EL SHOW DE KATO La versión cinematográfica de la famosa serie de televisión de la década del 60 propone un juego muy interesante, en el que se trabaja a partir de la vida posterior que tuvo la propia serie, con algunos cambios y, sobre todo, con nuevos temas, que hacen del film un material más complejo que el material que le dio origen. En el origen, El avispón verde fue un programa de radio. Sus creadores, los mismos de El llanero solitario, pensaron incluso en un parentesco entre ambos, algo que hoy podría parecer insólito, pero que era plausible por aquellos tiempos. En la actualidad, con las múltiples excusas para secuelas y precuelas, tales conexiones no serían absurdas, aunque nadie se atrevería a hacer un Avispón verde ambientado en la década del 30. Inmediatamente después del show de la radio, apareció la historieta y, luego, el serial de cine. Sin embargo, para toda una generación, El avispón verde es el nombre de una serie de televisión realizada entre 1966 y 1967. Brett Ried y su compañero Kato fueron los personajes de una de las series de aquel período y hasta llegaron a cruzarse con la mismísima Batman y Robin, protagonizada por Adam West y Burt Ward. Lo cierto es que el protagonista de aquella serie, que interpretaba a Brett Ried –verdadera identidad del avispón-, era el actor Val Williams, cuyo papel más recordado es, justamente, el de esta serie. Pero quien interpretaba a Kato era –nada menos que– Bruce Lee, quien se convertiría, poco tiempo después, en una de las estrellas más famosas del mundo. Tal distancia entre la carrera de ambos, hoy nos asombra. En Hong Kong, sin embargo, el programa se llamó, directamente, El show de Kato. La historia entre Brett Ried y Kato tuvo varios puntos de evolución. Por ejemplo: en el origen, el personaje de Kato era presentado como japonés, aunque luego de Pearl Harbor, se dejó de mencionar su nacionalidad. Luego se lo identificó como filipino y, más adelante, como coreano. Cuando Bruce Lee, el actor americano cuyos padres eran oriundos de Hong Kong, representó el papel, la identidad de Kato volvió a tornarse complicada. Por supuesto, en la nueva película, Kato vuelve a ser japonés. El tema racial cobra una fuerza particular y se convierte en uno de los elementos más curiosos del film de Michel Gondry. Las versiones de héroes y superhéroes se han multiplicado, y cada nueva aproximación a estos personajes suele ser un desafío que, si se ve recompensado en la taquilla, parecería que dejan de importar sus méritos artísticos. La mayoría de estos proyectos transita por la medianía, muchas veces, por la simple mediocridad; otros nacen con aires de clásicos, como los Batman de Christopher Nolan. Pero hay un tercer grupo, el de los que no pisan sobre seguro, los que no se salen de la media y renuncian tanto al éxito seguro como a la gris pulcritud del que no arriesga. En esa categoría es sencillo convertirse en un film maldito, casi negado, como pasó con el interesante y hasta provocador Hulk de Ang Lee, cuyos méritos de puesta en escena, montaje y aires de melodrama cayeron muy mal. Ahora otro proyecto clase A cae en manos de un director inusual e inesperado para esta clase de films. Pero esta vez, pese a que la crítica ha ignorado y maltratado al film en su país de origen, la simpatía de la película ha provocado que corriera mejor suerte con el público. El francés Michel Gondry es uno de los grandes realizadores de video clips de la historia (algunos brillantes, otros bastante aburridos) y, como director de largometrajes, entregó un film extraordinario: Eterno resplandor de una mente sin recuerdos. Para muchos, un proyecto como El avispón verde puede ser un retroceso, pero a juzgar por los otros films de su carrera, se podría afirmar que éste es su segundo film en importancia. Un film felizmente raro, inusual, pero divertido, lleno de humor, con buenas ideas y grandes momentos de acción. Brett Ried ya no es el héroe de una serie de televisión sin ironía. Acá, Brett Ried –luego, El avispón verde- es un joven irresponsable, infantil, impulsivo, inculto, sin ambiciones más allá de la de ser un niño mimado por un padre con mucho dinero. La vida lo coloca frente a una dura prueba de la que, contrario a lo que uno puede esperar, él no parece salir airoso. El actor que lo interpreta, Seth Rogen, ha sido en su carrera bastante parecido al personaje que acá interpreta. A partir de esto, la película se transforma automáticamente en una comedia. Entonces, a ese inepto, maleducado y mediocre personaje se le cruza en su camino un sirviente de su padre, Kato, que es exactamente lo contrario a él: inteligente, educado, culto, agradable, con infinitas habilidades y una tenacidad y disciplina admirables a la hora de llevar adelante sus objetivos. Como si se tratara de una forma de justicia poética retroactiva, Kato ha dejado de ser el fiel ayudante para convertirse en el cerebro de todo. Y a partir de esto, se abren dos de las subtramas más interesantes de la película. Por un lado, El avispón verde muestra una inquietud acerca de la sociedad occidental con respecto a Oriente. Hace unos años, Ridley Scott dirigió un gran film, llamado Lluvia negra (1989), que lograba captar cierta perturbación frente a los valores cada vez más evidentes de Oriente y la decadencia de Occidente. Allá el héroe lograba reivindicarse, acá el camino, si bien es de comedia, se complica bastante. Mientras el joven heredero de un pasado de poder y valores entrega todo al desastre, la prepotencia, la estupidez y el descontrol; su compañero de aventuras es una máquina de acertar y obtener logros. Donde falla el joven americano, el japonés tiene una efectividad asombrosa. Una vuelta de tuerca que no terminó de convencer a la crítica americana. Aun más, el editor del diario que Ried hereda está interpretado por Edward James Olmos, el más latino de los actores latinos, y a lo largo de la trama demuestra que es él, y no Reid, el capacitado para llevar adelante la empresa. Latinos y orientales son capaces de cumplir con su trabajo de forma inteligente, profesional y honesta. Podríamos decir que Lenore, una periodista inteligente y culta, termina de completar el cuadro. Ried la subestima desde el comienzo por ser una mujer bella, pero finalmente ella demuestra saber mucho más que él sobre las noticias policiales y sobre la mente criminal que Ried necesita descubrir. Interesante relectura del rol del héroe que, se entiende, debe ser tratado con humor para no producir demasiado impacto en el espectador. Aunque el impacto se produce igual, pero sin lastimar sensibilidades. Por otro lado, aparece aquí algo francamente revolucionario para el género. El avispón verde es una película en la que el villano no está en el centro del conflicto. De hecho, pasa por un costado y se cruza con los protagonistas sólo para complejizar lo ya analizado y sumarle aristas al conflicto entre compañeros y amigos. Lo mejor que tiene el villano es su incapacidad para entender la banalidad superficial del mundo que lo rodea, que le pide todo el tiempo un aggiornamiento, un estar a la moda. Todo es marketing. Produce ternura incluso ver ese conflicto en él, verlo fracasar en sus intentos de entender el mercado. El avispón verde no es una lucha del bien contra el mal. El conflicto es el de un joven impresentable que debe aprender a crecer y admitir sus serias limitaciones, y su amigo y compañero, que es claramente mejor que él, pero a la vez está abierto a compartir su amistad y buscar un camino juntos como héroes. ¿Film sin villanos? ¿Película sobre la amistad? ¿Lecciones de humildad para toda una generación? Claramente no son los temas más demagógicos del mundo, sin embargo, están muy bien planteados en esta película, una comedia de acción totalmente efectiva. Irreverente puesta al día del mundo de los héroes, original y complejo entretenimiento, todo eso es El avispón verde, una película que arriesga y consigue llegar más lejos que la mayoría.
Un ejemplar bastante perezoso La versión para la pantalla grande del reconocido personaje animado sólo triunfa en el aspecto técnico, donde los actores y los personajes de animación conviven sin problemas en medio de una trama demasiado rutinaria. El oso Yogi es una película netamente infantil y destinada a ese público. Que el mercado mundial hoy está dominado por films destinado a niños y adolescentes no es ningún secreto. Sin embargo, muchos cineastas han decidido hacer películas que antes sólo eran para niños y que hoy están armadas con varias capas que pueden ser disfrutadas tanto por pequeños como por adultos. El ejemplo de esto es claramente Pixar, que ya ha logrado que Up! y Toy Story 3 fueran nominadas al Oscar a mejor película y gozaran de una gran taquilla y a la vez de un notable prestigio. Pero esta nueva forma de tratar al cine infantil no alcanza a El oso Yogi. Por el contrario, se trata de una de esas películas infantiles que lo adultos antes sufrían mientras los niños podían disfrutar o no. Una cosa es un cine destinado al público infantil y otra muy distinta es hacer una película infantil, cinematográficamente infantil. El famoso dibujo creado por Hanna-Barbera debutó en televisión en la década del ’50 para luego tener su propio show en los años siguientes. La versión para la pantalla grande del reconocido personaje animado sólo triunfa en el aspecto técnico, donde actores y personajes de animación conviven sin ningún problema, pero fracasa en prácticamente todo lo demás. Si ya el dibujo tenía serias limitaciones y repetía ideas sacadas de otros personajes, la película va mucho más allá y se lanza a una trama tan rutinaria que bordea la subestimación del espectador. Yogi pasará de atorrante a héroe ecologista, y la historia es todo lo remanida que puede ser. La serie de Dr. Doolittle con Eddie Murphy tenía más gracias que este film, que por cierto le roba bastantes elementos. Y si bien es cierto que los niños pueden disfrutar de varios de los gags, la carencia artística de la película es tan notable que no causa simpatía ninguno de los chistes. Hacia el final, recién, un último personaje animado cobra protagonismo y le da todos los buenos chistes a la película, que no son muchos pero ayudan a sobrellevar los últimos minutos de esta breve pero eterna trama. Podríamos discutir la especie a la que pertenece Yogi, pero si los realizadores del film fueran osos, diríamos sin temor a equivocarnos que son osos perezosos.
NO ALCANZÓ LOS OBJETIVOS La interesante conjunción de dos grandes personalidades, como Angelina Jolie y Johnny Depp, y la propuesta de unirlos en una comedia romántica de intrigas no consigue en El turista resultados a la altura de lo que pudo haber sido una fiesta. Las películas comerciales pueden tener un origen de exclusiva intencionalidad económica. Pero una cosa es el origen y otra muy distinta la realización del film. Johnny Depp, quien tal vez sea la estrella más taquillera de la última década, y Angelina Jolie, otra estrella gigante, juntos por primera vez en la pantalla grande. Excelente idea comercial con gran potencial cinematográfico. Ambos, ya se sabe, dos sex symbol de la pantalla, adorados por millones de espectadores en el mundo. Filmarlos en Venecia es también un interesante concepto que aporta su cuota de glamour para deleite del público. ¿Acaso no era placentero en el cine clásico ver, por ejemplo, a Grace Kelly y Cary Grant filmados en la Costa Azul por Alfred Hitchcock? Y al decir el nombre del director de Para atrapar al ladrón uno descubre qué es lo primero que falta en esta película, que tiene todo servido y no consigue, a pesar de algunos buenos momentos, dar en el tono adecuado. Lo que le falta es un rumbo estético y una mirada del mundo. El guión, pequeño e ingenioso, podría haber sido la base de una simpática y amable película, ligera pero placentera. El hombre común metido en una historia extraordinaria, un tema casualmente muy hitchcockiano y su encuentro con una misteriosa mujer perseguida por todo el mundo. Si hasta en un tren se encuentran, el medio de locomoción favorito de Hitchcock. Pero las películas, contrariamente a lo que algunos piensan cuando ven solo el dinero, no se hacen solas. Así, cada escena tiene todo para convertirse en algo bueno, pero se pierde irremediablemente. Angelina juega muy bien su papel, sin embargo, el director no supo cómo guiar a Depp por las complejas variables de guión de su personaje. Pero no es sólo culpa del director, la verdad es que el problema del film es que el hombre común no es tan común y por eso traicionan el costado más divertido de la película. A pesar de ser una superproducción internacional, algunas escenas resultan torpes y hasta baratas. Ni son una evocación artificial del cine clásico ya mencionado, ni son tampoco algo fácil de tolerar por un espectador actual. Si el director, conocido mundialmente por la famosa película La vida de los otros, ganadora del Oscar a mejor película extranjera, tuvo poco o mucho control del proyecto es difícil de saber. Sí queda claro que la mayor responsabilidad recae finalmente sobre sus hombros, más allá de que lo hayan dejado trabajar bien o no. Pero no hay que remitirse a la edad del oro del cine para buscar algo mejor que El turista. El año pasado se estrenó Encuentro explosivo, con Tom Cruise y Cameron Diaz, una disparatada y divertida película que, a diferencia del título aquí analizado, es fiel a un estilo, un tono y unos personajes. En su afán de sorprender, El turista remata con la misma falta de gracia con la que se desarrolla casi toda la trama, y más allá del carisma de los protagonistas –y algún buen chiste con el idioma-, hay que decir con decepción que este encuentro ha sido cualquier cosa menos explosivo. La realización de buenas películas no es soplar y hacer botella, requiere un poco más de inteligencia y sentido estético de lo que aquí se puede ver.
Entretenimiento a toda máquina Con el acostumbrado despliegue visual de los films de Tony Scott, llega este thriller en el que un experto y un n ovato deben detener un tren fuera de control. Con Denzel Washington, Chris Pine y Rosario Dawson. El director de Imparable es Tony Scott, y este no es un dato menor. Él ha dirigido films reconocidos por la taquilla y poco a poco valorados por la crítica. El ansia, Top Gun, Días de trueno, Marea roja, Enemigo público, Deja vù y su film anterior a Imparable, Rescate del Metro 123. Y si bien nunca ha conseguido un alto prestigio ni ha sido considerado un genio, la suma de sus films demostró que tenía oficio. Y que toda su filmografía demostraba un importante despliegue visual que, aun demostrando su herencia publicitaria, hacía de cada película un gran espectáculo. Imparable no es la excepción a la regla, es más bien la confirmación de todo esto. Esta vez la acción gira en torno a un tren fuera de control y dos hombres –un experto y un novato– que deben detener esa formación fuera de control. Tony Scott es el verdadero artífice de algunas secuencias de acción memorables, donde la sensación de aferrarse a la butaca puede ser literal para muchos espectadores, pero también consigue que sus actores puedan aportarle una fuerte dosis de credibilidad a sus personajes y por extensión a la tensión de toda la película. Para que las escenas de acción funcionen se necesita, sí, un director que muestre esas escenas con vigor, pero a la vez se precisan rostros para que el espectador pueda identificarse con los protagonistas y sus conflictos. En este caso, ellos son Denzel Washington, probado actor dramático y de acción– que aquí hace su quinta colaboración con Scott y Chris Pine –que viene de iniciar una nueva saga de Star Trek y que aquí prueba junto a los grandes, su suerte a futuro. Ellos dos llevan adelante la mayor parte de la trama. Scott, un director claramente populista, coloca conflictos en ambos, y los hace discutir a lo largo de la trama. Tal vez sus conflictos no estén planteados con una complejidad extrema, pero lo que se busca es dotar a estos dos personajes de humanidad. La historia, metafórica y literalmente hablando, trata sobre dos hombres que retoman el dominio de situaciones fuera de control, por un lado el tren, por el otro sus propias vidas. Con una consigna algo limitada y elemental pero directa, es fácil dejarse llevar por la trama y disfrutar del espectáculo en la pantalla grande del cine. <
Que las comedias tengan secuelas no es una novedad, pero está claro que no es lo más habitual, ya que en este género es muy difícil lograr repetir el encanto original y volver a sorprender con el humor. Sin embargo, Los pequeños Fockers (Little Fockers en el original) posee una premisa básica muy fuerte a la que le es fiel hasta las últimas consecuencias. La película es la tercera parte de una serie que comenzó en el año 2000 con La familia de mi novia y que continuó en 2004 con La familia de mi esposo. El protagonista, Greg Focker (Ben Stiller), sigue sintiéndose presionado por su suegro, Jack Byrnes (Robert De Niro), en esta ocasión por dos motivos: la educación de sus hijos y la posibilidad de transformarse en el patriarca de la familia. A su vez asoma el fantasma de la infidelidad, lo que agrega otro ingrediente a la historia. El personaje protagónico siempre es obligado a rendir examen frente a los demás y también intenta no decepcionar. En ese aspecto no es raro que los films hayan tenido éxito, ya que –no tan exageradamente, claro– esta es una angustia que las personas solemos tener en común. Las tres películas que conforman esta serie tienen un mismo tono para la comedia: por un lado apuestan a un humor de grueso calibre y, por el otro, a cierto sentimentalismo, que era muy claro sobre todo en la primera parte. En la segunda, el personaje de De Niro cobraba más importancia y complejidad. Y en la tercera entrega, la historia se sostiene con el mayor ritmo posible sin llegar a explotar prácticamente nada. Los actores vuelven a estar graciosos y, como homenaje al público que ha seguido estas historias, esta tercera parte le agrega una cuota de citas de cine que van desde Contacto en Francia a Tiburón, pasando por homenajes a El Padrino y a Scorsese, al unir, aunque sea brevemente, a De Niro con Harvey Keitel. Porque si finalmente Los pequeños Fockers se da un lujo, es el de tener no sólo a los tres mencionados, sino también a Dustin Hoffman, Barbra Streisand, Owen Wilson (en un papel de mucha mayor importancia que en las anteriores), Jessica Alba y Laura Dern. Con semejante elenco es difícil hacer las cosas mal y aunque la película no vuela alto, al menos se convierte en un rato agradable y ligero que cumple con las simples premisas que se propone. En el mejor de los casos, servirá para exorcizar algunos fantasmas familiares mediante el siempre efectivo recurso de la risa.
EL MÁS ACÁ Hereafter (Más allá de la vida, en la versión local) es la nueva película de Clint Eastwood, un director que, como los protagonistas de esta película, es leal a sus inquietudes sin especular con la forma en que éstas sean recibidas por el público y la crítica. La escena inicial de Más allá de la vida es posiblemente la mejor escena de este 2011 que recién empieza y, aunque seguramente será olvidada por la acumulación de estrenos durante el correr del año, difícilmente sea superada. La maestría de una escena terrible, gigantesca, narrada como no creo que pueda hacerlo ningún otro director actual. Clint Eastwood establece con claridad y en pocos minutos que estamos frente a una película cuya estética clásica y sobria acompañará la trama. ¿Es posible filmar una catástrofe de forma sobria? Quienes hemos visto mucho cine catástrofe podemos afirmar que nadie ha podido hasta ahora hacer lo que Eastwood hace aquí: impactar y emocionar con un material que a priori suele entregarse para el disparate estético. Sin música inicial, y siguiendo a uno de los tres protagonistas del film, Eastwood se da el lujo de hacer que la escena sea melancólica. Y esa misma melancolía será la que acompañe a los personajes principales durante el transcurso de toda la historia. Ser un buen director no es más que eso: establecer un juego, una estética y un tono en una película a través de las imágenes, con pura narración. Si el guión difiere de otras estructuras de la filmografía de Eastwood, la forma narrativa no. Hereafter toca un tema que ha servido para lograr grandes films del género fantástico, pero que produce desconfianza en los films dramáticos. Una de las características de un gran maestro es la de tocar estos temas y salir más que airoso. De hecho, el film de Clint Eastwood es tan poco parecido a cualquier otro que se haya hecho sobre el tema que no queda duda alguna de que éste es apenas el punto de partida y no el fin en sí mismo. Deberíamos poder estar más allá -no de la vida-, sino de las lecturas superficiales, para comprender que estamos frente a uno de los films más finos y emocionantes de la carrera del director. Porque hay algo que sí está claro, y es que ésta es una película con un contenido emocional importante. Hereafter necesita el tema de la vida después de la muerte y del contacto entre vivos y muertos para que el director explore lo que realmente le interesa. Y de lo que la película habla no es del mundo de los muertos, de los fantasmas ni nada de ningún otro tema místico. Más allá de la vida trata del más acá, de la vida de los que estamos aquí, de las conductas, las decisiones, los dolores y las angustias de los vivos. A la inesperadamente melancólica escena inicial, le sigue una serie de situaciones donde los tres personajes principales – George (Matt Damon, un psíquico norteamericano, Marie (Cécile De France) una periodista y escritora francesa y Marcus (Frankie McLaren) un niñez inglés- habitan en un mundo de soledad. El norteamericano se ha recluido, se ha convertido en un ermitaño porque su talento es su maldición –algo que ya hemos visto en otros personajes de Eastwood, desde Los imperdonables hasta Million Dollar Baby. La periodista tiene el mundo a sus pies, pero una experiencia cambia su sensibilidad y queda aislada de ese entorno que tanto la veneraba (así como podrían sentirse los admiradores de Eastwood frente a este film, alejados). Y el niño se ha encontrado con la soledad al perder a su hermano mellizo, con quien la vida le otorgaba una simetría que ya no está (la foto de ambos lo muestra). Para cada uno la muerte tiene un significado distinto, pero los tres quedan unidos por ser diferentes a los demás. Y la película trata de su vida cotidiana, no del otro lado. El más allá que Eastwood muestra es notablemente simple, incompleto, falto de información. Eastwood no imagina que los muertos protegen a los vivos ni mucho menos. En el único momento –emocionante, por cierto- en que esto parece ocurrir, luego es desmentido. Los muertos se niegan a velar por los vivos. “Dejen en paz a los muertos”, parece decir el film, “vivan sus vidas y olvídense del más allá”. Incluso es posible que éste sea uno de los films menos religiosos del director. Eso se debe a que, justamente, al tocar un tema cercano a la religión, Eastwood prefiere enfatizar que el tema es otro, y deja a la religión y la espiritualidad bien lejos del asunto. De la misma forma que sus films religiosos no excluían lecturas no religiosas, acá se da el caso a la inversa. Tampoco es un film anti religioso, sólo se subraya que el tema de la película no tiene que ver con eso. Otro hallazgo del film es la manera en la que Eastwood habla sobre la coherencia y reflexiona sobre el camino, no solo del individuo en general, sino del artista en particular. Incluso la publicidad que aparece en el film, en realidad, es ironizada en su falta de lealtad hacía el personaje de Marie. Hay sin duda, como ya mencionamos, algo de Eastwood en ese personaje que prefiere escribir un libro “poco serio” en lugar de concentrarse en la escritura segura –para una periodista de éxito- de una biografía de un político popular. La sensibilidad de una persona y la experiencia de vida condicionan sus vínculos y sus decisiones. Las escenas en las que Matt Damon comienza una relación con su compañera de las clases de cocina son impecables y, sin embargo, la distancia entre ambos se abre como un abismo, y deben separarse violentamente en uno de los momentos más negros y angustiantes del film. Porque si bien hay espacios de encuentros y reencuentros, la mirada del mundo sigue siendo oscura y perturbadora, como habitualmente lo es en el director. En esta etapa de su carrera, y desde sus primeros films, los vínculos humanos son la única forma de felicidad. Desde El fugitivo Josey Wales a Jinetes del espacio, desde Interludio de amor a Los puentes de Madison, Eastwood propone esas conexiones, de pareja o de grupo, que son el único refugio en un mundo gris o directamente atroz. Fue Claudia la que curó de todos sus males al malvado William Munny, protagonista de Los imperdonables. Uno imagina que la maldición que acosa a George, cesa cuando encuentra a esa persona que cura sus fantasmas y sus miedos. Un momento sublime es cuando George fantasea –no es ni una premonición ni un sexto sentido, es un deseo- el beso con Marie. El mundo de los vivos es todo lo que le importa a Eastwood, al menos en este film. Narrador brillante, Eastwood filma diferentes ciudades con una belleza abrumadora y, como lo dijo siempre Alfred Hitchcock, ubica cada ciudad con sus edificaciones más reconocidas. Para quienes no son conocedores de estos lugares, ésta es una manera muy inteligente y pragmática de no perder el tiempo con confusiones inútiles. Si Eastwood fuera confuso, tal vez estaría más de moda. Por suerte, como el mencionado Hitchcock, prefiere el cine a la moda. Agradecerá el espectador esto, como así también una visita a la casa museo de Dickens y la lectura de algunos pasajes del extraordinario escritor. Si acaso Dickens fue el modelo que tomó David W. Griffith (padre del lenguaje cinematográfico) para darle estructura al cine en sus primeros años, es una hermosa casualidad que Dickens aparezca aquí como pasión de uno de los personajes protagónicos del más grande narrador clásico del cine actual.
Otro trip por los mares de la fantasía La felicidad de descubrir nuevos mundos, de atreverse a la imaginación y permitirse el juego y la aventura, marcan una nueva entrega de esta saga, alimentada en partes iguales por la mitología grecorromana y los cuentos de hadas. La travesía del viajero del alba es la tercera parte de la famosa serie de Las crónicas de Narnia, basada en los libros que escribió C. S. Lewis en la década de 1950. Aquí la acción transcurre mayoritariamente en el mundo de Narnia, y apenas un par de escenas en la Inglaterra de 1942, durante los bombardeos nazis a dicho país. Los personajes van cambiando según avanza la historia. Lucy, Edmund y su insufrible primo Eustace son quienes acompañan al ahora rey Caspian. Del autor de las novelas siempre se supo que tenía una fuerte inclinación cristiana en sus relatos y que Aslan (el león) era una inequívoca evocación de Jesucristo. Pero también la mitología grecorromana y los cuentos de hadas han dotado a esta saga de una iconografía llena de fantasía. Y en eso, esta nueva película brilla. Habiendo ya mejorado notablemente la calidad técnica del film, al menos comparado con el primer título de la saga, quedan desde el comienzo más claro del poder de la imaginación y la fantasía, para encarar a través de metáforas, las durezas de la vida en el mundo. Y si bien el veterano director Michal Apted (La hija del minero, Gorilas en la niebla) no consigue que la puesta en escena y la narración se vuelvan apasionantes, al menos queda, en cada escena, la felicidad de descubrir mundos nuevos, de atreverse a la imaginación y permitirse el juego y la aventura. Este film podría ser tanto el cierre de la serie como simplemente la llegada a la mitad de la misma. La pobre aceptación que tuvo la segunda película hizo que Disney se distanciara de la misma y muchos han considerado que posiblemente esta sea la última adaptación que se haga de los libros de C. S. Lewis. Sin embargo, podría citarse al propio autor, que se refería así a su propia experiencia: “Cuando escribí El león, la bruja y el ropero, nunca pensé que escribiría más. Luego escribí El príncipe Caspian como una secuela, y seguí sin creer que habría más libros. Y cuando terminé La travesía del viajero del alba, estaba convencido de que sería el último. Pero me di cuenta de que estaba equivocado.” Hay cuatro libros más sin adaptar (incluido El sobrino del mago, que es una precuela) y espectadores nuevos por cautivar. Si hay algo que cabe reconocerle a la saga de Narnia es su capacidad para hacernos creer en el poder de la fantasía y la imaginación.
Una propuesta antisistema Tron (1982) es una película que pasó sin pena ni gloria por las salas del mundo y, aunque parecía representar una revolución tecnológica en la inclusión de gráficos de computadora, lo cierto es que no obtuvo la repercusión esperada por Disney. Sin embargo, con los años fue cobrando un aura mítica ayudada por el éxito del videojuego. Vuelta a ver hoy, la película parece terriblemente primitiva, aun cuando se pueden adivinar sus ideas revolucionarias. Pasaron los años y la tecnología allí esbozada terminó por convertirse en la tecnología base de toda película de acción y ciencia ficción. Por eso Tron: El legado está a años luz de su predecesora. Se podría decir que incluso la deja en ridículo en la comparación tecnológica, pues sería como comparar una computadora de 1982 con una de 2010. En esta secuela, el hijo de Flynn –uno de los dos protagonistas del film anterior, nuevamente interpretado por Jeff Bridges– es el heredero del imperio de su padre, pero vive traumado por la experiencia de su desaparición. Cuando un misterioso mensaje le llega desde la oficina –ya cerrada– de su padre, se abre un portal para regresar a ese mundo, ahora convertido es un verdadero universo virtual, espectacular e impactante. Además de brillar mucho más en lo técnico, hay que decir que esta secuela es más divertida que su antecesora y que consigue un poco más de naturalidad en el desarrollo de la historia. Al mencionado Bridges (en el doble papel de Flynn y Clu) y a su compañero Bruce Boxleitner (Alan Bradley / Tron) hay que sumarle la pareja de jóvenes Garrett Hedlund (Sam) y Olivia Wilde (Quorra). Ella consigue no sólo una belleza enigmática, sino también una gran actuación, él no da como galán ni tampoco conmueve demasiado. Pero pensando en que gran parte de las escenas están filmadas dentro de los trajes o espacios gigantescos, poco importa las limitaciones de este actor. También corresponde aclarar que la película busca convertirse en una clásica propuesta antisistema pese a estar creada en el corazón del mismo. Un apoyo al software libre y un mundo donde el ser humano es creador y dueño del mundo son algunas de las ideas que el film propone. Sin embargo, tampoco todas las ideas del film quedan claras e incluso hay algunas contradicciones que no parecen producir demasiada angustia a los realizadores. Una cosa es evidente, la revolución digital ha crecido de manera impresionante y Tron: El legado es la prueba definitiva de la intervención que esta ha tenido en la cultura contemporánea.
Noches de súper acción a la francesa Jean Reno encarna a un hombre que decide alejarse del mundo de la delincuencia y dedicarse a su familia. Pero todo cambia cuando sufre un ataque que lo deja agonizando y emprende una cacería para vengarse de sus atacantes. El cine de acción es para muchos espectadores sinónimo de cine estadounidense. Pero bastaría estar atento a la historia del cine francés para saber que esta cinematografía ha dado a lo largo de décadas notables exponentes del género. El policial francés atravesó modas, actores y directores, y parece tener actualmente un cierto renacimiento. A aquellos duros de antaño, como Jean Gabin, Alain Delon, Lino Ventura y Jean Paul Belmondo, le siguen hoy Gerard Depardieu, Daniel Auteuil y, en este caso, el internacional Jean Reno, recordado siempre por su rol protagónico en El perfecto asesino. El inmortal cuenta la historia de un hombre que decide alejarse del mundo de la delincuencia en el que ha estado inmerso y dedicarse exclusivamente a su familia. Claro que no es tan simple hacerlo. La película empieza con un brutal ataque que el protagonista sufre por un grupo de hombres encapuchados que lo dejan agonizando en un estacionamiento con 22 balas en su cuerpo. Pero él sobrevive y emprende una venganza para cazar uno por uno a todos los que lo han atacado. Subgénero recurrente del cine de acción del que vemos todos los años nuevos ejemplos, el cine de acción basado en un personaje que sale a vengarse parece una forma de catarsis que atrae a los espectadores una y otra vez. Claro que como toda película sobre esta temática, la venganza tendrá sus contradicciones, su precio y, también, su reflexión moral. Con notables rostros del cine francés acompañando al protagonista, sin duda, el trabajo de Jean Reno es el que logra sostener la potente y violenta trama de El inmortal. Como complemento de su figura hay una mujer policía, interpretada por Marina Foïs, que de alguna manera equilibra el hecho de estar siguiendo el derrotero de alguien que finalmente no deja de ser un ex delincuente. Si la película es efectiva en el trabajo de sus actores y resuelve con mucho oficio las escenas de acción, hay que decir que no logra mantener el interés del espectador de forma equilibrada y que, hacia el final, aunque sin nunca perder el rumbo, la resolución de la trama se vuelve anticlimática. Policial francés de acción, más cerca de la espectacularidad y de la violencia que de la construcción de climas o la profundización de temas. Sencilla y concreta reflexión sobre la sangre derramada y el círculo vicioso que esto produce.
El villano que necesitaba un héroe Con un impecable despliegue técnico, Dreamworks entrega la historia de un malvado extraterrestre que, tras derrotar a su archinenemigo de años, se aburre de la victoria y busca otro rival que resulta ser más malo que él. Dreamworks Animation le ha disputado –y a veces, ganado– la taquilla a su impecable competidora Pixar Animation Studios. Dream-works ha tenido éxitos como la saga de Shrek o Madagascar, y Pixar ha creado Toy Story, Buscando a Nemo y Monster Inc., entre otros grandes films. En éxito podrían compararse, sin embargo y a pesar de eso, el prestigio verdadero, el favor de la crítica, le da una victoria aplastante e inapelable a Pixar. Megamente parece ser la solución a esa distancia que existe entre las valoraciones artísticas que ambos estudios poseen. Se trata, sin duda, de la más elaborada de las respuestas a los éxitos de público y crítica que ha sostenido siempre al estudio con el cual Dreamworks compite. Megamente cuenta la vieja historia del héroe y el villano, pero esta vez desde la óptica del último, un adorable y torpe villano. Muchas películas han retratado la figura del héroe que necesita de un villano, Megamente cuenta la historia de un villano que necesita un héroe. Con un despliegue técnico que es lo mejor que ha dado este estudio y con un personaje protagónico realmente bien desarrollado, Megamente avanza sin el cinismo de otros films del estudio y con cierta sensibilidad un poco más acorde al film de Pixar Los increíbles. Sin embargo, luego de los primeros minutos –lo mejor de la película– Megamente comienza a mostrar la diferencia de estilos con los films mencionados y sucumbe a los defectos más comunes de los productos de Dreamworks. Un humor más bien ramplón y de dudoso buen gusto termina por emparentarla más con Shrek y Madagascar que con Wall-E o Up! Y aunque es razonable que el producto de un estudio siga fiel a la línea que este posee, lo cierto es que se les escapa la posibilidad de hacer la diferencia. Tal vez porque buscan atrapar lo mejor de ambos mundos, tal vez porque hay algo que sencillamente no pueden alcanzar. Pixar posee un clasicismo a ultranza y una poderosa fuerza narrativa a la altura de cualquier film, sea de animación o no. Dreamworks, como lo confirma Megamente, se conforma con menos. Esa idea de conformarse con menos puede hacerse extensiva a nosotros como espectadores o no. Por lo pronto sí queda claro que hay una búsqueda y un deseo de reconocerle méritos a su estudio rival. Como el propio personaje dentro de la película, Megamente sabe que lo que lo motiva y le produce su energía es precisamente su enemigo, en este caso, los siempre efectivos films de Pixar.