Otra vez la disyuntiva ante una adaptación de un comic/programa de TV. Si en el último tiempo el universo de los superhéroes ha invadido los cines de todo el mundo, los productores cinematográficos bucearon en el arcón del recuerdo para seguir generando un sinfín de películas que no por ser buenas terminan ingresando en sus arcas al menos la posibilidad de recuperación de la inversión que en ellas se ha hecho. Cuando la adaptación de la nueva era del clásico “Teenage Mutant Ninja Turtles” desembarcó en los cines, no sólo la transformación de los quelonios fue lo primero que llamó la atención (en plan “negros hip hoperos”) sino que también sorprendió la fidelidad al comic con el que se la construyó. Así, “Las Tortugas Ninja 2: Desde las sombras” (USA, 2016) vuelve a las alcantarillas para rescatar a Donatello, Raphael, Michelangelo y Leonardo, que deberán en esta oportunidad tratar de frenar una amenaza extraterrestre que incluye en el armado de la misma, una vez más, a Destructor (Brian Tee) el siniestro líder del clan del Pie, y archienemigo de ellas. Al escapar de una prisión de máxima seguridad Destructor se unirá al horrible “goma de mascar masticada” Krang, que intentará conseguir los tres elementos perdidos de un condensador que permitirá abrir un portal entre universos y que se servirá, además, de la inútil ayuda de Bebop y Rocksteady, dos mutantes. Así, las tortugas seguirán a los secuaces de este ser despreciable y una vez más no estarán solos, porque a April (Megan Fox) y Vern (Will Arnet) además se sumará Casey Jones (Stephen Amell), quienes se asistirán y ayudarán mutuamente. El clima de comic, de dibujo animado live action que Dave Green logra impregnarle a todo el filme, es uno de los puntos más interesantes de la propuesta, la que, además, anclada en la cultura popular, toma elementos de la misma para poder, de vez en cuando aludir a la misma en las disparatadas ocurrencias de las tortugas. El esfuerzo en equipo como base del éxito, y la necesidad de trabajar, una vez más, con el concepto de la necesidad de salir de la clandestinidad de las tortugas, refuerzan la idea central de la película. También el trabajo con el concepto de ser “diferente” ante la posibilidad, de poder transformarse en humanos que se presenta en un momento del metraje, hace más verosímil la configuración corporal de los personajes, como así también la decisión de reflejarlos como adolescentes que sólo quieren diversión y comer pizza. Además de las tortugas, destaca Splinter (Tony “Monk” Shalhoub), esa inmensa rata zen, guía y padre espiritual que siempre tiene el consejo y la palabra justa para que estos seres puedan redireccionar sus objetivos correctamente. A diferencia de la primera entrega “Las Tortugas Ninja 2: Desde las sombras” tiene momentos que sobran, pero que así y todo, conforman un entretenimiento sincero que permitirá disfrutar a grandes y chicos de una aventura llena de efectos especiales y el debut en pantalla grande (aunque hizo cortos y pequeñas participaciones) en un rol central de la mega estrella Amell.
La fragilidad de los recuerdos El intento de aferrarse a los recuerdos para evitar perder algo que no se quiere dejar de ver y sentir, bien puede ser la definición o sinopsis de Crespo (La continuidad de la memoria) (2016) de Eduardo Crespo, película que parte de la anécdota divertida que cuenta el realizador “Hola me llamo Crespo, viví en Crespo y ahora en Villa Crespo” y que en el fondo lo llevará a profundizar en los detalles de su vida para poder continuar su presente. Tras el fallecimiento de su padre, Eduardo Crespo regresa a Crespo, Entre Ríos, localidad que se ha destacado por su actividad avícola (y de la que salieron varios directores de cine), y en la que aún permanece parte de su familia. La película inicia allí su camino, con imágenes de Eduardo embarcado en su travesía. Ante la alarma impuesta por el mismo, de que quizás alguna información se le esté escurriendo, la película será el intento que hará por volver al lugar y encontrar todo aquello que necesita para, principalmente, mantener vívido el recuerdo y a su padre. Viejos VHS familiares, grabaciones en Super 8 de un lugareño, publicidades viejas de huevos, o un cancionero scout, todos son disparadores para que el director, a través de la voz en off sume su comentario sobre esto y además pueda reflexionar, profundamente, sobre la memoria lábil de los hombres. Hay imágenes de una poesía y belleza únicas en Crespo (La continuidad de la memoria), como aquellas en las que un niño juega con los charcos bajo una lluvia de verano, pero también hay otras mucho más difusas, las que comienza a devolverle Crespo, el pueblo, y que calan hondo en su persona. Y en ese análisis que se propone en forma de película, la pregunta sobre sí mismo deja el lugar a la constitución de su identidad, y al posicionar a su padre como una figura esencial para él y su presente. Qué es la memoria, cuáles son los mecanismos que hacen que uno recuerde algunas cosas y no otras, son sólo algunas de las preguntas disparadoras con las que Crespo trabaja, y que terminan por configurar el espacio y el contexto para que el film hable de la fragilidad del recuerdo y la evocación y la nostalgia que conlleva. En la disociación y asincronía del rememorar y en la presentación de un pasado que se va haciendo cada vez más vívido y presente, es en donde Crespo (La continuidad de la memoria) narra su historia y deja trascender la particularidad del director.
Sobre mitos fundantes Alessio Rigo de Righi y Matteo Zoppis embarcan al espectador en “Il Solengo” (Italia, 2015) en una aventura en la que el espectador quedará expuesto a una serie de entrevistas en las que un grupo variopinto de personajes detallará pormenores sobre la vida de Mario de Marcella, un excéntrico hombre, apodado “il solengo”. Desaparecido hace años, cada uno de los entrevistados alimenta el mito del hombre, y la oralidad, más la tradición que se reposa en cada comentario que se brinda sobre él conformarán el corpus con el que los directores trabajaran sobre el mito y la fundación de este. El verosímil, que se refuerza con cada plano armado de manera tal para que el espectador “espíe”, además, otorga un halo de misterio y una pregunta sobre la verdad y su fundamento. La duda como forma de narrar, las constantes preguntas acerca de si es verdad o no lo que se relata, choca con el final en el que una imagen y un relato chocan con la construcción que se venía haciendo. Mirada sobre la fundación del folklore, lo popular, y los mitos que cimentan una sociedad, más allá de la belleza de algunos paisajes, hay en “Il Solengo” una profunda soledad y dolor que destilan sus imágenes que terminan por consolidar su propuesta y potenciarla.
Navegando en el Melodrama Pensada como un ensayo sobre el folletín “Misterios de Lisboa”, la épica cinta de Raúl Ruiz, es un exponente del melodrama más acabado en todos sus sentidos. Tomando como punto de partida la obra de Camillo de Castelao Branco, uno de los referentes portugueses del estilo, Ruiz abordará la búsqueda de identidad de Joao/Pedro, impulsada por el rechazo del joven en la institución que comanda el Padre Dinis, a partir del relato en off (presentado en manera de flashbacks), y desde allí construir una narración clásica sobre el conflicto de intereses, el amor, la ambición, y principalmente, la pasión entre opuestos. Estos temas, presentes en esa literatura que por entregas capturaba la atención de los lectores, aquí, a partir de la decisión de estrenar en forma de largometraje aquello que originalmente se planteó como un estilizado ejercicio de calidad para la TV, se puede disfrutar de una sola vez la imponente y atractiva trama que recorre la historia de Portugal y también sus miserias. La lucha de clases y los pormenores del minucioso detalle que Ruiz logra son tan vívidos y verosímiles que impregnan a la obra de un realismo único. El romanticismo como punto de partida para un ambiciosa obra que ubica al director en un lugar de privilegio dentro de los realizadores que en los últimos tiempos más se han preocupado por la forma (basta observar el plano de una de las primeras escenas en el palacio del conde, en donde el rumor sobre un visitante crece, y Ruiz narra eso a partir de planos envolventes y circulares de los personajes) y terminan por erigir a “Misterios de Lisboa” como un acontecimiento ineludible dentro de la cartelera de estrenos.
Todo por la plata Desde hace un tiempo que Jodie Foster viene consolidándose como realizadora. En esta última incursión detrás de cámaras, y presentada recientemente en el Festival de Cannes, logra transmitir la urgencia y virulencia con la que los acontecimientos se “viralizan” por el mundo. A partir de la anécdota de una toma de rehenes en un estudio de televisión “El maestro del dinero” propone una historia que ya hemos visto varias veces como “La muerte en directo” o más allá “Network: Poder que mata” y que intentaron configurar el rol de los medios de comunicación y sus límites antes hechos que resultan en sí, beneficiosos para el rating. Así, el guión de Jamie Linden, Jim Kouf y Alan Di Fiore, trabaja sobre cómo de un momento para otro la vida de Lee Gates (George Clooney), el conductor del programa que da nombre al filme, dependerá de las decisiones que los otros tomen sobre él, al ser “secuestrado” en vivo y al aire por un joven llamado Kyle (Jake O’Connell), quien decide tomar venganza sobre el animador luego de seguir un consejo financiero que resultó negativo, sin saber que detrás de ese dato se escondía una compleja trama de corrupción económica por parte de una empresa. Mientras en el set la desesperación invade al equipo, detrás de cámaras estará la fría y experta productora Patty (Julia Roberts), quien no solo conoce a Gates en detalle, sino que será la única que podrá negociar entre los deseos de unos y otros. Al tomar notoriedad la noticia, una serie de personajes secundarios, interactuarán con el trío protagónico, configurando una estructura narrativa interesante que potenciarán la tensión propuesta desde el inicio. El filme está correctamente dirigido, con un guión que potencia la tensión y que reposa su principal virtud en las logradas actuaciones de los protagonistas. Foster tiene un dream team y aprovecha cada línea que estos dicen para construir su verosímil, necesario para el realismo de la situación que se plantea.
Luego de un impasse autoimpuesto, y con una demora de varios años, llega a las carteleras porteñas “Algunas Chicas” (Argentina, 2013), tercer largometraje del realizador Santiago Palavecino, figura clave del cine independiente argentino. La película bucea en diferentes géneros y estilos para construir una sugerente, hipnótica y enigmática película, que dispara múltiples significantes ya desde su primera escena, que serán apreciados por aquellos espectadores que gustan de las películas en las que nada está predeterminado ni establecido. En el arranque vemos a una joven en medio de la noche. La misma asume el rol de un espectro quejoso y camina por una vivienda y luego por el parque de la misma sin saber certeramente el porqué de su comportamiento errático. Esa es la primera chica (Ailin Salas), de las muchas que irán apareciendo a lo largo de la narración, la que, con una estructura disruptiva, va sugiriendo a partir de la incorporación de otros personajes, situaciones que podrían configurar un contexto para que los mismos circulen, pero que en realidad, y en el fondo, nunca sabremos a qué plano pertenecen. Lo onírico, presente todo el tiempo en “Algunas Chicas”, es favorecido en el relato a partir de las escenas nocturnas en las que las pesadillas recurrentes de una joven llamada Paula, hija de una mujer llamada Celina, recién llegada al lugar en donde todo acontece, serán sólo la excusa para recomponer el infierno que amenaza a Celina, disparado de su situación particular de recién separada y fugada de su casa. Así, mientras Celina intenta obtener respuestas sobre su hija y las amigas de ésta, se meterá de lleno en las rutinas a las que las jóvenes están acostumbradas, un errabundeo por los campos, las viviendas abandonadas, y la visita a un misterioso ser (uno de los pocos hombres que componen el universo del filme) que las llena de alcohol, comida y drogas, para que las mujeres continúen su derrotero sin encontrar un rumbo claro. Esteban, la pareja de Celina, es otra de las figuras masculinas, y la misma es evocada por comentarios verbales, mensajes en contestadores automáticos o en una escena hacia el final en la que asume el rol de participante secundario del “sueño” en el que su mujer se ve inmersa. La reiteración de algunas situaciones, como así también la inevitable y necesaria duplicación de escenas (las del taxi manejado por Edgardo Cozarinsky son esenciales en este punto), producen la inevitable y orgánica confusión generalizada inherente a la estructura de “Algunas Chicas”, una desorientación que se percibe durante todo el largometraje, y que son la clave del disfrute de la historia. La lograda puesta en escena y una cuidada fotografía de Fernando Lockett, son las que realzan la calidad del producto, la que, más allá de las experimentaciones que Palavecino implementa con retroproyecciones en algunos cuadros y la artificialidad de cada uno de los viajes en automóvil de los intérpretes, también configuran el universo particular que imaginó para sus “chicas”. En la búsqueda de una expresividad que pueda reflejar de una manera más fuerte la intención de jugar con los géneros, es en donde este filme, más allá de lagunas, y situaciones inconclusas, se pueda apreciar la intención general de “Algunas Chicas”.
En el último tiempo, el cine documental, o aquel que al menos linda con la documentación sobre museos y su relación con la historia, ha generado un sinfín de productos que forjaron el interés de los espectadores por conocer más detalles sobre la erudición que estos espacios generan en ellos. Qué es un museo. Cómo definir el espacio y el lugar que los mismos pueden cumplir y atravesar, en sí mismos, sobre la historia y los cuerpos de aquellos que los recorren, son tan sólo algunos de los disparadores que este tipo de películas han abierto. Si “El Arca Rusa”, de Alexander Sokurov, nos trasladaba directamente al Museo del Hermitage de Rusia en San Petersburgo, y “Museum Hours” de Jem Cohen, buscaba el acercamiento a un instante en la vida de un cuidador del Museo de la Historia del Arte de Viena, en donde la realidad y la ficción se mezclaban. En esta oportunidad “Francofonía” (Francia, Alemania, Holanda, 2015), nuevamente el realizador ruso Sokurov aprovecha las experiencias anteriores para canalizarlas en una película que busca, a partir del archivo, las imágenes ficcionadas, y la contemplación de detalles, la historia del museo Louvre y la injerencia que el nazismo ha dejado en él. La narración con voz en off y una ficción apenas esbozada, el director busca alguna explicación sobre el lugar que los nazis decidieron tener durante la ocupación que llevaron adelante durante la Segunda Guerra Mundial, a partir del relato de Jacques Jaujard y el conde Franz Wolff-Metternich, y cómo ellos determinaron una línea clara sobre la relación del arte con el poder, dictamen que aún sigue vigente. Es curioso cómo Sokurov juega con el material, y cómo también nos propone el juego a nosotros, quienes como espectadores sólo podemos apreciar aquello que presenta y poco a poco configurar cómo el arte puede ser contenido dentro de un complejo entramado político y social en el que, más allá de entender que la cultura siempre separó y dividió, en este punto también se la imaginó como lugar de refugio y rebeldía. Sokurov siente al Louvre como el centro de la cultura, y a París como la ciudad en la que la circulación de las obras posibilita que su discurso de resistencia avance a fuerza de hechos concretos y otros imaginados a partir de la ilustración académica más clásica. El juego principal de “Francofonía”, una hermana menor no declarada de “El Arca Rusa”, es generar un paralelismo entre la ocupación de París y el sitio de Leningrado, entre el dejarse enredar de unos y la resistencia otros. La principal idea que se expone en este filme es la de cómo la cultura puede pensarse desde un lugar en el que más allá de los intentos por borrar o hacerla desaparecer, la complicidad entre partes, ha posibilitado que, en definitiva, se continúe pensando al arte, en cualquiera de sus expresiones, como uno de los complementos esenciales del hombre.
Una historia ambientada en un tiempo sin tiempo. El universo de un joven que adolece de todo en medio de una época en la que las definiciones son necesarias y hasta claves para lograr fortalecerse. El realizador Craig Roberts, en su ópera prima “Just Jim” (Inglaterra, 2015), que también protagoniza y además es responsable el guión, dirige una de esas películas en las que la capacidad de observación y el detalle minucioso con el que se describe el mundo son mucho más potentes que la historia y la narración. Reposando la mirada en Jim (Roberts), o sólo Jim, como alude el título, podremos conocer el infierno diario al que el protagonista es sometido dentro y fuera de su hogar. En el colegio es víctima del rechazo y la burla de todos sus compañeros, y en su casa es apenas percibido por su hermana y sus padres, quienes además mantienen un excéntrico modo de vida que choca con sus inquietudes. Su habitación está detenida en el tiempo, con paredes llenas de humedad que contienen cada uno de sus sueños, sus anhelos y sus ganas de ser tenido en cuenta, de dejar de ser invisible para la gente que lo rodea. Un día, inesperadamente, llega a la casa de al lado un joven llamado Dean (Emile Hirsch), con una impronta completamente a la suya, pero que termina siendo aquel que lo ubicará en el mundo en el lugar que él lo necesita. Forjando una incipiente amistad, o al menos eso cree Jim, la relación que detalla Roberts es como un camino iniciático de transformación para que el joven de aislado pase a ser de un momento a otro el más popular de todos En ese camino, que comienza a la mitad del metraje, el director logra a través del detalle, el poder empatizar con el avance y crecimiento de Jim, que de looser pasa a ganador siguiendo cada uno de los consejos de Dean. La habilidad de Roberts en la historia de “Just Jim” es el poder a minutos del final dar un giro que cambia el rumbo de cada uno de los personajes y que ubican al filme en otro regristro. Si en una primera etapa el guión maneja el drama de Jim y su vida, relegada al maltrato y destrato de su contexto, el resto del filme, luego de la llegada de Dean y su transformación es absorbido por una tensión y un suspenso digno del mejor filme de Hitchcok o De Palma, logrando niveles absolutos de ansiedad para esperar la resolución y la llegada del final. Esta prometedora historia nos hace querer seguir los pasos del director, que además de la habilidad y novedad del guión, logra a través de la dirección sumar información a la historia con cada movimiento de cámara y puesta que logra de las escenas. El zoom in para destacar y enfatizar ideas, la ensoñación de las secuencias oníricas (marcadas por el agua como punto de unión) y la atmósfera enrarecida a partir de la obsesión por no anclar en tiempo y época el relato hacen de “Just Jim” una agradable sorpresa en las carteleras.
Perdida sin razón Por alguna inexplicable razón, que se le escapa a este cronista, la transposición de libro a obra de teatro y de obra de teatro a película en ocasiones puede fallar. Y si bien Regiana Antonini pudo capturar la esencia que Martha de Medeiros le impregnó a Doidas e Santas, el libro que tomó para una de las piezas más exitosas de las tablas de Brasil, no pasa lo mismo con Locas y Santas (Doidas e Santas, 2016) film con el que el realizador Paulo Thiago debuta en la comedia. Aquí, quizás por la falta de timming o la incapacidad para lograr en el guión un dinamismo necesario, la historia de la psicóloga y escritora Beatriz (María Paula), una mujer casada con una hija adolescente, con una personalidad particular que de un momento a otro decide patear el tablero, se pierde en los propios laberintos que impone la estructura narrativa. No hay un solo indicio en el film que explique el motivo de las decisiones drásticas que Beatriz asume, por lo que todo lo que se construye a continuación es un sinsentido que tampoco puede rescatarse por las tibias y acotadas interpretaciones del elenco que la acompaña en la difícil tarea de generar empatía con el público y hacer reír. Locas y Santas es un film que, pensado principalmente para el público femenino, quiere emular aquellas chic flicks en las que el cambio y la crisis son el motor para narrar alguna transformación o necesidad imperante de la protagonista como para justificar lo que hace, piénsese en El diario de Bridget Jones (Bridget Jones Diary, 2001), por ejemplo. Pero como el guión de la propia Regiana Antonini, más la colaboración de Claudia Gomes y Pedro Antonio carece de explicaciones, el espectador sólo puede asistir a una sucesión de afirmaciones que atrasan y que ubican al film en un costado más machista que feminista y que no logra levantar vuelo en los casi 90 minutos de duración. Si Beatriz un día decide cambiar su vida porque encuentra que la misma está vacía de sentido o de oportunidades para crecer, más allá que desde el guión se la construye como un ser lleno de oportunidades y de una bonanza económica más que alarmante, la continuidad de la historia carece de una línea narrativa que permita comprender su cambio. Es como si de un momento a otro Nacha Guevara volviera a la TV con su programa en el que escribía frases de autoayuda y afirmación en un espejo y además quisiera que un film la represente para apoyar esto. Si el film se ve por ese lado, tampoco se explican algunos giros puestos con fórceps (como el forzado viaje a Buenos Aires para justificar la coproducción con Argentina) o la intención de hacer reír con una construcción forzada de un Brasil turístico, glamoroso, alejado de la mayoría de los habitantes del país y que en un momento de crisis, como el que vive el país vecino, el discurso de esta comedia resulta más armado que nunca. Afirmaciones reaccionarias, la sensación que todos están perdidos en las escenas, y también las rápidas y obvias resoluciones a algunas situaciones, hacen de Locas y Santas un film olvidable, un mal paso de comedia de Paulo Thiago que no resiste un análisis ni explicación sobre su origen y razón de ser.
Este filme es uno de esos que plantea una disyuntiva esencial ante la proyección. Por un lado, al pertenecer a un género bien establecido con leyes que lo fundan y que generan su disfrute, hay cierto regodeo en algunas situaciones que pueden ser criticadas por los detractores de este tipo de cine. Por otro lado, en cambio, hay una construcción, principalmente la de Kevin Costner como nuevo héroe de acción (en plan Liam Neeson), que terminan por elevar este producto menor a la categoría de culto. “Mente Implacable” (USA, 2016), de Ariel Vromen, con guión de Douglas Cook y David Weisberg, surge de una idea simple y a la vez compleja, tras la muerte de un implacable agente de la CIA (Ryan Reynolds), en manos de un siniestro asesino que escuda a un pirata cibernético. Razón por la cual, un jefe de la agencia (Gary Oldman) decide seguir adelante con un procedimiento descartado anteriormente, y que creó un viejo científico (Tommy Lee Jones), para poder recuperar los últimos recuerdos del fallecido, e implantárselos a otra persona, y así detener la amenaza del “anonymus” (Jordi Mollá). Ese “otro” al que deciden implementarle los recuerdos (cualquier similitud con la reciente “Inmortal”, también con Reynolds) no es nada más ni nada menos que una máquina de matar llamada Jerico (Costner), recientemente puesto tras las rejas y ubicado en una de las cárceles de mayor seguridad que conozca el hombre. Cuando se decide que la mente de Jerico será la ideal para implantar los recuerdos, una compleja trama comenzará a avanzar a lugares insospechados en los que la venganza del propio malhechor, más la memoria puesta en él, configurarán el material ideal para que la narración avance. Si bien el guión trata de construir un verosímil a fuerza de lugares comunes y estereotipos que potencian la acción, adrenalina, dinamismo y efecto necesario, algunos puntos sueltos, como los relacionados al acercamiento de Jerico a la ex mujer del agente Pope (Reynolds), terminan por disolver la propuesta. Kevin Costner aprovecha al máximo el juego que le proponen, regalando una creíble y contundente actuación como el renegado que se doblega ante las exigencias de la ley y que, en el fondo, sabe que deberá lidiar con otras cuestiones que no hacen al filme en sí mismo. Siguiendo la línea que abrió hace años Neeson para refundar su carrera, Costner sabe bien que en el último tiempo a fuerza de patada y pelea se está haciendo nuevamente un lugar en el cine, espacio que en la década del noventa del siglo pasado supo conquistar y apropiarse, pero que luego, con algunos bleffs comerciales como “Waterworld” o la imperfecta, vaya paradoja “Un mundo perfecto”, terminaron por sacarlo del éxito que supo tener. Pero Costner está de vuelta, y Jerico, le posibilita, más allá de la ridícula situación inicial disparadora de la trama, consolidarse como actor de género y volver a las grandes ligas. En un momento de “Mente Implacable” su personaje dice “soy el último vaquero de la ciudad”, y le creemos, porque en esa frase pensada por los guionistas, sabemos que hay una verdad irrefutable e ineludible, una afirmación que le permite trascender un producto correcto, dirigido con sobriedad y también con algunos recursos estéticos interesantes, pero que no deja de caer en algunos errores que le resta fuerza a la propuesta general.