A oscuras Propuesta que trabaja ideas asociadas a la soledad, adicciones, violencia de género, el abandono, el olvido, entre otras, construyendo un relato que trabaja tres historias en paralelo y en las que la noche es el gran escenario en el que convergen todas. Esther Goris, Arturo Bonín, Guadalupe Docampo, Alberto Ajaka y Francisco Bass, encarnan a los personajes creados en el guion de Carla Scatarelli, priorizando una mirada diferente sobre lugares en los que el cine siempre los ha reflejado, desde el punto de vista masculino, aunque en el intento pierde su norte multiplicando intenciones no cristalizadas.
Una serie de personajes viven sus historias en la noche porteña. Ana tiene una relación con su novio violento, que además la hace trabajar como prostituta, mientras ella añora siempre sus sueños de bailarina por los que llegó a Buenos Aires. Lola es una actriz veterana venida a menos, estrella del cine argentino en otra época, ahora es adicta a las pastillas y actúa en un lugar muy pequeño al que concurren muy pocas personas. Lucio es adicto a la cocaína y también la vende en su restaurante, con la ayuda de una mujer que atiende el baño de mujeres. A estos personajes se les suma un taxista tanguera cuyo pasado e intenciones no se saben al comienzo de la película. Aunque al repasar este cruce de historias y sus temas se descubren ideas interesantes y situaciones que pueden servir a una película, lo cierto es que en la pantalla lo que se ve es muy forzado, las resoluciones no tiene credibilidad alguna y las sorpresas del guión caen de forma abrupta, más como algo demasiado tosco y no como un cierre brillante para los personajes. Por momentos recuerda a un cine argentino de mediados de los noventa, cuando algunos cineastas no lograban plasmar en la pantalla muchos temas ambiciosos colocados sin gracia en un mismo film. No hay manera de sentir empatía con los personajes, aun cuando algunos claramente la merecen, en particular el personaje de Ana, en donde confluyen los temas más potentes de la película. Ni haciendo la vista gorda a resoluciones imposibles la película consigue arrancar y cobrar vida. No parece un film de malas intenciones, al contrario, pero no es solo con buenas intenciones que se hace una película.
Este jueves 10 llega a las salas argentinas “A Oscuras”, una producción local dirigida por Victoria Chaya Miranda y escrita por Carla Scatarelli. Está protagonizada por Esther Goris, Guadalupe Docampo, y Francisco Bass, con participación de Alberto Ajaka y Arturo Bonín. El film relata las historias de Lola (Goris), una actriz veterana, la joven bailarina Ana (Docampo), y Lucio (Bass), encargado de un restobar porteño. Cada uno de ellos lleva una vida que tiene lugar durante las horas de la noche de Buenos Aires, pero la oscuridad a la que están expuestos es más que simplemente literal. Lola enfrenta la decadencia de su carrera y una tragedia personal que la alejó de Mario (Bonín), haciendo uso y abuso del alcohol y los fármacos. Ana, por su parte, se encuentra en una relación con Víctor (Ajaka) que termina revelándose como una de violencia económica y sexual. Lucio, mientras tanto, podría ser definido como un personaje más violento que violentado; sin embargo sus actos lo van a llevar a desconectarse de sus relaciones y a sumirse en el aislamiento y las drogas. Llegado el momento, los tres llegan a la elección de seguir en la oscuridad y la soledad o hacerle frente con las armas que tienen a su alcance. Si bien para algunos espectadores la obra puede no llegar a cuajar en un relato uniforme -de hecho las tres historias se cruzan de forma breve y tangencial – cada trama recorre su arco para completarlo de forma más o menos satisfactoria. Cada una de las tramas podría funcionar desarrollada por sí misma como un largometraje, y algunos espectadores tal vez quisieran que las tres se relacionen de forma más profunda. A pesar de esto, las historias de cada personaje recorren su arco y alcanzan su resolución de forma más o menos satisfactoria. El punto más fuerte que presenta “A Oscuras” son sus interpretaciones. Sus protagonistas se desempeñan de forma impecable para llevarnos al corazón de sus personajes y cada conflicto que atraviesan. La dirección de Chaya Miranda en conjunto con la fotografía de Pablo Parra y la música original de Lula Bertoldi (frontwoman de Eruca Sativa) se suman para darnos una producción de una tonalidad consistente y acorde a la historia.
A oscuras es un drama coral sobre tres personajes a la deriva en la noche de Buenos Aires: una decadente diva del cine nacional, una mujer que se gana la vida como bailarina del caño y está embarcada en una violenta relación de pareja, y un cocainómano empresario de la noche. Las tres historias tienen en común la soledad y la desesperación de sus protagonistas, que parecen aislados en sus problemáticas y no tienen a quién pedir ayuda. En este marco, pasan al frente personajes secundarios que suelen confundirse con el paisaje urbano y aquí adquieren relevancia a fuerza de solidaridad: un cafetero ambulante y un taxista, interpretados por Germán de Silva y Arturo Bonín. Con su oficio, estos dos actores dotan de cierta humanidad a un panorama desangelado. Porque lo cierto es que es muy difícil empatizar con las vivencias de estos seres extraviados. Y eso, a pesar de que se supone que siempre más fácil identificarse con los perdedores que con los ganadores. Quizá la historia que pueda llegar a tocar alguna fibra, por rozar un tema de actualidad en la agenda social y mediática como la violencia de género, es la de la bailarina del caño. Que incluso tiene algún suspenso por la tirante relación entre esta mujer (Guadalupe Docampo) y su maltratador novio/proxeneta (Alberto Ajaka). Los otros dos cuentos son aún más áridos. Una irreconocible Esther Goris (difícil que su nuevo aspecto no distraiga de su actuación) protagoniza un desdibujado remedo de Sunset Boulevard, mientras que las andanzas del merquero dealer/encargado de boliche que encarna Francisco Bass directamente no tienen sustento dramático.
La vida nocturna en la gran ciudad se nos antoja como un manjar preparado a base de bares modernos, espectáculos audaces y otras ofertas para experimentar momentos únicos, incluso prohibidos, como sólo sabe ofrecer la noche. Pero dentro de ese manjar también puede haber excesos, podredumbre, locura, desesperación. Así lo demuestran una buena cantidad de películas, como la flamante A oscuras. La historia se centra en tres personajes conectados de una u otra manera. Tenemos a Lola (Ester Goris), una actriz que supo conocer la fama y la fortuna, pero que ahora se hunde cada vez más en la decadencia, con abuso de medicamentos y todo. Tenemos a Ana (Guadalupe Docampo), una joven que sobrevive bailando en el caño y mantiene una relación cada vez más tensa con Víctor (Alberto Ajaka), un hombre de negocios turbios. Y tenemos a Lucio (Francisco Bass), el dueño de un bar palermitano que pretende evadir sus problemas personales aspirando cocaína. Tres personajes en medio de crisis que los pondrán a prueba. Como en su ópera prima, Eso que llaman amor, la directora Victoria Chaya Miranda cuenta una historia coral basada en los personajes y sus complejidades. En aquella oportunidad el eje estaba puesto en el amor o la falta de ese sentimiento. Ahora pone énfasis en el costado más autodestructivo de la condición humana. Lola, Ana, Lucio y quienes los rodean son mostrados con honestidad, sin emitir juicios de valor; todos tratan de sobrevivir, de aferrarse de lo que queda de sus sueños y de sus anhelos, y deben cuidarse de no ser devorados por sus propios tormentos. Otro mérito de la directora y de la guionista, Carla Scatarelli, es contar la vida y los padecimientos internos de los personajes sin caer en sobreexpliaciones ni lugares comunes. De dónde vienen y otros aspectos de cada uno es presentado mediante pinceladas, de modo que el espectador puede completar la experiencia. Un aspecto del film que también es potenciado por la música de Lula Bertoldi (con reminiscencias a la banda sonora de Crash, de David Cronenberg), el arte de Catalina Oliva y la fotografía de Pablo Parra. Esther Goris transmite la fragilidad de Lola, pero sin perder su carácter, consiguiendo una de sus mejores actuaciones. Guadalupe Docampo confirma su versatilidad para componer personajes con riqueza de matices, incluso en un mismo film. Francisco Bass, de más presencia en televisión que en cine, resulta muy convincente en un rol tan arriesgado, y evitando la sobreactuación. Y vale destacar los trabajos de Alberto Ajaka, Germán de Silva y Arturo Bonín como Mario, el taxista que conecta a los protagonistas y funciona como cable a tierra. A oscuras es una película urbana, adulta, incómoda. Si bien algunos climas son propios de un thriller, en el fondo se trata de un drama con criaturas de la noche tan humanas como las que caminan a la luz del día.
Miradas de reojo Es un film que intenta transmitir los momentos difíciles que atraviesan tres personas, cuyo denominador común es la vida nocturna. Una apuesta difícil dado que ciertas realidades implican un sólido compromiso que logre brindarle al espectador una visión más comprometida con la realidad. A oscuras (2018) una película coral de la directora Victoria Chaya Miranda, relata la historia de Lola (Esther Goris), una actriz cuya carrera se encuentra en decadencia, y, a partir de un momento muy duro en su vida, se convierte en alcohólica y dependiente de psicofármacos; Ana (Guadalupe Docampo), una joven del interior que vino a la ciudad con el sueño de ser bailarina y termina prostituida y explotada por su novio Victor (Alberto Ajaka); y Lucio (Francisco Bass), un relacionista público adicto a la cocaína, quien vive con su perro. El nexo entre los tres personajes es el taxista Mario o Marito (Arturo Bonín); además, los tres personajes, duermen de día y son adictos a alguna sustancia. Victoria Chaya Miranda ejecuta una buena dirección en cuanto a la atinada elección de las locaciones, de la banda sonora y la fotografía cuando exhibe la noche de Buenos Aires, la porteña Avenida Corrientes y el simbólico Obelisco; sin embargo, no logra captar el alma de lo que en verdad se vive en la “ciudad que nunca duerme” -cuando la mayoría de las personas descansan-. No resultan creíbles las historias, pese a las distinguidas interpretaciones de Esther Goris y Arturo Bonín, y dado a que la estructura dramática es débil, existen incongruencias que confunden al espectador en cuanto al qué y al cómo se cuenta el relato. La construcción de los personajes carece de profundidad. Da la sensación de que no se involucraron o familiarizaron con los fuertes tópicos que se tocan, lo que es una lástima puesto que son muy interesantes de explorar y de seguro, una oportunidad de conocer la verdadera trastienda. Todos escapamos de alguna cuestión en mayor o menor medida, ocultando nuestras miserias. Quizás, la oscuridad de la noche sirva como escenario para desplegarlas.
Los dependientes. La “nocturnidad” para el cine parece un subgénero más que un complemento climático del drama o el entramado narrativo. Tiene su halo de misterio o seducción implícito y existen acabados ejemplos de grandes películas que hacen de la noche su piel y su carne. Algo de piel pero nada de carne atraviesa este opus A oscuras, dirigido por Victoria Chaya Miranda, demasiado ampuloso en cantidad de personajes y actores de muy buen nivel pero mal aprovechados como Esther Goris, Guadalupe Docampo, Arturo Bonín, Alberto Ajaka, Daniel Valenzuela, Germán de Silva. Aunque no parezca en las intenciones formales un intento de film coral, si se apunta la brújula hacia ese tipo de películas el opus de Victoria Chaya Miranda empieza girando con un prometedor comienzo, que rápidamente se detiene para ingresar en la nebulosa de contar a medias todo para buscar la sorpresa hacia el desenlace. Así las cosas, las historias y sus cruces comparten el nexo de la dependencia entre personajes como es el caso del relato protagonizado por Guadalupe Docampo y Alberto Ajaka donde ella debe prostituirse o seducir clientes para que su novio golpeador pueda acumular poder sobre ella, cuyo sueño de bailarina clásica deviene en bailarina de caño. Suerte similar en cuanto a la dependencia de pastillas y alcohol presenta Esther Goris en el rol de una estrella del cine argentino apagada, olvidada, sola, que debe contentarse con un teatro semi vacío en sus noches de presentación de una obra clásica. Para cerrar el cuadro, la forzada introducción de un taxista interpretado por Arturo Bonín, quien tiene entre sus clientes al dueño de un boliche, dealer, deja bien en claro el intento infructuoso de A oscuras por cerrar o resolver subtramas que desde el vamos fueron mal presentadas. Si a eso le sumamos que ninguno de los personajes tiene carnadura o algún indicio de empatía más allá de los conflictos expuestos, el resultado final no es para nada alentador. A pesar de una fotografía atractiva para las atmósferas y una Guadalupe Docampo que no desentona con su personaje, a veces sensual y otras tan frágil e inocente…
Lola es una actriz en decadencia que no deja caer su talento amenazado por el paso de los años y los eventos irreversibles que arrasaron con su felicidad, mientras que Ana, que sueña con ser bailarina clásica, sobrevive a una violenta relación con un hombre que la acercará al mundo de la prostitución. Por esta trama construida de modo coral desfila también un joven adicto a las drogas que destruirá su precaria humanidad. A través de una trama que exhibe aires de patetismo y violencia, la directora Victoria Chaya Miranda viajó a la intimidad de esos personajes solitarios y marginados de un oscuro Buenos Aires que luchan para no terminar de caer al tiempo que se refugian en sus múltiples secretos y deteriorantes adicciones. La trama pone en evidencia un micromundo de turbios negocios y esos seres que lo habitan con la necesidad de no sucumbir al hondo pozo de la depresión. También se muestra la pesada carga que toda mujer debe llevar en una sociedad desigual. La directora apostó aquí a seguir el derrotero de esas criaturas que tratan de escapar de esa telaraña en la que los colocó el destino, y logró así un film trágico y a la vez movido por las incertidumbres que sus personajes enfrentan cotidianamente. Esther Goris y Guadalupe Docampo supieron encarnar con emoción a ese par de mujeres en soledad, mientras que el resto del elenco se movió con soltura en esta ventana a unas vidas tan necesitadas de comprensión como de amor.
Dirigida por Victoria Chaya Miranda y escrita por Carla Scatarelli junto a un equipo conformado en su mayoría por mujeres, “A oscuras” es un drama que retrata la soledad que se puede encontrar en la multitudinaria noche porteña. La directora que en su previa película “Eso que llaman amor” se disponía a contar tres historias que giraban en torno a este sentimiento, ahora opta por otro trío de líneas argumentales pero más oscuras, con tres personajes solos –aunque a veces estén acompañados, están solos- que deambulan por la noche de Buenos Aires. Un muchacho (Francisco Bass, con quizás la menos desarrollada de las líneas argumentales) que maneja un bar de noche pero cuyo mayor negocio y adicción son las drogas, que de a poco se van apoderando de su vida. Una joven (Guadalupe Docampo) con sueños frustrados de bailarina que trabaja bailando pero en un boliche, frente a ojos de hombres que le arrojan billetes, a la vez que está en pareja con un hombre que la usa hasta el punto de arrastrarla a la prostitución. Y por último, una actriz (Esther Goris, a quien todavía se la puede ver en cartelera con “One Shot”) que supo conocer sus momentos de gloria y hoy mezcla alcohol y pastillas para poder dormir e intenta llevar adelante una obra de teatro que apenas tiene público. Alrededor de estos personajes hay algunos más secundarios, destacándose el de Arturo Bonín, que será también el que mejor sepa conectarse, así sea sólo durante un momento, con cada una de las tres líneas argumentales principales. Si bien la premisa puede sonar en un principio similar a la de "La Noche", esa pequeña gran película de Edgardo Castro, ésta no transmite estas sórdidas historias con tanta crudeza. Al contrario, hay además una estilización en la imagen y especialmente en el sonido que le restan algo de fuerza. No obstante se encuentra algo interesante en eso de que a veces ese lugar que parece seguro y cómodo, la casa, la cama, es a simple vista luminoso y blanco y sin embargo no hace más que generar frialdad. Como si quizás la noche no fuese tan mala en sí misma, sino en lo que hacemos con y en ella. A la larga estamos ante la historia de tres personajes cuya única salida para poder seguir avanzando parece ser la de tocar fondo. Aunque presenta personajes interesantes (uno solo de los tres queda un poco desdibujado y es el protagonista masculino), algunas escenas parecen un poco forzadas por el guion, mas no por las performances de sus actores que cada uno logra desempeñarse de notable manera. De todos modos estamos ante una película pequeña que expone diferentes temáticas actuales sin necesidad de apuntar ni a la denuncia ni a las ideas subrayadas, dejando que sus historias hablen por sí misma. Como plus hay que destacar el trabajo con la música de Lula Bertoldi, aunque por momentos peca de imprimir un tono clipero a ciertas escenas.
“A oscuras”, de Victoria Chaya Miranda Por Ricardo Ottone En su segundo largometraje Victoria Miranda retoma en cierta medida el esquema del primero, Eso que llaman amor (2015), el de narrar simultáneamente tres historias a través de tres personajes. Sus vidas a veces se entrelazan pero en su desarrollo permanecen más o menos independientes una de otra y lo que comparten es una situación de vida, un estado común. En aquel caso era la frustración amorosa de tres mujeres. En A oscuras se cuenta la historia de tres personajes en crisis, dos mujeres y un hombre, con conductas autodestructivas y atrapados en una circunstancia de vida de la que no ven la salida. El título alude a la zona oscura que están atravesando en sus vidas, pero también a lo otro que comparten: la nocturnidad, el hecho de moverse en el ambiente de la noche. Lola (Esther Goris) es una actriz con un pasado prestigioso pero un presente precario que, víctima de la depresión, se sostiene a base de la mezcla poco recomendable de fármacos y alcohol, Ana (Guadalupe Docampo) es una bailarina de caño atrapada en medio de una relación tóxica y violenta con un hombre que hace como que la quiere pero en realidad la explota, y Lucio (Francisco Bass) está a cargo de un local nocturno y parece muy seguro de sí mismo pero su adicción a la cocaína se le va descontrolando progresivamente. Los tres protagonistas se cruzan ocasionalmente en algún espacio como para dar cuenta que están en un mismo universo narrativo y lo que además los conecta es su relación con un personaje secundario pero presente en las tres líneas que es el taxista interpretado por Arturo Bonín, que en los tres casos aparece como suerte de guardián o consejero. Estas historias individuales funcionan más por acumulación de situaciones, generalmente en el mismo sentido descendente. La progresión, si la hay, es de una cierta degradación subjetiva, y la dirección es hacia algún tipo de quiebre que podría, o no, plantear una nueva circunstancia o una nueva dirección, pero pareciera que el relato está más concentrado en sumar situaciones penosas como excusas para exponer el tema planteado que por darle un espesor a sus personajes Los actores se ponen al hombro sus castigados roles y su circunstancia desgraciada y son lo más destacado de la película. Aún así, y a que a los mismos les pasa de todo, se hace complicado conectar con ellos, perdidos en sus excusas y conductas repetitivas. Salvo en el caso de Ana, la bailarina, la única que muestra una pulsión o un deseo de salir. Afortunadamente no hay un goce en la humillación y Victoria Miranda no demuestra el sadismo del que hacen gala otros realizadores tan concentrados en contar historias de caída. Por el contrario se nota una empatía que hace que la experiencia sea un poco más piadosa y humana. A OSCURAS A oscuras. Argentina. 2018 Dirección: Victoria Chaya Miranda. Intérpretes: Esther Goris, Guadalupe Docampo, Francisco Bass, Arturo Bonín, Alberto Ajaka, Daniel Valenzuela, Germán de Silva. Guión: Carla Scatarelli. Fotografía. Pablo Parra. Música: Lula Bertoldi. Edición: Liliana Nadal. Dirección de Arte: Catalina Oliva. Producción: Victoria Chaya Miranda. Producción Ejecutiva: Martín Bullrich. Distribuye: Primer Plano. Duración: 83 minutos.
La primera película de Victoria Chaya Miranda, “Eso que llaman amor”, reunía tres historias de amores tóxicos sufridos por otras tantas mujeres. La que ahora vemos, “A oscuras”, también reúne tres historias, pero con amores aún más inasibles, por la tendencia de sus protagonistas a la autodestrucción: una actriz declinante encerrada en sí misma, una pequeña prosti tuta enamorada de su proxeneta, un “public relations” también encerrado en sí mismo. Y los tres viven de noche, ayudados por el alcohol y las pastillas. El fulano rehúye cualquier contacto con la madre y sólo se afloja con su perro, aunque sin prestarle suficiente atención. Así le va, pobre perro. La pequeña quiere fantasearle a su madre un éxito legal que no tiene, pero ahí sigue, cariñosa, obediente y explotada. Y la actriz no tiene éxito de ninguna clase, pero sí una farmacéutica que la controla y dos viejos admiradores que intentan ayudarla. Uno de ellos parece ser el único taxista que hay en Buenos Aires. Vemos sólo un puñado de personajes bastante crispados y todo se resuelve casi de golpe. Una mañana alguien tendrá el aliciente del amor, alguien decidirá arriesgarse a cambiar, y alguien seguirá igual o peor. Intérpretes, Ester Goris, bien contenida, Guadalupe Docampo, Francisco Bass, Alberto Ajaka, Arturo Bonín, Germán Da Silva y Carla Scatarelli.
En esta película coral Lola intentará no dejar caer su talento, amenazado por el paso de los años y los eventos que arrasaron con su felicidad. Ana, tratara de sobrevivir a una violenta relación con su pareja quien la acercará al mundo de la prostitución. Lucio de la mano de la adicción a la cocaína, destruirá de a poco su vida. Lo primero en lo que uno piensa al terminar de ver el segundo largometraje de la directora Victoria Chaya Miranda(responsable de Eso que llaman amor, 2015) es la influencia de Requiem for a dream, aquella película de principios de este siglo que puso en el mapa a Darren Aronofsky. Las diferencias están por supuesto en la puesta en de escena. Mientras que en la del director norteamericano daba pie a distintos juegos visuales, lo de la directora Chaya Miranda esta mas anclado en la narración, tal vez por una cuestión de presupuesto pero que no le impide que sea una propuesta valiosa. Ese gran trabajo con el material se debe en parte a la labor en la dirección de fotografía de Pablo Parra que sabe utilizar cada plano para ofrecer información. Se trata entonces de una película con el suficiente tacto para con su material. Es también una de esas historias que se no regodean en el sufrimiento de sus personajes al punto de volverse todo inverosímil como si pasaba en Requiem y en muchos otras películas directores que se especializan en esta clase miserias. Mucho tiene que ver que el guion escrito por Carla Scatarelli que se dedica a contar tres historia simples y posibles de personajes perdidos en sus adicciones y todo lo que conlleva ese mundo. En esta historia coral la que más se destaca es la de la actriz Lola interpretado por Esther Goris. Capaz sea por la experiencia de Goris que roba cámara o porque este tipo de historias de gente en el fondo que puede levantarse siempre ganan pero lo cierto es que es el personaje que más simpatía genera en el espectador. No es que las otras dos historias no sean interesantes y estén bien interpretadas, tanto la historia de Ana ( Guadalupe Docampo) y Lucio (Francisco Bass) son llevaderas, sobre todo la interpretada por Bass, pero acá la estrella en todo sentido es Goris. A oscuras también se destaca por no quedarse en el barro, de darle oportunidades en sus personajes y sobre todo de no menospreciarlos. Tanto la directora como la guionista entienden que este tipo de historias pueden tener tanto finales felices como tristes y juegan con eso. Tal vez se le pueda criticar que en algunos pasajes se estanque un poco la narración y que con el afán de unir las historias el resultado se sienta un tanto forzado pero son apenas problemas mínimos. A oscuras es una propuesta más que interesante, otra muestra del talento de su directora. Una historia que utiliza las herramientas del cine con inteligencia y la vez no cae en cinismo, ni ve a sus personajes como simples títeres para torturar como pasa con muchos directores sádicos de esta última época. A oscuras es un remedio contra ese tipo de cine
Victoria Chaya Miranda es una realizadora que pertenece a una nueva generación de cineastas mujeres, militante activa, que surge con las nuevas dinámicas feministas en el universo del audiovisual argentino. Esta es su segunda película y sabemos de su esfuerzo en el cuidado de la imagen, en el buen trato de la cámara yen el diseño sonoro, una de las cosas más destacalbes que tiene este relato estructurado a partir una trilogía de historias, dos de las cuales son de mujeres. El primer momento de la película promete: una joven sale a una terraza, la cámara la acompaña, se le adelanta una música con la que Chaya y Lula Bertoldi (musica original) parecen arrancar con todo. La cámara la va siguiendo hasta que se sube a la baranda del balcón con la aparente intención de arrojarse. La siguiente escena ya tiene sus problemas, sobre todo en la actuación, pero además en el anuncio de la superficialidad de una relación que esta joven tiene con un hombre que sin matices la maltrata, desde el primer momento. Un maltrato en el diálogo y en la explotación de esta bailarina de caño que vino a Buenos Aires en realidad para ser bailarina de ballet. ¿Dónde guardar los ahorros sino en las zapatillas de baile? Esa relación tendrá un rumbo previsible. Esa idea de previsibilidad es una constante en A oscuras, que entrelaza tres historias en la que va acumulando personajes, casi de modo televisivo, todos de algún modo presentados en relación a la noche. Por eso el título: el taxista, el joven dueño del bar nocturno, la actriz decadente (Esther Goris) acosada por la necesidad de tomar pastillas para dormir y poder soportar el declive, la bailarina de caño que finalmente será cafisheada por su novio, dolorosamente. Chaya presenta de un modo superficial estas historias sobre las “oscuridades” de la noche, se queda en lo argumentativo, en lo subrayado, incluso algunas cosas llegan a aparecer inexplicablemente (qué es ese robo a mano armada que sufre una mujer al que asiste el personaje de German da Silva?), esta diégesis nunca se juega a un fuera de campo, o a sutilezas o a despuntar si quiera alguna dimensión algo más sustancial de estos personajes. El pasado de Lola que sorpresivamente irrumpe y queda suspendido en un hilo que no termina de resolver el conflicto principal de esta actriz y lo corre hacia otro lugar de demasiada obviedad. Incluso los modos en que todo se acelera hacia cada uno de los finales. Esa insustancia
La directora Victoria Calla Miranda toma tres historias que tienen en común la noche, la soledad, las adicciones, la sensación de no tener salida. Una actriz famosa pero que siente que su carrera declina y sus ansiedades la obligan a mendigar pastillas para lograr dormir y calmar sus frustraciones. Una joven bailarina que llegó a la gran ciudad, se encuentra en una relación toxica con un hombre violento que no tiene reparos en introducirla en la prostitución para explotarla. Un joven que maneja un boliche y parece tener todo controlado que desciende a las sustancias hasta su autodestrucción. Y unificando esas tortuosas realidades un taxista, un hombre de experiencia, que intenta llevarlos mas allá de un viaje que le permite atisbar sus vidas. Una propuesta arriesgada de la joven directora que resuelve con audacia como se comportan esas dos mujeres desesperadas, la actriz es Esther Boris, de gran entrega, la bailarina a la que Guadalupe Decampo sabe darle ese toque de locura terminal necesaria. Son las que más se lucen junto a un gran elenco: Francisco Bass, Alberto Afaka, Arturo Bonin. Un clima logrado de desmesura y hundimiento en los infiernos de la noche que por momentos se tensa en situaciones que parecen no tener salida y el final se ve un poco forzado.
Son historias de sobrevivientes en la ciudad de Buenos Aires. Distintas edades, sexos, condición social. Una actriz ya en la madurez haciendo esfuerzos por mantener un nivel que la realidad económica dificulta, un muchacho dominado por la droga y una chica que soñó con ser bailarina clásica y ahora se debate entre la prostitución en ambientes de buen nivel económico y una relación tóxica que se resiste a terminar. Lola, Lucio y Lola protagonizan relatos de seres solitarios que intentan no dejarse llevar hacia el caos. Como puentes que intentan aferrarlos a la orilla, las figuras de un taxista (Arturo Bonín) y un vendedor de café (Germán Da Silva). Con temas vinculados a la violencia de género, las adicciones y el paso del tiempo, la directora Victoria Chaya Miranda intenta desarrollar, con resultados desparejos, un guión débil y con desniveles. Con un comienzo promisorio a cargo de dos actores talentosos como Guadalupe Docampo y Alberto Ajaka, y buen desarrollo de ciertos conflictos, que chocan con la endeblez de otros, el filme no puede alcanzar una línea de equilibrio a pesar de mantener el interés con un buen ritmo narrativo. Tradicional en la forma y muy sostenido por un buen equipo de profesionales como Esther Goris ("Eva Perón"), Arturo Bonín y Germán de Souza ("Las acacias"), "A oscuras" es una aproximación a temas de interés y actualidad que se entroncan especialmente con la realidad urbana.
El pasado glorioso de una actriz adicta a las anfetaminas El film, protagonizado por Esther Goris, narra la vida de una actriz veterana con un pasado de gloria y un presente con deudas. "Era amargo aceptar que se puede bailar en la oscuridad”, decía Julio Cortazar en quizás su libro más importante, “Rayuela”. Es la segunda parte de una cita famosa del escritor, pero corre con una significancia por sí sola. En “A oscuras”, segundo filme de Victoria Chaya Miranda, vemos a tres personajes en tres historias diferentes bailando con su oscuridad, corriendo por un laberinto sin buscar una salida, incluso arraigados a un estilo de vida o una circunstancia que hasta les sienta cómoda. Víctimas, sí, pero quizás también un poco culpables de su vacío, el espectador los acompaña en su búsqueda de un faro para escapar del negro letargo. Lola ( Esther Goris), es una actriz veterana, con un pasado de gloria y un presente con deudas. Una fatalidad cambió su vida, la dejó sola y adicta a los psicofármacos y el alcohol. Sólo tiene un amigo que la levanta constantemente para que no se hunda más. Mientras trata de comprar sus pastillas, desde lejos la reconoce Ana (Guadalupe Docampo), una bailarina con ganas de triunfar en el mundo del espectáculo, pero que está atada a su pareja Víctor (Alberto Ajaka), que la prostituye y golpea. Uno de los facilitadores es Lucio (Francisco Bass), dueño de un bar y adicto a la cocaína que cada vez se encuentra más solo. Las tres historias se tocan por poco, pero se vinculan por sus conflictos, sus necesidades y depresiones en un mundo esquivo.
A oscuras: La desdicha de ser, en tres actos. “Tampoco hay cura para la vida” Johnny Cash Podríamos hacer referencia a un film coral, de alguna manera las historias parecen transcurrir en el mismo espacio físico y tiempo, la noche en la ciudad de Buenos Aires. Dos de las historias tendrán sus escarceos, pero las tres comparten muchos de los sentimientos que los personajes cargan. Victoria Chaya Miranda (Eso que llaman amor – 2015) dirige este drama a tres puntas escrito por Carla Scatarelli que nos introduce en la vida de tres criaturas rotas por diferentes circunstancias. Lola intenta no dejar caer su talento, amenazado por el paso de los años y los eventos irreversibles que arrasaron con su felicidad. Ana, que intenta sobrevivir a una violenta relación con Víctor que la acercará al mundo de la prostitución. Y Lucio que de la mano de la adicción a la cocaína, destruirá su precaria humanidad. Todos ellos, hablan sobre la conservación, la que no siempre es heroica una vez traspasada la tragedia. Que la misma puede deberse solo a una artera y cínica suerte y que el letargo de la existencia posterior no se compara ya con el dolor del conflicto que lo creó. Transportan sus demonios, los fantasmas de sus errores sobre endebles hombros de una humanidad incapaz de tolerarlo. Crecen en sus espaldas a medida que la realidad se distorsiona en ellos, para convertir sus errores en enormes y pesados bultos de puro miedo y decepción. Esther Goris y Guadalupe Docampo crean al paso del metraje seres quietos en sus decepciones con una empatía única. Son ellas las que deben forzar su propia miseria para generar el cambio y las actrices son capaces de una construcción física y emocional atrapante. En cuanto a la historia protagonizada por Francisco Bass, Lucio, el dueño de un bar, el transa de drogas y prostitución, es cuando mucho la caída sin retorno de quien se traga el arrepentimiento y solo conduce su vida en saltos hipócritas de sobrevivencia extrema. Un día a la vez, se arrastra sobre su obscenidad. Son retratos sobre la mediocridad de la humanidad y su incapacidad, lo artero del que lucha por perdurar sin ambiciones. Pesarosa y toda medida realista, la película de Victoria Chaya Miranda no dista mucho de lo visto, pero a la vez es capaz de proponerlo sin el regocijo molesto de la autocomplacencia. El final lejos de los dramas al uso, dará a cada historia un cierre distinto, invitando al espectador a creer que aunque todos nacemos con las herramientas, no todos sabrán darle la utilidad que les corresponde. Un cuento nocturno, una canción indie tan cercana al espíritu de Johnny Cash, eso es este film. La pena, la culpa, las tribulaciones morales y la búsqueda desesperada de la redención, a veces a pesar de nosotros mismos y nuestro permanecer en el mundo que habitamos.
Este es el segundo filme de Victoria Miranda, un relato coral focalizado en personajes nocturnos marcados por la decadencia, la vida marginal, las adicciones y la pulsión de muerte. La coreografía de la trama está trazada entre tres figuras centrales: Lola (Ester Goris) una actriz que vivió el fulgor del éxito y ahora solo la rodea la soledad la depresión, la adicción a los fármacos, el alcohol y alguna función donde pocos espectadores la observan. Parece evocar una ausencia, alguien que suponemos su hijo pero no sabremos bien quién es hasta el acto final de la historia. En paralelo Ana (Guadalupe Docampo) una joven que baila y se prostituye en un local de tragos en la noche, sueña con su futuro de bailarina artística mientras su realidad está construida entre el consumo de cocaína, la relación con su jefe, un tipo de negocios marginales y oscuros que la tiene bajo su ala de poder. Lucio (Alberto Bass) dueño de un bar cool en Palermo, enredado en negocios de drogas y mujeres vive aislado en su mundo alienante rodeado por los lujos que le da la vida de mini narco, mientras sepulta su tiempo consumiendo la blanca nieve que todo lo puede. Estos personajes en situaciones angustiantes, alienantes y opresivas naufragan en sus fantasmas y se chocan con sus vidas sin salida. No hay vínculos que abran al mundo una oportunidad, y cuando aparece una señal de liberación tampoco se presenta demasiado creíble. Historias de soledad y locura, el filme intenta transmitir un estado de perturbación permanente en la que sus personajes viven. Las actuaciones desparejas no alcanzan a darle la encarnadura a estos seres que el guion ha creado con grandes imprecisiones y muchos lugares comunes. Por otra parte con la cámara y la iluminación trata de crear climas de encierro y oscuridad, algo que logra en parte con prolijidad, aunque no emocione su mirada sobre este mundo desolado. El montaje no atenta contra la trama, por el contrario se presenta ordenador y cuidado acompañando la propuesta aún en sus fallas narrativas. Los más endeble es que lugares límites que propone en muchos casos no resultan lo suficientemente creíbles, ni estos mundos se ven tan complejos como para pretender funcionar como un espejo de la vida más oscura que intuimos o conocemos. Por Victoria Leven @LevenVictoria
Victoria Chaya Miranda (Eso que llaman amor) construye una historia coral sobre la vida nocturna de Buenos Aires en A oscuras, su última película. El film se constituye como un relato coral entres tres historias principales: Lola (Esther Goris), una actriz que recuerda mejores momentos y siente que su vida es un fracaso, tomando alcohol y pastillas para olvidar; Ana (Guadalupe Docampo), una joven del interior que quería ser bailarina pero termina siendo prostituida por su novio Víctor (Alberto Ajaka); y Lucio (Francisco Bass), dueño de un bar en Palermo que para evadir sus problemas consume cocaína. Estos tres personajes se conectan a través de la mirada y participación del taxista Mario (Arturo Bonín), un ancla a la realidad. La mayor parte de la película transcurre de noche y en interiores, esta idea refuerza el concepto de adentrarnos en las vidas de estas personas que viven de noche y duermen de día. Es este punto el que une a los personajes y sus adicciones, pero no hay un gran peso en desarrollar las historias de cada uno de ellos, más teniendo en cuenta que toca temas como el abuso, la trata o el olvido. Hay una construcción de la Buenos Aires nocturna, mostrando la Avenida Corrientes o el Obelisco, bares y teatros, aunque se siente alejada de la realidad actual de la ciudad. Y la música termina quitándole aún más peso realista al relato. Con respecto a los personajes, muchos se sienten como estereotipos o caen en lugares comunes, pero fuera de eso hay un buen trabajo de actuación por parte de Guadalupe Docampo y Esther Goris, en demostrar la pesadumbre de la vida que llevan.
“A oscuras”, segundo largometraje (*) de Victoria Chaya Miranda (directora, guionista y productora), es un drama coral sobre tres personajes vinculados a la noche porteña; Lola (Esther Goris), una diva grande que se encuentra en su etapa de decadencia, Ana (Guadalupe Docampo), una bailarina que se gana la vida bailando en el caño, pero que sueña con el baile clásico, y Lucio, el encargado de un boliche nocturno , adicto a la cocaína, interpretado por Francisco Bass. Ya podemos inferir el porqué del título. Las tres historias tienen en común la desesperación y la soledad de los protagonistas, quienes están aislados en sus problemáticas (solitarias y marginales), pero que cuentan con personajes secundarios (muy humanitarios), diría más bien de apoyo, que van tomando preponderancia a través de la solidaridad hacia dichos personajes, con Mario, un taxista, muy bien interpretado por Arturo Bonin, y un cafetero, a cargo de German de Silva. La trama nos muestra un micro mundo de turbios negocios, y la necesidad de los protagonistas de no sucumbir en la depresión; la pesada carga que las mujeres llevan en una sociedad desigual. La directora aposto a seguir a esas criaturas que tratan de escapar a su sino, logrando un film dramático con las incertidumbres que les toca vivir cotidianamente. Pablo Parra cumple a la perfección con la cámara y fotografía, interesante en lo visual y el tratamiento de cámara logrando acentuar lo que la realizadora nos dice con el título. Por su parte Catalina Oliva en su rol de directora de arte logra que los escenarios sean creíbles, impecables y, sobre todo reales, acompañado por la música de Lula Bertoldi. El guion adolece de algunas deficiencias, cuando deja algunos personajes colgados de la brocha, sí, podemos imaginarlo, pero lo que no está explícito en el film no existe, al menos así me lo enseño mi profe. El trabajo actoral es satisfactorio, no sólo en los actores con trayectoria, sino en general, sobresaliendo, como queda dicho, Esther Goris, Arturo Bonin y Guadalupe Docampo. Interesante producción que presenta a una realizadora interesante, que sabe lo que hace y lo que quiere hacer. (*) “Eso que llaman amor” -2015-, además del cortometraje “Cómodos” -2017-, que participó en la sección “Marche du film” en el festival de Cannes, y, pendiente de estreno, “Lo habrás imaginado”
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La soledad desespera y si es en la noche porteña aún más. Victoria Chaya Miranda pinta una historia coral para retratar el desamor, la cosificación de la mujer y el destrato de una sociedad que sólo busca el éxito, tomando como eje a protagonistas del mundo del espectáculo. Lola (Esther Goris) es una actriz que supo ser famosa pero que ahora apenas suma un puñado de localidades en un bar de mala muerte. Su refugio son el alcohol y las pastillas, y la generosidad de algún viejo fan. Ana (Guadalupe Docampo) es una bailarina devenida en striper, que cae en la prostitución para complacer a Víctor (Alberto Ajaka), un tipo que dice amarla pero la exprime y la maltrata. Lucio (Francisco Bass) está al frente de un boliche de onda, se codea con actrices de la tele, pero no puede escapar de su desamor hacia su madre y de los excesos con la cocaína. En ese contexto aparece el taxista Mario (Arturo Bonín), quien será una suerte de válvula de escape en busca de darle a la trama un haz de luz en medio de tanta oscuridad. Con buenas actuaciones, la película sortea la tentación de caer en lugares comunes y apuesta a liberar a los personajes de su prisión.
El film reflexiona sobre la trata, la violencia de género y los lugares comunes de la mirada masculina sobre lo femenino invirtiendo ese punto de vista. Dos mujeres enfrentadas a la explotación y a representar un papel para sobrevivir. A través de esas historias, el film reflexiona sobre la trata, la violencia de género y los lugares comunes de la mirada masculina sobre lo femenino invirtiendo ese punto de vista. El resultado es decoroso, pero también intenta ser demasiado cuidadoso y correcto cuando el drama –y no el uso del drama– requiere intensidad, incluso romper con los propios límites.