Magia y Amor A diferencia de su film anterior, el realizador belga Ben Stassen (Las aventuras de Sammy: En busca del pasaje secreto) omite el tono pedagógico e impronta ecológica para meterse de lleno junto a Jeremy Degruson en Trueno y la casa mágica (The House of Magic, 2013), con la idea de preservar los recuerdos para aprender en el presente y luchar contra aquellos que niegan el pasado como posibilidad de crecimiento. A simple vista la película puede ser tomada como la historia de un gato (Trueno) que, tras ser abandonado por sus anteriores dueños, encuentra en la casa mágica a la que alude el título el resguardo necesario para sobrellevar su nueva situación, pero en realidad el trasfondo y contexto que Ben Stassen y Jeremy Degruson arman para la ocasión -basado en la magia y la ilusión-, le dan un giro a la linealidad de la historia. Trueno conoce primero, dentro de la corroída casa, a Jack el conejo y Maggie el ratón, aparentemente los líderes de una vivienda con muchas sorpresas y misterios por develar, sin saber que en realidad detrás de ellos está un mítico ilusionista llamado Lawrence, que supo hacer maravillas con sus trucos y engaños. Entrado en edad, y con el peso del paso del tiempo sobre sus hombros, la casa es una continuidad de su estado, no de ánimo sino de situación frente a la vida moderna, y principalmente frente a su sobrino Daniel, quien aprovechando un accidente del anciano en la vía pública intenta, una vez más, vender la propiedad e internar en un asilo a Lawrence. Si en un primer momento Jack y Maggie ven con malos ojos a Trueno, es porque en el fondo ambos dedican su vida a cuidar de Lawrence, a quien la magia le ha permitido superar las pérdidas que la vida le quitó, y en cierta medida creen que la llegada del felino se convertirá en una nueva amenaza para él y ambos. Demás está decir que no sólo Lawrence convive con estos tres personajes, sino que habrá una serie de artificios y elementos mágicos que conformarán (al mejor estilo Toy Story) el universo de la casa mágica, siempre que alguien siga creyendo en la ilusión que se esconde detrás de un truco, y que se terminarán convirtiéndose en la defensa ante los embates de Daniel y su ambición de eliminar a su tío y artefactos. Trueno y la casa mágica es una película animada de trazos simples y una transición suave entre las acciones. El diseño de los personajes es correcto y logra un impacto mayor en aquellas escenas en las que los elementos para hacer magia de Lawrence toman vida. La utilización de una banda sonora compuesta por clásicos del rock y pop inglés, además, generan un guiño con aquellos adultos que acompañen a los menores a las salas, sobre todo quienes entren creyendo que sólo verán un film más sobre un pequeño felino y algunos antagonistas. El fundamento de Trueno y la casa mágica es la ilusión como poderosa herramienta para seguir creando universos paralelos al real, y que en la recuperación de una atmósfera nostálgica que encuentra en los objetos retro su principal fuente de inspiración, le permite a los directores jugar y divertir con un discurso potente sobre la lucha por los ideales, el resistir ante los embates de los poderosos (cualquier semejanza con Mi pobre angelito es pura coincidencia) y, principalmente, ser honesto con los demás para poder seguir creyendo en el poder transformador del amor y la amistad.
Esta semana a Liam Neeson le toca coincidir en cartelera con dos productos completamente diferentes pero que refuerzan su propuesta gracias a su calidad y solidez actoral. “Una noche para sobrevivir” (USA, 2015), es uno de ellos, dirigido por el español Jaume Collet-Serra, y que posee, dentro de la lógica de filme de acción basado en la escapatoria necesaria para sobrevivir de sus protagonistas, una impronta que lo acerca a aquellos clásicos filmes que supieron hacer del linaje mafioso una saga épica. Todo comienza cuando un retirado mafioso (Neeson) ve como su hijo (Joel Kinnaman) es arrastrado hacia el mundo de la mafia al ser perseguido por el segundo (Boyd Holbrook) en la línea de una casta que conoce del malvivir y los hechos delictivos como estilo de vida. De manera accidental Mike (Kinnaman) ve como Danny (Holbrook) asesina a una persona en la calle, por lo que será perseguido por este hasta su domicilio. Allí, en el medio de la noche, su padre (Neeson), con quien no mantiene relación hace tiempo, lo salvará disparándole a Danny y evitando que muriera. Pero hay algo que no se aclaró hasta el momento, y es que Jimmy (Neeson) trabajaba para el padre de Danny (interpretado por Ed Harris), por lo que en medio de la confusión del asesinato de éste, padre e hijo deberán tomar ciertas decisiones que los acerquen a una resolución en la que puedan pasar de la noche al día y aún mantenerse con vida. Collet-Serra prefiere las escenas digresivas por encima de las de acción, generando un clima de tensión, basado en el contraste entre los dos padres, que intentarán: uno proteger a su hijo y el otro reivindicar el honor del hijo asesinado, aun sabiendo que lo mejor que le podía pasar era justamente eso. Hay algunos diálogos de antología que refuerzan la larga tradición de cintas sobre mafia o clanes que luchan por sobreponerse a cambios dentro de las organizaciones delictivas. Es quizás en el trazo grueso de algunos personajes, principalmente Danny, presentado como un drogadicto exagerado que no tiene códigos, que grita y dispara a cualquiera que lo contradice en algunas decisiones, o en el de Mike, exageradamente honesto y opuesto a su padre, el director peca por necesidad de cumplir con algunos estereotipos de género necesarios. Igualmente se podría haber optado por suavizar estos puntos y enfocarse aún más en la dinámica creada entre los personajes de Harris y Neeson, que aprovechan cada escena que comparten, porque saben que en el fondo, “Una noche para sobrevivir” es una oportunidad única para componer los personajes. En el inicio de la película, en el que se determina el flashback como manera de construcción también se marca una posición frente a la historia, que en muchas oportunidades se aleja del campo para tratar de ser lo más objetivo posible. Pero es cuando entra a mostrar detalles de cada uno de sus personajes, sus miserias, sus desencuentros, sus pecados, y principalmente, el minucioso esfuerzo por potenciar los vínculos filiales, es cuando “Una noche para sobrevivir” encuentra su punto de equilibrio para despertar el interés en una historia intensa de valor y coraje.
Detrás de esta secuela hay un comediante que hace tiempo se ha posicionado como uno de los más graciosos de su generación: Kevin James. En sus papeles cinematográficos y gracias a su protagónico en “The King of Queens” fue forjando un estilo cómico y gestual característico. En “Héroe de centro comercial 2” (USA, 2015) todo comienza donde la precuela lo dejó y avanza reforzando el patetismo del personaje principal Paul (James), abandonado por su mujer (luego de seis días de casados) y deprimido por la muerte de su madre en un accidente (todo en el lapso de un breve tiempo). Decidido a cambiar de alguna manera su vida y apoyado por su hija Maya (Raini Rodriguez) decide aceptar la invitación a una convención en Las Vegas de vigiladores de shopping y centros comerciales. La oportunidad en realidad esconde la clara intención de que al menos alguien reconozca su vocación. El patetismo con el que el director Andy Fickman refleja la situación laboral, familiar y personal del protagonista es uno de los puntos de un filme que luego vira hacia una de espionaje. Porque cuando llegue al hotel en el que se realizará la convención (y en la que él está convencido que dará un discurso como mejor “vigilante” del año) se topará con un villano (Neal McDonough) traficantes de obras de arte y una serie de secuaces que le complicarán su estadía en la meca del juego. Además, con el correr de la cinta, “Héroe de Centro Comercial 2” pondrá su foco en la relación que Paul mantiene con su hija, quien intentará a toda costa por seguir siendo el sostén de su padre aún a expensas de postergar su sueño de ingresar en la universidad. Paul verá como su hija está creciendo, y ante cualquier acercamiento que ésta mantenga con una persona del sexo opuesto, encenderá un alerta evitando que Maya pueda manejarse con autonomía dentro del complejo habitacional en el que se encuentran. Todo es muy forzado y puesto a presión, por lo que ni la dirección de interiores o las imágenes que se muestran de los casinos y hoteles despiertan el interés, aunque sea visual, en la película. “Héroe de centro comercial 2” es una película fallida, que más allá del intento por destacar la figura de su personaje central, no nos olvidemos que en el título original el nombre va en el título, no trabaja con el punchline correcto ni el gag adecuado. Al tiempo de avanzada la acción se sumarán una serie de personajes secundarios, vigilantes, que también ayudaran a Paul en la difícil tarea de desenmascarar la red de tráfico y robo de arte que en las habitaciones del mismo hotel se está consolidando. En la diferencia entre ellos, en las, otra vez, patéticas características con las que se los define, hay un momento de frescura que libera el tedio de una película que termina sacando más bostezos que risas. “Héroe de Centro Comercial 2” pudo haber sido una gran comedia, pero en su intento por ser otra cosa termina generando un discurso abúlico y “viejo” que termina fagocitando la potencialidad que tenía la historia y su protagonista.
A Paul Haggis le gusta generar un tipo de películas corales, con la clara premisa que anteriormente ha obtenido buenos resultados. Cuando en el año 2004 ganó el Oscar a la mejor película por “Crash”, comenzó a forjar una carrera basada en el complejo tejido de historias paralelas en sus filmes. Este tipo de películas es algo que lo caracteriza y que reitera en “Amores infieles” (Bélgica/ Estados Unidos/Francia/Gran Bretaña/Alemania, 2013), con la narración sobre un escritor en retirada (Liam Neeson), que aun sabiendo que está en las últimas opciones para remontar su carrera se ve inmerso en un triángulo amoroso del que no puede, y no quiere, escapar, además de estar a miles de kilómetros de su mujer (Kim Basinger) dejándose seducir por una joven aspirante a novelista (Olivia Wilde). Revisando el último bosquejo de su novela, la acción se detendrá cuando el director presente otras historias, complejas, actuales, relacionadas a vínculos casuales y complicados, en el medio de París, Roma y Nueva York, los tres puntos neurálgicos escogidos para desarrollar las historias paralelas al protagonista. Estas historias de amor y desamor, la de una joven mujer (Mila Kunis) que lucha por recuperar la tenencia de su hijo, otra sobre los intentos desesperado por parte de una mujer (Moran Atias) para ver a su a su hija luego de dos años, y por último, una exitosa abogada (María Bello) que está a la deriva sentimental esperando el contacto de su ex marido que está a varios kilómetros de distancia, son el trasfondo que complejizan el relato. Entre todos un halo de misterio hará que cada historia tenga que ver con la otra, sin saber el aparente motivo de esta conexión, o suposición de tal. Lo interesante de la propuesta de Haggis es poder narrar en paralelo las historias aun corriendo el riesgo de que algunas de ellas interesen más que otras. Las sólidas actuaciones de los protagonistas, con un elenco que además incluye a James Franco, Adrien Brody y Kim Basinger, conforman el gran apoyo necesario para un guión con algunos blancos, quizás enfocado más que nada en una sorpresa final que terminará por sacar aclarar la historia y sus múltples relatos. Haggis maneja la cámara con un minimalismo que sólo por algunas escenas en común relacionadas al posicionamiento de la acción en el contexto en el que las enmarca, nada hace pensar en algo más allá de la historia. Hay sí un trabajo muy interesante en la puesta que está relacionada con el montaje paralelo, que refuerza la acción y el dejar indicios, contrastando a cada uno de los protagonistas por ejemplo al ejemplo cerrar una puerta o vistiéndose. Con ese artificio Haggis quiere demostrar la universalidad de cada una de las historias, más allá de las particularidades que puedan aparecer, reforzando también el interés por cada historia particular. Es que al finalizar “Amores Infieles” uno repiensa lo visto y comprende que cada una de las subtramas, individualmente, quizás no funcionarían por sí mismas, porque es dentro del todo de la propuesta que interpelan al espectador, pidiéndole su constante atención y que a lo largo de su trama (sobran muchos minutos) intenta fortalecerse a través de sembrar sospechas sobre lo que sucede finalmente al concluir la proyección.
Es necesario advertir a los más incautos que tras su fachada de venta de comedia “Showroom” (Argentina, 2015), de Fernando Molnar, es una película de una profunda tristeza y nostalgia, sobre algo que fue, algo que será y algo que nunca podrá ser nuevamente lo que fue. Detrás de este casi trabalenguas, la aclaración que muestra es más que nada para desenmascarar la estrategia comercial que puede llegar a opacar la verdadera naturaleza de la película. Tas su impronta de comedia simpática “Showroom” esconde un profundo análisis sobre el cambio de las personas y la crisis económica actual, que se desata en el microuniverso de Diego (Diego Peretti) cuando su mundo cambia de un momento al otro al encontrarse una situación desesperante. Deberá no sólo pedir ayuda a sus familiares sino que además tendrá que aceptar por parte de uno de estos una propuesta económica y comercial que lo colocará en un lugar en el que nunca se había imaginado. Al ser despedido de su trabajo, de organizador de eventos, Diego tendrá que calzarse una vez más el traje de vendedor e instalarse en el Tigre con su familia momentáneamente con las esperanzas de poder volver a vivir en Buenos Aires algún día. Diariamente deberá viajar para poder asistir a su nuevo trabajo como vendedor de departamentos de un edificio en construcción, con miles de promesas para los posibles compradores y con muchas más preguntas que las respuestas que pueda dar. Diego se esforzará en un ambiente solitario y hostil para conseguir vender todas las unidades del edificio para poder así comisionar y poder saldar todas sus deudas. Pero mientras él se adapta al trajín diario y la rutina, su mujer e hija, irán entremezclándose con los lugareños del Tigre y comprenderá que hay un mundo totalmente ajeno al de ellos (hasta ese momento) que pude también generarle una oportunidad de cambio. Todo marchará sobre ruedas, pese al inhóspito hogar en el Tigre, a las incomodidades diarias para llegar al centro porteño y hasta el poder llegar acicalado al trabajo, hasta que su tío (Roberto Catarineu), su jefe, decidirá contratar a otro vendedor para terminar más rápido la tarea de vender. Ahí Diego comprende que nuevamente su status puede ser revocado, y todo aquello que posee en ese momento, una vez más, como ya le pasó, puede desaparecer. La película, con un brillante guion de Molnar, que refuerza determinado aspecto contemplatorio, quizás por el pasado del director como realizador documental, tuvo una primera versión a cargo de Sergio Bizzio y Lucía Puenzo, El filme deambulará en el borde justo entre la comedia y el drama, para, en determinado momento, exacerbar el patetismo en el que el protagonista termina cayendo. Porque qué es sino este trabajo más que una oportunidad que un calvario, en el que deberá Diego sortear obstáculos que se escapan a cualquier relación de dependencia laboral tradicional, permitiendo la humillación hasta el punto de negarse la posibilidad de permanecer junto a su familia en momentos claves y días de descanso. “Showroom” nos muestra de una manera honesta y directa el deterioro de las relaciones laborales y la discriminación a la que se puede llegar a caer cuando una persona de más de 40 años quiere volver a insertarse en actividad. También demuestra la capacidad de adaptación y transformación de las personas pese al clima adverso en el que se pueden llegar a manejar. “Showroom” habla de una realidad cercana y quizás por eso duele, con un final de antología que termina demostrando que nada ni nadie tiene su futuro comprado.
El plot de “3 Corazones” (Francia, 2014) es simple. Dos mujeres, hermanas entre sí, en diferente momento de sus vidas, conocen a un hombre, extraño a ellas, y se enamoran perdidamente de él. Una tuvo la oportunidad de concretar antes, pero las vueltas de la vida hicieron que un encuentro furtivo en París se complicara y nada pasara, más que el pasar una noche dialogando y jugando a ver quién se animaba a decir las verdades más fuertes en su cara, la otra finalmente se casa con el extraño luego de recibir asesoramiento financiero por parte de éste y entender que es el amor de su vida. Ambas al conocer al caballero poseían parejas. Establecidas. Consolidadas. Pero el amor puede más que una relación de hace tiempo y deciden apostar al extraño que tanto les ha conmovido y por el que deciden dejar todo. Pero entonces, esta película de Benoit Jacquot, con Benoît Poelvoorde como Marc, el objeto de deseo y Charlotte Gainsbourg, Sylvie, y Chiara Mastroianni, Sophie, como las dos hermanas enfrentadas sin saberlo por el mismo hombre, qué es lo que aporta de nuevo. Miles de películas y obras literarias han trabajado de manera sutil el amor que puede llegar a despertar un extraño en familiares y el posterior enfrentamiento, o no, entre ellos. Quizás en el estilizado manejo de cámaras y la profunda tristeza de cada una de las actuaciones (sublimes Mastroiani y Gainsbourg) es el punto más alto del filme, porque, aún no se comentó el detalle de que nunca las mujeres se hablaron del hombre hasta el momento en que Sophie, impulsada por su madre (Catherine Deneuve), decide formalizar la relación e invitar a Sylvie a su casamiento. Sylvie y Marc compartieron una promesa de eterno amor que nunca llegaron a concretar, y la sola evocación en cada uno de ellos de esa noche, en la que el diálogo sembró los cimientos de una pasión que se mantiene en vilo, han movido los destinos hasta lugares insospechados. En determinado momento Marc levemente sospecha que la hermana de Sophie puede llegar a ser Sylvie, y esto es sólo una presunción. Cuando finalmente descubre la verdad, en medio de su propia boda, su mundo se desmorona. Todo lo que hasta ese momento, y honestamente, construyó con Sophie se le viene encima. Marc nunca pudo olvidar a Sylvie, esa extraña pueblerina a quien le bastó sólo una noche para ocupar todo su corazón, por lo que deberá decidir cómo continuar en su vida y con quién. Jacquot trabaja con personajes libres, abiertos, capaces de aceptar la partida del otro sin siquiera parpadear, pero como en una tragedia épica y griega, como un leviathan con dos cabezas que aman sin saber el rostro del otro, termina conformando una estructura narrativa en la que cada pieza encaja a la perfección. Juego de opuestos, de amores contenidos y postergados, de la carne expuesta al encuentro furtivo, “3 corazones” explora el universo pasional de una familia en la que sólo bastó un hombre para poder desequilibrar un vínculo hermoso entre las hermanas, que se verá trastocado hasta puntos insospechados.
La vida en la cancha Pocas veces el deporte como vector de un film documental puede pasar desapercibido, y si como en el caso de León, reflejos de una pasión (2015) de José Glusman (Cien años de perdón Final de obra, Domingo de Ramos), además se habla de uno de los pilares de una disciplina, el efecto de empatía con la historia y la figura es inmediato. Para aquellos que desconocen el deporte, León Najnudel fue uno de los que profesionalizaron el básquet en el país y el creador de la Liga Nacional, que permitió proyectar el deporte hacia lugares inesperados con una cosecha de títulos y lauros innumerables. Fallecido hace algunos años, en el recuerdo de familiares, colegas y amigos, se va urdiendo una línea narrativa que no hace más que potenciar la nostalgia por el personaje del que hablan y a la vez admiran. Si gente del medio como Víctor Hugo Morales o Adrián Paenza, para citar sólo dos casos, y basquetbolistas como Emanuel Ginóbili, toman como referente a este luchador dentro y fuera de la cancha, es porque seguramente en la personalidad de León y en su empuje arrollador, se ha forjado una fidelidad con su figura que también habla de su integridad. A través de imágenes de archivo y fotografías, podremos ir armando un panorama enriquecedor sobre el entrenador, su acercamiento con alguna ideología política, sus restricciones de participar en la actividad, su exilio, su regreso, su pasión por entrenar y formar. También se muestran sus viajes, su recorrido por Estados Unidos, principalmente Harlem, tratando de descubrir en sus “potreros” de básquet alguna figura trascendente para imitar o importar. Pero no sólo la anécdota más liviana es la que Glusman selecciona, sino todo lo contrario, al hablar de su particular y avanzada manera de dirigir equipos, también su afición por el cigarrillo, su elegancia y gestos. Si Glusman no transmite en algunos momentos la pasión por el deporte es, porque quizás, decide narrar la historia de León desde un lugar más tranquilo y lineal. Las imágenes se suceden a partir del relato oral, faltando quizás un poco más de competencia, o de necesario back de los partidos, para que la ecuación básquet/relato del documental, termine de cerrar del todo. La vitalidad del personaje, igualmente, le permiten superar esta ausencia, logrando que la empatía con esta particular figura sea total, y el espíritu nostálgico del film trascienda la pantalla.
La resistencia del pasado El realizador Mathieu Orcel trabaja en su film El último pasajero (La verdadera historia) (2014) con varias preguntas: ¿Qué es mentira? ¿Qué es verdad?, ¿Cómo confirmamos o desestimamos versiones sobre un hecho?, y las respuestas no las brinda él, sino que hay que buscarlas luego de ver la película. En El último pasajero (La verdadera historia) el derrotero diario de Eduardo Gamba, que intenta mantener viva la historia del abandonado “Hotel Boulevard Atlántico”, con sus largas y festivas visitas guiadas, plagadas de anécdotas prescindibles, es uno de los aspectos más interesantes del documental. Orcel sabe que tiene frente a la lente de la cámara a un hábil y verborrágica octogenario tanto más importante que la presencia y la impronta del hotel y es por eso que explota y repara con planos detalles y silencios cada una de las miles y miles de anécdotas que Gamba cuenta a lo largo de la película. Detrás la historia de ver quién es el verdadero dueño de una de las construcciones de estilo francés más antiguas del país, y que en su momento quiso competir con la incipiente ciudad balnearia de Mar del Plata, hay una construcción discursiva sobre la nostalgia y los fantasmas del pasado. Eduardo se obliga a mantener vivo el lugar, porque sabe que es “parte de él” y para nada le importa que vengan herederos, capitalistas, funcionarios o vecinos a exigirle que deje el predio, porque ya no le pertenece o sí (hay que destacar el contacto sin saberlo que se genera entre la misteriosa historia de adquisición del hotel de Zero Moustafa en El gran hotel Budapest y ésta). En cada acción que la cámara muestra hay una notoria y marcada necesidad de afirmar la historia de algo que nunca fue y algo que nunca volverá a ser, porque el pasado se presenta en cada una de las destruidas habitaciones, pero también en cada sencilla puesta en escena de Orcel. Además de ver quién es el dueño del Hotel, también habrá una descripción de una eterna historia de amor. La que Eduardo tuvo con Mabel Dupont, la hija de un aristocrático francés, y con la que quedó prendado desde el primer día que la vio bajando por una escalera en bikini. “Nos enamoramos, como antes, no como ahora” dice Gamba. Y con ella, de una avanzada para la época, también lucho hasta su último día para poder recuperar el esplendor de una era que nunca volvió a habitar el Boulevard Atlántico. En la elección de los planos multicámara, los travellings y los largos desplazamientos de escena, El último pasajero (La verdadera historia) se ubica en en un lugar privilegiado de los documentales nacionales.
Podemos afirmar que con “Era de Ultron” (USA, 2015) la saga de The Avengers del director Joss Whedon terminas por plasmar su idea completa y barroca sobre el Universo Marvel en una película completamente diferente a la entrega anterior pero mucho más “madura”. Si en la primera película la acción y el trabajo en equipo eran los desencadenantes de una trama que luego iría mostrando los claroscuros de cada uno de los personajes, en esta oportunidad Whedon aprovecha para profundizar en la psicología de cada uno de los miembros del equipo y detenerse mucho màs en sus sentimientos y sentido de pertenencia al equipo que otra cosa. Todo se desencadena “Era de Ultron” cuando un misterioso componente energético es intentado se ha robado por parte de Ultron, un misterioso enemigo (con la voz de James Spader) que basa su poderío a fuerza de energía robada. En una escena inicial el grupo desembarca en un misterioso país para desenmascarar a un equipo maligno que además “modifica” y “mejora” a seres humanos y que desea complicar las cosas al atacar el mundo. Desde allí, ese puntapié inicial con trabajo y ataque en conjunto, todo se irá compaginando para que los vengadores terminen deseando algo más que acción y, la mayoría, cansados del stress que implica “salvar el mundo” irán corriendo las fichas del tablero hacia un lugar que les permita escaparse del equipo. Es curioso ver cómo al grupo The Avengers se sumarán dos jóvenes mejorados, que si bien en un primer instante estarían puestos del lado contrario, con el correr de la película terminarán sumándose al grupo y entre todos intentarán detener al villano. Igualmente ese no será el motor del filme, todo lo contrario, el verdadero hilo conductor radicara en el futuro del grupo, un incierto porvenir en el que cada miembro debe analizar en profundidad si continua trabajando en el o si avanza en otro proyecto. En “Era de Ultron” hay acción, mucha, también una deslumbrante parafernalia visual con imágenes impactantes de lucha y supervivencia (atentos a la escena de pelea final coreografiada hasta el mínimo detalle) pero el punto principal, al ser corrido, termina generando una larga abulia hasta la resolución y apertura de incógnita para la próxima entrega. Porque, resumiendo, esta película parece la transición necesaria entre la entrega anterior y la próxima que vendrá. No es la primera vez que una historia de “relleno” llega a los cines para en realidad poder cumplir con la industria y los estudios (ávidos en recaudar y seguir generando sinergia con Marvel) sin pensar en que el producto podría ser mucho más contundente si se lo evitara. Grandes efectos visuales y un impactante y dinámico trabajo de edición hacen de esta película un entretenimiento menor, que, con moraleja final, sólo nos deja más ansiosos hasta la siguiente película (a propósito, no se queden esperando luego de los títulos porque más allá de un breve insert al comienzo de ellos, no hay sorpresa) y añorando la honestidad y solidez de la la propuesta anterior. Fallida.
Nada devela y supone detrás de unas primeras imágenes de cuerpos desnudos dotadas de un lirismo una poesía única que “El cuarto azul” (Francia, 2014) de Mathieu Amalric (quien también la protagoniza) terminaría conformando una historia que fuerza de flashbacks intentará explicar un misterioso crimen pasional y determinar también al culpable puntos. Basada en la novela de Georges Simenon la historia se centra en el encuentro de dos amigos de la infnacia (Amalric y Léa Drucker) agobiados por la rutina deciden en un cuarto azul cambiar su destinos, o al menos pasar un instante juntos que los haga sentir en otro mundo. Pero la relación se intensifica, y las sospechas de las parejas de ambos también, y a pesar de esto continúan en su mundo de sábanas blancas y paredes azules. Igual los encuentros no serán muchos, algunos en el cuarto que da nombre al filme, otros en el medio de un bosque (en una escena inicial que rebosa pasión apoyada por música incidental y dirigida con una precisión y estilo único) que bastarán para desencadenar la tragedia. El filme vira a drama judicial/penal, porque un crimen (no importa de quién) hará que a través de flashbacks y forwards armemos un rompecabezas que por momentos se vuelve tan intenso pero también monótono. En la elección de Amalric de narrar a través del punto de vista de Julien, el protagonista, de manera seca y directa, claramente se intenta ejemplificar un estado de las cosas que bien podría haberse manifestado de otra manera al ser más neutro en la narración. No importa quien murió después y si alguien efectivamente lo hizo, sino la manera en la que el director narra cómo se llegó a ese punto, con total desconcierto por parte del protagonista quien vivirá un derrotero judicial agobiante y opresivo al máximo luego que decidiera terminar su relación extramatrimonial. Amalric toma de Simenon la esencia de su historia, para intentar hablar no sólo de la fugacidad de la pasión adúltera sino que, principalmente, lo que se intenta explicitar cómo un estadio original de agotamiento puede hacer caer a las personas en un intento por superar una rutina y que a partir de la ruptura de un equilibrio inicial, a través de la exposición de pruebas que determinen la culpabilidad o no el protagonista, todo se complique. La elección de contar todo con primerísimos primeros planos y detalles sugerentes y explícitos no hacen otra cosa que contrastar el posterior estado de agobio del personaje principal, similar al de “Atracción Fatal” hace años ya, pero que en esencia muestran un desamparo ante la exposición voluntaria a una serie de acosos por decisión propia. Pero a diferencia del filme de Adrian Lyne el resultado es completamente negativo y al no ser claro en la exhibición de lo que realmente aconteció luego de la ruptura sentimental, el director deja al libre albedrío muchas situaciones que de haberlas manifestado, claro está, el resultado del impacto de la disrupción, nunca sería tan sorpresivo como lo es.