En “Song for Marion” o como acá le han puesto “La esencia del amor”(UK, 2012), el director Paul Adrews Williams (que viene de dirigir algunas películas clase B de terror) logra una compleja fusión entre la comedia y el drama. Y lo de comedia dramática, que siempre etiqueta cintas que los distribuidores no saben cómo ubicar en su catálogo, le va perfecto. Marion (Vanessa Redgrave) es, una mujer que aún enferma mantiene vivas las esperanzas cuando canta en el coro de un centro de jubilados dirigido por la joven Elizabeth (Gemma Arterton, de “Principe de Persia”, “Hansel y Gretel” y “Quantum of Solace”, entre otras). En cada encuentro, pese al esfuerzo que le implica estar parada, cantar y relacionarse, ella vuelve a vivir, y eso lo saben no solo el grupo de ancianos que la acompañan en la pasión por el canto, sino su ermitaño, antisocial y furioso marido Arthur (Terence Stamp), alguien que el director en la primera escena lo presenta fumando al lado de un cartel de prohibición, y que pese a algunos roces, acompaña a Marion cada semana al lugar. Marion y Arthur tienen un hijo (James, interpretado por Chistopher Eccleston), al que mucho no ven por una decisión del padre, quien vive reprochándole cosas y exigiéndole más de lo que puede dar. Entre estos cuatro personajes, a los que se sumará Jennifer (Orla Hill), la hija de James, y nieta de Marion y Arthur, se irá construyendo un filme con una intensidad dramática in crescendo. Una recaída de Marion y la noticia de la inevitabilidad de su muerte, harán que los esfuerzos por acompañarla en sus últimos días se hagan cada vez más fuertes, pero también los reproches entre padre e hijo y las reflexiones acerca de si la felicidad de la mujer en algún momento fue plena. Elizabeth anota al coro en una competencia internacional de canto, y ahí empieza otra historia, porque si bien por un lado tenemos la enfermedad terminal de Marion, por el otro comenzará una historia de superación y esfuerzo, de personas mayores que ven en un simple concurso de canto la posibilidad de sentirse plenos y completos. La película podría definirse como la mezcla de “Amour” y “Pitch Perfect”, dos filmes que este año, y cada uno en lo suyo, lograron tanto adeptos como detractores. Por un lado la dureza y cruda realidad de una familia con una persona enferma, con todo el desgaste y egoísmo que eso implica. Por otro lado la alegría de la tarea en conjunto terminada, de la fuerza de la pasión puesta en el canto. Es en este segundo matiz del filme en el que Williams hace más fácil la transición de algunas preguntas que se plantean durante su visionado ¿Cómo se acepta que un ser querido se está yendo de nuestras vidas? Ó ¿Cómo lograr recuperar la individualidad y esencia de la persona enferma que se está muriendo? El grupo canta canciones “modernas” y “osadas” como Let’s talk about sex de Salt N Pepa (que curiosamente también entonan a capella en Pitch Perfect) o Crazy de Gnarls Barkley, o canciones de Motorhead, y eso también es un punto a favor de Song of Marion, ya que desestructura los registros de las participaciones del grupo en el torneo o en sus ensayos. Sobre la dirección, el mayor trabajo está puesto en las actuaciones, ya que los planos, encuadres y recursos son básicos, tan simples como la misma historia que se cuenta, una historia de amor entre personas mayores y la germinación de la amistad entre seres opuestos entre sí. Redgrave y Stamp logran componer con sobriedad y oficio sus personajes, pero también lo hacen los intérpretes más jóvenes como Eccleston y Arterton, que dotan a “La esencia del amor” la calidad esperada para este tipo de comedias agridulces inglesas. Para reír y llorar con libertad.
Las relaciones entre el cine y la literatura siempre han sido productivas. En oportunidades algún ultra fanático de un libro, autor o saga literaria, puede llegar a denostar alguna adaptación, pero esto siempre surge del propio amor exacerbado por sus ídolos de papel. También la decepción puede llegar a surgir porque el director de turno o las actuaciones de los protagonistas no estén al nivel de la ocasión. No es el caso de “El Hobbit: La desolación de Smaug” (USA/Nueva Zelanda, 2013), segunda parte de la extendida trasposición de “El Hobbit”, de J.R.R. Tolkien, realizada por Peter Jackson, porque todo está hecho con pasión y amor por la obra original. El director transforma en imágenes generadas en 48 fotogramas por segundo y 3D una vertiginosa carrera fílmica para todos los amantes de la saga con personajes que atraviesan universos imaginarios y maravillosos, y hasta aún más logrados que los descriptos por Tolkien en sus libros. Porque Jackson continúa analizando la lucha entre el bien y el mal retomando la acción que “El Hobbit: Viaje Inesperado”(USA, 2012) dejó en suspenso y con un sabor amargo. Esta antagonía se potencia y arranca todo con una persecución (que continuará toda la película) de los orcos al grupo de hobbits. Así, la antigua sensación de: “acá faltó algo”, de la primera parte, es superada en esta entrega (y esperamos ansiosos ya la tercera y ¿última? parte) con una incorporación casi hacia el final que impacta e hipnotiza. Esta incorporación es la de Smaug (con la voz de Benedict Cumberbatch), que da nombre al título, y que no es otra cosa más que un enorme y avaro dragón, que aún en su ocaso, sigue tratando de mantener su poderío a fuerza de miedo y opresión. Jackson se sirve de las últimas tecnologías de animación para dotar al personaje de una inmensa credibilidad hasta el punto que asusta en cada una de sus intervenciones y mucho. Hasta llegar al lugar en donde habita este animal mitológico, y que en “El hobbit: Viaje Inesperado” inició el camino a la libertad con el hallazgo de Bilbo Bolsón (Martin Freeman) del misterioso anillo, deberemos atravesar varias peripecias del grupo de doce enanos, Gandalf (Ian Mckellan), Thorin (Richard Armitage) y los elfos (que pese a no estar incluídos en el libro original, e interpretados por Orlando Bloom y Evangeline Lily) hasta llegar a Smaug. En el medio toda la imaginería que Jackson tan bien ha creado y que se potencia narrativamente a medida que avanzan los 161 minutos de duración del filme (9 menos que la primera entrega) con un guión del que han participado grandes como Fran Walsh, Philippa Boyens y Guillermo del Toro (que por cuestiones económicas y de agenda finalmente dejó el lugar a Jackson en la dirección). Hay una continuidad con las anteriores adaptaciones de “El señor de los anillos” y con su antecesora “El Hobbit: Viaje Inesperado”, una superación y una necesidad de reflejar en detalle la obsesión que Bilbo comienza a sentir por el anillo y hace olvidar que en esta entrega no esté el Gollum (Andy Serkis, quien se encargó de la dirección de la segunda unidad), personaje clave en todas las partes de la saga. Climas y paisajes conocidos, tonos cálidos en las imágenes para reflejar la paz del día y oscuros para la opresión y el miedo. Música que incita a prestar atención en cada momento y escenas claves que dividen la película en capítulos (la pelea con las arañas, mucho más logradas que cuando Frodo luchó con Ella-Laraña en “La comunidad del anillo”, o en el momento que Gandalf se enfrenta con Sauron) hacen que este sueño por tierras ancestrales sigan buscando respuestas a una pregunta que uno de los protagonistas se hace en un momento clave del film “¿Cuándo permitimos que el mal fuera más fuerte que nosotros?”. La destrucción de ese mal es el motor de una gran aventura para disfrutar sólo en la oscuridad de una sala.
Después de su exitoso paso por el 15 BAFICI y por la muestra que realizó la DAC por el Día del Director Audiovisual, finalmente llega a salas “Una Familia Gay”(Argentina, 2013) del realizador Maximiliano Pelossi. Este filme documental intenta analizar una problemática que si bien se ha trabajado en otras cintas el director se enfoca sobre su propia vida y la realidad gay en Argentina desde varios aspectos. El arranque de la película lo encuentra a Maximiliano frente a una disyuntiva existencial ya que durante años y años esperó el marco legal ideal para poder formalizar con alguna pareja de su mismo sexo y cuando se enfrenta a la posibilidad de poder hacerlo con su actual pareja, de 5 años de antigüedad, no sabe qué hacer. Este es el disparador para hablar y reflexionar acerca del matrimonio igualitario y las creencias religiosas.. Para “ayudarse” a tomar su “decisión” decide entrevistar a diferentes personas que sí aceptaron esta modalidad y se inmiscuye en su intimidad y también apunta a ver cómo particularmente este tema es tratado dentro de la comunidad judía. Si bien él se define como católico, su pareja es judía practicante y de hecho la idea de realizar el documental surgió cuando el director tuvo una charla con su futura suegra sobre el matrimonio entre personas del mismo sexo. “Una Familia Gay” deambula entre el reportaje tradicional y acartonado (cámara en 45 grados apuntando a quien dará testimonio), la entrevista de sillón y la megalomanía. Pelossi no puede despegarse de la historia que cuenta y se muestra en exceso en la pantalla cuando los comentarios que consigue de los entrevistados son más que interesantes. Una máxima que se escucha en un momento de la cinta describe a la perfección el nudo narrativo de este documental: “Fuimos educados sentimentalmente por Hollywood y las novelas” y Pellossi toma esta afirmación para poder reflexionar sobre su vida personal (cómo se plantó frente al mundo para declarar su homosexualidad, cómo ve la religión y la familia como valor), la sociedad argentina, la comunidad gay, la comunidad judía. Para acercarse desde el interior de la comunidad gay a la idea sobre el matrimonio igualitario.
La cosa viene así, en esta comedia delirante de Seth Rogen (que también actúa) y Evan Goldberg, en el medio de una fiesta de reviente, a lo “21” o “Proyecto X”, celebrada en la casa de James DIOS Franco, el fin del mundo o el apocalipsis comienza a suceder, ¿o no?. Todos los invitados (la mayoría estrellas del Hollywood) se encuentran en un estado tal que por momentos no entienden si lo que está aconteciendo fuera de la casa es real o es fruto de su imaginación muy afectada por sustancias prohibidas. Van pasando los días y los alimentos comienzan a escasear por lo que deben organizarse en misiones o equipos de trabajo para conseguir víveres en el afuera, ese espacio que todavía no saben si pueden volver o volverán con vida. Así de simple es el planteo de esta comedia que ha generado adeptos y detractores en cada lugar donde se ha estrenado, principalmente por su mezcla de géneros (terror, gore, comedia, acción, etc.) y la hiperbolización de algunas características de sus protagonistas. Además de las obvias referencias al cine de George Romero y películas como “La guerra de los mundos”, “La noche de los muertos vivos” ó “Zombieland”, los directores logran plasmar la irreverencia típica de la nueva generación de comediantes americanos focalizándose en la exageración de las personalidades de los personajes/famosos. Con actuaciones de los ya mencionados Rogen y Franco, y participaciones de Jonah Hill, Emma Watson, Rihanna, Jason Segel y Jay Baruchel, entre otros, “This is the end” reelabora el concepto del cine dentro del cine y la autorreferencia/parodia como punto de partida para una de las comedias más esperadas del año. Rogen y Goldberg manejan las actuaciones de los actores como si todo fuese improvisado, pero si uno analiza con detenimiento los diálogos, filosos por cierto, se detecta la marca de los guionistas. Emma Watson en su papel de justiciera y James Franco riéndose de sì mismo toda la película sobresalen en este opus a la amistad tamizada por las drogas y el alcohol. Quizás le sobren minutos y bien podría haber sido un sketch dentro de programas como “Saturday Night Live” o “National Lampoon`s” y hasta una de las parodias que la revista “Mad” suele hacer sobre la farándula norteamericana, pero la película entretiene y supera cualquier pregunta subjetiva sobre el origen de esta puesta en escena desbordada. ¿Hollywood es el infierno? ¿El infierno llega a Hollywood? ¿Todos son tentados por el mal? ¿Se debe pagar con la vida la exposición mediática con el cuerpo? ¿Quiénes atacan a los actores? Algunas preguntas que se desprenden de esta comedia que de tonta tiene muy poco y que encontrará un público ávido por verla.
Una sorpresa ver que Robert Luketic, que venía dirigiendo una serie de comedias blandas (“Legalmente Rubia”, “La cruda verdad”, entre otras), termine construyendo una película síntoma de época como lo es “Paranoia” (USA, 2013) y que llega a las salas argentinas. El director trabaja sobre las ideas posmodernistas del fin de la historia y el hombre controlado y observado por un gran hermano (el de Orwell, no el de TELEFE) con un estilizado registro de imágenes y cierto dinamismo en la puesta en escena que la hacen muy entretenida. En “Paranoia” hay un joven, Adam (Liam Hemsworth, hermano menor de Thor), que intenta triunfar en el difícil mundo de la tecnología y las innovaciones informáticas. Junto a un grupo de compañeros de trabajo desarrolla para una multinacional un accesorio que posibilitaría aún más la hiperconectividad de los sujetos (que en realidad lo aíslan todo el tiempo). Su jefe, Nicholas Wyatt (Gary Oldman) luego de la presentación del mecanismo no cree tan revolucionario el invento por lo que decide despedirlos. Adam, bien pillo, y con su conciencia de clase bien arriba (existe una impronta durante toda la película en la que se denuncia la explotación de la sociedad de trabajo) decide gastar algunos dólares de la tarjeta corporativa que tenía para gastos de desarrollo de producto, a modo de festejo final. Esto obviamente sin saber que este “gasto” lo llevará a vivir a una vorágine que lo terminará introduciendo en un juego de espionaje corporativo. Wyatt está obsesionado con su archirrival Jock Goddard (interpretado por Harrison Ford), quien si bien antes era su socio (comparaciones con JOBS/GATES surgen al instante) ahora tienen que cuidarse de evitar filtraciones por robos. Al descubrir el desfalco de la tarjeta Wyatt obliga a que Adam se incorpore a la empresa competidora con el claro objetivo de robar un nuevo modelo de Smartphone y en el medio termina enamorándose de una de las ejecutivas de esa empresa (Amber Head) antes que todo se estropee. Luketic, adaptando la novela del mismo nombre de Joseph Finder , trabaja no solo con la idea del espionaje corporativo sino sobre el espionaje en general y la paranoia de las sociedades informáticas de control, de cómo podemos estar siendo observados sin darnos cuenta a través de un celular o cámaras ubicadas estratégicamente en lugares inesperados (un baño). Cámara en mano, imágenes mediatizadas, trazos gráficos y la hiperbolización de la sociedad 3.0, además del duelo actoral de Oldman y Ford, como así también la recuperación de actores de la pantalla chica como Julian McMahon (NipTuck) o Josh Holloway (Sawyer de “Lost”), y de la pantalla grande como Richard Dreyfuss (¿hace cuánto que no trabajaba?) hacen de “Paranoia” un blockbuster con un mensaje y un análisis que lo hacen superior el promedio de este tipo de filmes. Atentos con el Ford malo.
(Anexo de crítica) Hay un intento de estilizar la película “Omisión”(Argentina, 2013) de Marcelo Paez Cubells (guionista de “Boogie, el aceitoso”) desde la comunicación gráfica con imágenes impactantes de sus protagonistas en tonos negros y rojos. Casi una imaginería que podría utilizarse para una película de terror. Pero “Omisión” no es una película de terror, entonces ya ahí comienzan los problemas. “Omisión” es un thriller que se dispara sobre la definición misma de la palabra que da origen al título “el pecado de omisión es cuando no pienso en el otro” y que narra las angustias y conflictos existenciales de un cura (Gonzalo Heredia) en su intento por evangelizar a personas que habitan un lugar carenciado del conurbano bonaerense. Hay algo en el pasado de este cura que el director “omite” y que a través de flashbacks va develando a lo largo del metraje. El rompecabezas se va diagramando. Pero la película se hace larga y monótona. Porque al cura se le suma un psicópata (Carlos Belloso) que lo alerta de los asesinatos que realizará “religiosamente” cada cuatro días. El psicópata, además, es un psicólogo que encuentra en sus “pacientes” a las víctimas. Una a una las irá asesinando por diversos motivos que no vienen al caso y que introducirán al cura en una espiral de violencia que lo alejará por momentos de su fe. Para completar la historia aparece Clara (Eleonora Wexler) examor de Santiago (Heredia) una policía que investigará los casos y que detectará la conexión entre el asesino y el cura hasta el punta de creerlo culpable. La ópera prima de Paez Cubells no encuentra el tono adecuado para generar tensión y sólo se apoya en la utilización exagerada de la música incidental. Los personajes son abordados por los protagonistas con trazos gruesos y hasta absurdos, sino veamos a Clara, que Wexler la encara desde una “masculinización” de sus gestos y movimientos, o de Belloso que compone a un psicópata con los tics de todos los asesinos que ya vimos en el cine. Hay sí, por ejemplo, una honestidad en la interpretación de Lorenzo Quinteros, quien hace de mentor de Santiago, pero el principal inconveniente que posee “Omisión” es su protagonista excluyente, Heredia. El actor posee algunos problemas de dicción y también de interpretación. Quizás los productores pensaron, pongámoslo así las chicas que lo siguen llenan las salas, pero hasta en la caracterización del actor (con barba) este punto fue descuidado. Heredia pertenece a una serie de “galanes” que siempre el cine ha intentado darle un protagónico para poder de esa manera lograr una respuesta positiva en la taquilla, pero dentro de esta serie de “galanes” Heredia es uno de los que más recursos carece y si el peso de la película es puesto en su actuación, obviamente el resultado no será positivo. La progresión en “Omisión” no se da por las acciones sino por el anclado de trazos gráficos que indican los días (de cuatro en cuatro) y ahí también hay un inconveniente. La película destila un discurso viejo, exagerado, en contra de instituciones sobre las que intenta construir su verosímil (Iglesia, Policía) y esto también atenta contra el producto final. Fallida opera prima que deambula entre el intento de construir un relato de género pero que naufraga entre la copia de envíos como “Epitafios” (Argentina) o “Dexter” (USA) y la abulia de su protagonista.
Otra vez el cine francés renueva la comedia romántica. Siempre de avanzada. Acá Frederic Breigbeder arma en “El amor dura tres años”(Francia, 2013) una elegía al amor en sus primeros momentos y luego una alegoría sobre el mismo tema. Hay un crítico literario llamado Marc (Gaspar Proust) que despechado luego de su divorcio (porque tenía una idea muy “publicidad” sobre el amor) decide escribir bajo seudónimo uno de esos libros para Dummies basándose en su propia experiencia amorosa y a modo de desalentar al mundo entero a comprometerse y casarse. Ese libro lo escribe desde el dolor, y luego de intentar suicidarse (“ todo hombre que sigue vivo después de los treinta es un imbécil” afirma). Pero en su camino de “recuperación” que incluye miles de salidas a discotecas y encuentros esporádicos con mujeres, se cruza con Alice (Louise Bourgoin), la mujer de su primo, y se deslumbra. Alice es una especie de Rita Haywort, pelirroja, pasada por el tamiz de la Sharon Stone de Bajos Instintos, que seduce con solo mover un dedo. Tienen algo, breve, y el se desespera por conseguir nuevamente su amor. Pero claro está, como en toda rom com que se basa en un amor maldito, habrá un secreto, en este caso el libro que escribió sobre el amor, y que intenta a toda costa que no salga a la luz la verdadera identidad del escritor. Breigbeder construye su relato sobre la base de todas las películas cursis y las deconstruye, a lo método teatral de Bertol Brecht, con miradas a cámaras, diálogos directos al espectador, referencias a la tecnología y máximas de antología. “El amor en el siglo XXI es un mensaje de texto sin respuesta” grita Marc, y uno piensa en la crudeza y veracidad de esa frase. ¿Qué es el amor después del amor?¿Existe una fecha de vencimiento en los sentimientos? Con una estructura episódica (separada por títulos como “coqueteando con el desastre” ó “dejar ir a la felicidad antes que ella te deje a ti”) Alice lo atrae, la cita en un hotel (oh casualidad llamado “El amor”), se imagina 20 posibles ingresos al lobby, cuál será la real. Todo el tiempo juega el realizador con el espectador quebrando el contrato de lectura clásico del cine contemporáneo. Marc tiene una familia que lo presiona (padres escritores) y una serie de amigos que se traicionan entre sí pero que lo apoyan en su camino para liberarse o encontrar el amor, según el momento del film que se trate. Rondando el slapstick y la clásica comedia de gags (atención a la escena cuando se revela su identidad como autor del libro que defenestra la vida en pareja y a los chistes que le realiza su editora durante toda la cinta) “El amor dura tres años” es una fresca novedad francesa que a modo de Roland Barthes y su “Fragmentos de un discurso amoroso” reafirma la idea del amor en la palabra de Bukowski (retomado por viejos footages) y algunos filósofos como Pascal Bruckner o Jean Didier Vincent para alentarnos a seguir apostando por vivir en pareja.
(anexo de crítica) El director de “Incendios”, Denis Villeneuve, vuelve a los cines con un thriller que costó casi 50 millones de dólares y que apunta a desestructurar los clásicos esquemas de películas de gente “desaparecida”. Protagonizada por un elenco de lujo que tiene a Hugh Jackman, Jake Gyllenhaal, Viola Davis, Maria Bello, Terrence Howard, Melissa Leo y Paula Dano, el director logra plasmar la psicología de cada uno de los personajes con mucho tiempo y eso es lo más interesante.. Temáticas y valores como la familia, el trabajo, la rutina, las creencias, son puestas en duda y en juego. Es como un barajar y dar de nuevo hasta que se empiezan a mezclar los conceptos de torturador y torturado en una pequeña localidad. Día de acción de gracias. Dos niñas desaparecen. En la cara de todos sus familiares. Nadie vio nada. Excepto una vieja casa rodante. La desesperación de los padres llevada al extremo en escenas con silencios y diálogos desgarradores. ¿Cómo es que nadie vio nada? ¿Por qué no detienen al único sospechoso? ¿Qué hace la policía mientras la familia sigue esperanzada en la aparición con vida de las menores? Algunas preguntas sin respuestas son manejadas de manera radical por los padres de las niñas, hasta el punto que su fe y su bondad roza el límite de lo ilegal. Villeneuve construye una película con indicios esparcidos minuto a minuto. Si por momentos la desazón se transforma en iluminación es porque en oportunidades la identificación se va cambiando del sospechoso al sospechado. Gyllenhaal interpreta a un detective que intentará ayudar a las familias de las niñas con todos los tics de los clásicos policiales y el distanciamiento necesario para generar un verosímil afectivo. En el otro punto se encuentran Jackman y Howard, como los padres de las niñas desaparecidas. Débiles por momentos y por otros fuertes, luchando con sus propios demonios y vicios. El zoom nos acerca a los espacios, nos introduce en los lugares en los que los personajes son y dejan de serlo. Secuencias oníricas para intentar explicitar los pensamientos de los padres que irrumpen y disrrumpen la linealidad y tranquilidad del relato. Otro gran logro de Villeneuve es la composición de los protagonistas a través de los detalles. Los sospechosos son caballeros enigmáticos, con alguna característica visual y tics obsesivos, mientras que los familiares son construidos desde la utilización de ropa “aburrida” y “sin vida”. Sobre la religión se va y se viene todo el tiempo. Por momentos se la idolatra, y en otros momentos la fe es lo peor que se pudo tener. Película larga, abrumadora, pero con un gran trabajo de dirección y actuación, “La sospecha” tiene el sello de autor que siempre queremos en las convencionales estructuras argumentales.
Con el fresco antecedente de “Red Social” (USA, 2010) de David Fincher y Aaron Sorkin y “Jobs”(USA, 2013), el realizador Bil Condon, se aleja de los vampiros y hombres lobos de la saga Crepúsculo y se mete de lleno con un personaje polémico como Julian Assange en “El Quinto Poder”(USA, 2013). Apoyándose en las excelentes actuaciones de Benedicto Cumberbatch (Assange) y Daniel Bruhl (que de Niki Lauda en “Rush” aceleró a fondo hasta esta interpretación de Daniel Berg) y un reparto de estrellas secundarias como Laura Linney, Carice van Houten y Stanley Tucci (a no sorprenderse si estos nombres aparecen en las ternas de la próxima temporada de premiaciones) el director arma un dinámico y “moderno” relato sobre los orígenes de la red que desnudó miles de secretos políticos hasta convertirlo en una cuestión de estado Wikileaks. Este biopic, inspirado en los libros “Inside WikiLeaks” de Daniel Domscheit-Berg y WikiLeaks de David Leigh y Luke Harding, logra cumplir con el cometido de entretener e informar a aquellos que desconocían o sabían pero no tanto en profundidad las idas y venidas de este proyecto. Posee una secuencia inicial que transita la historia del periodismo y la circulación de la información de antología. En “El quinto poder” Julian Assange es presentado como el nerd que con una infancia infeliz encontró en la programación una vía de escape para su soledad y de grande entendió su capacidad de liderazgo nato basándose en su poder de persuasión y seducción. A lo largo del metraje frases como “la gente es leal hasta que no le conviene más” ó “sólo alguien obsesionado con sus propios secretos pudo obsesionarse con revelar los secretos de los demás” van perfilando a Assange como alguien extremadamente paranoico y desconfiado. Hasta polarizarlo y rivalizarlo con Daniel Berg. Berg es caracterizado como alguien con los pies en la tierra que entiende que más allá del “revelar” todo habrá consecuencias positivas y negativas y que algunas decisiones deben ser mejor pensadas. Este punto de quiebre entre ambos surge cuando acceden a los cientos de miles de documentos en un CD de “Lady Gaga” entre los que se encuentran irregularidades en fondos de campaña de Sarah Palin y en ataques aéreos a Bagdad en la guerra de Irak, para citar sólo 2 de las “filtraciones”. Condon podría haber escogido la tradicional película testimonial, pero en vez de eso construye un adrenalínico thriller en el que nada nunca es lo que parece, y además logra volar con algunas escenas y espacios que construye, como el “no espacio”, el back de “Wikileaks” en el que Assange y Berg desatarán una lucha de poder por controlarla. Película cosmopolita, de grandes ciudades (Berlín, Londres, Nueva York, París, etc.) y de defensa extrema de la apertura del derecho a la información y la revolución del periodismo como propulsor del fin del velamiento de la verdades “El quinto poder” es una nueva oportunidad de acercarnos a personalidades polémicas como la de Assange, alguien que ha utilizado sus conocimientos para promover la descentralización del poder y de la comunicación.
Año de biopics. Muchas. Algunas con mejor resultado que otras. Aún estoy pensando en qué lugar ubicar a “Diana”(Inglaterra, 2013) de Oliver Hischbiegel (“La Caída”) que plasma los últimos dos años de vida de la princesa Lady Di y sus avatares amorosos post separación del príncipe Carlos. Diana, magistralmente interpretada por Naomi Watts (¿otro nombre para el Oscar?), arranca con una soberbia escena inicial en la que nunca vemos el rostro de la actriz y sí a Diana Spencer caminando dentro de una habitación de hotel, de espaldas a cámara, hasta que sale de la misma y camina por un pasillo, acompañada por sus guardaespaldas. Allí la cámara se detiene y retrocede como para buscar algo olvidado y el director se traslada al pasado y la vemos lidiando con su soledad (obviedad de ponerse a escuchar diegéticamente el tema “All by myself”) y las “injusticias” que la prensa dice sobre ella. Diana es madre, pero hasta casi el final de la cinta nunca la vemos con sus hijos, esos hijos por los que tanto peleó para poder seguir asistiéndolos y acompañándolos a pesar de la reticencia de la realeza en su intento de tener una familia, “nunca fui aceptada por una familia” dice, pero tampoco este valor se lo construye en el film ."Nuestro matrimonio era de tres” le dice en una entrevista a la BBC, la misma entrevista en la que afirmó haber tenido problemas de alimentación y autoflagelarse. La realeza y la gente se paralizan. Pero Diana es bella, es joven, y a pesar de seguir en el ojo de la tormenta quiere rearmar su vida. Sabe que le va a costar mucho, porque obviamente no puede como cualquier mortal común ir a tomar algo con alguien o ir a un lugar a distenderse y conocer gente. Pero un día por casualidad y luego de la internación del marido de Oonagh Toffolo (Geraldine James) conoce a Hasnat Kahn (Naveen Adrews, mundialmente conocido como Sayid de “Lost”) un cirujano por el que se enamorará perdidamente. Las idas y venidas entre ambos (“te quiero pero no puedo estar contigo y con todo el mundo”) y los planteos que le hace Diana, emparentan este biopic con las más cursis telenovelas de la tarde o con, hasta cierto punto, “Notting Hill”(USA/Inglaterra, 1999) en esto de persona famosa y persona común que intentan armar su vida juntos. La puesta en escena, la dirección es chata, simple, no hay vuelo. Es una película más dialogada que “actuada” en el sentido de “acción”. En la progresión Kahn no quiere exposición, y aún habiendo ido Diana a conocer a su familia en Pakistán, y de caerle bien hasta a su madre (siempre hay que caerle en gracia a la suegra) decide dejarla. Diana se enfoca en la caridad “sean generosos, hay miles de personas que necesitan de su generosidad” y se va de gira por el mundo para ayudar a los más vulnerables. Los flashes, el lujo, los vestidos glamorosos, la TV, los paparazzis, todo la hace pensar aún más en Kahn. Para olvidarlo acepta una invitación del multimillonario Dodi Al-Fayed (Cas Anvar). Y ahí comienza otra película. Una en la que Diana es mostrada como manipuladora y calculadora, digitando a la prensa para lograr celos en Kahn e invita a fotógrafos a que la capturen en los yates de Fayed tomando sol o acariciándolo. La “princesa del pueblo” se quiebra, es tapa de todos los periódicos sensacionalistas pero lo único que desea en el fondo es la aceptación de Kahn. El final ya es conocido por todos. “Diana” vale la pena por la actuación de Watts, una actriz que ha demostrado en sus últimos papeles (“Lo Imposible”, “Promesas del Este”, “Funny Games”) una entrega total en la interpretación. Si ella no estuviera quizás “Diana” no sería el film que se merecería “la princesa del pueblo” y bien podríamos estar viendo alguna novela vespertina.