Drama con aires de tragedia El cineasta catalán Jaume Collet-Serra construye esta historia sobre un asesino a sueldo que quiere dejar atrás su trabajo con la mafia y la relación con su viejo amigo y jefe. El director catalán Jaume Collet-Serra, nacido en 1974 y con vasta experiencia en videoclips, dirige por tercera vez al gran Liam Neeson, construyendo juntos una trilogía de policiales donde el trabajo de ambos conecta de manera perfecta, otorgándole a la acción, un plus de calidad que se nota en cada escena. Primero fueron Desconocido (2011) y Non-Stop Sin escalas (2014) y ahora llega Una noche para sobrevivir, las tres sostenidas por el gran actor. La película narra la historia de Jimmy Conlon (Neeson), un asesino a sueldo que quiere dejar atrás su trabajo con la mafia y su viejo jefe y amigo Shawn Maguire (Ed Harris), un jefe mafioso. Ambos tienen una relación problemática con su hijo, ambos han sido criminales abocados a su trabajo y sus hijos han crecido alejados o a la sombra de su tarea. Pero en la noche del título, ocurrirán eventos que terminarán enfrentando de forma definitiva a aquellos dos viejos asociados. Una noche para sobrevivir es un poco más sobria que todos los films de Collet-Serra (también dirigió La casa de cera (2005) y La huérfana (2009)) y la violencia aparece de una manera más seca, realista, tratando de enfatizar el drama por encima de cualquier otra cosa, aun cuando el film no escatima escenas de acción. El drama tiene incluso aires de tragedia, esos dos viejos camaradas, también algo mayores para su oficio, están cansados, con una mirada amarga y desencantada de la vida. Ambos llevan el dolor de una vida de pecado y el precio que han de pagar a través de sus hijos. Tal vez por el tema y el tono, el director reduce al máximo los recursos visuales llamativos que le permitieron llamar la atención en sus films anteriores. Es curioso, pero la sobriedad no parece quedarle tan bien a Collet-Serra. Es como si el tono grave e importante que tiene este film, le resultara por momentos incómodo. De esa incomodidad el realizador sale airoso poniendo el peso del relato sobre sus dos grandes protagonistas. Y completando el elenco con varios grandes secundarios y con la presencia imponente de Nick Nolte. Hay directores que nacieron para el clasicismo y lo académico, pero otros, como éste, que se mueven con mayor soltura en un estilo más plagado de chiches visuales modernos.
Muchos héroes en un plato Cada nuevo estreno de un film basado en héroes de comic me hace pensar que con los años, esta era de la cultura popular será estudiada como se estudian los héroes clásicos de la mitología griega. La diferencia, si acaso esto ocurre, es la falta de poesía y de belleza que caracteriza a muchas de estas películas. Si el universo de los comics ya es inabarcable, el de los films basados en superhéroes, y en particular los de Marvel, promete convertirse en un conjunto cada día más difícil de abarcar. No tanto por el tiempo físico, sino por lo abrumadoramente irrelevantes que se vuelven película tras película. Marvel multiplica su universo hasta límites insospechados. Las películas van conformando un cuerpo enorme, donde el número de héroes comienza a parecerse al de las historietas, los planes a futuro son aun más abarcadores. Hoy el mundo del cine se ha casi fusionado con el mundo del comic. Esto no habla ni bien ni mal de Los Vengadores: Era de Ultrón, tan solo es el contexto en el cual esta película se ha hecho. Muchos superhéroes juntos, más todavía que en el film anterior, muchos actores famosos para interpretarlos también. Pero sin embargo hay algo en el exceso de estas películas que no termina nunca de cerrar. No es un exceso placentero, no es que la película posee mucho cine ni que marca un estilo claro y definitivo. No, para nada. Por momentos la estética es casi nula, visualmente como un largo dibujo animado mal hecho, sin gracia. El plano secuencia inicial, sin ir más lejos, es estéticamente muy feo, los efectos especiales en ese momento se ven muy mal. La ausencia de belleza de esta película es para alarmarse. Es increíble que durante dos horas no haya momentos de genuina belleza. Pero increíble o no, lo cierto es que no la hay. El cine de superhéroes parece que se volvió un lugar feo. La trama es un poco mejor que la del film anterior, al menos está un poco más enfocada, las subtramas, como siempre, son demasiadas. Pero utilizando como centro a Hulk y a Iron Man, la película logra darle a la trama un poco más de coherencia y solidez. Juntos están buscando una forma de paz definitiva, que proteja al planeta de un ataque exterior, pero las cosas toman un giro inesperado y una nueva amenaza se cierne sobre ellos y el mundo. Es realmente un enorme avance para la técnica cinematográfica la manera en la que algunas imágenes, en otra época impensables, hoy se ven con total realismo en los momentos más espectaculares del film, pero como ya fue mencionado, hay otras imágenes que parece retroceder hacia formas menos logradas, más torpes, como si en lugar de nuestros héroes tuviéramos torpes animaciones de bajo presupuesto. Si las imágenes no terminan de funcionar, menos lo hacen los diálogos, todos en la búsqueda de lo ingenioso o gracioso, sin lograr ninguna de las dos cosas. Tampoco la parte dramática tiene interés alguno, al contrario. A pesar de las muchas lecturas que uno intente hacer, no hay nada profundo o coherente en las ideas del film, no hay una mirada uniforme ni una mirada del mundo. Los héroes se multiplican a un número que ya podrían armar un torneo de fútbol de treinta equipos. El que mucho abarca poco aprieta y Marvel se podrá quedar con el mercado del cine, pero no su alma. Y sí, claro, hay una escena durante los títulos de crédito del final. Solo una, así que luego de verla, pueden irse.
Los sueños de un artista Se levanta el viento es la nueva y última película de Hayao Miyazaki. El propio director, nacido en 1941, anunció su retiro luego de estrenar este film. Esta noticia, sin duda triste para sus muchos admiradores, no debe impedirnos disfrutar de esta obra ambiciosa, en muchos aspectos, la más ambiciosa de las películas que él haya hecho. Es posible que también sea su film menos enfocado al público infantil, pero lo que es seguro es que debería conmover e interesar a cualquier adulto. Jiro Horikoshi es el protagonista del relato, un ingeniero aeronáutico japonés, creador del famoso avión Zero, la nave principal que usó Japón en su enfrentamiento contra Estados Unidos. Si bien su vida laboral y su desarrollo como diseñador de aeronáutico son reales, la película hace su propia versión de la vida privada de Horikoshi y le agrega, desde luego, un número importante de escenas oníricas. En todo sentido, Se levanta el viento cumple con todo lo que se espera de un film de Miyazaki pero le suma esta mirada melancólica y amarga, este tono crepuscular que la convierte en un film diferente dentro de su obra. El cine de animación se ha vuelto el cine más taquillero del planeta. En la suma de todos los estrenos de ese género, hay cifras de espectadores que son más que impactantes. Algunos de los films más taquilleros, como Toy Story y sus secuelas, son grandes obras cinematográficas. Obviamente también hay productos sin riesgo, adocenados, que aun cuando salen bien, parecen ser rutinarios y sin identidad. Miyazaki, en ese sentido, se fue convirtiendo año tras año en una bastión de resistencia de la teoría de autor aplicada al cine. Cuando al definirlo mal y pronto como el Walt Disney japonés, no se está faltando del todo a la verdad. Miyazaki es –salvando distancias de estilo y cosmovisión- como si Walt Disney hubiera conservado el estilo de su esplendor. No hablamos de los estudios Disney, sino del mismísimo tío Walt. Pero el director de La princesa Mononoke no se ve hoy como antiguo, sino poético, inusualmente artesanal, sin estar en guerra con el mundo de la animación, sino siendo fiel a su propio estilo. Hay algo en el viejo arte de la animación que merece esa lealtad y el director lo aprovecha. Hay una forma de belleza que se conserva en el viejo arte de la animación tradicional. El imaginario de Miyazaki es enorme. Enamorado del conocimiento, de la literatura de aventuras, del cine clásico, de la ingeniería, de las ciencias en general, todo eso se plasma en cada fotograma de su cine y de esta película. Miyazaki parece el cineasta que menos parece especular con el mercado o la crítica, su obra respira autenticidad y transparencia. Todo aquello que le interesa aparece en su cine, toda la belleza que ha visto y deseado, se plasma en la pantalla. Sus obras más populares han sido una influencia capital en el arte cinematográfico contemporáneo. Desde los grandes estudios de cine de animación actuales hasta las series animadas como Los Simpsons, todo lo reconocen como un maestro. Su obra de mayor éxito comercial en el mundo ha sido El viaje de Chihiro, una película a partir de la cual muchos lo descubrieron. Pero el máximo film de culto, el más famoso, el que lleva a miles a peregrinar al Museo Ghibli en Mitaka, Japón, es Mi vecino Totoro. Obra cumbre, sin dudas, y destinada a todo público. Quien quiera empezar a ver su obra, Mi vecino Totoro es la película. Se levanta el viento es un film no exento de humor, poseedor de la vasta fantasía de su autor, pero también es una película épica, de enorme ambición y pudoroso dramatismo. El amor por los vuelos, la conquista de los cielos, tema que adora Miyazaki, tiene aquí una forma más melancólica, crepuscular, amarga. Aunque en otro tono, la película comparte elementos con Porco Rosso, ese film hawksiano-fordiano del director. Acá, como en los films crepusculares de otros directores como el mencionado Ford, o como Ozu, u otros, Miyazaki observa como los sueños, bellos, perfectos, sublimes, se van transformando cuando entran en contacto con el mundo. El idealista y apasionado Horikoshi ve como la magia de los aviones se transforma en una herramienta de guerra. Y observa, con impotencia, como la oscuridad de cierne sobre su país. El enorme personaje protagónico, su gran historia de amor, sus sueños, sus frustraciones, todo lo señala como el personaje ideal para Hayao Miyazaki en su anunciada despedida del cine. Pocas películas tienen tanto cariño por la capacidad de fascinación del cine, combinado por un enorme amor por las máquinas, algo que lleva a Miyazaki a insistir sobre el trabajo artesanal, manual, a la hora de hacer sus películas. Hay en Se levanta el viento tanto talento, tanta belleza, tanto amor por el arte, que resulta una joya que brilla en cualquier tiempo y lugar donde se presente. Luego de verla, es un gran plan repasar o descubrir toda la obra del maestro Hayao Miyazaki.
Color escondido El cine biográfico se ha convertido en un fenómeno sin precedentes en la actualidad. Tal vez inspirado en las muchas biografías que han sido éxito editorial, muchos cineastas, como Tim Burton ahora en Big Eyes, se han volcado a este género. La taquilla a veces las favorece y mucho, pero el verdadero suceso de los films biográficos son los premios o las nominaciones a dichos premios. En un año donde la Academia que entrega los Oscars ha entregado un cincuenta por ciento de nominaciones a mejor película a films que cuentan vidas de personajes conocidos o hechos históricos, no es raro que sigamos viendo esta clase de títulos por lo menos una década más. Los géneros no son ni buenos ni malos, sin embargo de todos los géneros, el biopic es uno de los que con mayor facilidad cae en la chatura y la mediocridad. Claro que no son lo mismo obras maestras como Lincoln o American Sniper que films terribles como Ray o La dama de hierro. Burton eligió contar, dentro del género, la historia de un artista, o mejor dicho, de dos artistas. La biografía del artista es también un problema para el cine. Pero por suerte, y contra la mayoría de los ejemplos recientes, Tim Burton sabe que tiene delante de él una historia diferente, algo que no trata de captar la creación artística, sino describir la relación insólita entre una artista talentosa y su marido, un artista solo del engaño y la mentira. Pero artista al fin, podríamos decir. El matrimonio Keane, integrado por Walter y Margaret, protagonizó una de las historias más insólitas y sorprendentes del mundo del arte contemporáneo. En la década del 60 los cuadros de Margaret estabas destinados a ser un éxito descomunal. Más allá de su mérito artístico, su popularidad fue arrasadora. La película cuenta la historia increíble detrás: ninguno de esos cuadros estaba firmado por ella, todos llevaron la firma de su marido, Walter. Se podría pensar que si las mujeres, aun en la actualidad, no usaran el apellido, el malentendido luego convertido en engaño de Keane, no habría prosperado con tanta facilidad. Pero a la vez Tim Burton hace una reflexión sobre el arte. Walter no creo ninguno de esos cuadros, pero sabe venderlos. Sabe comercializar a niveles nunca antes visto. Revolucionó las ventas, afectando a la historia del arte, a pesar de no poseer talento artístico alguno. La historia de Walter y Margaret es apasionante, pero sin duda hay algo más ahí. No solo hay que ser, hay que parecer. Y a Tim Burton parece interesarle el tema. Los últimos años de las carrera del director de El joven manos de tijera y Ed Wood han sido menos interesantes que el resto de su carrera y esta película es muchas cosas pero no es definitivamente un film muy personal. Aun así, y justamente por no serlo, es que Big Eyes es una buena oportunidad para Burton de hacer un film pequeño pero efectivo. Burton combina aquí la culpa del artista reconocido cuya obra se inspira en otros -como es el caso de Burton y todo su imaginario- con la figura solitaria y aislada propia de todo su cine. Burton está en Walter y está en Margaret. Walter es el Burton famoso, cuyo merchandising es exitoso y cuyo universo es muy fácil de reconocer film tras film en toda su obra. Margaret es ese talento tímido, retraído, solitario, obsesionado con sus temas, leal a sí misma. Tal vez Big Eyes sea el regreso de Tim Burton a su cine más personal, esperemos que así sea.
Estética retro y buenas ideas. La parte ausente es un interesante y logrado cruce de géneros. Es un film de ciencia ficción con elementos de cine de terror, pero principalmente es un policial negro. Como en el muy influyente film Blade Runner, la ciencia ficción es el marco, pero el film noir es el tono. El protagonista, como los protagonistas del cine negro, recibe a una mujer fatal que le encomienda una misión. Y como ocurre en este género, la misión se complica bastante más de lo pensado. La parte ausente transcurre en un futuro distópico donde experimentos genéticos encierran un secreto que poco a poco se descubrirá. El comienzo es Lucrecia (Celeste Cid, fotogenia pura) que como la femme fatal clásica, bella, misteriosa y seductora, se presentará frente a Chockler (Alberto Ajaka, con un impecable estilo demodé) encomendándole que busque a un hombre llamado Víctor. Los planos de la ciudad, el peinado y el maquillaje de Lucrecia, la música, todo parece evocar a Blade Runner y sus derivados. Esto no es un defecto, porque la historia tiene vida propia y su propia dirección, muy lejana al film de Scott. El ritmo del film es intencionalmente calmo, lo que por momentos colabora al clima, pero por momentos lo vuelve algo moroso. El cuidado por los géneros es realmente bueno, pero el ritmo narrativo no lo es. Ideas no le faltan a la película, eso está más que claro en cada escena. Lo que también hay que destacar es que sorprende gratamente en una fotografía impecable Lucio Bonelli, el montaje de Andrés Tambornino y la mezcla de sonido de Jesica Suarez. Las pequeñas falencias de guión y dirección se ven más que bien cubiertas por estos rubros. El presupuesto no es el de un film de ciencia ficción caro, por lo cual son estos elementos los que elevan la calidad del film y son su verdadero valor, además de la muy carismática pareja. La estética retro de muchos elementos de la dirección de arte colabora al clima y lo libera de proyecciones de gadgets tecnológicos que poco aportarían a la película. Los géneros, lugar ideal para las metáforas, van ocupando cada vez mayor espacio en el cine argentino y en el caso de La parte ausente de forma lograda.
Romanticismo ramplón adaptado. Los seguidores de Nicholas Sparks no se decepcionarán. Al resto le espera la historia de una pareja que cambia repentinamente su curso cuando se encuentra a un anciano. Las novelas de Nicholas Sparks son best sellers que han terminado en la pantalla de muchas ocasiones. En mayor o menor medida, todas se han convertido en películas insufribles, en productos que combinan lugares comunes, con una melosidad algo molesta y con golpes bajos que sorprenden por su mal gusto y falta de ética cinematográfica. Cuando salen bien esas películas, alcanzan el nivel –bajo– de Diario de una pasión, cuando las cosas no salen bien, aparecen films terriblemente malos y malvados como Cuando te encuentre y Lo mejor de mí. Hay que decir, sin dar más vueltas, que El viaje más largo repite el universo de Nicholas Parks, algo que no es para nada una buena noticia. Hay un intento de emular Diario de una pasión pero no hay con que empezar a comparar. Los seguidores de Sparks no se verán decepcionados, aunque hay que insistir en que deben ser seguidores muy pero muy fieles. La joven pareja protagónica de esta historia –o tal vez debamos decir historias– es un lugar común tras otro. Cuando una noche encuentran a un anciano que ha tenido un accidente al costado de la ruta, lo rescatan y con él aparece una serie de flash backs con el pasado del anciano (interpretado por Alan Alada) y su propia historia de amor. Así que la joven leerá las cartas de amor que cuentan aquella historia del pasado del anciano en el hospital. El amor, el compromiso, las decisiones que oponen entre los proyectos individuales y los de pareja. Ese es el universo del novelista y el de las películas que lo adaptan. Como dato de color, la terriblemente estereotipada pareja protagónica tiene como galán a Scott Eastwood, el hijo de la leyenda cinematográfica Clint Eastwood. Scott tiene impronta de galán pero todavía le falta algo de camino para llegar a parecerse al padre en su juventud. Es inevitable, al citar a Clint, que uno piense en Los puentes de Madison. El cine romántico, el verdadero cine romántico tiene grandes ejemplos en la historia del cine y en las últimas décadas también. No hay nada de malo en los films románticos, no hay nada malo en contar una historia en dos tiempos, el problema es el modo en el cual se cuenta. El viaje más largo es muchas cosas, pero en un sentido estricto del término, es un film que carece de cualquier forma de romanticismo. El cine masivo para público juvenil aun tiene cuenta pendiente con su público, en particular en estos últimos años.
Muertos vivos argentinos Ya no es necesario seguir festejando el cine de género en Argentina como si de un milagro se tratara. El cine de género ya es parte del cine nacional. Es cierto que la pequeña tradición de cine de terror argentino no llega a darle al género una identidad propia. Cada año siguen apareciendo films de terror, pero ninguno logra vencer la barrera de un cine minoritario. No hay grandes éxitos en el cine de terror argentino, incluso ahora que se ha vuelto una moneda algo más corriente de lo que supo ser en las décadas anteriores. El desierto presenta un escenario apocalíptico, donde la ciudad parece estar completamente ocupada por muertos vivientes, los únicos que recorren las calles devastadas. Tres jóvenes –una mujer, dos hombres– se refugian en una casa búnker donde repelen a los posibles atacantes y evitan convertirse en sus víctimas. El clima opresivo, inevitablemente claustrofóbico es la gran herramienta de esta película, pero la opresión no consigue generar la tensión suficiente para mantener el interés a lo largo de la trama. Los actores están bien y hay varios hallazgos a lo largo del relato. Pero las metáforas que El desierto podría desarrollar o la mirada sobre el mundo que podría tener, no llegan a tomar forma definitiva en ningún momento. Es bueno ver films cercanos a John Carpenter o George A. Romero, pero para ser justos, todavía le falta ese extra a estos films nacionales para alcanzar el estatus de gran cine. Más tarde o más temprano, ese film esperado llegará.
Cuentos de hadas sin encanto En estos últimos años los cuentos de hadas han tenido un renacer cinematográfico. El éxito de La Cenicienta, recientemente estrenada lo confirma. Disney, a la cabeza de este renacer, ya anunció con bombos y platillos una versión con actores de La bella y la bestia, el famoso cuento de hadas que fue llevado a la pantalla por el estudio, cambiando la historia del género de animación para siempre. Aquel clásico fue el primer film de animación en competir a mejor película en los Oscars y luego se transformó en un exitoso musical que dio la vuelta al mundo. Lo que se estrena ahora no es de Disney, ni siquiera está hecha en Estados Unidos. Pero esta producción francesa no es un caso aislado en la historia de dicho país. De hecho, la más prestigiosa y recordada versión de La bella y la bestia la dirigió en Francia Jean Cocteau en 1946. Aquel inolvidable film, muy influyente en el cine posterior, tenía una poesía y un encanto poco habituales. Sin embargo, esta nueva versión no elige un camino claro. No es un film personal como el de Cocteau y tampoco es un film divertido y emocionante como el de Disney. Con un comienzo muy poco amable con los espectadores más pequeños –no por elementos chocantes o fuertes, sino por su pausada narración- la película tarda mucho tiempo en hacer camino. Estéticamente tampoco está todo bien definido. Sin decidirse por ser un film adulto como los mejores films de Tim Burton, ni un film con destino de clásico infantil, La bella y la bestia se estanca en ese espacio y no logran generar empatía en el espectador. Curiosamente, el film empieza peor de lo que termina, porque esa falta de energía inicial poco a poco queda de lado y el relato se vuelve un poco más entretenido e interesante. Contra todo los lugares comunes bien pensantes, una vez más el cine norteamericano ha demostrado ser más complejo, sutil y divertido que el europeo. Los efectos visuales, los guiños más berretas hacia producciones más masivas, un retrato poco feliz de los villanos, todo deshace cualquier buena intención original. El éxito de esta película dependerá de la cantidad de espectadores que crean que están yendo a ver una película hecha en Estados Unidos y no una fallida producción europea. El lujo de tener a Vincent Cassel como la bestia o a André Dussolier como el padre de la bella, son dos motivos que tal vez atraigan a los amantes de un cine francés más logrado, no parece mucho en este contexto.
Tras una pregunta universal. Héctor y la búsqueda de la felicidad es una de esas películas que intentan hacer sentir bien al espectador, llevarlo por una serie de angustias, dudas y preguntas para luego entregarle una tranquilizadora respuesta que lo haga salir del cine reconfortado. Este plan no es malo si está hecho con nobleza y sinceridad. Héctor es un psiquiatra que sufre una crisis y decide recorrer el mundo para averiguar que es la felicidad, preguntándole a personas de todo el planeta acerca de lo que los hace felices. Todas las licencias poéticas que la película nos pide se las debemos otorgar, no hay realismo y está bien que así sea. Héctor (Simon Pegg) vivirá toda clase de aventuras, como una especie de personaje de Julio Verne en versión autoayuda. Habrá lugares comunes, frases hechas y elementos simplistas, pero también habrá emoción, momentos de humor (Pegg es un gran comediante) y muchas aventuras en los más variados lugares. Muy divertida, sin duda, pero con limitaciones, Héctor y la búsqueda de la felicidad funciona de a ratos y no tiene nada malo que pueda ofender. Un dato curioso es que la película se emparenta, tal vez por accidente, con La increíble vida de Walter Mitty, dirigida y protagonizada por Ben Stiller. En el film de Stiller el vuelo poético y la profundidad, eran muy superiores. Esta comparación es para que se entienda que estamos frente a una película buena, pero nada más. Una vez más, la referencia a Julio Verne y La vuelta al mundo en 80 días, tampoco es gratuita. Y seguramente este espíritu de aventura es lo más valioso que tiene este film. Las últimas dos rarezas: no se trata de un film norteamericano, sino de una coproducción entre Alemania, Canadá, Sudáfrica y Reino Unido. Y el director, Peter Chelsom es uno de los más raros del cine de las últimas décadas. Sus films, en mayor o menor medida, tienen algo del tono que aquí se ve. Desde Escucha mi canción hasta ¿Bailamos? Chelsom se ha movido en este tono del cual Héctor y la búsqueda de la felicidad es un perfecto exponente.
La apuesta sigue aumentando Siete películas basadas en una idea inicial que nadie podía imaginar que iba a llegar tan lejos. La primera con algunos hallazgos, luego tres más que condenaban a la franquicia al olvido –incluyendo una ramificación en Tokio-, al menos en su interés cinematográfico, y de la nada una quinta y una sexta parte que cambiaban las reglas del juego y estallaban como una verdadera fiesta cinematográfica. No es raro que exista Rápidos y furiosos 7, la nueva entrega de una saga que, como ninguna otra, logró reinventarse a mitad de camino y, como sus personajes en sus autos, hizo una pirueta en el aire y cayó de forma impecable nuevamente. Tal cual lo anunciaba el final de Rápidos y furiosos 6, Deckard Shaw (Jason Statham) emprende una venganza feroz contra Toretto (Vin Diesel) y sus compañeros, en venganza por lo que le han hecho a su hermano. Como si este tema no fuera más que suficiente para una película, el corazón de la franquicia necesita autos así que al mismo tiempo que sufren esta persecución implacable, los héroes de la saga deben a su vez realizar una misión encomendada por un agente del gobierno llamado Mr. Nobody (interpretado nada menos que por Kurt Russell) que multiplicará los peligros, los problemas pero permitirá el habitual despliegue automovilístico que uno está esperando. Si Rápido y furioso nació como un film ideal para fanáticos de los autos, la quinta, sexta y esta séptima película han logrado convertirlas en films de aventuras, lejos del gueto inicial, abiertas a mucho más público. No hay palabras para describir la espectacularidad de esta nueva película, no alcanzan los adjetivos para dar cuenta de la compleja y efectiva estructura que Rápidos y furiosos 7 pone en funcionamiento para los espectadores. Pero sí queda claro que este film, como los dos anteriores, están construidos con una alegría cinematográfica que estalla en la pantalla en cada escena. Simples y básicas en la construcción de personajes, de dudoso gusto en algunos armados, Rápidos y furiosos 7arrasa en naturaleza de puro cine. Teñida por la emoción de la despedida –en la vida real- del fallecido Paul Walker- esta séptima parte no se avergüenza de su condición de gigantesco entretenimiento. El elenco se luce en las más hermosamente inverosímiles escenas y Jason Statham como el villano le aporta un valor extra incalculable. Lejos de ser la final, el deseo de una nueva entrega se hace desear cada vez más. El deleite de los grandes momentos que esta película tiene es enorme, y es visual. Si incluso la despedida que uno espera desde el comienzo se realiza a través de un hermoso plano general lejano. Podríamos reducir a Rápidos y furiosos 7con descalificaciones disfrazadas de elogio. No es tiempo de ser tímidos. Lo que conocemos como cine, lo que le dio origen y forma al cine es lo que se ve en la mayoría de las escenas de la película. Es asombroso lo que ha avanzado la tecnología para originar imágenes, pero el verdadero espíritu de la película no está en la locura de una súper producción sino en lo que ha sabido construir película tras película.