La historia es poseedora de una interesante estructura: dos perspectivas diferentes de un hecho trágico, un accidente o un homicidio: el efecto de esto sobre el entorno y una forma de enfrentar una cruel realidad tajante y frontal; Aguas Turbulentas es una historia triste sobre lo que provoca la muerte de un hijo, el estar involucrado en esa experiencia, el perdón divino y el terrenal, la reinserción en la sociedad luego de cumplir una condena y la verdad. Jan Thomas es presentado durante su ultimo día en una prisión de Oslo, se trata de un joven desgarbado que se retira tras cumplir su condena sin grandes esperanzas, una carta de recomendación y la dirección de una iglesia donde se presenta y seduce como organista. Durante las dos primeras partes del film a Thomas (el primer nombre lo deja de lado como si esto apartara el pasado de su nuevo camino) se le van presentando oportunidades que sabe aprovechar para poder reconstruir de a poco una vida normal. Los recuerdos sin embargo lo asechan cuando se involucra sentimentalmente con Anna, ya que su pequeño hijo Jens paraliza a el organista, su imagen casi fantasmal evoca al niño del que fue acusado de quitarle la vida. Es una interpretación silenciosa la de Pai Hagen Sverre, quien ofrece una doble personalidad: la de un joven que supo tener un pasado rebelde, se lo penó por ello y cumplió la condena, a su vez no hace un mea culpa ni por asomo, genera esto una terrible violencia en el espectador ya que cuando se lo enfrenta opta por callar. En el momento en que Agnes , la madre del niño , aparece en pantalla es cuando el film cambia la óptica de los hechos, otorgándole un ritmo más acelerado que acompaña el sentir de una madre en apariencia resuelta (luego de mucho trabajo) con respecto a la desaparición de su hijo, cuando casi por casualidad encuentra a Jan en la iglesia. Se obsesiona con el, se obsesiona con la idea de su hijo, busca respuestas y se pierde en el dolor infinito. Agnes es encarnada maravillosamente por Trine Dyrholm, una maestra, una esposa con dos hijas adoptadas y un marido que la ama eternamente. Es ella quien logra dar vuelta la nueva situación de Jan, quien durante gran parte del film parece estar haciendo las cosas bien, no hizo lo más importante para seguir: enfrentar un hecho del cual fue participe activo y culpable. La intensidad de Agnes traspasa las barreras; se la ve intentando lidiar con lo cotidiano sin poder desprenderse de ese niño el cual le fue arrebatado... La trilogía de Erik Poppe comienza con Schpaaa (1998) film que cuenta la historia de un grupo de adolescentes maltratados que se involucran en una banda vinculada al narcotráfico, continúa con el film Hawaii, Oslo (2004) historia coral que trascurre durante el día más caluroso del año en Oslo y culmina con Aguas Turbulentas, una historia que cuenta con la intensidad de la música que puede producir un órgano tubular de iglesia y la complejidad del choque de dos perspectivas desesperadamente diferentes.
Culpa, redención y perdón. Básicamente, esas son las tres palabras que dominan este melodrama noruego, que cuenta con algunas situaciones similares a las que viven los personajes de los Dardenne. En sí, el argumento parece una combinación entre El Niño y El Hijo. Jan Thomas secuestra por divertirse a un bebé. Accidentalmente este se escapa y muere. 8 años después sale en libertad condicional y trata de rearmar una nueva vida, encontrando trabajo como organista de una iglesia protestante. Allá conoce a Anna, la pastora de la misma. Ella tiene un chico muy parecido al que Jan había secuestrado. Mientras que la relación de Anna y Jan prospera, el chico empieza a sentir verdadero cariño por el muchacho que sale con su madre. Debido a su pasado, Jan rechaza, en principio al niño, y a la vez esto lo obliga a mentirle a Anna. Su vida prospera hasta que aparece la madre del chico que murió en sus brazos. A partir de este momento conoceremos, el otro lado de la historia, el de la víctima. Poppe crea un relato de tensión que se va construyendo lentamente. Un melodrama hecho y derecho con interpretaciones frías y austeras, propias del comportamiento de los países escandinavos. La primera mitad de la película, que se centra en las relaciones que Jan crea, en su camino de “redención” son lo mejor de esta película, especialmente por la sólida interpretación del protagonista, Pål Sverre Valheim Hagen. Los problemas surgen cuando a la mitad de la obra, se cambia el punto de vista. El suplir de la madre por la pérdida del hijo. Si bien es cierto que la historia de Jan se estaba agotando, a esta altura del metraje, también es verdad que mostrar el proceso de aceptación de la muerte y el posterior reencuentro con el asesino posibilitan que el relato construya una trama obvia, previsible, cercana a los guiones de Guillermo Arriaga (21 Gramos, Camino a la Rendención), pero un poco mejor dirigida. La densa, profunda, pero verosímil actuación de Ellen Dorrit Petersen hacen esta mitad, un poco más visible, aunque no lo suficiente para notar que el relato ha caído. Algunas situaciones están demasiado forzadas en pos de que se “resuelvan” los conflictos. Poppe integra una estética interesante: usando teleobjetivos que dejan a los protagonistas en primer plano, fuera de foco, en función de demostrar que siempre detrás de cada uno hay un historia que se oculta, que uno no puede juzgar a la persona por lo que ve a primera vista. Aguas Turbulentas es un drama que posee atributos cinematográficos, pero cae en las típicas tentaciones de los culebrones clásicos con moralina y feliz conciliador incluidos. Como en el cine de los Dardenne, el golpe bajo es reemplazado por ciertas sutilezas del lenguaje, que logran separar un poco al espectador de la historia. Pero si quieren que sea honesto, lo que realmente la salva son las soberbias interpretaciones. El resto es discutible.
Perdonar lo imperdonable, rehacer lo deshecho Han pasado ocho años desde que Jan Thomas (Pal Sverre Valheim Hagen) entró a la cárcel a purgar su responsabilidad en la muerte de una criatura. Sale de prisión convertido en un hombre taciturno, introvertido, con apenas la recomendación para un trabajo que al menos le da un poco de paz. En la iglesia donde le contratan como organista, conoce a Anna (Ellen Dorrit Petersen) y casi de inmediato surge entre los dos una atracción que, como pulsión de vida, promete sanar el alma atormentada de Thomas. Pero Anna tiene un hijo y el fantasma de sus pecados pasados no le permite vivir totalmente tranquilo, por más que se empeña en no exteriorizarse afectado. El flamante organista intenta rehacer su vida ocultando por completo ese trágico suceso que lo llevó a prisión. Pero ese pasado lo alcanza cuando menos lo espera: la madre del niño muerto, maestra de escuela, lo reconoce durante una excursión a la iglesia donde Thomas trabaja y ambos sufrirán las consecuencias del reencuentro. El realizador noruego Erik Poppe desembarca en las pantallas argentinas con un filme donde obsesión, perdón, remordimientos y amor se combinan en un drama cuyo impacto, inicialmente fuerte, va diluyéndose conforme transcurren los minutos. El protagonista se nota cómodo en su rol y consigue un personaje controversial, que generará emociones encontradas en el espectador a medida que se presentan las distintas perspectivas de su delito. Técnicamente impecable y novedosa en su perspectiva, "Aguas turbulentas" se cae un poco sobre el final, con una resolución más bien tibia y que roza la correción política más tradicional, esquivando apenas la moraleja chata. No es una película para recomendarles a quienes sufren cuando un niño sufre.
Sinceramente, muy sinceramente, está película es una de aquellas que me irritan hasta la cólera; pero no por ser malas; sino por lo buenas e interesantes que podrían haber sido y que venían siendo hasta caer estrepitosamente bajo a último momento. Al respecto, me gustaría contarle, querido lector, una pequeña “máxima” que me tiró hace un tiempo un profesor, queriendo guapearme al enterarse de que iba a empezar a redactar crítica, a quién detesto enormemente; pero que, dadas las circunstancias, debo, muy a mi pesar, darle la más absoluta razón: “Una mala película, que arranca como tal, no tiene en absoluto posibilidades de remontarse en ningún punto del metraje. Por otro lado, tené en cuenta que una buena película, en cualquier momento puede irse a pique”. Lamentablemente, la presente es un ejemplo concreto de esto último. Un joven, paseando por un parque, jugando, quizás, a iniciarse en el delito o a delinquir como simple pasatiempo pseudo-adolescente, termina matando a un niño. Quizás no estamos absolutamente seguros de la intencionalidad del hecho, pero sí tenemos la certeza, o por lo menos a mi no me quedó ninguna duda, acerca de la responsabilidad de este joven frente a esta muerte. Más tarde, condena cumplida a medias, por buena conducta, sale con la condicional. Como buscando una suerte de perdón divino, se mete en una iglesia como organista. Hasta acá todo venía muy bien. Una elipsis y, por ende, progresión dramática admirable que, como mencionó Rodolfo arriba, me hizo acordar a los Dardenne, donde se vale de lo no dicho, de lo no explicado. Al igual que en El Hijo, no tenemos certeza de que es lo que ha sucedido, del porqué de todo ello. La película hasta cierto punto se vale de este recurso. La muerte del niño parecía ser, por más grave y aberrante que suene esto, apenas una excusa para mostrar todo el problema de redención de este personaje cuando debe retomar su vida. El hecho inevitable de tener que seguir viviendo, donde la condena no es la cárcel, sino la vida misma. Ahora bien, todo esto se cae porque, justamente, la película juega a explicarlo todo, a la exposición total, de las formas más literales y banales posibles, amparándose en una suerte de compilado de moralejas cristianas acerca de porque Dios creó el pecado y a los pecadores. Lo único interesante que gira en torno a la cuestión con la iglesia, el órgano y su música como conductora de lo dramático, el cual me hizo acordar un tanto a Bergman en Luz de Invierno, es la paradoja que ronda al protagonista, durante todo el segmento que se dedica a contar su lado de la historia. La paradoja en torno al deseo de querer rehacer su vida, dejar atrás el pasado, y, por esto, acercarse de alguna forma, aunque sea como músico, a lo religioso, pero al mismo tiempo, sin dejar una pizca del pasado atrás, puesto que no asume ninguna responsabilidad frente a lo sucedido, es decir, frente a su pecado y, para colmo, se involucra emocionalmente con la sacerdotisa y su hijo, enfermizamente parecido al que murió en sus manos, como un intento, quizás, de redimirse frente a lo sucedido. Esta paradoja es, al menos para mi, el punto más cumbre de la película. Pero como mencionaba antes, a la hora de las conclusiones, la película juega a la moraleja fácil, a tratar de cerrar todo su discurso con palabras, y en ello pierde gran parte de las riquezas que venía construyendo en su desarrollo. Cuando el montaje se decide a contarnos el otro lado de la moneda, el de la madre que perdió a su hijo, en mi opinión, la película se agota. Vuelve sobre sus pasos, muestra lo tapado, se esmera en no dejar nada al azar, pero a su vez, termina en una redundancia empalagante, interminable, donde se nos explica y re-explica todo el suceso de la muerte de dicho niño; y con esto no sólo borra todo posible rastro de inexactitud respecto a la trama, sino también todo posible rastro de reflexión que se valga del fuera-campo, de lo que queda sin contar, de una posible resolución que se niega a dejar en manos del espectador y queda impostada en una moral artificial por parte de sus personajes
Tras cumplir su condena por haber matado a un niño un joven comienza una nueva vida como organista de iglesia, no obstante la madre de su víctima lo encuentra y comienza a perseguirlo en un esfuerzo fatídico por conocer la verdad. Jan Thomas sale de prisión luego de cumplir su condena por homicidio. Aunque en ningún momento queda del todo claro qué intentó hacer, hubo un secuestro de un nene que se vio frustrado por un accidente, el cual supuso la muerte del pequeño. Su capacidad para la música le permite conseguir trabajo como el organista de una Iglesia, desde donde intenta, sin éxito, expiar sus culpas y dejar atrás su pasado. DeUsynlige (Aguas turbulentas) es una oportunidad para acercarse al cine noruego, el cual no tiene mucha repercusión en nuestro país. Las posibilidades de verlo tampoco abundan, si bien hubo en la Argentina un ciclo dedicado a la filmografía de la nación a mediados de febrero con una buena concurrencia, es difícil que esas películas logren hacerse un lugar en la ajustada cartelera de estrenos comerciales. En su tercera realización, Erik Poppe desarrolla una lograda historia de redención, capaz de esquivar la mayoría de los lugares comunes a su alcance. Además de un muy buen montaje y musicalización, el filme cuenta con acertadas interpretaciones, especialmente en la que mayor profundización necesitaba, la de Pål Sverre Valheim Hagen, su torturado protagonista. Al llegar al punto climático del desarrollo, exactamente a la mitad, el filme cambia su perspectiva y encara la historia desde el punto de vista de la madre del niño fallecido. Lo que en un primer momento parece ser un novedoso y momentáneo cambio de enfoque, eventualmente termina convirtiéndose en un exceso de explicaciones que alargan la historia más de la cuenta y retrasan la resolución del conflicto. El tratamiento de dos personas opuestas, unidas por un hecho terrible del pasado que buscan dejar atrás, parece demasiado si para esto es necesario dedicar igual cantidad de tiempo a cada historia. Esto supone además que ciertos elementos sean subrayados y que se llenen espacios en blanco que no necesariamente necesitaban ser llenados, ya que se entendían con los datos que el espectador poseía. Es más allá de esto una buena película que trata un tema delicado como la muerte de un niño sin recurrir a golpes bajos, pero que, a diferencia de otro filme de temática similar como Rabbit Hole (El laberinto), pierde fuerza por querer abarcar más de la cuenta.
Una clase sobre el dogma protestante En su adolescencia, un muchacho fue responsable de la muerte de un bebé. La expiación de su pecado, tras la cárcel, aparece en un trabajo como organista de una iglesia. Pero él no muestra arrepentimiento ante la madre de la víctima, que se convierte en un ángel vengador. Crimen, culpa, arrepentimiento, segunda oportunidad, redención: Aguas turbulentas es como una clase sobre el dogma protestante, expresada por medios dramáticos. En la visión del guionista Harald Rosenlöw-Eeg, el hombre es un pecador en potencia, pero también un dechado de virtudes espirituales en potencia. Las fuerzas que rigen al mundo le ofrecen la oportunidad de redimirse de sus pecados, siempre y cuando manifieste arrepentimiento. Si no lo hace, el destino volverá sobre él, para recordarle el crimen cometido. Sólo cuando lo haya expiado estará en condiciones de renacer a una nueva vida. Como Aguas turbulentas es una película y toda película debe ganarse el favor del público, estos férreos valores religiosos se encarnan en un muchachito tan atractivo como un rocker melancólico y una sacerdotisa sólida, rubia y bonita, en la mejor tradición de las estrellas escandinavas. Porque está claro que Aguas turbulentas no podía provenir de otro lugar del globo que no fuera un país nórdico, zona donde el protestantismo ha echado algunas de sus anclas más pesadas. En su adolescencia –incitado, daría la impresión, por una chica con bastantes menos escrúpulos que él– un muchacho llamado Jan Thomas secuestró a un bebé, y el secuestro terminó de la peor manera posible. Tras largos años en prisión, se le otorga la libertad condicional por buena conducta y consigue trabajo como organista de una iglesia. Con el melancólico mechón cayéndole sobre la frente, la mirada de cordero, la barba crecida con un dejo cool, Jan no se contenta con ejecutar burocráticamente sus partituras. Lo hace con la pasión de un Keith Jarrett veinteañero, en estado próximo al trance e innovando lo suficiente sobre el repertorio eclesiástico como para tener Puente sobre aguas turbulentas entre sus hits. Por si alguien no pescara por qué insiste el muchacho con ese clásico, los reiterados flashbacks recuerdan que fue en un río de aguas rápidas donde Jan consumó su pecado. Aunque no le resulta fácil a Jan vencer la resistencia de las autoridades cuando se ponen al tanto de su legajo, cuenta con alguien de su lado. Separada y con un hijo, está claro que a la muy saludable sacerdotisa Anna el joven le inspira algo más que una pía compasión. Pero es allí que –oh, el destino– un día llega a la iglesia la mamá del niño, creyendo reconocer en el joven del mechón caído al culpable de haber tronchado su vida. Siguiendo hasta ese momento escrupulosamente la línea de puntos que lleva al agonista de la culpa a una indefectible redención, la aparición de Agnes salva la película. Pero no por piedad sino, bien al contrario, por la locura que hay en ella. Desesperada, definitivamente no repuesta de la pérdida de su hijo, por más que lleve nombre de cordero de Dios, Agnes se comporta como lobo suelto, cualidad de la que la visceral Trine Dyrholm es responsable principal. Que el culpable de su tragedia no esté dispuesto a arrepentirse aparta definitivamente a esta madre del dolor de toda la apariencia de normalidad que había edificado a su alrededor (familia, trabajo, profesión), convirtiéndola en versión femenina de un ángel vengador. Puede ser que ni siquiera en esa instancia la película dirigida por el noruego Erik Poppe traicione una perspectiva religiosa, pero abraza en tal caso el costado más loco de las escrituras. Ese que ante el cataclismo aconseja prender un fósforo y poner la propia casa en llamas, con todo adentro.
ELOGIO DE LA CULPA En el cierre de su trilogía de Oslo, Poppe aborda un tema extremo para la sensibilidad del espectador (el robo y posterior muerte de un niño) como punto de partida para ofrecer un preciso, contundente estudio sobre la culpa. Es verdad que en algunos pasajes cede a la tentación de caer en ciertos simbolismos, alegorías, analogías y paralelismos que pueden resultar un poco obvios y torpes, pero en buena parte de las dos horas sostiene un impecable, profundo etrato psicológico de los dos protagonistas: el joven que sale de la cárcel luego de haber purgado dos tercios de su condena por la desaparición de un chico y la madre que ha intentado rehacer su vida con dos hijas adoptivas, pero que sigue sumida en el odio y el dolor. El film está narrados en dos líneas paralelas que sobre la mitad del relato confluyen cuando la mujer -que está a punto de mudarse a Dinamarca con su familia- descubre que el protagonista trabaja tocando el órgano en una iglesia. Película sobre el sino trágico, la culpa, la venganza, el perdón y la redención, Aguas turbulentas se beneficia de la sensibilidad y credibilidad con que Poppe construye cada uno de los personajes y del aporte de un elenco sin fisuras. Un film duro, es cierto, pero al que vale la pena darle una oportunidad.
La culpa y el perdón Aguas turbulentas (De Usynlige, 2008) narra desde dos perspectivas diferentes un mismo trágico hecho con la maestría de un director que supo acomodar cada una de las piezas de un drama familiar en el lugar exacto, evitando el lugar común y la complicidad del espectador. Jan acaba de salir de la cárcel donde cumplió una condena por el asesinato de un niño en una confusa situación. Jan pasó toda su adolescencia y los primeros años de su incipiente juventud tras las rejas y cree haber pagado su deuda con la sociedad. Al salir se desempeñará como organista de una iglesia de Oslo. Su vida transcurre en una aparente normalidad hasta que un día la madre del niño muerto descubre por casualidad a Jan deleitando musicalmente a los niños de una excursión que ella conduce. A partir de ahí el mundo se les desmoronará a ambos entre culpas y perdones que no llegan. Aguas turbulentas se enmarca dentro de una trilogía conformada por Schpaaa (1998) y Hawaii, Oslo (2004), films cuya temática es asociada con la marginalidad y la delincuencia adolescente. Siguiendo esta línea, Erik Poppe presenta la historia de Jan, el asesino, y de Agnes, la madre del niño asesinado, pero desde la visión de cada uno de ellos. Así ofrece un mismo relato pero desde dos ángulos opuestos poniendo al espectador en el lugar de un juez capacitado para dictar el veredicto final. Uno de las mayores virtudes del film son las actuaciones. Pål Hagen Valheim Sverre matiza a su Jan de ese estadío confuso entre la culpa y la redención, nunca se sabrá en realidad que pasa por la mente de ese cuerpo que manifiesta una contradictoria triste alegría. Por otra parte, Trine Dyrholm alcanza la medida justa que la composición de Agnes requiere ante sentimientos tan contradictorios como la venganza y el perdón. Poppe maneja la información hacia el espectador a cuentagotas. Sí bien el relato se divide en dos episodios que podrían convertirse en reiterativos, logra a través de una mirada inteligente brindarle información a los personajes que el espectador desconoce, y así crear un suspenso que por momentos se vuelve aterrador ante la intriga de saber qué es lo que en realidad pasa por las mentes de esos personajes al borde de la desesperación. La música, también jugará un rol crucial en dicha construcción, ya sea la interpretada por el propio Jan o la que sonará extradiegéticamente intensificando dramáticamente la trama. De escasa llegada a nuestro país el cine noruego ofrece una de las obras más extraordinarias que el séptimo arte nos haya brindado en mucho tiempo. La delgada línea que separa el bien y el mal, el perdón y la condena, el cielo y el infierno son plasmados en la pantalla grande con la inteligencia que el cine muy pocas veces se permite (o le permiten), sin menospreciar al espectador y evitando caer en el típico melodrama lacrimógeno.
Ensayo sobre la culpa y cómo no sentirla Filme noruego que permite reflexiones más allá de su trama. Es un riacho, no muy profundo, allí donde ocurre el hecho. Jan es acusado de haber asesinado a un niño, por lo que, cuando sale de purgar su condena, tendrá una despedida acorde de parte de los otros presos: cabeza sumergida en agua, una buena golpiza y mano derecha casi fracturada, ya que un organista le consigue trabajo en una iglesia para tocar el órgano. A esas aguas del comienzo hace referencia el título de esta impactante película noruega, en el que el sentimiento de culpa atraviesa a cada uno de los personajes. Porque si Jan siempre adujo su inocencia, la madre del niño fallecido, a Agnes, cuando lo reconozca sentado detrás de los teclados, se le revolverá el estómago. No sólo porque lo ve libre, sino porque había sido ella quien dejo al pequeño en su cochecito en la puerta de una chocolatería, cuando entro al baño a limpiarse la ropa y alsalir, ya no lo vio. Enter el ascetismo de Erik Poppe y las actuaciones de Pal Hagen Valheim Sverre y Trine Dyrholm, más Ellen Dorrit Petersen, como la pastora con hijito de la que Jan se enamora, pero le oculta su pasado, son de los mejores atributos de este filme inclasificable. Porque tiene suspenso, pero también es un drama, todo con una intensidad asombrosa. Jan y Agnes intentan, cada uno por su lado, reconvertir sus vidas luego de aquel hecho -uno reinsertándose en la sociedad; la otra, con dos niñas adoptadas-, siendo ambos personajes culpógenos crónicos, buscando revancha en la vida, o tal vez una venganza terrible. Lo que podría caer en convenciones múltiples -alguna al director se le escapa- deriva en una narración fluida en la que se conjugan distintos tiempos de la historia (la reconstrucción del pasado, y el presente, a la vez contado por separado entre lo que viven Jan y Agnes). Como todo gran filme, permite reflexiones que trascienden la trama. Qué estamos dispuestos a perdonar, a otros y a nosotros mismos, está en el centro, es el nudo a desatar de este atrapante relato.
Delicado film del noruego Erik Poppe, bien encabezado por Pál Valheim Sverre El destino suele marcar a las personas con los hierros más candentes. Esto lo comprobará Jan Thomas, un joven que es dejado en libertad luego de permanecer en la cárcel por el asesinato de un niño, a pesar de que él siempre proclamó su inocencia. Ya fuera de esa prisión que lo convirtió en un ser taciturno, intuye que la vida le dará una segunda oportunidad cuando un organista le consigue un trabajo en una iglesia de Oslo. Allí, y por su talento y su tranquila forma de ser, Jan Thomas se gana el respeto de sus superiores. Aquel destino que lo había marcado parece que podrá ser cambiado, ya que el joven pronto ganará el corazón de una mujer y del pastor de la parroquia, quienes ignoran su pasado. Pero éste lo alcanza cuando una maestra llega a la iglesia y reconoce al organista como el joven que fue condenado por asesinato de su hijo. Así la culpa y la inocencia, y el bien y el mal se mezclan de una manera inquietante controlando la vida de todos. En éste, su tercer largometraje, el director noruego Erik Poppe demostró una indudable inquietud por presentar esta historia desde la perspectiva más humana, con lo que logra así un drama tan íntimo como perfectamente orquestado al contar el mismo relato desde dos perspectivas diferentes, la de ese Jan Thomas torturado y la de esa posibilidad de recomenzar una nueva existencia. Film delicado y de lenta descripción (algunas veces demasiado lenta) Aguas turbulentas tiene a su favor la emoción que otorga ese personaje central. La labor de Pál Valheim Sverre matiza a su personaje con arrogancia y destellos de alegría, y logra así una excelente interpretación de alguien que desea reconquistarse a sí mismo. El resto del elenco acompaña con vigor y sentimiento, mientras que la fotografía y la música se integran a la perfección con el clima de esta historia.
Ni olvido ni perdón Considerada como la tercera parte de una trilogía del realizador Erick Poppe que comenzara con Schpaaa (1998), luego con Hawaii, Oslo (2004), Aguas turbulentas es un film sobre la redención, tanto desde el punto de vista religioso como del pragmático. Esos dos enfoques además están representados por dos mujeres, Anna y Agnes, ambas madres de muy diferente conducta, cuyo nexo es el protagonista de la historia: un joven que tras una estadía de 8 años en prisión por considerarlo responsable de la muerte de un niño intenta reincorporarse a la comunidad como organista de una iglesia protestante en Oslo. En el lugar, se sabe muy poco sobre el pasado de Thomas (Pai Hagen Sverre), cuyo verdadero nombre es Jan -lo mantiene oculto- pero dadas sus condiciones con el instrumento y su llegada desde la cárcel es rápidamente aceptado. El perturbado Thomas encuentra en la música la fuga ideal para huir de los fantasmas del pasado pero la presencia del hijo de la pastora Anna con características similares a la víctima (edad, contextura física, etc.) reaviva la pesadilla. Sin embargo, el acercamiento de Anna pemite que Thomas pueda conectarse con su entorno de otra manera y entablar con el pequeño una relación amistosa como parte de su proceso de redención personal. Ella no sabe nada de la historia del organista pero considera que no se debe juzgar a nadie sin darle una segunda oportunidad, fiel a los preceptos religiosos de poner la otra mejilla. Ahora bien, cuando todo parece indicar que Thomas está reparando las heridas y descubriendo lazos afectivos la azarosa llegada de Agnes (Trine Dyrholm), una maestra que además es la madre del niño que el protagonista mató, precipita las cosas cuando lo descubre revela su verdadera identidad. Así, reabre las cicatrices de una historia que aún no tiene un final porque ella necesita saber la verdad sobre aquel día en que Thomas secuestró por diversión a su hijo Isak, a quien desde ese momento nunca más pudo volver a ver. Estructurado de forma fragmentaria (pasado y presente se fusionan) en perfecta sintonía con lo que podría ser la psiquis del protagonista en tanto recuerdos, miedos, secretos y angustias, el relato adopta dos puntos de vista completamente contrastantes: el de Thomas y el de Agnes como si no existiera una única verdad y todo dependiera de la mirada sobre los hechos. Pero esa mirada múltiple también es la que termina por definir a los personajes en su soledad y en su búsqueda personal de la redención. Para Thomas no hay perdón posible sin revelar la verdad y para Agnes la única manera de seguir adelante es conocer lo que realmente motiva a que una persona haga actos de maldad sin poder explicarlo. Erick Poppe no apela a la fábula moral pero eso no significa que los planteos éticos sobre los personajes queden desechados. Logra a fuerza de austeridad y un ritmo sostenido el desarrollo interno de sus personajes, construidos con rigor y complejidad. A esas virtudes deben sumárseles un elenco impecable con la brillante interpretación de Pai Hagen Sverre, cuya sutileza para crear el mundo interior de Thomas hablan de un trabajo soberbio. Resulta imposible no pensar por un segundo en otro film sobre la redención como El hijo de los hermanos Dardenne, que si bien descartan la fábula moral igual que Erick Poppe intentan diseccionar las capilaridades de la conducta humana.
Culpa y redención en magnífico film Noruega. Un joven sale de prisión tras haber cumplido condena por un crimen que niega haber cometido. Pero ni los demás presos lo quieren. El capellán lo manda a una iglesia donde necesitan un organista. Para rehacer su vida, él usa su segundo nombre, como si fuera otra persona. El diácono lo observa y ampara. ¿Quién podría darle una chance, si la propia iglesia no lo hace? La pastora, que además es bonita, lo observa y se le acerca. Ella también quiere su segunda oportunidad. El hijito de la pastora lo quiere, con la inocencia de los niños. La madre de la víctima lo reconoce. Muy buena historia, contada desde dos puntos de vista: el del ex convicto que busca rehacer su vida, y el de la madre de la víctima, que necesita una explicación. Lo interesante es que no la vamos conociendo en paralelo, sino que primero conocemos a una de las figuras, nos interesamos por ella, simpatizamos con ella, y luego conocemos a la otra, nos enteramos de otras cosas, quizá podemos cambiar nuestra opinión. Pero al final todavía está la confrontación entre ambas personas, el choque violento que involucra a otros inocentes, y también la duda por parte de quienes tratan de ayudar, o advierten lo que cada antagonista encierra dentro de sí mismo y puede soltar en algún momento. Acaso, del peor modo en el peor momento. Como ciertas obras musicales, la película respira tres tiempos. El primero es calmo e intrigante, el segundo se muestra tenso y perturbador, el último, bien agitado, nos pone definitivamente nerviosos. Hay suspenso creciente, vueltas de tuerca hasta el final, excelentes actuaciones, buena música de órgano, con una singular versión de «Puente sobre aguas turbulentas» en una escena clave, y hay también un arroyo de aguas turbulentas, donde ha pasado una desgracia y puede pasar otra. Algo más, lo más importante. En esta historia hay, sobre todo, un lúcido acercamiento a temas profundos de culpa, sentimiento de culpa, reconocimiento o negación, rehabilitación social, rehabilitación ante los familiares de la víctima, rencor, desequilibrio, obsesión, ley del talión, la difícil compasión, la todavía mucho más difícil reconciliación de cada uno con su alma. No digamos, la reconciliación entre esas dos personas tan enfrentadas. Fuerte, bien realista, no es, sin embargo, una película amarga. No cantarán los pajaritos en el desenlace, pero no es amarga. De algún modo oscuro, es luminosa. Lástima que no sea argentina.
Algo de pecado, culpa y redención Qué hubieran opinado Bergman y Kieslowski sobre Aguas turbulentas? Sucede que temas importantes como el pecado, la culpa y la redención, con la correspondiente música sacra de cortina sonora, recorrieron parte de las filmografías de ambos directores: prestigiosos, densos, interrogadores a través de sus historias. Esta película de Erik Poppe plantea argumentos cercanos a los de La fuente de la doncella (Bergman) y No matarás (Kieslowski), ubicando la trama en un pueblo nórdico donde el personaje central consigue trabajo como organista de una iglesia luego de cumplir una condena en la cárcel por asesinar a un chico. Sus intentos de formar una familia con una mujer y un hijo sin padre empiezan a trastabillar cuando aparece la madre del chico “supuestamente” asesinado por el músico de parroquia. Hay una primera parte descriptiva, solemne y grave en sus tonos, al bucear en la psiquis atolondrada del personaje central; en tanto, en la hora final modifica el punto de vista y se entromete en la personalidad de una madre que no comprende cómo los habitantes del pueblo aceptan a un asesino de criaturas. Esta segunda mitad, más interesante y menos enfática que la anterior, omite los planteos teológicos expresados de manera pomposa para mostrar las idas y vueltas de dos parejas en colisión debido a un hecho trágico del pasado. En efecto, Aguas turbulentas es una película de guión con un cuarteto actoral digno de destacar y textos que resaltan la solemnidad y gravedad del asunto, aclarando definitivamente sus propósitos en una secuencia final que apunta a la emoción a través de una montaña de arrepentimientos y disculpas debido a un pasado conflictivo. Pero siempre aferrándose al guión, jamás desde la puesta en escena. Y entonces, ¿qué dirían Bergman y Kieslowski sobre el film de Poppe? Tal vez con una sonrisita irónica hubieran zafado de cualquier otro compromiso.
Jan Thomas cumple una larga condena por el asesinato del pequeño hijo de Agnes, aunque el joven no se siente culpable sino víctima de la mala suerte. Cuando sale de prisión gracias a su buena conducta, lo contratan para tocar el órgano en una iglesia de Oslo. Allí conoce a Anna, una bonita sacerdotisa de la comunidad protestante. Anna tiene un hijo rubio de ocho años que posee un extraño parecido con el difunto precoz. La pasión se instala inevitablemente entre Anna y Jan Thomas, que supera su fobia inicial hacia el niño y comienza a curar las últimas heridas de su pasado. La historia podría detenerse en esta lenta reconstrucción de la identidad del protagonista, respaldada con hallazgos estéticos y narrativos pertinentes. Pero cuando Agnes reconoce por azar a Jan Thomas en la iglesia, reaparecen los fantasmas del pasado con un mar de histerias lacrimales y tentativas desesperadas que desmoronan el sobrio esquema de la película. Erik Poppe filma los tormentos paralelos de Agnes y Jan Thomas. El relato se divide entre episodios del pasado y del presente que entran en colisión y resuenan entre sí para ilustrar la experiencia subjetiva de cada protagonista. Jan Thomas se encuentra empujado por dos madres hacia un examen de conciencia. La película ofrece un estudio sobre la culpa, el perdón y la expiación con algunos simbolismos bastante obvios, el agua es purificadora pero también instrumento de muerte. El protagonista expresa sus emociones positivas a través de la música. Las variaciones líricas del órgano logran acentos sorprendentes que se insertan con naturalidad en las imágenes, la fuerza sorda de los tubos se articula armoniosamente con la suavidad acompasada de las luces. Se trata de un ejercicio arriesgado con el que el director confirma su talento para crear ambientes y ritmos. Pero la atmósfera lograda no concuerda con los desbordes explicativos, con el patchwork de recuerdos dispuesto para rellenar los espacios abiertos en la historia de manera artificial y redundante.
Partitura noruega notable sobre la redención y la culpa Es raro que llegue cine noruego a nuestras salas, así que a priori había que prestarle atención a este estreno. Si bien nos llega 3 años más tarde de lanzamiento original, lo cierto es que es interesante poder acceder al pensamiento nórdico en materia de cine a través de uno de sus exponentes más reconocidos de los últimos tiempos, como es el director Erik Poppe. El hombre viene del campo de la publicidad y su trayectoria lo trae como un cineasta con mucho éxito en su país natal, merced a su "Oslo trilogy", de la cual, "De Usynlige" es la tercera y última parte. El hilo conductor de estos trabajos, es enfocar la mirada hacia el mundo marginal, la juventud y los peligros que acarrea no estar bien acompañado y asistido a la hora de tomar decisiones importantes. Es bueno que nos llegue al menos el último, "Aguas turbulentas", drama pausado y reflexivo que se destaca por el equilibrado análisis de las emociones enmarcadas en una tragedia donde nadie, nadie es totalmente inocente. Esto juega de manera crucial en la cinta: dentro del contexto religioso de esa geografía y de cualquiera similar (en este caso, el protestantismo), no hay redención sin perdón. De manera que esto anticipa lo que viene: la madre del niño que él mató (según los fríos términos judiciales) lo identifica en la iglesia donde trabaja y no está dispuesta a dejar que Jan viva una vida normal. Ahí en ese instante, lo que venía siendo convencional, Poppe lo dinamita. ¿Cómo? A la mitad del metraje, abandona a Jan (su seguimiento) en un momento crucial de su vida (del que sólo podemos anticipar que es cíclico) y pone los ojos detrás de Agnes (Tryne Dyrholm), la sufrida mujer que busca venganza. De ahí en más, veremos la otra cara del sufrimiento humano, en una persona que a pesar de haber adoptado dos hijas, no se resigna a vivir en paz, dolida por la pérdida de su primer hijo propio. Ella dibujará en su rostro toda la paleta de emociones naturales de una madre en su estado e irá por una revancha que provocará un final de alto voltaje entre los dos protagonistas de la historia. Seguramente si el libro hubiese seguido a Jan hasta el final, "De Usynlige" no tendría la fuerza que tiene. El oportuno y genial giro oxigena el film y nos regala una segunda hora mucho más intensa que la primera donde parte del rompecabezas comienza a tomar forma. En un duelo actoral de primer nivel, Valheim Hagen y Dyrholm se sacan chispas en roles opuestos, logran darle humanidad a un relato que propone un debate abierto: ¿Cómo se perdona de corazón a quienes le quitaron la vida a un ser amado? No se si al final del film y cuando las luces se prenden encontramos respuestas a semejante interrogante, pero sí se que aquellas reflexiones que "Aguas turbulentas" trabajan, permanecen en el público una vez que salimos de la sala. Una película fuerte, dura, áspera que se presenta como una rareza en nuestra cartelera. Un drama al que hay que prestar atención y que nos deja con ganas de más, sin dudas
“Una segunda oportunidad” Un hecho que marcará en principio dos vidas para siempre, luego muchas más, incluyendo los espectadores de este filme. Un bebe es robado y asesinado. Un casi adolescente es culpado. Él siempre se declaro inocente, igualmente es condenado. Una madre que dejo unos segundos a su hijo en el cochecito mientras se fue a lavar el vestido manchado de chocolate. Luego la desaparición, la búsqueda desenfrenada y el macabro desenlace que la llenaran de culpa. La estructura narrativa planteada por el guionista y el realizador nos introducirá en la historia de cada personaje. Primero vemos a Jan salir antes de terminar de cumplir su condena por buena conducta. Su intención es dejar el pasado atrás y reinsertarse en la sociedad. Nada sabemos de sus años en prisión, ni hace falta. Consigue trabajo en una iglesia como organista, allí será muy bien recibido por toda la comunidad, hasta por Anna, una bella mujer, madre soltera, que se desempeña como pastora, quien se va enamorando de este ahora joven taciturno, calido. Ella también esta en la búsqueda de una segunda oportunidad. Todos desconocen el origen del Jan, ignoran su pasado, él se cambio el nombre. Pero como dice Andrei Tarkovsky “el tiempo es una condición vinculada a la existencia” Si bien el pasado no se puede recuperar, si puede alcanzarnos en cualquier momento. El corte y la presentación de cómo fue la vida de esa madre, a la que le arrebataron su hijo, que nunca dejo de sentirse culpable por el “abandono” de minutos…. Es en ese mismo espacio donde el joven esta tocando en el órgano, una versión de “Puente sobre Aguas Turbulentas”, que es descubierto por la madre del niño muerto, ahora madre adoptiva de dos hermanitas asiáticas. Aquí comienza otra película, casi una persecución para que el asesino reconozca la culpa, situación que alivianaría los sentimientos de ambos, principalmente de Agnes. Pero él se sigue declarando inocente, no hay posibilidades de arrepentimiento, no hay razón. Es importante señalar que la elección de la estructura parece estar en consonancia con el discurso, el director intenta no juzgar a sus criaturas. Suficiente parece tener uno con el estigma de la prisión. Asaz y harto elocuente la vida de ella luego del hecho. El filme tiene muchos puntos de contacto con otros dos grandes filmes, ambos de los hermanos Dardenne, “El Hijo” (2002) y “El Niño” (2005), con la diferencia y/o el agregado de la mirada religiosa, como si realmente se tratase de un estudio sobre el pecado, la culpa y la redención. De la misma manera que se nos presenta el filme desde dos puntos de vista, pero en tres tiempos definidos, el de Jan, el de Agnes y el de ambos juntos, así también se nos muestra las diferentes nominaciones de esos tiempos: el primero sobre el pecado, el segundo la culpa (la de ambos), y el tercero la redención. Estos tres poseen ritmos diferentes, cada uno acorde a lo que se nos esta contando, como si se tratase de un concierto de música barroca, casi sacra: un primer tiempo “Presto”, que nos introduce de lleno en la obra; un segundo tiempo el “Adagio” calmo, introspectivo y pesado andamiaje de transitar con la culpa; un tercer momento en donde se precipita el “Rondo Fínale”, cargado de tensión por resolución de los conflictos. Lo más marcado es el espíritu religioso que destila el texto, en una sociedad donde el protestantismo manda. Esto no es malo por definición ni mucho menos, sólo que la elección del cómo esta contado va en consonancia con el por qué. Digo, la utilización, hasta por momentos el abuso, de los primeros planos, hasta la idea de manejarse en los planos generales con muy poca profundidad de campo, como para que el no saber del espectador este ligado con el no ver, no prejuzgar. Si es destacable la banda de sonido, con lo mencionado anteriormente, también el diseño de arte, especialmente la fotografía, en tanto y en cuanto el manejo del color y los tonos calidos y fríos según los espacios en que se desarrollan las acciones, pero sobre todas las variables a resaltar se encuentran las maravillosas actuaciones de todo el elenco. (*) Título de la produccíón dirigida por Mike Nichols en 1991.
UN PUENTE QUE DIFÍCILMENTE PUEDA CONSTRUIRSE "Aguas turbulentas” sitúa adecuadamente dos historias intensas acerca de personas que perdieron todo e intentan aceptar el pasado y su propio destino. Culpabilidad e inocencia, bien y mal, amor y odio, indulto y venganza: todos sentimientos que se mezclan de manera turbadora, controlando las emociones de los personajes y sus acciones. Tras cumplir su condena por haber sido acusado del asesinato de un niño, Thomas sale en libertad y comienza una nueva vida tocando el órgano en una iglesia. Allí se gana el respeto de sus superiores, que le dan casa y un sueldo, y conoce a la eclesiástica del lugar, que vive sola con su pequeño hijito. Todo parece estar en orden en la vida del joven músico, desconociendo que su apacible presente será alcanzado por su oscuro pasado. Agnes, una maestra, llega a la iglesia en una visita escolar y reconoce al organista como el joven que fue condenado por el asesinato de su hijo… Uno de los aspectos más interesantes del filme, además de las intensas actuaciones (considerando la “frialdad” de los noruegos), es el montaje, que elige contar la misma historia desde dos perspectivas fundamentalmente diferentes, viviendo y reviviendo las circunstancias de ambos personajes principales. En vez de verlas en montaje alternado, vemos primero el presente del joven y luego el de la mujer. Si bien tiene algunas situaciones algo forzadas en el guión, para generar más drama y cierto suspenso (la secuencia final en el arroyo turbulento), el filme no pierde intensidad y sostiene su ritmo. No sería raro ver una remake estadounidense (país acostumbrado a reversionar filmes), porque la historia y los sentimientos expresados son universales. “De Usynlige” (su tíulo original) data de 2008 y es la tercera película de la trilogía de Erik Poppe, que comenzó con “Schpaaa”, una historia sobre una banda de chicos, y continuó con la candidata de Noruega al Oscar, “Hawaii, Oslo” . Gran labor actoral de Trine Dyrholm y del joven Pål Hagen Valheim Sverre. El tema musical de Simon y Garfunkel “Bridge Over Troubled Water” (Puente sobre aguas turbulentas) suena en el órgano de la iglesia, y podría ser una metáfora de la relación entre el asesino y la mujer que perdió a su hijito en manos de éste… Es difícil que el dolor por la enorme pérdida pueda convertirse en un puente de comprensión entre ambos... O tal vez sí…
Lo interesante que tiene la película, poner en juego valores como verdad, justicia, perdón, expiación y memoria, es atravesado por un final que navega entre el suspenso y el melodrama. La película comienza cuando Jan sale de la cárcel donde cumplió su condena, después de haber sido culpado – aun cuando él asegura que fue un accidente – por el asesinato de un niño. Sin embargo, la historia es anterior y entrelazando pasado y presente, el protagonista deberá encontrar su modo de vincularse con el mundo, una vez en libertad. En el presidio él tocaba el órgano en las ceremonias religiosas, por lo cual se postula por un trabajo de organista en una iglesia. Ese puesto le garantizará un salario y alojamiento. Una vez instalado allí, confrontando con el encargado de la capilla, la mujer que oficia de sacerdote en la misma y su pequeño hijo, Jan, que usa su segundo nombre Thomas, para evitar ser reconocido como el famoso infanticida que él mismo fue, se enfrenta con temas claves de la vida religiosa (que son los de su propia vida): la culpa, el perdón, la expiación, el bien y el mal. Será a partir del pasado, no necesariamente resuelto, que Thomas se relacionará con quienes lo acompañan en su nueva vida. Rápidamente irrumpirá en este escenario la madre del niño muerto, quien además de considerarlo un peligro para el resto de los pequeños, está convencida de que Thomas no ha dicho toda la verdad sobre aquel hecho. Es por ello que a partir de verlo en libertad, intentará empujar la situación hacia un enfrentamiento cara a cara. La película, que comienza retomando tradiciones cinematográficas nórdicas en materia de temática y estética religiosa – uno podría recordar a Bergman durante el primer tramo de Aguas turbulentas – deriva, para la sorpresa del espectador, en algo parecido a un psico-thriller con niños como víctimas. De este modo lo interesante que tiene la película en cuanto a poner en juego estos valores, verdad, justicia, perdón, expiación, memoria, es atravesado y desdibujado por un final que navega entre el suspenso y el melodrama. Lo que es al comienzo una película de climas sobrios, de actuaciones contenidas, de diálogos austeros, culmina con cierta grandilocuencia, algunas exageraciones y apelaciones a los golpes bajos. Aun así, la película logra sostener, en base al correcto manejo de los tiempos narrativos y las actuaciones ajustadas, cierto interés basado en la resolución del conflicto personal que atraviesa Jan / Thomas a lo largo de esta historia. Lamentablemente el interesante planteo sobre el valor de la verdad, el arrepentimiento y el perdón, queda perdido por el modo en que el realizador resuelve un trabajo que merecía un final más acorde con aquel buen comienzo.
Un músico con un pasado oscuro Este es un drama delicado, porque se trata de averiguar si es verdad o no que un joven organista asesinó a un niño, o esa muerte fue un accidente. "Aguas turbulentas" es un filme áspero, contado en dos tiempos: presente y pasado. El primero alude a un organista que sale de la cárcel y se emplea como músico de una iglesia en Oslo, con la intención de rehacer su vida. Por el otro lo que la película inserta a modo de raccontos, es el pasado que esconde ese hombre, por el que tuvo que purgar una condena detrás de las rejas. La culpa o la inocencia en este caso no són fáciles de demostrar, porque sólo el acusado es testigo de lo que ocurrió con ese niño, al que encontró un día en un bosque a orillas de un lago, con un golpe en la cabeza. VICTIMAS INOCENTES El director Erik Poppe se toma su tiempo para ir desmenuzando la historia de ese joven de apariencia ingenua, que esconde algo oscuro, infranqueable para los que no lo conocen, hasta que todo termina saliendo a la luz. Jan Thomas es muy buen músico y su brillante desempeño en la cárcel, hace que se lo ayude a aceptar un trabajo afuera. Lo mismo ocurre en la iglesia en la que es empleado, en la que se lo admira por su arte. Aunque todo se complica cuando el muchacho se compromete afectivamente con una mujer sola, con un niño de unos seis o siete años. Más tarde, cuando la madre del niño muerto, reconoce en el organista, al supuesto asesino de su hijo, todo se complica y más aún, cuando la mujer se propone hacer una recreación forzada de los hechos y prepara un misterioso ritual, en el que la víctima volverá a ser un inocente. Erik Poppe consigue momentos de intenso dramatismo, a la vez que logra transformar las composiciones musicales, en un protagonista más de esta historia, que encuentra en Pal Hagen Valheim Sverre, una actuación minuciosa y a la vez convincente.
Una tragedia universal, en Noruega “Todas las acciones de Dios tienen sentido”, afirma uno de los personajes de “Aguas turbulentas”. Y el protagonista le replica con una pregunta: “¿También el mal?”. El “mal” es el que encarna ese hombre que cumplió una condena acusado de haber matado a un niño aunque él sostenga que se trató de un accidente. El interrogante parece retórico, pero el director noruego Erik Poppe intenta guiar al espectador para que encuentre su propia respuesta cuando la pena pagada con la cárcel no dejó en paz ni al criminal ni a la madre de la víctima. La película está narradada en dos partes, desde el punto de vista de uno y otro. A partir del segundo tramo Poppe hace coincidir las piezas de un rompecabezas en el cual se impone el abordaje de la trama como una tragedia shakespereana. La muerte, la culpa, el perdón y la venganza atraviesan un filme, que además de sus extraordinarias actuaciones, no da respiro y deja bien claro hasta el final que no pretende tranquilizar conciencias. Por necesidades del guión se impone una cierta perspectiva religiosa de la culpa. Este hecho, lejos de distanciar apunta a darle al conflicto un abordaje más amplio en un filme que intenta sin golpes bajo, con ritmo constante y elegancia visual la demolición de todas las certezas.
Distintas miradas sobre una tragedia El film abre con un flashback de una tragedia ocurrida tiempo atrás, en un hecho delictivo. Uno de los protagonistas purgó su culpa en prisión, mientras la madre del niño muerto vive una pesadilla, inmersa en el vacío y el dolor. Ausente desde hace mucho tiempo en nuestras pantallas, la cinematografía nórdica, sin embargo, ofreció a lo largo de varias décadas títulos altamente significativos a través de los eximios realizadores Alf Sjöberg y Victor Sjöström y ciertamente, de uno de los más grandes realizadores de todos los tiempos, Ingmar Bergman cuyo parentesco con el cine del director Carl Dreyer, de origen danés, siempre fue destacada. En las dos últimas décadas, los films de esta filmografía sólo fueron conocidos en Argentina de manera ocasional, en muestras y en salas de circuito alternativo. Procedente de aquellas latitudes, llegaron a nuestros cines, hace algún tiempo. Pelle, el conquistador, Los emigrantes, La fiesta de Babette, Navigator, y pocas más. Presentada en el último Festival de Pinamar, en marzo de este año, precedida por numerosos premios internacionales, y promocionada desde el juicio crítico del documentalista Michael Moore como "el mejor film, sin duda, que he visto en años", finalmente pudo conocerse, sin andamiaje publicitario alguno, este film que permite reconocer tanto en la temática como en el tratamiento de otros títulos de su mismo origen. Lamentablemente, la respuesta del público en nuestra ciudad, hasta el día de hoy, fue menos que escasa, pese a que su lugar de exhibición es una de las cálidas y luminosas salas de los cines Del Centro, rescatadas de una amenaza de cierre, tras un largo e inquietante silencio. Aguas turbulentas, según se puede leer en notas sobre su realizador y su obra, es el tercer film de Erik Poppe, nacido en Oslo en 1960. Sus films anteriores Schpaaa del 98 y Hawaii Oslo del 2006 no fueron conocidos aquí en nuestro país. Y por la información recibida los tres abordan cuestiones referidas a las conductas humanas, desde la perspectiva de los conceptos del bien y del mal, jugadas desde un espacio en donde los interrogantes sobre las acciones y la presencia misma de Dios se manifiestan a través de las dudas y angustias de sus protagonistas. El film abre con un flashback, una acción en el pasado, un hecho que reviste procederes delictivos, que llevan a sus actores a una situación límite, que ingresa en el escenario torrentoso de la tragedia. Este mismo hecho será reconstruido desde una doble perspectiva, tanto del joven que pasó años en prisión y de una madre, que vivirá una continua pesadilla, desde la misma muerte de su hijo, tras una desesperada búsqueda frente a un cuerpo que nunca se encontró. Desde el primer momento la tragedia está allí. Y el tiempo que se irá desplegando a partir de ahí permitirá encontrar y enfrentar miradas, obsesiones, intentos de redención y silencios ante la culpa. El joven protagonista de esta historia encontrará en el interior de una iglesia, tal como allí lo acogen, una segunda oportunidad. Lleva sobre sus espaldas el rechazo y el olvido, la ausencia de sus propias figuras familiares; lleva consigo el dolor de algo que calló y que aún no puede verbalizar. Su punto de vista sostiene la primera parte de este film cuyo título original responde a la canción homónima, la última que compusieron Paul Simon y Art Garfunkel, Puentes sobre aguas turbulentas, dada a conocer en 1970, y que es un auténtico himno a la amistad; tal como You'll never walk alone, de la comedia musical Carrousell y de su film homónimo como de esta entrañable composición de Chico Novarro, Cuenta conmigo. Film de una violencia amordazada, que se plasma en el vacío y en el dolor, Aguas turbulentas es un relato que se mira especularmente en los ojos de la infancia, marcando un movimiento y ordenamiento simétrico en el relato; pero que, igualmente, ofrece una proyección posterior que encuentra eco en la misma canción del título. Tanto la música como el elemento acuático, mostrado de diferentes formas, articulan un relato que puntúa un crescendo que parte de los días posteriores de la prisión del joven organista, la sustitución de su primer nombre por el segundo y desde un rostro que una mujer reconoce reflejado en el espejo del mismo órgano. Historia de sospechas y de espiraladas obsesiones, que generan y activan un ritmo y clima de un thriller, Aguas turbulentas nos lleva a aquellos planteos que reconocíamos en parlamentos y silencios, en vacíos y rostros expectantes, de los films del siempre admirado Ingmar Bergman. Sobre la culpa y el perdón, sobre la muerte de los otros, sobre los borramientos de los límites que empujan al abismo, Aguas turbulentas es una historia que recupera aquellos interrogantes que los superhéroes del cine de Hollywood ignoran voluntariamente. Y en tal caso, en los que hace a los temas de conciencia nos acerca a ciertos planteos que pudimos seguir en Crímenes y pecados y en Match Point, como asimismo en el episodio que compete al mediocre escritor de Conocerás al hombre de tus sueños, las tres del genial Woody Allen. En el film que volvemos a recomendar, cada uno de nosotros, los espectadores somos convocados, desde este singular cruce de puntos de vista, a reflexionar sobre lo que acontece, sobre los hechos que tuvieron lugar, sobre los días por venir.
En el centro del film hay un joven que no puede olvidar un hecho que hace quince años lo llevó a la cárcel. Jan Thomas ya cumplió su condena, pero íntimamente lo acosa un pasado que el espectador infiere a partir de desperdigados flash-backs. Un niño murió. Lo que en principio parecía un crimen tal vez haya sido un accidente, pero la cuestión es que el protagonista no termina de aceptar -o verbalizar- su responsabilidad. Dado que toca muy bien el órgano, Jan consigue trabajo en una iglesia y, de a poco, cautelosamente, comienza a adaptarse a la "libertad". La acción transcurre en algún lugar de Oslo, un paisaje bañado en tonos anaranjados y amarillos, una fotografía candorosa y suave que contrasta con la oscuridad del conflicto. Jan no confía en las bondades de Dios. Sin embargo, en la iglesia él encuentra a un cura amable que le evita los sermones y sólo intenta darle otra oportunidad. También conoce a una bella sacerdotisa con quien dialoga sobre el perdón y la existencia del mal sin la pretensión de arribar a iluminaciones definitivas. Es interesante este personaje femenino, que asegura amar a Dios pero tampoco se expone como una fanática de visión limitada. Ella más bien parece asumir que la religión es una ficción como cualquier otra que el ser humano necesita construirse para enfrentar la indolencia de lo real. A través de estos matices terrenales Jan va tanteando la posibilidad de la fe, y la iglesia se convierte en el lugar de conexión consigo mismo, aunque tan sólo sea mediante el éxtasis que le provoca la música. Para él es suficiente. Y de repente se produce un giro, un cambio en el punto de vista, tanto a nivel narrativo como predicativo. El director Erik Poppe abandona el equilibrio y comienza a pontificar. El discurso cobra gravedad y cálculo. Porque resulta que la madre de la víctima habita la misma ciudad que el victimario. Arreados por el guión, el muchacho y la madre están destinados a entrentarse. La película eleva así su mirada buscando algo más allá, que no es el cielo sino un cierto ideal de qualité europea. Aguas turbulentas (DeUsynlige) se consagra, entonces, como una clásica fábula de expiación con moraleja ad hoc. Pasado y presente tejidos en espejo. Relato bifurcado que al plegarse ahoga su latir auténtico para invocar una innecesaria respiración artificial. El pulso delicado que en la primera parte acompaña la dolorosa reconciliación del protagonista con la vida, en la segunda mitad se vuelca al servicio de la revancha y la redención, dos cuerdas dramáticas legítimas en sí mismas pero que aquí sólo están moldeadas en función del espectáculo altisonante. Y no conforme con la muerte inicial de un niño, el film entregará a otro niño como botín del suspenso. Y algo perderá consistencia en medio de esta espuma tan prefabricada: nuestras ganas de creer.
Las aguas bajan turbias Jan sale de prisión luego de cumplir su condena. Tenemos pocos datos, sólo que ahora parece tener una segunda oportunidad para dedicarse a su música como organista en una iglesia, un lugar de por si vinculado con una mirada más bondadosa a su reinserción en la sociedad. Con una delicadeza admirable para irse metiendo en terreno farragoso, el guión nos va abriendo lentamente una ventana a su pasado por medio de flashbacks y de pequeños datos para ir armando el rompecabezas. No solamente se desarrolla como profesional sino que además encuentra en Anna, una madre soltera que forma parte de la Iglesia, su posibilidad de recomponer también su vida en el terreno afectivo. También a ella le dará muy poca información de su "vida anterior". Pero en algún momento el pasado vuelve a precipitarse sobre su vida: Agnès, llega a esta iglesia en una visita escolar junto a sus alumnos. Ella reconoce a Jan como el joven que fue condenado por un asesinato de su hijo. Ganadora del premio del Jurado y Premio del Público dle Festival de Hamptons y de los Canon Awards en el Festival de Cine de Noruega, "Aguas turbulentas" habla nuevamente de la madurez con la que el cine escandinavo -con tanta reticencia por parte de la distribución en nuestro pais- aborda temas delicados, mostrando un alto nivel de compromiso en su narrativa. Tan fuerte en su impacto musical con una banda de sonido impecable, como en sus silencios que transmiten emociones profundas el guión se mantiene atento de no tomar partido en la delgada linea del perdón, la culpa, el fantasma del pasado, el olvido, la memoria y la redención. Para cumplir con su objetivo, la historia está contada de forma abiertamente cruda, sin golpes bajos, pero con una sequedad y una sinceridad penetrante. Victimas y victimarios necesitan que sus voces sean escuchadas, las dos puntas de una misma trama empiezan a confundirse porque no es tan fácil tomar partido, máxime desconociendo las pulsiones que llevaron a cada uno de los protagonistas a vivir lo sucedido. Poppe maneja perfectamente los hilos de cada uno de los personajes, los expone emocionalmente a un proceso tan doloroso como noblemente contado, de forma tal que el espectador se identifique en momentos diferentes con cada uno de ellos tratando de poner un manto de compresión a cada una de las motivaciones que los habitan. El guìón construye la trama en tres momentos diferentes, el primero de ellos desde el punto de vista de Jan, luego recorre la mirada de Agnes, para enfrentarlos en el tramo final donde la historia ya se ha entrecruzado. Con un cine que respira inevitablemente la impronta de los movimientos de Lars Von Trier y su dogma, como del cine de Vinterberg, Erik Poppe elige trazar un peregrinaje desde el dolor a la liberación, de la culpa a la redención desatando escenas intensas y potentes brillantemente jugadas por Pål Sverre Valheim Hagen como Jan y Trine Dyrhol como Agnes que brindan dos soberbias interpretaciones.
El trauma por duplicado Esta película parte de una situación difícil y al mismo tiempo irresistible. Luego de una escena inicial en la que tiene lugar el secuestro a un niño por parte de dos adolescentes, se ve inmediatamente a uno de ellos, 15 años después, saliendo de prisión. El ex convicto se dirige a una iglesia de Oslo a buscar trabajo como músico y en seguida es aceptado, ya que toca el órgano como los dioses. Eso sí, para pasar desapercibido y que la gente no lo asocie con un crimen aún recordado se hace llamar por su segundo nombre, Thomas. Se va dando entonces información de a cuentagotas, manteniendo en misterio hechos determinantes, como qué fue lo que ocurrió realmente, 15 años atrás, y qué grado de culpabilidad tiene nuestro protagonista. Sutilmente, el talentoso director Erik Poppe logra un arduo cometido: que la audiencia haga empatía con un personaje del que se sospecha lo peor. Y lo hace exponiendo sus dificultades para integrarse, dejando presentir sus miedos -la dirección de actores es genial- y dando muestras de un dolor, un trauma y una carga inmensos, apenas aliviados en tremendas catarsis organísticas. La película da un giro -más bien un quiebre- pasada la mitad del metraje. Y quizá para no arruinar una sorpresa y un salto atractivo y notable, no convenga contar en qué está centrada esa segunda mitad. Baste saber que allí hay un salto temporal, que comienzan a iluminarse los espacios de sombra presentados al comienzo, y que se profundiza en otro trauma inextirpable, uno vinculado al otro, sumando tensión y dramatismo al asunto. Se vuelve imperativo dar un vistazo a las dos películas anteriores de Poppe, Hawai, Oslo (2004) y Schpaaa (1998) que, junto a esta, conforman de alguna manera una trilogía. La dirección es impecable y a nivel técnico no hay cuestionamientos posibles. Poppe supo filmar avisos publicitarios con anterioridad y usa su conocimiento en el área para lograr tomas poderosas y refulgentes que contrastan con la gravedad imperante; los silencios acentúan la tensión y los planos secuencia que siguen de cerca a los personajes y giran a su alrededor transmiten una sensación de extrañamiento. Como en Incendies –aunque quizá sin tanto vuelo-, se formula un impactante drama con un envoltorio elegante, sin ahorrar climas ni situaciones espectaculares. Como en la también reciente El laberinto –pero con mayor intensidad-, la profundización en hechos dolorosos dispara reflexiones sobre el ser humano y su conducta en atípicas circunstancias. Algunas rebuscadas situaciones finales –demasiado jugadas a la espectacularidad y el dramatismo- resienten la credibilidad del planteo y juegan muy en contra de una película que, hasta entonces, mantenía el listón muy alto. Aún así, Aguas turbulentas es uno de los platos fuertes de la cartelera actual; uno que recuerda, una vez más, que hay que prestarle atención al sorprendente cine noruego.