Mucha destrucción para poco relato El cine catástrofe no necesita presentación. Terremoto: La falla de San Andrés cumple con todas las reglas del género desde su nacimiento hasta hoy. Y lo que importa: cuando llega el terremoto, este es espectacular. No hay manera de no seguir asombrándose por las posibilidades que el cine ha explotado a partir de la era digital. Esta película es una de las que ha logrado reproducir con mayor espectacularidad los efectos devastadores de un terremoto sin precedentes. Edificios enteros se desploman frente a nuestros ojos de forma completamente real. Pero lamentablemente con eso sólo no alcanza. Lejos del melodrama del cine catástrofe de los '70 (edad de oro del género) esta nueva película explora un simple drama familiar como centro de la trama. Apenas si le da espacio a un experto en terremotos para que acompañe en una trama paralela toda la historia. Pero fuera de eso, se muestra la vida de un experto en rescates en pleno divorcio, su mujer al borde de formar nuevamente pareja y la hija de ambos. Queda un tercero en discordia que es un cliché de manual de cine catástrofe y dos hermanos ingleses para completar. Pero en el cine catástrofe menos es menos, y que frente a semejante destrucción sigamos a tan pocos personajes no termina de funcionar. Los actores son buenos, las situaciones son visualmente poderosas, pero el drama está muy concentrado en una familia y el resultado no es del todo logrado. Sin quererlo, la película parece no preocuparse por el destino de la mayoría, y cualquier espectador quiere saber algo más que la vida de estas tres personas. Siempre para lograr que los espectadores se identifiquen, las grandes tragedias deben contarse a partir de pocos personajes, pero en el cine catástrofe, la narración coral funciona muy bien. Lo mejor del film es el prólogo –pura tensión– y las escenas iniciales, que también cumplen con las reglas del género. Pasado estos primeros minutos –y por el motivo mencionado– la película deja gusto a poco. Casi dos horas y sin embargo no alcanza para que la película tome vuelo. La perfección técnica convence en lo visual, pero no en la historia. Algunos momentos disparatados, como de cine clase B, mantienen el atractivo, y hay escenas de tensión hasta el final, pero más allá de eso, el guión no logra conmover, porque hay una distancia enorme entre los protagonistas y el destino de toda la sociedad.
Historia con personajes estereotipados y frases hechas El director Diego Corsini filma correctamente una trama que alterna entre la España de la actualidad y la Argentina de los años '70, donde se explora un tema complejo sin asumir la complejidad necesaria para lograr un buen resultado. La década del '70 es sin duda la más retratada por el cine argentino a la hora de revisar su pasado. Esta obsesión ha sabido ser oportunista, genuina, comercial o artística, pero en la suma queda demostrado que se trata de un momento de Argentina que sigue estando presente hoy. La mayoría pasa sin pena ni gloria por las salas comerciales, lo que habla a las claras de que no alcanza con elegir ese período para interesar a los espectadores. Pasaje de vida se suma a esta larga lista y lo que aporta de novedoso es poco y nada. Camina por lugares ya conocidos y no arriba a ninguna revelación que valga la pena o haga la diferenciar. La película transcurre en dos tiempos, o más bien en el presente con flashbacks hacia el pasado. El presente es España hoy y el pasado es Argentina en los '70. El protagonista en el presente es Mario, que debe acudir de urgencia a ver a su padre, Miguel, quien ha sido internado y está mentalmente deteriorado. De regreso al hogar, el nombre de una tal Diana aparece con insistencia en el discurso de Miguel, y Mario entonces se pone como doble meta saber quién es ella y a la vez entender cómo fue el pasado de su padre y su madre durante aquella época. El centro dramático será el pasado y Miguel joven (bien interpretado por el Chino Darín), junto con su amor de juventud y su militancia en Montoneros por aquellos años terribles. El director Diego Corsini –de larga trayectoria como productor- filma correctamente y no estamos acá frente a uno de esos productos visualmente intolerables del cine político de los '80. Oficio no falta, claro, pero hoy por hoy, eso en sí mismo no alcanza. Estamos en el año 2015 y el cine que explora temas tan complejos debe asumir a pleno la complejidad para obtener buenos resultados. La manipulación del film y la toma de partido es más que clara, los personajes son estereotipos que repiten frases hechas, que en un espectador que ha visto mucho cine argentino ya no quiere volver a escuchar. Hace años que el cine político argentino ha madurado: desde los '90 que las posibilidades de volver al pasado han asumido formas más interesantes. Hace 30 años, esta película podría haber brillado, pero el tiempo pasa, el cine y la sociedad cambian. Mientras tanto, que igual se sigan haciendo estas películas, puede ser síntoma de una necesidad de seguir hablando del tema.
Con la música a otra parte Carlos Saura es uno de los directores más prestigiosos de la historia del cine español. Aunque en el cariño cinéfilo no conserva el respeto que, por ejemplo, tienen Luis Buñuel, José Luis García Berlanga o Victor Erice, sus películas conservan un nombre que aun es evocado. Luego de películas como Cría cuervos, Mamá cumple cien años y De prisa, de prisa, se acercó con mucho éxito al música (la música fue clave en varios de sus films) en los ochenta con Carmen y El amor brujo. Eran películas de ficción, no documentales, pero el registro bordeaba por momentos el documental. En algún momento de su carrera Carlos Saura ya no quiso ponerle trama a sus films musicales y pasó a realizar una seguidilla de números musicales en un espacio reducido, como si fueran producciones para televisión. Con este nuevo estilo, si acaso se le puede llamar así, Saura encontró una veta que sigue explotando hasta la actualidad. Pasó por varios géneros, incluyendo el flamenco y los fados. En 1998 hizo una película infame llamada Tango que era una combinación de pereza, falta de ideas y abyección que parecían cerrar cualquier esperanza de que volviera a filmar algo así en Argentina. Pero no todos pensaron lo mismo y por portación de nombre y por ser sobre tango, terminó con una absurda nominación al Oscar a mejor película extranjera. La puerta para que Saura volviera a saquear fondos para otra película había quedado abierta. Y así es como llegamos a Zonda documental sobre folclore argentino. O más bien, documental con números de folclore. Si para conseguir fondos Saura la presentó como ficción, allá él, pero no deja de ser un documental. No uno bueno, por cierto. Todo en Zonda es superficial, carente de vida. Como un programa de televisión con poco presupuesto (no me animo a averiguar cuánto será el costo real de la película), con un rodaje íntegramente realizado en un galpón, con todos refritos de sus otros films musicales. ¿Qué aprendemos o que entendemos del folclore a partir de este film? Nada, absolutamente nada. La selección de números y músicos será mucho más arbitraria para quien conozco de folclore, pero aun para los que no saben nada, mucho de lo que se ve suena forzado y de dudoso rigor. Algunos números musicales son malos, otros dan pena, y finalmente algunos producen una profunda vergüenza ajena. ¿En que estaban pensando los que apoyaron este film? ¿Quién puede creer que algo así se estrene? Sin duda un misterio digno de investigación. Es posible que Saura intente incursionar una vez más en Argentina para hacer otra película o tal vez lo intente en España. En ambos casos, será una mala noticia. Docenas de cineastas en ambos países podrían sin mucho esfuerzo entregar algo más digno y cinematográfico que esto.
Una invitación a sentirse maravillado Con una historia destinada los espectadores de la ciencia ficción más clásica, el director Bird se luce con lo que más saber hacer: contar. Lejos de una mirada oscura del futuro, el film plantea una mirada genuina y optimista Es prácticamente imposible hablar de Tomorrowland sin arruinar alguna de las sorpresas que el film tiene. Se trata de una película de ciencia ficción que obviamente muestra un mundo llamado Tomorrowland. El lugar o el tiempo donde queda ese mundo es mejor no anticiparlo, aunque sin duda juega con la fantasía y los sueños de otra época, la del esplendor de la ciencia ficción y los sueños espaciales de una generación. Con mucho humor se presentan los protagonistas, dispuestos a contarnos la historia que han vivido. Y contar historias es lo más sabe haber el director de este film, Brad Bird, que tiene inmejorables antecedentes como El gigante de hierro, Ratatouille, Los increíbles, Misión: Imposible, Protocolo Fantasma. Títulos que han marcado una filmografía sólida y taquillera, siempre un paso más allá de la media de la industria. La historia está destinada a los espectadores de la ciencia ficción más clásica, previa incluso a los autores del siglo XX, cuando la mirada oscura del futuro no dominaba todo el panorama y todavía los lectores se maravillaban con ese futuro sorprendente y moderno. Tomorrowland aporta una mirada distópica pero es claramente una película llena de esperanza, en dirección contraria al posible cinismo que ha adquirido el género en su búsqueda de prestigio. Y cumple además como entretenimiento, porque su ritmo es vertiginoso y cada escena nos tiene en vilo hasta al final. El oficio del director y el trabajo de montaje hacen que no haya escenas largas o transiciones fuera de timing, todo el tiempo pasa algo, todo el tiempo el relato avanza. El trío protagónico tiene un carisma indiscutible. Claro, George Clooney y Britt Robertson ya han probado su talento y la pequeña Raffey Cassidy, que interpreta Athena, es directamente un show de sentido del humor y sorpresas continuas. No faltará quien le critique al film su optimismo, pero resulta algo raro que el optimismo sea un defecto en sí mismo y el pesimismo una virtud. Tomorrowland no muestra un presente perfecto, sino más bien la esperanza en intentar construir un futuro mejor. Y en su discurso es coherente y creíble, a la vez que entrega una película sorprendente, hecha con la admiración genuina por la maravilla del género de ciencia ficción, desde Julio Verne hasta La guerra de las galaxias. Una invitación genuina para quienes tiene capacidad de sorprenderse y maravillarse con el cine.
Contra todo prejuicio Sí, hay muchas remakes. Sí, ya son demasiadas. Y finalmente sí, el cine de terror parece dispuesto a hacer remakes de todos los clásicos de las últimas décadas. El piloto automático del crítico ya está puesto en comentario negativo y no hay manera de detener la inercia. Bueno, hay una manera, y es mirando la película sin prejuicios antes de poner un comentario negativo. Poltergeist es un clásico de los ochenta muy querido. Escrita y producida por Steven Spielberg, la opinión generalizada es que también la dirigió él. Debido a su compromiso con E.T. y por problemas sindicales (no estaba permitido dirigir dos películas al mismo tiempo) Spielberg derivó este film a Tobe Hooper, a quien admiraba por su clásico La masacre de Texas (que sí, tuvo una remake). Éxito de taquilla en su estreno, y éxito en VHS, Poltergeist se transformó en un film clásico al que sus dos olvidables secuelas no le hicieron daño alguno. Muchas escenas inolvidables y otras que merecen una revisión, la convierten en una clásica película amada devenida en una posible horrible remake. Pero no es así, porque Poltergeist 2015 no tapará jamás a la original, pero tiene vida propia. Combina un buen ritmo con un estilo que no imita ni a su predecesora ni a los vicios del cine de terror actual. Posee un gran sentido del humor –la escena de la ardilla es un gran ejemplo- y los actores están muy bien. No solo los actores, sino también sus personajes. Respeta los elementos claves del guión de Spielberg y aporta novedades. No traiciona ni copia. Es un film pequeño pero efectivo. Los efectos especiales son funcionales y tal vez el cambio más grande es que los esqueletos son digitales y no verdaderos. Este último cambio es digno y sano, por cierto. Poltergeist la remake está bien, mal que le pese a los cultores del piloto automático.
Desperdicio de talentos Una bella mujer que carga con un pasado de dolor, conoce en un club de jazz a un melancólico pianista que se siente atraído por ella. Entre ambos podría surgir una historia de amor que sane viejas heridas. Los protagonistas están interpretados nada menos que por dos leyendas del cine argentino, Graciela Borges y Luis Brandoni. La dirección y el guión intentan que la pareja protagónica sostenga todo el film, pero es demasiado para ellos, debido a la pobreza del guión y la puesta en escena. Los actores no están librados a su suerte, están –al menos eso parece- intencionalmente adormecidos por una dirección de actores que los guía hacia donde finalmente los vemos. Es por lo menos insólito que los diálogos sean tan precarios, que no haya habido nadie en el proceso de realización que les dijera que no funcionaban. Pero el director es también responsable de la forma en que ese guión pobre esté filmado sin timing. Las pausas en los diálogos son eternas, sin ritmo, con silencios insólitos para el supuesto ingenio que los personajes tienen. Una línea de seducción con chispa cuyo remate se hace esperar una eternidad deja de ser seductora o de tener chispa. Se nota que la intención del film era mostrar química y seducción entre ambos personajes, pero también es más que evidente qué la película no lo consigue. A esto hay que sumarle un número excesivo de planos detalle gratuitos, que parecen buscar sumar algunos minutos más al cortísimo pero igualmente excesivo metraje que la película tiene. Algunos son imposibles de describir de tan insólitos y absurdos que son. No hay manera de salvar una guión como este filmado de esa manera, y hay que hacer un esfuerzo más que grande para quitarle a Luis Brandoni su habitual energía y convertirlo en este músico de jazz completamente apagado y sin carisma y ni hablar del mérito adverso que significa tomar a Graciela Borges, la estrella más fotogénica de los últimos cincuenta años del cine nacional, y dejarla convertida en su propia sombra. Una oportunidad desperdiciada con una pareja que habría podido dar muchísimo más. Sin buscar una obra maestra, sin grandes méritos otros films nacionales han intentado explorar las historias de amor entre personas mayores, Sol de otoño y Elsa y Fred son dos claro ejemplos. Pero atención, porque acá y seguramente por la vigencia y la belleza sin edad de Graciela Borges, la película no tiene la misma reflexión acerca del amor otoñal que tenían aquellos dos films.
Animación europea clase B El séptimo enanito se estrena doblada al castellano, por ese motivo el espectador no tiene posibilidades de adivinar que se trata, en realidad, de un film alemán. Sí, Alemania tiene films de animación berretas, como este film. No es una rareza dentro de esa cinematografía a la que nosotros conocemos por sus obras más prestigiosas y graves. Pero el cine comercial existe en muchos países de Europa y, en muchos casos, es de una calidad tan baja como esta. El séptimo enanito, busca, como muchos films actuales, poner en duda los mitos de los cuentos de hadas, jugando con ellos y dándoles una vuelta de tuerca. Pero la bajísima calidad de la película es una sorpresa. Años atrás, un producto así, hubiera ido directo a DVD, y hubiera sido fondo de catálogo, de esos que apenas llegaban de lástima a los hogares. El más torpe de los enanitos del cuento debe comandar una aventura para restablecer el orden en el mundo de las hadas, pero la falta de interés que posee la historia pasa de ser insólita a ser molesta. No toda la animación es norteamericana, muchos países han demostrado su capacidad para el género. Desde la artesanía perfecta del japonés Miyazaki en Se levanta el viento (aun en cartel) hasta la factura clase A de un film como Metegol, los ejemplos de un cine de calidad –nos gusten o no luego las películas– son bastantes como para conformarse con El séptimo enanito, una película que da más vergüenza ajena que otra cosa.
Furiosos y rápidos Mad Max Furia en el camino empieza con toda la fuerza y se mantiene arriba hasta el final. El director George Miller, director de los films de la trilogía original, verdadero artífice de aquellas películas, vuelve acá a comandar el proyecto desde la dirección y el resultado no podría ser mejor. Miller, con una lucidez a contracorriente, decide no volver a contar la historia del personaje, asumiendo que todos sabemos quién es. Justamente, si la industria apuesta a Mad Max es porque se ha transformado en un personaje de culto y, como tal, no necesita presentación. Ya con no hacer un largo prólogo la película gana mucho. Max arranca ya deambulando solo por los paisajes desolados de un mundo sin combustible, un universo distópico y desértico donde cada uno busca sobrevivir a cualquier precio. Apenas unos flashbacks breves, como pensamientos invasivos en la mente de Max, cuentan que no pudo salvar a su familia. Ahora el destino de Max (Tom Hardy) se cruza con el de Furiosa (Charlize Theron, quien pelea cabeza a cabeza el protagonismo del film) una mujer que busca cruzar el desierto con un cargamento muy particular, en busca de un futuro mejor. Mad Max es una película que no se parece a casi ninguna de las que se hacen hoy. Recuperando el espíritu original de la saga, Miller cuenta la historia de forma rápida, directa, sin vueltas ni planteos psicológicos. La película es pura acción, los personajes hablan poco y nada, lo que hacen es lo que los define. Hay héroes y hay villanos, y hay un movimiento permanente. Lejos de aquel film clase B protagonizado por Mel Gibson, la película se parece más a la secuela, la espectacular Mad Max2 (1981) en lo que refiere al despliegue de autos y la construcción del relato. Miller reniega del exceso de efectos especiales digitales y trata de utilizar la vieja escuela del efecto mecánico y los dobles de riesgo. Aprovecha también la oportunidad para crear un mundo visualmente impactante, con colores saturados, con una fotografía (a cargo del legendario John Seale, el mismo de Testigo en peligro) de un impacto pocas veces visto. La misma fuerza está puesta en la creación de los vehículos, un verdadero show de autos, camiones y motos “frankenstein”, dignos hijos de Enigma en Paris, la película de Peter Weir que inspiró a Mad Max y que merecerían un museo tan solo para poder verlos en detalle. Los fanáticos del Mad Maxoriginal, film de culto perteneciente al Ozploitation (cine de explotación australiano) tendrán sus guiños y referencias, pero para cualquiera que se acerque por primera vez a esta historia y este personaje el impacto es instantáneo e inolvidable. Mad Max Furia en el camino no obedece a ninguna de las reglas del mercado actual. Es rápida, sangrienta, sin explicaciones y con una estética muy definida. George Miller mantuvo alto a su personaje y lo trajo nuevamente a la vida de forma renovada y contundente. Las comparaciones son odiosas, pero si buscan comparaciones acá va una: Mad Max2015 es mejor que Mad Max1979. Por suerte no es necesario comparar y George Miller demuestra que su personaje está vigente y su cine también. Ha evolucionado, pero no ha adquirido ninguno de los defectos del cine actual. Estamos sin duda frente a uno de los mejores films del año y un clásico del siglo XXI.
Bella animación europea Trueno y la casa mágica es un film de animación belga, pero su país de origen apenas cambia algo, porque el estilo de animación que la película elige es tradicional y clásico. Trueno es un gato que ha quedado abandonado y se refugia en una casa donde vive un extraordinario mago junto con toda clase de personajes y animales que forman parte de sus actos. La casa en sí misma es magia pura. Trueno logra integrarse, pero los celos de los otros habitantes primero, y un accidente que sufre el mago después, complicarán la cosa y harán peligrar todo. No estamos frente a un film de altísimo presupuesto ni un despliegue de producción descomunal. Sin embargo, y mostrando sus límites, la película consigue una animación despareja que alcanza algunos bellos momentos y algunos hallazgos visuales originales. Originalidad y belleza no son valores menores en ningún film, pero en un género tan adocenado como la animación, sin duda hacen la diferencia. También la trama está bien construida y el guión, con una estructura completamente tradicional, también funciona. Algunas canciones que son un verdadero lujo y están bien empleadas como "House of Fun" de Madness o "The Lovecats" de The Cure, muestran mucho criterio y aprovechamiento de los recursos por parte de los realizadores. Algunas citas cinéfilas como Blade Runner o Quisiera ser grande son las últimas pistas que avisan que estamos frente a un pequeño film que no defrauda y ofrece un espectáculo más que digno y efectivo.
Temor en la comunidad El diablo es el villano de cine de terror que más vigencia tiene y el que provoca mayor temor. Esto es porque puede cobrar cualquier forma o ninguna, y su poder parece ilimitado, además de no ser un invento del cine. Donde se esconde el diablo es una historia de terror que transcurre en una comunidad amish. Cualquier amish que aparezca en el cine nos remitirá siempre y para siempre a Testigo en peligro, la obra maestra de Peter Weir con Harrison Ford. El cine no necesita explicar cómo son esas comunidades en gran parte gracias a esa película. Acá el conflicto son seis niñas que nacen la misma noche de un seis de junio. 666, se sabe, es el número de la bestia. Otro conocimiento adquirido de forma masiva gracias otro film, La profecía. El temor de los jefes de la comunidad es lo que ocurrirá cuando esas jóvenes (de las que han quedado cinco) alcancen la mayoría de edad, ya que a los dieciocho años la profecía dice que una de ellas será la hija del demonio. Pero el tema del diablo es la excusa que el film tiene para mostrar los manejos dentro de la comunidad, los peligros de la endogamia y la perversión de los líderes puritanos. Todo esto sumado suena prometedor, pero las escenas claves de la película están ejecutadas sin ninguna gracia y el guión atraviesa demasiados espacios conocidos, y la rutina se apodera del relato. El cine no son solo buenos puntos de partida, sino la habilidad de convertir esto en grandes películas.