Desde los cinco minutos de comenzada la película ya podemos saber el final, pero el problema no radica tanto en esto, sino que lo peor es que en el medio...
El género Comedia Romántica esta desgastado y es muy difícil encontrar una película original, que se diferencie de las tantas que se hacen por año. Todas repiten la misma formula y uno ya sabe que va a a pasar con solo ver el trailer. Este film no había logrado aun estrenarse en los cines, a pesar de haber sido filmada hace un tiempo, lo cual da la pauta que no es gran cosa. Una historia de amor entre una mujer y un chico bastante menor que ella, pero con todos los ingredientes repetidos de otras románticas. Al principio, hay una escena bastante ordinaria de una cita entre C.Z. Jones y uno de los "Dukes de Hazzard" y parece que así va a ser toda la película, pero luego encara para el lado màs romántico y deja ese tipo de chistes. Igualmente es más de lo mismo, utilizando viejos recursos como el montaje que avanza varios años, resultando todo muy previsible. Catherine Zeta-Jones continua con su racha de malas películas ("Death Defying Acts", "No Reservations" y "The Legend of Zorro"), pero es una buena actriz y este papel le queda bien. Justin Bartha aporta lo suyo con un personaje simpático. Nada que no se haya visto.
La comedia soltera y sin apuros Estamos en presencia de una comedia romántica que no escapa a los prototipos que han inundado la pantalla últimamente. Enmarcada en una historia que aborda los problemas amorosos, las segundas oportunidades en el amor y las relaciones dispares, Amante Accidental (The Rebound, 2009) nos pasea por las distintas complejidades que la pareja debe afrontar siendo un retrato del comportamiento en los vínculos del siglo XXI. La historia nos sitúa en la vida de una atractiva cuarentona ama de casa suburbana que resulta engañada por su marido. Tras enterarse de la infidelidad, ella decide escapar a Nueva York y empezar allí una nueva vida. En su camino se cruza un joven mucho menor que ella, y entre ambos surgirá una inesperada atracción romántica. Hay algo de tragedia en esta relación que puede ser vista un tanto ilógica: ella con su pasado turbio de engaños, hijos y separación; él un joven con los intereses y las aspiraciones propias de cualquier muchacho de su edad. Y dónde surge una posibilidad para un nuevo comienzo amoroso -casi como una liberación interna- se interpondrá la diferencia de edad como obstáculo a sortear, convirtiéndose éste en el peor enemigo para la aceptación social. una piedra en el camino que emprende esta mujer para recomponer daños sentimentales del pasado. Bart Freundlich –quien es la actual pareja de Julianne Moore- ha dado a conocer su nombre en el terreno del cine independiente y ésta es una de sus primeras incursiones en el Hollywood más comercial. Contado como un dulce e improbable cuento de amor, Amante Accidental se burla de la diferencia de edad entre sus protagonistas para que en la historia prevalezca lo eterno y lo incondicional, sin ser visto el romance como una mera aventura prohibida. Sucede que en su concepción hay notorios errores que el film paga caro. Quizás no sea Catherine Zeta Jones la actriz indicada para este papel o la historia demasiado cliché. La lucidez es una característica de la que el film goza solo en contados pasajes. Justamente esa inconstancia a la hora de pretender ser un producto homogéneo, acaba siendo no más que interesante en sus aspiraciones dramáticas, pero fallida desde su faceta cómica. No logra llegar al espectador con la suficiente fuerza como para entusiasmar más allá de la primera media hora de recorrido. Los gags ya conocidos –incluso cuando se ha de emplear el humor escatológico- son puestos en marcha no con demasiada perspectiva para generar algo de mejoría, atractivo y comicidad cuando el sopor amenaza. La comedia romántica sobre engaños, divorcios y nuevos amoríos es todo un subgénero en Hollywood. Un tópico siempre atrayente y cautivante que la modernidad ha ido reinventado en base a historias cursis dónde los convencionalismos se vuelven arquetipos. Amante Accidental se encuentra más cercana a este tipo de falencias, como esas parejas sin retorno prontas a la ruptura que han perdido la pasión.
Los años en la mira Amante Accidental es una comedia romántica justamente con esos dos componentes: humor y romanticismo, donde el director y guionista Bart Freundlich escogió a Sandy, una madre moderna ocupada con las tareas cotidianas y abocada de lleno a sus dos hijos, Catherine Zeta Jones, que viven en las afueras de la ciudad en un barrio y un hogar soñado. Pero la trama da inmediatamente un giro cuando en forma accidental, revisando unos videos, encuentra a su marido con una de sus amigas. Sin mucho para pensar, en busca de cambio, deja esa vida detrás y viaja con sus hijos a la gran ciudad. Está ciudad la espera con la suma de otras más obligaciones y riesgos. Se las verá sola, muy segura de sí misma, pero frágil a la vez y, con cuarenta años recién cumplidos buscará trabajo y donde vivir con sus hijos. En esa búsqueda conocerá a Aram Filkestein (Justin Bartha) un joven veinteañero, que si bien se encuentra diplomado, trabaja en la cafetería que se encuentra debajo de su departamento. Está relación que comienza como una amistad, sigue con el pedido de Sandy en ofrecerle a Aram que cuide de sus hijos y lo que continua es fácil de imaginar. Aram se siente parte de la familia, el vinculo que se ha generado es muy grande, pero las diferencias de edades para la protagonista pasó de ser algo gracioso a pesarle fuerte y deberá decidir qué hacer con esta relación que se parece mucho al amor. Con algunos momentos flojos o que no se cerraron bien en la historia, la película resulta muy llevadera, además de no ser muy extensa, que es un punto a favor a la hora de hacer una comedia para no perder el ritmo. Enredos, risas, reflexiones e hijos de por medio dan una pantallazo de una realidad que hoy se ve más cotidianamente y que asombra a muy pocos. Diferencias de edades, de creencias, de culturas, de sexos o sociales ya no son un impedimento frente a los otros, sino muchas veces hacia uno mismo. Quizás sea lo que Bart Freundlich, el director, propone contar en esta historia de humor y amor.
Si el amor fuera (tan) fácil... A Sandy (Catherine Zeta-Jones), una tranquila ama de casa de los suburbios neoyorkinos, aficionada a los deportes y devota de sus hijos, la existencia le cambia de un momento al otro cuando descubre que su esposo le ha sido infiel. Decidida a conseguir una nueva vida y recuperar el tiempo que perdió sin ejercer su profesión (¿periodista?), se muda a la city y consigue nuevo hogar y un trabajo excepcional en tiempo récord. Lo que no parece salir tan bien es la búsqueda de un nuevo compañero, esta vez ocasional; un "rebote", una especie de sucedáneo afectivo y sexual hasta que el nuevo "para siempre" aparezca. En eso están ella y su amiga cuando el tipo menos pensado se mete en la escena: el joven vecino y asistente de la cafetería del barrio, Aram (Justin Bartha). Judío, semi-empleado y recientemente divorciado, se convierte en el inesperado niñero de Sandy cuando ella comienza a transitar su camino al éxito laboral. De ahí a la complicidad y el romance parecen haber pocos pasos, pero también algunas complicaciones a las que son incapaces de sustraerse del todo, como el prejuicio ajeno y las diferencias inherentes a sus respectivas edades y situaciones laborales. En una historia que puede presumir de lineal, y predecible, pero que no carece de encanto, el director Bart Freundlich toma a dos personajes arquetípicos (la mujer que está de vuelta y el pibe que recién empieza a despegar en la vida), los reúne en lo más emblemático del mundillo nocturno neoyorkino y ... voilá. Le sale bien porque la fórmula ya está hecha y probada, pero en este caso hay una cierta frescura en algunos aspectos del guión que suman en lugar de restar. Ya es un gran avance que no haya pretensión de ocultar la inobjetable frivolidad de la protagonista tras una capa de inesperado (y poco verosímil) esnobismo. Acá las cosas son como son: la cuarentona atractiva, enérgica y con suerte, siente que se las sabe todas y en medio de un ataque de angustia muy middle age lo manda al pibe a madurar, cuando evidentemente, y pese a las condiciones objetivas de vida del susodicho, éste le da diez vueltas en claridad mental. Esto es un poco la vida misma, sólo que con protagonistas lindos y, a su manera, exitosos. Donde el conflicto es mínimo y se puede resolver con dosis de corrección política y buena conciencia. Disfrutable sólo en términos de sí misma, la película no promete más de lo que está a la vista. Y está bien.
Una segunda oportunidad Catherine Zeta-Jones encuentra un novio sin buscarlo. La fórmula de Amante accidental no puede ser más antigua y, en manos de Bart Freundlich -un cineasta que parecía tener un futuro promisorio pero que, además de ser el marido de Julianne Moore, no ha hecho gran cosa con su carrera desde aquella inicial El mito de las huellas digitales, de 1997- tampoco es transformada en nada demasiado nuevo, sustancioso u original. Pero acaso gracias al carisma de sus protagonistas, una comedia como Amante... puede resultar en un amable pasatiempo de fin de semana. Pero no más que eso. La siempre bella Catherine Zeta-Jones (que está necesitando alguna película que la empuje a retomar la buena senda de su adormecida carrera) encarna a Sandy, una aparentemente feliz mujer casada y con dos niños que un día descubre casualmente -en el fondo de un video casero- a su marido siéndole infiel con una mujer. Al segundo, Sandy y sus niños están yéndose hacia Nueva York con la idea de iniciar una nueva vida allí. En plan de conectar con "el hombre indicado", Sandy tiene varias citas con una serie de tipos impresentables mientras deja a sus chicos al cuidado de Aram (Justin Bartha, el novio que desaparece en la despedida de solteros de ¿Qué pasó ayer?), el veinteañero que atiende el café de abajo de su casa y que tiene un aspecto más bien tímido e inofensivo. Tan inofensivo es, que se presta a ser punching bag de una curiosa terapia de descarga para mujeres divorciadas a la que, caramba, también va la enojada Sandy. Es claro que, pese a la diferencia de edad y de universos, la bella y madura Sandy pronto empezará a mirar a Aram de otra manera, especialmente a partir de la relación que él tiene con sus hijos. Y él, lo mismo. Pero no será demasiado sencillo conciliar ambos mundos, por lo que el filme de Freundlich deparará algunas sorpresitas para su segunda mitad. Es claro que a Freundlich (que también hizo Parejas y dirigió varios capítulos de la serie Californication) no le sobra talento para la comedia romántica. Digamos que apenas cumple con su trabajo de llevar el guión a destino y entrega el comando del asunto a sus actores, quienes son los que sacan a flote el filme, no debido necesariamente a su talento sino a su carisma. Catherine Zeta-Jones, encarnando una variante de la mujer madura que intenta conciliar trabajo e hijos. Y Justin Bartha como el eterno adolescente judío, con padres bastante metidos (su papá es Art Garfunkel... el de Simon & Garfunkel) y un casi masoquista gusto por la permanente humillación cotidiana. Amante accidental funciona de a ratos (algunos pequeños momentos entre ambos protagonistas y la simpatía de los chicos de Sandy son más interesantes que las supuestas situaciones cómicas) y, finalmente, no es otra cosa que la prueba de que una estrella de cine como lo es Zeta-Jones (Bartha no lo era al hacer esta película, rodada antes de ¿Qué pasó ayer? y al día de hoy todavía no estrenada en los Estados Unidos) puede darle cierto impulso a un filme que, de otra manera, no lo tendría. Lo suyo es pura presencia.
Una comedia sobre parejas desparejas Otra versión de la conocida fórmula de la mujer madura que encandila a un galancito quince años menor Catherine Zeta Jones sigue siendo muy bella, pero los años ya la han capacitado para asumir el clásico papel de la mujer madura que le quita el sueño a un galancito quince años menor. La fórmula -con todos sus ingredientes- vuelve a ponerse en marcha sin merecer demasiada actualización -salvo que se considere como tal la serie de apuntes bastante vulgares que se han añadido en la primera parte-, ni otra novedad que la de presentar la relación con la mayor naturalidad posible. Esta vez al jovencito en cuestión no le toca hacer reír a costa de torpes payasadas adolescentes: es un muchacho sensible que está tratando de superar un reciente fracaso sentimental y que, por esas cosas del azar, se ha convertido en baby sitter de los hijos de una bella señora recién divorciada que no tiene con quién dejarlos cuando sale a ganarse el pan. Los chicos son de esos que hablan como adultos y sólo existen en los films de Hollywood, pero resultan fácilmente conquistados por el juvenil tutor temporario, que tanto se esfuerza por entretenerlos. Es el mejor camino para llegar al corazón de la mamá, como lo sabe hasta el espectador más novato. Y así sucede. No hay demasiados conflictos, salvo la resistencia que opone la familia del muchacho (Art Garfunkel se luce como el patriarca judío que había soñado para su hijo una ambiciosa carrera profesional) y algún choque con el ex marido de ella, que -también puede imaginarse- es un tipo de lo más despreciable. Amante accidental no ofrece mucho más material que una sitcom, sólo que en este caso la historia ha sido forzadamente estirada para llegar al largometraje valiéndose, por ejemplo, de una larga secuencia turística que ilustra sobre el intensivo proceso de maduración vivido por el joven héroe en un recorrido por el mundo que parece una publicidad de agencia de viajes. La trillada historia interesa poco pero se sobrelleva sin esfuerzo, aunque acuse cierto bajón en el sector central y nunca alcance el brillo necesario que exige este tipo de comedias sentimentales con toques de humor. Lo mejor proviene del desempeño de Justin Bartha, de cuyas dotes de comediante ya se habían tenido claras pruebas en ¿Qué pasó ayer? Y Catherine Zeta-Jones es siempre una presencia agradable.
Cómo ser feliz riéndose de pobres y desdentados Las dificultades que presenta Amante accidental no radican sólo en las excesivas convenciones de género (que tratándose de una comedia romántica son muchas y demasiado conocidas), sino en aquella vieja diferencia entre “reírse de” y “reírse con”. Y en Amante accidental está muy claro que uno puede reírse con quienes son sus pares y debe reírse de quienes son considerados inferiores y, por lo tanto, objetos de burla. Por eso incomoda de entrada que los pequeños hijos de Sandy (Catherine Zeta-Jones), una cuarentona que decide mudarse de un barrio high al centro de Nueva York, luego de descubrir el tamaño de sus propios cuernos, le digan que en las ciudades sólo viven minorías, capitalistas y travestis. Hay algo de la ignorancia del ghetto aristocrático y de desprecio por el otro en esa afirmación. En esos chicos encapsulados se intuye cierto parentesco con aquellos otros con los que Celina Murga construyó su intensa Una semana solos. Lo que diferencia a ambas películas (entre sus infinitas diferencias) es la manera en que se observa a esos chicos y cómo se los retrata: en el film de Murga había piedad por esas criaturas abandonadas, encerradas en un mundo irreal y una fuerte mirada crítica acerca de los privilegios de esa forma de vida que desconoce por completo la existencia de otros mundos, que apenas se dejaban ver en un ejército de guardias y sirvientes. En Amante accidental el otro es aquel de quien uno puede y debe reírse o de quien debe tenerse lástima, o alguien a quien temer, de acuerdo al grado de peligro que sus individuos representen para el statu quo pequeño burgués. La trama de Amante accidental no va más allá de lo mínimo. Esta reciente divorciada que ha pasado toda su vida de madre casada totalmente anestesiada por el grosero desencanto de su burguesía, se ve en el trance de salir a un mundo desconocido y sobrevivir junto a sus hijos. Pero como el mundo se encuentra separado en aquellos ghettos estancos, Sandy no tardará en encontrar un excelente trabajo apoyada por los de su clase. Lo curioso de estos ghettos es que desprecian otras divisiones mucho más fuertes en la historia de la sociedad norteamericana; aquí las personas no se rechazan, por ejemplo, por su origen étnico, sino que ese límite que antes construían la piel o la religión ahora es meramente económico: tanto tienes, tanto vales. No sorprende ver cómo los típicos blancos protestantes anglosajones conviven con los otrora despreciables negros y judíos, siempre que los ligue un marco de igualdad monetario. Y menos sorprende entonces que una señora como Sandy acabe enamorada de un chico como Aram (Justin Bartha), 15 años más joven y aun sometido a la todopoderosa idishe mame, a quien en principio contrata de niñero para poder salir con un tipo que, sí, resultará un imbécil antes de que la noche termine. Tan poco es lo que puede encontrarse de verdadera gracia en esta historia de amor repetida, que mencionar que Aram se terminará ganando el corazón de esa madre y sus dos hijos –desamparados en una ciudad donde un linyera sin dientes parece uno de los pocos recursos para intentar que el público se ría– es apenas un trámite que hay que cumplir. Ni hablar del viaje iniciático en el cual Aram descubrirá que hay vida más allá del aeropuerto JFK, que el mundo está lleno de aquellos buenos salvajes de los que hablaban Dorfman y Mattelart, y regresará (como Madonna o Nicole Neumann) con un guachito bajo el brazo. Está claro que ese huérfano tampoco pasa de ser una especie exótica, una suerte de mascota con quien compartir la soledad. ¡Pero qué ternura!
Fórmulas y caprichos Amante accidental y las flamantes sitcoms Cougar Town y Accidentally on Purpose (por dar dos ejemplos) son de la misma familia. En ellas –en ésta– cuarentonas hot se “benefician” a veinteañeros como corriendo una carrera cuyos obstáculos son la culpa, las convenciones sociales y la pelea entre la experiencia y el desconocimiento. Se sabe, una comedia televisiva se puede mover muy cómoda en este tema, zanjando a puro gag, y con multiplicidad de personajes, los conflictos. Son seres que pueden, como el Coyote, caer de un barranco y aparecer ilesos en la próxima secuencia. Pero un film cuenta un tramo escogido de la vida de sus protagonistas, y debe hacernos creer que lo que les sucede, les sucede realmente. Sandy (Catherine Zeta-Jones) es una ama de casa cuya vida perfecta en los suburbios neoyorquinos se ve brutalmente interrumpida por la infidelidad de su esposo; Aram (Justin Bartha, de ¿Qué pasó ayer?) es un muchacho judío de 25 años que acaba de divorciarse de una mujer francesa que sólo lo quiso para conseguir su residencia en Estados Unidos. En el principio, la película rumbea para el lado de la comedia moderna, graciosa y supersónica. Sobre todo de parte de los personajes secundarios (los pequeños hijos de Sandy, los padres de Aram, el compañero actor de él). Pero claro, tiene un centro habitado por Sandy y Aram, y ese núcleo duro no escapa a los formulismos. Los protagonistas arrancan como vecinos –después de huir de su hogar Sandy viaja a Nueva York y alquila el departamento que está sobre la cafetería donde trabaja Aram–, continúan como jefa y empleado –el muchacho se convierte en baby-sitter de los niños– y terminan como novios. Lo que molesta no es que el desarrollo de la relación vaya de la mano de las fórmulas, sino que ésta no aparece mostrada como un camino necesario para que los personajes aprendan y sí, en cambio, como un capricho del guión. Como si lo que sucede estuviera atado a cumplir un plan (al principio la diferencia de edad no será un impedimento, sí después; el joven se mostrará más aplomado que el maduro; y así) sin sorpresas. Sólo en busca de un final feliz.
Bart Freundlich (Parejas, Atrapénlos) nos trae en esta oportunidad una comedia romántica sobre una mujer que se acaba de divorciar (Zeta-Jones) y reacomodando a su vida conoce a un joven (Bartha) que primero será el niñero de sus hijos para luego convertirse en su pareja. Si bien la sinopsis no destila originalidad, el relato es llevadero y ameno. La verdad no hay mucho que analizar en el film, en general es bastante redondito, principalmente debido a que no tiene pretensiones, sino que encuentra bien el lugar al que este tipo de películas pertenece, y dentro de ese lugar logra sacar algunas sonrisas al espectador. Lo mejor es el juego que hay entre la ingenuidad y madurez, entre los personajes y desde el guión, no por los diálogos, sino porque hay momentos en donde el juego traspasa a los personajes y se vuelve parte de la estructura del film, lo cual es más de lo que el espectador promedio espera de una comedia romántica simplista. Por otro lado la falta de frescura en la historia repercute en el final, no hay sorpresas, es previsible, y eso le resta emoción, la misma que en otros momentos logra construir con éxito, en gran parte debido a Catherine Zeta-Jones, que, como de costumbre, está hermosa, y a su vez, logra atrapar al espectador con una actuación que si bien no es de lo mejor que ha hecho, cumple. En ese rubro lo mejor se lo llevan los secundarios, por un lado Art Garfunkel (si, el mismo de Simon and Garfunkel) y Joanna Gleason, donde si bien los personajes en si no tienen una gran profundidad, acompañan y resaltan, por momentos, hasta más que los protagónicos; por el otro lado, los niños, sobre todo Kelly Gould que le otorga una perspiscacia atípica al personaje y eso suma bastante. En síntesis, más de lo mismo, el espectador se olvidará de la película al día siguiente de haberla visto. No obstante, eso no quita que se pueda pasar un grato momento en la sala. La película cumple con lo que pretende, lástima que no se haya animado a más.
La inmadura y el judío errante Más allá de la fórmula trillada de la historia de amor entre diferentes edades, cuando en una comedia romántica sólo se recurre al carisma de sus protagonistas y no a las situaciones en sí para quitarle una sonrisa al público, eso quiere decir que estamos en problemas. Ahora bien, si a ese pequeño detalle le agregamos otro aún más significativo como la escatología, o la burla ramplona frente al diferente, resulta más que evidente que no hay ni siquiera una idea interesante para desarrollar algún indicio de comicidad. Amante accidental, título local engañoso para el original que podría traducirse como "el rebote", apela a la receta del encuentro de dos mundos separados no sólo por la franja etaria sino por una manera de relacionarse con la realidad, en un juego de opuestos que se atraen, se separan y finalmente (como no podría ser de otra manera) se vuelven a juntar. Ese par binario lo compone la egoísta y prejuiciosa Sandy y el bondadoso y filántropo Aram, cuya misión en el mundo es ayudar al otro sin pretender nada a cambio. La premisa es sencilla: Sandy (Catherine Zeta Jones) decide mudarse a Nueva York, junto a sus dos hijos pequeños, tras haber descubierto a su esposo con otra mujer. Su nueva aventura como mujer independiente, despechada y necesitada la obliga a buscar un empleo y por eso debe contar con ayuda extra para el cuidado de sus niños. Así, fortuitamente conoce al veinteañero Aram (Justin Bartha) y lo contrata de niñero con el fin de poder comenzar a buscar pareja y de este modo reencauzar su vida. El muchacho, judío con una idishe mame a cuestas y el cantante Art Garfunkel de padre, inmediatamente se gana el corazón de los pequeños y el de Sandy. El amor no tardará en llegar como así tampoco los problemas generacionales que ponen en jaque el futuro de la pareja. El resto no hace falta contarlo porque el director Bart Freundlich (cuyo antecedente más rescatable es haber dirigido varios episodios de la serie Californication, además de ser marido de Juliane Moore) no escatima en desperdiciar celuloide a lo pavo. Zeta Jones cumple en su rol de madurita sexy y Bartha dignifica con sus ocurrencias y miradas de bambi tierno.
La mano que roba la cuna Las Cougar están de moda. Y para quién no sepa que diablos es una Cougar (no lo culpo, yo tampoco lo sabía hasta hace muy poco) podemos aclararle que es un término del slang norteamericano para referirse a señoras mayores que gustan de salir con muchachos jóvenes, y cuyo equivalente masculino ha sido retratado desde hace tiempo con generosidad y también con bastante más aprobación, machismo mediante (en nuestras calles existe el termino roba-cunas que tiene la ventaja de ser unisex). Claro que no es algo que sucede desde ayer nomás, pero recientemente los medios empezaron a prestarle más atención al asunto y uno de los lugares donde se ha reflejado el fenómeno es en las sitcoms, donde cuarentonas o treintañeras de buen ver tienen sus escarceos amorosos con veinteañeros de buena voluntad. Se podrían mencionar Cougar Town con Courtney Cox o Accidentally on Purpose con Jenna Elfman. Aunque en esos casos ¿qué jovencito estaría mal predispuesto? Y lo mismo puede decirse de la protagonista del film que nos ocupa… Como Hollywood es sensible a las modas, hace su aporte ahora con este film donde Catherine Zeta-Jones es Sandy, un ama de casa que supone su vida perfecta pero que al descubrir que su marido es infiel se muda a la ciudad con sus dos hijos y, al dejarlos al cuidado de Aram, un jovencito medio colgado pero buena onda, que oficia de niñero (oficio poco respetable para los padres del mismo), será presa de una atracción que derivará en una relación amorosa con el jovenzuelo. Relación que debido a la diferencia de edad generará sus dudas en sus protagonistas y provocará una reacción no demasiado favorable en amigos y parientes. El título original, The Rebound, también viene del slang y hace referencia al período seguido a una ruptura después de una relación larga y está caracterizado por relaciones cortas, inestables y poco serias. Y para ese caso tanto Sandy como su partenaire vienen de rupturas traumáticas de relaciones supuestamente comprometidas aunque pretenden que su nueva relación sea algo más. Tanta pretensión de retrato social no se ve acompañada por un tratamiento más bien al vuelo, pero, en cualquier caso, a una comedia romántica uno no le pide sociología sino que lo haga reír. El problema es que en ese ítem el film tampoco es demasiado generoso ya que los escasos momentos realmente cómicos conviven con escenas emotivas/sensibleras y con un humor ATP bastante ñoño basado en hacerle decir o hacer a los niños cosas supuestamente insólitas o ingeniosas para que uno se divierta y enternezca al mismo tiempo (algunos debemos tener un corazón de hielo porque ese recurso no nos causa la menor gracia). Hay, eso si un poco de humor a costa de pobres y minorías. El hijo de Sandy anda diciendo alegremente a los desconocidos “somos pobres” para escándalo de su madre, o en plena mudanza recordar que el padre de un amiguito dice que “solo las minorías y los capitalistas viven en la ciudad”. Estos gags que se pretenden incorrectos son más bien producto de una mirada de conservadurismo miedoso y paleto que no da ni para reaccionario y cuyo mayor ejemplo es el horror que a la familia les causa un ciruja desdentado que como respuesta les exhibe sus vergüenzas y que provoca en la madre el resignado consejo “si vamos a vivir en la ciudad tendremos que enfrentar cosas como ésta”. Ese conservadurismo es el mismo que hace que, aunque al principio parezca que el film se ríe del american dream al mostrar un ama de casa perfecta que ve toda su fachada esfumársele, lo abraza luego o, mejor aún, lo recupera. El final es algo tan azucarado como para provocar una hiperglucemia o un coma diabético y cuyo colmo es una secuencia en montaje paralelo que muestra a la pareja en un periodo en que viven separados y que es una competencia de clichés sobre la el triunfo social y la realización personal (ella asciende de asistente a conductora de un programa de TV y él viaja por el mundo y adopta un niño birmano), en el que sería el momento más cómico de la película. Por el ridículo, claro…
Verosímil inverosímil Amante accidental es de esas películas que corren el riesgo de ser descartadas sin ser vistas (este año pasó algo similar con Días de ira). Es cierto, una vez vista, podemos descartarla sin culpa. Pero no podemos dejar de hacer notar que más allá de su espantoso segmento final, tiene al menos una hora previa con algunos apuntes interesantes sobre las relaciones de pareja y la necesidad de cumplir con determinados mandatos sociales, más cierta sensibilidad para tratar a sus personajes centrales, hasta corriéndose de algunos lugares comunes. De principio, un cambio en relación a la última moda de las comedias norteamericanas: en vez de irse de la gran ciudad al interior, como Nueva en la ciudad o ¿Y… dónde están los Morgan?, Amante accidental invierte el gesto. Aquí Sandy (Catherine Zeta-Jones) se muda con sus dos hijos a Nueva York luego de descubrir que su marido la engaña. Hay cierto aspecto social que el director Bart Freundlich explora a partir, sobre todo, de la aparición del joven judío Aram Finklenstein (Justin Bartha) y la relación con sus padres que refuerzan la idea de que esta no es la comedia romántica que uno podía prever. Pero hay más: la relación entre ambos, que pasan de ser vecinos a que él trabaje para ella, para finalmente ser pareja, se va dando con naturalidad. De hecho, Freundlich olvida tempranamente que está contando una comedia romántica o cualquiera de sus modelos -lo que hacía imposible a su anterior film Parejas- y se ciñe a esos dos personajes con total fluidez. Si ella puede desenvolverse efectivamente en un mundo de hombres -trabaja para un medio especializado en deportes- y él puede ser sensible sin caer en la caricatura, es porque el director y guionista muestra algo de coherencia para el armado de personajes. Es cierto que todo esto, que está contado en la primera hora del film, carece de la gracia necesaria cuando Freundlich piensa que hace comedia. Amante accidental funciona más y mejor cuando deja a Bartha (el novio desaparecido de ¿Qué pasó ayer?) y a Zeta-Jones solos, sin mayor contexto que el de su progresivo idilio. En ese caso, pareciera que el film sólo funciona si alejamos la historia central de cualquier tipo de registro genérico. Eso deja a las claras que lo que lo hace efectivo es por un lado la construcción de los protagonistas y, segundo, las actuaciones, libres y ligeras de mohines. Pero, y siempre hay un pero, más temprano que tarde comienzan los problemas. Y estos llegan cuando Amante accidental tiene que elaborar alguna tesis sobre su tema de fondo, que no es otro que la posibilidad real de construir una pareja cuando ambos se llevan 15 años, como en este caso. El film incorpora un elemento de algunas comedias contemporáneas, que es la “cougar”, o para ser más precisos, aquellas mujeres maduras que buscan rehacer sus vidas junto a personas mucho más jóvenes. El caso de Sandy y Aram es uno de ellos: y el film les tira por la cabeza, cuando no se lo esperaban, un embarazo que hará mella en ambos. Así las cosas, Amante accidental se acuerda sobre su última parte que no sólo las cosas deberían terminar más o menos bien, sino que además se espera de ella una pátina de ñoñería más propia de la comedia romántica que parece representar. La forma en que Freundlich construye el típico alejamiento previo al reenamoramiento de este tipo de películas es uno de los más improbables que se han visto, falta de elegancia, aún aceptando el verosímil de estos relatos. Lo peor, en el fondo, es que encima se pone a decir algunas cosas: por ejemplo que estas parejas funcionan sólo si en el horizonte no aparece ninguna preocupación; también, que para que eso ocurra, es fundamental la experiencia de vida. Y al final termina suscribiendo a las peores recetas de las comedias descartables a las que parecía estar escapándole.
En "Alicia en el País de las Maravillas", la última película de Tim Burton, se planteó algo muy espontáneo y sorpresivo en su escena final. Un mensaje muy profundo que sirve no solo como una riqueza hacia el film, sino como fuente de irreflexión entre la cinta y el espectador. En esta oportunidad "Amante Accidental" y aunque suene extraño, posee algo en común con el espectáculo visual antes mencionado, se desarrolla la contradicción a dicha enseñanza final.
“Amante accidental” funciona como muchas comedias románticas con ingredientes similares: una pareja de mediana edad, una vida perfecta que desbarranca, un marido infiel y una mujer despechada que cambia su vida tranquila por la independencia. Cuando por casualidad descubre que su marido la engaña, la madura y atractiva Sandy, interpretada por Catherine Zeta-Jones, abandona su confortable casa de los suburbios junto con sus hijos y se instala en Nueva York. Las cosas no son fáciles al principio con los hombres hasta que conoce a un joven casi veinte años menor, con todas las previsiones que supone esa diferencia de edad, y al cual ella contrata para que cuide a sus hijos. La película transcurre sin muchas sorpresas y se sostiene hasta el final gracias el empeño de los actores.
Amores modernos Amante accidental es una comedia romántica hollywoodense de fórmula, de esas que se han visto cientos de veces sólo que, si la nueva versión es lo suficientemente buena, se suspende la “incredulidad natural del espectador” y todo funciona como si fuera la primera vez. Se comenta que esta es una película hecha para mujeres, y tal vez ese sea el motivo por el que el personaje masculino es demasiado perfecto. Como si se tratara del príncipe azul. Ella, Sandy (Catherine Zeta Jones), es una mujer de 40 años, engañada y recién separada, mudada a Manhattan, madre de dos hijos, y tratando de abrirse camino en un nuevo trabajo. Cayendo y volviéndose a levantar. Él es Aram (Justin Bartha), 25 años, título universitario guardado en el cajón, empleado de una cafetería, residente con sus padres judíos, autodeclarado a la deriva. El destino o el azar se entromete y él empieza siendo el vecino de ellos, luego el puching boy del curso de ira, para convertirse después en el niñero y trascartón en el novio de mamá. Lo que lo hace un príncipe encantado es que puede jugar 10 horas seguidas con los niños sin perder la paciencia y aun así cocinar, que es del tipo tímido pero cuando habla dice lo que hay que decir y como hay que decirlo, y que no se interesa por otras mujeres. Así las cosas, podría decirse que Amante accidental es una película para pasar un buen rato. Y en efecto es así. Pero con ese buen tino que a veces tienen el cine norteamericano, de no hundir el dedo en la llaga con ciertos temas, en el argumento se filtran algunos rayos de luz provenientes de la realidad actual. De modo que la experiencia de verla puede valer la pena, aunque tal vez el espectador sienta que no está frente a una de las grandes comedias románticas de todos los tiempos. Si busca alguna explicación, podrá encontrarla en que el argumento no saca el mejor provecho de las situaciones humorísticas, en que la historia se pierde en algunas divagaciones (como la clase de ira), o se permite algunas escenas incongruentes allí donde podría evitarlas (como cuando el niño de 6 años descubre a Sandy y Aram haciendo el amor en el sofá).
La actual industria hollywoodwnse no da pie con bola cuando se propone encarar el género de comedia: a los guionistas se les agotaron las baterías de la imaginación y el ingenio; los productores no tienen idea de dónde están parados; los realizadores navegan al garete por un océano que les es desconocido y sin brújula; los intérpretes, mientras esperan a un productor con visión de comedia, una historia interesante (aunque no sea original), personajes sólidamente estructurados dentro de las mecánica que propone el género, y un realizador con buen oficio e ingenio para traducir en audiovisual el proyecto y con idoneidad para dirigirlos, hacen lo que pueden librados a su propia suerte. Todas estas apreciaciones se deducen después de asistir a las exhibiciones de los títulos de esa procedencia que hemos conocido en los últimos tiempos. ¿O es que el espectador estadounidense –a quienes van destinadas prioritariamente estas producciones- sufre un serio bajón de exigencia respecto de la cinematografía que consume? “Amante por accidente” ratifica esas observaciones e interrogante, al menos entre los espectadores argentinos. La historia, elaborada sin un riguroso análisis, es trillada: A los 40 años, una hermosa mujer (Catherine Zeta-Jones) descubre que su marido la engaña y ella se muda a Nueva York para emprender una nueva vida. Allí conoce circunstancialmente a un joven 25 años (Justin Bartha). Una serie de hechos los llevan a establece vínculos, primero de trabajo, para derivar luego...Buenos, usted lo puede completar sin problemas. La realización sólo aporta un trabajo rutinario rayano con el aburrimiento, pese al esfuerzo de los protagonistas, notorio en algunas escenas. Pero es demasiado poco para que logre siquiera diseñar una sonrisa en los rostros del público, o en su condición de comedia romántica, conseguir un suspiro en las féminas que comparten la proyección.