ntre sus estrenos semanales, además de las producciones argentinas recientes, la plataforma y canal Cine.Ar están incorporando filmes latinoamericanos, en algunos casos también recientes y en otros casos no tanto. Tal fue el caso del film venezolano Un lugar lejano de 2009 y es el caso ahora de Alba, ópera prima de la ecuatoriana Ana Cristina Barragán, un film de 2016 que obtuvo cierto reconocimiento, ganó premios en varios festivales y fue elegida para representar a su país en la carrera de los premios Oscar aunque no quedó en la selección final. Alba es el nombre de su protagonista, una preadolescente interpretada por Macarena Arias que está pasando un difícil momento de su vida. Su madre enferma, con la que convive y a quien atiende, ve agravado su estado y debe ser internada de urgencia con un pronóstico impreciso pero muy poco alentador. Como Alba no puede quedarse sola es llevada a vivir con su padre Igor (Pablo Aguirre), un oscuro empleado municipal que vive en un desvencijado departamento, en parte por problemas económicos y en parte por abandono personal como deja traslucir su apariencia descuidada, su semblante enfermizo y una introversión que hacen intuir el producto de una depresión. En ese contexto Alba, que es a su vez una niña tímida y con problemas para relacionarse con los demás, tiene que atravesar ese periodo de la vida difícil de por sí, con todos los ritos de pasaje e integración grupal que se esperan para una chica de su edad y que a ella se le vuelven una misión muy cuesta arriba y tortuosa, a la que ve por momentos imposible. Se trata de una historia de crecimiento (un coming of age, si empleamos el convencional término anglo) en una situación particularmente compleja. Asistimos a las dificultades de Alba para relacionarse con el grupo de pares formado por sus compañeras de colegio, a las que observa con curiosidad distante como si quisiera formar parte y a la vez no entendiera el sentido de lo que observa. Alba tiene evidentes problemas para encajar, a veces lo intenta sin mucho éxito y otras simplemente abandona la escena o se queda pasmada sin saber qué hacer, en situaciones incómodas tanto para las demás como para sí misma. Aunque también en ciertos pasajes surge la pregunta acerca de si siempre es necesario encajar de cualquier modo. Esto se observa particularmente en una escena en la que otros chicos la usan para molestar a otra niña, integrándola entonces pero a costa del sufrimiento de otra, o también cuando le piden que mate una mariposa pese a su resistencia. Su incomodidad frente a esto forma también parte de lo que la interroga en función de lo que quiere ser y adonde pertenecer. El otro desafío que enfrenta Alba es el de poder relacionarse con su padre. Un desafío no menor porque ambos son más parecidos de lo que pueden ver y admitir en un primer momento. Entre ellos no hay peleas ni conflictos estridentes sino silencios incómodos y la imposibilidad de comunicarse pese a que podemos observar que es algo que ambos anhelan. El padre demuestra una legítima preocupación por su hija aun si no puede expresarlo cabalmente y Alba por un lado siente incluso hasta vergüenza por su padre pero a la vez una necesidad de incorporarlo a su vida. Gran parte del relato registra los difíciles intentos de estos dos seres para encontrarse. En el marco de una familia rota, todos sus integrantes están heridos de una manera u otra, y aunque el punto de vista sea mayormente el de la niña también asistimos a momentos de la intimidad del padre. A pesar de que parece tenerlo todo servido para el drama lacrimógeno, la realizadora y guionista Ana Cristina Barragán no demuestra ninguna intención de caer en el golpe bajo o la explotación emocional. El suyo es un film sorprendentemente sobrio a la hora de tratar con materiales sensibles y respeta a sus personajes sin exponerlos de manera obscena. Filmado con un registro paciente y un estilo austero, cámara en mano, sin acompañamiento musical salvo el que los personajes puedan estar escuchando en determinando momento, el film demuestra atención a los detalles cotidianos, a los rostros, los gestos, a ciertos objetos y a momentos en apariencia insignificantes pero cargados de sentido. Un estilo de observar que recuerda al registro obsesivo de los Dardenne. Alba es tanto el primero como el hasta ahora único largometraje de Barragan después de cuatro años desde su ópera prima, aunque revisando su filmografía se cuentan algunos cortometrajes en 2019. En cualquier caso, demostró aquí una sensibilidad que hacen esperar más cosas de ella en el futuro. ALBA Alba. Ecuador, 2016. Dirección: Ana Cristina Barragán. Elenco: Macarena Arias, Pablo Aguirre, Amaia Merino, Isabel Borje, María Pareja, Mara Appel, Maisa Herrera. Guión: Ana Cristina Barragán. Fotografía: Simon Brauer. Montaje: Yibran Asuad, José María Avilés, Ana Cristina Barragán, Juan Daniel F. Molero. Dirección de Arte: Oscar Tello. Producción: Isabela Parra, Ramiro Ruiz. Producción Ejecutiva: Konstantina Stavrianou, Irini Vougioukalou. Duración: 94 minutos
Entrañable relato sobre el ingreso a la adolescencia de una niña que debe enfrentar una nueva realidad de manera sorpresiva. Ana Cristina Barragán potencia su historia a partir de la lograda interpretación de Macarena Arias en un relato sobre la pérdida de la infancia, las diferencias de clases sociales y la necesidad de ser otra persona para encajar, plagado de silencios y escenas dolorosas que la hacen distinta y única.
“Busco una narrativa que cuente poco pero haga sentir mucho”, explica la directora ecuatoriana Ana Cristina Barragán en las notas de prensa de su ópera prima, Alba, que luego de un agitado recorrido por festivales de cine de todo el mundo desembarca en la plataforma Puentes de Cine. Sobre esa primacía de lo sugerido por sobre lo enunciativo se construye esta historia de iniciación centrada en una nena cuya vida da un inesperado giro de 180 grados. Alba tiene 11 años, es silenciosa y amante de los animales pequeños, un gusto que no parece casual en alguien con enormes dificultades para vincularse con sus pares. Vive junto a su madre, quien a raíz de un grave problema de salud debe pasar varias semanas internada, obligando a Alba a mudarse temporalmente con su padre, un hombre a quien prácticamente no conoce. Desde ya que las cosas no serán nada sencillas para esa joven tímida y con un mundo interior complejo y cargado de emociones, así como tampoco para ese padre al que no todos los denodados intentos por comunicarse con ella dan resultado. La cámara de Barragán, pegada durante casi toda la película a Alba (gran trabajo de Macarena Arias), es el indicio formal más visible de la cercanía emocional entre directora y protagonista. La realizadora ecuatoriana respeta a rajatabla los sentimientos de esa chica frágil y misteriosa que, en medio de una crisis familiar, afrontará también los primeros escarceos con la sexualidad y el universo adulto. El resultado es film pequeño y emotivo, hecho con silencios y miradas antes que palabras, que registra con sutiliza las complejidades inherentes de esa aventura diaria que es crecer.
CRECER DUELE En el recreo, Alba se acerca a un grupo de compañeras que charlan y se ríen. Tiene 11 años, es bastante tímida, pero se nota que quiere ser parte de ese grupo. Las escucha, intenta una sonrisa, pero las demás no advierten su presencia. Cuando lo hacen, se quedan calladas, como si no quisieran compartir la diversión con esa chica flaca, de mirada triste, cuya voz apenas se escucha cuando lee frente a la clase. Sin molestarse en incluirla, reanudan la charla hasta que un grupo de chicos pasa corriendo y ellas se unen entre gritos y chistes. Alba queda sola, observa que una cartuchera quedó atrás, a su lado, y sin pensarlo se la lleva. En su casa, mientras una enfermera ayuda a su madre a vestirse, la niña investiga su nuevo botín. Y en silencio, juega a que es una más de aquellas chicas. En la película, que pasó por varios festivales y estuvo nominado a los premios Goya en 2017, la directora y guionista Ana Cristina Barragán continúa explorando el universo femenino en la preadolescencia, después de realizar los cortos Despierta y Domingo violeta. Entre planos cerrados, y con una cámara que casi nunca se despega de su protagonista (interpretada por Macarena Arias), la película sigue a Alba mientras busca un sentido de pertenencia, a la vez que atraviesa la enfermedad de su madre. Cuando las cosas se complican y la madre queda hospitalizada, la niña se ve obligada a mudarse con su padre (Pablo Aguirre), un hombre hosco y derrumbado, que vive en condiciones bastante precarias, y que parece no saber cómo comunicarse con su hija. El contraste entre su nueva realidad, apuntalada por el vínculo con su padre, y el mundo hermético del colegio privado al que asiste, va a servir de escenario para que Alba crezca y se descubra, mientras la tragedia se cierne inevitable. Los elementos clásicos del coming of age aparecen en la película narrados de manera simple y honesta, con una mirada que acompaña sin juzgar. La primera menstruación, el primer beso, la vergüenza, los miedos, la amistad, la primera fiesta; Barragán va construyendo un relato hecho de pequeñas cosas, de experiencias universales, aplazando con ternura una oscuridad que siempre busca imponerse. La madre que agoniza sin remedio, pero también la existencia vacía del padre, que cumple con su rol como puede. La idea de la muerte atraviesa todo el film, pero está trabajada con una sutileza que escapa a la manipulación y a los golpes bajos. Sabemos que en algún momento va a suceder, pero a la directora pone el foco en otras cosas: en los intentos de Alba por caer bien, en el bullying como un círculo vicioso, en las diferencias de clase (que se ven sin que estén subrayadas), en la relación frágil con su padre. Tal vez en esa interacción, en donde conviven la distancia con la compresión, se juegue lo mejor de Alba; la posibilidad de conmoverse aparece en esa charla mínima en el auto, en la que se vislumbra un dolor común, y se acentúa cuando el plano se abre, se aleja por primera vez, y vemos al padre y a la hija descansando en la playa. Una escena que da la sensación de que las cosas no están tan mal, aunque todo parezca terrible. La misma sensación que Barragán, con calma y precisión, logra extender a toda su película.
Alba es una niña de 11 años que pasa la mayor parte de su tiempo en silencio. Su mayor placer es entretenerse con pequeños animales, pero su vida se verá problematizada cuando su madre, gravemente enferma, es internada en un hospital y ella deberá mudarse con Igor, un padre a quien casi no conoce. Los intentos de éste por acercarse a la muchachita se hacen cada día más difíciles mientras ella, siempre solitaria e introvertida, se mantiene alejada de sus compañeras de colegio, quienes se burlan de su extraño comportamiento. Sin embargo Alba hallará en una de esas colegialas a alguien con la que podrá disfrutar de su monótona vida, y así ambas se unirán en cotidianas anécdotas y en una sincera amistad de la que surgirá el descubrimiento sexual y la emoción de poder abrirse al siempre deseado mundo cotidiano. La directora ecuatoriana Ana Cristina Barragán logró en ésta, su ópera prima, narrar esa historia con enorme calidez en la que se muestra el descubrimiento y el florecer de una extraña femineidad que explora el contraste entre la ternura y el dolor de una niña que se hace adulta. Con un elenco encabezado con convicción por Macarena Arias, la realizadora logró alejarse de una narrativa fría y trabajar desde el instinto y así surge este film que marca el camino de Alba hacia la entrada de la adolescencia y de la aceptación familiar.
Cinco años de producción distaron hasta el estreno, en 2016, en el Festival de Rotterdam, de “Alba”, la ópera prima de Cristina Barragán, cineasta ecuatoriana. Premiada en la sección Horizontes del Festival de San Sebastián, y habiendo obtenido diversas premiaciones a lo largo del mundo, “Alba” ofrece una mirada tan universal como personal. Barragán plasma una sentida huella personal que posiciona su film como un referente de la emergente industria latinoamericana. El nombre de la película refiere a la niña de 11 años (en la piel de la actriz Macarena Arias), introvertida y solitaria, que protagoniza la película. Su niñez muere y da paso a la adolescencia, con el deseo de concretar sus fantasías de incipiente juventud e insertarse socialmente, aún proviniendo de una familia disfuncional y escindida. Con una mirada sincera, sensible y despojada de artificialidades, se configura una historia desarrollada en diversos lugares de Ecuador (como Quito y Santa Elena). En “Alba” se reconoce una mirada hacia el amor, la amistad, la feminidad y los vínculos que establece un adolescente bajo un paradigma en absoluto menor: las redes sociales y la virtualidad juegan un papel preponderante. Superando complejos y traumas de su antigua convivencia, este floreciente ser se abrirá al mundo.
Retratos de una adolescencia solitaria Alba (2016), film escrito y dirigido por la directora ecuatoriana Ana Cristina Barragán, retrata con naturalidad una historia cargada de duelos y de nuevos comienzos; dónde el abandono de una etapa adolece más que nunca. Luego de enfermar su madre, Alba(Macarena Arias), una niña de 11 años, se ve obligada a mudarse junto a su padre. Igor (Pablo Aguirre), es prácticamente un desconocido para la pequeña que se siente cada vez más sola y alejada de su hogar y su compañera de vida. Mientras su padre intenta por su parte adaptarse a la nueva vida junto a su hija, Alba tratará de atravesar su día a día escolar; adaptándose tímidamente a la adolescencia que se avecina y a todos los cambios incómodos que la sacuden en su timidez. La película expresa en su totalidad de detalles, cierta soledad. Con una fotografía apagada, al igual que los diálogos y su música, la personalidad solitaria y desamparada de la protagonista queda plasmada en cada escena. La dirección a cargo de Barragán nos encierra en el mundo de la niña, con planos que no sólo nos acercan a las miradas de Alba, sino que además nos permiten espiar cada una de las emociones que se reflejan en los movimientos. Es una clara película de personaje, y debe decirse que la interpretación protagónica por la joven Macarena Arias, es realmente excelente; logrando aquel resultado buscado en los filmes en los que su foco se orienta hacia el recorrido personal y hasta íntimo de sus protagonistas. "Adentrarse en la adolescencia, como lo indica la misma palabra, es doloroso. Pero su impacto es aún mayor, si al duelo de la infancia se le suma la pérdida total de aquello que era concebido como vida misma."
Una delicada película de la ecuatoriana Ana Cristina Barragán que muestra el mundo de una niña de 11 años con su madre muy enferma, internada, que pasa a vivir con un desconocido que es su padre y debe afrontar el difícil pasaje de la niñez a la adolescencia, sola y desamparada, triste y desconcertada. La realizadora eligió mostrar climas e indicios, con poca información, para armar con rigor y buen pulso ese complejo mundo interior que se esconde detrás del silencio de Alba. Los mínimos robos, las primeras amigas, el descubrimiento del deseo, la menarca, la vergüenza, y por fin el tránsito a los vínculos verdaderos. Con una gran protagonista, Macarena Arias, perfecta para transmitir la complejidad de ese mundo femenino, mostrado en sus capas más profundas, en las revelaciones pequeñas y gigantes de los sentimientos humanos.
Si hay algo que demuestra esta película ecuatoriana Alba, ópera prima de Ana Cristina Barragán, que estrenó el 20 de agosto la plataforma puentedecine es una internacionalización de cierto lenguaje, celebrado por otro lado, en Festivales como Rotterdam o San Sebastian, donde esta película participó. También muy propio de cierto cine argentino, de formato reticente a la información, con intención semi documental, poco diálogo, planos cortos, de encuadres no siempre convencionales y con cámara en movimiento, personajes cerrados en sí mismos de los que hay que adivinar pasados e historias. Tengo la impresión que vi muchas veces una película como Alba, librada casi completamente a la actuación de la niña Macarena Arias, expresiva en su tristeza, su silencio, su vergüenza que se despliega tensionando entre dos ámbitos: la enfermedad de su madre y la marginalidad de su padre. Alba que debe seguir su vida de niña en un colegio nuevo, de clase alta, con sus compañeros y sus primeros juegos preadolescentes, sufre la enfermedad de su madre y oculta la situación de su padre, de lo que el espectador no tendrá demasiada data. Sin embargo el único momento que Alba ríe es cuando va con su padre (Pablo Aguirre) a la playa y las olas del mar la cubren, el momento más vital de una película apesadumbrada, de tonos mayormente azulados, construida a partir de esta mirada de niña triste e introspectiva, distanciada incluso con los objetos de su sufrimiento. Alba alcanza un nivel de cine de autor a nivel internacional, pero se queda sin lograr suficiente cercanía entre sus personajes y los espectadores, salvo, insisto, alguna que otra escena.
Adentrarse en la adolescencia Después de enfermar su madre, Alba (Macarena Arias), una niña de 11 años, se ve obligada a mudarse junto a su padre Igor (Pablo Aguirre), una persona sumamente hosca y que vive en condiciones precarias. Él resulta prácticamente un desconocido para la niña que se siente cada vez más en soledad y alejada de su casa. Su padre se esfuerza por adaptarse a la nueva vida junto a su canos a la protagonista sigue a Alba en una especie de coming of age, en su búsqueda de pertenecer de alguna forma a un lugar. Si al contraste de su nueva realidad y el hermético mundo del colegio al que asiste se le suman el primer beso, la primera menstruación, la timidez y los miedos, encontraremos en Alba un relato hecho de experiencias universales. hija, mientras que ella tratará de atravesar su día a día escolar, junto a su tímidamente adolescencia que se acerca y todos los cambios que conlleva. La película, que recorrió varios festivales y estuvo nominado a los premios Goya en 2017, representa con una fotografía apagada la solitaria personalidad de Alba y los silencios la plasman en cada escena que supo construir la directora y guionista Ana Cristina Barragán. En este film continúa explorando el universo de la preadolescencia femenina y entre planos cerrados y muy cer Esta película es una historia cargada de duelos y de nuevos comienzos, donde el abandono en una etapa crucial como es la adolescencia seguramente llegue a marcar a Alba para toda su vida.
La ópera prima de la directora ecuatoriana Ana Cristina Barragán, coproducción entre Ecuador, México y Grecia, cuenta con un gran recorrido en festivales desde su estreno en el Festival Internacional de Cine de Rotterdam y desde este jueves podrá audiovisualizarse desde la plataforma de Puentes de Cine. La película da su comienzo desde el sonido de un metal oxidado que fricciona quejoso, son las ventilas de un techo en el que una niña, de ropas y cabellos desatendidos, yace corporalmente apesadumbrada. La escena continúa con ella, a la que conoceremos como Alba, caminando sigilosa por lo que pareciera ser el interior de un pasillo de hogar, una respiración casi imperceptible asoma desde el fuera de campo. Alba se detiene y apoya su cabeza sobre la pared, unos instantes, hasta que decide ingresar a la habitación. Vemos fragmentos de una mujer, de aproximadamente cuarenta años, desnuda, postrada en una cama, que exhala “dolor” mientras alguien la ayuda a cambiarse. La niña camina silenciosa observando de reojo, se sienta y se pone su remera escolar tratando de “no molestar”. Ya desde el inicio la directora nos está marcando el código del film: personajes que no hablan pero que sí observan, sonidos que vierten emociones y tratan de dispersar los pensamientos, puntas de historias que parecen emerger de grandes angustias silenciosas, comenzando por una madre que es asistida mientras que una niña se asiste a ella misma. Mundos con roles familiares difusos y una edad en donde la pérdida no sólo pasa por dejar atrás la niñez. Formalmente es una historia intimista, con un fuerte anclaje en el realismo, casi documental, narrando desde los silencios, dejando a lxs cuerpxs expresarse desde sus conductas torpes y cercanías imprecisas. Toda esa sensibilidad, inocencia y emocionalidad de Alba, sumadas a sus miedos, vergüenzas y ausencias, interpelan directamente a nuestras propias vivencias. Toda esa confusión, sumada a la particularidad de la protagonista de tener que madurar de golpe a causa de una madre gravemente enferma, y que trae como consecuencia tener que irse a vivir con un padre distante, introspectivo y casi desconocido para ella, es retratada desde el propio punto de vista de Alba, consiguiendo que esta pequeña pero gigante actriz, Macarena Arias, logre niveles actorales de sutilezas impecables. Comunicar sensaciones e impedimentos desde lo visual y lo sonoro, casi extirpando las líneas de diálogos entre los personajes claves, construyendo vínculos sólidos desde cero sin forzar los tiempos narrativos, es lo que hace de Alba una pieza cinematográfica notable. Alba se mete en tus emocionalidades, partiendo desde la exploración de la feminidad preadolescente pero trascendiéndose al género, mientras atraviesa ansiedades, deseos, confusiones, pérdidas y renaceres desde el uso de imágenes y sonidos, dándonos un cine más honesto.
El film es una historia íntima y conmovedora, un coming on age doloroso. Explica poco pero trasmite mucho, así es que prima el sugerir por el enunciar. Silencios profundos y pocos diálogos. Una triste historia de iniciación de una, también triste, niña que debe hacerse mujer a la fuerza. Nada será sencillo para una jovencita perdida en su propia vida. Un relato duro con imágenes oscuras que transmiten la crueldad de hacerse adulto, en un ambiente hostil. La cámara en mano sigue siempre a la protagonista, pero con una distancia adecuada para darle transparencia a sus pasos, como si no estuviera siendo filmada.
La primera vez Una producción ecuatoriana aclamada por la crítica, dirigida por Ana Cristina Barragán, con el silencio como principal protagonista que antecede a la vida de una niña de 11 de años cuyos problemas son tratados con delicadeza y precisión a cada instante. Una historia emotiva y original en su realización. Alba (Macarena Arias) es una tímida niña de 11 años que vive con su madre enferma. El deterioro en la salud de la madre, la obliga a internarse y Alba debe irse a vivir con su padre Igor (Pablo Aguirre) con el que no tenía ningún tipo de relación. Su mundo cambia por completo, en un intento por descubrir su identidad y reconocerse. Junto con el desarrollo del trabajo, el cambio en la protagonista o su intento por cambiar se hace cada vez más fuerte. La internación de su madre y la mudanza con un padre desconocido, es un gran quiebre y giro en la historia que después acompaña todo el relato a la perfección. La distancia, los silencios, distintos comportamientos entre ambos que se manejan temerosos de la próxima reacción. El aprendizaje mutuo es otra gran clave de esta buena película. Al mismo tiempo, la verosimilitud de las representaciones está muy bien lograda por parte de la protagonista Macarena Arias. Distintas situaciones vistas como obstáculos para lograr el bienestar en su forma de ser y descubrir todo eso, son muy bien presentadas.
Algo de excesiva sordidez que se ensaña con algunos personajes se sobrelleva por una actuación impactante de la protagonista