Cuando el rojo no es tan profundo La Cumbre Escarlata (Crimson Peak) es otra marca en la lista del fanboy Guillermo Del Toro. Película de terror gótica con casa embrujada, check. Debo confesar que comparto las afinidades del director mexicano. Su manejo de la ciencia ficción, el fantástico y el horror, resulta hoy una de las cosas más gratas a nivel industrial. Por eso disfruté de La Cumbre Escarlata. Pero también, me dejó a mitad de camino. Al igual que en Titanes del Pacífico, se percibe cierto recorrido superficial del género. En su aventura de robots vs monstruos existía un espíritu juguetón (casi se podían ver las manos del director chocando los bichos gigantes) donde lograba apropiarse del kaiju y el animé. Utilizaba su liviandad para el entretenimiento. Entonces, las falencias del guión y las actuaciones pasaban a ser un elemento más de ese parque de diversiones. Lo esquemático jugaba a favor: era una película de robots y monstruos, no de humanos. Una de peleas al ritmo de un riff de guitarra. El amor de Guillermo por el fantástico rinde frutos. Y aún con ciertas falencias, La Cumbre Escarlata resulta magnética. Uno de sus mayores aciertos viene de parte de sus actores. Hiddleston como Thomas Sharp es un héroe byroniano: conflictivo, oscuro, enigmático, sensual, romántico. El sueño húmedo de cualquier adolescente que ame andar vestida de negro. Jessica Chastain como su siniestra hermana Lucille está a la altura. Tanto cuando esta contenida como desencadenada, es un elemento de tenso deleite. El centro del relato es Edith Cushing, una Mia Wasikowska que por fortuna no falla. La australiana puede ser sumamente inexpresiva con una dirección equivocada (vean Alicia en el País de las Maravillas para descubrir lo mal que puede estar), en este caso logra empatía y sensualidad. Lo más flojo es Charlie Hunnan. Un paquete que ya había demostrado su escaso carisma en Titanes del Pacífico. Acá repite en ser la nada misma, por ahora no encuentra su lugar en la pantalla grande el rubio de Sons of Anarchy. Y por último: la casa, La Cumbre Escarlata. Bellamente construida, se siente la felicidad del director mexicano en la edificación de ese infierno personal. El flagelo de La Cumbre Escarlata es su refinamiento visual, un cuchillo que se hunde pero no cercena la carne. Otro tema es la historia que se elige contar. El desarrollo de los acontecimientos y el misterio a develar nunca nos traspasa la piel. El flagelo de La Cumbre Escarlata es su refinamiento visual, un cuchillo que se hunde pero no cercena la carne. Falta el terror visceral, la angustia de un tormento endiablado. Aún con la solidez de sus actores, nuestros sentidos permanecen imperturbables. Quizás en eso tenga que ver cierta ausencia de textura hemoglobínica. Presa de su amor por el género, las referencias (hay dos claras a The Changeling/Al Final de la Escalera) y guiños (el apellido Cushing), La Cumbre Escarlata nos deja la sensación de que pudo haber sido mucho más. Posee la convicción de un bonito homenaje, pero no logra trascender para transformarse en algo terrible, borrascoso e inolvidable.
El silencio de los corderos Shaun es un cordero desea romper con la rutina de la granja donde vive. En busca de un momentáneo lapso de libertad, termina engañando al granjero y a su perro guardián. Todo sale peor de lo planeado, y terminan el perro, el granjero y las ovejas, de viaje en la gran ciudad. Shaun: El Cordero (Shaun The Sheep Movie) no resulta una historia radicalmente novedosa. Son sus elecciones para contarla que la hacen admirable. Primero, nadie habla en la película. Cuando algún humano lo hace, resulta apenas un murmullo. Cuando un animal intenta comunicarse, ni una palabra. Destaca el talento para narrar de forma tan clara y simple. Se deja de lado el bombardeo de color y movimiento para dar lugar a una narración más límpida y artesanal. La candidez de la propuesta, así como el tono amable de lo narrado, logra transmitir el espíritu de un bello cuento infantil. Sin la urgencia del impacto ni de pasarse de rosca, maneja con simpatía una aventura que fluye con pequeños gestos, con la mirada puesta en el detalle. La candidez de la propuesta, así como el tono amable de lo narrado, logra transmitir el espíritu de un bello cuento infantil. Es que Shaun resulta una película diferente a las animaciones actuales. El estudio Aaarman, el de Pollitos en Fuga y Wallace y Gromit: La Batalla de los Vegetales, se caracteriza por un manejo magistral del stop motion. En el caso de esta última obra, además, depuran la visión actual de la pirotecnia animada. Shaun: El Cordero elige utilizar de forma destacable el tiempo y el espacio. Tanto en el ritmo narrativo, como en su austeridad visual, los directores Burton y Starzak consiguen dar aire a una maquinaria muchas veces deglutida por el frenesí sensorial. En esa idea de distraer más que entretener, se ceba a los chicos con un bombardeo multicolor sin justificación. Por eso, Shaun es bienvenido, así como el tierno discurrir de su impecable historia sencilla.
El género de terror es una bestia de mil rostros. Es el monstruo que se oculta en el pantano, el mutante caníbal, un enmascarado psicópata, algún muerto que regresó de la tumba, invasores del espacio exterior, el ser que succiona sangre. Entre todas esas variables y representaciones existe una constante: la muerte. El fuera de campo más inmenso: la oscuridad eterna, desaparecer. Ese máximo horror puede presentarse como brutal y directo. Pero en definitiva, habita nuestro espacio desde siempre. Nos va deshaciendo de a poco, sin ansia. El descubrimiento de nuestra mortalidad es algo terrible. Desde el momento que entendemos la finitud de nuestra vida, la angustia y desesperación nos toma del cogote para sacudirnos. Surge esa necesidad de la inmortalidad, la fe, la trascendencia, el legado. Te Sigue (It Follows) habla de la comprensión de la muerte. Por eso Te Sigue no desespera, posee la certeza que algún día, en algún momento, nos va a alcanzar. La historia de Te Sigue toma a Jay (Maika Monroe), una joven de Detroit que, luego de tener sexo con un chico (Hugh, Jake Weary), recibe una maldición: la de abrir los ojos y ver la muerte venir por ella, encarnada en una entidad que puede tomar la forma humana, y que la va acosar hasta finalmente poder matarla. La vinculación del terror con el sexo siempre ha tenido un lugar especial en el género. Te Sigue toma ese camino, pero a diferencia de otras, le agrega un existencialismo que hace mucho no se ve en la pantalla grande. Porque para tomar conciencia sobre esa muerte/entidad utiliza como disparador el encuentro sexual, donde uno se pierde en el otro, fundiéndose en el momento a través de lo que muchos llaman una pequeña muerte. Existe una forma de extender la supervivencia. La única forma que tiene el animal y el humano de perpetuarse es la reproducción. Aparearse con otros (para transmitir a un tercero la maldición) otorga una prórroga. Por eso Te Sigue muestra el acto sexual desapasionado, mecánico, a la distancia. Este aplazamiento de la cercanía de la muerte es temporal. Porque eventualmente, el demonio de mil caras volverá a buscarlos, sacando del camino a quien se haya transmitido. Detroit es una ciudad de fantasmas (los jóvenes de esta película podría reflejarse con los de Las Vírgenes Suicidas de Sofía Coppola), la fatalidad lo envuelve todo. En otro tiempo era la invitada a ser la gran ciudad de Estados Unidos (rivalizaba con New York a comienzos de siglo) y hoy se proyecta como una ciudad moribunda, con casas abandonadas y un porvenir cada vez más sombrío. En ese ambiente de desolación y desesperación, nuestra protagonista va a tener que enfrentar su mortalidad. Una que vendrá paso a paso por ella. Detroit se presenta perfecta para transmitir desasosiego, soledad y desamparo. Los jóvenes tienen una batalla personal (se hace muy clara con la ausencia de las figuras adultas), porque gira en un proceso para el que los adultos no tiene ojos. La vinculación del terror con el sexo siempre ha tenido un lugar especial en el género. La utilización espacial por parte del director David Robert Mitchell es vital. La cámara es inconmovible, la utilización del plano fijo para permitir el in crescendo de la tensión y la cámara de 360 grados para transmitir paranoia, son dos recursos necesarios para la idea del film. No es su intención asfixiarnos, sino mostrar que la muerte está ahí afuera, en algún lugar, esperando. En Te Sigue el conocimiento es determinante. Abrir los ojos no deja lugar para volver atrás. Por eso toma vital importancia el momento de la cita en el cine entre Jay y Hugh. Mientras esperan para entrar a la sala practican un juego. Él debe elegir una persona a la vista, ella tiene que adivinar su elección y no lo consigue. Hugh desea ser un niño en brazo de sus padres. Para él, su estado anterior a la maduración, con la incomprensión de muchos sucesos, representa un tiempo feliz. Luego, cuando él intente adivinar la elección de Jay, se demostrará que no hay regreso posible a la infancia. Situación confirmada por dos sucesos posteriores de la película. Una, cuando nuestra protagonista tenga su primer encuentro con la entidad que la acosa: intentará escapar en una bicicleta de niña, y se dirigirá a un parque, lugar de felicidad infantil. La segunda, cuando organicen un escape en auto con un vecino, el lugar seleccionado será una casa costera donde de niño solía ir con su padre. Otro intento de volver el tiempo atrás. Pero una vez más, la inocencia es irrecuperable. En el texto de El Banquete de Platón, expresado por Diotima (la misma de la frase del inicio de la crítica) argumenta que el amor es un dios (o demonio) que se mueve entre la muerte y la inmortalidad. Por eso la pareja de Jay no puede ser sino quien finalmente resulta ser. La que le puede brindar más que una relación casual, alguien capaz de enfrentar a su padre. En definitiva, aquél con quien puede ir caminando de la mano hacia el futuro, aunque (quizás) la muerte camine detrás de ellos. Porque la realidad dicta que siempre lo hará, la muerte es infinita. Solo hay que dejar de mirarla.
Si acaso hay un deporte cinematográfico, ese es el boxeo. Un cuadrilátero donde la gloria queda en las propias manos. Donde el hombre (usualmente sacrificado) se juega, no solo la vida, sino el futuro de su familia. Las historias de boxeo pueden ser imaginadas o verídicas, pero siempre son cruzadas por la desgracia y la brutalidad. Además, entregan esa idea de la batalla como posibilidad de redención con un golpe de suerte. Y como si fuera poco, es un universo infiltrado por la mafia y los abusos, la violencia cotidiana, donde cada caída puede ser la última. La gloria o el infierno. Ese abismo que se dibuja en cada película es por la que uno se siente arrastrado por la temática del sufrido luchador. Desde Rocky (Rocky, 1976), El Campeón (The Champ, 1979) y Toro Salvaje (Raging Bull, 1980), hasta Million Dollar Baby (Million Dolar Baby, 2004), El Luchador (Cinderella Man, 2005), otra vez Rocky Balboa (Rocky Balboa, 2006), y El Ganador (The Fighter, 2010), el ring siempre se vive con una intensidad cinematográfica única. La cuestión es cuando querés meter casi todo eso en dos horas sin sutileza alguna. Antoine Fuqua, director de Día de Entrenamiento (Training Day, 2001) y El Justiciero (The Equalizaer, 2014), es un tipo al que se ve le gusta regodearse un tanto en la miseria. Sus films no ahorran en situaciones angustiantes y manipuladoras. Si se puede echar sal a la herida, a darle. En Revancha (Southpaw), el toque Fuqua se ve de lejos. La historia de Billy Hope (Jake Gyllenhaal) y su meteórico descenso (posta, detona la vida de un campeón de boxeo en treinta minutos) y posterior regreso a la gloria abunda en la explotación de los lugares comunes. Es por ese exceso de clisés y golpes bajos, a través de los cuales se pretende construir un viaje descomunal de gloria-caída-redención, que uno nunca se cree por completo lo que pasa en la pantalla. Con circunstancias forzadas e impactantes, se hace difícil procesar todo el tsunami de emociones que se intenta generar. El principal problema de Revancha es la ausencia de los tiempos necesarios para asimilar los acontecimientos dramáticos. Una de las fallas más palpables de Revancha es la ausencia de los tiempos necesarios para asimilar los acontecimientos dramáticos. Duele digerir el mazacote lanzado contra nosotros con la intención de emocionar. Lo que si hay que reconocer es la confianza de Fuqua para ir a fondo con esos excesos dramáticos, su idea de no bajar un cambio logra sostener el ritmo de la narración. Aunque por mi parte, se me hizo imposible abandonar la mirada escéptica por la explotación de la vida del “boxeador”. Es cierto, uno le cree a Gyllenhaal. Lo cree tan sacado como se muestra, reconoce que puso el cuerpo para crear a este mártir traumado y desbocado. Él funciona para que nos quedemos atentos hasta en situaciones que huelen calculadas en emoción y compasión. La tardía aparición de Tick Wills (Forest Whitaker), como entrenador de barrio marginal (que enseña de la vida y de boxeo conjuntamente, un Sr Miyagi meets Morgan Freeman) para el regreso a la gloria de Billy, con su humor, y cierta conciencia de los roles jugados, permite olvidarnos un rato de la manipulación de purgatorio pugilístico. Él nos hace pensar que otra película era posible. Hasta que el director decide pegar otro golpe bajo el cinturón. Así no Fuqua. Cada uno elige su propia aventura. Yo me quedo con Rocky Balboa.
Las Vacaciones de Murphy Vacaciones (National Lampoon’s Vacation) fue un clásico de las comedia de los ochentas. La peregrinación de los Griswold para llegar al parque de diversiones Walley World estaba construida sobre infortunio y sufrimiento. Un poco más de treinta años después, en medio de este frenesí de continuaciones, reinicios y remakes, vuelve la familia Griswold. Esta vez, el protagonista es Rusty Griswold (Ed Helms), hijo Clark (Chevy Chase). Este niño grande ve a su familia dispersa, que su mujer perdió la chispa, ¿qué decide hacer? ¡Road trip! Atado a un mandato familiar, el destino de estas vacaciones será… Walley World. Una película remake/reinicio acorde a estos tiempos de ansiedad narrativa: más sacada, más incorrecta, más directa, ¿más divertida? Ésta es una road movie donde se aplica la Ley de Murphy: todo lo que puede salir mal, pasará. Algo que es fiel a aquel clásico de los ’80. Quizás este sea uno de sus defectos, la ausencia de sorpresa. Porque en esa desesperación por el gag, se pierde la construcción de personajes y relaciones. A pura viñeta (la película es una serie inconexa de eventos desafortunados), uno espera el momento desatado y salvaje, a veces, es justo y acertado, pero en otros, resulta obvio y/o burdo. Un humor que juega a los extremos pero se pierde en la idea de remarcar y verbalizar esos excesos, contando varias veces el mismo chiste, anticipando, remarcando y violentando la situación cómica. Se puede tomar de ejemplo uno de los mayores aciertos de la película: un auto de fabricación albana para realizar el viaje a través de Estados Unidos. El vehículo, su diseño y controles de manejo, son tan delirantes e inútiles como graciosos. Pero lo que funciona a la perfección, se va descalabrando, reservándole una resolución final espectacular y vacía. Lo mismo se puede decir del personaje de Chris Hemsworth (marido de la hermana de Rusty), el chiste de su estirpe de cowboy macho, y principalmente, de su pene enorme, termina repitiendo lo presentado inicialmente. Vacaciones es una road movie donde se aplica la Ley de Murphy: todo lo que puede salir mal, pasará. Otra cosa a lamentar es ver tan buenos comediantes en papeles desperdiciados. Leslie Mann y Chevy Chase se pierden en momentos intrascendentales. Charlie Day, en el papel de guía de río tiene un poco más de material. Pero si duele ver a la genial Christina Applegate (Debbie, esposa de Rusty) siendo solo una compañera del único que brilla: Ed Helms. El actor de ¿Qué Pasó Ayer? y The Office se aleja del original de Chase para crear su propio bello y retorcido personaje. Vacaciones pierde con la original. Pero al menos, juega a ser un trencito desenfrenado, y en algunas estaciones, la carcajada gana su lugar.
Colgate Resulta difícil el terror. Gran cantidad (por no decir casi todos) de los estrenos anuales del género merodean lo penoso y lo mediocre. Poco para destacar, poco para disfrutar. Un género de muchas bondades. Simple, sin pretensiones, que da lugar a jóvenes directores. Un género que puede funcionar con bajo presupuesto, sin necesidad de actores conocidos en pantalla (en definitiva, seguramente vayan a morir en algún momento del metraje). El terror es algo único. Su problema principal, el abuso de fórmulas, la falta de ideas narrativas y visuales. Total, se debe pensar, con alguna la van a pegar para hacer fortuna (El Juego del Miedo, Actividad Paranormal, La Noche del Demonio, para nombrar algunas actuales). Y si no, tampoco se pierde tanto. Lamentablemente, el estreno de terror semanal se convirtió en una nueva forma de espanto. La Horca (The Gallows) confirma la tendencia actual del género, y también, de la cartelera. Mientras siguen postergando el estreno de Te Sigue (It Follows), está semana toca algo terroríficamente novedoso: Cámara en mano, adolescentes, una entidad asesina. Una historia (se cuenta todo en el trailer) sobre una obra de teatro escolar donde murió uno de sus actores. Veinte años después la vuelven a representar. Regresa el espíritu para cobrar venganza. La cuestión es que el protagonista de la obra (actual, vivo) es de madera actuando, entonces el amigo (denso, a veces gracioso, el que filma todo) le propone sabotear la puesta en escena antes del día de estreno. Van de noche, quedan encerrados en la escuela, el fantasma empieza a acosarlos, revolearlos, ahorcarlos (¡con una soga! ja). Lamentablemente, el estreno de terror semanal se convirtió en una nueva forma de espanto. ¿Qué es La Horca? Un grupo de jóvenes, una chica con buen escote, una introducción con humor adolescente (alguna sonrisa logran sacar), uno que decide filmar todo (inclusive el acto de vandalismo que van a realizar), una especie de historia romántica (no puede faltar el amor, vió). Para no sorprender al amante del género se va a filmar: gente corriendo, la oscuridad, alguno llorando en primer plano, alguno tragado por la oscuridad mientras mira directo a la cámara, más oscuridad. Uno siente que pasa tan poco que en algún momento recobra la esperanza. Sucede cuando el joven (el denso, el que filma todo) se pierde en los túneles debajo de la escuela. El descubrimiento de una habitación con una solitaria silla y una navaja causan cierta perturbación. Un fuera de campo sobre el significado de ese lugar genera incertidumbre. Hasta se llega a creer que al fin llegó el horror para justificar La Horca. Pero es un engaño. Después viene el revoleo de cuerpos estilo Actividad Paranormal, las cámaras con visión nocturna, la sombra habitual que se lleva a alguno, la vuelta de tuerca para intentar sorprender. En fin, la de terror semanal para dejar pasar.
Otra noche, otro demonio Es ley, si una película de terror se vuelve exitosa, es imposible que no se exprima al máximo. El Exorcista, Halloween, Viernes 13, Pesadilla en lo Profundo de la Noche (las de Freddy entre los amigos) y Scream son ejemplos de ello. De los últimos quince años se pueden nombrar dos sagas principalmente: Actividad Paranormal y El Juego del Miedo. La Noche del Demonio (Insidious), con esta tercera entrega, logra meterse en el grupo de películas de terror cuyo éxito la transforma en franquicia. La definición le sienta justo a esta tercera parte. Por un lado porque es precuela, y por otro, es una historia independiente que gira en torno una entidad que acosa a una adolescente. La historia de La Noche del Demonio 3 (Insidious: Chapter 3) va de la mano con la idea de que cuando no hay material para extender la saga (la segunda ya era endeble en ese aspecto), se da un paso hacia atrás para contar algún origen. En este caso, se enfoca en la médium Elise Rainier (la anciana y certera Lin Shaye) y su equipo de nerds investigadores (el flaco es el director de la película). Todo esto en medio del ataque de una entidad maligna a una joven llamada Quinn (Stefanie Scott). La adolescente, tras la muerte de su madre, y deseando contactar con ella, pega el grito al más allá. Con tanta mala suerte que justo en el edificio donde vive hay un ente malo, muy malo: chorrea brea y tiene un respirador puesto, pálido y decrépito. Lindo bicho. Si en las dos películas anteriores el espíritu agresor quería volver a vivir, en esta, sólo quiere matar. En las dos entregas anteriores el espíritu agresor quería volver a vivir, en esta, solamente quiere matar. Donde más se puede notar el espíritu de esta saga es el manejo del terror, más enfocado en el efectismo que en la construcción perturbadora de climas. Se nota la mano detrás del proyecto: James Wan. Un director efectivo y efectista. Desde aquella aventura original de El Juego del Miedo (basada en una historia suya) comenzó la construcción de un imperio de terror y entretenimiento mainstream. Su punto más alto, sin lugar a dudas, es El Conjuro (The Conjuring). El malayo Wan no dirige esta nueva entrega de título genérico (faltó “posesión” o “exorcismo” y se habría concretado el súmmum de las traducciones de películas de terror), pero aún así, se percibe su mano como productor. La dirección de Leigh Whanell es hija de la de Wan. Un estilo de narración que crea algunos climas interesantes, pero que abusa de la sorpresa (visual y sonora) para que uno salte del asiento. Algo que no es negativo per se, pero que a través de su exceso termina anulando la capacidad de generar temor. Ese impacto, a mi criterio, es superficial, un mero golpe de efecto. Si un camión toca su bocina sin que lo vea, me asusta, pero no es terror. Para el seguidor de la saga, esta continuación y precuela (se hace confuso a veces esto) puede resultar interesante, habita en ella un mismo tejido siniestro de espíritus agitándose en todas partes, dispuestos a tomar cuerpos y almas. Para el resto, hay mucho terror del bueno dando vueltas. Eso sí, hay que seguir esperando el milagro de que lo estrene.
Empantanados El sur de Estados Unidos es uno de los lugares ideales para el terror. El vudú, los rituales, la casa en medio del pantano. Un mundo donde la civilización es atravesada por el misticismo. Películas como Envenenados (Venom, 2005) o La Llave Maestra (The Skeleton Key, 2006) recorrieron ese camino de tinieblas y maldiciones. Jessabelle (Jessabelle en el titulo original también) se da una vuelta por el terror sureño, con varios defectos y algunas virtudes. Jessabelle (Sarah Snook) es una joven que sufre un accidente junto a su pareja. Sin dinero, y con el espíritu (y las vértebras) quebradas, debe regresar al hogar que la vio crecer. Una vuelta que resulta más traumática que la habitual. Uno pensaría que el tema del alcohólico padre ausente y los siniestros videos esotéricos que grabó su madre antes de morir son suficientes. Pero no, siempre se puede estar peor: hay una entidad que empieza a acosarla de manera regular y constante. Primero en la noche, después, hasta en el baño. ¡Y Jessabelle encima está en silla de ruedas! Hay material para una buena película de terror. Un misterio que se va develando, un fantasma femenino salido entre una combinación de La Llamada (The Ring) y Posesión Infernal (Evil Dead del 2013, no la maravillosa original), la desesperante limitación de nuestra protagonista, y una locación envidiable, los pantanos del sur de Estados Unidos. El problema de Jessabelle es que se queda a mitad de camino al utilizar los recursos con los que cuenta. La dirección de Kevin Greutert no tiene matices visuales, y aunque logra algunos momentos de terror genuino (principalmente en el interior de la casa), desperdicia una historia que debería ser agobiante y traumática. Porque desde el comienzo de la película, la muerte es una constante. Si a eso sumamos espectros, un pasado escabroso, y más muertes, es extraño como no transmite mayor angustia y pánico. Mucho tiene que ver con una protagonista que pareciera no sufrir todo el horror que florece a su paso, y también, porque la película mezcla vertientes del terror (vudú, fantasmas) sin combinarlas de manera efectiva. El problema que tiene Jessabelle es que no consigue explotar los recursos con los que cuenta. El misterio del relato (siempre hay alguna vuelta oculta) logra mantener nuestro interés, el problema se vincula a la forma en que es construido. Se insertan personajes, fantasmas, y pistas, de forma burda. Tanto por la aparición de un ex novio de la protagonista (sino como seguía la historia), la utilización de unos videos de la madre de Jessabelle (se van observando en función de la necesidad del director de dosificar el misterio), como por su resolución con proliferación de fantasmas. El sur estadounidense es absolutamente cinematográfico y tiene ingredientes ideales para una buena película de terror: inhóspitos pantanos, casas señoriales (efigies de un pasado cruel y remoto), la impresión de que una maldición vudú aguarda debajo de cada espejo de agua fangosa. Jessabelle entrega una certeza, hay que saber utilizarlos.
En llamas La ópera prima en soledad de Juan Schnitman resulta una película interesante dentro del panorama del cine nacional. Alejado de la abulia, la pretensión, o el mero onanismo artístico, elige contar una historia. Anclada en el presente, El Incendio trata de una pareja (Lucía y Marcelo) que sale con cien mil dólares a comprar su primera vivienda. El relato es el de un mundo acotado, y la cámara del director, sabiamente, elige ubicarse desde una cercanía asfixiante. La relación de Lucia y Marcelo (Pilar Gamboa y Juan Barberini) se advierte agresiva, tensa, en crisis constante, en cada gesto, movimiento y silencio, se exponen grietas que presagian un abismo monstruoso. En medio del estresante cambio en sus vidas, se suma la paranoia latente de la sociedad argentina. Una historia que pareciera escapada de Relatos Salvajes pero que a diferencia de aquella, expone de manera más profunda y sincera los temores y conflictos del argentino de clase media que habita la ciudad. Aquí no se utiliza una visión efectista de personajes y circunstancias para convertirlos en elementos de relojería cinematográfica. El Incendio es una historia urgente, arrastrada por la emoción y la conmoción. Entrega una intensidad bienvenida en un cine argentino que muchas veces adolece en la fluidez de su montaje y narración. El Incendio es una historia urgente, arrastrada por la emoción y la conmoción. Los acontecimientos que se va recorriendo por más de hora y media suenan a una realidad palpable, tanto en esa relación de pareja con gestos de violencia y desprecio (y de un rigor angustioso) como por los mundos urbanos que se recorren. Las elecciones narrativas y visuales de Schnitman demuestran una energía y fortaleza envidiable, potenciadas por la sólida actuación de sus protagonistas Pilar Gamboa y Juan Barberini. El mayor acierto de El Incendio es transmitirnos una angustia y suspense constante, acrecentando nuestro frenesí mediante la tensión verbal y visual (con una cámara que nunca se detiene), hundiéndonos gradualmente en un derrumbe que cumple una profecía secretamente deseada. Una película hipnótica, como el goce morboso de quedarse observando mientras las llamas lo devoran todo.
Tomorrowland es la tierra del futuro. Una imagen salida de los dibujos animados de Hanna-Barbera y sus Supersónicos (The Jetsons), piletas en el aire, naves espaciales, pulcritud y belleza profiláctica. Esto se veía en la tráiler, y esto es el centro del film. Una tierra prometida, refugio distante de la mundana civilización. La idea de la película nace del imaginario americano del parque de atracciones y las famosas “Ferias Mundiales”. Un ideal de futuro donde la humanidad podría vivir mejor mediante inventos que acrecentarían el confort y la felicidad. El sueño americano apoyado en la ciencia. Es lógico entonces que el punto de partida de la narración sea una feria mundial (hay una introducción bastante fallida antes de eso, por eso prefiero obviarla), la del año 1964 para ser más específicos. Un niño inventor (de adulto es interpretado por George Clooney), geniecillo incomprendido por su padre granjero, se encuentra con Athena (Raffey Cassidy, lejos lo mejor de la película). Ella lo selecciona para visitar Tomorrowland, entregándole un pin a ese efecto. Este lugar es como si la ciencia y los sueños parieran una metrópoli, algo así como una prima mutante del imaginario corporativo de google. Tan perfecta que cuesta entrarle, difícil no sentirse ajeno de esa fantasía adorablemente artificial, perfecta de manera burocrática. De ese vistazo a la matrix publicitaria nos trasladamos al presente. Una joven sabotea la demolición de una plataforma de la NASA para que su padre científico no quede desempleado. Está chica es Casey (Britt Robertson), una joven genio esperanzada y positiva. Su personaje es bastante unidimensional, y fallido en cuanto al timing cómico. Ella también recibirá por parte de Athena (de nuevo, esta niña salva muchos momentos de la película) un pin igual al del niño Clooney, habilitándola a un vistazo de esa ciudad soñada. Con el personaje de Clooney se puede hacer un juego con viejo gruñón de Up, en este caso, en vez la llegada de un inocente boy-scout para sacarlo de su ostracismo, es una adolescente esperanzada (mi repetición en la palabra está vinculada con el mismo abuso de ciertas expresiones y tópicos que son realizados en la película). Lo que falla en Tomorrowland es la empatía y el corazón necesario en una aventura que implica la defensa del futuro de la humanidad. La vuelta de la historia es que algo en ese mundo ideal salió mal. Y que el mundo (este de acá, no Tomorrowland) está condenado. Y Casey es la que lo puede “arreglar”. Un lindo mensaje Disney para la juventud. La esperanza nunca se pierde, todavía hay tiempo de reparar las cosas. Ok. De eso va la película. Cuando se acuerda de contar una historia más allá del “mensaje” es cuando levanta vuelo. Las secuencias de acción son logradas, entretienen, y permiten un goce visual y hasta cómico (¡la batalla en una tienda de memorabilia scifi! Obvia, pero efectiva). Mucho de eso es gracias al talento de Brad Bird. Algo que había demostrado en la última Misión: Imposible – Protocolo Fantasma. Tiene ritmo, desenfreno y dosifica el vértigo con ideas visuales. Pero lo que falla en Tomorrowland es la empatía y el corazón necesario en una aventura que implica la defensa del futuro de la humanidad. Extraño, a sabiendas del resultado obtenido por el director en las animadas El Gigante de Acero y Ratatouille. Parte de esto se debe a que sus personajes nunca logran nuestro interés por su lucha. Pero principalmente, está vinculado a su discurso burdo, cuyo énfasis en vender la toma de conciencia una y otra vez (y con un final digno de una publicidad de celular) desinfla lo que pudo haber sido una más atractiva aventura de ciencia ficción.