La directora Helena Tritek debuta en el cine, tras una extensa y celebrada trayectoria en el teatro, con “Angelita La Doctora” (2015), una ópera prima que tiene muchas conexiones con el cine nacional más clásico, pero también con muchas de las falencias y lugares comunes del mismo. La historia que eligió Tritek para debutar es la de Angelita, una enfermera (Ana María Picchio) que recorre la periferia del conurbano bonaerense, más precisamente Berazategui, ayudando a un grupo variopinto de personajes (Mario Alarcón, Hugo Arana) que terminarán por conformarla en su yo exterior. Diariamente no sólo tiene que lidiar con el tiempo, con la calle, con la gente, sino también con la burocracia que le niega las herramientas mínimas y necesarias para que ella pueda asisitir a los más necesitados. Pero esa parte se supera rápidamente, y se muestra el personaje un tanto exagerado y con trazo grueso, mientras recorre las viviendas y los espacios del pueblo para poder atender a sus pacientes. De noche, todo cambia, porque en la intimidad de su hogar, y tras ver como un fracaso la inercia y abulia de su hijo (Chino Darín), algunos conflictos internos terminarán por exponerla a un stress del que no puede, por si sola, salir. Allí la película toma otro tono, mucho más oscuro. Porque hasta esa instancia la película deambula por la comedia dramática narrando pormenores de Angelita y su cotidianeidad, pero también la de su hijo, el que, por medio de la presión que la madre le ejerce, debe, de alguna manera cumplir con algunos mandatos muy a pesar suyo. Una banda sonora “costumbrista”, simil la de “Esperando la Carroza”, acompaña todo el tiempo las acciones de la protagonista, algo que termina resintiendo la narración y hasta entorpeciendo con el correcto devenir de la progresión. Hay algunas luces en esta película, pequeñas intervenciones de algunos secundarios que pueden, en el fondo, hacer con sus personajes aquello que sienten será lo mejor para la propuesta. Se nota el oficio de Tritek con los actores, pero no así la habilidad para sostener el ritmo y la precisión durante todo el largometraje. Además, la cámara en mano, le otorga una suciedad a las escenas que bien se podrían haber obviado. “Angelita La Doctora” es un filme ya visto, pero efectivo, y que busca empatizar con un público concreto que sabrá reconocer las virtudes de una propuesta en la que no es por la dirección por lo que se destacará, al contrario, sino, principalmente, por el esfuerzo de los intérpretes en darle un verosímil a sus personajes dentro del universo que Tritek pensó para esta doctora (en realidad es enfermera) con pensamientos del siglo pasado y un oficio que aún se necesita a diario.
El cine dentro del cine. Todos los años los grandes estudios revisitan su historia, y si hace algunos años “The Artist” reveía la etapa del cine de Hollywood mudo, con su actor que luchaba por permanecer en la industria a pesar de todo, en esta oportunidad los hermanos Coen buscan justificar algunas decisiones políticas y temáticas de una época en la que el cine dominaba todo. “¡Salve César!” (Estados Unidos, 2016) de Joel y Ethan Coen reposa la mirada en un gran estudio llamado Capitol, y la lucha diaria de uno de sus más eficientes directivos , Eddie Mannix (Josh Briolin), quien debe lidiar con cada uno de los talentos, directores, músicos, periodista, que golpean a su puerta. Claro que cada uno que lo convoque tendrá sus razones para creerse el centro del mundo, y pese a esto, Mannix los aconseja y acompaña hasta donde sus habilidades de negociador le permiten llegar. Siguiéndolo desde una madrugada en la Iglesia (Mannix es ultracatólico y va a confesarse cada vez que hace algo que linda con el pecado o la mentira), con una descriptiva escena que celebra al filme noir y al policial, luego la acción se trasladará a los estudios, aquel lugar en donde los sueños y las ideas explotaban llenas de colores y potencia. Mientras por un lado debe asumir el padrinzago de un actor de Western devenido ahora en estrella de musicales (Alden Ehrenreich, quien debutó en el cine con Tetro de Copolla), pelearse con el director del filme (Ralph Fiennes) para convencerlo que debe apoyar al joven, ayudar a una actriz un tanto libertina (Scarlett Johansson) con una situación “embarazosa” que debe resolver, y, principalmente, encontrar a Baird Whitlock (George Clooney), quien, aparentemente fue secuestrado. Repartiendo, como puede, su tiempo entre todas estas tareas, además Mannix lidiará con unas crueles y déspotas hermanas periodistas llamadas Thora y Thessaly Tacker (Tilda Swinton), quienes lo extorsionarán para sacar su rédito sobre historias del pasado de los actores representados por los estudios. Y en el medio de todo esto, los Coen reflexionan con su humor y sagacidad sobre la religión y el comunismo, conectando, de manera caprichosa, pero única y precisa, todo con la impronta que las películas de esa época, y hasta en los musicales, se legaba al espectador subliminalmente mensajes. Mención aparte para Channing Tatum, una de las verdaderas estrellas del filme, quien desde la aparente ingenuidad de su personaje, un mastodonte devenido en Gene Kelly, hábil bailarín, protagoniza un número musical único, en donde la homosexualidad contenida de ese entonces explota en bajada de información sobre la negación de la verdadera cara de los actores de Hollywood. “¡Salve César!” es un filme abrumador, bello, filmado con una maestría y solvencia única, que impregna un clima festivo a todo el largometraje y que, además, se permite reflexionar y cuestionar sobre mitos fundantes de la industria del cine para reflejar alguna luz en aquellos tópicos sobre los que siempre uno se cuestionó. En el fondo la moraleja reposará en que las apariencias engañan, y que el entretenimiento, aún el más banal, siempre, en el fondo, esconde otra información, una mucho más interesante y que es negada para los espectadores menos avezados.
Película con una propuesta casi teatral, filmada con una precisión que asombra y que permite rápidamente la conexión con la locura de cada uno de los personajes protagonistas, “Mecánica Popular” (Argentina, 2015) es la vuelta al cine nacional de Alejandro Agresti. Para esta oportunidad, el director decidió, contar una historia que en realidad encierra muchas otras, y que en la aparente superficialidad de la propuesta, termina, por un mecanismo de engranaje, de configurar un espacio en el que la interacción entre el trío central y las variaciones entre ellos. Silvia (Marina Glezer/Romina Richi) es una joven escritora que intentará a toda costa ser publicada por uno de los editores más importantes del país (Alejandro Awada). Para lograr captar su atención, la mujer irrumpirá una noche de esas en las que sólo los valientes se animan a adentrarse, y tras vulnerar al seguridad del edificio (Patricio Contreras) ingresará en la oficina con su manuscrito. El momento será el preciso instante en el que el editor intentara terminar con su vida, por lo que la recepción de ésta, además de sorpresiva, será inesperada ya que nunca imaginó que nadie llegara para coartarle esa decisión personalísima en la que se vio envuelto. Agresti maneja esa primera etapa del filme de manera contemplativa, la cámara acompaña y demuestra, esconde y vela, la verdadera intención con la que luego se desencadenará la inmensa tragedia de Silvia en la editorial. Una segunda instancia, en la que las constantes interrupciones del portero (Contreras) sumará tensión en varios momentos, terminará por hablar de temas que en realidad configurarán el background con el cual Agresti intenta justificar acciones y decisiones del trío protagónico. La elección de confundir a Silvia con otra que bien podría ser la ex mujer del editor o con el mismo personaje, escindido por el tiempo más que por la clara concepción de ser dos mujeres diferentes, además, aportan a la dinámica entre los protagonistas, un halo de misterio en el cual el espectador se verá envuelto para tratar de dilucidar acerca de qué es aquello que realmente acontece en la pantalla y qué es una suposición. No hay posibilidad de escaparse a la propuesta de “Mecánica Popular”, una película que en apariencia quiere reflexionar sobre las relaciones, la capacidad creativa, los vínculos, el conocimiento, y la calle como escuela, pero que también mira hacia el pasado en la dolorosa contraparte del portero, aquel hombre que busca en sus viejas revistas respuestas a un presente con ausencia s y para las que las definiciones aportadas son tan sólo excusas para su vida. “Mecánica Popular” tiene una segunda instancia dramática violenta, en la que la precisión con la que Agresti ubica la cámara es única, logrando una empatía con lo que acontece más que con las sensaciones que se disparan, las que, inevitablemente, conducen a un espacio cercano a los protagonistas.
El médico amigo En lo efímero de un consejo y en el intentar brindar más que lo que le piden, está la clave que Darío Doria refleja del Doctor Serrano en Salud rural (2014), un film que bucea sobre una problemática, la sanidad, en el interior (bien adentro) del país. Cuando la vocación excede no ya a aquello que por decisión y voluntad se encarna en el cuerpo, es cuando personas como Serrano posibilitan un acercamiento al otro diferente, algo que genera una aproximación clara y verdadera a una temática que de otra forma sólo generaría vaguedad y vacío. Darío Doria es un hábil voyeur, que en la naturalidad con la que imprime a las imágenes de la actividad del médico permite una empatía no solo ya con el doctor, sino también con la persona que atiende y a la que siempre, oh casualidad, la acompaña un grupo variopinto de familiares. Justamente a través de largas secuencias, el director se acerca a ellos para demostrar que en materia de salud si bien hay libros que dictaminan qué hacer y qué no, su capacidad para comprender desde otro lugar a los pacientes marca la diferencia. La elección del blanco y negro, tal vez, es una manera de generar distancia, porque Salud rural no es un filme que se queda en la casuística, o la mera enumeración y presentación de situaciones, sino que avanza sobre cada uno de los personajes para demostrar que la tarea que diariamente Serrano lleva a cabo, abarca mucho más que el conocimiento medicinal. Salud rural es un documental que interpela al espectador con situaciones que exceden su planteo y que invitan a reflexionar no sólo sobre el estado del sistema médico en el país, sino que principalmente busca meditar sobre una situación que abarca una coyuntura mucho más amplia y socio cultural, aquella que se relaciona directamente con la concepción sobre el cuerpo y los cuidados en momentos difíciles.
El título original de “Enredadas… pero felices” (USA, 2016) es “El día de las madres”, acá los distribuidores decidieron revelar parte de la trama en esa idea de red que no sólo hace referencia a que la mayoría se conectará con el otro sino a la utilización de las redes sociales como vínculo de los personajes. Una madre que desconoce la realidad de sus hijas, una hija que esconde su matrimonio e hijo a su madre, otra mujer que evita mencionar su relación homosexual, una mujer que no puede aceptar la separación de su hombre y el nuevo rol de la nueva mujer en la vida de sus pequeños hijos y en el medio un hombre que debe asumir y afrontar los desafíos de criar sólo a sus hijas. El coctel que Garry Marshall armó para Julia Roberts, Jennifer Aniston, Kate Hudson y Jason Sudeikis rinde y permite conectar con historias simples y efectivas.
En el último tiempo fueron varias las adaptaciones de clásicos de la literatura infantil y que se tamizaron con una impronta oscura, mucho más adulta, quizás para lograr atrapar a otro tipo de público en las salas. El caso de El cazador y la reina de hielo (2016) secuela de Blancanieves y la leyenda del cazador (2012), ambas de Cedric Nicolas-Troyan, asume el riesgo de trabajar con la idea de la leyenda detrás del espejo que disparó la terrible amenaza de la bruja Ravenna (Charlize Theron) sobre todo el mundo. En esta oportunidad, Ravenna influenciará a su hermana Freya (Emily Blunt) para que deje de tener bondad y a su vez, la alejará de su amor obligándola a asumir una identidad diferente a la que ella tenía hasta ese momento. Convirtiéndose en La Reina de Hielo, Freya será la encargada de dirigir un ejército para cumplir con el objetivo de defender al reino de cualquier posible amenaza sobre el mismo, y, principalmente, de las que la propia Ravenna ejerce en el lugar. Paralelamente, Eric (Chris Hemsworht), el cazador del título, verá cómo su amor con Sara (Jessica Chastain) se trunca, por el recelo con el que Freya vea la relación y la posibilidad que ellos sí puedan concretar su pasión y vivir juntos. El ambicioso guión de Frank Darabont y equipo, elucubra una serie de situaciones problemáticas, las que, además, configurarán un pleno ejercicio de narración clásica y entretenida, por lo que no quedará duda alguna de la integridad de la propuesta. Visualmente impactante, con un despliegue de producción único, que se realza gracias a los efectos computarizados, que, por ejemplo, solidifican un estilo, al salir de la sala lo único que se quiere contar se pierde en la gran maraña de decisiones en la que se verá envuelto cada uno de sus personajes. Así, “El cazador y la reina de hielo, va avanzando en la compleja trama, con paso firme y lento, seguramente para poder explorar la historia de amor, pero también la historia de recelo y venganza disparada por Ravenna y apenas contenida por Freya. Si una ama, la otra odia, si una odia, la otra intenta explicarle la necesidad por respetar las decisiones que llevaron hacia un espiral de acción y violencia inevitable, pero que, en el fondo, es parte también de su vida. En la sentencia de muerte de cada personaje, y, principalmente, en la de los protagonistas que se guiarán de manera errónea por la frase que Ravenna le indica a la atormentada y dolida Freya “no existe el amor, es una mentira”, estará la clave de una película de género, que sabe que no trascenderá como objeto o producto novedoso, pero que, en el placer de transitar el camino hacia la resolución final, que involucra un trabajo en conjunto de la pareja y del resto de los cazadores que rastrearon el espejo que influenciaba a Ravenna y su hermana, estará la posibilidad de consolidar su potente propuesta, plena de efectos especiales y de una estética única que deslumbrará a los espectadores.
El género documental tiene diferentes vertientes que le han permitido generar discursos diferenciados, y enfocados, no sólo en temáticas que no alcanzan la visibilidad en otros dispositivos, sino, principalmente, en la mirada única sobre algún fenómeno social, discursivo y temático relevante. No es común que el cine documental trabaje con personajes vigentes y actuales, y mucho menos, que el producto surja de la minuciosa tarea de intentar reconstruir una carrera, como en este caso, deportiva, con la misma urgencia que los hechos que se muestran son aquellos sobre los que se quiere reflexionar y también, por qué no, reflexionar. “Lucha. Jugando con lo imposible” (Argentina, 2016) de Ana Quiroga, es el relato de la vida de la mejor jugadora de hockey sobre césped que vio Argentina, y que, a partir del trabajo en equipo y el esfuerzo sostenido, pudieron colocar y posicionar a Luciana Aymar como una gran deportista, llena de valores y de una honestidad única que se tradujo en su capacidad de liderazgo y dirección. Atravesando los últimos torneos y mundiales, relevando testimonios de pares y de especialistas, pero, también, incorporando a la protagonista desde la voz en off y la entrevista directa, con las claras intenciones, en el fondo, de armar un relato que llega y empatiza rápidamente con el público, el filme intenta alejarse de cualquier toma de posición sobre aquello que se muestra. “Yo lo soñaba, pero no imaginaba que podía ser real”, adelanta Luciana en el arranque del filme, y luego narra en off algunas cuestiones vinculadas al deporte, a su experiencia, a sus obstáculos, a su pasión, y también, a su disfrute, que contextualizan con un destacado proceso de investigación, la verdad sobre la actividad.. Entrenadores, periodistas, deportistas, todos sumarán sus comentarios sobre “la maga” y su participación en el último mundial, al que acudió con muchos anhelos y esperanzas, pese a saber que era última oportunidad que tenía de poder triunfar con Las leonas. “Siempre elegí lo que quise hacer” suma en otra escena, y en las lágrimas de dolor que se muestran al enterarse que una lesión la dejaría afuera del mundial, o cuando su posición como abanderada del deporte, termina por consolidar sus ganas de continuar en el mundo del hockey, desde ya otro lugar. Quiroga falla cuando la pasión que se quiere transmitir en la pantalla es más dialogada o verbalizada por la protagonista, y también sobre los personajes secundarios, que por las imágenes. La ´pasión”, tal como quiere hacernos pensar Quiroga, no se vive, a su manera se cree que sólo se posa en algún elogio a Luciana, y en el mejor de los casos, en las propias palabras de la ex jugadora, intentando así escapar del lugar común. Por eso Luciana merecía oro tipo de crónica, que aquella en la que la última adherencia, sea lo mejor de un filme que posee algunos errores pero que sólo intenta hablar del minucioso trabajo detrás de una luchadora tal como la conocemos. La directora suma cuando la cámara se detiene en la Luciana, que reflexiona sobre su vida profesional, pero pierde cuando quiere que todos sepan cuestiones ya debatidas, expuestas y presentadas, de otras maneras y por otros soportes a lo largo de la impresionante carrera que tuvo.
El cine de género nacional pocas veces atravesó un momento tan pleno e interesante como el actual. No importa si se trata de cine de terror, acción, o comedia, sí importa que, al tomar las bases de estos y crear una propuesta o producto, se pueda consolidar un verosímil, utilizando estereotipos, que, al menos, al ser adaptados, puedan aportar una mirada local sobre historias que ya fueron contadas desde otras latitudes. Y el caso de “Al final del túnel” (Argentina, España, 2016), del realizador Rodrigo Grande (“Rosarigasinos”, “Cuestión de Principios”) no es la excepción, todo lo contrario, porque en la historia de Joaquín (Leonardo Sbaraglia), un hombre al que una tragedia familiar lo terminó por dejarse perder en la oscuridad de su casa, la que habita sin siquiera intentar ordenar y limpiar. En su casa Joaquín se siente poderoso, y en la silla de ruedas en que se encuentra va y viene apresurado por el tiempo y las obligaciones que él mismo se ha impuesto sin que nadie le solicitara nada. Pero todo cambiará cuando un día decida alquilar una de las habitaciones de la casa para juntar algo de dinero para sus proyectos relacionados con la tecnología, llegando una mujer (Clara Lago) y su hija y modificándole las rutinas que él y su perro tenían. “Al final del túnel” a partir de ese momento comenzará a narrar otra historia, una mucho más luminosa en la que el vínculo entre el hombre y la mujer, intentarán explicar cuestiones relacionadas a la vida, la muerte, los deseos y las pasiones hasta que, claro está, la trama se complejice por la incorporación temática del robo a un banco que se cometerá desde el galpón lindero a la casa de Joaquín. Grande construye un relato atrapante, que va perdiendo fuerza hacia el final, y que necesita del “robo al banco” para poder seguir contando la historia de Joaquín, su drama personal (del que nunca sabremos mucho más que en un accidente automovilístico perdió a alguien importante en su vida y fue lo que lo terminó postrando en una silla de ruedas) y la incapacidad para poder relacionarse con el mundo y el sexo opuesto. Pero cuando Berta (Lago) comience a invadir ese oscuro mundo junto a su hija, Joaquín caerá rendido a sus pies, por lo que esa parte del relato en la que el filme potencia su costado de historia que busca en la atracción de opuestos la guía, será la más fresca y a la vez honesta que se presente. Porque luego el filme se va complejizando, al sumar las historias particulares de los miembros que participarán del robo al banco, y, principalmente del vínculo de uno de ellos (Pablo Echarri), con Berta y su hija. En la ambición de Grande de querer sorprender con algunos giros, en la necesidad de explorar la oscuridad de los personajes, y, básicamente en la decisión de dejar de lado algunas cuestiones relacionadas a personajes secundarios, que aparecen graficados de una manera burda (el policía que interpreta Federico Luppi, o el costado reforzado de la mujer de la banda), “Al final del túnel” no logra potenciar su relato, el que, si hubiese sido narrado de manera mucho más limpia, bien podría haber sido la gran película de género que el cine argentino aún está debiendo.
Pasos de vida Escapando de los lugares comunes en los que se suele caer en un film documental sobre personajes de la danza, Danzar con María (Dancing witch María, 2014) de Ivan Gergolet, es el minucioso relato sobre la bailarina María Fux y su trabajo. Reposando la cámara en el estudio de María, pero también atendiendo a su entorno, objetos, luces, sombras, espacios, rincones, Danzar con María desarrolla algunas hipótesis no evidenciadas, que implican el seguimiento continuo para poder vislumbrar aquello que se sugiere más que lo que se muestra. María Fux es presentada como una persona poco dócil, pero que en la lucidez de aquellos recuerdos que brinda, o en la solidez con la que en sus clases se mueve sin importar su edad ni su frágil cuerpo, el director claramente le está brindando un control ineludible sobre la película y la narración. El estudio y las clases es el lugar elegido para mostrar en Danzar con María a la mujer en acción mientras que, a partir de voz en off y entrevistas, va contando parte de su vida. El recelo con el que por momentos se muestran las clases, o la decisión de “espiar” más que registrar directamente, también posicionan al documental en esa línea que quiere profundizar más en el cómo y cuándo que en el qué. No hay un trabajo de investigación visible en la pantalla, seguramente sí lo hubo previo al rodaje, pero en el documental no hay imágenes de archivo que tengan que contextualizar la historia, porque justamente no hacen falta ya que Fux sigue vigente y tan activa como siempre. La película fue filmada durante años, la elipsis se nota pero no resiente la estructura de la película, al contrario, porque uno puede reconocer alumnos que crecieron, que con hijos en las muestras son acompañados y aplaudidos. Falta alguna escena en la que el director se permita juzgar el trabajo o el esfuerzo de la artista, y deja quizás, entrever alguna concepción sobre la vida que tiene Fux. En esos momentos donde la pedagogía de la mujer se mezcla con el baile, el verdadero motor de su vida, es en donde el personaje no termina de cerrar. Pero claramente cuando María baila, y todos bailan con ella es en donde Ivan Gergolet puede rendirle un sentido homenaje a una mujer que supo de la disciplina hacer un culto y mejorar la calidad de vida de miles de personas a lo largo de toda su carrera, y que aún hoy, lo sigue haciendo.
“A la sombra de las mujeres” (Francia, 2015) de Philippe Garrel, es una película asfixiante y hermética, que navega sobre una relación enferma entre Manon (Clotilde Courau) y Pierre (Stanislas Merhar), la pareja protagónica, y que a partir de la incorporación de una tercera mujer llamada Elizabet (Lena Paugam) verán como los débiles cimientos de su largo vínculo se resquebrajan. Garrel habla en el filme de sí mismo, coloca en Pierre la abúlica e inmóvil tarea de mantenerse como el ejemplo del machista retrógrado que quiere, aún en el siglo XXI, mantener a su mujer circunscripta a las tareas domésticas. Pero Manon tiene otros intereses, como por ejemplo la literatura oriental, postergando su estudio para otro momento en el que el tiempo y el dinero no apremien, y así comienza a habitar en un interminable círculo vicioso en el que la cotidianeidad construye la única posibilidad para poder vincularse entre ambos. La pasión ya no existe. El blanco y negro con el que Garrel relata la relación marital es también una decisión narrativa, no sólo estética, para reflejar el momento en el que se encuentran inmersos y con la imposibilidad de salir. Cuando Elizabeth, amante de Pierre, cruza casualmente a Manon y un ocasional acompañante, vislumbra la posibilidad de dejar de ser la segunda y elevarse a la categoría de mujer del hombre sin obstáculos ni impedimentos. Pero el plan no le saldrá como ella esperaba, y si hasta el momento debía conformarse con los pocos instantes que Pierre le dedicaba, ante la furia de éste por enterarse que Manon lo engaña, sus encuentros esporádicos se distancian aún más, por lo que el conflicto termina estallándole a ella misma. “A la sombra de las mujeres” avanza con paso lento en su presente eterno, con imágenes que carecen de la belleza tradicional que las historias de amor brindan. En el relato del desamor de Pierre y Manon priman los espacios cerrados y lúgubres, en los que el paso del tiempo no sólo ha hecho mella en ellos, sino también en los propietarios de éstos y en ellos mismos. Garrel es Pierre, claramente, y como su alter ego, no duda de ofrecer un personaje polémico, que en vez de estar a la sombra de las mujeres se termina por convertir en las sombras de ellas. Pierre será la amenaza latente con la que deberán lidiar, y a su vez él también deberá resolver algunas cuestiones que le imposibilitan ser feliz y hacer feliz al otro. La mentira como cimiento de la relación, la infidelidad como potestad masculina, son algunas de las problemáticas con las que trabajará el director, sumándole otras relacionadas con la vida diaria como la falta de dinero, el choque con parientes y la negativa a aceptar una realidad que abruma. Hay algunos lugares comunes que resienten la propuesta, pero que gracias al solvente trabajo actoral de Courau y el resto del elenco, se evaden y terminan por sumar puntos positivos a este nuevo trabajo del realizador.