Sin objeciones uno de los mejores films presentados en el festival, con alta dosis de adrenalina surgida de los spins de DJ Ickarus, la movilidad de la gente en sus fiestas electrónicas y la movilizante historia a narrar casi al ritmo de sus melodias. Ickarus es un DJ, artista nato, llega al instante de su vida en que no puede trasladar sus vivencias a su trabajo musical, la empresa discográfica que lo patrocina comienza a escuchar más de lo mismo al igual que su relación de pareja con Mathilde. El excesivo consumo de todo tipo de drogas lleva a DJ Ickarus al punto donde el frenesí lo apabulla, lo deja tirado balbuceando frenéticamente en clubes y hoteles, su adicción repercute en su truncado nuevo disco que no puede ver la luz de lanzamiento ya que debe ser internado en un tratamiento en una clínica psiquiatrica. Paul Kalkbrenner interpreta al DJ, encargado también de la banda sonora y con una excelente labor, 100% en el rol, quizás por similitudes en la vida real, pero, verborragico y enérgico como el film requiere. Dentro del psiquiátrico, nos encontramos con una directora fría, demasiado alejada de sus internos, un rol que trae reminiscencias al de Louise Fletcher en Atrapado Sin Salida, interpretado por Corinna Harfouch, referente en el nuevo cine alemán, vista en varios films presentados en este festival como Whisky con Vodka y Hace un Año en Invierno.
Los que no son amantes de este tipo de música y no son afectos a los temas sociales que tienen que ver con los problemas de adicción es posible que no salgan muy satisfechos del cine, ya que se pueden sentir saturados de ver una película prácticamente monotemática. El resto...
El Charly García alemán Bienvenidos al mundo rave, universo que habita el famoso DJ Ickarus a punto de arruinar su brillante carrera por su dependencia a las drogas. La película de Hannes Stöhr que tiene al DJ Paul Kalkbrenner en el papel de Martín Karow alias DJ Ickarus, nos trae la historia de un simpático drogadicto en caída libre y su posterior recuperación pasando por la lucha a la abstinencia. Un típico Charly García alemán si tenemos que buscar un sinónimo argentino. Icka vive de gira. Fiestas rave, música electrónica, y muchas pero muchas drogas hacen que su cuerpo resista la falta de descanso y comida. Su novia y manager Mathilde, lo acompaña en todas sus aventuras, es su cable a tierra, su contención. Pero Icka no puede con su genio y en la obsesión por editar su nuevo álbum cae una y otra vez en el consumo de drogas. Por ello es internado en una clínica de rehabilitación donde experimentará su lucha contra la abstinencia fortalecida por su única compañera: su consola. Berlin Calling (2008) se recuesta en su particular personaje Icka para hacer un retrato del universo rave. A través de él, el film nos introduce en el mundo de fiestas electrónicas donde el desmadre sexual y de drogas (todos consumen, desde el dueño del boliche hasta el DJ) es materia de todos los días. Ahí justo en el medio se encuentra Icka, un sensible artista de música electrónica envuelto en el aura de “Dios de la consola” por sus fans, su dealer y demás drogones que no dejan de acompañarlo. Pero Icka no es una bestia en esa jungla sino un simple animalito que necesita ser contenido para crear “su arte”. La película trata mediante todos sus recursos formales de dar con las sensaciones que experimenta su protagonista. Cuando está en su salsa, tocando su música para las masas que se deleitan con su arte, cuando está drogado tratando de evadirse como un niño que no es capaz de poner límites a todo el mal que lo rodea, o cuando lucha por abstenerse al violento impulso que lo ataca por no volver a drogarse. La cámara lo rodea, lo envuelve, lo aprisiona. La música del film es la de su mente, la que está dentro de su cabeza expresando sus estados de ánimo. Su nombre Ickarus viene de Ícaro personaje de la mitología griega que quería volar y su padre le construye alas de cera. Al querer volar muy alto se le derriten con el sol y termina cayendo. Icka, en alusión a este personaje, vive su mismo destino, es vanagloriado como un Dios y termina sufriendo el destino de un mortal. Profundamente humano, termina por rearmarse y volver a ser quien alguna vez fue. La historia que cuenta Berlin Calling es lo menos importante. Lo importante del film es su discurso que, sin pretensiones de aleccionar a nadie, intenta convertir a su carismático personaje en un perdedor querible en el que se esconde un curioso genio de la música. Say no more.
La tecno-sensibilidad alemana Quiero aclarar que; hacía tiempo que una película no me movilizaba tanto y no encendía mis sensaciones y sentimientos como lo hizo este film. En esta ocasión el cine alemán nos trae un arte sensible, delicado, cuidado, desprolijo, pero con un sentido y un mensaje totalmente comprensibles, explícito e implícito al mismo tiempo, al que ya nos tiene acostumbrado hace años a través de películas como La Ola, La Caída, Good Bye Lenin, entre otras tantas. Berlín Calling encarna la temática, tan trillada y tantas veces usada, de las drogas en el mundo de la música, concretamente la música electrónica, pero lo hace desde una perspectiva bastante original a mi gusto y la cual considero sensiblemente extraordinaria, abordando el tema desde su lado positivo, desde la perspectiva más optimista, cruda y real posible, llevándonos y transportándonos, a ese mundo que intenta recrear el director Hannes Store, que es el de la música Tecno (en Alemania) y todo lo que gira en torno a el mismo. Cuando comenzó el rodaje, creí que me iba a encontrar con otra película al estilo Trainspotting, Rock N` Rolla, que por cierto no lo digo con ánimos de desmerecerlas, al contrario, sino que implicaba una película más de ese estilo, sin embargo, este largometraje nos trae una historia muy personalizada, poco tratada en el cine y con un tinte de reflexión sobre la vida que llevan los jóvenes seguidores de dicho estilo musical en el siglo XIX, con una banda sonora excelente (música electrónica por supuesto) que acompaña a recrear un “viaje” (referencia al film) que nos transporta a ese mundo tan peligroso y tan atractivo al mismo tiempo, tan atrapante, como lo es todo vicio. El director, nos cuenta una historia de un DJ alemán, llamado “DJ Ickarus”, encarnado por Paul Kalkbrenner, quien además en la realidad pertenece al mundo de la música electrónica (como productor) dato para fanáticos únicamente que le suma credibilidad al film en cuestión, quien debe enfrentarse a su adicción contra las drogas y no solo recuperarse emocionalmente de ello, sino recuperar su vida y luchar por lo que lo apasiona: la música. Y quiero hacer especial hincapié en este asunto, siendo yo mismo un melómano confesado, considero que el film logra captar una esencia que circula entre los saberes colectivos pero que es constantemente ignorada, y corresponde a que la música representa en su totalidad la salvación a nuestros problemas, nuestro cable a tierra. Ya sea uno compositor, creador o consumidor de música, todas las personas en todo el mundo tienen una canción, un interprete que les gusta, la música moviliza mundos, moviliza sensaciones y logra cosas que no esperamos, nos ayuda y me atrevo a decir, con certeza, que podría llamarse burdamente; la terapia más accesible que todos tenemos. Esto es lo que me parece excelente de esta película. Si bien no todos gustan del mundo de la música techno (sabemos que existen prejuicios, incluso yo los tengo a veces) este largometraje nos lleva a ponernos en la piel de las personas que aman este tipo de música, ya sea cuando escuchamos que la sala retumba al ritmo de un compás que se repite, sintiéndonos como en una pseudo-creamfields o cuando vemos la euforia con la que el personaje principal “DJ Ickarus”, defiende su música a rajatabla. Esto es lo que esta película encarna, el fanatismo, el desmedro, la pasión por la música y como la misma puede ser la solución a todo si la aplicamos de la manera adecuada en el momento adecuado. No por nada Platón dijo: “La música es para el alma lo que la gimnasia para el cuerpo” Cuidada en todos sus detalles, ni un plano de más, ni un plano de menos, ninguna superproducción ni mucho menos, una película sencilla, con un mensaje para aquellos que amamos la música, para aquellos que vivimos nuestras pasiones a flor de piel y para todo aquel que guste de reflexionar de tanto en tanto sobre la vida moderna, esta película fue hecha para ustedes a medida.
Suban el volumen Música y locura. Esos son los dos grandes temas que el alemán Hannes Stöhr aborda en Berlin Calling, una verdadera rareza que desembarca -en copias en fílmico- en 7 salas porteñas. El director de One Day in Europe (film en el que realizaba un procedimiento similar al ubicar al fútbol como tema central, pero con el fin de explorar sus connotaciones sociales en diversos países) se unió aquí a un famoso DJ como Paul Kalkbrenner para construir alrededor suyo una historia de ficción que le permite exponer las miserias, excesos, riesgos y pasiones de la escena electrónica berlinesa y dejar en claro también por qué es la más importante del mundo en la materia. Kalkbrenner interpreta a Martin Karow -más conocido como DJ Ickarus- al que vemos tocando su música en diversos festivales europeos. Casi sin descanso, con la presión de terminar un nuevo disco, y apelando a todo tipo de drogas sintéticas, Martin termina sufriendo una sobredosis e internado en una clínica de rehabilitación. Su novia y manager Mathilde (Rita Lengyel) lo deja por una morocha (no olvidarse que Berlín posee una amplísima cultura gay), su discográfica levanta el lanzamiento del álbum y la doctora Petra Paul (Corinna Harfouch) se opone a darle el alta. Los shows se cancelan, sus deudas crecen tanto como su angustia, los dealers están siempre listos para proveerle cocaína o pastillas de diseño, y sólo le queda el respiro de seguir creando música en su laptop y con sus samplers dentro de su habitación como forma de combatir su psicosis. Me gusta la escena tecno y, por lo tanto, me interesaron mucho las imágenes documentales de los shows de Kalkbrenner en Berlín o Amsterdam. Por momentos, pensé que el film iba a caer en la onda alucinatoria a-la-Trainspotting (hay algunos excesos y varias situaciones evitables), pero por suerte la historia de este pelado con un look a-lo-Michael Stipe y siempre vestido con camisetas de fútbol (la peor parte del relato es cuando usa la de la selección argentina) se sostiene con bastante dignidad -y hasta con un buen sentido del humor- sin caer en esos regodeos miserabilistas ni en esos patetismos varios propios de las películas “de rock” con tanto “reviente” y personajes “colgados”. Así, sin ser una película particularmente innovadora ni audaz, Berlin Calling consigue insertar una historia íntima en el marco de un universo multitudinario, muchas veces sórdido, pero siempre fascinante como el de la música electrónica. Suban el volumen.
Sólo para fans de la música tecno Berlin Calling, una producción pensada para un target de público bien definido Eficaz en su registro documental de la noche berlinesa con sus boliches y su fauna no demasiado diferentes de los de otras ciudades; ni tan imaginativa en lo visual ni tan generosa como podría esperarse en sus ilustraciones musicales, y bastante convencional en su planteo dramático, Berlin Calling es un producto cuyo target está bien definido: son los fans de la música tecno y en especial los admiradores de Paul Kalkbrenner, el músico y productor alemán que participó el mes pasado en la edición local de Creamfields. El, que había sido convocado por el director Hannes Stoehr para componer la banda sonora de un film sobre la música electrónica en el Berlín actual, terminó siendo también su protagonista (lo que mucho incidió en su popularidad) y, en parte, fuente de inspiración del personaje. Como Kalkbrenner en la realidad, tampoco Martin Karow se conforma con trabajar como DJ sobre grabaciones ajenas: quiere hacer su propia música y por eso despliega una febril actividad: anda de gira permanente, de rave en rave y de club en club sin separarse de su único instrumento (la laptop donde crea sus invenciones sonora) ni de su novia y manager. En ese ajetreado itinerario, siempre hay cerca un dealer con su surtida y actualizada provisión de estimulantes. Si el recuerdo de otras biografías de artistas consumidos en un fuego alimentado a drogas no basta hasta aquí para imaginar lo que sigue, ahí está el nombre artístico del personaje -DJ Ickarus- para anticiparlo: en su avidez por escapar en alas de la música de su laberinto interior, Martin asciende demasiado y se quema en un mal viaje que aviva su esquizofrenia y lo deposita en un psiquiátrico. La experiencia en la institución, sus fugas y sus recaídas más algún apunte acerca de las penas que sufrió en el pasado y el vacío que lo agobia en el presente completan el retrato del artista, acosado por las tentaciones del ambiente underground, las presiones de la discográfica, la preparación del álbum que será consagratorio, su propia inmadurez y su propia voracidad. Lo mejor de esta historia previsible (y de milagroso desenlace) está en el trabajo de Kalkbrenner como actor y en su música, aunque es probable que para sus fans la dosis haya resultado demasiado escasa.
Atrapado con salida Una diferencia entre las buenas películas y las otras es que en las buenas lo que hacen los personajes los define. En cambio, Berlin Calling no sería muy distinta de lo que es si, en lugar de dj, el protagonista fuera mecánico dental, obrero de la construcción o actor porno. La propia película presenta el oficio o vocación del personaje como algo esencial, tanto para él como para los demás. Sin embargo, lo que le sucede –ir a parar a un centro de rehabilitación, por haberse tomado todo– se presenta como desgajado de su condición de músico, o programador de música electrónica, o lo que sea. Finalmente todo termina siendo un Atrapado sin salida con salida. Esto es: sin golpes bajos, efectismos o demagogias –como en el caso de aquella película, más famosa que buena–, pero también sin dramas o motivos. Porque finalmente, ¿de qué sirvió la odisea de baja intensidad que atraviesa el tipo, si termina igual que como empezó? Un dato que tal vez defina qué le pasa a la película es el título, el mismo que la dueña de la discográfica impone para el disco que el protagonista está por editar. O sea: la película elige nombrarse con un nombre impuesto. El que Martin había elegido estaba mucho mejor: Tetas, tecno y trompetas. Aunque no muy riguroso, en verdad, porque de lo primero hay poco en su vida, y de lo último nada en el disco. Pero al menos suena bien. Mejor que Berlin Calling, que no establece alguna clase de diálogo con The Clash, sino que se limita a vampirizar un título famoso de la historia del rock. Porque las programaciones de Martin no tienen absolutamente nada que ver con la música de Joe Strummer y sus muchachos. Así como tampoco tiene mucho que ver el nombre artístico con el que Martin se presenta: dj Icarus. Salvo que por volar demasiado alto, como le sucedió al héroe mitológico, se entienda tomarse un trip de aquéllos. Y por quemarse las alas, quemarse el cerebro. Pero ni así, porque tampoco está tan dado vuelta este muchacho... En tren de hacerse preguntas, ¿por qué el papá de Martin es reverendo luterano? ¿Incide eso en la relación que tiene con su hijo? No que se vea. ¿Por qué la novia, cuando a él lo internan, vuelve con una antigua novia? ¿Y por qué cuando se reencuentran los tres practican un ménage à trois? ¿Por qué los ménages à trois dan bien en cine? ¿Porque siempre viene bien un poco de ratoneo? Hay un momento gracioso en Berlin Calling, que es cuando Martin organiza su fiesta de despedida del centro de rehabilitación. Se va a buscar bebida y un par de chicas, la música ya la tiene (la pone él) y uno se imagina que todo va a ser un gran descontrol (estilo Atrapado sin salida, donde Nicholson armaba una festichola parecida). Sin embargo, parece que a los internos de acá les tira más lo depre, ya que el único que baila un poco, solo y a 2 x hora, es el esquizo que jamás abre la boca, en medio de la cerrada oscuridad de la sala de espera. El resto de Berlin Calling está como más empastillado.
El descenso a los infiernos de DJ Ickarus Hannes Stohr consiguió en 2001 fama y prestigio al alzarse con el Premio del Público en la sección Panorama del Festival de Berlín. Fue gracias a Berlin is in Germany, su debut en el terreno del largometraje; una historia tragicómica que nos explicaba cómo un preso quedaba atónito cuando salia de la cárcel y veía los cambios acontecidos en Berlín tras la caída del muro. Una década más tarde, el director alemán vuelve a su casa para tomar de nuevo el pulso a la que es su ciudad, aunque nació en Stuttgart. Nadie como él para diseccionar la cultura del clubbing en esta Berlin Calling que ahora nos ocupa. El título del film -como muchos ya habrán adivinado- es un homenaje al que fuera el tercer álbum de estudio de la banda britànica de punk rock The Clash, y desde luego música, y de la buena, no falta durante todo el metraje. Aquellos adeptos o fanáticos de la música tecno disfrutarán de lo lindo viendo los conciertos que el disc jockey DJ Icarus va ofreciendo por los distintos locales y estadios por los que actúa. Y ese es el gran acierto del director, que convierte lo que podría ser una trama monótona en un verdadero concierto del desconcierto. Cuanto más fama va alacanzando el músico más sube su nivel de adrenalina y estrés y más crece su consumo de distintas drogas hasta que se convierte en un adicto. Es entonces cuando el film entra en su fase más dramàtica. El eléctrico Icarus comienza a perder todo lo que la vida le ha servido en bandeja (una novia extraordinaria que realiza a su vez funciones de manager, un proyecto de CD con una gran compañía discogràfica...) y no le queda más remedio que acudir a una clínica donde pueda desintoxicarse. Allí, seguirà componiendo su música entre recaídas y depresiones hasta que consiga atisbar una luz de esperanza. Stohr no apaga el tocadiscos en ningún momento: la música contrapuntea cada escena, envolviendo de sonido cada fotograma. El espectador no tiene más remedio que dejarse embaucar por esta hora y media de “rave” contínuo, atendiendo a la a la espiral autodestructiva de Martin Karow (nombre real de DJ Ikarus) mientras se radiografía una urbe que no por casualidad es considerada como una de las capitales más modernas y chics de la actualidad. Y todo ésto sin poder dejar de mover los piés al compás de la pegadiza música de la banda sonora, compuesta por el mismo protagonista del film, Paul Kalkbrener, quien en el mundo real es uno de los dj y productores más cotizados de su país, y a quien acompaña Sascha Funke, también muy presente en la escena electrónica berlinesa. Es una pena que se tardara la friolera de dos años en poder disfrutar de una película tan atípica como atractiva, mientras la cartelera se llena de estrenos de medio pelo de factura norteamericana que no aportan absolutamente nada a la cultura cinematogràfica quedando otras pequeñas joyas relegadas al olvido o al refugio de algún avispado Festival que tenga la dicha de proyectarlas. Por último, un comentario anecdótico: la cantidad de camisetas de selecciones y equipos de fútbol que el héroe de la función muestra en pantalla, y sí, una de las que exhibe es la camiseta albiceleste, así que vestido de esta manera seguramente este espigado y meteórico personaje caerá muy bien a los espectadores más futboleros.
Un film torbellino, de esos que traspasan la pantalla y se incrustan en los ojos del espectador para asistir al deterioro físico y mental de un DJ alemán en una biopic que hace del vértigo y el descontrol su mejor arma y sabe acompañarla de una banda sonora acorde al ritmo sincopado y galopante en que vive su protagonista. Imposible no movilizarse.-
Un DJ caído en desgracia La generación tecno y un filme que apunta a los sentidos. DJ Ickarus despierta en un neuropsiquiátrico. El éxtasis le hizo mal y tuvo un brote psicótico durante el mejor momento de su carrera. Paseaba su música por el mundo en festivales de música electrónica y se la pasaba de fiesta en fiesta mientras terminaba su nuevo disco. La eterna y complicadísima relación entre arte y locura es el núcleo de Berlin Calling, con el epicentro en la ciudad más importante de la movida electrónica underground. Como podía esperarse en una película llena de símbolos, Ickarus quiere volar demasiado alto, se quema con el sol y tiene su caída estrepitosa. Se escapa del hospital aunque la internación sea voluntaria. Corre a casa para pedirle disculpas a su novia y manager, pero ella ya no está. Lo dejó por otra mujer. Busca contención y ayuda económica en su sello discográfico, pero lo despiden al instante. Vuelve derrotado al psiquiátrico, donde le dicen que ya no lo aguantan y le avisan que tiene que irse al otro día. Todo mientras Ickarus luce una flamante camiseta de la selección argentina del 86, que cambia de vez en cuando por otras remeras futboleras. ¿Qué hace el DJ caído en desgracia? ¡Organiza una fiesta de despedida! Roba pastillas del hospital, consigue drogas y alcohol y llama a un par de prostitutas. El director Hannes Stöhr apuesta por el tono tragicómico en una película que tenía todo para terminar en desgracia. Berlin Calling es una feliz mezcla entre Trainspotting y Atrapado sin salida. En la adaptación de Milos Forman, los hippies y los beatnicks se rebelaban contra el sistema estricto y represivo del hospital. Ahora son ellos quienes tienen el control y se transformaron en el nuevo enemigo para una generación que cuestionó eso de elegir una vida, un trabajo, una carrera y una familia. El optimismo de Stöhr se mezcla con cierta mirada new age donde la música tiene poderes curativos y regala paz interior. Cada vez que Ickarus atraviesa un momento de crisis, la respuesta está en unos auriculares gigantescos que sincronizan los estados de ánimo del filme con los de su protagonista. A nadie debería sorprender que la impecable música de la película y la ajustada interpretación de Ickarus estén a cargo de un mismo y reconocidísimo DJ. Paul Kalkbrenner, con su música y sus muecas, brinda un tour de force por esa montaña rusa emocional. Berlin Calling es una película hipnótica que prefiere los estímulos primarios, como buscar la euforia del espectador a partir de colores y sonidos, a las lecciones morales. Por eso el director se detiene tanto en cada una de esas fiestas a las que asiste el protagonista y tan poco en las consecuencias de las adicciones, que pasan a un segundo plano desde lo visual y dramático. Stöhr busca que el espectador sienta empatía con Icka más allá que se comparta o no su manera de ver la vida. Con una mirada libertina sobre las drogas y una idea muy particular sobre la redención, Stöhr consiguió un filme que condensa un par de décadas de excesos en sólo un centenar de minutos. La generación del tecno ya tiene una película que captura su esencia.
El ciclotímico trip de un oído absoluto Protagonizado por el mundialmente reconocido DJ Paul Kalkbrenner, el film refleja la vida de un músico en el pico de su fama, de gira por toda Europa, mientras pelea contra sus demonios interiores y degusta todo tipo de drogas. Hace diez años muchos dijeron que el inolvidable Pappo había puesto las cosas en su lugar cuando en el programa Sábado Bus, desde la pantalla de Telefé, el músico lanzó una frase que hizo historia: “Conseguite un trabajo honesto, vos tocás lo que otro grabó.” El destinatario de la ponzoñosa frase fue DJ Deró, que en ese momento era la cara visible de la incipiente escena dance argentina. Lo cierto es que más allá de las batallas de cabotaje y las inútiles polémicas sobre si se puede hacer música con discos de otros, samplers, laptops y un par de bandejas, con el paso del tiempo hoy casi nadie se le ocurriría afirmar que los dj’s no “tocan”, es más, casi sin discusión son considerados los artistas que han sabido captar el sonido de este tiempo. A partir de esta canonización relativamente nueva, los compositores que trabajan con música electrónica están al mismo nivel que cualquier músico de rock tradicional y, se supone, viven las glorias y las miserias de la fama y el descontrol. Sobre esta acertada hipótesis trabaja Berlin Calling, un film que refleja la vida de DJ Ickarus, un músico en el pico de su fama, lo cual lo lleva a presentarse en diferentes escenarios de toda Europa, mientras en la intimidad lucha contra sus demonios interiores y se sumerge en un trip de drogas que ponen en riesgo su trabajo y la relación con Mathilde, su novia y mánager. Que el protagonista esté interpretado por Paul Kalkbrenner, un conocido artista alemán de música techno, minimal y house –estilos de la música electrónica–, le da al film de Hannes Stoehr (One Day in Europe, Berlin Is in Germany) un insuperable verosímil, y allí es donde el relato logra la mayor intensidad, principalmente cuando muestra el proceso creativo de Ickarus, las sutilezas entre los estilos, o cuando capta la increíble energía que se libera en boliches y raves multitudinarias. Sin embargo, el resto de Berlín… no deja de ser muy parecida a decenas de títulos que hablan sobre el apogeo, caída, traumáticas internaciones, recaídas y la posible redención (o el reviente definitivo, otra de las posibilidades) de artistas superados por el ego, la exposición, la sensibilidad a flor de piel y una vida más o menos difícil. Las alas de Ickarus no llegan a quemarse y el film tampoco, aunque paradójicamente, sale un poco chamuscado por la falta de riesgo.
Berlín llama con música techno Hannes Stoehr con nada más que 30 años tiene ya en su currículum siete exitosas realizaciones entre las que se destaca la trilogía “Berlín”, compuesta por “Berlin is in Germany” (1999), “One Day in Europe” (2005) y “Berlin Calling” (2008), ésta última el motivo de este comentario. A las pantallas comerciales argentinas llega con un poco de retraso si bien se la exhibió en el último Festival de Cine Alemán realizado en la Argentina. No sólo no ha perdido vigencia sino que la historia tiene muchos puntos en común con la vida de algunos músicos y DJs argentinos contemporáneos. La trama principal de esta película se centra en Martín Karow que para su profesión de DJ-compositor de Technomusic- ha adoptado el nombre de DJ Ikaurus, y pasa la mayor parte del tiempo en viajes para presentaciones personales y componiendo electrónicamente los cortes que integran sus álbumes musicales. El ritmo del que están impresos sus días es vertiginoso, a los extenuantes tours se suman las exigencias de la empresa discográfica que edita sus obras, una deficiente relación familiar y la frenética reiteración de los metálicos compases emitidos por sintetizadores, secuenciadores y máquinas de beat que martillean todo el tiempo su cerebro hacen que la única contención que representa Mathilde, su novia, no sea suficiente y recurra a sostenerse física y anímicamente con una gama muy diversa de drogas incluidas las de diseño. Perseguido vorazmente por los dialers, algo que le sucede a casi todos los muy famosos, sucumbe una y otra vez al consumo indiscriminado de sustancias hasta que una sobredosis lo manda a un “mal viaje”, lo desconecta de la realidad, lo pone al borde la muerte y lo deriva a una internación de rehabilitación. Todo el desarrollo del guión demuestra una exhaustiva observación de lo que sucede en la profundidad del DJ-clubbing europeo desde hace décadas, aunque el auge del techno lo haya hecho más evidente en el tercer milenio con estrellas tales como Steve Bug o Sascha Funke quienes, acertadamente, aparecen en cameos en esta película lo que desmiente que se trate de sus propias biopics. Un nocturno mundo donde prevalece la creación musical. Prevalencia que a su vez es utilizada para justificar que se evite mencionar el alto consumo de drogas que se hace en ese ámbito. “Lo más importante es la música” es un slogan tan reiterativo como los sones que se escuchan desde los parlantes. Hay en esta obra cinematográfica varias subtramas pero dos de ellas son desarrolladas con precisa sutileza para que no sirvan de completo justificativo al accionar del protagonista. Una, es la endeble relación que Ikaurus mantiene con su padre, un pastor protestante. La otra, la precaria situación laboral de su hermano en una Alemania integrante de la Comunidad Europea. Además encontramos otras subtramas que confluyen en la trama principal y muestran la inmediatez con la que las discográficas manejan el negocio musical, la aceptación de relaciones sexuales diversas y el sistema de tratamiento de rehabilitación de los adictos en neuropsiquiátricos alemanes. La música techno de Paul Kalkbrenner es excelente. Cuando Hannes Stoehr le pidió a Kalkbrenner que compusiera la banda musical del film, le entregó un guión que entusiasmó tanto al artista que terminó por interpretar al protagonista DJ Ikaurus y está película marca su debut actoral. Paul Kalkbrenner demuestra con su trabajo que además de buen músico es buen actor. Se destaca Rita Lengyel, como Mathilde, la novia bisexual del protagonista. Posee esta actriz y directora alemana una presencia cinematográfica en pantalla que realmente impresiona al espectador, su actuación demuestra una íntima interrelación con el personaje originada en un meticulosa construcción del mismo. También es muy buena la actuación de RP Kahl como Erbse, el dealer tan odiado como requerido por todos. El desarrollo de la película es ágil, si bien toca un tema duro pero real. Puede algún espectador sentirse remitido a películas que tocaron el mundo de la música y sus “submundos” ligados a las drogas como “La Rosa” (Mark Rydell, 1979), “The Doors” (Oliver Stone, 1991) o “Lasts Days” (Gus Van San, 2005) pero estos filmes eran biopics, que luego fueron discutidas por el distorsionado enfoque dado a la vida de los protagonistas en pos de un mensaje aleccionador. Felizmente en “Berlin Calling” Stoehr no pretende adoctrinar ni redimir con un metamensaje aunque el conflicto central está desarrollado en profundidad. Los adeptos a la música techno disfrutarán al máximo de esta película. Los cinéfilos gozarán de un film bien hecho, bien dirigido y bien actuado. Los espectadores en general tendrán a su disposición buena música y buena cinematografía.
Icka está interpretado por Paul Kalkbrenner, uno de los integrantes destacados de la movida electrónica alemana. Aquellos momentos en los que la cámara captura de forma documental los escenarios en los que el músico se presenta hacen crecer al filme. Dj Ickarus -o Icka, como le dicen sus amigos y seguidores- quiere que su nuevo disco se llame Tetas, tecno y trompetas, pero su productora decide que se llame Berlin calling, que es mucho más pegadizo, correcto y tiene una vinculación con el London calling de The clash. Icka acepta, de mala gana, y surge una de las primeras contradicciones de un film tan interesante como fallido: ¿cómo debe uno tomar que la película se llame de una forma que a su protagonista no le gusta? ¿Como una ironía? No se sabe, como no se sabe el sentido de muchas de las cosas que pasan en el film alemán de Hannes Stöhr. Y eso que pasan varias. Por empezar, el film narra la odisea de un músico de la movida electrónica berlinesa (la más poderosa y creativa del mundo), sus adicciones con las drogas de diseño, sus amores y sus problemas para editar su nuevo material. Hasta ahí, tendríamos un grueso temático importante y eso solo daría para un film. Pero hay mucho más: porque Icka es internado en una clínica de rehabilitación, y todo esto termina ocupando una parte importante de la segunda parte de Berlin calling. Y a todo esto, sumemos que se hace hincapié en el vínculo entre el protagonista, su hermano y su padre, que es un cura luterano, sin que finalmente sea demasiado trascendente para el desarrollo de la historia. Casi una relectura en clave musical de Atrapado sin salida, Berlin calling se torna a medida que avanza su metraje mucho más convencional: si bien hay sexo -menage a trois, por ejemplo-, bastante consumo de drogas y mucha irreverencia, nada escapa a ciertos cánones audiovisuales de corrección. Digamos: esto no es Trainspoting y su marginalidad alucinógena. En este sentido, está muy bien que Stöhr no condene ni señale a nadie. El director toma un universo y lo retrata, de la forma más fiel que puede. Pero el problema radica en que uno no ve que los personajes se modifiquen demasiado, que el viaje haya valido la pena. Por cuidarse y no excederse, Stöhr incurrió en algo peor que el discurso reaccionario -que al menos uno puede debatir- cayó en el relato burgués y anodino. El Ickarus de este film, a contramano del mitológico, ni se da contra el Sol ni se quema tanto. Pero -y acá la contradicción es del que escribe y no del film- ¿qué hace que después de todo recomendemos Berling calling, aunque más no sea con tres estrellitas? Pasa que Icka está interpretado por Paul Kalkbrenner, uno de los integrantes destacados de la imponente movida electrónica alemana. Entonces, la música es exquisita; entonces, aquellos momentos en los que la cámara captura de forma documental los escenarios en los que el músico se presenta hacen crecer al film; entonces, Stöhr logra que comprendamos en imágenes lo que pasa por la cabeza de su personaje; entonces Kalkbrenner ofrece una interpretación muy ajustada y precisa, casi musical por la forma en que su cuerpo se balancea dentro del plano. Y entonces Berling calling se convierte en color, en ritmo y en, por qué no, un estado que sabe de euforias y caídas. Ahí entendemos que Berlin calling no es el nombre ideal, pero es el nombre que es. Como la vida de Icka, que tal vez no sea la que él quiere, pero es la que tiene. Mientras, espera en un aeropuerto para emprender un viaje, algo en lo que es especialista, química o literalmente.