El paraíso del cine Alfredo LI Gotti es uno de los coleccionistas de cine más importantes de la Argentina que consiguió su sueño: tener y compartir su propia sala en casa. En ese espacio proyecta gratuitamente sus películas desde hace más de veinte años. Este es un documental que retrata su pasión por el cine y un recorrido por las viejas y desaparecidas salas de barrio, que proyectaban hasta 3 películas de manera continuada. El film echa una mirada nostálgica sobre un pasado que no está y recupera con emoción los testimonios de Li Gotti y su eterno amor por el séptimo arte. De este modo, desfilan los recuerdos del coleccionista que archiva alrededor de 1.000 películas, casi todas europeas y algunas norteamericanas. "Traté de tener lo mejor de lo que podía conseguir. Hoy es más fácil con el DVD, pero en mi época eso era imposible". Este es un documental valioso cuyos fotogramas desfilan tante los ojos del espectador y traen los recuerdos de El Gabinete del Dr. Caligari o de Paisá, de Rossellini y de otro joven coleccionista, Fernando Martín Peña. "La película tiene vida y cobra magia cuando se enciende el proyector. Pero se necesita del público para poder disfrutarla". The End.
De esencia cinéfila Alfredo Li Gotti aún conserva la mirada deslumbrada como si se tratara de un chico que descubre por primera vez un mundo distinto. Cuando defiende sus argumentos -frente a cámara- lo hace con la misma pasión que tiene por el cine desde sus tempranos 11 años. En ese momento tuvo en sus manos su primer proyector y hoy ya cuenta con 30 proyectores de diferente tamaño y con un caudal inmenso de películas que fue adquiriendo con mucho sacrificio durante toda su vida. Con cierta picardía y un dejo de saludable vanidad intenta convencer a cualquiera que sus copias son las mejores del mundo, encontrando siempre algún defecto en lo ajeno aunque sin mala intención. El dvd se ve chato y no tiene la misma profundidad de campo, sentencia en un cachetazo al progreso y a la inevitable marca del tiempo. Pero lo hace con la misma vehemencia que separa a aquellos que juntan películas y los que las coleccionan dejando en claro que estos últimos conocen la historia del cine. Mucho de esa historia se aprende no de los libros sino mirando y ese es el legado que le quedará a su nieto cuando su abuelo apague el último proyector posiblemente. Es que su generosidad es directamente proporcional al amor por las películas y se traduce tanto en su carácter de acopiador de rollos -mayoritariamente de cine europeo- que atesora celosamente en estantes y anaqueles de una casa que ya le queda chica pero donde hace varios años comparte junto a su esposa la experiencia de ver cine con sus copias originales para todo aquel que toque el timbre en su casa y quiera gozar de una función gratuita y muy especial en su microcine, cuya sala lleva el nombre de su mejor amigo Félix Giuliodori y que funciona hace más de 20 años. Seguramente así de especial se habrá sentido el director Roberto Ángel Gómez al llegar al lugar y tomar contacto con Alfredo y su mundo. Habrá sido tan impactante vivir la función que no pudo dejar de pensar que el hombre merecía por derecho propio y por su invalorable esfuerzo y dedicación un documental para conocer a un cinéfilo singular, quien confiesa con cierta vergüenza que con sus 85 años ya está cansado de manipular latas, arreglar fotogramas y preparar proyectores. Pero también aclara que gracias al cine su vida como trabajador por más de 40 años en Segba cobró otro sentido y fue menos chata. Centrado en la figura de este coleccionista argentino, el documental Alfredo Li Gotti Una pasión cinéfila se sumerge en el mundo del coleccionismo cinematográfico y de la cinefilia a partir de una serie de preguntas e inquietudes que con el correr del metraje y de los testimonios de diferentes voces relacionadas con el cine encontrarán varias respuestas. Por un lado, el testimonio viviente del protagonista y en complemento entrevistas a críticos de cine como Luciano Monteagudo y Fernando Martín Peña (también coleccionista y divulgador), cineclubistas, amigos y familiares para delinear un retrato con varias aristas y matices donde prevalece antes que el protagonismo de la cámara la voz y la figura de Alfredo, predispuesto a contar su rica historia de vida -no sólo vinculada con el séptimo arte- y su vital relación con el cine, incluso con los olores que emanan de los miles de celuloides que guarda desde hace tantos años. Sin embargo, la gran diferencia con otros coleccionistas que no aceptan compartir su material lo hace un personaje muy atractivo y genuino que renuncia al individualismo para divulgar las obras antiguas (no viejas, como lo sostiene a lo largo del film) con el público. Tal como queda reflejado en el documental, su primer espectador fue la familia, a quien logró contagiar esa experiencia de ver cine y sonorizar películas mudas como si se tratara de un juego. Después vinieron las invitaciones a festivales como el de Toronto, en el que pudo proyectar cortos inéditos y sonoros con la voz de Carlos Gardel para continuar años más adelante prestando sus películas al cineclub Núcleo. El mérito del realizador es haber sabido sintetizar una historia de vida tan vasta y edificante en apenas 77 minutos donde no sobra ninguna anécdota ni falta información para construir desde el respeto y la admiración un retrato cabal de su personaje, quien lamenta profundamente cuando una copia se degrada por el paso del tiempo y expele ese aroma avinagrado insoportable. Más allá de ese rancio futuro para ciertas películas, lo que queda claro luego de disfrutar de este film es que hay algo que jamás se va a degradar en Alfredo Li Gotti: su esencia cinéfila.
La ejemplar historia de una leyenda para amantes del cine En la calle, el hombre puede pasar inadvertido. Un abuelo como cualquier otro, de nariz firme, anteojos de marco grueso, nada fuera de lo común. Pero entre los viejos amantes del cine, entre los cineclubistas de veras, es toda una leyenda. Se llama Alfredo Li Gotti, es coleccionista y tiene su propia sala de cine, levantada ladrillo a ladrillo por él mismo junto a sus dos sufridos yernos. Y esa sala lleva el nombre de otra leyenda, su amigo Felix Giuliodori. La gente concurre gratis, cualquiera puede ir, a ver copias únicas, conseguidas de las más diversas formas. En tiempos donde se supone que «todo» puede bajarse por Internet, él sigue mostrando, cada tanto, piezas únicas. Y en tiempos anteriores, durante años proveyó conocimientos reales a los interesados. Gratis, para mayor gloria. Roberto Ángel Gómez lo sigue y le hace contar su vida, desde aquel cumpleaños de 11, cuando un tío le regaló un proyector y así empezó a pasar dibujos en la cocina de un conventillo de la Boca, en adelante. De esa forma pasan por sus recuerdos Juan de Dios Filiberto, la noviecita de los 12, la de 1950 con quien se terminó casando y que todavía lo aguanta, el trabajo en Segba hasta jubilarse, las andanzas de cantante entre la lírica y el tango, las incursiones en el teatro de revistas, donde no siempre le pagaban, la amistad con Giuliodori, el entretenimiento familiar de sonorizarle diálogos a las películas mudas, con esposa, hijas y vecinos como improvisados intérpretes, las reuniones semanales con los amigos y el nieto, un muchacho que ya tiene el vicio, los viajes al Festival de Toronto, especialmente invitado para pasar los cortos de Gardel en buenas copias, y otras aventuras. También agregan sus anécdotas y comentarios los parientes, el técnico que atiende sus proyectores, y, entre otros, sus colegas Enrique Bouchard, que lo introdujo en la materia y en las reuniones de la Asociación Argentina de Coleccionistas de Cine que se hacían en la Asociación de Cronistas Cinematográficos (viejos tiempos) y el más joven Fernando Peña, que amén de descripciones y explicaciones sobre el síndrome del vinagre que afecta a las copias y el síndrome de Li Gotti que afecta a las copias más amadas, lo pinta de cuerpo entero con una anécdota graciosa. Según esa historia, unas personas le llevaron una película, a ver qué era. Apenas Li Gotti empezó a proyectarla, les dijo «Señores, esto es Pepé le Mokó, de Julien Duvivier, 1937, con Jean Gabin, no hay otra copia en todo el país, y no sale de acá». Se la vendían, o se la vendían, pero no se la iba a perder. Nunca tuvo auto, pero llenó su casa de películas para compartir con los asistentes a su sala. Y ése es el detalle: nunca quiso una copia para él solo. Por eso este documental no es sobre un coleccionista encerrado en su mundo, como podría pensarse, sino sobre un apasionado abierto a todo el mundo. Y que, como tantos otros hombres dignos de una película, en la calle pasa desapercibido.
Un personaje de película Alfredo Li Gotti. Una pasión cinéfila (2010) es un documental sobre el coleccionista Alfredo Li Gotti y su devoción por el cine. Dirigida por Roberto Ángel Gómez, la película, que fue presentada en el último Festival Internacional de Cine de Mar del Plata, retrata la vida de este personaje tan particular de la Ciudad de Buenos Aires al que vale la pena conocer. Pasen y vean… A sus 85 años Alfredo Li Gotti, al igual que muchos, tiene un hobby: colecciona películas. En su casa de Parque Patricios cuenta con su propia sala cinematográfica, la Sala Félix Giuliodori, donde los domingos realiza proyecciones gratuitas para la gente del barrio desde hace más de veinte años. Películas que él mismo compró a lo largo del tiempo y conserva en su casa en distintos formatos, aunque priorizando, claro, el fílmico. Pero a la vez es un personaje carismático y con gran sentido de la narración, al que da placer escucharlo contar sus historias de vida. Otros coleccionistas son entrevistados para hablar de Alfredo. Fernando Martín Peña, por ejemplo, rescata el valor agregado de Li Gotti en su intención de querer compartir y difundir siempre el material que conserva. Hay también anécdotas de lo más desopilantes, como cuando el mismo Li Gotti comenta su aventura familiar de realizar el doblaje con su mujer e hijos de las películas mudas que adquiría. Un crimen, si se lo piensa desde el lado cinematográfico, pero una travesura divertida desde la visión del coleccionista. Alfredo Li Gotti. Una pasión cinéfila no deja de ser un documental de entrevistas sobre la biografía de un personaje. Pero Gómez se toma el exhaustivo trabajo de recorrer y estructurar las anécdotas más interesantes de esa extraña aventura que es conseguir películas. Un film por demás interesante acerca de la pasión, el cine y Don Alfredo Ligotti, un personaje atractivo por sí mismo.
¿Es lo mismo un coleccionista de cine que “un juntador de películas”? En todo caso, de los requisitos que debe cumplir un coleccionista de cine, ¿es el más importante tener las películas bajo posesión?, o sí o sí hay que tener un amor ineludible por las máquinas de reproducción?. ¿Saber de cine?. ¿Estar moralmente obligados a mostrarlas? Es difícil hoy vivir experiencias al ver una pelicula. Justamente, lo experiencial es lo que el cine contemporáneo fue dejando de lado para multiplicar las pantallas individuales y homologar los accesos de reproducción. Por eso fue tan pregnante la experiencia de la que participamos el pasado viernes, con frío, casi por llover, en una calle de Parque Patricios, al ser invitados a la función de prensa del documental Alfredo Li Gotti Una pasión cinéfila, de Roberto Angel Gómez: el mismo Ligotti a sus 84 años, nos proyectó la película y en su propia sala, cosa que permitio asomarnos al mundo siempre fascinante del coleccionismo de cine. Las proyecciones en el MALBA que comienzan el domingo 5 de junio, van a tener un algo menos: esa a magia de la que la película habla y que replicó nuestra proyección y que sí parece estar directamente ligada al coleccionismo de cine: “películas antiguas no viejas” dirá desde la pantalla este hombre, empleado durante 41 años de SEGBA la empresa de Luz del Estado, que empezó con un proyector que le regaló su tio a pasar peliculas a los chicos de su barrio en La Boca, que incursionó en el musical a fines de los 50, y que terminó siendo su gran frustración, que ahorraba su sueldo de empleado para comprar copias de francés o italiano, alguna película norteamericana o los cortos de Carlos Gardel que pudo pasar en varios festivales entre el 2001 y el 2002, que juntaba a toda la familia para doblar y poner voz a las películas mudas. Algo de la magia, decía, se repitió cultualmente en esa amplia sala de la calle Catamarca, levantada por sus propias manos, con cantidad de afiches colgados, proyectores de distintos formatos, y mucho olor a celuloide y a latas de cine. "El olor de un rollo es algo único" dice Li Gotti mientras recuerda emocionado a su amigo Félix Giuliodori, nombre que lleva la sala en su homenaje y coleccionista de cine mudo. Nosotros sentimos ese mismo olor en esa misma sala. La película es ópera prima, tiene la pericia del que está encantado con su criatura, los testimonios justos, las duraciones justas, la información acertada, ni más ni menos. Equilibrando el idilio con la crítica, la mirada sobre esa red de relaciones y de caprichos que Li Gotti conoce bien. Un mundo privado que es apuntalado también por otros coleccionistas: los testimonios de Fermando Martín Peña, Enrique Bouchard, el hijo de Félix, Luis Giuliodori, el nieto de Li Gotti,heredero natural de esa pasión cinéfila. Todos acompañan la voz de Li Gotti que con una natural verborragia da sustancia al personaje coleccionista, apasionado del que siempre se aprende que el cine antes que nada es una cosa hecha de materialidad que hay que atesorar.
Sustentada fundamentalmente por las características de su protagonista, un empecinado, infatigable, romántico coleccionista de cine, este documental de Roberto Ángel Gómez, clásico en esencia, quizás no podría haberse plasmado de otra manera. Porque Alfredo Li Gotti. Una pasión cinéfila es una reverencia hacia un hombre irrepetible, y a la vez un axiomático tributo al cine. Gómez abordó la deconstrucción de este apasionado amante del celuloide de la forma más tradicional posible, porque es probable que algún ímpetu audaz o innovador -habitual en una ópera prima- hubiese desvirtuado en algún punto el espíritu de este verdadero personaje. Y este film es precisamente un documento fiel que refleja sin desmayos una vida y obra que no sólo daba para una película, sino para una saga o miniserie. Singularidad que se transfiere y enriquece a través del testimonio de otros recopiladores de cine, amigos, colaboradores, cineclubistas y afectos que van acercando momentos –o escenas- clave en la existencia de este hombre. No sólo dueño de una rica y probablemente única colección de películas en distintos formatos, sino de una sala en su propia casa y de reflexiones y vivencias entrañables vinculadas a su pasión cinéfila. Nada más ni nada menos que eso, suficiente para cautivar a cualquier espectador de cine que se precie de serlo.
El coleccionista Documental sobre un obsesivo del séptimo arte. Alfredo Li Gotti es un coleccionista de películas: Super 8, 9 ½, 16mm., lo que pueda conseguir. Lleva una vida entera dedicada a ésa, su gran pasión. La otra son los equipos, los proyectores: tiene más de 50. En un filme que recorre su vida y su obsesión –y que habla poco, finalmente, de cine, que parece ser algo tangencial-, Li Gotti queda presentado como un hombre noble y amable, de esos coleccionistas que saben compartir los tesoros conseguidos (encontrados y comprados), al punto de tener una sala propia en la que proyecta su colección para el público, en forma gratuita.La obsesión de Li Gotti parece haber sido heredada por su nieto y ha sido, si se quiere, “soportada” por su mujer, que ya ha entregado cuartos enteros a apilar cientos y cientos de latas de filmes. Entre encuentros con amigos a ver películas, entrevistas a quienes lo conocen (entre los que están los programadores/críticos Fernando Martín Peña y Luciano Monteagudo) y las historias de su vida (su pasado como cantante y actor, entre otros) se desarrolla Una pasión cinéfila , el filme de Roberto Angel Gómez que lo homenajea.Hay, sin embargo, algo curioso y extraño en el filme, en Li Gotti y –al menos es materia opinable- en la actividad de los coleccionistas de películas. Si bien a Alfredo se lo celebra por su generosidad a la hora de compartir y educar con sus tesoros, da la impresión que el hecho de coleccionar cine tiene más que ver con un intenso hobby, obsesivo, y no necesariamente cinéfilo, en el que el aparato mecánico y el fetichismo de la copia en fílmico tienen tanta o más importante que las películas en sí.Poco se habla de cine en el filme y hasta poco parece importar. De hecho, Li Gotti se vanagloria de sonorizar y poner diálogos a clásicos del cine mudo, una operación que cualquier cinéfilo vería horrorizado y que el director no cuestiona. Tampoco los protagonistas parecen preocupados en cuanto al cine como concepto, como tema, en las películas en sí. Al verlo a Li Gotti mirar más el proyector (y hablar de su fascinación por el ruido que hace y por cómo la película circula a través de él), más que mirar la pantalla, da la impresión que la tarea del coleccionista y la de la persona a la que el cine afecta por sí mismo son cosas muy distintas.Más allá de la discusión sobre las distintas formas de manifestarse, por lo que se ve en el filme, Li Gotti es una persona apasionada por el cine (podría serlo por otra cosa, da la impresión, y mucho no cambiaría el asunto) y alguien que ha entendido que el valor de haber acopiado tanto material está en ponerlo a disposición de todos. Serán ellos, entonces, gracias a personas de enorme nobleza como Alfredo, los que se ocuparán de completar las películas
CARA A CARA Alfredo Li Gotti, una pasión cinéfila, un excelente documental argentino que cuenta la historia de un coleccionista de películas. La película nos permite acercarnos a su vida, a su familia, amigos, colegas, para volvernos testigos privilegiados de su pasión. Las acertadas y sensibles decisiones del realizador hacen que su film sea una gran opción para disfrutar. Este documental sobre Alfredo Li Gotti nos vuelve hacia el mito de Psique y Cupido. Psique, por poseer una belleza sólo comparable con la diosa Venus, estaba destinada a la soltería. El hijo de Venus, Cupido, se apiada de ella y la hace su esposa con la condición de que ella nunca viera su rostro. Psique puede disfrutar de su esposo por las noches y vivir entre los lujos que él le propicia. Cada noche Psique goza del cuerpo de su amado, siente sus besos, sus abrazos, su voz, pero desconoce absolutamente las facciones de su cara. La historia continúa, pero para nuestros fines la interrumpiremos aquí. Al protagonista de la película, Alfredo, le sucede algo parecido. Si el rostro del cine son las imágenes en movimiento que forman una continuidad, que cobran “vida” –como dice Alfredo-, al ser proyectadas, nuestro protagonista no lo mira. Vemos repetidos planos de tamaño medio, lo que nos permite una cercanía con Alfredo, con sus ojos que contemplan el proyector, sumergido en el transporte de la película, subyugado con el sonido que hacen los rollos al girar, en la oscuridad de sala de proyección. El coleccionista, como gusta autodenominarse y como lo llaman los demás coleccionistas que aparecen en el documental, reconoce, como los colegas consultados, que siente afán ante las latas de películas, por preservarlas, por exhibirlas en su sala, por poseerlas. Gracias a las elecciones del director en cuanto al tipo de planos que utiliza para describir a Alfredo, siempre acotados, con una iluminación pertinente a un espacio interior, que inmediatamente nos lleva a la sala de proyección a la que volvemos varias veces, empezamos a vivir la vida de Alfredo. Esa vida que transcurre entre las estanterías llenas de latas de películas, guardadas en cajas, rotuladas, ordenadas. Así como Psique y Alfredo escuchamos la voz de su amado, es más Alfredo mismo relata que prestaba su voz y la de su familia para realizar doblajes propios de las películas mudas que tenía, percibimos el cuidado con el que revisa las copias, con el que limpia sus proyectores. La decisión de acompañar esta historia con una banda sonora íntegramente compuesta por tangos no hace más que confirmar que esta passio habla de la vida, de la muerte, de un legado. De una fuerza que llega a agotar al mismo protagonista pero que dio sentido a su vida. Los testimonios que acompañan a Alfredo en esta película confirman esto con sus anécdotas. Ellos están a su lado, disfrutan las películas que su esposo, padre, abuelo, amigo, colega, les proyecta, aunque tampoco ven el rostro de Alfredo ya que él está en la cabina de proyección. Para ellos el rostro de Alfredo son las películas. Alfredo refiere que el haber vivido para acopiar más y más películas y para preservarlas lo tiene agotado. Psique en un momento de su vida quiere conocer el rostro de su amado, cuando una noche logra verlo, se deslumbra. Él advierte que ha transgredido la prohibición, entonces la deja. Psique deberá pasar por muchas afrentas para volver a recuperar a Cupido, finalmente lo logra, se casan y viven enamorados junto con su descendencia. Alfredo habla de este peso que siente, de las ganas de ver películas en compañía de sus amigos, de su nieto. Nuestro protagonista se aleja de la sala de proyección y es su nieto quien ocupa esos planos medios operando y mirando cautivado el proyector de cine. El director decide poner fin a su película, Alfredo a su pasión. La herencia de Alfredo es su nieto. La del realizador: esta película.
El hombre que pasa películas. Una película no necesariamente se contagia del carácter pasional que se describe en su trama (y al que esta vez, para mayor énfasis, se alude en el título). El coleccionista de cine Alfredo Li Gotti, objeto excluyente de la película de Roberto Ángel Gómez, carga en sus espaldas una vida riquísima, llena de derivas, intereses repentinos y en ocasiones inexplicables. Por momentos, su mentada pasión cinéfila parece tener menos que ver con el cine propiamente dicho que con un fetichismo asociado al aspecto material de las proyecciones, la oscuridad de la sala, el olor de la cinta, el ruido del viejo proyector que recuerda la sensación de bienestar de un arrullo. El director reúne de modo bastante esquemático testimonios del propio retratado junto al de familiares, amigos y conocidos en busca de algo que todo el tiempo parece escapársele a la película, como si los límites de la pantalla no pudieran apresarlo y debiera conformarse con la cáscara. Al mismo tiempo, la amabilidad extrema del retrato lo inhibe de reconocer cabalmente esas aristas sin resolver (la más importante de las cuales podría ser de qué modo alguien abraza una pasión específica y por qué) y produce una acumulación de escenas plácidas en las que el recuerdo se extiende blandamente, sin pliegue ni misterio aparente alguno. La admiración profunda del protagonista por Juan de Dios Filiberto (el célebre vecino músico al que escuchaba embelesado ensayar parado en la vereda de su casa), su paso fugaz por el mundo de la lírica y por los teatros de la calle Corrientes en la década del sesenta; el rostro de la niña que veía al asomarse durante su adolescencia por el contrafrente del edificio y a la que dedicaba sentidas canzonettas a voz en cuello, todo ello es parte del feliz anecdotario que la película desgrana sin jerarquizar y bajo cuyo tono de levedad acaso se esconde una gracia secreta: Alfredo Li Gotti. Una pasión cinéfila, en realidad, con su ostensible falta de sistema y de vocación totalizadora, parece establecer la pasión como el arma con la que se exorcizan los horrores de una vida que de otro modo se quedaría encallada en la rutina y la insatisfacción. Una frase dicha al pasar por el bueno de Li Gotti, que trabajó durante treinta años hasta el día de su jubilación en la empresa Segba –la antigua proveedora de electricidad del Estado- ejemplifica en parte su conciencia del peligro y la convicción para no dejarse atrapar por él: “Yo, una vez que salía de mi trabajo, era otra cosa”, asegura. Con su evidente sencillez y sus modales ligeros, exentos de toda solemnidad respecto del cine como expresión artística, la película de Gómez podría resumir sus intenciones en el fraternal encuentro con los espectadores que van a ver las películas que Li Gotti pasa en forma gratuita en el cineclub instalado con gran sacrificio en su propia casa: se trata de encontrar la oportunidad en la que la grisura de la vida diaria se vea interrumpida brevemente para dar paso a un modesto acontecimiento de un orden que también puede ser social.
Cine de sesgo hogareño La película comienza y termina en una sala de cine. Pero la sala "Felix Guliodori", reconocida recientemente por la Diputación, en la persona de su creador, el coleccionista Alfredo Li Gotti, convierte en realidad la pasión de un cinéfilo. Tener su propia sala de cine en la casa y con el nombre de su mejor amigo. Este señor que inició su gusto por las imágenes en movimiento, cuando su tío le regaló un pequeño proyector, se convirtió, con el tiempo, en un coleccionista. Atrás quedó el trabajo rutinario en Segba, la época en que quiso ser cantante lírico, sus actuaciones en revistas musicales, teatros porteños, hasta llegar a las adquisiciones de proyectores y películas que proyecta a sus amigos. UNA PASION El director Roberto Angel Gómez narra una historia de personaje, donde la pasión transforma al protagonista, el que difunde cine mostrando su material atesorado durante años y es capaz de sincronizar voces y música en filmes mudos convirtiendo en actrices a sus hijas y su esposa. Se habla de la particular fauna de los coleccionistas que difieren en aquéllos que juntan y los que juntan y exhiben. Entrañable narración descriptiva de cines que se fueron, barrios por los que transita don Alfredo, Barracas, La Boca, Parque Patricios, en los relatos de los amigos, que una vez por semana se reúnen para hablar, entre otras cosas de cine. Fotos fijas y documentales de cuando Corrientes "era una fiesta" con sus carteles luminosos y mucha gente yendo de un espectáculo a otro. Y la magia de esos clásicos de los que Li Gotti se enorgullece y que a través de la película podemos disfrutar: Pepe le Moko, El Cuchillo bajo el agua, Los niños de Paraíso. Este es filme entrañable, hecho con mucha dedicación.
En este documental vamos conociendo en profundidad a Alfredo Li Gotti uno de los más importantes coleccionistas de cine de la Argentina; gracias a su esfuerzo consiguió el sueño que tienen aquellos que amamos al cine, tener en su casa su propia sala cinematográfica, ubicada en la calle Catamarca, levantada por sus propias manos, llena de afiches colgados, proyectores de distintos formatos (unos treinta) y latas de cine; la sala lleva el nombre "Felix Giuliodori desde 1988, en homenaje a su amigo (coleccionista de cine mudo), tardó tres años para armarla, con la idea de compartir y exhibir su material. En este espacio se proyectan películas gratuitas todos los domingos, desde hace más de veinte años, esto lo logró sin duda con mucho esfuerzo y proyecta films increíblemente maravillosos. Quienes nos ofrecen sus testimonios: Fernando Martín Peña, Enrique Bouchard, el hijo de Félix Luis Giuliodori, el nieto de Li Gotti (quien parece que va a seguir su mismo camino), Luciano Monteagudo; estos son coleccionistas, cinéfilos, críticos, y familiares. Nos permiten conocer en profundidad la vida de Alfredo Li Gotti, vamos haciendo un recorrido por las viejas y desaparecidas salas de barrio, donde se proyectaban hasta 3 películas en continuado, algo muy similar como vimos hace un tiempo en el film “Cine, Dioses y Billetes” (estrenada en mayo de 2010) de Lucas Brunetto; donde relataba como los cines iban desapareciendo y transformándose esos espacios en templos evangélicos o centros comerciales. Notamos a medida que vemos esta cinta, la misma emoción, con su testimonio y el eterno amor por el cine al igual que el documental que mencioné anteriormente. Para quienes amamos la magia del cine entendemos a Alfredo Li Gotti, que a sus 85 años, un ser que merece ser conocido, mantiene viva su pasión y necesitamos muchos Li Gotti más. El realizador, guionista y productor Roberto Ángel Gómez, a través de este estupendo documental, que se encuentra lleno de anécdotas y de humor, hace un gran tributo; y podemos decir que es una suerte que existan pasiones que duran toda la vida.