Ambiciosa producción, pobres resultados Kane es un héroe oscuro, destinado al infierno, que busca la redención luchando contras las fuerzas del mal. Una historia que se diluye por un guión poco consistente y una dirección que no la hace atractiva desde lo visual. Hay películas desangeladas. Esto que parece un argumento un poco ambiguo y no muy fuerte para evaluar un film es, sin embargo, algo que cualquiera puede percibir a simple vista. Hay películas nacidas para ser apreciadas y recordadas, y otras que nacen con un destino efímero, irrelevante, con la única chance de generar un pequeño culto entre algunos pocos espectadores que conecten con la propuesta y se vuelvan fieles seguidores. Cazador de demonios está basada en un relato de Robert E. Howard, autor, entre otros personajes, de Conan, el bárbaro, que fuera llevado al cine en la década del 1980. Sus libros, paridos durante a las décadas del 1920 y 1930, son prácticamente claves del género de “espada y hechicería”, que hoy se ha diversificado y abierto por numerosos caminos: literatura, historieta, cine, televisión y videojuegos. Salomon Kane es un héroe oscuro, un condenado al infierno que busca la redención en una batalla contra las fuerzas del mal, que incluso habitan en él mismo. Interesante punto de partida que queda a mitad de camino por un guión poco consistente, pero sobre todo, por un trabajo de dirección que la convierte en una película poco atractiva desde lo visual. No es uno, sino muchos los motivos que hacen de la película una producción más cercana a las limitaciones de la televisión que a las posibilidades de la pantalla grande. Hollywood sabe cómo hacer estas producciones de acción, algunas son excelentes, otras son malas, pero todas son impactantes. Cazador de demonios no es una película de Hollywood, sino europea, de ambiciosa producción, pero de pobres resultados. Todo suena a barato –seguramente más de lo que es–: desde la fotografía hasta los decorados, pasando por los muy poco efectivos efectos especiales. El protagonista, James Purefoy, también adolece de las mismas limitaciones. Tan sólo la fugaz aparición del legendario actor sueco Max von Sydow y de Pete Postlehwaite elevan brevemente el nivel para luego volver a su fallida trama. Los temas acerca de la culpa y la redención, el heroísmo y el sacrificio que la película ofrece se terminan diluyendo en imágenes pobres, sin alto vuelo. Una verdadera pena, ya que las salas que ocupa una película como esta no permiten que se estrenen otros títulos superiores que se realizan en el cine mundial contemporáneo. <
HARRY POTTER 6 Y 1/2 La primera mitad de la séptima película de la saga de Harry Potter es el ejemplo definitivo de lo alejado que está este fenómeno de cualquier criterio cinematográfico. Indiscutible para admiradores e insufrible para nuevos espectadores, la única buena noticia es que estamos a solo media película de terminar la saga. Si comenzáramos a analizar el fenómeno Harry Potter de forma exhaustiva, estaríamos confirmando la peor sospecha: el cine no importa, importa todo lo que está alrededor, el cine no es nada más que una ceremonia de cierre, no un fin en sí mismo. No hay nada de malo en crear espacios de comunión entre las personas ni que las películas sean algo importante, al contrario. Leer es una experiencia individual, ir al cine es una experiencia colectiva. El hecho de ser un seguidor fiel de la saga no es lo que aquí se pondrá en duda. El problema -la pena- es que las películas han renunciado a tener identidad propia –algo que no era imprescindible, El Padrino es un ejemplo de ello- y a respetar en exceso los libros que le dieron origen. Las películas de Harry Potter no tienen sentido sin sus libros, sus expresiones cinematográficas resultan pobrísimas en comparación con su gigantesca taquilla, su volumen de producción y los elencos prestigiosos que acompañan al trío protagónico. Harry Potter y las reliquias de la muerte, primera parte, es la mitad de la séptima entrega de la exitosa serie de películas basadas en los -no menos exitosos- libros escritos por la autora británica J. W Rowling. El primer Harry Potter se publicó –tímidamente- en 1997, en Inglaterra, y se convirtió en seguida en un fenómeno editorial mundial. Los films comenzaron en el 2001, con Harry Potter y la piedra filosofal –adaptación del libro homónimo- y llegaron a ser tan populares como los libros en los que se basaron. El último libro de la serie de Rowling llega ahora a la pantalla grande, pero dividido en dos partes. Y si bien las películas son dos, la primera no está completa sin la segunda. Así que, al pagar la entrada, el espectador deberá estar advertido de que hasta que no vea Las reliquias de la muerte, parte 2 no habrá visto la película entera. Lo que sí podrá ver es la promesa del final. La serie y la franquicia terminan y la división en dos partes no hace más que generar la sensación de que decidieron duplicar las ganancias. Desde el comienzo de la película, un primerísimo primer plano del Ministro de magia anuncia una lucha que será la definitiva. Allá irán, en épocas oscuras, sin lugar donde esconderse, Harry Potter, Hermione Granger y Ron Weansley tras la pista de aquello que podrá darles la victoria definitiva sobre sus enemigos mortales. Sin duda, la saga ha conseguido un público fiel que conoce de memoria cada una de las situaciones que los films plantean. Pero para ser justos, los films en sí mismos no han logrado brillar como obras cinematográficas independientes capaces de tratar temas o desarrollar estéticas originales o complejas. Para quien no haya visto nunca un film del joven mago, este no es el momento para subirse al tren, y quienes hayan visto alguno o todos y no les hayan gustado demasiado, se puede decir que este tampoco será su film. Hasta la elección del director parece responder a la necesidad de que los films no opaquen o compitan con los libros. Algo que sin duda terminarán pagando los espectadores de cine. Harry Potter y las reliquias de la muerte adolece del peor de los defectos de un film: aburre. Y si bien el aburrimiento es una categoría muy subjetiva, lo cierto es que el relato –incompleto, recordemos- avanza sin demasiado brío, con pocos momentos climáticos y con una falta de criterio visual que no le permite, como ya quedó claro, cautivar a quienes vayan a ver un solo film y deseen entenderlo o interpretarlo como tal. Por el contrario, los seguidores de la serie ya han llegado lo suficientemente lejos como para detenerse ahora y ellos, tal vez, lograrán emocionarse con algunos pasajes del film. El elogio excesivo a la oscuridad del film es un nuevo lugar común de la crítica internacional. Un nuevo método para valorar películas: la oscuridad es directamente proporcional a los méritos artísticos del film. La casi total ausencia de humor en el relato no mejora la seriedad del film, sino que le agrega un molesto tono solemne. Sí, son tiempos oscuros, pero acaso ¿eso nos obliga a tener que ser tan solemnes? Esa solemnidad es la manera a través de la cual, posiblemente, los realizadores del film intentaron cubrir la irrelevancia de todo lo que aquí ocurre. Harry Potter y las reliquias de la muerte: Parte no es una creación, no hay arte aquí. La película es la sombra de un libro, es la felicidad de sus seguidores, pero el cine faltó a la cita. Ni siquiera fue invitado.
VOLVER A EMPEZAR Una mujer decide comenzar su vida de nuevo y cortar con todo lo anterior. La excusa es una infidelidad del marido, pero el motivo real es más profundo y complejo. La película está a la altura de sus ambiciones pues extende la sensibilidad de la protagonista y sus angustias a toda la puesta en escena. Las primeras imágenes del film parecen propias de un film noir. Por ser un film francés, sería un polar, un film noir hecho en Francia. La banda de sonido acompaña esa sensación. Un auto sigue a otro bajo la lluvia. Por el espejo retrovisor vemos –igual que un film noir- los ojos de la protagonista. Es una escena tensa. La protagonista es Isabelle Huppert, una actriz ideal para el misterio, para la tensión, para la ambigüedad. A lo largo de casi cuarenta años de carrera, Huppert ha podido desarrollar personajes cuyas caracteristicas encajan perfectamente con ese misterio que encierra el rostro de Ann. La película no tiene prólogos, arranca con el estallido de una crisis. Ann descubre una infedelidad y eso detona un conflicto latente. Un cuestionamiento existencial que llega hasta las raices mismas de la protagonista. Ann decide, entonces, terminar con todo. Si acaso habita en el ser humano la fantasía de hacer un corte abrupto con todo e irse lejos para desprenderse de sus conflictos, la película Villa Amalia va un poco más allá. Lo que habita realmente en el planteo del film es una pregunta acerca de la escencia de una persona. Lo que Ann parece explorar es justamente eso, la pregunta que se hace es: ¿Quién soy? ¿Qué soy? Y a lo largo de la trama va recorriendo diferentes situaciones, viviendo cosas que parecen contestar parcialmente a ese pregunta. ¿Es una persona su matrimonio? ¿Es una persona su casa o su auto? Claro que hay respuestas que son obvias, que cualquiera podría, al menos en teoría, contestar sin problemas. Pero otras son mucho más complejas y sumadas invitan a reflexionar acerca de su propia existencia. Así, la familia, la pareja, la vocación, la nacionalidad, la religión, la inclinación sexual, la ropa, el nombre, todo en la película parece poder ser separado del núcleo mismo del ser. Todo eso nos delinea, pero no es la esencia. ¿Si cambio de nacionalidad cambio de ser? ¿Si no conservo mi nombre y mi religión ya no soy yo? En un momento se arma un rompecabezas en el film y esa metáfora debería ser tomada en cuenta como manifestación de esas muchas partes que conforman nuestro ser. El camino que Ann elige resulta placentero e inquietante a la vez, como lo son, después de todo, las formas de libertad individual que Villa Amalia desarrolla. Una y otra vez la protagonista se sumerge en el agua, espacio de paz y tranquilidad para ella. El agua podría, representar formas de pureza, así como un metatórico –y sólo metofórico- regreso al estado anterior al nacimiento, donde habría una esencia que no sería afectada aun por los elementos que luego de nacer comenzamos a sumar con nuestra experiencia de vida. Del agua será rescatada Ann en un momento y verdaderamente será este un nuevo nacimiento que la encuentra con nuevas esperanzas en el futuro. Estos cortes con el pasado –especialmente bella la caricia con la que despide de su padre- que van inquietando por momentos y generando expectativas por el otro, no son otra cosa que la forma en la cual el film muestra la figura de su protagonista. Este cortar con todo no es otra cosa más que recortar, que explorar cuales son los límites de nuestro ser. Donde terminan los demás y empezamos nosotros, donde culmina nuestra naturaleza y comienzan los condicionamientos exteriores. A juzgar por el final del film, Ann podrá no haber encontrado las respuestas que buscaba, pero ya no está como al comienzo del film. La oscuridad y la crispación del comienzo han sido reemplazadas por un luminoso exterior y una ventana abierta al sol y al mar. Ann Hidden (Hidden es escondido en inglés) se ha dejado de esconder y ha empezado a ver la vida de frente. La luz del plano final así parece demostrarlo.
Los muchachos se entretienen Altamente escatológica, por momentos ofensiva y sin ningún tipo de hilo narrativo, esta tercera entrega basada en la exitosa serie televisiva de MTV es por momentos simpática y tiene algunos méritos en la utilización de la tecnología de 3D. Jackass fue una serie de televisión ?del estilo reality? que produjo MTV entre el 2000 y el 2002. Un grupo de dobles de riesgo y/o amantes del deporte extremo realizaban pruebas absurdas y peligrosas. Algunas de las cuales se vinculaban con el deporte extremo; otras eran simples humoradas escatológicas o dolorosas. Jackass 3D es el tercer largometraje de cine que se hace a partir de la serie y ?debido a su gigantesco éxito en los Estados Unidos? posiblemente no sea el último. El humor de la película, en este caso, es altamente escatológico. Para muchos espectadores puede llegar a ser algo que jamás hayan visto, por lo que deben ir prevenidos. La película es, por momentos, ofensiva; por otros, simpática. Las risas incluso son, en algunas escenas, falsas y sobreactuadas, ya no tan sinceras como solían ser en el reality orginal. No hay un hilo narrativo ni crecimiento dramático, son sólo bromas y alguna cámara escondida. La elección de estas bromas y estas cámaras no parece responder a ningún criterio. Es necesario, sin embargo, reconocerle algunos méritos. El primero es de carácter formal. La utilización del 3D que la película hace es totalmente funcional al estilo de la serie y no se puede decir que no esté aprovechado, al contrario. Se trata, sin duda, de una de las películas que mejor encara este recurso. El otro mérito que hay que reconocerle es el espíritu de libertad que tienen las situaciones y la felicidad de los personajes. Este mérito, sin embargo, no justifica en nada la insufrible seguidilla de momentos repetitivos y de dudosa utilidad, incluso para la intención festiva del film. Pensar una película de unos eternos 95 minutos con cámaras escondidas es, a esta altura, una pérdida de tiempo absoluta. Es verdad que muchos films, supuestamente serios e importantes, desperdician tiempo y energía y no aportan mucho más. No dudo que Jackass 3D sea, de alguna manera, una respuesta a eso, pero no propone nada, más bien se entrega a la anarquía y evita así dar una mirada del mundo o del cine. Nuevamente, la mayoría de los gags del films se parece demasiado a lo peor de la televisión y el estilo de adolescentes grandotes, y el humor pesado que propone, también. No todo está mal en esta película, pero sí lo suficiente como para decir que no se justifica bajo ningún concepto someterse a un humor escatológico de grueso calibre con el fin de conseguir un par de sonrisas. El cine, incluso el de humor fuerte, tiene mucho más para ofrecer.
Otra entrega a prueba de temerarios Hoy se estrena la secuela de este ultra taquillero film de terror, que mantiene una estética similar a su antecesora, pero esta vez agrega cámaras de seguridad para registrar los eventos siniestros que acechan a una familia. Actividad paranormal (2007) fue un fenómeno de taquilla espectacular. Con un presupuesto mínimo consiguió lo que muchas películas de alto presupuesto jamás alcanzan. Con el insólito costo de no más de 15 mil dólares, el film recaudó 107 millones. No quisieron perderse, entonces, la posibilidad de seguir ganando dinero con la historia e idearon esta segunda parte que, en realidad –algo bastante evidente para quienes vieron el film anterior–, comienza antes de los eventos narrados en Actividad paranormal. El esquema es el mismo: cámaras empleadas por los protagonistas construyen la narración del film. Aquí la apuesta aumenta y a las cámaras en mano se les suman las cámaras de seguridad. El efecto sigue siendo igual: con pocos elementos se arma una historia que deja al espectador al borde de la butaca. Por supuesto que para disfrutar de la película, se deberán perdonar ciertas licencias poéticas, como el uso de la cámara en mano en situaciones de vida o muerte en las cuales difícilmente alguien quiera o pueda seguir filmando. No es irrelevante que el realizador del film sea Tod Williams, el director de la exitosa Cloverfield, otra notable película con una estética similar de personajes filmando con sus propias cámaras las situaciones vividas. Aprovechando el sencillo y universal miedo a la oscuridad, Actividad Paranormal 2 se las ingenia para asustar, y mucho, con recursos tan antiguos –y notoriamente efectivos– como una puerta que se cierra sola o un sonido que viene desde otro cuarto. Una familia se ve atormentada por una presencia en su hogar que poco a poco comienza a mostrarse amenazante, como en el primer film, pero esta vez la historia está contada y se completa desde otro lugar. No se puede adelantar nada de la trama y tampoco hay demasiado misterio detrás: todo el film consiste en explotar al máximo nuestros temores. Incluso el espectador más valiente, que no se asuste durante la proyección, sabrá que las escenas de Actividad Paranormal 2 lo acecharán en el minuto mismo en que apague la última luz de su casa antes de irse a dormir. Actividad Paranormal 2 está destinada a asustarnos, no sólo mientras la vemos, sino mucho más allá.
GRANDES VALORES DEL CINE Con un elenco espectacular y la intención de contar una simpática historia sobre los mayores que todavía dan pelea, Red se gana fácilmente el interés de cualquier espectador. Sin embargo, esta comedia de acción no consigue sostener esta idea con un buen guión o alguna reflexión o idea coherente. Un grupo de actores veteranos interpretan a un grupo de veteranos que demuestran a lo largo de la historia que cuenta la película que todavía tienen mucho para dar. A veces este tipo de films resultan dramáticos, algunos están teñidos por un sentimiento melancólico y crepuscular; y otros, como Red, tienen un clima más festivo. Los films pueden pertenecer a diferentes géneros, el aquí elegido se inscribe dentro de la comedia de acción. Un ex agente de la CIA (Bruce Willis) tiene que volver a las andadas cuando descubre que alguien quiere borrarlo del mapa, aun cuando él y su equipo ya están jubilados. La consigna es simple e irreprochable, el envase para que un buen film narre una buena historia y reflexione sobre diferentes temas. Red está basada en la novela gráfica de Warren Ellis Cully Hammer. Dentro del mundo del cómic, Red es uno de los más “realistas” y de ahí la facilidad para concretar una adaptación a la pantalla con este elenco de actores veteranos. No interesa culpar acá a esa vinculación con la historieta por las virtudes y defectos del film. Los problemas de Red son básicamente dos y van más allá de su origen. En primer lugar, la película es de una superficialidad absoluta, no es capaz, ni por accidente, de profundizar sobre los temas que el film le ofrece. Los sentimientos podrán ser enunciados, pero jamás aparecen. El humor, lejos de unirnos a los personajes, nos aleja. Y acá viene otro problema: la falta de timing. Problema del guión con diálogos falsos y poco graciosos, pero también de una muy poco lograda manera de filmarlos. Nuevamente, entonces, hay que volver sobre los actores. El protagonista es Bruce Willis, como ya dijimos, y su joven pareja es Mary Louise Parker. Él se reunirá luego con John Malkovich, Morgan Freeman y Helen Mirren. Eso no es todo: también están Brian Cox y James Remar. ¿Hace falta más? Bueno, también está Richard Dreyfuss. Pero la cereza del postre es la presencia de Ernest Borgnine, quien con más de noventa años luce luminoso y vital. Sin duda el elenco es espectacular, un buen motivo para acercarse a la película, pero a la vez, un motivo extra para sentirse decepcionado por la poca efectividad del trabajo de guión y de dirección para lograr un gran film. Con este contexto, incluso los actores ven limitado su trabajo, y por momentos –algo increíble– Helen Mirren y Morgan Freeman sorprenden por su bajo rendimiento, lo que resulta decididamente imperdonable. Por el contrario, Bruce Willis hace su trabajo de forma impecable, demostrando su capacidad para adaptarse a contextos hostiles.
Cierre perfecto e impecable comienzo Tras la pobre repercusión de la sexta entrega de esta saga, los productores pusieron toda la carne al asador para esta supuesta última parte, llena de personajes y con el atractivo especial de la experiencia en tres dimensiones. En el año 2004 se estrenó El juego del miedo (Saw era el título en inglés) y el éxito de este original y potente film de terror provocó una serie, año tras año, que llega ahora a su séptima entrega, esta vez, con el extra de ser en 3D. Cuando se hizo aquel primer film no existía el plan de generar esta saga que se ha convertido en la más exitosa de las series de films de terror. Su villano, Jigsaw (Tobin Bell), se volvió el más famoso del cine de terror del siglo XXI. Luego de la pobre recepción en taquilla de la sexta entrega de la serie, los productores anunciaron que este sería el capítulo final, y agregaron el interés extra de que sería en 3D. A las ya bastante impresionantes imágenes de los filmes anteriores, entonces, habrá que sumarle esa experiencia 3D. El juego del miedo 7 hace todo lo que puede hacer una ¡séptima! parte. Tiene autoconciencia, relaciona las situaciones con los filmes anteriores, hace regresar más personajes que cualquiera de las otras secuelas, responde algunas preguntas pendientes y finalmente da un puntapié inicial a un desenlace que, increiblemente, es un cierre perfecto a la vez que un impecable nuevo comienzo. Otro mérito es construir una historia coherente y con sentido, utilizando una vez más el recurso de la acción en paralelo (dentro y fuera de los lugares con las trampas de Jigsaw). Aunque sin duda el film es muy fuerte y serán pocos o ninguno los que quieran sumarse por primera vez a la serie o al género a partir de este film, hay que decir que la trama se entiende y que el entretenimiento está asegurado. Se pasan volando los 90 minutos de película. Eso sí, las cuentas regresivas previas a cada activación de las tramas nos llevan al límite de la tolerancia. Los seguidores de la serie se sentirán muy a gusto con todas las novedades, y si acaso hubo un secreto férreo detrás del argumento de la película, es aconsejable que quienes la vean conserven en secreto la historia, para que todos puedan jugar, como corresponde, y seguramente no por última vez, el juego del miedo al que esta serie invita.
DE ESTE LADO O DEL OTRO El segundo film de Ben Affleck como director muestra una sólida coherencia con respecto a su primer film y lo confirma como un talentoso y a la vez complejo realizador. Los temas de esta nueva película mantienen la fuerza emocional y moral que ya había mostrado anteriormente. El título original del film es The Town, y así deberíamos llamarla siempre. El cine es arte. Cada película es una mirada sobre el mundo, una reflexión sobre el ser humano. A partir de esto, hay tantas miradas como películas. Algunas son descuidadas, incoherentes, superficiales. Otras, por el contrario, son definidas, complejas, lúcidas y profundas. No es sólo una obligación, sino también un derecho, del espectador el preguntarse acerca de la mirada que el film transmite acerca del ser humano. Cuál es su moral, su ética, cuál es su filosofía. Hay films más personales que otros, hay films de género, hay otros que son el resultado del trabajo de muchos y hay también algunos que son inequívocamente personales y poseen un solo responsable final de esa cosmovisión que llega a los espectadores. ¿Qué sentido tiene salir de ver un film como The Town preguntándose detalles de lógica o del relato? No es lo que tenemos que ir a buscar al cine, eso es solo la cáscara, la superficie de las películas. Hay superficies más bellas o menos bellas, más fáciles y más áridas, pero en todos los casos existe una manera superficial de conectar con las películas y otra más valiosa de hacerlo. The Town–es emblemático el absurdo título local que le pusieron– es una película que muchos podrían ver como un policial, como una versión ambientada en el barrio de Fuego contra fuego. Y aunque esto puede en principio parecer así, es apenas en la superficie. Lo que verdaderamente diferencia a un film de otro es lo que dice, lo que piensa, lo que propone, lo que reflexiona. Y en ese sentido The Town es la antítesis de todos esos films que se auto venden con bombos y platillos para obtener premios. No es que sea un film de perfil bajo, pues no lo es, sino que es un film que no se la pasa señalando los temas que el espectador y/o el crítico (el crítico es un espectador) deberán debatir a la salida. Y eso, hoy por hoy, con el ritmo que llevan los medios y la ligereza con la que se vive la experiencia cinematográfica es un acto de valentía y una declaración de principios. The Townes un film personal, que se lanza de lleno a dilemas éticos y morales como pocos films lo hacen y que además está filmado como un espectáculo cinematográfico de alta calidad y buena dosis de entretenimiento. The Town, al igual que Gone Baby Gone (Desapareció una noche, el anterior film de Affleck), es una película sobre dilemas morales. Sin embargo, a diferencia de muchos cineastas que se escudan en “dejar decidir al espectador”, acá el director dice lo que piensa y coloca a su personaje protagónico frente a decisiones que éste toma sin esquivar, y que definen finalmente la moral del film. Ben Affleck puede ser muchas cosas, pero por lo pronto es un cineasta que expone su manera de pensar, arriesgándose a la aprobación o desaprobación del espectador, pero jamás especulando con caerle bien a todos. The Town es a la vez un film sobre la lealtad y sobre los códigos, pero también sobre cómo los valores de cada uno muchas veces pasan por encima y por debajo de esos códigos. Los códigos nefastos no son aquí reivindicados ni ensalzados. Como en la película anterior de Affleck, otra obra maestra, acá el entramado moral tiene muchos matices, diferentes dilemas que enriquecen y nutren a una película ambiciosa y brillante. El film transcurre en Charlestown, un barrio dentro de Boston, un espacio donde abundan los ladrones de bancos, donde la moral interna del barrio difiere de la moral de la sociedad en su conjunto. En ese marco, por supuesto que los códigos necesariamente tienden a ser más férreos y por lo tanto más valiosos para el drama cinematográfico. No es un film sobre ladrones de bancos, es un film con ladrones de bancos, gran diferencia. Con un aura trágica dictada por el primer robo –con fallas– que se produce, presenciamos al empezar la película el comienzo del fin. Profesionales al máximo, herederos de una tradición, en este primer robo el sistema que los contiene y lo asfixia sufre una grieta que se irá ampliando a lo largo de toda el film. Una grieta se abre entre Doug (Ben Affleck) y James (Jeremy Renner), el primero atormentado por una madre que lo abandonó y un padre preso, el segundo hundido en el resentimiento y la violencia. En ese primer robo suena una alarma para Doug, literal y metafóricamente. Y la que acciona esa alarma –literal y metafórica– es Claire (Rebecca Hall), la gerenta del banco. Aunque no le hacen daño, se la llevan con ellos por seguridad. La abandonan luego frente al río, donde le dicen que no descubra sus ojos hasta que el agua toque sus pies –en muchas culturas, un símbolo de purificación. Sin embargo Doug, imaginando que la policía iniciará una investigación, decide acercarse a ella para ver cuánto sabe. Pero ese acercamiento a un ser puro es la forma en la que Doug busca separarse de sus compañeros, diferenciarse de ellos y tomar un nuevo rumbo. Entonces este vínculo que surge entre ellos obviamente entra en frontal oposición con respecto a los códigos de lealtad del barrio y de los ladrones. Como en la película anterior de Affleck, el dilema crece, ya que aquí James podrá ser un personaje violento, pero Doug le debe la vida. Doug siente afecto por sus pares, son su gente, pero a su vez, la alarma una vez que suena despierta en él una conciencia que ya no podrá acallar. Son varios los personajes con dilemas en el film y cada uno deberá tomar una decisión límite. Todos son puestos a prueba. The Town, como Gone Baby Gone, es un film también de fuertes ideas religiosas. La frase que le dice el padre a Doug cuando se despide de éste en la cárcel es significativa: “Nos veremos, de este lado o del otro”, luego la misma frase se repite al final, cuando Doug se la dice a Claire. En ese final queda claro que los actos tienen una consecuencia. Qué cada decisión lleva a un resultado y aunque la frase es literal en el film y se aplica a situaciones concretas, no queda esto invalidado si lo leemos como una idea de un más allá en donde nos volveremos a reunir. Y de un lado o del otro parece apuntar a una diferencia entre justos y pecadores. Por el contrario, quitándole la connotación religiosa, queda claro que en el film hay muchos espacios que dividen a las personas. Que ese lado o el otro son los caminos que se abren a partir de cada decisión y, al ser Ben Affleck un cineasta profundamente moral, no hay duda de que este es un tema capital en su aun breve pero extraordinaria filmografía.
Amigos y enemigos bajo la misma red Hoy se estrena el film de David Fincher que narra la historia del fundador de Facebook. Basada en hechos reales, cuenta cómo se construyó el fenómeno y las intrigas que se generaron en torno a Mark Zuckerberg. Facebook es un fenómeno mundial que tiene más de 500 millones de usuarios en todo el mundo. Con indudable pericia, Hollywood decidió construir un relato sobre el nacimiento de esta red social a partir de su creador y los juicios que le hicieron quienes se consideraban los verdaderos autores de esta idea. Para armar la historia, se basaron en el libro La fundación de Facebook, una historia de sexo, dinero, genio y traición, escrito por Ben Mezrich. Con una trama que mezcla presente –el juicio– y pasado –el origen de la idea–, el film avanza sin problemas, generando en el espectador expectativas que finalmente no logra satisfacer. El realizador elegido para filmarla fue el polémico David Fincher, director de Alien 3, Pecados capitales, El club de la pelea, La habitación del pánico y El extraño caso de Benjamin Button. Fincher, hoy a cargo de las tres versiones estadounidenses de Millenium, no mantiene aquí su identidad visual. Filmada con particular impericia, casi irritante en la forma ridícula con que los diálogos están montados, Red social es por lejos la menos interesante y menos efectiva de las películas de David Fincher. El director está entregado a las trivialidades de un guión de manual, que amenaza con decir siempre algo importante, pero se queda en la superficie. Fincher se pierde una vez más en chiches técnicos inútiles (dos gemelos son interpretados por el mismo actor, mediante infinitos efectos especiales) y le resulta imposible profundizar. Por momentos, algunos diálogos son directamente bochornosos por su obviedad. Con todos los lugares comunes de las películas biográficas, pero disimulando su origen de género, debe finalmente aferrarse a la única y pequeña idea del despecho para darle sentido a algo que ni el director ni el guionista logran finalmente entender. Uno de los fenómenos más importantes de los últimos años no encuentra en Red social reflexión alguna. Hicieron la película para aprovechar el éxito pero sin saber muy bien el motivo por el cual la hacían. Si acaso Zuckerberg inventó algo que cambió el mundo, los realizadores del film hicieron una película que no aporta absolutamente nada a la historia del cine.
VIGILAR Y AMAR Un inmenso y tierno guardia de seguridad observa a una de las empleadas de limpieza desde los monitores de su oficina. Minimalista en los recursos, pero inmensa en los sentimientos, Gigante es una inusual y, a la vez, arquetípica historia de amor. El cine está lleno de convenciones, tantas que ni siquiera pensamos en ellas. Pero ahí están, marcando cada minuto de nuestra experiencia como espectadores. Las convenciones son absurdas, aunque como tales forman parte de nuestro imaginario. Así, una historia de amor en los lugares más absurdos y remotos, o formada por los personajes más insólitos y lejanos a las conductas humanas, es aquella con la que nos identificamos con mayor facilidad. Y eso no está mal, al contrario, es una de las posibilidades que nos brinda el arte cinematográfico. Lo curioso es que luego, cuando aparece un film como Gigante –en definitiva una película perteneciente al cine romántico-, nos parece rara, inusual, con personajes “diferentes”. Diferentes a la historia del cine, pero no a nosotros mismos. Lo que sin duda es distinto, es la apuesta visual para el género, pero tan solo eso. Porque el director consigue transmitirnos los sentimientos del protagonista con absoluta claridad, como lo han hecho todos los cineastas que han contados historias de amor en el cine. Jara (Horacio Camandulle) es un guardia de un supermercado que se encarga de vigilar el negocio, a través de las cámaras de seguridad, durante la noche, ese momento en que el lugar se convierte en otro mundo, secreto, privado, en el que hay solo unos pocos empleados: los que limpian o los que cuidan. Entre las personas que limpian está Julia (Leonor Svarcas), y Jara -desde un evidente espacio voyeur- se enamorará de ella. Pero Jara, aun con su intimidante aspecto por su altura y su peso, es uno de los personajes más tiernos que haya dado el cine de los últimos años. Todas las oportunidades que el film tiene las aprovecha para describirlo como un ser amable, sensible, noble, cuyos únicos arrebatos de violencia los manifiesta cuando la mujer a la que ama se encuentra amenazada o es insultada por alguien. Bellísima historia de amor contada con los recursos minimalistas propios del cine independiente. Gigante no cae en ningún momento en los vicios de esta clase de cine, sino que se sirve exclusivamente de sus virtudes. Realizada por un argentino radicado en Uruguay, la película es fiel al país donde fue filmada. Sin llegar al absurdo de Whisky (otro film uruguayo notable) y explorando más los sentimientos, ambos films poseen, de todos modos, ciertos elementos en común con respecto al retrato de personajes. La diferencia más notoria está en el protagonista. La postura física de este callado y buen guardia enamorado, fan del heavy metal, es casi tan expresiva como su mirada. En los ojos de Jara –él observa durante todo el film- está el gran secreto de Gigante. Y es que en cualquier lugar del mundo, en cualquier época y más allá de todas las convenciones, las personas enamoradas se parecen.