Una película singular ya desde su gestación, decidida realmente como independiente, sin apoyo financiero alguno, autogestiva, de manera cooperativa y comunitaria. Es la opera prima de Federico Jacobi, con guión de Gastón Varela, que se basó en un cuento propio. Y pone su acento y su mirada en lo que le ocurre a un hombre, deteriorado física y espiritualmente, enojado con la vida, padeciente de la soledad, en sus últimos días. Es un protagonista que difícilmente logre una primera empatía con el espectador que es testigo de su decadencia y mal humor, en una casa deteriorada, con una actitud de sordidez y rebelión frente a un cuerpo enfermo que no le responde y la negativa constante a cualquier intromisión, al mínimo gesto de ayuda que siente como una pérdida de independencia. Pero también seremos testigos de su relación con un hijo que no sabe como tratarlo y es maltratado, de sus fantasías luminosas, de unos recuerdos dolorosos. No hay concesiones al golpe bajo y mucha verdad en un filme que también puede ser leído como la llegada de jirones de recuerdos de una vida que ya no existe. Una gran actuación de Daniel Quaranta. Bien filmado, de sólida construcción sin pasos en falso, con intensidad y dolor puestos en toda su dimensión herida.
El Cluster Audiovisual de la Provincia de Buenos Aires, viene dando frutos. Permite a realizadores noveles, acceder a condiciones para rodar, que no necesitan unívocamente, el apoyo económico oficial. Ofrece un trabajo comunitario desde un colectivo de gente de la industria, artistas, músicos, técnicos, que está dispuesto a crecer, desde la base. Desde ese espacio, nos llega "Ahí viene", ópera prima del bonaerense Federico Jacobi (quien también preside esa ONG de la que hablábamos al principio), relato austero, áspero, incómodo, sobre el tramo concluyente de la vida de un adulto mayor y el intercambio de perspectivas con su hijo, que viene del extranjero a intentar asistirlo en el difícil momento. "Ahí viene" tiene pocas locaciones (casi todo transcurre en la casa del protagonista) y una atmósfera teatral, natural y cerrada. Daniel Quaranta es el hombre que lleva adelante la difícil tarea de hacernos conectar con el fin, el silencio y la añoranza de un pasado que se escapa de las manos, mientras vemos la soledad como única compañía. Su casona, venida a menos, albergó vida y amor años atrás. Pero por el devenir del tiempo y los errores propios, todo eso ya no está. La llegada de su hijo (Nahuel Yotich), pondrá en tensión aquellos reproches enterrados, que cobrarán sentido, en un escenario que se deviene triste, oscuro y de cierre previsible, donde los caminos, convergerán en un balance duro pero claro, sobre los errores y aciertos de un hombre a punto de dejar este mundo. El final, con algo más de luminosidad que el relato, ofrece un respiro al dificil abordaje del vínculo padre-hijo. Anticipo entonces que "Ahí viene" es un correcto drama, planteado con recursos nobles y una aceptable puesta en escena, desde lo técnico y lo actoral. Sí, además, que si tenés papás grandes, y en contextos lejanamente parecidos al del film, esta es una película que puede llegar a afectarte, por su gran carga emotiva. Crédito abierto para Jacobi y una positiva sorpresa en nuestra cartelera porteña.
Un anciano que se acerca a la muerte vive solo en una casa totalmente deteriorada mientras recuerda a su fallecida esposa a través de música, bailes solitarios y patéticos brindis. Su joven hijo trata de cambiar sus actitudes y en cada una de sus visitas se producen entre ambos tensas relaciones. El muchacho intenta revertir esa situación de abandono en que se sumió ese ser que apenas puede caminar y que, en cambio, se aferra a su estilo de vida fragmentada por algunos paseos, por las calles de su barrio y por su empeño en mostrarse reacio a que alguien lo ayude en su existencia cotidiana. En esta, su ópera prima, el director Federico Jacobi supo imponer calidez al guion de Gastón Varela, basado en un relato de su autoría, y así la trama se focaliza en el modo de subsistir de ese padre frente a la mirada condicionante de su hijo. Solo con estos dos personajes como protagonistas excluyentes, el film adquiere fuerza dramática y la diestra cámara recorre lentamente, tan lentamente como la agonía de su protagonista, los días opacos de alguien que espera a la muerte con paciencia y con avidez. Daniel Quaranta y Nahuel Yotich supieron imponer enorme emoción a sus respectivos papeles, mientras que una excelente fotografía se encarga de retratar ese micromundo imbuido de dolores y de soledad.
Crónica de una muerte anunciada Ahí viene (2017) es la ópera prima de Federico Jacobi, cuyo nombre simboliza casi todo lo que pasa en sus 62 minutos: ahí viene la muerte, ahí viene la pelea, ahí viene la caída, ahí viene la soledad, más allá de que esa frase se mencione solo un par de veces en el film. La sinergia de la trama pasa íntegramente por esas dos palabras mágicas. En una casa simple de clase media un hombre se va deteriorando físicamente con el correr del tiempo. Viudo y lejos de su hijo, con quien mantiene una relación complicada, sus únicos compañeros son los objetos y las pertenencias que lo rodean, estos se van resignificando y estropeando al igual que él. Su casa, venida a menos por la dejadez, conforma prácticamente el único escenario para este drama realista, dinámico y –por suerte- nada lacrimógeno. Ahí viene cuenta con Daniel Quaranta en su elenco. Un actor que ya vimos brillar en otros films, que se aleja de ese “perro Molina” de los suburbios lóbregos del conurbano (El Perro Molina, José Campusano, 2014) para acercarse más a un hombre como cualquiera de nosotros: deprimido, solitario, caprichoso; el típico personaje limitado físicamente y, por tal motivo, resentido y disconforme con su alrededor (a veces con razón y a veces no). Producido de manera autogestiva, cooperativa y comunitaria, el film de Jacobi tiene varias escenas movilizadoras, poniendo el foco y toda su fuerza dramática en un personaje con la espalda suficiente como para soportarlo, y que cambia su actitud de cara a una muerte inminente. La psiquis humana no es algo fácil de entender, y Jacobi lo simplifica muy bien. A medida que la representación de la vejez y los flashbacks se repiten, este potente protagonista se roba la pantalla y al mismo tiempo se desvanece en ella… como si estos dos opuestos estuvieran destinados a convivir de manera perfecta en la película.
Los recuerdos me han hecho mal Drama familiar de espacio reducido y búsqueda intimista, Ahí viene es la ópera prima de Federico Jacobi y un nuevo ejemplo del cine de producción “autogestiva, cooperativa y comunitaria”. No por casualidad cuenta con el apoyo del sistema de Clusters Audiovisuales, en cuyo origen tiene mucho que ver el cineasta José Campusano, tal vez el exponente más notorio de este tipo de cine pensado desde los márgenes. Como ocurre con gran parte de las que son producidas bajo una prerrogativa de autosustentabilidad, la película de Jacobi parece haber sido pensada atendiendo a la capacidad de producción con la que se cuenta, reconociendo de ante mano sus límites, sobre todo en el terreno técnico. Aunque de manera inevitable esto redunda en un cine de estética lo-fi, de ninguna manera determina la calidad artística de la película, sino que se trata de un elemento que ayuda a entender su universo de origen. Con la búsqueda de un realismo naturalista como punto de partida, Ahí viene retrata a un hombre que debe enfrentar una vejez difícil, a la que la soledad y los problemas de salud vuelven aún más compleja. Avejentado más que viejo, el protagonista vive en una casa a la que, como un espejo de sí mismo, el tiempo también ha maltratado. Su carácter hosco le da al personaje un aire patético que puede caer simpático cuando asume la máscara del viejo quejoso y cascarrabia, pero que en general provoca pena, compasión e incluso rechazo. Como la casa misma, este hombre vive en estado de semi abandono, agobiado por el peso de lo que se han ido acumulando en su interior y que el argumento ira revelando de a poco, sobre todo a través de los conflictos que moldean el incómodo vínculo con su hijo. Si la película consigue estimular una serie de sentimientos a partir de la figura de este viejo, una vez que el hijo entre en escena no serán solamente sus tragedias las que se irán volviendo más concretas. También comenzarán a hacerse evidentes los puntos más débiles de la película. Si el protagonista Daniel Quaranta conseguía transmitir de forma dramática la precariedad de la vida de su personaje, a partir del cruce con la figura del hijo las actuaciones irán, de a poco pero de forma sostenida, adoptando un tono menos auténtico, permitiendo así que la naturalidad le ceda terreno al artificio. Al mismo tiempo la trama misma comenzará a incorporar situaciones de una manera menos espontánea, en la mayoría de los casos como recurso para inyectar información al relato de forma un poco forzada, a través del discurso de los personajes. Lo mismo ocurre con dos subtramas, una en forma de flashback y la otra a partir del uso de las voces en off, que son utilizadas para “plantar” algunas piezas faltantes del rompecabezas. Pero aunque el saldo final resulte desbalanceado en lo que respecta a lo cinematográfico, Ahí viene representa un aporte valioso para el cine argentino en términos de producción.
Ahí viene Basada en el cuento En camino, escrito por Gastón Varela, también guionista de la película, Ahí viene nos transportará al conurbano bonaerense para sumergirnos en la más profunda depresión. Un hombre mayor, aunque no tanto, interpretado por Daniel Quaranta (a quien tal vez recuerden por su actuación en El Perro Molina) vive solo en una casa de la que casi nunca sale. Se lo ve enojado, aunque no sabemos bien por qué. Además su apariencia es de completa dejadez, se lo adivina deprimido y melancólico. Advertiremos luego que tiene un hijo (Nahuel Yotich) y que en algún momento de su vida fue feliz. La relación entre padre e hijo es tensa, y hay ciertos rencores del pasado que luego terminarán por salir a la luz. Ahí viene es una historia simple: los últimos días de una persona mayor amargada y solitaria. Son solo dos personajes y una casa que será casi el único escenario, el cual terminará por convertirse de alguna manera en un personaje más. El propio director, Federico Jacobi, señaló que el desafío radicaba justamente en encontrar un punto de vista dinámico para un drama con solo dos personajes principales y sucesos que se desarrollan casi en su totalidad dentro de un mismo espacio. La decisión, según Jacobi, fue convertir los escenarios fundamentales del relato, la casa y el barrio, en el punto de vista del film, centrándose en los objetos que resultan testigos de la decadencia. Una caja de pizza vacía, un cajón que no cierra, un cenicero lleno, un velador triste, una radio que no funciona. Ahí viene resulta una sucesión de imágenes tristes que se ven acentuadas por música melancólica con notas de tango y un filtro de cámara grisáceo. Pero se utilizan en exceso los planos detalle, tanto que por momentos pueden resultar descolgados. En el plano técnico también hay bastantes abusos de las transiciones, sobre todo de fundidos a negro, y algunos planos incomprensibles que cortan la cabeza de los personajes. Ahí viene fue producida con el apoyo del Cluster Audiovisual de la Provincia de Buenos Aires y Estudio Chroma Ruta 2, además de utilizar el financiamiento colectivo a través de Ideame. Un proyecto para nada ambicioso que ensambló los conocimientos de varios compañeros del mundo audiovisual, pero que parece haberse quedado en una etapa de estudio, de proyecto. El largometraje dura apenas 60 minutos, pero resultan bastante extensos, principalmente si tenemos en cuenta que la mayoría de lo que sucede en la película ya está plasmado en el trailer. El conflicto de Ahí vienese esboza recién pasados los 30 minutos de metraje. Celebramos los proyectos colectivos y autogestionados, pero sentimos que Ahí vienerepite varios errores ya cometidos en el pasado, volviendo a reforzar esa idea de cine argentino lento y aburrido (ojo que no estamos pidiendo a la película que sea algo que no es: solo un poco más de dinámica).
Decadencia El cine realizado de manera autogestiva, cooperativa y comunitaria viene abriéndose camino como y donde puede, primero a través de la presentación en festivales –José Celestino Campusano fue el emblema de este movimiento- y desde hace un tiempo también accediendo a estrenos comerciales dentro de un circuito caníbal cada vez más dominado por sectores privilegiados y multinacionales. Ahí viene (2018), ópera prima de Federico Jacobi, es otro ejemplo como se puede hacer cine alejado de los cánones comerciales que lo rigen. La historia es simple y concreta. Un hombre pasa sus últimos días en una decadente casona que en otro tiempo albergó a una familia que ya no existe, mientras el hijo, recién llegado de España, intenta reconstruir una relación que se rompió y parece imposible subsanar. Ahí viene es una película de personajes y espacios. Dividida en tres partes primero asistimos a la soledad de un hombre que se enfrenta a la muerte en una casa que funciona como la metáfora de la vejez, el deterioro y la decadencia. Daniel Quaranta interpreta a través de silencios y una actuación basada en lo corporal a un hombre encerrado en los recuerdos de un pasado mejor. En la segunda mitad la aparición del hijo (Nahuel Yotich) y la tensa relación que mantienen los (y nos) interpela sobre el sentido de la vida y lo material. Para el final, Jacobi se sale de ese espacio cerrado, claustrofóbico, para abrirlo al barrio, oxigenarlo, como tregua hacia una sanación del vínculo. Jacobi recurre a una puesta compleja como lo es trabajar la mayor cantidad del metraje en un mismo espacio, algo que podría devenir en una puesta netamente teatral, sobre todo al contar con solo dos personajes, pero logra salir airoso, apostando a una serie de encuadres, puestas y movimientos de cámara que se corren de lo convencional. Más allá de las imperfecciones que se le puedan encontrar, Ahí viene posee varios méritos, y no solo por la forma de realización, sino también por la mirada inteligente del director sobre una historia sensible que le evita todo el tiempo a la sensiblería.
“Ahí viene”, de Federico Jacobi Por Mariana Zabaleta Que difícil se hace reencontrarnos con la belleza. El día a día cargado de decepciones se condensa espeso como la niebla. Buenos Aires en niebla. Por suerte aún tenemos las películas. En cierto, algo olvidado cine, hablar de la historia no es hacer justicia. Allí radica la dificultad, cuando el contenido no tiene la forma del relato tradicional, de poder hablar de ella. Algunos dirán que Ahí viene es una historia sencilla, que la lenta cadencia hace tediosa la propuesta, nada más alejado de la realidad. “Jugársela es bancarse lo que se viene” reza su protagonista. Un acto de fe, la única manera de dejar la suerte librada al hacer, procesión de santos y demonios. Para ver esta película hay que jugársela, sacrificar la pasividad y dejarse penetrar por la ambigüedad de la belleza, esa que resplandece en los rituales del día a día. El verosímil construido es increíble, la casa donde transcurre casi toda la propuesta está situada con gran detalle. Evidente trabajo colectivo, ningún componente opaca o destaca del resto; este film funciona como un reloj finamente construido. Solo de aquella meticulosa y sabia manera se puede hablar del tiempo, en esta ocasión su protagonista es un viejo relojero porteño, nostalgia debida nos comparte un presente repleto de fantasmas del pasado. “Cuando se abandona el pago y se empieza a repechar, tira el caballo adelante y el alma tira pa’ atrás.” Lograda confluencia temporal a través de una magistral interpretación, la añera del protagonista se revela en su andar, la pena pesada detiene lentamente su andar. La supervivencia de su personalidad lo vincula íntimamente con las cosas, aquellas con las que convive, única manera de mantener el “contacto”. El afuera irrumpe con la figura del hijo, el legado será la casa y toda la añoranza que contiene ella. Los relojes están descompuestos, como los hombres al final de su vida, ven venir la confluencia de los planos temporales en los que ya se encuentran sumidos, la chochera gana, el pasado es la confirmación presente de que nada permanece. Este collage hiperrealista trabaja explotando la densidad que el montaje permite entre la imagen y el sonido. Modestia aparte, este gran trabajo será reconocido solo por sus espectadores, en épocas de carencia ¿Qué se puede hacer salvo ver películas? AHÍ VIENE Ahí viene. Argentina, 2018. Dirección: Federico Jacobi. Guión: Gastón Varela. Intérpretes: Daniel Quaranta, Nahuel Yotich, Paula Napolitano. Dirección de fotografía: Javier Paglia. Dirección de arte: María Victoria Hurtado Grisales. Dirección de sonido: Pablo Santomé. Cámara: Edgar Espinoza. Música: Walter Jacobi. Distribuidora: Conjuro Cine. Duración: 62 minutos.
Depresivo, solitario y final. Dos palabras para integrar los pros y contras de esta opera prima dirigida por Federico Jacobi: producción auto gestionada y cooperativa, minimalismo a rajatabla. Tal vez una subordinada a la otra en materia de la propuesta conjunta para abordar entre otras cosas las etapas próximas a la muerte desde la vejez. Dos personajes, un padre viudo y con notable deterioro físico (Daniel Quaranta) y su hijo (Nahuel Yotich) proveniente de España para hacerse cargo en parte como deuda a la figura paterna y en parte como intento de reencuentro tras la larga ausencia. Decíamos al comienzo minimalismo y eso es lo que prevalece ya desde el título en alusión a un presagio o a la espera irreversible de lo inevitable, sumada la gran actuación de Daniel Quaranta con un abanico de expresiones, tristeza en el cuerpo y en un rol muy diferente al de Perro Molina de José Celestino Campusano. La vejez, la fricción entre padre e hijo y esa búsqueda urgente de recomponer lazos antes que llegue la noche marcan el rumbo de este drama intimista, de las ruinas de una casa habitada por el dolor y por la presencia de un hombre abatido por la vida.
Bienvenido Federico Jacobi a la dirección en una propuesta diferente que en la economía de recursos potencia su relato. La familia, la soledad, los vínculos, sólo algunos de los temas escogidos por Jacobi para debutar en la dirección tras años de participar en producciones desde otros lugares.
Una caja de pizza vaya a saber uno de cuándo, reposa arriba de la mesada. En la pileta, tazas y platos sucios se acumulan. El teléfono suena, el hombre se ofende porque quien lo llama no siguió la condición que él tiene, amenazando con que la próxima, si no lo hace sonar dos veces, no va a atender. Luego le miente al contarle que almorzó fideos con tuco, mientras se lo ve comer arvejas de una lata.
MORIR CON DIGNIDAD La vejez y la ausencia son dos palabras que se conocen mucho entre sí. En Ahí viene se explora ese momento de una manera delicada e intimista. El film se acerca a un ambiente de dolor para generar una sonrisa, aunque siempre manteniendo un clima de nostalgia. Ahí viene cuenta la vida de un hombre que ha llegado a la adultez viviendo solo, pero que no siempre fue así. Mediante algunos flashbacks podemos verlo de joven con su esposa e hijo pequeño. Ya desde ahí es posible observar cómo la película se apoya en los contrastes para relatar la ausencia y el vacío. Vemos a un niño recién nacido en brazos, su hijo, y luego a él en lo que parecen ser sus últimos años de vida. La otredad es otro de los factores de contraste, el hijo joven que no puede llegar a comprender a su padre. Las demandas de ambos corren por caminos diferentes, mientras que el primero está enfocado en la supervivencia de su padre -en lo que hay que hacer- el segundo visualiza su pronta muerte y prefiere disfrutar “con dignidad” sus últimos momentos. La evolución en la relación de padre e hijo es uno de los puntos fuertes. El cambio en las conversaciones, pasando de un chequeo de tareas a un intercambio de anécdotas toma fortaleza tras observar el primer panorama de su relación. La película demuestra que se puede decir mucho con pocas palabras. Los diálogos son de carácter simple y remiten a aspectos cotidianos pero sirven de disparadores. Las palabras aparecen nombrando lo que no está; salvo una conversación en la que se habla directamente, las demás juegan con lo sugerente. Pero para esto se realiza un buen trabajo fotográfico del contexto y se eligen determinadas escenas que nos muestran la mirada de los personajes sobre lo que está pasando. La casa es un factor casi de extensión del anciano. Al hombre lo vemos deteriorado, ya quedó en el tiempo ese muchacho bien peinado y con ropa impecable. Ahora está barbudo, con la ropa desmejorada y el pelo sin acomodar. Su porte ha cambiado, ya ni caminar puede. La casa, bien podría simbolizar su caos mental y, por supuesto, es producto también de sus limitaciones físicas. En cada uno de los rincones podemos observar el deterioro. La cámara nos acerca también a los lugares vacíos completando, de esta forma, todo lo que aquel hombre no puede decir en palabras pero que su aspecto y carácter denotan. De mediana extensión y una cuidada estética, se nos presenta un film que logra generar un ambiente en el que confluyen la nostalgia y la bronca. Se muestra la vejez con sus dificultades, con las mentiras que necesita un hombre para poder tomar algunas decisiones cuando la vida parece haberle arrebatado hasta la posibilidad de hacerlo por sí mismo. El film está plagado por la angustia de un adulto mayor, pero logra establecer pequeñas instancias que iluminan. Se construyen varias escenas en las que podemos ver al hombre brillar. Uno de esos momentos es el que imagina un encuentro con su mujer pero en realidad está solo. Aquí el actor demuestra la cima de su interpretación, acercándose a la cámara y mirándola como si la viera a su esposa. Detalles como seguir usando los patines para entrar a la pieza de parquet, aun deteriorada y sin ningún mantenimiento, marca un ambiente de ausencia y de recuerdo que generan solidez en la película.
El texto de la crítica ha sido eliminado por petición del medio.
Temática controvertida en una historia intimísta con tratamiento descarnado En una casa amplia y cómoda con jardín, ubicada en el conurbano bonaerense, vive un hombre solo (Daniel Quaranta). Camina lento, se sostiene con un bastón. No es demasiado viejo, pero está muy desmejorado. Su salud está deteriorada y eso lo avejenta aún más. Está descuidado y abandonado, venido a menos, igual a la casa que habita. Con su ópera prima Federico Jacobi se involucra con un tema siempre controvertido y actual. Es el momento en que un hijo se termina convirtiendo, forzosamente, en el padre de su padre. Porque este hombre, que no tiene nombre, quedó viudo hace no mucho tiempo. Su hijo, que tampoco tiene nombre, interpretado por Nahuel Yotich, estuvo viviendo en el exterior y volvió para cuidarlo. Él vive en otra casa pero siempre tiene un ojo puesto sobre la salud de su progenitor. La película es profunda, intimista y descarnada. El director no duda en exigir a sus actores para que dejen todo en cada toma. La dejadez y depresión del mayor está muy bien representada, fundamentalmente resaltando pequeños detalles de su conducta, como así también de su aspecto personal, el de la vivienda y su alimentación. La realización se centra en dos cuestiones. Cuando el padre está solo porque quiere y, por otro lado, la lucha con su hijo, porque cada vez que aparece para marcarle ciertas pautas se genera una discusión entre quien quiere ayudar y el que no se deja. El film tiene una breve duración. Federico Jacobi, con un equipo de producción totalmente independiente, llevaron adelante con esfuerzo y dedicación esta obra. El padre es el protagonista y punto de referencia. En ciertas tomas, cuando él está sentado y su hijo se para a su lado para hablar o discutir, la cámara no amplía el plano sino que lo mantiene así, sin cabeza. También en ciertas ocasiones que el director considera importantes, termina una secuencia con un fundido a negro. En otras, le interesa resaltar algunas imágenes con una potente música instrumental. Para los recuerdos de los buenos y felices tiempos idos utiliza flashbacks recreando con un auto, vestuario, fotografía y objetos, aquella época. Además, para cubrir ciertas escenas no filmadas recurre a la voz en off, con pequeños diálogos que le sirve para transmitir información al espectador y así completar los huecos de la historia. El viudo, extraña a su mujer. Espera y desea la muerte. Está en él hacerle caso a su hijo, o tirar la toalla, definitivamente.