, la mayoría de las escenas presentadas, con un logrado realismo sobre el entrenamiento profesional, el hambre de competencia, la ambición, el relegar a un segundo lugar a aquellos que se ven opacados ante el triunfo ajeno, también potencian algunos pasajes luminosos que destacan la osadía de la niña (increíble el avance al adulto profesor de patín) y el reflejar la vida familiar de Suecia (alejadísima de nuestra idiosincrasia, y sorprendente a la vez) elevan las lagunas y el apuro con el que se quiere cerrar la historia de esta niña en busca de su ser y el de su hermana.
Es curioso el caso de películas protagonizadas por estrellas de la TV y la música. Muchas de ellas quedan ancladas en un momento histórico particular, y más precisamente, en un instante de la cultura. Varias han potenciado las carreras de los artistas, y muchas otras, la gran mayoría, terminaron por convertirse en un panfleto armado, exagerado, apurado, con una distancia de la concepción cinematográfica de aquello que llamamos película. “Tini, el gran cambio de Violetta” (Argentina, 2016) de Juan Pablo Buscarini (“El inventor de Juegos”, “Ratón Perez”, “Condor Crux”, etc.) se ubica en esta línea de filmes que tratan, de alguna manera, de generar un discurso concreto sobre la música y su intérprete y además buscar algún aditamento estético que acompañe la propuesta. La Tini del título es la archimegaconocida estrella teen Martina Stoessel, quien supo conocer el éxito mundial a través del envío de Disney grabado en el país “Violetta”. Partiendo justamente de este programa (ya culminado), los productores intentaron hacer un puente entre esa serie y la nueva propuesta de la actriz/cantante/star. Aprovechando en el guión el cruce entre ficción y realidad, “Tini, el gran cambio de Violetta” arranca con una Violetta harta de la exposición y la exigencia de las giras, que en medio de una supuesta “crisis” con su novio, decide patear el tablero y dejar toda su carrera atrás. Para ayudarla, su padre (Diego Ramos) decide extenderle una invitación que no podrá eludir, ir a pasar unos días a un pueblo de Italia y buscar inspiración en una escuela de talentos dirigida por una amiga llamada Isabella (Angela Molina). Sabiendo que necesita estar lo mas lejos posible de su ex, de los medios, de sus afectos, Violetta se embarca en una aventura en la que no sólo conocerá su verdadera “voz” interior, sino que, además, podrá saber detalles sobre su origen, los que nunca imaginó que iba a tener. Buscarini hace lo que puede con un débil guión, que si bien trabaja con ideas relacionadas a perseguir los sueños, el destino, la inspiración y el talento, reposa su mirada, también, muy superficialmente, en la misma industria que produce anualmente cientos de miles de Violetta’s y de la que sólo un par saldrán victoriosas y triunfarán en el mercado. Si Violetta decide alejarse de los medios y dejar su carrera, es sólo por un impulso que nunca termina de justificarse realmente como algo que internamente necesita, y si la exageración de algunas situaciones que la llevaron a repensar todo principalmente se da por una cuestión sentimental, ese mismo basamento se cae como un castillo de naipes. Los acompañantes de la Stoessel en ese viaje iniciático de cambio y crisis se embarcan sin conocer el destino, y excepto algunos personajes estereotipados como el galan italiano Stefano o Ludmila, la eterna frenemy de Violetta (con algunos momentos graciosos), están muy medidos y controlados. La estética de videoclip, la aparición de Tini como nueva “princesa” de Disney (con hasta un pajarito que aparece cuando ella canta con su piano), los planos estilizados buscando una armonía eterna, y los conflictos sin conflictos de los protagonistas, hacen que la propuesta de “Tini, el gran cambio de Violetta” no logre superar la media de películas de este tipo.
“El vecino” (Rumania/ Francia/ Suecia/ Alemania, 2015) de Radu Muntean es un filme que permite muchas lecturas a partir de la poca información que a lo largo del metraje se va presentando. Manejando la intriga sobre el personaje que se menciona en el título local, la narración se va tornando cada vez más densa y sombría hacia el finalizar el metraje. En la película un personaje, siniestro, misterioso, será el disparador de las obsesiones y elucubraciones de Patrascu (Teodor Corban) un hombre que trabaja como gestor automotor, y reparte las horas de su día con rutinas que incluyen correr por el parque, pasear a su perro y dialogar con su mujer e hijo. En el aparentemente tranquilo edificio en el que vive, cada vecino, aislado del resto hace sus cosas sin tener que explicarle nada a los demás. De hecho son muy pocos los que interactúan con los demás. Cuando un día, volviendo justamente de sus rutinas, escucha gritos en uno de los apartamentos, hipnotizado y sorprendido, comienza a subir las escaleras y es seguido de cerca por una persona que sale de allí (Iulian Postelnicu). Cuando a los días, se entera de la muerte de la inquilina de ese departamento, el miedo lo apodera, pero en vez de amedrentarse o quedarse con una impresión personal sobre la situación, decide ir más allá y omitir este dato a la policía que realiza la investigación. El vecino, además, comenzará una relación cercana con su mujer e hijo por temas laborales (repara computadoras), por lo que ahí sí, la paranoia se volverá el lugar común de sus días sin poder alejar de su mente por un momento aquello que escuchó detrás de las puertas. Con una lograda tensión in crescendo, sin que la información se presente en la pantalla, el director Muntean logra un filme hipnótico donde la fuerza de aquello que Patrascu imagina, o piensa, o cree es más importante que todo lo que la puesta en escena transmite. La lograda interpretación y el verosímil con el que se trabaja constantemente en la película, son también otros de los aciertos con los que la cinta puede atrapar el interés, sin siquiera acudir a golpes efectistas o a resoluciones que complejicen aún más la Hitchcockniana trama. Y todo esto en medio de un filme realista, que omite exagerar situaciones, como tampoco intenta atrapar la atención desde un lugar preconfigurado, sino, todo lo contrario. “El vecino” se destaca por su habilidad narrativa, llena de planos detalles que no hacen más que potenciar la sospecha y la culpa, de mostrar la ciudad como un espacio de conquista personal, mientras que el edificio se erige como el lugar de encierro y reclusión, y aunque parezca un trabalenguas, es así, de haber hecho y de no hacer, aquello que uno imagina que se tendría que haber hecho en el lugar del protagonista.
El cine político continúa atravesando un buen momento en la producción nacional. O al menos habrá que saber que hasta que la cosecha 2014/2015 se termine de estrenar tendremos oportunidades de poder repasar la historia reciente. Además, las posibilidades expresivas con las que en la actualidad la mayoría de los realizadores cuentan, hacen escapar las producciones de lugares comunes y puestas en escena tradicionales, datos que revalorizan la narración y el enriquecimiento de aquellos productos que, sabiendo que se arriesgan, sumarán un plus a su propuesta. En “El sable” (Argentina, 2015) de Nahuel Machesich propone, a partir de un objeto concreto, el que da el título al filme, armar una compleja trama reticular a partir de la cual se inviste al objeto en cuestión con los anhelos y esperanzas del movimiento político peronista. Así como grandes realizadores se han manifestado proclives a la figura de Perón y su línea estratégica en la política, piénsese a Pino Solanas, o a Leonardo Favio como claros exponentes de un cine que manifestó su inclinación, en el caso de Macehsich también hay una definición de él mismo como político. Este joven director aprovecha el momento “tecnológico” actual para atravesar su reflexión y mirada de una multiplicidad de recursos, los que no hacen otra cosa más que potenciar el discurso que se enumera. Así, la resistencia peronista ante todos los embates que a lo largo de su historia ha sufrido, terminan por proyectar en el sable de San Martín su profunda y dolorosa gesta, la que, enmarcada en un contexto popular y nacional, supo por distinguirse y consolidarse como la que más adhesiones ha logrado a lo largo del tiempo. Pero también ha sido la que mas detractores obtuvo, y en ese contraste de intereses es en donde el director reposa su mirada, afinándola hacia el primer “bando” y buscando a partir de entrevistas, imágenes de archivo, recreación de situaciones animadas y demás, el contexto ideal y también necesario para que todo acontezca. Si el sable se convierte en el emblema a conseguir por los jóvenes que adscribieron al peronismo durante las décadas del 60 y 70 del siglo pasado, Macehsich bucea en la compleja y profunda reflexión que sobre el mismo se ha hecho. El peronismo entendido como un todo, comienza a partir de la búsqueda de otra definición, diferentes vertientes, y quizás en las más radicalizadas y extremas es en dónde se supo conformar un movimiento, vigente hasta hoy en día, que terminó por definir gran parte de la situación política y coyuntural de un país que necesita redefinirse a sí mismo en un momento como el actual, pasado por lavandina y lleno de globos amarillos.