Potente propuesta de género en donde Teresa Palmer guía la historia de una mujer que ha perdido parte de su vida e intenta, como puede, seguir adelante. Duelo, locura y una cámara inquieta sirven para consolidar este atrapante relato.
La trampa del título, que remite a la mejor comedia romántica de todos los tiempos, esconde una pequeña y deliciosa propuesta en la que tres generaciones de mujeres se verán unidas por la cocina, el multiculturalismo y el amor.
Para aquellos que consideran que esta película es “original”, “fresca”, “divertida”, propuestas 20 años antes de guionistas y realizadores como Michael Gondry y Charlie Kaufman, permitieron sumergir a los espectadores en universos originales en donde no hacía falta la estridencia para narrar. A destacar, el esfuerzo de Michelle Yeoh por liderar la película, y el asombroso cambio de Jamie Lee Curtis, un camaleón que sale siempre de su zona de confort.
Excelente maridaje entre nostalgia y presente en donde los mundos de Jurassic Park y Jurassic World se fusionan para generar una película ideal para aquellos fanáticos de la saga en donde la emoción predomina en detrimento de los efectos y espectacularidades.
Martín Farina es un artesano del cine y también un detallista, a niveles obsesivos. En su nueva propuesta, El Fulgor, no solo construye un relato por ausencia, sino que, además, realiza, gracias a una inteligente edición, una puesta reflexiva sobre el trabajo, los cuerpos, el consumo y la verdad de los sujetos. Si en sus obras anteriores la intimidad y el diálogo construían el material primigenio para plasmar a sus protagonistas, aquí, con el contraste entre materiales, día y noche, cuerpos humanos y animales, se refuerza una idea que atraviesa toda la película, que tiene que ver con el esfuerzo, la vocación y la libertad. El carnaval de Gualeguaychú es la excusa para que el fulgor, algo tan inasible como la escencia de las personas, sea el objeto de estudio de una película pensada milimétricamente para que la coralidad de voces, aún sin haber diálogos, sea lo que prima como eje estructurante de su relato. Una exquisita banda sonora acompasa los movimientos de los cuerpos, de esos cuerpos que trabajan, que faenan, que limpian, que errabundean desnudos, que se exhiben, se emborrachan, duermen, piden silencio, configuran la base para que desde allí se reflexione. No es casual que el caballo, con su potencia, se constituya como referencia para que los jóvenes y tonificados cuerpos compitan de igual a igual con los equinos, símbolo de virilidad y fuerza, pero también de esfuerzo y deseo. Los jóvenes se exhiben en el corsodromo, en el campo y en los vestuarios, imaginando que su libertad, encorsetada por normas y políticas, es la posibilidad para trascender sus existencias, las que, adoctrinadas para el trabajo, dejan al deseo en un plano secundario sin completar sus verdaderas pasiones.
La vida de un grupo de privados de su libertad en una cárcel de máxima seguridad, le permiten al realizador lograr uno de los relatos más íntimos sobre la cotidianeidad, sueños, deseos y anhelos profundos de aquellos que deben pasar su vida tras las rejas.
Hipnótico relato sobre una joven pareja que llega a Vermont por estudios y van a vivir a la casa de una escritora y un académico liberales, quienes se encuentran en medio del proceso creativo para un nuevo libro. Entre la mujer del estudiante y Shirley se genera una extraña relación en la que los límites se corren y todo se confunde.
Una de las principales virtudes del cine de César González, acaso uno de los directores independientes más prolíficos de los últimos tiempos, y que, seguramente, si tuviera los recursos sería aún más productivo, es la verdad con la que narra. Ahí donde otros realizadores reposan su mirada cuasi de manera antropológica, donde el objeto que reflejan, sea en documental o ficción, es algo completamente ajeno, en González su conocimiento potencia escenas y diálogos cargadas de verosímil, aun cuando algunas palabras suenen impostadas. En “Reloj, Soledad”, describe un universo de rutinas, laborales, personales, sociales, que permiten empatizar con el personaje protagónico, encarnado por Nadine Cifre, una joven que deambula entre deseos postergados y las expectativas de aquello que no tiene. Cuando un día una “oportunidad” se presenta ante sus ojos, se desata un conflicto que afectará su situación laboral y personal, y en donde quedará expuesta y a merced de la violencia ajena, la que, expresada en palabras, gestos y acciones, impedirán que continúe con sus días normalmente. Pese a que su madre (Érica Rivas) le advierte que toda acción tiene una reacción, e intenta normalizarla una vez más, con mensajes moralizantes, o que su jefe (un preciso Edgardo Castro), con amenazas oprime a ella y sus compañeros, nada le hace torcer el camino emprendido con seguridad. “Reloj, soledad” habla de cuerpos sujetos a mecanismos productivos, en donde las reglas son hechas para cumplir y el o la que no lo haga, terminará inmerso en una pesadilla de la que solo podrá salir si es fiel a sus convicciones. Película con verdad y dolor, emergente de un universo cada vez más vivo en los márgenes, González nos aventura en una propuesta que vale por su verdad y su profunda reflexión.
“Es hora de olvidar el pasado”, escribe Iceman (Val Kilmer) en su computadora tras enfrentar a Pete “Maverick” Mitchell por algunos roces surgidos en Top Gun, la escuela de élite de aviadores que dirige. Iceman se encuentra atravesando, una vez más, una dura enfermedad, pero sigue apostando a que su amigo de toda la vida pueda encontrar su destino. “Top Gun Maverick”, más allá de las trepidantes y potentes escenas de acción, de vuelo, de caza, persecución y lucha, es una película sobre el pasado que se escapó de las manos de Tom Cruise, un hombre que intenta aferrarse a algo que ya no existe, un star system y una manera de hacer cine que, en tiempos de plataformas, superhéroes y tik tok, donde la prisa y la resolución exigen cambios, responde más a una estructura clásica de narrar que a algo novedoso. No hace falta tampoco que el espectador haya visto la predecesora, porque “Top Gun Maverick” se encarga de traer cada una de las escenas necesarias para que no se pierda detalle de aquello que acontece en el presente, 36 años después, de la vida de estos personajes. Sintetizadores y planos de ocasos mediante, el arranque desorienta al que sí vio la primera entrega, no se sabe si estamos ante la proyección de la original o una nueva versión, porque casi calcadas imágenes ubican la acción en esa escuela de élite y el gigantesco porta aviones que será un protagonista más de la historia. A Maverick (y a Tom Cruise también) no le pasó el tiempo: su fresca rebeldía está intacta. Claro está, hasta que el grupo de nuevos pilotos lo tilde de “abuelo”, antes que sepan que será el nuevo instructor de todos. Algo similar pasaba en la original, en donde Maverick se pavoneaba con Charlie (Kelly McGillis, ausente en esta oportunidad) y luego se enteraba que iba a ser la instructora por meses en la prestigiosa academia. Ray Ban’s de por medio, arriba de la moto, en la playa, luciendo su cuerpo sexagenario ante veinte y treintis en un partido de futbol americano para unificar al equipo, Cruise cuenta esta historia para sí mismo, para asegurarse que sigue siendo el número uno de Hollywood, pese a que los proyectos previos no le dieran la razón. ¿Será por eso que decidió volver con esta propuesta retro? ¿O que su próxima película sea una nueva entrega de Misión Imposible? Hay una moraleja que tiene que ver con el destino y con jóvenes necesitando a sus predecesores para sobrevivir, subrayada ésta última hipótesis en el vínculo contradictorio con Bradley “Rooster” Bradshaw (Miles Teller), hijo de su amigo “Goose”, a quien quería dejar fuera de la actividad, pero termina entendiendo que no se puede luchar contra la pasión. “Top Gun Maverick” cumple con todo lo que se presume debía cumplir, pero deja la fuerte incógnita sobre la industria audiovisual comercial norteamericana, un segmento productivo que continúa exigiendo la juventud como valor y ética, dejando afuera, la posibilidad de mostrar de manera natural a sus hacedores y protagonistas.
Entrañable y dolorosa historia de amistad y perseverancia, este relato que tiene a dos niños como protagonistas, busca concientizar sobre cómo el amor por el prójimo puede ayudar en los momentos más complicados de las vidas de los demás