Caracolito tuneado Teo es un simple caracol de jardín con un sueño demasiado grande para él: ama la velocidad y quiere correr carreras. Todos sus congéneres, en especial su hermano Chet, se esfuerzan por convencerlo para que acepte su lenta realidad, pero Teo no entra en razones. Una salida nocturna y un peculiar accidente hacen que se convierta en lo que siempre deseó: un caracol veloz. Luego otra casualidad lo llevará a manos de algo así como su equivalente humano: un joven que trabaja junto a su hermano en un humilde puesto de tacos, y que también tiene sueños que nadie comprende. La propuesta como historia no es demasiado novedosa: los pequeños soñadores que luchan por cambiar su realidad a pesar de los obstáculos, pero está bien resuelta. Si bien comienza con una introducción algo larga, el filme luego toma un buen ritmo. Lo interesante de la estructura es que no hay un villano que obstaculice a los protagonistas, sino que los problemas para lograr sus objetivos los originan quienes no creen en ellos. Así, los personajes no resultan tan maniqueos, sino más bien muestran sus limitaciones a la hora de arriesgarse a algo distinto. Si hay una oposición es la de “soñadores” versus “resignados”. Si bien hay mucho humor, el filme no cae en los ya más que habituales guiños para adultos, sino que más bien se utiliza un humor muy familiar, muy parejo y ameno. En cuanto a los aspectos técnicos de la animación, la versión en 3D aprovecha todas sus posibilidades para destacarse, en especial en las partes de las carreras de automóviles, que parecen de Fórmula Uno real. Para quienes les interese, vale ver la opción de la versión en idioma original para escuchar a Samuel L. Jackson como “Chicotazo”. Una propuesta para chicos con mensaje positivo, que aunque no sobresalga por su originalidad, es entretenida y está bien realizada.
Cualquiera puede cocinar Un fanático de la cocina desempleado y un chef de renombre se encuentran en problemas. Jacky Bonnot (Michaël Youn) es un hombre joven, simple, un autodidacta que aprendió a cocinar leyendo libros de celebrados cocineros, y que vive en permanente búsqueda de empleo, ya que cuando intenta aplicar sus conocimientos en los lugares donde trabaja, lo echan. Por eso tiene problemas con su mujer. Alexandre Lagarde (Jean Reno) es una celebridad de la gastronomía, sin embargo su inspiración creativa está en declive, y la corporación dueña de su nombre y de su restaurant amenaza con quedarse con el manejo de su negocio si él pierde una estrella en la calificación de una guía de restaurantes. Por su agitada carrera tiene problemas con su hija. El encuentro entre ambos se produce por casualidad, y la historia de la película es cómo tratarán juntos de sobreponerse a los obstáculos. Esta comedia de Daniel Cohen toma como objeto de parodia a las nuevas tendencias de la gastronomía. En cierto modo como sucedía en la película “Ratatouille”, destaca el valor de lo tradicional, no por nada siempre francés, mientras que las novedades son extranjeras, como el “experto” en cocina molecular español interpretado por Santiago Segura. Con un desarrollo muy previsible, el filme se maneja dentro de los parámetros tradicionales de la comedia francesa, con actuaciones correctas aunque sin demasiado vuelo. Los personajes son unidimensionales, sin matices, y eso no permite gran desarrollo de parte de los actores. Por otro lado, hay pocas situaciones que generen algo más que una sonrisa. Sin sorpresas, la película resulta chata. Ni siquiera la presencia de Jean Reno alcanza para levantar un filme que termina siendo simpático, pero nada más.
Héroe Accidental En los Estados Unidos de fines del siglo XIX, siete rangers de Texas que partieron en busca de la banda de un peligroso fugitivo son atrapados en una emboscada y asesinados. Sin embargo, uno de ellos sobrevive y, gracias a la ayuda de un indígena llamado Tonto (Toro en la versión doblada), se convertirá en una figura anónima y enmascarada que perseguirá a los asesinos descubriendo de paso una trama más compleja de la que imaginaba. Aquellos nostalgiosos que esperen encontrar en esta versión para pantalla grande al héroe de la serie que veían en la infancia se van a encontrar con un Llanero bastante diferente del que recuerdan. Y es que, tal como sucediera con la versión cinematográfica de “El Avispón Verde”, donde el asistente Kato instruye a Britt Reid -sobrino nieto del llanero- hasta sacarlo de su torpeza para convertirlo en un héroe, aquí es el comanche Tonto (Johnny Depp) quien, bastante a su pesar, deberá guiar al citadino John Reid (interpretado por Armie Hammer) para transformarlo en esa figura que amedrente a los malhechores. Bien alejado del porte decidido de la versión televisiva, el John Reid de esta película es tan pasivo, que incluso es el caballo, Silver, quien lo rescata a él, en lugar de ser él quien lo salva como se contaba en la serie. Así, los roles terminan invertidos, y es en realidad Tonto quien tiene mayor determinación e inteligencia. Por momentos hasta el caballo tiene más lucidez que Reid. La decisión de quienes escribieron esta versión fílmica es clara: quitarle algo de rigidez a la historia original, y sumar mucho humor, aun cuando ese humor implique restarle arrojo y determinación al personaje principal. Este Reid es entonces un ser ingenuo, casi a niveles infantiles, y demasiado políticamente correcto, incluso poniendo en riesgo su propia persona y la de su familia. El símbolo de la justicia por la ley que tenía el llanero de la serie se mantiene, aunque la literalidad con que toma esa premisa el del filme lo lleve al extremo de quedar por momentos, como víctima de la burla tanto del indio, como de su perseguido. Por fortuna, el personaje evoluciona, y podría decirse que hacia el final, después de dos horas de película, empieza a asomar el héroe más formado. Por otra parte, los símbolos distintivos del personaje, como el sombrero, o el saludo al caballo, están desvirtuados, y terminan siendo objeto de burla. Hasta el origen de las balas de plata difiere, y en ningún momento se hace alusión a qué significaban. Otro punto en el que se detiene la película es en la expiación de la culpa que la sociedad civilizada carga por el sacrificio indígena. La historia de Tonto y el resto del pueblo comanche es la disculpa inevitable para que el mensaje sea de respeto hacia los pueblos aborígenes. A pesar de todo, es innegable que la película está bien armada, sorprende que su extensísima duración no se haga sentir. La calidad de la producción, a cargo del ya célebre Jerry Bruckheimer es excelente, y la presencia de Johnny Depp, con sus miradas y comentarios, aportan el humor necesario para hacerla llevadera. También la clásica banda de sonido con la Obertura de Guillermo Tell de Rossini está presente, insuperable para acompañar las divertidas persecuciones. Si se la exime de la traición al espíritu del original, la película funciona. Entretiene, y transmite una historia bien contada. Quienes vayan con el recuerdo a cuestas, sentirán la diferencia, pero los nuevos espectadores probablemente no se den cuenta del cambio.
A cantar a la universidad Si alguna vez se preguntaron qué era de los chicos que participan de grupos como los que se retratan en la serie "Glee" luego de terminar el colegio, la respuesta está en esta película. Una vez en la Universidad, la cosa sigue, y evidentemente, como señala una línea del filme “las cosas no mejoran para todos después de la secundaria”. Beca (Anna Kendrick) no está convencida de seguir en la Universidad, no se integra ni tiene amigos, pero tiene talento para la música. Accidentalmente una de las chicas del grupo Bellas la escucha cantar en las duchas, y la convence de audicionar para formar parte de ese coro femenino. En la misma universidad hay otro grupo, formado exclusivamente por varones, que son el éxito del rubro. Casi está de más mencionar la enorme rivalidad entre ambas formaciones. El resto de la película, para quienes hayan visto la serie, es como una temporada resumida en dos horas. Para quienes sean ajenos a esta explosión de manifestaciones musicales, bueno, se trata de la competencia entre grupos, canciones mediante. Tiene mucho humor, especialmente a cargo de algunas peculiares integrantes del grupo (como Rebel Wilson, que interpreta a la “Gorda Amy”), y de los comentaristas de las competiciones, y no se puede negar que las canciones enganchan. Sin embargo la idea que inspira la película está muy desgastada. Lo mismo sucede con la cantidad de lugares comunes y obviedades que plagan el filme. Tal vez el colmo sea que la gran referencia cinematográfica y musical a la que se alude constantemente sea el ya clásico de John Hughes "El Club de los Cinco". Como si este filme pretendiera llegar a ocupar alguna vez un lugar similar entre las preferencias del público, algo rotundamente imposible. El espectador que la quiera ver correrá el riesgo de que se le “pegue” alguna versión infortunada de una canción que no aprecie mucho. Por lo demás, es sólo una comedia ultraliviana y previsible, que sirve para pasar el rato. Pero sólo eso, pasar el rato si no tiene algo mejor que hacer.
Del amor en la edad madura Los personajes ya son conocidos para determinado público, que creció con ellos a través de los filmes que cuentan su historia. En esta tercera entrega, Jesse (Ethan Hawke) y Céline (Julie Delpy) ya pasaron los cuarenta años. Aquellos jóvenes que se enamoraron un día en un tren, hablando de la vida y sus cosas, ahora son padres, tienen sus carreras, y comparten una relación de varios años. En un filme de puro diálogo -como las dos entregas anteriores-, los protagonistas se encuentran de vacaciones en Grecia. Ellos, y también algunos amigos, hablarán del sexo, el amor, la muerte, la familia, la edad, la paternidad, las culpas, los logros, las frustraciones. Con un gran equilibrio, el guión intercala la risa, la emoción, la reflexión. El director Richard Linklater y sus coguionistas logran que las charlas se desarrollen con un excelente ritmo, que en ningún momento resulta tedioso para el espectador. Tampoco hay polaridades, no es una película “de mujeres”, o “de hombres”, sino sobre la relación de una pareja. Ninguno tiene más razón que otro en lo que dice, ambos hablarán de cosas con las cuales es posible identificarse. Hay líneas con mucho humor, otras inteligentes, algunas simplemente brillantes. Las actuaciones son tan naturales, por momentos algunos comentarios son tan banales, que el filme es como abrir una ventana a un día en una pareja más de todas las que hay en el mundo. La película no ofrece como estructura mucha novedad respecto a sus predecesoras, pero justamente eso la vuelve más coherente, y es en cierto modo lo que se espera de ella. Un filme íntimo, sin despliegues técnicos, que no exige conocer las dos anteriores para comprenderse, aunque la “trilogía” ya cuente con sus propios fans.
Los usos de la fe En el convulsionado Chile de principios de los ochenta, mientras Pinochet seguía en el gobierno, pero ya sin apoyo de la población, aparece un adolescente, Miguel Ángel Poblete, en un pequeño pueblo llamado Peñablanca, que dice poder comunicarse con la Virgen María. Como cada vez que surge un fenómeno así, la movilización de la gente se hace cada vez más notoria, y la Iglesia Católica envía a su “abogado del diablo” a investigar cuánto hay de cierto en este milagro. Patricio Contreras compone con su habitual talento al padre Tagle, ese sacerdote convocado a utilizar el escepticismo en cuestiones de fe, trabajo que con el tiempo lo ha alejado de ella. La película comienza con su llegada a Peñablanca, y el guión lo toma como eje principal para mostrar el fenómeno del “niño santo” (interpretado por Sebastián Ayala). Si bien la narración comienza algo lenta, pronto toma ritmo un ritmo más interesante, al abarcar no sólo la cuestión de la fe popular, sino también el uso político que un gobierno en decadencia hace de ella. Los intereses particulares de cada uno de los involucrados, con mayor o menor grado de inocencia, según sea el caso, se van presentando en una historia que va creciendo, como el fenómeno que relata. Esteban Larraín logra contar una historia verídica sin juzgar a los personajes, pero mostrando los entretelones de la trama gubernamental que quiere aprovecharse del joven y de todos los que depositan sus esperanzas en lo que él dice que ve. También consigue generar algo de intriga en la forma en que la presenta, dejando lugar a la pregunta acerca de qué es lo que realmente sucede con el muchacho, algo que termina atrapando al espectador. Un filme bien realizado, con buenas actuaciones, y una interesante reflexión sobre la política y la fe.
¿Asustador se nace o se hace? Hace doce años Pixar creaba en "Monsters Inc." un universo que existía del otro lado de las puertas de los placares de todas las habitaciones de niños del mundo: el universo de los monstruos, que obtenían la energía para sus ciudades de los gritos de horror de los pequeños humanos a quienes se encargaban de asustar. Este nuevo filme, la precuela de aquel, cuenta cómo Mike Wasawski y James P. Sullivan se conocieron para luego formar el célebre dúo invencible de asustadores profesionales. Y claro, todo empezó en la Universidad. Mike es el nerd de la historia, que quiere ser asustador a fuerza de lectura. Sulley en cambio es el bravucón confiado en el poder del apellido familiar (una larga tradición de asustadores). Nada podía hacerlos más diferentes. Sin embargo una torpeza los coloca en el ojo de la dura decana Hardscrabble (en la versión en inglés su voz es interpretada por Helen Mirren), y deberán probar si tienen lo que hace falta para graduarse. Como en la primera entrega, los creadores del filme se dedicaron a profundizar el universo monstruoso, esta vez haciendo foco en la vida universitaria. Las fraternidades, las materias, los profesores, el comedor escolar, todo está cuidado y presentado con mucho humor. Un humor que no hace demasiado uso de los guiños a los adultos, y así resulta más familiar, pero que muchas veces hace referencia a "Monsters Inc.", para beneplácito de los fans. El desafío era no fallarle al espíritu de la película original. Y si bien se pierde el factor sorpresa que tiene aquella, en la que el espectador conoce por primera vez este mundo particular, se puede decir que está a la altura. Las personalidades de los personajes se respetan, hay algo de emotividad, mucho humor, y si bien no hay un “malvado”, sí están los chicos rudos, o “bullies” de la fraternidad contraria, que se encargan de que el camino al éxito no sea llano para Mike y Sulley. El valor de la amistad, el saber descubrir el talento oculto en el otro, son algunos de los temas que se van abordando. Por otro lado es destacable la escena que hace directa referencia a las películas de terror, respondiendo a la pregunta acerca de cómo asustar adultos. Sin llegar al conmovedor final de su predecesora, “Monsters University” es divertida, dinámica, y entrañable.
Demasiada felicidad Las bodas son grandes acontecimientos familiares, pero también grandes ocasiones para que algún guionista piense en una situación de enredos que pueda desarrollarse en el transcurso de una. La adaptación norteamericana del filme suizo “Mon frère se marie”, es justamente eso: una liviana comedia de enredos, con un elenco de notables, en el marco de una de esas fiestas de casamiento ideales: al borde de un lago, en día soleado, con pérgolas. De catálogo. La historia es así: Alejandro (Ben Barnes) es el hijo adoptivo del matrimonio de Don (Robert De Niro) y Ellie (Diane Keaton), quienes están divorciados hace diez años. Bebe (Susan Sarandon) es la nueva pareja de Don, y exmejor amiga de Ellie. El problema es que la madre biológica de Alejandro, que vive en Colombia, es católica devota y viaja a Estados Unidos para asistir a la boda de su hijo. Por eso él piensa que, para evitar herir sus sentimientos, lo mejor es mentir y hacerle creer que sus padres adoptivos aún están juntos. El resultado es una comedia muy simple, pero que falla en el humor: los gags son repetitivos y se basan fundamentalmente en las confusiones idiomáticas con gente que no entiende la lengua, o la religión del otro. Eso conlleva una postura que el filme transmite de superioridad a nivel progreso de los norteamericanos con respecto al resto del mundo, aunque si se observa bien, la hermana de Alejandro, humilde y colombiana, habla inglés, mientras que ninguno de los “locales” habla español. Incluso alguna que otra línea con referencias picarescas no logra el efecto esperado. Por eso no resulta una comedia hilarante, sino apenas simpática, que sacará alguna que otra sonrisa en el espectador, pero no mucho más. Por otro lado, hay muchos personajes secundarios, por lo tanto muchas sub-tramas, algo ideal para una telenovela que dura meses en el aire, pero que en una película de hora y media fuerza a cerrar las historias de manera brusca, en algunos casos idílica, sin profundizar, algo que empapa al filme en general de una falta de sustancia que se siente. Lo que se agradece, y permite llevar la situación adelante es el profesionalismo de gigantes como Keaton, De Niro, o Sarandon, que actúan cualquier situación con holgura y naturalidad, y se dan el lujo de salir siempre airosos, aunque el guión no ayude.
Ese complicado tema del amor Esta simpática comedia romántica belga cuenta las historias de las cuatro mujeres de la familia Miller y su relación con el amor. Judith (Veerle Dobbelaere), la mayor, y su hermana Bárbara (Wine Dierickx); y las hijas de Judith, Michelle (Marie Vinck), que en realidad es su hijastra, y Eva, de unos trece años. El filme, que es muy sencillo, y sin grandes pretensiones, recorre las accidentadas vidas amorosas de las cuatro, con humor y una visión relajada y carente de prejuicios. Como sub-tema, hay una interesante visión de la relación entre un padre y su hija, ya mayor, pero a quien él siempre ve como una niña. La directora Hilde Van Mieghem elige una narración disparatada, con toques de absurdo que por un lado se ríen de los clichés del cine a la hora de contar historias de amor (el cielo muy estrellado con una enorme luna llena, por ejemplo), y por otro muestran que esa idealización de las relaciones amorosas también ocurre frecuentemente entre las mujeres. Las actuaciones son muy naturales, y responden correctamente al tono de la película. Si bien no es un filme que apunte a tocar estos temas de forma profunda, funciona justamente por eso, por su frescura, y por esta forma de tomarse lo que en otras películas se presentan como cuestiones serias, reales. “Esto es la vida”, le dice un personaje a otro sobre lo que les sucedió, que no estaba dentro del ideal de las relaciones, y algo así es el mensaje de la película. Se ama, se pierde el amor, se vuelve a amar, sin situaciones fantásticas ni fuegos artificiales. Lo demás es Hollywood.
Palermo Rojo Shocking En esta incursión del cine nacional en el género del policial se perciben buenas intenciones. Sin embargo, las intenciones no bastan para hacer una película, y es por eso que Rouge amargo flaquea y no llega a convencer. Un candidato a diputado cuya bandera es la lucha contra el narcotráfico es asesinado en un hotel alojamiento de la zona roja mientras estaba allí con una prostituta (Emme). Cuando ella intenta escapar del lugar sale a su rescate un hombre que había pedido una habitación para estar solo y armado (Luciano Cáceres). Juntos deberán escapar del asesino a sueldo, y de la policía, que en un principio cree que son los autores del crimen. La trama se completa con un periodista (Nicolás Pauls) que espera en vano los datos que una fuente prometió darle para revelar una extensa red de corrupción. Es una lástima que, teniendo cinco guionistas, no se hayan cuidado más los diálogos y muchas situaciones que caen en lo trillado. Los personajes son de manual del policial ochentoso: la prostituta que quiere dejar de serlo, su mejor amiga travesti, el asesino a sueldo sin alma, el político torpemente corrupto, el comisario decente que no puede contra el sistema, el periodista idealista. Lo mismo con ciertas líneas, que de tan escuchadas, o forzadas, dejan de resultar convincentes. En cuanto a las actuaciones, se destaca Luciano Cáceres, un nombre que suena fuerte tanto en cine como en televisión, y que es el único que puede desarrollar su personaje con naturalidad y un histrionismo a prueba de obstáculos. Los demás apenas cumplen sus estereotipados roles, excepto Gustavo Moro, que interpreta al travesti Rita, que no se cree una frase de las que le toca decir, y cuya exagerada afectación recuerda a un niño de cinco años en su primer acto escolar. La atmósfera de sordidez está bien lograda, aunque también cae en lo previsible. El filme tiene un afortunado giro en el guión hacia el final, pero así y todo, no deja de ser un producto mediocre, que no aporta nada nuevo al género, y mucho menos al cine.