La Guerra Fría ahora se traslada al presente Una historia casi clásica del subgénero de los films de espionaje, con intrigas, dobles traiciones y paranoia, aquí con actuaciones de Richard Gere y Topher Grace. Ideal para los amantes de aquellas películas de Este vs. Oeste. La Guerra Fría en el mundo real trajo toda clase de consecuencias negativas, pero en el cine ha sido desde el comienzo un material muy rico para grandes películas de espionaje. Con el final de la Guerra Fría, el cine perdió un gran subgénero y toda una producción de films inteligentes y atragantes. Misión secreta (El doble, en el mucho mejor título original del film) recupera aquellas intrigas entre el Oeste y el Este y reaviva aquellos años de paranoia y dobles traiciones. Para eso, el guión cuenta con una clásica historia del género. Un senador muere y se cree que el autor es un agente llamado Cassius. Agente que, por otro lado, se supone ha muerto años atrás, lo que obviamente es una metáfora de la muerte de la Guerra Fría. Frente al a investigación estará un joven agente experto en el tema (Topher Grace) que ha hecho un estudio minucioso de la carrera de Cassius y un experimentado pero jubilado agente que forma parte de la Guerra Fría (Richard Gere) que se retiró para quedar alejado de todo ese mundo. Lo original del film es que lo que se supone iba a ser la principal intriga se convierte rápidamente en un tema secundario, al revelarse casi al comienzo la identidad de Cassius. Pero claro, no todo es lo que parece y la búsqueda tiene vueltas de tuerca y complicaciones que son el verdadero interés de la película. Esta pareja despareja de investigadores –joven/mayor, universitario/agente experimentado– se encontrará con toda clase de personajes que sumarán intriga y abrirán nuevos interrogantes. Pero el espectador, que ya tiene la información más valiosa desde el comienzo, vivirá con mayor interés y tensión todo el desarrollo de la trama. En una película de estas características, es inadecuado hacer un análisis de la historia porque eso llevaría a delatar todo lo que ocurre y es justamente su máximo encanto el ir descubriéndolo. El espectador debe entregarse a lo que propone el relato. Buenas escenas de acción, algunas situaciones de gran suspenso y Richard Gere jugando un rol ambiguo de esos que tanto en tanto disfruta hacer, son lo que mantiene a Misión secreta dentro del estándar. Por otro lado, resoluciones repetidas y ciertos lugares comunes son lo que hacen que la película no puede elevarse por encima de dicho estándar. Aquellos que extrañen la Guerra Fría en el cine será quienes más disfruten de la película.
Encuentros y desencuentros No te enamores de mí busca hacer un retrato sincero y franco de las insatisfacciones y deseos de un grupo de jóvenes que atraviesan, cada uno a su manera, diferentes crisis relacionadas con el amor, el sexo y la pareja. Película coral con personajes que se cruzan e historias que se entrelazan, esta opera prima de Federico Finkielstain se despega claramente de una intención infantil o lavada de los conflictos que trata. La historia comienza de forma demasiado lineal y luego va volviéndose un poco más compleja. Los actores –a veces bien, a veces no tan bien– van lidiando con situaciones interesantes y adultas, pero con líneas de diálogo que no están a la misma altura. No se trata de diálogos que digan cosas importantes, sino que suenen creíbles y lógicos dentro de las diferentes escenas. La película plantea por momentos algo de humor, pero no lo hace con resultados muy positivos. El humor, de hecho, le da simpatía a personajes que luego se muestran miserables y convierte en tontos a personajes que luego deben ser el sostén final de todo el relato. Todo lo mejor de la película está en el centro, cuando el juego se abre del todo y los conflictos son verdaderos conflictos que interesan y producen alguna reflexión. Pero luego las cosas se van rematando con demasiados lugares comunes, con situaciones que en comparación a lo visto son muy previsibles y trilladas y que apagan todo aquello que la historia había encendido. Por momentos, el film resulta adulto y serio, luego parece un programa de televisión sin demasiado vuelo. La banda de sonido es, curiosamente, un elemento que ayuda a darle profundidad y generar gran clima, evitando, ahora sí, todos los lugares comunes de la música en el cine argentino. Una vez más, el problema no está tanto en los actores ni tampoco en el director, sino en el guionista. Irónicamente el director y el guionista son la misma persona, así que es Federico Finkielstain, a quien se le pueden atribuir las virtudes y los defectos de esta película. La enseñanza de No te enamores de mí vuelve a ser que para que una película supere las buenas intenciones y plasme las buenas ideas que le dieron origen, es imprescindible el tener un guión fuerte que la sostenga.
Cuando lo que salva es el ridículo La película protagonizada por Liam Neeson y basada en un videojuego naufraga en el océano, pero eso sí, con gigantescas escenas de acción. Sin embargo, hacia el final sorprende y gana en entretenimiento y diversión. Uno no puede imaginar proyecto más absurdo que una película basada en el antiguo juego llamado Batalla naval. Claro que se refiere a la versión industrializada y no a su aun más antigua (más de un siglo hoy día) en lápiz y papel que generaciones y generaciones han jugado. El juego de colocar barcos propios en una grilla y tratar de hundir los barcos que ha colocado el enemigo en la suya, no es en sí mismo una estructura dramática y aun así, en algún momento de la película la situación se acerca un poco al famosísimo juego. Pero es sólo para justificar el título, ya que por todo lo demás la película es tan parecida a la batalla naval como lo es la gran mayoría de las películas de guerra que transcurren en el océano. La trama es bastante simple. Un joven descarriado encuentra en la marina el comienzo de una nueva etapa, aunque todavía sigue dando tumbos. Su novia es la hija de un almirante y esto ocasiona un conflicto extra más cercano a la comedia que al drama. Su hermano, el serio de la familia, hace lo posible para que él consiga encontrar el rumbo. Pero una amenaza exterior se encargará de que toda la inmadurez sea puesta a prueba de un solo golpe. Battleship, Batalla naval es una película enorme, espectacular, llena de escenas de acción gigantescas y aburridas a la vez. Con esa estética que uno no sabe si es paródica o en serio, digna de películas como Transformers o Día de la independencia, la historia se arrastra por lugares comunes tanto en el guión como en las imágenes, y así transcurren sin ningún empacho una hora y media de no entretenimiento que bordea el ridículo tal vez sin que ese sea su deseo. Algunos personajes extras como un ex marine que ha perdido las piernas, ubican a todo el relato al borde exacto de la vergüenza ajena. Pero ahí, cuando el espectador más despierto cree que nada podrá rescatar a este film del hundimiento total, es cuando justamente la película sorprende. En la última media hora, lejos de estar ya al borde del abismo, se lanza desaforadamente al ridículo, se convierte en una forma festiva y ridícula de película de acción militar y produce varios momentos divertidos y ya sin vergüenza se entrega al disfrute visual y al genuino entretenimiento cinematográfico. Para algunos esta parte será la peor, para otros, como para quien escribe, es lo que justifica el haber sufrido 90 minutos de mala película. Hasta el humor del protagonista y su futuro suegro remata de manera divertida. Ojalá toda la película y no sólo el último cuarto hubieran sido así.
De regreso a la academia Hace unos años la televisión argentina tuvo como uno de sus grandes éxitos a la serie Comando especial donde un galancito que hizo furor entre las adolescentes interpretaba a un policía infiltrado en un colegio secundario. El galancito era Johnny Depp. Para él, la serie tenía un espíritu no muy digno, aun cuando le debe a ella sus primeros pasos en el estrellato. Más tarde también se sumaría a la serie el actor Richard Grieco, quien claramente no tuvo luego la carrera de Depp. Años más tarde llega la película e, inevitablemente, no puede tomarse las cosas en serio. Tan sólo le divierte la consigna de los policías metidos en el secundario. También la película le da mucha importancia a la idea de la pareja despareja. Entre el peor alumno de la academia y el menos popular pero más brillante de los estudiantes. Juntos son una pareja de comedia más que de acción, no queda duda. Y la película también explota al máximo la comedia de descontrol estudiantil que ha ido creciendo mucho y retomando importancia en la última década. Pero siendo la serie tan discutible, el alejarse de ella beneficia más de lo que perjudica y la película en la comparación sale ganando. Como suele ocurrir cuando se mezcla comedia con cine de acción, la comedia tiene más rigor que la acción y la lógica de ambos géneros no es compatible. Así que algo de pereza en la acción podría resentir algo la película en la segunda parte. Para entonces la comedia ya ha sido realizada con éxito y el daño que se produce es mínimo. Si la comedia adolescente tuvo un esplendor años atrás y ahora ha vuelto, Comando especial tiene la inteligencia de mostrar como todo sigue igual pero a la vez como ha cambiado el mundo. Los que amaban la serie o simplemente la recuerdan con afecto y nostalgia, la presencia de sus estrellas participando brevemente en el film será un regalo que sin duda recordarán. Está claro que esta película no enseña por lo menos algo: cuánto menos se respeta el material original, más posibilidades hay de hacer una película digna.
La pasión y los sueños de grandeza El debut del nieto del legendario Armando Bo es una película extraordinaria, sencilla en su superficie y compleja en realización. El último Elvis tiene en su título un juego de palabras. Por un lado, remite a la idea de que es el último de su estirpe y a la vez que estamos hablando de la última etapa de la carrera y la vida de Elvis Presley. El protagonista de la película es un hombre cuya pasión es ser Elvis. Tiene una gran voz y para todos es un imitador del cantante. Pero él no lo vive de esa manera. No quiere ser llamado por su verdadero nombre, Carlos Gutiérrez, y salvo cuando la realidad de forma prepotente lo obliga a lo contrario, él se hace llamar Elvis –de Memphis, obviamente. Su vida no es glamorosa, la relación con su hija y su ex mujer no es buena, trabaja como obrero en una fábrica de cocina, donde sólo sus auriculares le permiten seguir conectado con la música. Pero cuando se sube al escenario él es Elvis, tiene estilo, gracia, voz, y dominio de la escena. Son sus momentos de gloria, de felicidad. La película no permite nunca que esos momentos se arruinen, allí Elvis siempre brilla, incluso cuando se va y vuelve al escenario. El actor que interpreta a Elvis (no lo volveré a llamar por su otro nombre) se llama John McInerny y es sin duda uno de los pilares que sostienen la película de punta a punta. Todas las escenas lo tienen a él, todo gira en torno a su figura y a su universo. Actor debutante, pero imitador de Elvis en la realidad, McInerny es uno de los hallazgos de la película. Pero el hallazgo mayor es el director Armando Bo (nieto del extraordinario director de El trueno entre las hojas, Fuego y Carne) que en su opera prima tiene oficio y talento para no caer nunca en las tentaciones del novato. Su película, sobria y emocionante, es un lujo narrativo que, aun en sus momentos virtuosos (el plano inicial), no desvía el rumbo del interés principal que es el de contar una historia compleja y llena de matices, con pocos personajes pero con varios temas en paralelo. El último Elvis es un extraordinario ejemplo de película sencilla pero enorme. Porque su sencillez está en la superficie que fluye y conmueve, pero no en su realización, plagada de detalles brillantes y de gran complejidad. El director y los actores siempre se llevan las palmas, pero el sonido de la película, la luz y la dirección de arte dan cuenta de que el trabajo serio es a todo nivel. La película, insistimos, habla de muchas cosas, pero sobre todo de la necesidad de grandeza, de la pasión –incluso terrible– y de la coherencia para llevar lo que amamos hasta las últimas consecuencias.
Muchos héroes pero poca película Sin relato coherente y con un objetivo claramente ubicado en la taquilla, el film resulta una mezcla trabada de superhéroes que no encuentran su lugar dentro del guión. Un proyecto comercial gigante, pero sin valor artístico. Nick Fury, director de la agencia de seguridad Shield, reúne a un puñado de héroes con el fin de formar Los Vengadores, los únicos que pueden salvar a la tierra de una invasión comandada por el malvado Loki. Sinopsis pequeña para un film de gran tamaño. Y es así, finalmente el ambicioso proyecto de juntar a los héroes de Marvel se convirtió en película. Se supone que estamos frente al título más esperado de los últimos años, pero en mi opinión estamos frente al peor caso de inercia del cine contemporáneo. La expectativa era absurda porque era obvio que íbamos camino al desastre. Por separado, estos personajes funcionaron mejor o peor en sus películas. Cualquier persona medianamente atenta, sin embargo, habrá notado desde hace tiempo que unirlos era un proyecto muy comercial pero de escaso interés artístico. Y así es. ¿Qué pueden ofrecer juntos Iron Man, Capitán América, Hulk, Thor, Black Widow y Hawkeye? Poco, porque cada personaje tiene una identidad y sus universos tienen una lógica y una ética particular. Unirlos es un cambalache aburrido y molesto. Pero además de eso, el guión no puede ordenarlos a todos y los tiene que ir distribuyendo a lo largo de la trama de una manera tan forzada y ridícula que hay que ser demasiado benevolente o complaciente para aceptar semejante arbitrariedad. Cada cierta cantidad de minutos –y en medio de las batallas incluso– algún personaje queda “en suspenso” hasta que lo vuelven a meter en la trama. Y otro desastre: tantos héroes que han ganado tantas batallas se enfrentan a un villano que es un pusilánime de autoestima baja y una cara de perrito mojado que falla por completo. ¿Semejante dream team para pelear contra Loki? Los realizadores sumaron, calcularon, vieron que más personajes les sumarían más taquilla y no les importó nada más. Una verdadera pena pensar el cine en esos términos y una gran tristeza que los espectadores se dejen llevar por su fanatismo. Los superhéroes parecen agotados por el cine, pero no es así. El film de El Capitán América, el anterior a este proyecto, era bastante bueno. Ni hablar de los héroes fuera de Marvel como Batman, que desde hace años viene protagonizando grandes películas. La próxima vez –y me temo que habrá próxima vez– deberían poner menos héroes y mejores villanos, y construir un relato coherente, como el objetivo fuera hacer una buena película, no saquear los bolsillos de los espectadores del mundo. Por lo pronto, el personaje que merece una nueva relectura –en base a los visto acá– es Hulk. Su humor, desubicado en la película es, irónicamente, lo único que despierta dentro de este proyecto que nació falso y poco inteligente.
Animación con inteligencia y humor Con el disparate como estrategia principal, la nueva obra de Peter Lord recobra lo mejor de la animación en stop motion. La técnica y el lenguaje depurado conforman un film muy divertido para grandes y chicos. Peter Lord, el director de ¡Piratas!... ya había entrado en la historia del cine de animación por haber fundado nada más y nada menos que los estudios Aardman, en Inglaterra, donde nacieron personajes como Wallace y Gromit, y donde el propio Peter Lord dirigió Pollitos en fuga. Animaciones en stop motion (cuadro a cuadro) para personajes en plastilina han sido su mayor identidad visual y sus películas logran, incluso en la era digital, deslumbrar por su belleza e inocencia a los espectadores de todo el mundo. ¡Piratas! Una loca aventura es otra comedia de aventuras del estudio que mantiene la base de los personajes en plastilina y le agrega fondos y efectos (como el océano) más modernos tecnológicamente. El resultado es impactante, pero no sólo por la técnica, sino por la capacidad de Lord de construir un film con un lenguaje depurado, bello. Estéticamente más rico que el común del cine comercial contemporáneo. El Pirata Capitán (en inglés la voz de Hugh Grant) es un pirata fracasado, con un grupo de leales –y estrambóticos– marineros más un ave fiel que completa la imagen más depurada de los piratas. La Reina de Inglaterra es su peor enemigo y el desdichado Pirata Capitán no tiene tampoco entre sus colegas el respeto o la admiración que él sueña. Pero los vientos están a punto de cambiar y al cruzarse con un científico algo loco, el Pirata Capitán comienza a soñar con la posibilidad de alcanzar su máxima meta: convertirse en “El pirata del año”. Esta base disparatada es el punto de partida del film, pero hay que decir que, siendo leal a los libros de Gideon Defoe en los que se basa, el disparate aumenta porque el científico es el mismísimo Charles Darwin. Él y su mayordomo mono se enredarán con los piratas y se cruzarán con otros personajes como Jan Austen y hasta el mismísimo Hombre elefante. No es fácil lograr que una comedia que apunta principalmente a los niños haga reír con inteligencia a un adulto, pero esto ocurre con ¡Piratas! Los chistes son inteligentes, divertidos y de una sofisticación poco habitual. Hay en eso una coherencia. La película de Peter Lord tiene un altísimo nivel estético, y una imaginación visual refinada y su sentido del humor es equivalente. Esto, que quede claro, sin perder nunca el objetivo de ser una película para todo público y conformar a los espectadores de todas las edades.
Potencial alto, pero resultado pobre La película original fue un éxito de taquilla, lo cual provocó secuelas y derivados. Ahora llega la cuarta parte, llena de clichés. American Pie provocó en el momento de su estreno, no sólo un éxito de taquilla sino también un renacimiento de la comedia de humor sexual adolescente. Y lo de adolescente no iba por los personajes, sino por la forma en que estaba encarada la historia. A esa película mediocre le siguió otra peor y, sorpresivamente, una tercera parte que por lejos fue la mejor de la serie. Luego aparecieron derivados que utilizaban la franquicia en películas para el mercado del consumo fuera del cine. El reencuentro era lo único que faltaba y aquí llega. La fórmula es la misma, los personajes son los mismos y la mayor cantidad de diálogos y situaciones graciosas dependen de que el espectador conozca los films anteriores. Si no los conoce, las risas se van a reducir considerablemente, con series posibilidades de llegar a cero. Las cosas son tan forzadas que la clase 1999 se reúne para el aniversario número 13 de egresados. Algo absurdo que el guión debe explicar para poder arrancar. Y arranca y es una larga serie de lugares comunes del imaginario social. Pasa por todos los clichés y no se saltea ni uno solo, lo que a esta altura parece una falta de respeto para el espectador. El potencial del reencuentro era alto, pero el resultado es pobre. En cuanto a los temas acerca de la nostalgia y el paso del tiempo, estos estaban mucho mejor aprovechados en la tercera entrega de la serie, donde a pesar del humor guarro y pícaro, se asomaba un dejo de lucidez que aquí se ha convertido en simple pobreza de guión. Algunos gags son obviamente ofensivos y una vez más la mirada sigue siendo algo primitiva y precaria. En ese aspecto, el personaje que siempre se va a destacar es el de Stifler (interpretado de forma brillante por Seann William Scott) cuya incorrección política desaforada es lo más potente que la película, por su autenticidad y riesgo. Los demás no van mucho más lejos que una telenovela o una comedieta ya pasada de moda. En esta época en la que los reencuentros son moneda corriente, American Pie: el reencuentro (como la vida) demuestra que lo que se ha dejado atrás, por algo es y ahí debe permanecer. No hay ningún motivo para ir al cine a ver esta película. Con suerte en alguna jornada de cable podamos reírnos con Stifler o con la vergüenza ajena que provoca siempre el papá de Jim. El resto no importa.
Dos personajes en busca de un mejor guión El regreso de Diego Torres a la pantalla grande cuenta con buenas actuaciones, pero una historia que no cierra bien. La comedia romántica es un género complicado. Porque además de la comedia, le tiene que agregar la historia de amor. Es decir que debe equilibrar las risas con la emoción y no perder el rumbo a pesar del cambio de tono. Si a eso se le suma una historia policial, entonces ya son tres las cuerdas que hay que ajustar. Y ajustarlas por separado ya es de por si difícil, pero juntas es una tarea realmente compleja. No se puede decir que Extraños en la noche sea un film que intente abarcar demasiado, ya que a pesar de todo lo que le falta para funcionar, igual tiene la acción totalmente concentrada en la pareja protagónica. Y, a diferencia de casi todas las comedias románticas nacionales, los dos personajes protagónicos están bastante equilibrados. Aun cuando Julieta Zylberberg es proporcionalmente menos famosa que Diego Torres, la película no descuida que se trata de una historia de pareja ni se convierte en un show del actor y cantante. El problema es que el guión no funciona, que el guión es muy imperfecto y eso debilita todo el trabajo de los actores que, a pesar de su carisma, se ven obligados a lidiar con diálogos imposibles y situaciones que de tan forzadas los dejan en más de un momento en problemas. Las buenas intenciones no alcanzan. Incluso la factura técnica impecable –sonido, montaje, fotografía– no logra encontrar el film que se merece. No es fácil escribir un buen guión, pero si se llega al rodaje sin haber alcanzado un cierto nivel, toda la película se verá afectada. Extraños en la noche es prueba de esto. Una ironía final, casi una paradoja, es que los mejores momentos de la película sean aquellas en las que Diego Torres se parece más a Diego Torres. Cuando se asoma la estrella de la música popular, toda la película se ilumina. Tal vez debería retomarse la tradición de su madre, Lolita Torres, y hacer un film de puro disfrute, con canciones y humor, sin tanta vuelta. Repito, una paradoja, ya que el protagonista desprecia ese estilo musical que, justamente, lo que hace que el actor y cantante lleve gente al cine. Buenos actores secundarios –en particular Laura Conforte, Alexia Moyano y Fabián Arenillas– y bellas locaciones terminan de armar una película que no funciona porque el guión no funciona y eso empantana todo el proyecto de forma insalvable.
Un paseo por el infierno, con superpoderes Ironías de las traducciones. El film original Furia de titanes (1981) y su remake (2010) tenían como título original Clash of Titans, que significa enfrentamiento o choque de titanes. Y esta secuela de la remake tiene como título original Wrath of Titans que sí significa “furia de titanes”. Pero como ya habíamos usado ese título en castellano, hubo que agregarle un número 2. Todo esto es anecdótico y simplemente suma una confusión más para quienes estén interesados en recordar tres películas que merecen pasar al olvido. Sólo los efectos especiales, los de 1981 realizados por el legendario Ray Harryhausen, y los de este nuevo film con un nivel de realismo asombroso, permiten distraerse un rato de la pobreza casi reidera y ridícula de estas historias de dioses, semidioses y seres humanos en un marco que nunca aprovecha el potencial de las historias. La mitología en el cine no es como la mitología en los libros o en la tradición oral, en el cine todo se plasma en imágenes concretas, y por más extraordinarias que sean las historias, muchas veces se cae en el error de no remplazar las metáforas literarias por las metáforas del cine. Así que aquí tenemos una vez más a Perseo (Sam Worthington) con su papá Zeus (Liam Neeson) y su tío Hades (Ralph Fiennes) esta vez enfrentándose a la posibilidad del fin de la era de los dioses. Pero lo que empieza como una reflexión acerca de la falta de creencias en los humanos, termina simplemente en cualquier lado, en ningún lado. Es necesario repetir que algunas secuencias se vuelven insólitamente reales por la calidad de los efectos especiales. También hay que decir que la secuencia del laberinto es la promesa de lo que pudo haber sido el film. Pero el 3D lo vuelve tan oscuro que las escenas de interiores con poca luz no se pueden disfrutar como corresponde. Otra mención merecen los actores, que filmaron gran parte de la película con una pantalla verde detrás, sin ver los decorados ni el espacio gigante que los rodea en la mayoría de las escenas. Liam Neeson y Ralph Fiennes parecen particularmente en control de la situación en cada una de sus escenas y cuando están juntos dan la sensación de haberse divertido mucho con sus disfraces y sus súper poderes de dioses. La única esperanza que queda es que no exista una tercera parte, pero algo me dice que nuestras plegarias no serán escuchadas.