El realizador Arturo Castro Godoy logra en su segunda película transmitir en casi tiempo real la desesperación de una madre por encontrarse con su hijo narrando de manera simple y efectiva el tiempo y la distancia que a ambos los separa. Julieta Zylberberg encarna a esta desesperada mujer, quien verá cómo la sociedad le da vuelta la cara, transformándose en una “leona” que hará hasta lo imposible por recuperar a su hijo. Al dinamismo de la dirección y puesta Castro Godoy suma el recurso de la respiración de la protagonista como marcador del tempo de una pequeña y potente historia.
Una mujer sola, que padece asma, que tiene un hijo con Asperger, que trabaja en un supermercado, que lidia contra una madre que quiere manejarle la vida. Una mamás en ese contexto que debe lidiar con una día de furia y desesperación. Enfrentar a sus empleadores que no se conmueven ni siquiera frente a un accidente que sufrió su hijo. Una directora de escuela molesta con ese chico “problema” que desea sacarse a ese alumno de encima para evitarse molestias. Tan poco sensible que exaspera. Y después la odisea de la búsqueda de su hijo por hospitales burocráticos que la derivan a otros destinos, empleados mecanizados. Y la falta de dinero para desplazarse. Pero por sobre todo la el aire que no le alcanza. Frágil y menuda, esta mujer lucha contra el mundo, con toda la dimensión de la soledad y la incomprensión. Una suerte de “después de hora” del desamparo. Luciana Zylberberg, con la cámara sobre ella constantemente cumple con este protagónico absoluto en todos los matices y capas de desesperación. Un ejercicio cinematográfico que atrapa al espectador con su suspenso y desnuda a una sociedad que discrimina de mil maneras al que esta desperado y necesitado.
No es fácil sobrellevar todo lo que le pasa a Lucía, la protagonista de Aire. Al maltrato laboral que sufre en el supermercado donde es cajera, se suma en este único día que cuenta el filme, que su hijo de 7 años que tiene Asperger ha tenido una caída en el colegio, y debe dejar el trabajo e ir a buscarlo. Y ella tiene asma. Todo se complica en la película de Arturo Castro Godoy, porque a las vueltas para conseguir un permiso para ausentarse se le agrega que cuando llega a la escuela al pequeño Mateo lo trasladaron a un hospital. Y así, gastando los últimos billetes que tiene, Lucía trata de no desesperar, pero ve que el horizonte se le nubla. Se le aleja. Aire es un filme sobre una Madre Coraje. También, por su estructura se parece -salvando las diferencias - a Un día de furia de Joel Schumacher y Después de hora, de Martín Scorsese. Cuando todo puede salir mal, seguramente así suceda. O no. Julieta Zylberberg está casi el 100% en pantalla. Tiene la cámara ahí, encima, todo el tiempo. Carlos Belloso y María Onetto, otros ilustres del reparto, tienen participaciones más esporádicas, pero con peso específico fuerte. En síntesis, es una odisea la que vive Lucía, y el espectador no hace otra cosa que compartir y sufrir las vicisitudes de un personaje que no crece, pero porque no puede ni tiene tiempo, como toda madre (soltera, o no) desvelada por su hijito enfermo.
Nadar sola Luego del auspicioso debut con El silencio (2016), el venezolano afincado en Argentina Arturo Castro Godoy regresa al cine con Aire (2018), otra historia sobre padres e hijos, pero esta vez ya no focalizada entre un padre ausente y un hijo que lo busca, sino entre una madre soltera y un hijo con Asperger que tuvo un accidente en el colegio. La historia de Aire transcurre en apenas unas horas del día en la ciudad de Santa Fe. Lucía (Julieta Zylberberg) lleva a su hijo al colegio y luego acude a su trabajo de cajera en un supermercado. Pasan algunos minutos y recibe un llamado telefónico que Mateo, su hijo con Asperger, se golpeó y debe ir a buscarlo. Pero todo se complica y el caos se apodera de Lucía. Aire está centrada de manera excluyente en Lucía y la cámara le respira de cerca durante los casi 70 minutos que dura un relato construido desde la tensión y la acción. La tensión de lo que pasa con una madre que no sabe qué pasó con su hijo, y la acción para reaccionar a medida que pasa el tiempo y la incertidumbre la acecha. Pero además sirve para para poner en debate otros temas que hacen a lo femenino y la maternidad en soledad como la desprotección laboral, los prejuicios, el rol de la la escuela o el acoso callejero. Castro Godoy sumerge al espectador en una película sensorial para atravesarlo por la misma experiencia que vive la protagonista, y lo hace con una cámara vertiginosa que no le da aire, un tratamiento sonoro trabajado sobre la respiración y la siempre excepcional Julieta Zylberberg, como una madre desesperada durante una búsqueda frenética y desesperada ante la incertidumbre de no saber que pasó con su hijo.
Logrado thriller de vínculos El guionista y director venezolano -radicado en Santa Fe- Arturo Castro Godoy ya había demostrado su capacidad como narrador en Silencio y ahora ratifica sus condiciones en esta intensa historia ambientada en su ciudad de adopción que tiene como protagonista a Lucía (Julieta Zylberberg), madre soltera de un niño con Asperger.
Después de su ópera prima “El silencio”, donde el eje central era la búsqueda de la identidad a partir de un padre completamente ausente, Arturo Castro Godoy vuelve a hacer foco en los vínculos filiales, en pequeños momentos de intimidad, en saber ahondar en los detalles para ir construyendo el cuerpo de la historia. Ahora, en su segundo film, “AIRE” el centro del relato descansa en Lucía, una madre soltera que vive en una lucha permanente para poder sobreponerse a los diferentes problemas que se le van presentando en la crianza de su hijo, la que además se complejiza porque Mateo es un niño con Asperger. La cámara de Castro Godoy seguirá bien de cerca a Lucía, en el derrotero de un día particular. Después de desayunar y cumplir con la rutina cotidiana de llevar a Mateo al colegio y al poco tiempo de haber iniciado su jornada laboral, recibe un llamado avisándole que su hijo ha sufrido un accidente y que debía pasar a buscarlo por el colegio. Implacablemente, la lente no pierde de vista a ninguno de los movimientos de Lucía y su historia personal, será el vehículo perfecto para que “AIRE” no solamente hable de ese vínculo intenso, íntimo y profundo que se establece en esa comunión que vemos entre Lucía y Tomás. Fundamentalmente, será la base para mostrar –y porque no denunciar- muchos de los problemas que estructuralmente sufrimos como sociedad en los tiempos que corren. Lo que parece un acto tan simple como retirar a su hijo del colegio, se transforma en un impresionante derrotero en el que Lucía, tendrá, entre tantas otras cosas, que lidiar con los resortes de la burocracia y un sistema que parece estar todo el tiempo mirando hacia otro lado, con una mirada completamente desapegada y alejada de toda conexión con el otro. Desde un trabajo completamente precarizado, en donde el trabajador es incluso menos que un número de legajo hasta una institución escolar, que ya desde sus autoridades, se evidencia la simple intención de cumplir la fría letra de la normativa pero sin brindar ninguna contención ni al alumno ni a los padres, todo parece complotar contra los más débiles. Un colegio que contrariamente a una pretendida inclusión, expulsa, señala y diferencia a cualquier chico que signifique un desafío diferente. Un hospital que burocráticamente en vez de dar ayuda, maltrata y estigmatiza al paciente, desoye sus demandas básicas y se suma, como todos los otros eslabones, al leit motiv del “sálvese quien pueda”. Mientras Lucía atraviesa toda la ciudad intentando dar con el paradero de su hijo, trasladándose de un hospital a otro, el guion inteligentemente muestra a través de sus personajes, de las instituciones, o en la radio que suena en un taxi, o en los detalles de los pasillos de un hospital, la crisis por la que nuestro país y nosotros como sociedad, estamos atravesando. Una crisis que en apariencia es económica, pero en realidad es una crisis donde se dejan de lado los valores y aparece la mezquindad con la que nos manejamos socialmente, imbuidos en nuestros problemas y sin poder mirar ni conectarse con ese otro, que en alguna próxima ocasión seremos nosotros mismos. Tanto el guion y la dirección, ambas de Castro Godoy aciertan en la manera de crear un universo absolutamente asfixiante, agobiante y kafkiano, en donde toda la desesperación de la protagonista, se acentúa aún más cuando somos testigos de que la falta de aire por su problema de asma, se agudiza a medida que avanza la historia. La permanente sensación de encrucijada y encierro -aun cuando la gran mayoría de la película está rodada en espacios abiertos- y la pericia con la que se van generando climas perfectos para la historia (sólo podrían mencionarse una situación con uno de los taxistas donde los hechos que suceden no están a la altura del resto de lo que propone el guion, apareciendo como una situación de trazo demasiado grueso) se basan en un guion muy bien estructurado, que en poco más de una hora logra transmitir con asertividad lo que quiere contar. Pero el gran acierto de “AIRE” se basa fundamentalmente en la figura excluyente de Julieta Zylberberg como protagonista absoluta. No podríamos imaginar una mejor Lucía que la de Zylberberg, llena de matices, de pequeños gestos, de furia y sufrimiento contenidos, del padecimiento de esa injusticia que se respira en el aire, de la desesperación y la soledad, de esas personas que el sistema escupe y expulsa quedando completamente desprotegidas y a la intemperie. Desde “La mirada Invisible” hasta “El 5 de Talleres” pasando por “El rey del Once” “Relatos Salvajes” y la reciente “All Inclusive”, Zylberberg demuestra una vez más su enorme talento –brillando tanto en el drama como en la comedia- y su capacidad para hacer que su personaje recorra todas las tonalidades posibles. En breve pero importantes intervenciones, aparecen completando el elenco, María Onetto como su madre y Carlos Belloso como el taxista que la ayudará a llegar al hospital. Una pequeña anécdota, una pequeña historia muy bien contada, para vernos reflejados como sociedad, en medio de esta crisis de valores y de recursos, en donde seguirnos mirando el ombligo parece estar a la orden del día, mientras el mundo a nuestro alrededor se sigue deteriorando. En ese contexto, una madre, aún con el último aliento, seguirá peleando por su amor más grande: su propio hijo.
Escrita y dirigida por Arturo Castro Godoy (El silencio) y protagonizada por Julieta Zylberberg, Aire es una película que pone en el centro la figura de la madre en medio de una cotidianidad hostil. Lucía (Julieta Zylberberg, quien acaba de estrenar una película con un protagónico en un registro totalmente distinto: All Inclusive) es madre de un niño con síndrome de Asperger. Lo cuida y lo cría sola, aunque a veces cuenta con la ayuda de su madre con quien justo sabemos que algo sucedió, una discusión o una pelea por la cual está algo alejada. Un día que parece ser como todos comienza con ella quedándose dormida, con su hijo que no quiere ir a la escuela (probablemente una situación que se repite todo el tiempo y a la cual ella responde sin hacer mucho caso, quizás cansada, abrumada) y con un trabajo que no le brinda la seguridad que necesita. Pero al rato de empezar su jornada laboral recibe una llamada de la escuela y le avisan que el niño se dio un golpe y ella necesita ir. Lo que podría ser algo normal (los niños juegan y exploran y es común que en medio de ese aprendizaje se lastimen), para Lucía y en especial para su hijo Matías no lo es. Porque lo conoce y sabe que no reacciona como todos ante situaciones inesperadas y junto a gente desconocida. A partir de ese momento se sucede toda una escalada de situaciones que confabulan en impedirle el simple propósito de llegar a su hijo. En su trabajo le dan mil vueltas para dejarla ir, el colectivo no llega y se toma un taxi que no puede terminar de pagar, en la escuela se entera de que al niño lo derivaron al hospital y así se van sucediendo una tras otra, porque todo lo que puede salirle mal a Lucía ese día le va a salir peor. Ella intenta hacer las cosas bien, del modo en que están pautadas, pero aun así recibe negativa tras negativa y la paciencia de a poco se le va acabando. Sola y desesperada, Lucía, que es asmática y la desesperación siempre está a punto de impedirle respirar, intenta moverse en medio de una ciudad que no parece nunca querer ayudarla. Santa Fe, por momentos muy parecida a Buenos Aires, es el escenario principal de esta historia, donde ella chocará contra piquetes, hombres que quieren aprovecharse y gente incapaz de ayudarla si no tiene el dinero que necesita. Arturo Castro Godoy logra generar un clima desesperante, siguiendo todo el tiempo de cerca a Lucía, que nunca cede ante las puertas que no dejan de cerrarse frente a ella y junta coraje de donde ya no tiene para seguir adelante ante las situaciones más imprevisibles. Carlos Belloso y María Onetto aparecen durante algún segmento, cada uno como los dos personajes más humanos, aunque cada uno tenga su límite.
Una mujer, soltera, asmática, madre de un hijo con Asperger. Le dicen que el chico se golpeó en la escuela, que lo llevaron a un hospital. Y ella sale a buscarlo. Con esa situación, Castro Godoy y Zylberberg hacen algo notable: transmitir el estado de angustia de manera precisa, a puro gesto –eso que justifica la existencia del cine–, sin subrayados ni secuencias inútiles. Es una película de suspenso, del puro, de sentir que la vida propia queda suspendida, y funciona muy bien en su registro realista.
El texto de la crítica ha sido eliminado por petición del medio.
“AIRE” Un día de furia y angustia Ignacio Andrés Amarillo iamarillo@ellitoral.com En su segundo largometraje de ficción, Arturo Castro Godoy propone un itinerario que funciona por sí mismo, como viaje más que como destino. Y es un recorrido por géneros, influencias y tonos narrativos, que se funden en una cohesión que, más allá de algunos cabos sueltos, lleva al espectador de la mano, con la respiración entrecortada (literalmente). La historia parte de tres premisas médicas: madre soltera asmática, hijo con Asperger (una condición que forma parte de los trastornos del espectro autista: no se lo nombra de entrada, pero ya ha trascendido el apoyo de la Asociación Argentina de Asperger) y un accidente escolar. Momentos y matices Ahí viene la sucesión de registros: arranca con la formación documental de Castro Godoy para registrar paisajes en el amanecer, con esa iluminación naturalista (de la mano de la fotografía de Hugo Colace) que deja ver las pecas del rostro firme de Julieta Zylberberg (de esos que pueden aguantarse la centralidad de cada plano, con la fuerza de sus rasgos y la intensidad en la mirada). De ahí pasamos a una mirada estilo Dardenne del mundo laboral precario (incluye el “plano nuca en movimiento” que los hermanos belgas impusieron en “Rosetta”, y que Darren Aronofsky retomó en “El luchador”), que se torna algo kafkiana en la burocracia mediocre del supermercado: un mundo de agachar la cabeza y “no pedir ni agua”, en manos de tinterillos de baja estofa como el que interpreta Raúl Kreig. Tras el paso por la escuela (allí la trabajadora sumisa puede mostrarse altanera, cosas que pasan en la vida) empieza una especie de “Corre, Lola, corre”, pero a la santafesina, entre la reconocible escuela Moreno y el primer hospital, serie de vicisitudes acompañada por la omnipresencia de la respiración ahogada montada en posproducción, casi como un monólogo interior del asma: una presencia opresiva, como el ruido de fondo en la “Melancholia” de Von Trier. Y el tramo final es “el largo viaje”: entonces, con la intervención de Carlos Belloso como taxista, las distancias se vuelven largas, la ciudad mediana se fragmenta y se rearma en locaciones nuevas, en continuidades urbanas que se escapan de la experiencia de una ciudad de las proporciones de Santa Fe. Recursos Como se dijo antes, los aciertos de la cinta están en la compenetración, sensorial y emocional, del espectador con la protagonista: la falta de aire, el mundo que se tambalea, la angustia, la ansiedad, la ira. La cámara de Castro Godoy abre y cierra el plano, juega con los desenfoques y se pone en movimiento para narrar mejor cada una de los momentos descriptos. No obstante, el círculo no cerraría sin la eficiencia de la herramienta actoral de Zylberberg, que crece en potencial expresivo, más allá de la comunicación verbal. El resto del elenco constela a su alrededor, con protagonismos relativos de María Onetto como Carmen (madre de Lucía) y Carlos Belloso (el taxista Daniel), las figuras más conocidas. El elenco santafesino (integrado por las más reconocibles figuras actorales de nuestro medio) aporta sus mejores momentos de la mano del citado Raúl Kreig, de Delia Beatriz Gaido (“Luchi”, para el público local) como la insufrible directora que dice “mamá” a cada rato, y Claudia Schujman como Julieta, la cajera solidaria en el súper. El niño Ceferino Rodríguez Ibáñez interpreta a Mateo, y los momentos madre-hijo resultan verosímiles. El viaje tiene su remate, aunque deja tensiones narrativas y relacionales en el aire, quizás por la subalternidad de otros personajes respecto de Lucía (la relación con Carmen, el rol actancial de “facilitador” de Daniel). Pero el objetivo está logrado: algo más de una hora en la butaca nos han dejado extenuados y sin aire, después de tanto correr junto a Lucía. *** BUENA “Aire” Ídem (Argentina, 2018). Guión y dirección: Arturo Castro Godoy. Fotografía: Hugo Colace. Música: Pablo Borghi. Montaje: Eliane Katz. Dirección de arte: Sebastián Rosés. Elenco: Julieta Zylberberg, Carlos Belloso, María Onetto, Ceferino Rodríguez Ibáñez, Raúl Kreig, Claudia Schujman, Delia Beatriz Gaido. Duración: 69 minutos. Apta para mayores de 13 años. Se exhibió en Cine América.