Inocencia Interrumpida La historia de dos amigos, que se apoyan mutuamente en un contexto hostil, es la excusa para que de alguna manera se hable de un momento socio económico emergente en “La ilusión de Noemí” (Argentina, 2015), debut en la ficción de Claudio Remedi. La película narra como la amistad puede ser el lugar de refugio ante los embates del exterior, y también el lugar para que la identidad pueda forjarse a fuerza de juegos y lecturas. Si los amigos hacen una especie de búsqueda del tesoro, es por la necesidad de encontrar respuestas sobre sus vidas, que, a la deriva, responde a las propias inseguridades de sus padres. El padre de de ella trabaja de manera casi marginal en un astillero, y la madre de él debe aceptar en una clínica, tras el acoso del empleador, un trabajo menor para solventar deudas. Entre todos se conformará el arco narrativo del filme, pero en el guión se plantean situaciones endebles más que conflictos, por lo que, más allá de los esfuerzos de los protagonistas, la película no logra llegar a ningún lugar y se presenta más como un ejercicio que como un sólido largometraje.
Pasaron 20 años y es curioso como para Roland Emmerich, uno de los directores claves de la historia de la ciencia ficción y el cine bélico, su idea sobre la imposibilidad de los terrestres por impedir un ataque masivo de alienígenas permanece intacta. En “Día de la Independencia: Contraataque” (USA, 2016) hay un intento por recuperar cierta ingenuidad del género, pero en la búsqueda de construir una épica, ambiciosa, gigante, termina por construirse un relato atiborrado que, aún abusando de clichés y lugares comunes, no logra consolidar su propuesta. La película se divide en dos etapas, una primera que bucea en su entrega anterior, con la presentación de algunos de los personajes que supieron identificarse como claves, por caso Bill Pullman como el presidente que supo hacer frente a los extraterrestres, y algunos nuevos que hablarán sobre aquellos del pasado que marcaron a fuego la historia de una nación que consolidó su poderío con tecnología alien. En la segunda instancia, algunos personajes del pasado se sumarán a nuevas incorporaciones para conformar la red necesaria que evitará que un nuevo ataque extraterrestre termine de una vez por todas con la humanidad. “Día de la Independencia: Contraataque” no puede superar la inevitable comparación que con la primera entrega surge, una historia narrada de manera clásica que supo tener como protagonista a Will Smith, quien junto a Pullman pudieron, a fuerza de carisma y la exploración de nuevas tecnologías lograr uno de los hitos del género. Pero en 2016, y con filmes posteriores a “Día de la Independencia”, que también trabajaron sobre el enemigo externo y la inevitabilidad de un ataque, más la realidad que golpeó fuerte y que post 11-S se consolidó como la prueba fehaciente que nada está escrito ni previsto, esta nueva entrega no hace otra cosa que trabajar con tópicos reiterativos que ni siquiera con el cuidado trabajo de efectos especiales pueden salvar el tedio con el que Emmerich relata todo. Una película de ciencia ficción debe además de respetar a rajatabla algunas convenciones del género, poder construir nuevas sensibilidades para enmarcar la narración y así posibilitar la emergencia de una historia que en apariencia sea diferente. Pero Emmerich no puede o no quiere hacerlo, y si bien en una primera parte puede despertar el interés evocando “Día de la Independencia”, cuando “Día de la Independencia: Contraataque” debe separarse no puede hacerlo. Como filme de ciencia ficción el relato avanza a paso firme y lento, hasta que la resolución se avecina y entonces ahí el oficio y la habilidad se deja de lado, y comienza todo a precipitarse sin siquiera detener en la obviedad con la que todo se está haciendo. “Día de la Independencia: Contraataque” es una olvidable secuela, un filme de género más que se termina perdiendo en el propio laberinto narrativo con el que intenta presentarse 20 años después, sin novedades, cambios, ni siquiera con personajes interesantes que puedan despertar el interés en su conocida historia.
Si hace unos meses atrás el cine chileno demostraba cierta madurez con películas como “Naomi Campbel” o “La visita” (que curiosamente comparte productora con esta cinta), que intentaban profundizar sobre las nuevas realidades y corporeidades emergentes en relación con la sexualidad, y que cada vez más son inevitables para poder comprenderlas, con “Rara” (Chile, 2016) de Pepa San Martín, el logrado trabajo sobre la idea de familia como disparador y la incipiente liberación de ciertos prejuicios en torno a ella, son los puntos más importantes de una propuesta simple y a la vez compleja. Y para obstaculizar aún más la propuesta, San Martín aborda el amor entre mujeres, desde la particular perspectiva de dos niñas, quienes acosadas por el contexto, confunden la propia mirada que tienen, natural, y para las que el amor de su madre y su pareja, son tan solo la circunstancia con la que les ha tocado vivir desde hace tiempo, sin poder evitarlo. Si Sara y Cata, las dos niñas protagonistas, ven como el entorno comienza a cuestionarles someramente sobre el por qué de algunas decisiones personales, y no sobre el porqué de su madre y su pareja, es porque “Rara” es una película madura, que a partir de un sólido guión y una narración limpia, simple y sin vueltas, se presenta como la posibilidad de poder contar una historia sin otro sentido más que el que se presenta en pantalla. A partir de ese sentido, es que todo el universo que San Martín imaginó para sus personajes, cobra más fuerza, y en cada escena en la que se lo presenta y configura, nada está puesto azarosamente. Será por eso que a partir que la “rara” del título, comience a cuestionar algunas decisiones que son mucho más que la disparadoras del filme, y en las que la nueva familia, conformada por las dos mujeres que la están criando no la pueden contener. En “Rara” se pueden jugar roles que hace tiempo se “esperan” como normales, y se tergiversan de manera premeditada estructuras para que, a medida que la niña avanza y comienza a adolecer y a intentar configurar su propia identidad sexual, rodeada de amigos que en realidad ni conoce, alejada de cualquier presunción que debería poseer por el núcleo en el que vive, comienza a cuestionar todo. Y cuando comienza a cuestionar, sin darse cuenta, comienza a destruir aquello que su madre y su pareja pudieron conquistar, la posibilidad de criarla a ella y su hermana, alejada de cualquier mirada inquisidora del resto de la sociedad. San Martín bucea en esa niña, más que en la familia, porque por primera vez el cine devuelve una construcción sólida sobre dos mujeres que se aman, tan fuerte que es inevitable el contraste con cualquier otra pareja que el filme presente. Porque en la narración sin prejuicios ni estereotipos de “Rara” es también como se puede hablar un poco de la madurez con la que la directora logra, no sólo a partir de las interpretaciones, sino, desde el guión y la narración, fortalecer una mirada necesaria para evitar seguir con prejuicios sobre la temática. “Rara” es una película honesta y madura, que abre un camino necesario para seguir comprendiendo diferentes formas de amar y de crecer, sin miedo ni autocensuras.
Volver a filmar. Tomar historias ajenas, en este caso de la laureada escritora Alice Munro, tres para ser más específicos, y recuperar con ellas una manera de narrar que hace tiempo había dejado de lado y que se extrañaba. Tras algún impasse (traspié para muchos) y vuelta a la comedia más gamberra o bizarra (“Los Amantes Pasajeros”), el realizador manchego, el más famoso de su país, con este nuevo filme sólo reafirma la imperiosa necesidad, para él y sus seguidores, de regresar al melodrama, aquel género que le permitió obtener sus mayores logros y al que también tanto le ha aportado. Pedro Almodóvar vuelve con “Julieta” (España, 2016) a un cine intimista, de sentimientos, de personajes inmensos, de emociones, de sensaciones, y con una impronta que lo acerca a historias profundas y sentidas como “La flor de mi secreto”, “La piel que habito” o “Todo Sobre mi Madre”, pero sin el espíritu coral de éstas y sin relegar su control sobre, ya no sólo el dispositivo, sino, principalmente, la imagen y su capacidad para manipularla y empatizar con ella. Así, si en “Julieta”, una mujer (Emma Suarez/Adriana Ugarte) ve como la tragedia golpea a su puerta en varias oportunidades es el disparador del relato, Almodóvar evitarla la linealidad y jugará con la narración de estas tragedias para urdir una compleja trama que con la utilización del racconto y el flashback le permitirá introducir la historia principal, la de una desgarrada madre partida por la desaparición de su hija. “Julieta” está a punto de cambiar de vida, acompañando a su pareja (Dario Grandinetti) se mudará a Portugal sin otro plan más que pasar el tiempo entre recuerdos y lecturas de clásicos que la han marcado a fuego. Mientras hace las valijas, prepara todo, ordena la casa que dejará y elige libros, ropa, utensilios, y cosas que siente que necesitará en el país vecino, reflexiona sobre su presente, pleno, completo, con un horizonte inmenso al frente y en el que, al menos en apariencia, podrá cumplir todo lo que se propuso. Porque mientras Julieta cree tener un control sobre su vida, alejada de oscuros secretos y temas que la han alejado de su verdadero yo, inevitablemente el pasado la volverá a atrapar, literalmente a la vuelta de la esquina, sin posibilidad de mirar hacia otro lado o desatender al llamado que éste le realiza. Y en ese encuentro fortuito con el pasado, breve, fugaz, ella deberá reflexionar sobre sí misma y cómo a partir del silencio de un ser amado y una ausencia que la desgarra y la deja con una herida dolorosa, su vida no ha tenido el sentido que originalmente imaginó para su futuro. Almodóvar narra esto con sutileza y control, algo que no sólo se refleja en los primerísimos primeros planos con los que decide contar el cuento, sino también, por la elección de colores (colorado pasión, azul calma, etc.) que configuran el escenario en el que la joven y la madura Julieta atraviesan sus días. Una serie de secundarios, algunos prescindibles (Ava: Inma Cuesta) y otros necesarios y precisos (Marian: Rossy de Palma), también conforman el contexto en el que Julieta desandará su amor irrefrenable por su pareja, hija y allegados. Si por momentos en “Julieta” el director declina a continuar con su manierismo y explosión de artificios a las que nos tiene acostumbrados, también habla de su necesidad de reencontrarse con un cine que no abusa de mañas, al contrario, en lo despojado de algunos cuadros, con tan sólo ver un plano, es en donde Almodóvar vuelve a su cine más intenso y en el que aún se puede reconocer y reflejarse.
Todos los años asistimos a un espectáculo interesante, ver como el cine encuentra material para adaptar de los estantes de las librerías para convertirlos en filmes que luego se transformen en sucesos en la taquilla y así recuperar la inversión que tras la adquisición de un best seller suele haber. "Yo antes de ti" (Inglaterra, 2016) no es la excepción, que bajo la dirección de Thea Sharrock (con amplia experiencia en el teatro, pero debutante con este filme en cine) y los protagónicos de Emilia Clarke (si, Daenerys Targaryen de “GOT”) y Sam Claflin (“Los juegos del hambre”), más la participación de un seleccionado de actores de lujo (Matthew David Lewis, Charles Dance, Jenna Coleman, Janet McTeer, etc.) se logra adaptar la atmosfera y tensión que el libro de Jojo Moyes le impregna a todo el relato original, que nada tiene para envidiarle a Nicholas Sparks o John Green. La historia es simple, Louise (Clarke), es una chica que necesita imperiosamente trabajo. La crisis golpea a todos y su familia ha sufrido la disminución abrupta de ingresos por el despido de su padre del trabajo. Entre todos, colaborando, poniéndole el pecho a la situación han podido salir adelante relegando sus verdaderas intenciones y postergando sueños y metas personales (como el su hermana que debió abandonar sus estudios abruptamente). En el caso de Louise todo es más complicado, porque si bien ella se empeña en ayudar al prójimo a como dé lugar, se ve superada por algunas situaciones en las que toma decisiones que afectan directamente a sus empleadores, por lo que constantemente pierde su trabajo. Cuando por enésima vez va a la oficina laboral para pedir una nueva oportunidad, una inesperada solicitud de asistente personal de un hombre la colocara nuevamente en la carrera hacia un futuro mejor. Pero claro está que ese será solo el comienzo, ya que al aplicar y asistir a la entrevista la joven deberá modificarse para cumplir con al menos alguna norma o pauta que la acerque a la chance de que la tomen en el lugar, hogar de la familia más acomodada del pueblo con un nivel de vida completamente alejado al de Louise y los suyos. Lo que sigue es una suerte de reiteración de las miles de historias que el cine, la literatura y la tv ya han plasmado, una puesta al día de aquellas narraciones en las que un personaje externo al universo que se retrata, llega para cambiar la realidad de aquellos que lo habitan. Y este filme no es la excepción a la regla, por lo que Louise, con su verborragia, vestimenta ridícula (cualquier similitud con “The Nanny” no es casual) llegará para estremecer a Will (Claflin) un hombre que vio como la tragedia le cambió su vida de un día para el otro al hacerlo pasar de la cima (laboral, sentimental y personalmente) a lo más bajo, ubicándolo tras un imprevisto accidente en una silla de ruedas con un cuadro irreversible de cuadriplejia. Louise tratará de seguir las reglas impuestas por la madre (McTeer) de Will y las extensas rutinas de kinesiología y demás, pero no podrá evitar querer modificar todo con su sola llegada. Entre ambos, el amor, y con este la irreversible necesidad de aferrarse el uno al otro, emulando una suerte de Pigmalión en el que Will desasnará a Louise con algunos tópicos (cine extranjero, por ejemplo) y ésta también lo hará en temas mucho más “terrenales” como el “amor”, algo que Will había desterrado de sí. Sharrock, respondiendo a su sólida formación teatral, registra todo puntillosamente, de manera cuidada y medida, sin arriesgarse a nada, algo que en otro tipo de películas sería desfavorable, pero aquí, respondiendo a reglas de género, sirve para consolidar la propuesta y reforzar el protagonismo excluyente que Clarke y Claflin logran. “Yo antes de ti” funciona, y seguramente aquellos que busquen una entrañable historia de amor la encuentren, a pesar que por momentos la química entre los protagonistas no esté presente y que Clarke exagere un tanto su Louise. La vuelta de giro hacia el final, una suerte de golpe inesperado que evoca a clásicos como “Love Story” o filmes más cercanos como “Bajo la misma estrella”, no hacen otra cosa que reafirmar su impronta y propuesta, y que ubican a “Yo antes de ti” al tope de las inevitables listas de melodramas y chic flics que cada año se hacen.
Un pequeño relato que gana en suspenso a medida que avanza la narración es “El eslabón Perdido” (Argentina, 2015) de Valentín Javier Diment (“Parapolicial negro,apuntes para una prehistoria de la triple A”, “La memoria del muerto”, “El sistema Gorevisión”), que además se anima a jugar con varios géneros con una fuerte impronta anclada en la tradición de filmes rurales. En esa impronta, que recupera el campo y lo rural como espacio para desarrollar el relato, Diment imaginó un pequeño pueblo aislado del mundo llamado “El escondido” en el que una mujer será el objeto de deseo y de contienda de todos. A partir del derrotero de ésta (Paula Brasca), su hermano (Luis Ziembrowski) y su madre (Marilú Marini) sacan partido de la belleza única que posee y la obligan a prostituirse en el único aguantadero del lugar, no sin antes advertirle la importancia de evitar estar con “todos” los hombres del pueblo, ya que, de pasar esto, una siniestra maldición ancestral recaería sobre ella. Cuidándose, y tratando de evitar que la amenaza se cumpla, cuando no está con los hombres, obligada, muy a su pesar, la joven atiende a su madre, quien en un estado senil se comporta de una manera irregular, exigiendo y pidiendo atención, ayudando y colaborando para que ella y Raulo (Ziembrowski), tengan un futuro mejor, a pesar de las pocas posibilidades. Pero en “El Escondido” se cumple esto de “pueblo chico, infierno grande” y a la corrupción de las autoridades policiales, se les suma la Iglesia, con un padre poco adepto a los usos habituales del hábito, aprovechando cada oportunidad que tiene para dejar en mala posición a la institución. “El eslabón podrido” además de ser leída en clave de relato sobre mitos rurales, con figuras arquetípicas y estereotipos, explora el deterioro de las clases, con su arraigada necesidad de hablar sobre lo “podrido” de la sociedad, sobre sus miedos, sus incertidumbre y su corto horizonte de expectativas ante la decadencia de los vínculos. Si la joven bella es el futuro, claramente Diment la ubicará en una posición secundaria frente al pueblo, el que se mueve de manera rutinaria, con el rumor como manera de generar sentido a sus pobres vidas. Y si la joven es tocada por la maldición de “El escondido”, entonces el apocalipsis llegará al lugar, envestido no en una fuerza divina, sino en el cuerpo de Raulo, ese hombre con algunos problemas mentales que sólo quiere saber el porqué del siniestro plan que se desató sobre su hermana y quién lo hizo. “El eslabón Perdido” es una lograda muestra de un cine que apela a recursos de género pero que termina por construir un relato original recuperando parte de la literatura fantástica, aquella que bucea en temores y suposiciones ajenas para determinar el destino de una mujer a fuego tan sólo por ser bella.
La secuela de “Buenos Vecinos”, “Buenos Vecinos 2” (USA. 2016) es la puesta al día del matrimonio conformado por Mac y Kelly (Seth Rogen y Rose Byrne) y su relación con Teddy (Zac Efron) quienes luego del accidentado encuentro y resolución de la primera entrega, nuevamente se verán las caras. Mac y Kelly esperan un nuevo hijo y deben mudarse, por lo que deciden vender su vivienda e ir a un lugar más amplio para poder estar con sus niñas. Cuando finalmente consiguen que alguien reserve la casa, implicando que si los posibles compradores detectan alguna anomalía sobre el entorno, estructura, o lo que sea, pueden rechazar la misma. Las vueltas de la vida hará que la casa de al lado de ellos vuelva a estar ocupada por un grupo de jóvenes que desean despegarse delas tradicionales fraternidades femeninas y fundarán una propia llena de excesos y fiestas. Pese a tratar de dialogar con ellas, Mac y Kelly verán cómo el sueño de poder mudarse quede trunco al volverse a repetir al lado suyo la misma historia que hace tiempo padecieron con Teddy y compañía. Pero cuando Teddy, expulsado por sus ex compañeros (una pareja gay que necesitan vivir solos para concretar sus sueños) cae en la casa en la que esta nueva “sororidad” (Kappa Nu), encabezada por Shelby (Chloe Grace Moretz), Beth (Kiersey Clemons) and Nora (Beanie Feldstein), comenzará sus operaciones y se transformará en una suerte de mentor de las mismas. Así, el guion de Andrew J. Cohen Brendan O'Brien Nicholas Stoller Seth Rogen y Evan Goldberg, y la dirección de Nicholas Stoller (que ya estuvo detrás de la primera entrega, pero también trabajó con los guiones de “Zoolander 2”, “Turbo” y la versión cinematográfica de los Muppets), encuentra un tono ágil y dinámico para esta nueva entrega. “Buenos Vecinos 2”, toma una casa y la pone de “spring breaker” haciendo de la multiplicación del gag y el punchline la posibilidad de que la película pueda romper la previsibilidad con la que el espectador asiste a la sala a verla. Las referencias a la cultura popular (Nikci Minaj, Hillary Clinton, etc.) y las escenas en las que la escatología explota, acercan a “Buenos Vecinos 2” a películas como “Loco por Mary” o “Virgen a los 40” y ubican la película en la línea de nueva comedia americana soez que potencia el humor y las situaciones incómodas (atentos al chiste de la hija de Mac y Kelly con el vibrador “princesa”). La fiesta como lugar de desenfreno frente al contraste con el matrimonio, que no quiere dejar ese lugar que también supieron liderar, el sexo como lugar de evacuación más que placer, la amistad como reparo ante un entorno agresivo y la incorrección como forma de vida, son sólo alguno de los puntos de una película que cumple con aquello que promete y que potencia la broma y el gag irrefrenable como estilo de narración.
Una radiografía de Nápoles y de la Italia que se quedó detrás de las promesas inacabadas del capitalismo más salvaje, aquel que arrasó con todo, es el tema principal de la nueva cinta de Antonio Capuano “Historias Napolitanas” (Italia, 2015). Concentrada en tres personajes, la película buscará reflexionar acerca de la vida de seres que sólo pueden reclamar su lugar en el mundo, y si no lo consiguen, pues lo tomarán sin pedirle permiso a nadie. En el arranque hay un viejo que es llevado en una silla de ruedas sobre el desolado paisaje de una fábrica que supo ser el centro del lugar, pero que hoy, en su abandono y desidia sólo muestra la dura realidad del lugar. Así, de manera digresiva y reposando la mirada en Giggino, Antonio y Marco, los tres protagonistas, cada uno con su edad y sus propios sueños, Capuano desnuda la vida de cada uno tomando aquello que más le sirve para revelar, de manera cruda, sucia. La multiplicidad de imágenes (no es casual que una de las escenas aluda a “Adiós al Lenguaje” de Godard) con las que el director trabaja, no hacen otra cosa más que continuar una tradición que el director plasma en cada uno de sus filmes y que marcan un estilo propio, despojado de artificios. El Nápoles más duro, aquel que quita posibilidades y que aún, a pesar del paso del tiempo, sigue amando a Diego Maradona y al fútbol como manera de superar las carencias, le sirve al director para poder construir un relato que avanza de manera lenta, pero precisa, con la solidez necesaria para poder así generar empatía en sus protagonistas No importa si Giggino es un busca que termina siempre generando conflictos a partir de la necesidad de transgredir constante, tampoco si Antonio se desprende de sus objetos más preciados para poder encontrar a alguien que lo quiera, y mucho menos que Marco deambule por las calles y apartamentos entregando mercadería y descubriendo que nada ni nadie es lo que realmente dice ser. “Historias Napolitanas” acompaña a sus personajes en un eterno deambular por la ciudad, los planos descuidados símil noticiero en busca de información, como así también la sucia necesidad de construir la verdad al rememorar un pasado que no existe más y que al menos, el más joven, desearía conocer. El errabundeo de Giggino, sus hábiles maniobras para conseguir de manera fácil lo que quiere, el sedentarismo de Antonio, con la necesidad de ver a su empleada para completarse, y la promesa de Marco, con sus ganas de encontrar en cada habitación de un edificio la esperanza de poder cambiar su presente, responden a la capacidad y recurrencia de Capuano de trabajar sin filtro el espíritu improvisado de la historia y el relato de los personajes. “Historias Napolitanas” habla de un estado latente y eterno de las cosas, de un barrio, el Bagnoli del título original, que sigue avanzando a pesar de la decadencia de sus calles, de sus edificios y de sus vínculos y que contiene, a pesar de todo, a Giggino, Marco, Antonio y a cada uno de sus habitantes.
Con un logrado timming y una estructura narrativa cercana a la screwball/slaptick comedy, “Alma” (Chile, 2015) del realizador Diego Rougier, potencia su propuesta a partir de las interpretaciones de la pareja protagónica (Javiera Contador/Fernando Larraín), quienes impregnan de verosímil y naturalidad a sus personajes a pesar del patetismo y looserismo que los conforman. Alma (Contador) y Fernando (Larraín) atraviesan un momento crítico en su pareja. Si bien ella es ajena a esta “crisis”, detecta de manera sorpresiva el malestar que él siente y que continúa profundizando las diferencias entre ambos. Ante la expresión verbal en su trabajo de querer dejarla, Alma, confunde el mensaje que su marido expresara públicamente en el supermercado que trabaja. Allí la primera confusión, una que tiene que ver con el vínculo que ambos poseen, y que en el fondo profundizará los conflictos que se puedan derivar de ésta. Alma echa a Fernando de la casa en la que conviven, por lo que se va a vivir a lo de un amigo. La segunda confusión es mucho más inherente a la derivación de la primera, y tiene que ver con los nuevos vínculos que ellos establezcan con el sexo opuesto, queriendo y sin queriéndolo, configurando el contexto en el que ambos se relacionarán entre sí. Pero como esto es comedia, las dos confusiones generan una multiplicidad de microconfusiones, potenciando el gag y el punchline, y también la incorporación, acercándola a un cartoon, de un sinfín de bromas y situaciones inesperadas que no hacen otra cosa más que reforzar el vínculo que poseen entre sí. Alma es bipolar, y Rougier traza las líneas del personaje con una sencillez y una explicitación, al mismo tiempo, que otorgan a “Alma” de un ritmo vertiginoso, por momentos, y de un dinamismo que la acerca a la sitcom, rubro que el dúo protagónico y el director manejan a la perfección. La impulsividad e ingenuidad de Alma contrastan con la estructuración de Fernando, y entre ambos, en el límite de sus diferencias, se erige un muro que debe ser demolido para poder analizar el presente de la pareja y volver a reunirse. En el medio de la discusión, de las idas y venidas, aparece un galán argentino (Nicolás Cabré) que quedará prendido de la espontaneidad con la que Alma se maneja en la vida, y con la que querrá entablar una relación. Rougier cuenta el relato con una limpia dirección de cámaras, planos simples y bellos y una narración clásica, que le queda como anillo al dedo al relato en general. “Los bipolares disfrutan doblemente de la vida” dicenn en un momento del filme, afirmación válida para el entrañable personaje central, uno de esos que no se puede olvidar rápidamente y del que queremos todo el tiempo saber más. El resto de las interpretaciones es correcta, al igual que la puesta en escena y la ambición del director por emular ciertas comedias americanas (la incorporación de trazos gráficos, por ejemplo) en su afán de consolidar su propuesta, que merece ser vista por la frescura con la que se relata y la lograda composición de los personajes.
Navegando en la memoria Hace años, los estudios Pixar lograron uno de sus mayores éxitos: Buscando a Nemo (Finding Nemo, 2003), la historia sobre un desesperado padre que, con la ayuda de un grupo de personajes diferentes entre sí, buscaba de manera urgente a su pequeño hijo perdido en la inmensidad del océano. En ese universo imaginado, lleno de peces, pulpos, animales marinos y demás, una pequeña pez azul llamada Dory (Ellen DeGeneres), sorprendía por su falta de memoria, siendo aprovechada desde la estructura narrativa como uno de los puntos de conflicto y a la vez, uno de los personajes más recordados hasta la fecha. Por eso, ni lerdos ni perezosos, los estudios le encargaron a Andrew Stanton una suerte de secuela llamada Buscando a Dory (Finding Dory, 2016) en la que la olvidadiza sería el centro de una historia que emule el sentimentalismo de la primera entrega pero que además potencie todas las características que el film familiar poseía. Así, Buscando a Dory se presenta como una historia -una vez más- de búsqueda, que en este caso será no sólo de alguien, sino también de una identidad necesaria para poder configurar el contexto y la situación de la protagonista. Los hechos suceden un año después de [#Pelicula,2953], con Dory conviviendo en aparente tranquilidad con Nemo (Haydence Rolence) y Marlin ([#Persona,12324]), pero atormentada por las ráfagas del pasado que acuden en forma de flashbacks pesadillezcos para exigirle una pronta resolución. Desatendiendo a los consejos de sus amigos, emprende una búsqueda, que termina en un viaje iniciático y épico hacia los detalles necesarios para sentirse contenida dentro de una familia y reencontrarse con sus padres, a quienes hace años que no ve. Stanton, hábilmente, mezcla la aventura encarada con imágenes provenientes de los recuerdos de una Dory niña, junto a sus progenitores, quienes intentan a toda costa que pueda superar su problema de memoria con ejercicios y rutinas destinadas a fortalecer su débil fijación de ideas, pero también, necesarias para que pueda recordar en dónde vive y quiénes son ellos. Así, mitad recuerdos, mitad viaje, Buscando a Dory construye su relato, con una animación tradicional y un cuento plagado de emoción y entretenimiento, sumando una impronta que evoca a su predecesora pero que, a partir del carisma de la protagonista, puede despegarse y sumar personajes secundarios como el pulpo, la beluga y la ballena tiburón (Ed O’Neil, Ty Burrel, Kaitlin Olson, respectivamente) que aportarán, desde sus particularidades, el acompañamiento para que la pequeña pez pueda cumplir con el sueño de reencontrarse con familia. El dinámico guion, del propio Stanton, permite que la narración pueda ir y venir en el tiempo con el objetivo de lograr una potenciación del conflicto que la funda: la posibilidad de crear un mito desde el desconocimiento y a partir de allí reelaborar categorías relacionadas a la amistad, el amor, el trabajo en equipo, y, principalmente, la consolidación de la identidad al encontrar el núcleo perfecto para conocerse y construir a futuro una historia con los suyos.