BAJADA DE LÍNEA Cuarta entrega de la saga y primera en 3D. La era del hielo 4 apuesta a la aventura, al mensaje edificante y seguir persiguiendo una bellota difícil de atrapar. Cuarta parte de La era del hielo (Ice Age: Continental Drift), como era de esperarse en 3D, representa una mejora con respecto a la lenta pero segura decadencia de la serie. En el año 2002 llegaba aquel primer film, velada remake del western Tres hijos del diablo (Three Godfathers, 1948) de John Ford. Claro que con simpáticos animales, animación y un tono más cómico que dramático, más allá de las primeras escenas. Desde un comienzo las películas de La era del hielo tuvieron buena respuesta del público. Y en particular, uno de sus personajes, Scrat, con su eterna persecución de una bellota, se convirtió en un gancho comercial que supera incluso la fama de las cintas. Con habilidad y buenos resultados, los primeros cortos y avances de las películas siempre tuvieron a Scrat como protagonista, generando una respuesta más que positiva en los espectadores. Así que cada llegada de una nueva película, ya viene acompañada por la simpatía del personaje obsesionado con su bellota. Dicha persecución siempre –en esta película más que nunca– produce las consecuencias más insólitas y siempre genera las escenas de humor más absurdo. Pero los personajes principales, Manny, Sid y Diego, son el motor real de la película y el motivo para seguir la historia. ¿Conflicto? Bueno, se separan los continentes, si eso no es un conflicto, no sé cual podría serlo. Hay también un villano, un pirata que le dará más elementos dramáticos a la película. Una abuelita, una novia para Diego y muchas enseñanzas. Una vez, y respetando la naturaleza de la saga, estamos frente a una road movie, una película de viaje, y como siempre ocurre en esta clase de films, el viaje exterior es la excusa para un viaje interior. Nunca fue muy sutil en sus mensajes La era del hielo y aquí se repite la bajada de línea clarísima con respecto a diferentes valores que la película defiende. Tal vez demasiadas bajadas de línea para una sola película. Un poco obvia y sensiblera en ese aspecto, pero siempre sostenida por los momentos de humor absurdo y, como nunca antes, con una alta dosis de espectacular aventura. Parece que el 3D se ha convertido en una invitación hacia el despliegue de producción y La era del hielo 4 lo confirma. Despareja y no siempre divertida, igual satisface las expectativas de quienes vienen a buscar a sus personajes conocidos. Para el resto, siempre es mejor esperar por el próximo Pixar.
LA EXPERIENCIA, LA AUTOCRÍTICA Y LA PASIÓN Viajando por Europa, Woody Allen llega ahora a Roma. Pero se vuelve evidente que esta escenografía es solo una excusa para tratar en forma de comedia los temas que le han obsesionado siempre. A Roma con amor cuenta varias historias. Al estilo coral, que tanto le gusta al director, se le suma uno de sus recursos más comunes: desdoblarse él mismo en esas historias. Las cuatro que narra en este film son aspectos de los temas que siempre lo obsesionan. Algunos de ellos llegan hasta el comienzo de su carrera, otros son temas que se han vuelto recurrentes en su cine de los últimos años. Lo que sigue es un análisis de esas historias, y se cuentan elementos importantes de la trama. Dos historias son “americanas” y dos son “italianas”. En estas últimas Woody Allen no reprime un homenaje al cine italiano querido por tantos, añorado por muchos, pero esencialmente dejado de lado con los años. ¿Cuántos de los que dicen amar La dolce vita son capaces de citar hoy alguna escena que no sea la de la Fontana di Trevi? Allen, de hecho, se lanza sobre esa locación al comienzo de la trama. Y he ahí un agradecimiento al director, que abandona el turismo y el paisajismo y se mete de lleno en la historia, sin tanta vuelta. El homenaje, por suerte, es narrativo. Una conservadora pareja de recién casados llega a Roma para recibir la bendición de los familiares de él. Una vez allí, la novia sale a buscar una peluquería, se pierde y termina encontrándose con su actor favorito. El joven novio, por el contrario, termina enredado con una prostituta. ¡Claro que es El jeque blanco, de Federico Fellini! Es la misma historia, de punta a punta, con las variaciones del caso, aquí la prostituta tiene un rol principal y la joven novia es menos virginal que en el film de Fellini. Si bien esta historia es un homenaje, el tema de la pareja reprimida versus la sexualidad desinhibida es una constante en el cine de Allen, así como también que las prostitutas estén asociadas siempre a una sexualidad sin neurosis. Claro que la prostituta del film, interpretada por Penélope Cruz, ya destinada a ser la Sofia Loren del cine actual para algunos directores, es buena como las prostitutas de los films de Fellini. La otra historia italiana es la de Leopoldo (Roberto Benigni), un hombre común a quien nadie le presta atención y cuyas opiniones son, según sus propias palabras, ignoradas por todos. Hasta que un día los paparazzi (recuerden que el término nació en La dolce vita, de Fellini, con el personaje fotógrafo llamado Paparazzo) y los medios se interesan por él, y todas y cada una de las cosas que hace comienzan a volverse interesantes. ¿Metáfora de los Reality Show? No creo. Más bien el tema ahí es otro y es bastante agridulce. Leopoldo, interpretado por un cómico como Benigni, es el alter ego de Allen. Allen, que odia los medios, la fama, las luces y que lo persigan para saber su opinión sobre cualquier cosa. Pero que, y acá hay una confesión inédita en Allen, necesita de esa fama, la desea y en el fondo le gusta. Algo que siempre había negado. La primera historia americana es la de John, un famoso arquitecto norteamericano interpretado por Alec Baldwin, que con esos pases de magia termina cruzándose con un joven que es una metáfora de su propia juventud y los errores que cometió en su pasado. John lo seguirá al joven Jack, su pareja Sally y la aparición de Mónica, una amiga de ella que amenazará con destrozar la pareja, cuando Jack se sienta atraído a ella. El propio Allen, maduro, parece recordar sus errores del pasado y saber que no volvería a cometerlos, pero también expone que, como decía Kierkegaard, la vida sólo puede ser comprendida hacia atrás pero sólo se puede vivir hacia delante. La licencia poética y el recurso de hablar con su pasado, una herencia de Bergman que Allen ha usado mucho, le sirve al director para mostrar con humor y piedad este tema. Finalmente llegamos a Woody Allen protagonizando la cuarta historia. ¿Qué papel hace el Allen actor aquí? El de… ¡un jubilado que no quiere serlo! Allen, más tierno que nunca, se muestra viejo, fóbico como siempre, aunque dando a entender no puede ni quiere retirarse. Un productor musical “adelantado a su época” qué básicamente es un desastre en muchos aspectos. Como en La mirada de los otros, Ladrones de medio pelo, Scoop, Conocerás al hombre de tus sueños, y otros films de los últimos años, Allen se ve a sí mismo como alguien “qué no ha logrado sus objetivos”. Se critica y se quiere, pero siempre con humor. Acá tendrá una propuesta artística insólita para su consuegro italiano, que no por nada es funebrero. Más gracioso todavía es que la esposa de Allen, Judy Davis en el rol de una psiquiatra, pone en palabras las metáforas obvias, dejando no muy bien parado el oficio al que el director le debe tanto. Finalmente Allen se queda feliz cuando los críticos italianos los llaman “imbecile”. Su esposa le dice que significa: “adelantado para su tiempo”. Allen convirtiendo a un enterrador en un artista, jugando –de forma muy metafórica- con la muerte como lo hacía su querido Bergman en En presencia de un payaso- muestra su vitalidad y su deseo aun vivo. Su cine, siempre coherente, encontrará como único escollo cierta falta de autenticidad cuando elija ciertos personajes italianos para narrar el comienzo y el final de la historia, pero son detalles menores para un film inteligente, simpático y sí, muy demagógico en la superficie. Ese es el trato, parece decir Allen: acompáñenme unos años más, yo a cambio hablaré de los temas que me obsesionan, pero con humor, ternura y bellas locaciones. Esto, no deberá el espectador confundirse, está muy lejos de convertir a A Roma con amor en un film carente de profundidad o amarga lucidez. Allen ligero, sigue siendo Woody Allen.
Cuando al final todo queda en familia Nuevamente juntos, Tim Burton y Johnny Depp se divierten dando forma a una familia disfuncional que convive con un pariente vampiro que resucita en pleno 1972. Todo el elenco (y los cameos) acompañan y realzan la cinta. Tim Burton construyó en 30 años de carrera, un número de cortometrajes y largometrajes que cambiar con la cara del cine industrial para siempre. Pero ha sido también la voz de los freaks, de los incomprendidos y los diferentes. Sombras tenebrosas es una comedia familiar, pero de la clase de familia que Burton podría hacer. El protagonista, un héroe de aire gótico llamado Barnabas Collins (Johnny Depp, en la octava colaboración con el director), se encuentra con un mundo moderno cuando luego de estar atrapado en un cajón durante casi dos siglos, logra liberarse en 1972. La película jugará a la comedia a la vez que describirá la maldición melodramática y de corte fantástico de la cual Barnabas es víctima. Burton conoce a estos personajes, le resultan familiares los malditos, los siniestros, los perturbados. Supo, mucho antes que fuera una moda universal, que todas las personas tienen un costado oscuro y habitan en soledad su propia condición de diferentes. Sombras tenebrosas vuelve a tener a Burton más cerca de un tema que lo ha obsesionado en esta última etapa de su carrera, que es la familia. La familia cobra particular importancia en El gran Pez, Charlie y la fábrica de chocolate y Sweeney Todd. ¿Pueden los fenómenos tener una familia? ¿Podrían Batman, Edward Scissordhands y El jinete sin cabeza integrarse? Esta comedia festiva y oscura a la vez es un despliegue consciente de todos los temas y toda la iconografía del director así como un regreso a sus obsesiones más recurrentes. Nadie en normal en un film de Burton, porque la normalidad no existe en su mundo. Pero la aparición de Barbabas Collins le permitirá a sus herederos, abrazar su lado dark con orgullo, sentirse felizmente diferentes y vivir en consecuencia. Si el universo visual de Tim Burton ya no necesita presentación y acá vuelve a ser deslumbrante, sí hay que decir que las actuaciones merecen mención aparte. Depp hace lo suyo con esa libertad que sólo Burton sabe darle y Michelle Pfeiffer realiza por lejos uno de los mejores trabajos de su carrera. Eva Green y Helena Bonham Carter son un lujo extra, pero la cereza del postre es ver al vampiro protagonista hablando con el maestro de vampiros Christopher Lee, y una aparición de Alice Cooper que no tiene desperdicio. Lo que se dice, finalmente, una familia muy normal…
Cine de género hecho por un autor El célebre director Steven Soderbergh armó un elenco de lujo para una película de acción y espionaje casi standard, donde el mayor atractivo es la presencia de actores de la talla de Michael Douglas, Antonio Banderas, Ewan McGregor y Michael Fassbender. La traición es una película de acción y espionaje protagonizada por Gina Carano, una campeona de artes marciales y modelo de fitness que aquí obtiene su primer protagónico clase A dentro del mundo del cine. Alrededor de la deportista y actriz aparece un elenco enorme formado por Michael Douglas, Ewan McGregor, Antonio Banderas, Michael Fassbender, Channing Tatum, Mathieu Kassovitz, y Bill Paxton. Una película de acción con un elenco de lujo y con una heroína de acción que aprovecha su fama previa como deportista no es lo más común que se pueda ver en el género. Este elenco multiestelar y esta producción esconde un secreto: el director es Steven Soderbergh, que saltó a la fama como gran director independiente cuando en 1989 dirigió Sexo, mentiras y video. Luego siguieron otros proyectos personales que se fueron alternando con películas de género taquilleras. Así, obtuvo el Oscar por Traffic y creó éxitos como La gran estafa. Esta agente mercenaria, que acepta trabajos de diferentes gobiernos, es traicionada y comienza una persecución internacional donde ella intenta sobrevivir pero también vengarse. El cine de género, el cine popular, no tiene nada de malo, y aunque los héroes provenientes de las artes marciales no suelen tener mucho prestigio, no son pocas las películas entretenidas e impactantes que han realizado. Sin embargo Soderbergh no proviene del cine popular. Y en cada uno de estos proyectos, algunos más efectivos, otros más fallidos, siempre transmite en imagen y en las historias, la idea de que él tiene un pie afuera de todo esto. Sí, hay un virtuosismo y recursos ingeniosos y refinados en varias escenas. Pero no tiene el director esa convicción que necesita quien realmente ama el cine de acción. Si no nos avisaran que la dirigió Soderbergh, La traición sería lo que es, sin sumarle puntos extras. Una película un tanto pretenciosa, anticlimática, con varias escenas buenas y con gusto a poco al final del relato. El elenco indudablemente ayuda a mantener el interés y Gina Carano es una actriz muy carismática, ideal para esta clase de roles. La traición ocupa un espacio mayor al que le corresponde, no se trata de un film pequeño pero efectivo, sino de una película berreta en envase de lujo. Ya nos volveremos a encontrar con Carano en otra película, mientras que a Soderbergh lo encontraremos en un film más cercano a sus verdaderos intereses.
Perdidos en Europa a puro circo La tercera entrega de esta saga protagonizada por animales que escaparon del zoológico de Nueva York, encuentra a los protagonistas recorriendo varios países con un circo. Nuevos gags para una historia conocida. El cine de animación es, desde hace ya varios años, uno de los lugares donde la taquilla estalla año tras año, produciendo éxitos enormes que se siguen multiplicando por todo el mundo. Madagascar forma parte de una de esas series de animación que se han convertido en las favoritas del público. Aquellos animales del zoológico de New York que terminan en verdadera tierra salvaje africana, conformaban una clásica comedia de “gente” de ciudad llevada a un universo hostil, peligroso y, en muchos casos, cómico. Alex (Ben Stiller), Marty (Chris Rock), Melman (David Schwimmer) y Jada Pinkett Smith (Gloria) conformaban un cuarteto ideal para la comedia. El primer film, recibido con críticas dispares, se estrenó en 2005 y el segundo en 2008. Gracias al 3D, casi todas las sagas que no tenían más cuerda regresan para una nueva oportunidad y, taquilla mediante, tal vez una cuarta. En Madagascar 3, no hay absolutamente nada nuevo bajo el sol, aun cuando las aventuras se trasladen a Europa y las locaciones (animadas, claro) ofrezcan un fondo distinto para las aventuras de los personajes. Cada país incluye sus propios clichés, tal vez ofensivos si alguien se los tomara en serio, y a través de las aventuras en un circo y esos recorridos por ciudades es que se sirven todos los gags posibles. El ritmo alocado y demencial que toda la serie se repite pero, al igual que en los films anteriores, los chistes son bastantes mediocres y obvios. Hasta los pingüinos, inquietantes y verdaderamente chiflados, ya se han convertido en algo previsible. Aquellos que deseen repetir la experiencia de los films anteriores, encontrarán algo bastante parecido. Incluso, alguna escena más arriesgada al comienzo y un universo visual más rico y renovado también les producirá placer. No hay muchas cosas realmente malas en la película, pero definitivamente no hay nada para destacar como verdaderamente bueno. Cómo siempre en estos casos, son los personajes nuevos los que captarán la mayor atención. Esta vez la policía francesa malvada (con la voz de Frances McDormand en el original) es posiblemente el gran hallazgo en ese sentido. Nada más. Canciones hay, colores hay, chistes tontos hay. Si eso puede conformar a alguien, no saldrá defraudado, ahora si se busca un buen film animación con algo más allá de la superficie, Madagascar 3 no es la película adecuada.
LAS HERMANAS En su ópera prima, la directora Milagros Mumenthaler construye un relato de sobria brillantez y emoción contundente. Una maravilla que con gran humildad termina por convertirse en una obra gigante. Escribir sobre Abrir puertas y ventanas evoca, como siempre al redactar una crítica, las imágenes de la película. En este caso, eso produce inevitablemente una emoción enorme. Cada escena, cada situación, cada detalle se convierten en un armado brillante que desemboca en un final inolvidable. Hay películas que muestran todo su juego desde el comienzo; otras, como ésta, van postergando esa construcción hasta llegar al final. Pero todo el camino conduce a esa emoción profunda, visceral pero también intelectual que nos produce la historia. Tres hermanas viven en una vieja casa donde, desde el comienzo de la película, claramente falta algo. O falta alguien. El relato arranca “empezado”, una situación que marca la decisión de la directora de invitarnos a descubrir eso que no está a partir de detalles. Como Ozu, como Kawase, Mumenthaler filma la ausencia, un arte complejo que requiere confianza y talento. Una ópera prima no siempre trae tanta osadía, y es saludable que alguien se atreva a tanto sin tampoco hacer por eso un film pretencioso. Qué placentero es un film cuando nos invita a descubrir cosas cuando esas cosas están frente a nosotros, pero no son subrayadas por nada ni por nadie. Hasta las estaciones del año pasan frente a nuestros ojos sin ser mencionadas. Cada una de las hermanas tiene un universo completo definido por lo que dice, pero más aun por la palabra que no pronuncia, por las cosas que hace, por cómo se para o por cómo reacciona frente a todo. Y la cámara… esos movimientos lo dicen todo. Pocas veces una cámara ha podido con tanta claridad narrar historias y emociones. Abrir puertas y ventanas no es una película críptica, está hecha con el corazón, es inteligente y lúcida. Si no se alcanza a leer todo lo que dice esa cámara (obviamente bajo las órdenes de la directora) no será tan fácil dejarse llevar por la emotividad y la grandeza de esta película. En una película en la que desde el guión intencionalmente nos falta información, pero la cámara no deja de darla en ningún momento. Cambian los objetos, las estaciones, las actitudes, los pensamientos. Milagros Mumenthaler filma la ausencia, filma los sentimientos, filma las ideas, los dolores, los miedos. Filma todo lo que no se ve, pero que a través de su mirada y de los inolvidables rostros (y cuerpos) de las actrices se hace presente. No es un acto de magia, es una lección de cine.
La princesa guerrera y la reina sangrienta Una Blancanieves interpretada por la ex Crepúsculo Kristen Stewart, una bruja, Charlize Theron, intensa y dramáticas y los siete enanitos en una revisión del clásico cuento que está vez no tiene mucho de infantil. Nuevamente el cuento de hadas de Blancanieves llega al cine. Esta vez adaptando un libro que nos muestra otra Blancanieves, enfocada definitivamente hacia un público adolescente y adulto. Espectacular, original en muchos aspectos, impactante en otros, esta película toma decisiones arriesgadas y consigue alcanzar muchas de sus metas. Al mismo tiempo hay que decir que todo el relato está marcado por una tensión entre las grandes ambiciones de la historia, y las concesiones que hace para no pasarse del todo al lado oscuro del relato. Para empezar hay que decir que la malvada reina, interpretada de forma excepcional por Charlize Theron, es un personaje complejo, intenso y dramático a punto tal que merecía una película para ella sola. Y me pregunto por qué no lo hicieron, ya que hubieran logrado algo verdaderamente interesante. Lastimada por su pasado, enojada con los hombres y temerosa de la vejez, la reina ha enloquecido y es mucho más que una villana, es la conciencia de que el mundo es cruel con las mujeres, en todo sentido. Hasta una relación casi incestuosa con su hermano tiene esta reina, asesina del padre de Blancanieves y esclava y dueña del famoso espejo mágico. ¿Cómo logra Blancanieves meterse en la historia? Con ayuda del guión y del director, sin duda, porque la sacan a la reina del medio y se meten al bosque negro con la joven, donde conocerá a los enanos que serán sus guardianes y sus leales guerreros. Una nota interesante: los enanos están interpretados por famosos actores británicos (Bob Hoskins, Nick Frost, Eddie Marsan, Ray Winstone, Ian McShane…) que efectos especiales mediante, pasan por enanos. Tal vez suene políticamente incorrecto, pero el resultado es asombrosamente efectivo. Pero llegamos a Blancanieves, que al estar interpretada por Kristen Stewart esto nos lleva a pensar directamente en Crepúsculo. Pero no es sólo eso. Mientras que hay un fuerte contenido sexual en la reina, en Blancanieves el sexo se reduce a nada, excepto a dos besos. Y como en la famosa saga protagonizada por Stewart, son dos los candidatos que giran alrededor de ella. Por un lado William, su amigo de la infancia, y por el otro lado el cazador viudo interpretado por Chris Hemsworth, quien al estar en el título el espectador ya va predispuesto a que tenga más chances. No es lo mejor de la película. Con apuestas fuertes pero con debilidades de mercado, esta Blancanieves no apta para niños es un espectáculo que vale realmente la pena, aun cuando no profundice tanto como quisiéramos.
La aventura del salvador del futuro Una vez más, a diez años de su último periplo, los agentes J y K vuelven a hacer lo imposible para defender al planeta. Con hábil mano del director Barry Sonnenfeld y efectos en 3D, Will Smith y Tommy Lee Jones entretienen. Hombres de negro no fue una película de ciencia ficción más, Hombres de negro surgió en una época donde la ciencia ficción había perdido originalidad. Con un sentido del humor brillante y sorpresivo, la película era no sólo una gran comedia, sino también una gran película de ciencia ficción. No había duda de que además de ser un gran entretenimiento, la película era fiel al género al tratar varios temas serios con simpático ingenio. Las migraciones y el miedo al extranjero era uno de los tópicos principales del film, y a partir de allí la historia ensayaba una burla a las instituciones y las costumbres de una sociedad. Will Smith y Tommy Lee Jones hacían una pareja perfecta y el director Barry Sonnenfeld aportaba su estética delirante a la aventura. Sonnenfeld, que dirigió la secuela y también esta tercera parte, ya había realizado Los locos Addams pero también había sido director de fotografía de los primeros films de los hermanos Coen, como Educando a Arizona y De paseo a la muerte, entre otros films. En esta nueva entrega de los casos de los agentes J (Will Smith) y K (Tommy Lee Jones) la historia conduce al primero de ellos en un viaje en el tiempo, con el fin de salvar la vida de su compañero. Si K es asesinado, todo el destino de la humanidad estará en peligro a merced de una invasión alienígena que dominará la Tierra. Así J vuelve a los años sesenta y se encuentra con un K más joven (Josh Brolin) pero igualmente malhumorado y osco. La comedia y la aventura de ciencia ficción están, obviamente servidas a partir de esta ingeniosa vuelta de tuerca y no son pocos los momentos en los que la diferencia entre décadas da buen resultado para el humor, en particular la aparición de Andy Warhol. Aunque ni la segunda parte de Hombres de negro ni esta nueva versión están a la altura de la original, igual hay que decir que acá las cosas funcionan mucho mejor que en la segunda y que a pesar de perder algo de brío hacia el final, va a ser difícil que alguien no sienta simpatía por los personajes. Algunos rostros conocidos, entre ellos Emma Thompson, varios cameos y por supuesto las citas a los films anteriores, cierran un paquete amable y divertido, que como era de esperar, llega en formato 3D.
LAS PEORES COMEDIAS DEL MUNDO Del lamentable guionista de Muerte en un funeral, llega ahora Los padrinos de la boda, otro bodrio que, como aquel film, pelea por el podio a la peor comedia del mundo. Amo la comedia. Disfruto mucho las comedias y me las tomo muy en serio como películas. Desde el slapstick del cine mudo a la sátira, de la screwball comedy a la parodia, la comedia es uno de mis géneros favoritos. Tengo un solo límite: no me gustan las comedias que no me hacen reír ni una sola vez. Es más, me enfurecen. Hace unos años un bodrio de mal gusto pero sobre todo de mediocre timing, arrasó con la taquilla y el público que jamás entendió ni disfrutó de la comedia decía que era excelente. Esa comedia era la insufrible Muerte en un funeral, dirigida por el director norteamericano Frank Oz pero producida en Inglaterra. Más patética incluso que esta comedia era escuchar a los ignorantes decir “amo el humor inglés”. Tenía esa película tanto humor inglés como las comedias con Olinda Bozán de humor coreano. Ni una risa me produjo semejante porquería. Nadie que ame el humor o comprenda la comedia podía pasar por alto lo mal hecha que estaba. Fui un iluso al pensar que el éxito de la película no iba a tener consecuencias. Las tuvo y acá se estrena con el título de Los padrinos de la boda. Sin duda gracias al aporte del mismo guionista y los mismos productores de Muerte en un funeral, esta comedia vuelve a producir en mí el mismo hermoso efecto: Cero risas. Obviamente, una comedia que produce cero risas produce con el correr de los minutos, furia. Qué un genero tan bueno sea bastardeado de esta manera, es lamentable. La ironía final es que la película no sólo roba mucho de su antecesora, sino que suma plagios u homenajes a ¿Qué pasó ayer?, La familia de mi novia, Despedida de soltero y otros títulos. Poco importa, no será esta la ocasión para cambiarle el (no) gusto a nadie. El que crea que esto merece ser visto y quien tenga la dudosa suerte de reírse aunque sea una vez, que lo haga. Hay gente que ama las malas comedias e incluso las malas comedias sobre bodas. Cómo alguien dijo una vez: Hay gente para todo.
LAS COSAS QUE NO SE TOCAN La nueva película de Pablo Trapero es un paso más en su carrera, que por su potencia emocional y su destreza visual, ya entró en la historia grande del cine argentino. Alguna vez alguien sostuvo que no valía la pena escribir en contra de las películas, que sólo tenían valor los textos a favor. Esta teoría, con la que no suscribo, tiene igualmente un punto a favor irrefutable: las buenas películas nos explican todo aquello que las malas películas hacen mal. Y si a veces el crítico no logra poner en palabras lo que realmente no le gusta en una película mala, la aparición de una buena responde a todo aquello que no podía plasmarse en un texto. Elefante blanco es el séptimo largometraje de Pablo Trapero quien con una pequeña pero a la vez enorme carrera, ha ido pisando con firmeza y dejando huellas definitivas dentro de la historia del cine contemporáneo. Nicolás (Jérémie Renier) ha sobrevivido a la masacre de una tribu a manos de narcotraficantes en el Amazonas y Julián (Ricardo Darín), enfermo, viaja para rescatarlo De regreso, los dos sacerdotes católicos, viejos amigos, unen sus fuerzas para ayudar a la gente de la Villa Virgen, en Buenos Aires. Con ellos está Luciana (Martina Guzmán), una asistente social que trabaja también en pos de mejorar la vida de los habitantes de la villa. Esa es la base de la historia. Está claro que a partir de esto Trapero va a trazar un mapa de la complejidad de ese mundo, de su violencia, su peligrosidad, pero también de sus deseos de salir adelante. El tema no es fácil, y la mirada que la mayoría de los espectadores tienen de ese universo es, por razones obvias, sesgada o incompleta. La misión de Trapero es entonces meternos en ese mundo, es él nuestro guía por ese espacio, como en su momento fue nuestro guía en el mundo obrero de Mundo grúa, en el de la policía bonaerense en El bonaerense, en el de las cárceles de mujeres en Leonera y en el universo de abogados y hospitales en Carancho. Para Trapero algunas características son constantes. Su estilo con herencia neorralista, su posible asociación con el cine social latinoamericano, su cámara potente y su fuerza dramática están aquí intactas. Su retrato de la violencia sigue siendo igual de fuerte pero esta vez es más sobrio, más pudoroso, estalla con la misma fuerza, pero sin regodeo alguno. Sus personajes solitarios encuentran una razón de ser una vez más y se integran. Uno imagina a los tres protagonistas como seres solitarios, pero unidos y al servicio de la villa ya no lo son. La protagonista de Leonera no estaba sola porque tenía un hijo y terminan juntos la película, algo parecido ocurre acá, con esa gente que ellos ayudan y que, en definitiva, los reconoce. Y en esa gente, y en las locaciones, Trapero halla la herramienta más valiosa de su estilo: la autenticidad. Al director no le importa tanto el realismo como la autenticidad. Su fuerza dramática consiste justamente en dotar a sus películas de verdad. Esa verdad se la da no sólo su oficio, sino la presencia de verdaderos habitantes de las villas, personajes que ningún actor podría reconstruir y si lo hiciera no sería tan auténtico para la historia que Trapero aquí cuenta. Filmada en varias villas, aunque la trama transcurre solo en una, el resultado que obtiene Elefante blanco es contundente. Finalmente la película gana por su complejidad. No tanto por sus personajes, sino por generar aristas que vuelven más sofisticado el mundo que el film muestra. No hay un espacio sencillo donde el espectador pueda acomodarse en una posición tranquila y segura. Las reglas y las situaciones cambian para nosotros como para los protagonistas y la lucha cotidiana está llena de contradicciones y de conflictos sin buenos ni malos. O con buenos y malos pero no siempre los mismos personajes. Hacerse cargo de esa complejidad no le asegura a Trapero mayor popularidad, al contrario, pero sí le otorga una grandeza digna de los mejores cineastas. También hay que decir que, por lejos, esta es la más emocionante y entretenida de las películas de Pablo Trapero. Su séptimo opus es un paso más allá para alguien que nos ha permitido conocer nuevos mundos y, sobre todo, entenderlos. Elefante blanco nos muestra todo aquello que la denuncia demagógica de la televisión o la prensa amarillista nos niega. Y también se hace cargo de una pobreza y una marginación que hace años forman parte de nuestra ciudad y de la que nadie parece ser responsable.