Una mirada acerca de lo que viven las familias que inmigran a los Estados Unidos en busca de una mejor vida. Mula y su hijo Fadi son de origen palestino y deciden probar suerte en Illionis, donde vive la hermana de Mula con su familia. Además de los problemas de adaptación que sufre cualquier persona en un nuevo país, ellos deben lidiar con la discriminación, debido a los prejuicios de los norteamericanos para con los palestinos durante la guerra de Iraq. La película refleja distintas situaciones como el estricto ingreso por la aduana, la imposibilidad de conseguir trabajo acorde a la experiencia laboral y la dificultad de adaptarse a un nuevo colegio. Todo es visto a través de la visión optimista de la madre, Mula. Interpretada por Nisreen Faour, logra una muy buena actuación en uno de sus primeros trabajos como actriz. Con algunos toques de humor, el film resulta una opcion linda y entretenida.
Tierra y libertad Con escasa experiencia previa (fue una de las guionistas de la excelente serie lésbica The L World), Cherien Dabis sorprendió al mundillo cinematográfico al ganar -entre otros- el premio FIPRESCI de la crítica internacional en la prestigiosa sección Quincena de Realizadores del Festival de Cannes 2009. Estadounidense de nacimiento, pero de familia palestino-jordana, esta joven vivió en carne propia la doble sensación de no ser libre en y de no pertenecer a ninguna parte. En el caso de éste, su primer largometraje (en realidad ya había filmado varios cortos y hasta una sátira de 61 minutos llamada The D Word), Dabis narra la odisea de Muna (notable trabajo de Nisreen Faour), una voluminosa madre soltera que se las ingenia -no sin esfuerzo- para criar y educar a Fadi (el debutante Melkar Muallem), su rebelde hijo quinceañero, gracias a un buen empleo bancario en Ramallah. Hartos de vivir entre muros cada vez más altos y de sufrir los abusos de los soldados israelíes en los cotidianos controles callejeros, ambos aplican a (y obtienen) un permiso de trabajo y residencia en los Estados Unidos. Hacia allí, más precisamente hacia la helada Illinois invernal, parten con su precario inglés y sin demasiadas certezas. Los esperan en su nuevo destino su hermana Raghda Halaby (la gran Hiam Abbass, vista en Paraíso ahora, La novia siria y Visita inesperada), su marido Nabeel (Yussef Abu Warda), un prestigioso médico, y sus tres hijas. Pero Muna y Fadi no caen en un buen momento. A los pocos días (estamos en 2003), el ejército norteamericano invade Irak y todos los árabes (aunque no sean musulmanes ni religiosos, como ellos) empiezan a ser vistos como una amenaza. Fadi sufre el desprecio de sus compañeros de colegio, Muna no consigue trabajo en ningún banco y termina como empleada de una cadena de fast-food y Nabeel ve como se van esfumando sus pacientes. Si la sinopsis puede sonar un poco recargada (ese es sólo el planteo inicial), hay que indicar en beneficio de Dabis que el relato sostiene un tono bastante ligero, con un logrado sentido del humor que evita caer en los extremos tanto del melodrama aleccionador como del pintoresquismo bienpensante y tranquilizador. La película mantiene un bienvenido medio tono que, si bien no escapa de cierto costumbrismo y de la inevitable corrección política del cine indie norteamericano, gambetea la bajada de línea para concentrarse en las vivencias íntimas de este amplio y variopinto grupo familiar con representantes de diferentes generaciones, orígenes, formaciones y proyectos de vida. Así, más allá de algunos convencionalismos (que nunca distraen del fondo de la cuestión), Amérrika surge como un más que digno debut de una directora a seguir. Su retrato sobre el desarraigo, sobre las contradicciones del mundo actual (y sobre la xenofobia, la opresión...), es noble, cálido, sensible y, sobre todo, creíble. No son atributos que en el cine internacional (y mucho menos aquel que suele llegar a la cartelera comercial) abunden por estos días.
El mal sueño americano Cuando una película aborda temas de raras connotaciones políticas sin hablar directamente de ellas, invita al espectador a pensarlas desde otros ángulos no habituales. Con Amérrika (2009) la directora Cherien Dabis demuestra una sabia habilidad en este desafío. Más allá de querer indagar en los choques culturales, el film divide a sus personajes de acuerdo a su escala humana y así expone un conflicto universal que excede las nacionalidades. Muna (Nisreen Faour) y su hijo Fadi (Melkar Muallem) viven en Cisjordania, un territorio palestino ocupado hace ya 40 años. Muna es empleada bancaria y vive en una casa junto a su hijo y su madre, pero debe cotidianamente cruzarse con situaciones desdichadas: encontrarse en el mercado con lo nueva esposa flaca de su ex marido y vivir los constantes maltratos de los soldados en los puestos de control al cruzar la frontera cada vez que va a trabajar. Sorpresivamente Muna obtiene un permiso de trabajo y residencia en Estados Unidos solicitado hacía años. Si bien la oportunidad se presenta como un futuro más auspicioso para Fadi y una nueva vida para Muna, la realidad es que su llegada a América se acercará muy poco a sus expectativas. Así como el film Visita Inesperada (The visitor, 2007) hacía hincapié en el maltrato que viven los inmigrantes sin papeles frente a las políticas inmigratorias americanas, Amérrika aborda el tema desde las vivencias cotidianas. Ejemplo de ello es el momento en que Muna (ya asentada en la casa de su hermana) decide ir en busca de empleo. Uno de los gerentes bancarios con el que se entrevista le pregunta de qué país proviene. Ella contesta que es de origen árabe, a lo que el hombre replica en un tono entre dubitativo y jocoso: “¡Por favor, no me ponga una bomba!”. Esta escena resume gráficamente uno de los principales temas de la película y también la habilidad de la directora para resumir con muy poco la violencia implícita que encierran ciertos comportamientos humanos frente al mundo de lo distinto. Cada situación similar del film donde la discriminación está presente demuestra la facilidad de un gobierno para reproducir la ideología a través de mecanismos tan simples como la guerra y el terrorismo. Es este último el que se transforma en un fantasma usado por Estados Unidos como herramienta para tapar las grietas de un sistema cuyas intenciones en política exterior representa el verdadero peligro. Con hacer que un adolescente (y esto la película lo muestra) acepte la idea que cualquier persona que proviene de Medio Oriente es una amenaza, el sistema seguirá en pie. Y también la idea de que lo que hay que temer está afuera y no adentro del país. Por el tipo de análisis planteado Amérrika bien podría ser un documental político. Lo cierto es que las películas tienen una amplia variedad de lecturas y aquí sólo se propone una. Este es un film interesante, además, desde un punto de vista dramático porque arma una historia sobre la búsqueda de la felicidad, sobre los desafíos, sobre la posibilidad de marcar nuevos destinos que no sean los impuestos por los gobiernos o los que nos tocaron por nacimiento. Cuando un tema es tratado con riqueza argumental y escenas más que convincentes las posibilidades de acercarse al film se expanden y logran siempre desde algún lado llegar al espectador.
Un País Soñado La vida de Muna transcurre entre la pesadez diaria de los puntos de control de Cisjordania, una madre muy particular y la sombra de un matrimonio fracasado, pero todo parece cambiar cuando obtiene un permiso de trabajo y residencia para EE.UU. Sabiendo que es la única manera de conseguir un futuro mejor, Muna y su hijo adolescente, Fadi, dejan Palestina en busca de una nueva vida en una pequeña ciudad de Illinois. La hermana de Muna, su marido y sus tres hijas, serán los encargados de hospedarlos en su casa. Allí tendrán que esforzarse por encajar en una nueva cultura sin perder la propia. Tarea nada fácil. Una excelente propuesta de la National GeAmerrikaographic que cautiva desde el primer minuto, al ver a esta madre intentando mejorar su futuro y en especial el de su hijo, Fadi. Las discriminaciones en un país ideológicamente tan defectivo como Norteamérica, no tardarán en llegar. A la vez, este mismo, se muestra perfecto en contraste con lo que se vive en su Palestina natal. Todas las historias encajan como un gran rompecabezas, dando un gran panorama de lo que debe vivir-sufrir, un inmigrante de Oriente Medio en el siglo XXI, ya que para muchos, son tomados como potenciales terroristas y sin importa de qué lugar de Medio Oriente vengan. La actuación de Nisreen Faour es extraordinaria y el director, Cherien Dabis, muestra a Muna como una mujer sumamente bella y con una fortaleza que la hará salir adelante. Este film ganó el Independent Spirit Award, el Cannes Film Festival-Ganador del FIPRESCI Prize y el Ganador del Best Arabic Film, entre otros. Amerrika es una película que merece ser vista y analizada, pero a la vez disfrutada ya que más que un drama convencional, cuenta su historia con mucha ternura y humor.
Una adaptación difícil Una madre palestina y su hijo emigran a Illinois, en los Estados Unidos. Llegan en el peor momento y no la pasan nada bien. Ocupación?”, le pregunta el agente de migraciones a Muna cuando quiere entrar a los Estados Unidos con su hjo adolescente. “Sí, estamos bajo ocupación hace 40 años”. La pregunta y la respuesta marcan a las claras el tono y la intención de Amerrika , película que intenta tocar, con un tono amable, hasta liviano si se quiere, los distintos (y confusos) conflictos que vive una madre y su hijo de origen árabe (palestinos) que emigran a una ciudad pequeña de Illinois tratando de escapar de una situación complicada y metiéndose, sin saberlo, en otra. Muna y su hijo (el marido la dejó por una mujer más joven) se van a los Estados Unidos cuando Fadi consigue una beca para estudiar allí. Si bien ella tiene un trabajo en un banco, la situación política y familiar los fastidia y abruma tanto que, apenas aparece la carta, deciden marcharse. El problema es que llegan allí justo cuando los Estados Unidos invaden Irak y, digamos, cualquier persona de origen árabe resulta sospechosa. Si bien tienen familiares que hace tiempo viven allí, a Muna y a Fadi no les resulta fácil adaptarse. En Illinois, ella no consigue trabajo en empresas ni bancos, y termina en una cadena de comida rápida, aunque le miente a su hijo y a su hermana (quien, con su marido y tres hijas los recibe en su casa) acerca de lo que hace. Fadi, por su parte, tiene que empezar a convivir con las agresiones de sus compañeros de escuela, que se burlan de él, lo tratan de terrorista y le complican bastante la vida. Y otros personajes -el director de la escuela, su compañero en la “hamburguesería”- intentan probar que no todos en los Estados Unidos pensaban (o piensan) igual. De cualquier manera, la directora Cherien Dabis -que basa su película en experiencias propias- no lleva las cosas a extremos: peleas, discusiones, incomodidades, nostalgia, sí, pero no hay situaciones extremadamente densas. Prefiere el medio tono, casi naive, con momentos de comedia. Y ese acercamiento, si bien la aleja del costado potencialmente más obvio y cruento del tema que trata, también transforma Amerrika en una película demasiado simplista, buscando accesibilidad a toda costa. Lo más interesante del filme de Dabis es el universo de confusiones y malos entendidos que presenta, aún desde la exageración y el efecto cómico: ese simplismo étnico de los personajes, esa reacción banal ante cualquier diferencia cultural (desde la ropa hasta el acento, pasando por la comida) que se exhibe muchas veces, aún desde la “corrección política”. Y el problema de su filme es exactamente el mismo: en pos de la universalidad, termina reduciendo una serie de conflictos (el tema Israel-Palestina, la guerra de Irak, etc.) a una sola cosa, única y entendible. Y se banaliza a sí mismo.
Arabes en los EE.UU. y un cálido retrato de mujer Amérrika, una mirada humana sobre la inmigración Amérrika. No poder pronunciar correctamente el nombre del país al que se han mudado debe de ser el menor problema que enfrentan los inmigrantes que llegan a los Estados Unidos desde Medio Oriente, sobre todo si lo hacen, como los protagonistas de este sensible film, en un momento en que el país del Norte vive en alerta permanente ante la amenaza terrorista y está a punto de desembarcar en Irak para derribar a Saddam Hussein. En esa tierra en la que han depositado sus esperanzas, los dos palestinos recién llegados de Cisjordania -una madre divorciada y su hijo adolescente- encontrarán hostilidad, intolerancia, racismo. Pero desde el principio se advierte que la directora Cherien Dabis (norteamericana hija de jordanos) no cargará las tintas del drama y que ha encontrado para su film, inspirado en situaciones que vivió de cerca, un tono más leve del que suele esperarse en una película con esta temática. En Amérrika prevalece lo humano: en la mirada de Dabis sobre los personajes -la robusta Muna, cálida, vital, optimista, inolvidable en la composición de Nisreen Faour-; en las pinceladas iniciales sobre la dura rutina diaria de quienes residen en los territorios ocupados y trabajan en Israel o en la descripción de las experiencias cotidianas de los inmigrantes árabes en la zona rural de Illinois donde albergan a los viajeros la hermana de la protagonista (la notable Hiam Abbass, ya vista en La novia siria ) y su cuñado, el médico al que Yussuf Abu-Warda confiere callada ternura. Muna trae fatiga y frustración, pero confía, aun cuando con el inicio de la guerra en Irak la hostilidad recrudezca y todos la sufran en carne propia, desde el muchacho, en el ámbito estudiantil, hasta el médico, que ve reducirse cada vez más el número de sus pacientes. Con todo, la mujer seguirá luchando, aunque deba cambiar la sucursal bancaria de otros tiempos por la cocina de un local de comida rápida y aunque tenga que sobrellevar ciertas reacciones rebeldes de su hijo cuando las cosas no van tan bien como ellos las habían soñado desde lejos. Que entable una relación amistosa con un hombre judío que actúa como el buen samaritano y es el director de la escuela de su hijo añade una nota de concordia que, fiel a su estilo desprovisto de cualquier discurso, Dabis evita subrayar.
Lejos del paraíso Lejos del melodrama serio pero sin caer en una liviandad estúpida, Amrrika, de la directora Cherien Dabis expone a partir del punto de vista de los inmigrantes la problemática y la estigmatización de la comunidad árabe en el supuesto país donde la tolerancia y la democracia forman parte de la cultura: Los Estados Unidos de Norteamérica. Esa tierra de oportunidades donde reina el capitalismo más salvaje es vista desde cualquier parte del mundo como un paraíso, aún en estos tiempos tan distantes de aquellos años en que se hablaba del american way of life. Sin embargo, para Muna (Nisreen Faour) y su hijo Fadi (Melkar Muallem), cansados de la prepotencia israelí en la frontera con Cisjordania y en el caso de Muna del fracaso matrimonial, Estados Unidos significa una chance para vivir mejor y tranquilos. No obstante, llegados a la tierra del tío Sam para vivir de prestado en la casa de su hermana Raghda (Hiam Abbass)-ya radicada con esposo médico y dos hijas completamente americanizadas- ambos comienzan a experimentar el racismo a cuentagotas desde los ámbitos más comunes como la escuela o un trabajo temporario, el único que la protagonista podrá conseguir. En ese lugar de la cotidianidad; del día a día de un inmigrante árabe que debe vivir con la contradicción del desarraigo y la necesidad de conservar su identidad, se nutre el guión de este film de tono liviano, que en su afán de no dramatizar demasiado la situación bucea por diferentes tópicos desde lo anecdótico, sin caer en un manifiesto contra la xenofobia o una lección moral de cómo se debe integrar a una persona de otra cultura.
Cómo cantar “una que sepamos todos” Antes de dar nombre a un temazo de The Pretenders, el término middle of the road se aplicaba, en los años ’60 y ’70, a un espectro musical que tendía a aggiornar la música melódica con toques levemente “roqueros”. Neil Diamond era middle of the road, y también The Carpenters y David Gates, líder del grupo Bread. Hay un cine middle of the road, cada vez más frecuente en festivales y salas de estreno. Esta clase de cine “humaniza” el tratamiento de cuestiones políticas, salpimentándolas con sentimientos, love stories y toques de buen humor. Son películas que abundan en el cine llamado “independiente”, tanto estadounidense como europeo y hasta periférico. La indie Little Miss Sunshine, la reciente London River, la asiática Mil años de oración, la palestina El árbol de lima: todas ellas son middle of the road. A esa serie se suma ahora Amérrika, ópera prima de la realizadora Cherien Dabis, en la que una madre palestina y su hijo dejan los territorios ocupados, llegando a Estados Unidos justo en el momento en que ese país acaba de invadir Irak. Amable, naïf y bien intencionada: el espíritu de Amérrika sintoniza o busca parecerse al de su protagonista, Muna (Nisreen Faour). Cuando el impasible empleado de aduanas del JFK le pregunta por su ocupación, Muna contesta que sí, que viene de un país ocupado. Tras algunas dudas, la dulce Muna decidió emigrar de Israel, donde el muro recién construido hace sentir cada vez más parias a los suyos. Y donde ella, además, se cruza más de lo que quisiera con su ex, que la dejó por una más joven. Muna parte a “Amérrika” (Amreeka, en el original) junto a su hijo adolescente Fadi (Melkar Muallem), llevando en la valija los pepinos que le dio la abuela para el viaje. Pepinos que madre e hijo deberán consumir a las apuradas en el JFK, si no quieren que los ursos de vigilancia se los confisquen. Lo que Fadi terminará tirando en el aeropuerto es una caja en la que su madre no guardó un dulce casero, como él cree, sino los 2500 dólares que constituyen todos sus ahorros. Por suerte, en el aeropuerto los esperan la hermana de mamá, Ragdha (Hiam Abass, rostro popular gracias a Munich, a El visitante, a la mencionada El árbol de lima) y su marido médico, que desde hace rato viven, y muy bien, en el estado de Illinois. Aunque desde hace un tiempo los pacientes del marido comenzaron a preferir médicos que no sean de origen árabe. La dificultad de integración a un nuevo medio, las diferencias culturales, el desarraigo del emigrado, el prejuicio antiárabe, la intolerancia, la violencia inherente a la sociedad estadounidense: basándose en experiencias personales (nacida en Nebraska, es hija de un padre médico que debió afrontar una situación parecida), la realizadora y guionista Cherien Dabis “baja” todas esas cuestiones al plano de lo íntimo y cotidiano. Lo cual está muy bien, por cierto: al cine, como a toda clase de forma narrativa, las minúsculas le sientan mejor que las mayúsculas. Llevadera, bien actuada, con una mayoría de rostros anónimos que la beneficia, los problemas de Amérrika pasan por otro lado. Un problema de fondo de esta ganadora del premio Fipresci en Cannes 2009 es la obsecuencia, esencial al middle of the road, por cantar “una que sepamos todos”. Desde la humillación de los ciudadanos palestinos a manos de los soldados israelíes hasta la ceguera racista del “yanqui medio”, en Amérrika no sucede nada que el espectador no conozca o no haya visto en otras películas. Por otra parte, no todos los diálogos son tan respetuosos de las minúsculas. “Vivimos como prisioneros en nuestro propio país”, dice en un momento la protagonista, y no es la única línea de ese tenor. Otro lastre de Amérrika es el cálculo de efectos que preside temas y escenas, otra constante del middle of the road. En su afán alegórico y ecuménico, el guión de Dabis cruza a Muna con un director de colegio secundario amplio, tolerante, libre de prejuicios, divorciado... y judío. Todo un ejemplo de integración, ella, su parentela y este judío bueno de Illinois terminarán comiendo jawarma y bailando danzas árabes. Por suerte, la película termina antes de que ambos empiecen a salir. Pero podría jurarse que después del último plano de la película eso es lo que va a ocurrir.
Muna (Nisreen Faour) y su hijo Fadi (Melkar Muallem) viven en Cisjordania, un territorio palestino ocupado desde hace ya 40 años. Ella tiene estudios universitarios, es culta y trabaja como empleada jerárquica en una institución bancaria. Vive en una casa junto a su hijo y su madre, y cotidianamente debe cruzarse en el marcado con la nueva esposa flaca (ella no lo es) de su ex marido, pero también debe soportar el maltrato de los soldados israelíes en los puestos de control al cruzar la frontera cada vez que va a trabajar. Sorpresivamente Muna obtiene un permiso de trabajo y residencia en los Estados Unidos de Norteamérica solicitado hacía años. Si bien la oportunidad se presenta como un futuro más auspicioso para Fadi y una nueva vida para Muna, la realidad es que su llegada a América se acercará muy poco a las expectativas que les generó la emigración. Alli, en Illinois, la espera su hermana Ragdha (Hiam Abbass), con su marido medico y las tres hijas, quienes ya son típicas teenagers yankees. Hubo una separación de años entre las hermanas. y la esperanza de cambiar por un futuro mejor es lo que la sostuvo a Muna en su vida desdichada La realizadora Cherien Dabis con esta, su opera prima, se ubica en un lugar de expectativa respecto del público, que aguarda con interés sus nuevas producciones, también por el hecho de instalar en la historia un discurso entre político y sociológico. Posiblemente no sea de muy buena factura todo lo referente a lo estético, no es a priori, lo que busca la directora, sí aparece como importante estas cuestiones cotidianas. El filme esta ubicado temporalmente antes de la guerra de EE.UU. contra Irak, lo que no es casual si después vemos que lo que toma vuelo son las vivencias de esta madre con su hijo ser vistos con desconfianza por su origen, lo que le dificulta a ella conseguir empleo según su capacitación, debiendo resignarse a trabajar para una cadena de comidas rápidas, en tanto su hijo termina peleándose con algunos compañeros de la escuela secundaria debido a la provocación xenófoba a la que se vio envuelto. Temas como el desarraigo, la amistad, el amor filial, la discriminación, son tratados con seriedad pero no exentos de humor, elemento que hace que la película tenga otro nivel de tolerancia, de parte del espectador.
Estado de sitio. La diáspora palestina hacia Estados Unidos es un tema que, más allá de sus oscuros orígenes, se ha vuelto especialmente controvertido en una era signada por la sospecha y la desconfianza. Cherien Dabis encuentra el tono justo para abordarlo, sin caer en la tentación del panfleto, el trazo grueso o el golpe bajo. Las primeras imágenes de la película describen la ingrata rutina de Mouna y su hijo Fadi, árabes de la minoría cristiana que habitan en los territorios ocupados. El singular dúo vive al borde de un ataque de nervios sufriendo las presiones y los obstáculos que les imponen tanto la fuerza de ocupación como la burocracia palestina. El tormento cotidiano contrasta con la belleza del árido paisaje, el sol encandila la tierra con gamas que van del beige al ocre. El prólogo contiene algunas escenas que parecen impuestas, pero sirve para poner en relieve los sacrificios y las esperanzas de los inmigrantes una vez cruzado el océano. En América son acogidos por la familia de la hermana de Mouna, pero se presentan nuevas dificultades. Ya no se trata de perpetuar un clan prestigioso (en Cisjordania, Mouna era banquera y su hijo asistía a una escuela privada), sino de conquistar un estatus social y conservarlo. A partir de ese momento se desarrollan tres ficciones al mismo tiempo y de manera autónoma, sin que esto represente un problema para el equilibrio del conjunto. El relato principal sigue el descenso socio-profesional de la madre, que disimula su trabajo en un local de comida rápida con una mezcla de vergüenza, pudor y orgullo. Esta historia cohabita con las desventuras de Fadi en su nuevo entorno escolar, y con la crónica de la familia instalada desde hace mucho tiempo en América, que ve cómo se desmoronan sus expectativas de integración. A simple vista son demasiados tópicos, pero Dabis navega con sutileza entre la comedia y el drama, aportando cierto verismo mediante una imagen cruda, casi documental. Los reparos pasan por algunas situaciones trilladas, demasiado vistas y menos logradas que en otras películas, como los amores prohibidos entre la sobrina de Mouna y un joven afro americano, las amenazas del típico grandote recio de la clase hacia el extranjero, o el ejemplo de vida del comprensivo, tolerante (y judío) director de la escuela. La película gana cuando se recuesta en la esfera íntima de la familia, en la evolución de los vínculos y en la definición de nuevas fronteras entre sus integrantes. Nisreen Faour, una actriz palestina que interpreta su primer protagónico en cine, acentúa delicadamente la ingenuidad de su personaje. Cuando el agente de inmigración le pregunta “¿Ocupación?”, ella responde “Sí, vivimos bajo la ocupación”. En torno a su sensualidad y su inquebrantable voluntad de ser feliz se dibuja al resto de los miembros de la familia: el patriarca cansado, la adolescente que rechaza abiertamente su herencia frente a los suyos pero la reivindica con sus compañeros de clase, o la hermana de Mouna (Hiam Abbass interpretando un personaje opuesto al de El árbol de Lima), una mujer seca, desengañada, que no percibe su nueva identidad. Cherien Dabis no posee la singularidad ni la potencia formal de Elia Suleiman, pero consigue un retrato universal que muestra con sutileza la fraternidad necesaria para sobrellevar el choque cultural, lingüístico, geográfico y climático que representa el exilio. Tras el sol, las especias frescas y las viejas piedras de Jerusalén, vienen la grisalla del Midwest con sus amplitudes suburbanas, sus supermercados y sus fast-foods. Las normas no las impone el aparato del Estado, sino la sociedad americana creando los fundamentos del consumo como imperativo categórico. La sensación de Estado de Sitio permanece. Amerrika es un modesto y simpático llamado a la resistencia.
Tierra de promesas La inmigración ininterrumpida es un fenómeno de nuestro tiempo. Los nómades de la globalización son un síntoma de una dinámica política y económica mundial. Filmes como Visita inesperada, Welcome, Río helado, La blessure, Bolivia son algunos títulos emblemáticos con variaciones específicas. Amerrika pertenece a este rubro, pero inicialmente el objetivo es otro: mostrar la injusticia cotidiana que viven los palestinos en el Estado de Israel. Muna es una empleada bancaria en Cisjordania. Es divorciada, tiene un hijo adolescente y su madre vive con ella. Su economía es holgada, pero su condición de minoría le impone un límite. Los planos generales sobre el muro, los checkpoints, la violencia callejera plasman una humillación sistemática, incluso para alguien como Muna, cuya pertenencia de clase implica cierto bienestar. Aun así, no hay esperanza para los palestinos, excepto si, al menos así se sugiere aquí, una vieja solicitud de Green Card para emigrar a EE.UU. llega por correo anunciando la bienvenida a la tierra de las promesas. Ser casi esclavos en su propia tierra o devenir turistas, ése es el dilema. Pero no es una fecha entre otras para ser turista o residente. Es marzo del 2003, y la llegada de Muna con su hijo a Illinois coincide con la invasión de EE.UU. a Irak. La aduana estadounidense no es menos paranoica y fascista que la israelí. La revisación exhaustiva no sólo se llevará los pepinos de la valija sino también otros objetos más preciados, aunque Muna tiene suerte, pues su hermana y su marido, radicados en la nación de Disney y Hollywood, poseen un estándar de vida más que aceptable. El resto es previsible: la adaptación laboral, educativa, lingüística, vincular, en un clima cultural poco amigable. Para el americano inculto (una gran mayoría) los árabes son todos iguales y, por ende, potencialmente terroristas. El humanismo cándido permea el relato; la única declaración política explícita pasa por responder a un oficial de migraciones: "¿Ocupación? Hace 40 años". Pero la sutileza no es precisamente el fuerte de esta ópera prima de Cherien Dabis premiada en Cannes por FIPRESCI: los subrayados son evidentes (la influencia árabe en el lenguaje, la intolerancia norteamericana, el devenir multicultural de EE.UU), matizados por un buen elenco y un trabajo de registro correcto. Quizás por el carácter secular de la familia de Manu, la relación "amistosa" entre ella y un profesor judío (de su hijo) es la mayor provocación del filme. El plano general que cierra Amerrika es la consolidación discreta pero legítima de una utopía que, a gran escala y con mayor peso político, el escritor palestino Edward Said y el músico Daniel Barenboim supieron orquestar. La paz late en el mestizaje, allí en donde el Otro deviene en un próximo, en un vecino.