Basada en la novela de Claudia Piñeiro, Betibú resulta uno de los mejores exponentes del policial negro nacional en muchos años. La tranquilidad del country La Maravillosa se ve interrumpida cuando Pedro Chazarreta (Mario Pasik) aparece asesinado en su sillón. Pero este no es un caso cualquiera. Años atrás, Chazarreta había sido acusado de asesinar a su mujer y quedó en libertad, por lo que una venganza no queda descartada e incluso ambos casos podrían estar relacionados. Hasta La Maravillosa también llegará Nurit Iscar (Mercedes Morán), una ex autora de novelas policiales que es contratada por el diario El Tribuno para reportar todas las novedades del caso. Ella contará con la ayuda de Mariano Saravia (Alberto Ammann), un joven periodista encargado de la sección de policiales, y Jaime Brena, un periodista de la vieja escuela que supo llevar adelante dicha sección hasta la llegada de Saravia. Entre los tres intentarán llegar al fondo de este complicado caso donde cada pista y cada sospechoso parece alejarlos cada vez mas de la verdad. Sobre exitosos y poderosos En un determinado momento de la película, en medio de una entrevista televisiva, el personaje de Mario Pasik (la víctima que abre paso al resto de la historia) deja muy en claro la diferencia entre una persona exitosa y una persona poderosa. Él se define a si mismo como una persona exitosa, alguien que a pesar de llevar una vida con muchas comodidades no está por encima de la ley. Los poderosos, en cambio, se mueven con total impunidad por este mundo, sin pagar por sus crímenes y atrocidades. Esta linea de dialogo, que en aquel momento no resultaban mas que una interesante reflexión, cobran un mayor sentido cuando la pantalla funde a negro y los títulos empiezan a correr. Betibú, la nueva película de Miguel Cohan (Sin Retorno), está basada en la novela homónima de Claudia Piñeiro. Coincidentemente, Cohan supo ser asistente de dirección de Marcelo Piñeyro, quien no guarda ningún tipo de relación con Claudia mas allá de haber adaptado su galardonado libro Las Viudas de los Jueves hace tan solo unos años atrás. Quienes tengan ganas de buscar similitudes entre Betibú y Las Viudas de los Jueves de seguro encuentren más de una cosa para entretenerse. Pero la realidad es que mas allá de centrarse en un crimen y que gran parte de la trama se desarrolla detrás de las paredes de un lujoso country, las coincidencias quedan ahí. En todo caso habría que ver esto como un escenario en el cual Piñeiro se siente cómoda centrando sus historias y el cual sabe aprovechar a la perfección. Gracias al buen ojo que tiene Cohan para componer las imágenes y su buena muñeca para manejar el suspenso y el pulso narrativo, Betibú se posiciona fácilmente entre uno de los mejores estrenos en lo que va del año. Claro que también ayuda que detrás de esta producción haya inversores españoles, TELEFE y hasta los estudios Warner Bros., pero si algo nos enseñan los grandes tanques Hollywoodenses que se estrenan semana tras semana en nuestros país es que dinero no siempre es sinónimo de calidad. Con recursos que por momentos recuerdan al gran Brian De Palma o a la paranoia del cine norteamericano de los años setenta, Cohan sumerge a sus personajes en un misterio para nada fácil de resolver. El asesinato de Pedro Chazarreta sirve tan solo como una excusa para explorar algo mucho mas grande y que proporcionará un interesante contexto para que los pintorescos personajes encarnados por Mercedes Morán, Daniel Fanego y Alberto Ammann se luzcan. Este crimen que da comienzo a la historia abre un abanico de sospechas y sospechosos, que prontamente abrirán paso a nuevas sospechas y llevarán la investigación a un lugar impensado. Aquí hay un verdadero acierto por parte de Cohan (y por razones obvias también de Piñeiro). Mientras que la película lentamente comienza a desviarse del caso que nos atrapó en primer momento, esto difícilmente se nota ya que todo sucede de manera muy orgánica. Y cuando el espectador por fin se da cuenta de esto, ya es tarde. Un nuevo misterio, aún más grande, lo atrapó en su telaraña. El relato avanza también con una buena cuota de humor, algo que lejos está de sentirse “colgado” en la historia y, también, ayuda en la construcción de sus personajes. Y llegamos al final, el cual no tengo dudas que gran parte del público cuestionará. Obviamente no lo voy a contar, pero si voy a decir que en mi opinión es perfecto. Si bien no llega al punto de tener una resolución abrupta como la de Tesis Sobre un Homicidio, tampoco se molesta en entregarnos las cosas servidas en una bandeja. Cohan nos entrega las suficientes piezas para que terminemos de armar la historia en nuestras cabezas y saquemos nuestras propias conclusiones. Ojo, esta resolución no es una salida fácil para una historia que se volvió demasiado grande y complicada de cerrar. A mi parecer es un final valiente, un final perfecto, un final que nos muestra que, como dicen en la película, algunas causas están perdidas. El trío protagónico integrado Mercedes Morán, Daniel Fanego y Alberto Ammann es una gran satisfacción. Aunque ya en el propio guión (escrito por Ana y Miguel Cohan) poseen la suficiente riqueza para volverlos creíbles, la fantástica labor de sus actores potencian esto aún más. Morán encarna a Nurit Iscar, una famosa escritora de novelas policiales devenida a escritora fantasma para una revista. Este caso le devolverá a Nurit una pasión que parecía haberse extinguido. Pero Morán nos entrega pistas sobre su personaje muy de a poco. Su relación con sus amigas, con su hijo, con su ex amante… todo esto sumado nos termina por revelar un personaje mucho más complejo de lo que podría parecer a primera vista. Jaime Brena está interpretado por un enorme Daniel Fanego. Brena es un periodista que supo estar al frente de la sección de policiales y el tiempo y la llegada de “sangre nueva” terminaron por desplazar. Este caso termina causando en él algo muy similar a lo que sucede con Nurit, una especie de renacimiento profesional que terminará por contagiar a su vida personal. Por último tenemos a Mariano Saravia, interpretado por Alberto Ammann. Saravia es un joven periodista instruido en el exterior que es el contrapunto perfecto de Brena. Conclusión Cohan dirige con mucho oficio y maestría una historia de suspenso cargada de ironía donde el pasado juega un papel principal y donde sus personajes, de un modo u otro, buscan reinventarse. Son muchos los aciertos de la película, comenzando por una impecable factura técnica y la buena química de su trío protagónico, donde sobresale Daniel Fanego con una labor verdaderamente monumental. Incluso sus personajes secundarios, a pesar de tener pocos minutos en pantalla, logran dejar una marca imborrable. El guión de Ana y Miguel Cohan logra un balance perfecto entre el desarrollo del misterio y sus personajes, a los cuales nunca descuida e incluso dotan de suficiente riqueza para complementar lo que no está implícito en la trama. Sin lugar a dudas, Betibú entra en la historia del cine nacional como uno de los mejores ejemplos de policial negro contemporáneo.
Al salir de su retiro voluntario, y luego de aceptar una oferta para “narrativizar” un caso policial, la “dama negra de la literatura argentina”, Betibu/Nurit Iscar (Mercedes Morán), deberá luchar para poder equilibrar su vida personal y laboral. Es que después de mucho tiempo de vivir en el ostracismo y de ser la gosth writer de varios autores (tarea penosa que solo aceptó luego de ver el dinero que le colocaron sobre la mesa), vislumbra la posibilidad de trabajar con un caso mediático para ubicarse nuevamente en el centro de la escena literaria. Así arranca “Betibu”(Argentina, 2014), la adaptación que Miguel Cohan hace del best seller de Claudia Piñeiro, y que encuentra en un country de poderosos donde sucede un asesinato, el escenario ideal para un policial de procedimientos tradicional. que se apoya en las impecables actuaciones de sus protagonistas. Las impecables actuaciones de sus protagonistas, porque Betibu no está sola, su buddy acompañante será Jaime Brena (Daniel Fanego), un periodista de la vieja escuela a quien los directores del periódico quieren jubilar y reemplazar con el recién llegado Mariano Saravia (Alberto Aman), son uno de los puntos más interesantes del filme. No hay una puesta en escena novedosa, tampoco la utilización de recursos cinematográficos que refuercen el sentido policial de la historia, pero si hay, como también estaba en la novela, un interés por demostrar la clara separación de clases y la historia argentina desde la división dentro/afuera de los countries. Hay un proceso que también se destaca que es la elaboración de la figura del periodista como fuente de sabiduría, el instinto en la puesta al día para la elaboración y deducción de indicios que lleven a buen puerto una investigación y eso luego plasmarse en una nota. Si Betibu era rebelde y peleadora, ahora es callada y observadora, mientras que la identidad de Jaime permanece luchadora e intacta como siempre. La intuición de Betibu la va acercando peligrosamente al poder que domina el gheto “La Maravillosa” en donde los poderosos se cubren, pero también mueren. Cada paso que va dando es una prueba que va a aportando a la investigación paralela que ella, Jaime y Mariano van desarrollando para el diario. Pero en ese develar de pruebas y acontecimientos, tanto Cohan como Piñeiro hablan de la gran tragedia argentina, que desde tiempos inmemoriales atraviesa cualquier discurso y que ha favorecido a productos cinematográficos y televisivos en esto de darle una entidad ontológica al tema CORRUPCION. Los corruptos salen victoriosos, por más secretos y mentiras que hayan dicho, siempre tienen una as en la manga o un funcionario/gerente en el lugar indicado para poder desviar puntos de atención y poner trabas a la hora de mostrar la verdad. Lograda producción en la que de antemano sabemos cuál será el final, con algunos minutos demás, la línea de policial de procedimientos es respetada a rajatabla destacándose la interpretación de Morán y Fanego. Para ir al cine a jugar a los investigadores.
Que bueno que es cuando en el cine argentino se juntan todos los elementos para que una película no solo sea del nivel de una de Hollywood sino que la supere en muchos aspectos. Esto es lo que ocurre con Betibú, uno de los mejores policiales nacionales de todos los tiempos. Intriga, suspenso, nervios, humor, giros y contragiros resaltan en todo su esplendor. Miguel Cohan vuelve a apostar al cine de género tal como lo hizo en Sin retorno (2010) y se supera a sí mismo por la gran puesta en escena y estética con secuencias muy logradas. La fotografía y edición están a la altura de la circunstancias y se nota con las excelentes escenas en donde las fotos viejas se transforman en flashbacks. Momento “pivotal” en la trama. Y si hablamos de la historia, todos los condimentos necesarios del policial se encuentran ahí con una identidad bien argentina (o porteña) a través de una recreación muy realista del trabajo periodístico tanto de la vieja escuela (el archivo) como de las nuevas tendencias. Pese a todo esto, Betibú podría no destacarse de la manera que lo hace si no fuera por el gran elenco que tiene y lo rico de sus personajes. En el rol central tenemos a una enorme Mercedes Morán con un papel con varias capas y que capta enseguida la atención del espectador. Queremos a su personaje y nos preocupamos por él. Alberto Ammann está muy cómodo en lo suyo y su personaje tiene la particularidad de que al principio cae mal y va ganándose el público de a poco. Todo lo contrario ocurre con Daniel Fanego, cuyo periodista investigador -que invitan a que se jubile- tiene las mejores líneas de la película y se hace querible al instante. Gran labor la del actor en donde cabe destacar que no se trata de un villano o antagonista tal como fueron sus últimos trabajos en el cine. Mención aparte merece la participación de Norman Briski quien se roba las escenas en las que sale. Lo único que se le podría criticar como malo al film son algunos de los elementos utilizados en el climax pero que no se puede mencionar porque sería un gran spoiler. De todos modos, va en cuestión de gustos y en “hasta dónde” llegó la imaginación del espectador que tal vez no puede conciliar sus predicciones con el resultado final. Es hilar fino, pero cuando una película tiene todo y todo es de calidad hay que hacerlo. Betibú es entretenida, rápida, divertida y vertiginosa. Un policial con todas las letras y, encima, argentino. Hay que verla.
El asesino está entre nosotros Transposición de la novela homónima de Claudia Piñeiro, Betibú (2014) es un policial que sigue los pasos de Nurit Iscar, quien junto a dos periodistas indagan en la misteriosa muerte de un poderoso empresario. La película alcanza una alta dosis de intriga, pero hacia la parte final se desmerece un tanto el resultado. Los tiempos más productivos en términos literarios quedaron atrás en la vida de Nurit Iscar (Mercedes Morán). Reconocida novelista de policiales, su única novela romántica fue un fracaso y, desde entonces, quedó fuera del mercado editorial. Relegada al ostracismo artístico, vive del no tan apreciado oficio de “escritora fantasma”. Hasta que un día, el asesinato de un empresario sospechado de haber matado a su esposa la pone en el lugar menos esperado. Tentada por el director del diario El tribuno (su ex amante), Nurit se instala en el country en donde se cometió el crimen para escribir una columna sobre el caso. Junto a Jaime Brena (Daniel Fanego), viejo periodista de la sección policial, y el más novato Mariano Saravia (Alberto Ammann), harán algo más que recopilar información: se transformarán en protagonistas indispensables para resolver el caso. Miguel Cohan (director de Sin retorno, 2010), traspuso junto a Ana Cohan la novela de Claudia Piñeiro, en donde conviven la trama policial, la mirada femenina, y una interesante reflexión sobre los mecanismos de poder vinculados a la corrupción en las altas esferas. La película sigue bastante al pie de la letra los acontecimientos que la novelista entrega pero, paradójicamente, comprime dos núcleos (que, claro está, no develaremos) de forma un tanto antojadiza. O, al menos, endeble en cuanto al desarrollo dramático. La película sí consigue instaurar una química entre los tres personajes principales, que no sólo responde a los ribetes policiales, sino a la encarnadura humana con la que Piñeiro los construyó. Y eso los convierte en seres complejos y empáticos con el lector, cualidad que se mantiene en la pantalla grande. El trío protagónico está muy bien encargado por los actores. Jaime Brena carga con el pesar de haber perdido un puesto que le pertenece a Saravia, más por un capricho de su editor que por una consecuencia lógica. Al muchacho le cuesta “encajar” con la sección que tiene a su cargo y, con desconfianza, acude paulatinamente a los saberes de Brena, transformándose poco a poco en su discípulo. El caso del empresario asesinado los pondrá de frente a un horror que va de lo íntimo a lo público y que testimonia las grietas de una sociedad corrupta. Betibú mantiene la marca de su productora, Haddock films; a tono con sus antecesoras, la película de Miguel Cohan ostenta un cuidado diseño de producción. Resulta poco convincente la elección de casting de los personajes secundarios, que parece responder a criterios más comerciales que artísticos, dado que evidencia el loable esfuerzo de ubicar nombres de peso (Carola Reyna, Gerardo Romano) pero en personajes más bien laterales. En cuanto a la trama, el film cumple con una primera parte en la que la acumulación de datos genera no sólo las herramientas para dar con el responsable del crimen, sino que auspicia el clima ominoso (familiar, pero también político) que se siembra en torno a la primera muerte. Porque, claro, la del empresario es el puntapié de una cadena de hechos para nada fortuitos que en la prosa literaria quedaban mejor concatenados. El desenlace del film deja algunos datos librados a la imaginación de Nurit. Datos que en la fuente literaria quedaban más y mejor expuestos y resultaban, en consecuencia, mucho más verosímiles. La recreación del mundo periodístico es un punto a favor del film; nodal en el desarrollo del relato, la discusión entre las formas de organizar el caos informativo y el rol del periodista en el mundo real (más allá de lo teórico) establecen una red conceptual en donde el caso investigado sirve para exponer algunos desajustes entre la justicia y el saber popular, la corrupción y su vínculo con los medios de comunicación; una pátina de realismo rioplantese, diríamos.
MIGUEL COHAN dirige con oficio y conocimiento del género este drama de suspenso, un policial negro clásico, con intriga y vueltas de tuercas argumentales inesperadas. Un elenco sólido en el que se destacan DANIEL FANEGO, tremendo en su papel de periodista de vuelta de todo, y MERCEDES MORÁN como la BETIBU del título, una escritora apasionada y apasionante. La excelente factura técnica, termina de redondear una de las grandes cintas nacionales de los últimos tiempos.
Atractivo policial centrado en el periodismo Todo empieza con un asesinato. En el distinguido country La Maravillosa, una empleada doméstica descubre que su patrón, Pedro Chazarreta (Mario Pasik), ha sido degollado. El hecho no tarda demasiado en convertirse en una noticia de fuerte impacto nacional: la víctima no sólo era un influyente empresario sino también el principal sospechoso de haber matado a su esposa. Con ese punto de partida, Miguel Cohan (director de Sin retorno y coguionista de esta transposición del best seller de Claudia Piñeiro) construye un atractivo thriller que combina con bastante precisión elementos propios de la dinámica periodística con otros aspectos vinculados con los manejos turbios (corrupción, tráfico de influencias) en las altas esferas del poder económico y político. Los protagonistas de Betibú son tres: el personaje que le da título a la película, interpretado por Mercedes Morán (una brillante autora que ha abandonado por decisión propia la escena literaria para refugiarse como escritora fantasma) y dos prototípicos exponentes de la sección policiales: el periodista veterano, bohemio y ya desgastado (está a punto de firmar su retiro voluntario) que encarna Daniel Fanego; y el joven un poco arrogante y bastante inexperto (Alberto Ammann) que asume como jefe de El Tribuno, un diario manejado por capitales y ejecutivos españoles. Ellos -por diferentes motivos y circunstancias personales- coincidirán en investigar el caso de Chazarreta y, claro, sus inesperadas derivaciones y múltiples alcances que no conviene adelantar aquí. Betibú es un film sostenido sobre todo por los diálogos y -más allá de algunos pasajes en que pueden resultar un poco forzados por ciertos desniveles actorales- la construcción de la tensión y el interés nunca se resienten. En favor de Cohan y su equipo juegan la minuciosa y creíble descripción del funcionamiento interno de una redacción de diario (incluida la relación con informantes y hasta con jerarcas policiales) y de la vida cotidiana en los countries (Piñeiro ya había escrito Las viudas de los jueves, también llevada luego al cine). El resto (quién o quiénes son los culpables, cómo se organizan y operan muchas veces desde las sombras las principales estructuras del poder) deberá descubrirlo el espectador en pantalla. Vale la pena.
La muerte no es ninguna solución El best seller de Claudia Piñeiro, con pequeños retoques, es un drama sobre la sociedad enmascarado de thriller. La novela de Claudia Piñeiro, salvo algún personaje borrado, las características de varios y la suerte con que termina otro -todo obedeciendo a la adaptación y la coproducción con España- sigue su curso y sus temas en su traslado al cine. Betibú habla de corrupción, de una sociedad en estado de putrefacción, celos laborales, amistades, pactos, manejos de poder político y policial. Betibú es el apodo que una exitosa escritora de novelas policiales se ganó hace un tiempo, y que, tras un paso desafortunado en la literatura romántica, se gana la vida como “escritora fantasma” en una editorial”. Pero cuando, crisis mediante, se corta ese trabajo, acepta la oferta de Rinaldi, el jefe de redacción de El Tribuno (el madrileño José Coronado), con quien había tenido un affaire, de escribir sobre el asesinato de un empresario en un country. Y allí se instala, en una casa en La Maravillosa. Los personajes centrales son tres, y lo mejor de la realización de Miguel Cohan es ese ensamble entre Betibú y los dos periodistas de El Tribuno que se suman a la investigación del crimen. Porque los manejos de zorro y buen periodista de Brena (Daniel Fanego), que fue removido de la sección Policiales por capricho del jefe de redacción, pero debe ayudar al recien llegado (Alberto Ammann), son el condimento de la trama. O tal vez sea que Fanego cumple, una vez más en cine, una de esas composiciones difíciles de olvidar. Hay, matizando el thriller, apuntes o inquietudes sobre el periodismo en general, y el funcionamiento de un multimedios de capitales españoles en particular, del que El Tribuno forma parte. Aunque hay ramificaciones con el poder, Betibú no es Todos los hombres del presidente, y fija su foco en la resolución del asesinato. En la primera mitad reparte las cartas, y en la segunda se da el juego fuerte. Perdura, como en Las viudas de los jueves, de la misma autora, el sentido de complicidad y amistad de los personajes. Y si la relación entre Rinaldi y Betibú parece forzada, no lo es la del trío. Mercedes Morán asume un protagónico en una veta distinta a la habitual, y trabaja bien para la cámara, mientras el cordobés Amman (Celda 211 y Tesis sobre un homicidio) hace todo lo necesario para que resulte entrador. Betibú sigue la línea de Haddock Films, que también produjo El secreto de sus ojos, Las viudas..., Todos tenemos un plan y Tesis..., entre otros dramas enmascarados de thriller a partir de la búsqueda del autor de un crimen. Es como el sello de una productora -como fue la Hammer y el terror-, haciendo cine de género, algo nada habitual por estas latitudes.
Un policial que se queda a mitad de camino Betibú quiere ser una nueva muestra de que un tipo de cine argentino de corte netamente industrialista, popular y clásico en su forma es posible. Quiere ser y por momentos lo es: con nombres como Axel Kuschevatzky, Daniel Burman, Diego Dukovsky y Vanessa Ragone en distintos roles del área de producción, plena de publicidades encubiertas que abarcan desde gaseosas hasta noticieros y diarios, narrada con seguridad y confianza, portadora de una solvencia admirable para dosificar la información necesaria para constituir el puzzle detrás de la muerte de un acaudalado empresario, técnicamente irreprochable y con un casting justísimo, el opus dos de Miguel Cohan es una de las películas que mejor aprehende el modelo comercial y artístico de Hollywood en los últimos años, síndrome del redondeo final incluido. Esto dicho también porque la concepción del film podría entreverse desde antes de su génesis: al igual que en gran parte del cine norteamericano, la materia basal es un libro, firmado en este caso por una de las plumas más reconocidas –y reconocibles– de la literatura argentina como es Claudia Piñeiro, la misma detrás del texto original de Las viudas de los jueves. El film empieza con un largo plano secuencia por una casa de un country que culmina en el hallazgo de un cadáver. Muy parecido a la escena inicial de los tres cuerpos flotando en una pileta de Las viudas..., es verdad, pero aquí el eje estará menos en la representación del ocaso del modelo neoliberal, con toda su preocupación por el qué dirán y la propensión al lujo melifluo y la cáscara explotando durante diciembre de 2001, que en el liso y llano develamiento de los nombres detrás de esa muerte. Candidatos para haberle rebanado la yugular no faltan, ya que la víctima era un tipo con poder y el menudo antecedente de haber sido acusado del homicidio de su esposa. La investigación estará a cargo de tres periodistas. Mejor dicho, dos periodistas y una escritora de novelas policiales (la Betibú del título, interpretada por Mercedes Morán), a quien el editor español –gajes de la coproducción, que le dicen– de un diario le ofrece inmiscuirse en ese microcosmos enrejado con el fin de narrar desde adentro la cocina del crimen. Los contactos y la perspicacia del veterano de Brena (notable Daniel Fanego, hallazgo demasiado tardío del cine argentino), el empuje del principiante Mariano (Alberto Ammann) y la imaginación y capacidad de observación de Betibú hacen del trío un complemento perfecto, ideal para meter las narices un poco más profundo en el caso, descubriendo así una serie de asesinatos inconexos que finalmente no lo serán tanto. Al igual que en la no del todo valorada Sin retorno, Miguel Cohan se muestra, incluso a su pesar (ver entrevista en este diario del último sábado), como un narrador de policiales aplomado y seguro, siempre dispuesto a invisibilizarse y ponerse al servicio de sus actores y la progresión del guión coescrito por él y su hermana Ana. El resultado es un relato terso y fluido. Lo contrario a otra película argenta alla Hollywood como fue Tesis de un homicidio, donde la imagen recurrente de una moneda operaba como un indicio insoslayable del rumbo del desenlace. Pero la vocación eminentemente masiva del film muestra su anverso en los últimos 25 minutos, cuando el diablo del redondeo mete su cola obligando a un apelotonamiento de explicaciones en off para culminar en una arbitrariedad de guión que aquí no se develará, pero que seguramente hará fruncir el ceño a más de uno. Desenlace agujereado (¡¿qué pasa con El Gato?!) e incluso facilista, Betibú se queda a mitad de camino. Los espectadores, también.
Una obra honesta y de calidad La segunda experiencia de Miguel Cohan como director es satisfactoria. La adaptación se centra en la historia policial a la que suma varias capas de complejidad y misterio. La cámara toma un cuarto, recorre el respaldo de un sillón de cuero que domina el lugar, hace un paneo sobre los portarretratos que están sobre una coqueta mesita y finalmente se instala frente a Pedro Chazarreta, sentado, degollado, muerto. Comienzo clásico para un policial correcto, con un crimen, la incógnita sobre el asesino y en el medio más muertes que se apilan y complican la resolución del caso. Después de Las viudas de los jueves, nuevamente un libro de Claudia Piñeiro es elegido para su adaptación, en este caso a cargo del propio director de la película, Miguel Cohan (Sin retorno) y su hermana Ana, que a la hora de trabajar el guión tomaron el camino lógico de concentrarse en la historia policial, con la escritora Nurit Iscar (Mercedes Morán), el veterano periodista Jaime Brena (Daniel Fanego), más el novato Mariano Saravia (Alberto Ammann), como los investigadores del caso que va sumando capas de complejidad y misterio. Todo en Betibú es correcto, con un legítimo esfuerzo por atenerse a las reglas del género policial desde una historia oscura, que arranca antes, con la víctima como sospechoso de haber asesinado a su mujer. Y entonces Brena que lo conoce pero que por una estupidez es apartado de su cargo como jefe de policiales del diario por el director del medio (José Coronado), tiene que soportar que le pongan como superior a un periodista joven e inexperto, aunque sin embargo entre ellos se va a establecer una relación de confianza y se van a complementar perfectamente con Nurit-Betibú, autora en desgracia –su último libro no funcionó, la relación que tenía con el director del diario tampoco–, que es convocada para vivir en el country La Maravillosa y desde el mismo lugar de los hechos escriba sobre el caso. Una muerte real para alimentar su pluma de escritora de policiales. Lo cierto es que la segunda experiencia como director de Cohan (que durante muchos años fue asistente de Marcelo Piñeyro) es satisfactoria, un trhiller que básicamente se asienta sobre el policial pero que no profundiza sobre la mirada femenina, tan presente en el libro. Por supuesto, el film es una adaptación y las reglas del cine son otras, pero da la impresión de que al haberse concentrado la línea dramática en los asesinatos, el relato perdió riqueza, que logra recuperar cuando explora la química entre Betibú y Brena, con Morán y Fanego que juegan a la seducción con mucho oficio. Por lo demás, el condimento de la corrupción en la historia y el pantallazo al mundo periodístico es bastante realista, que junto a una cuidada puesta en escena dan como resultado una película honesta, un film industrial de calidad que logra superar sus inconvenientes y no decepciona.
Entretenida intriga en un country Ana y Miguel Cohan, también director, escribieron en 2010 un buen relato de planteo ético, "Sin retorno", centrado en el peso de acusaciones falsas o merecidas, según se mire. Ahora escribieron, y él vuelve a dirigir, una interesante adaptación de la novela de Claudia Piñeiro "Betibú, donde tres investigadores buscan las verdaderas causas de una muerte y descubren, entre otras cosas, algunos planteos muy actuales sobre los alcances de la justicia sin testigos, sea por mano propia o por encargo. El relato sabe atrapar al espectador, lo obliga a estar atento, teclea sólo en el mismo lugar donde también lo hace la novela, y deja pensando. La intriga empieza en un country. Tiempo atrás una de sus habitantes apareció muerta. Siempre se sospechó del marido. Ahora él aparece muerto. ¿Alguien se tomó venganza, se vengó de otro daño, o fue sólo torpeza de unos rateritos, como dice la versión oficial en trámite? La inspección periodística descubre un marco vacío. Acaso alguien se robó la foto. ¿Qué foto? ¿Cuándo? ¿Por qué? A partir de allí, más noticias de muertes dudosas, y, como pasa cada vez que la verdad está peligrosamente cerca, empezamos a temer por la suerte de los investigadores. Hay un trío de investigadores, otro de amigas, otro de cómplices de ya sabremos quién. Y se repite tres veces el verbo de la canción de Benny Goodman que da comienzo al relato: "Sing, sing, sing". Y hay varias parejas de perros, entendido esto en un sentido amplio. Muy graciosas, las dos escenas con perros de veras, aunque acá hay menos humor que en la novela. Sólo unas rápidas pinceladas, como los guardias que de pronto quedan del lado de afuera de la barrera, o el comisario que saca de la biblioteca del muerto un libro a título de (imposible) regalo postmortem, y ahí nomás lo hace autografiar por su autora, que estaba "de visita". Los diálogos, incluso, parecen menos agudos, pero tienen un elogiable manejo de la síntesis. Por ejemplo, el siguiente de apenas dos líneas. El tipo, directivo español que la va de langa: "¿Te acuerdas lo bien que lo pasábamos nosotros?". La mina, tras echarle brevemente una mirada de irónico desprecio: "¿Y cómo está tu mujer?" Suficiente para entender toda una historia entre ellos dos. Otras partes, en cambio, requieren mayor atención. Este es uno de esos policiales que después uno quiere rever en su casa, para apreciar mejor el entramado, o humillar a otro espectador que no terminó de entenderlo. Pero es bastante claro, y, dicho sea de paso, ya que estamos, también tiene que ver con los sentimientos de humillación y vanagloria. Intérpretes principales, Mercedes Morán, Daniel Fanego, Alberto Ammann (años trabajando en España y todavía le asoma cada tanto el tonito cordobés). Soportes destacados, dentro de un largo elenco, Lito Cruz en plan de Malevo simpático, Osmar Núñez, José Coronado, y en especial Norman Briski, que desliza una curiosa sospecha: los descensos de River, Palmeiras e Independiente fueron provocados como parte de una operación inmobiliaria. Bueno, acá alguien tiene una hermosa oficina con vista al Monumental, pero no se distraiga el espectador con este dato. Productores principales, Haddock, Telefé, y la española Tornasol, el trío de "Las viudas de los jueves" (también sobre novela de Claudia Piñeiro), "Sin retorno", "Tesis sobre un homicidio". Asunto lateral, pero regocijante para veteranos de la investigación periodística: la primacía de los archivos de papel, e incluso los de U-matic, sobre las informaciones bajadas de Internet, que pueden "reeditarse" fácilmente. Asunto mucho más lateral, en el que algunos pondrán un acento distractivo: la compra de una editorial de autoayuda por parte de un diario de capitales extranjeros. Intriga sin resolver ¿por qué ciertos personajes tienen apellidos tradicionales, como Chazarreta, Echagüe, Bengochea, Saravia, y hasta hay un establecimiento educativo Urquiza?
Crímenes, medios y grandes actores Nurit Iscar (Mercedes Morán) ha sido una reconocida escritora de policiales, pero ahora las cosas no le están yendo tan bien; escribe novelas bajo un seudónimo, y la inspiración parece haberla abandonado. Dos años atrás escribió una de sus mejores obras, sobre el asesinato de una mujer en el country "La maravillosa"; ahora el viudo ha aparecido degollado en la misma casa y los recuerdos y los crímenes parecen haber vuelto a la vida de Nurit. Considerada una experta en el caso, Nurit es llamada por el director del diario "El tribuno" -su ex amante- para que se instale en el country y escriba una columna diaria sobre la situación en el lugar. Mientras tanto, dos periodistas del diario, Jaime Brena (Daniel Fanego) -un periodista de policiales de la vieja escuela con mucho aplomo y experiencia-, y Mariano Saravia (Alberto Amman) -un joven al que el diario quiere poner al frente de policiales para reemplazar a Brena- deben encargarse de cubrir el caso. Este ecléctico trío debe trabajar unido para llevar a cabo una investigación que atrapa al espectador desde el comienzo. Cada pieza que encuentran, cada pista, los lleva a un nivel más profundo donde el suspenso aumenta, y las cosas se vuelven cada vez más interesantes. Todo puede ser posible, un robo, una venganza, pero el crimen va mucho mas allá de eso, lo que logra que la película sea dinámica, atrapante y con un muy buen final. La química entre Brena e Iscar, quienes en el medio de tanto ajetreo parecen no tener tiempo para el romance; la relación entre el periodista cerca del retiro, y el joven que parece querer llevarse el mundo por delante, y la forma en que terminan aprendiendo uno del otro, son algunos de los mejores elementos de la película. Fanego, como siempre, excelente en su interpretación. Técnicamente el filme es impecable, y sobre todo con personajes muy bien construidos, con un crimen que además de tener todo lo necesario para interesar al espectador, tiene como telón de fondo la corrompida relación entre los medios y el poder. Construida para ser un tanque comercial, esta película está a la altura de varias producciones Hollywoodenses, como para competir en la taquilla de igual a igual.
Ya el libro de Claudia Pineiro atrapaba al lector con una trama atractiva de misteriosos crímenes que se inician desde la muerte de una mujer en un country y su marido como principal sospechoso y una mirada crítica al manejo de los medios El director Miguel Cohan, coautor del guion con Ana Cohan potenció algunas puntas, creó nuevas situaciones, le puso más violencia aún. El resultado es un policial atractivo, ágil, que tiene verdad en sus queribles personajes, en especial el de Mercedes Morán y Daniel Fanego. Disfrutable del principio al fin.
La película de suspenso basada en el libro de Claudia Piñeiro, cuenta cómo dos periodistas y una escritora investigan un extraño suicidio en un country. Nuestro comentario. La realidad y la ficción, los viejos y los nuevos valores (periodísticos y, por extensión, sociales), el galán maligno y el noble, el maestro y el discípulo, thriller y comedia: Betibú de Miguel Cohan se sirve de tales ejes en la adaptación de la novela de Claudia Piñeiro, aunque lo que la sostiene finalmente son los ribetes del guion y el trabajo actoral de Daniel Fanego. Como un detective, mejor ir por partes: la historia transcurre en una Buenos Aires ficticia, donde el suicidio sospechoso del empresario Chazarreta en el country La Maravillosa une a un trío singular: Jaime Brena (Fanego), veterano periodista de El Tribuno; Mariano Saravia (Alberto Amman), joven periodista recién llegado al diario; y Nurit Iscar, alias Betibú (Mercedes Morán), ex novelista policial conocida como la "dama negra de la literatura argentina". Y al principio todo apunta al fresco social cobijado tras la atmósfera de suspenso: Brena tiene como jefe al periodista-empresario de acento español Lorenzo Rinaldi (José Coronado), quien lo corre de su puesto de la sección policiales a la vez que hace ingresar al inexperto Saravia, un joven con masters en el exterior pero poca calle. "¿Llegaste sin gps?", le pregunta Brena a Saravia en el sombrío archivo de El Tribuno; el periodista ojeroso, barbudo y analógico revisa expedientes cenicientos, mientras que el joven más ingenuo y apolítico no sale de su Facebook. A su vez, Betibú es enviada por el mismo Lorenzo a La Maravillosa para que escriba desde allí una columna sobre el caso Chazarreta; la escritora verá así confrontada su defensa de la calle y lo "público" con las caprichosas restricciones que defienden los guardias de la residencia privada. Pero tales guiños sociológicos no son del todo digeridos por la narración, que avanza más a fuerza de golpes de efecto (tensos violines, sabuesos salvajes custodiando una entrada, muertes aquí y allá) que por impulso propio. La Maravillosa, un mundo que promete extrañeza y hasta rasgos fantásticos, es retratado pronto como un country más, afable, sencillo y cordial como la misma Betibú. Esa claridad casi televisiva representada por Morán atenta contra el relato, que persigue en esa cornisa entre intriga y picaresca (a lo Javier Rebollo) su propio tono, y que no siempre encuentra. Además, el trío protagonista, con un Fanego por lo demás sólido y creíble, no funciona del todo: Saravia/Amman es demasiado parco para despertar una relación alumno-maestro entrañable, a la vez que el romance entre Brena y Betibú (que apunta al triángulo amoroso, en tanto Lorenzo también acecha a la escritora) se percibe apresurado. La resolución metapolicial le dará personalidad pos-créditos a Betibú, paradójicamente refutando todo lo anterior a manos de una visión conspirativa e híper pesimista de las cosas, que demuestra que los personajes eran marionetas indefensas antes que realistas agentes sociales.
Creo que ya no hay que decir cuando una película Argentina está muy bien filmada como una rareza. Lo bueno con las películas que apuntan a un público grande y tienen los recursos para hacerlas bien, es que ya han logrado un standard importante en calidad técnica y artística. Betibú es uno de esos casos. Está muy bien filmada, con recursos visuales de lujo y na buena fotografía. Quizás muchos no se detengan en eso, pero ver algo así a mi ya me genera una gran satisfacción y me permite disfrutar la parte de la historia y los personajes. Betibú tiene una regularidad en su relato y en su "entrega de pistas" notable. Nunca decae. Sus actuaciones son excelentes en todos los niveles. Dejemos de lado a Mercedes Morán con un papel hecho a la medida casi, lo que la permite lucirse, un Fanego que se puede escapar de su papel casi continuo de hijo de puta y no por eso no creerle. Un Ammann que entrega una interpretación totalmente distinta a la de Tesis sobre un homicidio. Además de todo eso, lo bueno está en los secundarios. Aplaudo de pie que aparezca un Lito Cruz sin bigote, pero haciendo de comisario... un Gerardo Romano que tiene una gran particularidad en la película y nunca dejarás de sospechar sobre lo que es, un Norman Briski paranóico y para aplaudir de pie. Betibú tiene eso para acompañar toda la historia, está muy bien estructurada en el camino hacia el final. Betibú es un gran policial muy bien filmado y sin lugar a dudas paga el precio de la entrada y permite ir cambiando esa frase de "no parece Argentina" por una "vi una de las buenas argentinas".
No todos los días se estrena un film con la calidad que tiene Betibú. Basada en una novela de la escritora Claudia Piñeiro, una de las damas negras de la literatura argentina que se encarga de explorar los recovecos oscuros del colectivo popular argentino -como ya lo hizo en su inquietante radiografía social Las Viudas de los Jueves- esta es un misterio a la criolla con un formidable sentido del suspenso. La protagonista total de la historia es la escritora de policiales Nurit Iscar, más conocida como Betibú por sus allegados. Ella no está pasando por un buen momento laboral y la sospechosa muerte de un importante hombre de negocios en la tranquilidad de un barrio cerrado hará que la Dama del Suspense entre en contacto con dos periodistas, uno a punto de retirarse y el otro recién familiarizándose con su entorno. Juntos, los tres mosqueteros llegarán hasta el fondo del misterio, uno del que quizás no puedan salir tan fácilmente como entraron. Betibú juega sus cartas con sapiencia, con un muy buen tino de parte del director Miguel Cohan, que no cae en lugares comunes del oficio sino que le da un sabor interesante y de proyección internacional, teniendo como resultado una película sólida y de apariencia pulida, sin olvidarse de las raíces costumbristas. Como si fuese un caso narrado en una historia de Agatha Christie, una pista llevará a la siguiente y no una muerte llevará a otra, haciendo el caso más y más grande según pasan los minutos, y por supuesto más peligroso. El guión del propio Cohan junto con Ana Cohan -su hermana- sigue a los sospechosos de siempre y no tiene grandes set pieces, pero va conectando con sinceridad la relación entre los personajes hasta llegar a la revelación en el acto final, donde el misterio se resuelve y en unos inesperados momentos finales la tensión se eleva al cuadrado y la recta de llegada se transforma en una sucesión de escenas no aptas para cardíacos. No hay mucho que decir tampoco sobre la labor de la siempre inmensa Mercedes Morán, que con su parsimonia habitual se va adueñando poco a poco de su personaje y lo lleva a buen puerto con inteligencia, acompañada por un gran actor como Daniel Fanego como el infatigable Brena, obnubilado por su compañera de trabajo, y la nueva estrella del género, Alberto Ammann, el novato que quiere impresionar a toda costa. Acompañados de figuras de renombre del país como Gerardo Romano, Lito Cruz y hasta una hilarante aparición de Norman Brisky como un maniático de las conspiraciones, la solidez actoral se nota a cada momento. Quizás el haber esperado una adaptación tan pobre y cansina como la de Las Viudas de los Jueves haya funcionado como catalizador para la sorpresa que genera el terminar de ver Betibú, un entretenido policial bien construido que deja con ganas de más. Un proyecto criollo para aplaudir.
"Betibú" es y será una de las grandes películas de este 2014. Un excelente policial negro, muy bien contado (novela de Claudia Piñeiro, guión de Ana y Miguel Cohan) y con un despliegue técnico que da placer ver en pantalla. Tiene momentos de dirección espectaculares, sobre todo la secuencia final o la escena de encuentro entre Betibú y una sombra en una habitación. Grandes actuaciones por parte del trío protagonista, que se nota se han llevado bien en el rodaje y eso suma... estoy hablando de Mercedes Morán, Daniel Fanego y Alberto Ammann. No hay que dejar afuera a varios actores que entran y salen por momentos como Carola Reyna, Norman Briski, Osmar Nuñez y varios más, todos impecables, así fueran minutos en pantalla. Una gran película que quiero que vayas a ver porque está al nivel de las grandes. Te aseguro que te va a fascinar, haceme caso.
Betibú, la segunda película de Miguel Cohan, es un policial negro, el cuál como lo ha confirmado su director, mantiene los márgenes de la previsibilidad pero al mismo tiempo se atreve a ciertas licencias estilísticas propias de quien lo realiza. Remitirse a temáticas de género siempre lleva a lugares de conflicto que intentan determinar cuál es la posición legitimadora y, por ende, absolutamente verdadera. Por eso, es que la aclaración de Cohan acerca de sus licencias no es poca cosa. Correrse del lugar seguro que proporciona la previsibilidad genérica es un riesgo, pero en este caso particular asumir ese riesgo valió la pena. El cadáver de un importante empresario irrumpe la escena periodística nacional y en el silencio profundo de la muerte, solo ha dejado espacios en blanco, una antigua foto desaparecida y millones de enigmas aparentemente sin resolución. “Betibú” explora de manera eficaz el mundo interno de las redacciones periodísticas y allí, el complejo entramado de lo nuevo y lo viejo, de la tecnología y lo analógico, de las posibilidades de conseguir datos y, sobre todo, las formas de acceso a la verdad y las fuentes certeras. En un mundillo donde el poder es la jerarquía principal, desenvolverse por derecha, a veces, no es la mejor opción. Será vía métodos alternativos y circuitos cerrados por donde, finalmente, “el muerto hable”. Con imponente mirada femenina encarnada en la piel de Mercedes Morán, Norit Iscar o Betibú (como deseemos llamarla) es la pieza fundamental para la resolución de este crimen que esconde secretos íntimos anquilosados en un pasado oscuro que difícilmente será posible reconstruir, al menos por el lado de los hechos verídicos. Norit es novelista y como tal su alma ansiosa de aventuras, esta vez, la alejan del plano de la imaginación y la ubican en el centro físico de la escena del crimen. Buscar ese detalle específico que nadie más que ella puede ver es la clave para comprender el desarrollo de este filme dinámico y profundo, que tratando grandes temas como el retiro profesional o el abuso sexual infantil, entre otros, no intenta ser moralista. Con personajes que van más allá de lo que impone el policial, Cohan los dota de humanidad y de rasgos locales particulares que los nutren armónicamente alejándolos del maniqueísmo acartonado de cierto cine de género. Gracias a esta caracterización es que se hace visible el pensamiento apoyándose en la técnica cinematográfica, las hipótesis cobran vida y las elucubraciones metódicas se traducen en acciones concretas. Así como alguna vez vimos en el cine conspirativo de los años ’70, “Betibú” logra capturar cierto estilo de aquella atmosfera con la salvedad de las distancias que los separan, no sólo cronológicas sino geográficas y políticas. Por Paula Caffaro redaccion@cineramaplus.com.ar
Más oficio que inspiración A pesar de las buenas actuaciones, buenos diálogos, y un ritmo narrativo más que aceptable, el relato fílmico presenta una deficiencia en torno al desarrollo de varios de los componentes de la narración: desarrollo insuficiente de los personajes de Saravia y de Brena; desarrollo insuficiente de situaciones que no terminan de anclarse en el marco del drama (conflicto entre Brena y el diario, conflicto entre Brena y Saravia, vínculo entre Brena e Iscar); y falta de integración y desarrollo en la conclusión. En primer lugar, Saravia (Ammann) es el personaje más desdibujado dramáticamente; se nos dice que lo han puesto a cargo de la sección aparentemente por un conflicto que Brena ha tenido con la dirección del diario. No sabemos nada de su pasado, y su aparente conflicto inicial con Brena (que justificaría su presencia en el relato), desaparece en las primeras escenas de la película, impidiendo así que el personaje adquiera una función pertinente en el marco de la trama. Brena ha sido desarrollado un poco más, sabemos que ha tenido problemas con las autoridades del diario por su comportamiento, y sabemos también que es quien ha puesto el apodo de Betibú a Nurit pues está secretamente enamorado de ella. Sin embargo estas dos líneas narrativas posibles no han sido desarrolladas en toda su potencialidad: la relación con las autoridades, no pasa de ser un dato superficial del contexto, e incluso la degradación que debería significar asistir a Saravia, no llega nunca a constituirse en un recurso dramático, ni contra Rinadli (su jefe), ni contra el propio Saravia. (Atención: no conviene leer el párrafo siguiente antes de ver la película) En cuanto a la escritora tampoco se ha desarrollado suficientemente su atracción hacia ella, quedando como entre paréntesis hasta el desenlace. Incluso el origen del apodo “Betibú” que Brena confiesa haber inventado para la escritora no se explica de modo satisfactorio, ni se ahonda en aquel episodio en que él la ha conocido. En cuanto a las situaciones, el defecto más importante a mi entender ha sido en torno al desenlace; allí aparece como un deus ex machina, pero en su forma invertida, la “organización”: una entidad mafiosa que opera impunemente ligada a la cúpula del poder, que ha estado involucrada indirectamente en los crímenes, y que tiene un papel fundamental en la resolución de la historia. Creo que la inclusión de este tópico es interesante, pero hubiese sido necesario incorporarlo orgánicamente en la trama, y no como un elemento aislado del conjunto.
Muerte y misterio en el country El segundo film en el haber de Miguel Cohan es Betibú, un policial nato con un trabajo de producción que nada tiene para envidiarle a proyecciones comerciales-taquilleras estadounidenses. De un calibre técnico impecable y con una historia en mayor medida atrapante, la cinta redondea una buena performance valiéndose de unas actuaciones que mucho tienen que ver a la hora de aportarle solvencia al relato. Tráiler y póster atrayentes y convocantes desde el vamos, acaparan expectativas que, esta vez, no se difuminan con el visionado de la obra cinematográfica. En el country La Maravillosa, una empleada doméstica encuentra degollado a Pedro Chazarreta (Mario Pasik). Todo parece indicar que ha sido un suicidio, pero al tratarse de un empresario de poder, los medios cubren de manera más amplia los hechos y repentinamente las portadas de los diarios lo tienen como acontecimiento central. Desde el diario El Tribuno, Rinaldi (José Coronado) convoca a quien apodan Betibú (Mercedes Morán), una reconocida escritora de novelas policiales, para que se instale en un alojamiento cercano al lugar del suceso y redacte todo aquello que guarde relación con lo ocurrido. Se suman a la investigación Brena (Daniel Fanego) y Mariano (Alberto Ammann). Betibú arranca bien, introduciéndonos de manera breve pero perfecta en el perfil de cada personaje, de modo vayamos distinguiendo qué conductas y carácter poseen los implicados en el desarrollo de la narración. Admite adentrar al espectador en escenas entintadas de un thriller sólido que juega con la indagación y búsqueda de datos que permitan dilucidar si efectivamente el acaudalado se quitó la vida por sus propios medios o algo más turbio y mejor tramado se está pasando por alto. Es en los momentos en que participan e interactúan los tres intérpretes principales cuando la historia se percibe más jugosa y agradable. Imprescindible aquí resultan las encarnaciones de Fanego, de memorable labor, Morán y Ammann, en ese orden. El primero nombrado saca además a relucir la gracia, en complicidad con el público, por sus buenas dosis de ironía en diversos diálogos y comentarios. Betibú, más allá de sonar forzado o poco atractivo cuando se vuelca a la relación entre Coronado y Morán, funciona cada vez que expone la corrupción e incluso desmenuza los papeles de los medios de comunicación, desde su tenacidad hasta en parte desglosar el desempeño de quienes trabajan allí. Interesante también es para el observador presenciar el feeling (por decirlo de algún modo) peculiar entre Fanego, astuto, de la vieja escuela y Ammann, joven, con recurso a la tecnología como parte de su procedimiento laboral, pero novato. En el film, más allá de algunas cuestiones discutibles, se destaca la apelación a una intriga que permanece hasta el final y una tensión que emerge cuando se la necesita. El desenlace, quizás con algunos cabos sueltos en la mente del espectador para que piense, haga memoria y dictamine el veredicto definitivo. LO MEJOR: elementos técnicos, fotografía. Grandes actuaciones, principalmente de Fanego. Interesante policial con giros apreciables. La aparición carismática y alocada de Norman Briski. LO PEOR: la desconexión que se da en secuencias que no enlazan como el vínculo entre el personaje de Morán y el de Coronado. El final, no termina de cuajar. PUNTAJE: 7
Muchos balazos, pocos culpables Claudia Piñeiro pivotea otra vez sobre country, viudas y viudos en este policial de ajustada factura, bien armado, entretenido, que aporta sarcasmo y una mirada liviana pero sugerente sobre comportamientos humanos y la sensación, muy actualizada, de que los balazos van por un lado y la justicia por otro. Hay varios sub temas detrás de la intriga central: la muerte de un hombre poderoso, que años atrás había sido acusado de haber matado a su mujer. Lo encontraron degollado en su casa del country La Maravillosa. ¿Qué pasó? Dos periodistas (un viejo cronista de policiales, ducho y sobrador, y un novato algo exagerado en sus recelos) y una autora de novelas negras van hasta el country. Y entre los tres empiezan a investigar. De a poco se darán cuenta que detrás de un crimen siempre hay varios libretos. El filme, como en las novelas de Piñeiro, va del costumbrismo al clima opresivo, de las señales visibles a los lazos apenas insinuados. Todo asoma de a poco, en medio de un mundo de secretos y forzados olvidos que destapan una realidad que le tiende celadas a los que buscan la verdad y que le tiende trampas a los que intentan taparla. “Betibu” nos dice que sobran perejiles y faltan culpables, que la impunidad doblega la mejor investigación, que el pasado, en el crimen y en el amor (la relación de Betibú y el editor) está llena de pistas falsas. No todo se sabe, nos dice otra vez Piñeiro. Y no todo lo que se sabe se puede decir, nos dice el editor. Y el realizador Cohan ubica esa metáfora en un diario manejado por un español que juega con sus tapas como juega con sus amantes y en una policía tan exigente con sus vecinos (la escena de Betibu a la entrada del country) y tan distraída con sus criminales. Más allá del abrupto final, algo descolgado, el relato está bien llevado y el film, aunque le falta intensidad y mugre, interesa y entretiene. No hay puntos flacos, todo está muy cuidado, hasta las escenas circunstanciales son creíbles. La redacción, el pequeño combate entre el periodista viejo y el nuevo, entre el papel y el celular, están bien retratadas. También tienen vida propia los personajes secundarios. Piñeiro avisa que no conviene acercarse demasiado a las cosas, arriesgarse, investigar, reescribir los hechos, porque al final, los que tienen poder, como en las películas, son los dueños del corte final. “Betibú” tiene desniveles, pero lo mejor es la actuación de Daniel Fanego. El solo con su presencia le da veracidad, sutileza, carnadura a su personaje. Es lejos la figura sobresaliente de un elenco con varios secundarios muy bien redondeados (Norman Brisky, Osmar Núñez, Carola Reyna), pero lo de Fanego está un paso por delante. A veces un actor es capaz de llevar de la mano el tono del el film. Y eso pasa con este gran actor, un segundo de lujo. Su Jaime Brena es zorro, autosuficiente, intenso. Y desde su penetrante mirada aporta la dosis justa de ironía, experiencia, ilusión y cansancio.
Betibúuuuuuuuu “Acá no puede ingresar nadie, sobre todo si son periodistas”. Palabra más, palabra menos, eso le dice un policía que cuida la escena del crimen a tres periodistas que se acercan a investigar en Betibú. El diálogo, excesivamente artificial y subrayado -¿si no puede ingresar nadie, por qué remarcar “sobre todo si son periodistas”?-, es uno de los tantos diálogos fuera de registro de una película que abusa demasiado de este tipo de textos para comprobar su tesis desde el segundo cero. Pero si su demasiado lineal mirada sobre las clases pudientes (estereotipada y prejuiciosa) no fuera suficiente, Betibú suma problemas narrativos con una historia de investigaciones insuficiente y unos personajes repletos de clichés mal trabajados. Miguel Cohan, que en Sin retorno había conseguido fusionar acertadamente los elementos del thriller con un subtexto social y una mirada compleja sobre los vínculos entre clases, en esta adaptación de la novela de Cecilia Piñeiro (la misma de La viuda de los jueves, que tenía problemas similares) no logra que el entramado de poderes y poderosos sea atractivo, básicamente porque su acercamiento a ese universo de barrio cerrado no sale del lugar común y de la mirada tranquilizadora de clase media: ¡ay, qué malos y feos que son esos seres (des)humanos! El cine nacional se debate en ocasiones entre esas dos miradas, por un lado los que suponen que las clases bajas sólo construyen borrachos, faloperos, asaltantes y mujeres sexualmente demasiado activas; y por el otro estos thrillers sórdidos en los que el poderoso estuvo vinculado indefectiblemente con la dictadura o, al menos, con lo más represivo y fascista de la sociedad. Betibú es de esta clase de películas. Pero aún si coincidimos en su mirada, la película tiene muchísimos otros problemas. Por empezar, se adscribe al subgénero de película de procedimiento, esa en la que los protagonistas llevan a cabo una investigación para resolver un caso policial, investigación que en Betibú llevan adelante dos periodistas y una exitosa novelista de policiales. La película de Cohan no sólo es poco rigurosa y da miles de vueltas sin mayor vuelo visual y narrativo, sino que además al llegar la hora de las conclusiones y resoluciones es bastante insatisfactoria. Problema fundamental: la protagonista resuelve el caso con datos nunca expuestos al espectador, y ese desconocimiento hace que la resolución sea abrupta e inverosímil. Incluso esto se nota por la falta de timing con la que se resuelve la película. Otro inconveniente de la película son sus personajes. Mercedes Morán es, supuestamente, una notable escritora. Así se encargan de afirmarlo todos los que la rodean. Sin embargo, cuando escuchamos las crónicas que está publicando para el diario El Tribuno, las mismas son un resumen de lugares comunes y metáforas trilladas. Fanego y Ammann interpretan a periodistas colegas, distanciados generacionalmente: el primero rehúsa de la modernidad, el segundo es uno de esos cronistas high-tech que transitan las redes sociales. Entre ambos se da un conflicto vinculado con las nuevas formas que ha adquirido el periodismo, expulsando a aquellos que cumplen con la profesión de manera más tradicional. El debate no dura más de 20 minutos, los periodistas se convierten velozmente en compinches y aquel conflicto se desinfla. No sólo la película pierde un tema secundario (algo trillado, pero que descomprimía del tema central), sino que además deja en escena un exceso de personajes: el de Ammann o el de Fanego termina sobrando en esta investigación; tres son multitud. Pero bueno, Betibú se encarga de recordarnos que los medios fueron comprados por empresas extranjeras, que esas empresas tienen sus lazos invisibles por debajo de la sociedad con los sectores de poder, que esos sectores de poder son malvados y corruptos y han vejado la más ingenua pureza del ser argentino. Con prepotencia, Betibú nos dice que nadie puede estar en contra de esa reflexión porque no le importa ni la coherencia, ni la lógica, ni la rigurosidad expositiva. En definitiva, el fin justifica los medios. Y los miedos.
Excelente thriller nacional La historia de un asesinato de un poderoso que vive en su casa en un country. Un diario de capitales extranjeros que envía a cubrir la información a un novato jefe de policiales. Hay filmes que seguramente si vinieran de Hollywood o de alguna industria cinematográfica afín se estaría hablando de él mucho tiempo antes. Es que hay géneros, como el thriller que tiene que ser extranjero para ser bueno. Por todo esto es que como critico uno quizás disfruta el doble cuando un film de genero este excelentemente realizado y además sea nacional, basado en un libro de una autora argentina y con algunos de los mejores actores argentinos en el protagónico. Esto es en resumen “Betibú”. La historia de un asesinato de un poderoso que vive en su casa en un country. Un diario de capitales extranjeros que envía a cubrir la información a un novato jefe de policiales. Un veterano periodista de policiales que lo va a ayudar y una excelsa escritora y que fuera periodista del diario a quien le encargan realizar columnas sobre dicho asesinato. Lo demás lo dejamos para que lo vaya descubriendo en el cine. “Betibú” es la reafirmación de lo que su joven director Miguel Cohan había insinuado en su opera prima “Sin retorno”, un gran director que maneja los tiempos en forma concreta y concisa, que no se va por las ramas ni da datos que no tenga que dar, pero tampoco faltan los que deben estar. Incluso los personajes secundarios en mayor o menor medida tienen su razón de ser y de estar en el film. Eso es merito del director y de un guión sin fisuras. Un Thriller policial que además cuenta con unas actuaciones soberbias. Tanto Mercedes Moran como Daniel Fanego vuelven a demostrar que son dos de los mejores actores nacionales del momento, y, en este caso, están acompañados por un gran trabajo de Alberto Ammann (Tesis de un homicidio) como el novato jefe de policiales, pero también todos los actores secundarios (algunos con mayor importancia en la trama que otros), pero todos fundamentales, conforman un casting del mejor nivel del cine nacional. Que algeria es dar buenas noticias. Que alegría es poder recomendar películas como “Betibu”. Si le gusta el genero, no se la pierda.
El rompecabezas manchado de sangre El equipo periodístico integrado por la escritora Nurit Iscar -a quien apodan Betibú-, el veterano cronista Jaime Brena y un joven editor de noticias policiales investiga un crimen. Es un caso resonante, que explotó en el interior de un country y encierra una compleja trama de intereses personales. La participación de muy buenos actores en roles secundarios (Norman Briski, Lito Cruz, Osmar Núñez, Carola Reyna) jerarquiza películas como “Betibú”. Claro, es lo más cercano a un cine industrial argentino. O, mejor dicho, la clase de filmes que se producirían a roletes si en nuestro país existiera una industria. Películas necesarias, bien hechas sin alcanzar alto vuelo artístico -y tampoco lo pretenden-, capaces de traccionar al público a las salas. Cine de género, en este caso policial, que se permite rozar otros temas. Detrás de “Betibú” aparecen la novela de la exitosa y prolífica Claudia Piñeiro y la producción de Daniel Burman, Diego Dubcovsky y el omnipresente Axel Kuschevatzky. Fuertes espaldas para que el director y guionista Miguel Cohan (el mismo de “Sin retorno”) moviera las fichas de este thriller que no renuncia a las formas ni a los principios de un intríngulis policial con todas las letras. Hay una víctima famosa, crímenes conectados, sospechosos que van descartándose y una foto que se las trae. Piñeiro ya había escrito sobre la cara oculta de los countries (“Las viudas de los jueves”, llevada al cine por Marcelo Piñeyro), pero felizmente la trama escapa de ese ámbito porque el rompecabezas va armándose en otras escenografías. La búsqueda de esas piezas y las vueltas de tuerca -pocas, pero eficaces- son las que mantienen la tensión. Los diálogos breves y creíbles son un activo de “Betibú”, tanto como las actuaciones y el oficio con la que están resueltos planos y situaciones. Esa sencillez es toda una fortaleza visual. “Betibú” ensaya una visión sobre la prensa gráfica, algo estereotipada es cierto, tanto como la construcción de otros personajes (el informante, el comisario de la Bonaerense). Hay trazos gruesos de la relación de Betibú con el jefe de Redacción. También queda algún cabo suelto en el epílogo, que de todos modos se plantea tan abierto como previsible.
La muerte ronda el club house Basada en la probada novela policial de Claudia Piñeiro, Betibú propone una ficción que respeta los principios del policial clásico. La aparición del empresario Pedro Chazarreta degollado en su sillón predilecto alerta a los vecinos del exclusivo barrio privado La Maravillosa. El hecho, en apariencia aislado, también despierta la curiosidad periodística de Jaime Brena, un veterano que fue desplazado hace poco de su puesto como jefe de sección en el diario El Tribuno: en su lugar han puesto a un joven cronista, con quien formará dupla para investigar las misteriosas muertes del country. Además, el diario resuelve sumar a Nurit Iscar, una escritora de novelas policiales caída en desgracia –por amor–, que deberá mudar su vida y sus penas a La Maravillosa para dar forma a una columna semanal sobre el caso. El director de Sin retorno propone un recorrido en el que la muerte parece a la vuelta de la página; dos horas en las que este trío en apariencia disfuncional irá desenmarañando los hilos de una trama capaz de exceder los límites de un simple caso policial, con un final inesperado hasta para los lectores de Piñeiro. El cuidadoso casting se completa con las brillantes participaciones de Lito Cruz, Norman Briski, José Coronado, Carola Reyna, Marina Bellati, Mario Pasik, Gerardo Romano y Osmar Núñez.
Un thriller nacional interesante y conformado por un gran elenco .Un asesinato que oculta una verdad perturbadora. Todo gira en torno a la muerte misteriosa de un poderoso empresario de nombre Pedro Chazarreta (Mario Pasik) quien aparece degollado en su casa de La Maravillosa, un exclusivo country en las afueras de Buenos Aires. Chazarreta hace tres años atrás fue acusado de matar a su mujer. Quien se hace cargo de la investigación es “El Tribuno”, un prestigiosos diario y los destinados para cubrir la parte periodística son: el periodista Jaime Brena (el brillante Daniel Fanego) jefe de la sección policiales próximo al retiro y su reemplazo será el joven inexperto Mariano Saravia (Alberto Ammann, el cordobés, ganador del premio Goya como revelación por el film “Celda 211” en el 2010, aquí en una interpretación solida), muy rápidamente vemos la tirantez que existe entre ellos. Para este caso tan especial el director de “El Tribuno”, Lorenzo Rinaldi (José Coronado, actor madrileño), no tarda en ofrecerle una columna a la reconocida novelista de policiales Nurit Iscar apodada “Betibú” (Mercedes Morán de estupenda actuación, a pesar que mantiene algunos latiguillos televisivos), que quiso dedicarse a la novela romántica , fracasó y se encuentra fuera del mercado; y como no se encuentra trabajando se ve obligada a volver a colaborar con Rinaldi quien fue su amante (y como dice el refrán” donde fuego hubo cenizas quedan”, por lo menos de algún lado), y accede a instalarse en el country para resolver mejor el caso. De manera que queda conformado un trió perfecto para la investigación (los tres tienen buena química), Brena tiene mucho oficio y pertenece a la vieja escuela del periodismo (se hace en la calle y en el bar); el inexperto Mariano aportará lo suyo y junto a Nurit Iscar observadora y curiosa (además descubrirá el origen de su apodo “Betibú”), intentarán resolver el crimen. A medida que transcurre la historia cada vez se torna más interesante, llena de misterio e intriga. Resulta atrapante y atractiva, todos son sospechosos, contiene todos los elementos necesarios del thriller y policial con una trama bien oscura, se van creando distintos climas, como el del diario, entre otros toques, la participación de un personaje que no se encuentra en la novela homónima de Claudia Piñeiro que es Gato interpretado por Norman Briski, le otorga algún toque de humor y está hecho a su medida. Personajes secundarios: Roberto Gandolfini (Osmar Núñez), Luis Collazo (Gerardo Romano); Comisario Venturini (Lito Cruz); Hermano Chazarreta (Fabián Arenillas), entre otros. El guión de Ana y Miguel Cohan, posee algunas similitudes con el de “Las viudas de los jueves”, “Todos tenemos un plan”, “Tesis de un homicidio”, entre otras. Está bien contada, es muy buena la banda sonora de Federico Jusid y la fotografía. Toca temas bastante jugados: los engaños, los celos, la traición, la competencia laboral, la amistad, la corrupción, el poder policial y la política.
Dos son los géneros que se han consolidado como de mayor atractivo en la Argentina: la comedia de costumbres y el policial. “Betibú” es un policial de suspenso, de esos donde hay que descubrir al asesino, y también es –un poco a su manera– una comedia de costumbres. E incluso, de un modo lateral gracias a la resolución del “caso”, tiene un giro casi fantástico –casi, no espere lo sobrenatural–. La cuestión es si tantos ingredientes hacen que la mayonesa cuaje. Pues bien: el trabajo actoral lo logra y se nota que al realizador Miguel Cohan –responsable de la más que interesante “Sin retorno”– le importan mucho más los personajes y cómo tratan de vivir a pesar de las amenazas que los rodean, y menos el suspenso. Contrariamente a lo que se pueda pensar, tal es el mayor acierto de la película. Es un placer ver a Mercedes Morán, y es un privilegio ver y escuchar a Daniel Fanego, que logra construir un personaje de una originalidad inusual: un perdedor feliz. Por otra parte, todo el universo del film es al mismo tiempo argentino y universal, y aparece, cruzado y práctico en cada gesto, esa cuestión del autoritarismo, quizás el gran tema vernáculo, presente en todas partes, desde el mundo laboral hasta el del privilegio. Algunas cosas molestas (la música imitativa del lugar común estadounidense, ciertas concesiones a la coproducción) no impiden disfrutar de lo bueno. No es un gran film, pero es un film, pertenece al cine: todo un logro en estas pampas.
Asesino encubierto Crítica en PDF.
El género policial siempre tuvo un lugar destacado en el cine argentino. Durante la “época dorada” tuvimos exponentes como Fuera de la Ley, de Manuel Romero, y Apenas un Delincuente, de Hugo Fregonese. En los ’80 llegaron los films de Juan Carlos Desanzo, entre los que se destacan En Retirada y La Búsqueda, además de Noches sin Lunas ni Soles, a cargo de José Martínez Suárez. A partir del siglo XXI cobró nueva vida gracias a Un Oso Rojo, de Israel Adrián Caetano, y, sobre todo, desde El Secreto de sus Ojos, a la que le siguieron Las Viudas de los Jueves, Sin Retorno, Todos Tenemos un Plan y Tesis sobre un Homicidio. Estas últimas cinco fueron producidas por Haddock Films, Telefe Cine y la española Tornasol, también responsables de la flamante Betibú. Basada en la novela de Claudia Piñeiro (autora del libro en el que se basó Las Viudas…), comienza con la misteriosa muerte de Pedro Chazarreta (Mario Pasik), un poderoso empresario. Al principio parece un suicidio, pero pronto se descubre que fue asesinado. Un crimen nada fácil para resolver: la víctima fue encontrada en su casa, en el country La Maravillosa, y no hay indicios de la irrupción de ningún extraño. Por supuesto, la prensa no deja de estar pendiente, sobre todo los especialistas en casos policiales del diario El Tribuno: el veterano Jaime Brena (Danial Fanego) y el recientemente ascendido Mariano Saravia (Alberto Ammann). Y se les sumará una pieza clave: Nurit Iscar (Mercedes Morán), periodista devenida en autora de bestsellers, conocida por sus allegados como Betibú. Ellos tres, con la colaboración de informantes y de otros personajes cercanos, investigarán el caso y descubrirán que se trata de la punta de un iceberg que amenaza con emerger.
Un crimen misterioso, una investigación en puerta, varios secretos a descubrir con vueltas de tuerca y manipulación incluída, un personaje principal con todos los tics necesarios y una sagacidad única, y personajes secundarios para hacer las delicias de quienes no sólo observan el plano central. Estos, ítems más, ítems menos, forman el manual del policial para que el asunto llegue a buen puerto. Estos ítems más, ítems menos son los que respeta a rajatabla Betibú, segundo opus de Miguel Cohan (Sin retorno) esta vez respetando (salvo algunas incorporaciones y extractos necesarios) la novela homónima de Claudia Piñeyro (La viuda de los jueves). Desde la primera escena sabremos que acá las reglas están para ser cumplidas, música aturdidora en tocadiscos, habitación de mansión de country, Pedro Chazarreta (Mario Pasik) es encontrado degollado en su sillón por su mucama. Si estaríamos ante una serie de TV, luego de esto, vendría la presentación de créditos iniciales con el leit motiv del programa. La investigación policíaca corre por su cuenta, pero hay un dato que nos interesa, Chazarreta era sospechoso de haber asesinado a su mujer en un episodio confuso; y ante su muerte, la atención periodística aumenta a ritmo de morbo. Esto desemboca en que el director del periódico El Tribuno (José Coronado), no solamente mande a su reciente jefe de policiales Saravia (Alberto Ammann) acompañado del semi retirado - a regañadientes - Brena (Daniel Fanego), sino que además incite a que su ex amante, la novelista de policiales y ex periodista ídem Nurit Iscar (Mercedes Morán), complete el trío de investigación y escriba la crónica diaria de la causa en recuadros especiales. No vamos a contar nada de nada de la trama criminal porque es mejor que la descubra el espectador, y porque en verdad, Betibú respira aire de saga, parece, como se insinuó, un capítulo de una serie de TV con un crimen por episodio; en el contexto general no importa tanto el crimen como la resolución que llevan a cabo sus personajes. Nurit Iscar – a quien apodan Betibú – es de esos personajes que nacen para ser protagonistas, por supuesto, ella ve lo que nadie ve, habla lo justo, pero cuando habla sus frases no son banales o resuelven algo o tiran un dardo certero. Brena es el segundo ideal, no sólo tiene una historia con nuestra protagonista, es un personaje querible, que habla lo que no habla Nurit, cabrón pero entrador… y sí, si fuese una serie se merecería su spin-off futuro. A estos dos personajes hay que agregarles la carnadura que Morán y Fanego les imprimen, convirtiéndose en lo mejor del film, lo que hace que se destaque del resto, por separados, o haciendo lujo de una química increíble (atención a las miradas), la atención siempre pasará por ellos. Ante estas dos soberbias interpretaciones, el Saravia de Alberto Ammann no logra destacarse por peso propio, queda en un segundo plano, no por una labor desacertada (su labor es más que correcta), sino simplemente que un trío una de las patas siempre es la que menos se ve; algunos problemas de acento tampoco ayudan. Los secundarios especiales del caso también aportan su plus si contamos que entre ellos figuran Osmar Nuñez, Lito Cruz, Carola Reyna, Norman Briski, Gerardo Romano, y la lista sigue. A diferencia del anterior film de Cohan, Betibú luce más formal. Allí donde Sin retorno se jactaba de hacer un análisis de la culpa, de la utilización de los medios, y de la mentira detrás del “justicia por mano propia”, su nueva película se limita a plantear un crimen atrapante y poner a sus carismáticos periodistas investigadores en medio de una trama que se va enturbiando; lo cual no es para nada poco, es tradicional.
A partir de EL SECRETO DE SUS OJOS, el cine argentino empezó a apostar, cada vez con mayor asiduidad, a la producción de thrillers psicológicos con base literaria coproducidos con España y con elencos mixtos. Todos ellos (me refiero a TESIS SOBRE UN HOMICIDIO, LAS VIUDAS DE LOS JUEVES y, en menor medida, a SEPTIMO) tienen en común una puesta en escena correcta y funcional, un guión que lo domina y controla todo y que incluye variadas vueltas de tuerca, elencos muy amplios y una producción generosa. Con sus diferencias específicas (casi todos los protagoniza Ricardo Darín, aclaremos), funcionan más o menos bien y están narrados con suficiente precisión, pero a la vez ninguno sorprende ni ofrece nuevas posibilidades o variantes para el género. Algo parecido pasa con BETIBU, nuevo ejemplo de esta serie de policiales que, pese a basarse en novelas argentinas (en este caso, otra de Claudia Piñeiro) un colega definió como “españoles”. No por la coproducción ni por parte del elenco, sino porque parecen responder a una tradición de películas de género que se hacen en ese país: sobrias, prolijas, académicas, profesionalmente realizadas y, a la vez, curiosamente faltas de vida propia. Son, más que nada, eficientes transposiciones de novelas exitosas, una puesta en imágenes de textos previamente consensuados por el público. betibu-moranDirigida por Miguel Cohan (SIN RETORNO), BETIBU parte de un crimen en un country, y como la mayor parte de los thrillers citados aquí, prefiere centrarse de entrada más en las relaciones entre los personajes que en la resolución específica del crimen. Y eso es uno de los puntos a favor de todas ellas. Es ahí, y no en la siempre dificultosa resolución de la trama, donde estas películas encuentran su sentido, su respiración, su razón de ser. La novelista cuyo apodo da título al filme (Mercedes Morán), quien escribió varios policiales de éxito pero está pensando en abandonar la literatura, es la principal protagonista del filme. Tras el crimen ella es convocada por el director español del diario El Tribuno (José Coronado) para instalarse en el country del asesinato y escribir columnas desde allí. Para ello contará con la ayuda de dos periodistas del diario: uno más joven (Alberto Ammann), novato y recientemente encargado de la sección Policiales, y otro veterano (Daniel Fanego), que está pensando en retirarse tras ser alejado de ese mismo cargo, pero que es convocado por su experiencia y contactos a colaborar en la investigación. Ellos dos ayudarán a Betibú a resolver un caso en el que la policía no parece saber bien qué hacer y que involucrará cuestiones bastante pesadas. betibuDurante buena parte del relato, Cohan estará más interesado en las relaciones entre ellos: un pasado romance entre Betibú y el editor del diario, las disputas entre los periodistas, los coqueteos entre Fanego y Morán, las amigas de ella, y así. Será la mejor parte de la película, ayudada por muy sólidas actuaciones y por un guión que logra colar efectivas situaciones humorísticas y bastante logrados detalles del trabajo en un diario, mundo que pocas veces refleja bien el cine argentino. La segunda mitad del filme, más centrada en la resolución del caso, es menos efectiva. Se trata del típico caso de complicadas tramas que funcionan mejor en el papel que en el cine, donde hace falta un esfuerzo acaso demasiado grande para que resulten del todo creíbles. Con un elenco de notables actores en roles secundarios (Norman Briski, Mario Pasik, Lito Cruz, Carola Reyna, Osmar Núñez, Gerardo Romano y una notable Marina Bellati aportando los mejores momentos cómicos), BETIBU tiene los elementos y las limitaciones que hacen popular a cierta literatura policial contemporánea ligeramente inspirada en sucesos reales. Y será disfrutada –o no– en la misma medida que lo son esas novelas: como un entretenimiento eficaz, amable, pero no mucho más que eso.
Excelente película de Miguel Cohan basada en la novela de Claudia Piñeyro. El director logra un policial negro con fuerte identidad. Muy bien.
adinerado ejecutivo de apellido tradicional aparece degollado en el confortable country porteño La Maravillosa. Se trata de un caso policial de interés mediático, porque a su vez, la víctima había estado, algunos años atrás, implicada en el resonante crimen de su propia esposa en el mismo lugar, hecho por el cual terminó sobreseído, aunque las dudas sobre su culpabilidad nunca se despejaron. Para investigar acerca de lo ocurrido, el propietario de un importante diario local, recientemente adquirido por capitales extranjeros, convoca a dos de sus periodistas, uno muy experimentado y otro recién llegado a la especialidad. El nuevo directivo (interpretado por el español José Coronado) considera que su periódico podría tener más lectores de incorporarse un punto de vista femenino y literario, que sume “un plus” a los argumentos periodísticos. Con esa intención propone a Betibú, una reconocida escritora de novelas policiales (Mercedes Morán) quien actualmente permanece casi retirada del oficio, para la que esta propuesta implica volver al ruedo acerca de temas sombríos que habían dejado de interesarle. Algo similar ocurre con el personaje de Brena (Fanego), un periodista de la vieja escuela que supo llevar adelante la sección Policiales hasta la llegada de Saravia (Ammann), un joven culto pero algo pedante y sin experiencia. El curioso ensamble entre Betibú y los dos periodistas que se suman a la investigación del crimen, funciona. Los contactos del veterano, la energía del principiante y la imaginación con capacidad de observación de Betibú hacen del trío un complemento donde cada parte se necesita. Brena y Betibú (los más maduros) empiezan a renacer con la investigación y demuestran que no han sido vencidos por el tiempo. Ambos tienen mucho para enseñar al más nuevo: la certidumbre de que las nuevas tecnologías a veces no alcanzan para lograr un objetivo, porque Internet no aporta lo que archivos de papel o antiguas cintas analógicas sí pueden. Por eso, luego de algunos choques iniciales comienzan a complementarse en una relación de amistad y complicidad. Finalmente, el caso se revela de una complejidad impensada: es apenas el comienzo de otros asesinatos aparentemente inconexos, formando una red tan intrincada como inquietante. La deconstrucción del misterio Betibú habla de cambios sociológicos y laborales, de amistades, pactos, de poderes visibles e invisibles pero actuantes en un estado generalizado de corrupción. El foco de las acciones se fija en la resolución de un enigma que implica descubrir una lógica de piezas faltantes que se deben completar. Todo ese trabajo se resuelve en circuitos cerrados entre muros y rejas de countries, estancias custodiadas y claustros antiguos. Pero cuando a partir de allí, se quiere salir con los descubrimientos a la calle y hacerlos públicos mediante la prensa, se da otra vuelta de tuerca. De este modo, tenemos una primera parte que sigue las reglas de una novela policial tradicional, en la que lo racional es la clave para la resolución del misterio y una segunda etapa, donde, a la par que el espacio, la negritud avanza y se siente miedo, mucho miedo. El film no se molesta en entregarnos las cosas servidas en una bandeja. Cohan ofrece suficientes piezas al espectador para terminar de armar la historia y sacar conclusiones. Hacia el final, lo abarcado es mucho más grande y por lo tanto complicado de cerrar. Va en cuestión de gustos el uso de las elipsis para -en los últimos 25 minutos- resolver lo que puede aclararse de la trama, pero también allí es donde sentimos que la película nos suelta la mano, para bien o para mal. De irreprochable factura técnica, con buena muñeca en el manejo del suspenso y el pulso narrativo, Betibú es un buen ejemplo de policial negro sostenido por buenas actuaciones y una sólida producción: un tipo de cine argentino con definido perfil industrial, popular y clásico.
El poder en las sombras La nueva película de Miguel Cohan, director de Sin Retorno (2010), se encuentra enlistada detrás de esa (muy buena) intención que tiene el Cine Argentino de estrenar un par de películas más cercanas a un cine industrial y comercial que al cine de autor. Ambos cines son necesarios, aunque la oferta de películas con intenciones más pretenciosas en la firma autoral es bastante más amplia semana a semana que las de un cine con fines más de entretenimiento. Betibú se basa en la novela de Claudia Piñeiro y cuenta con un muy buen elenco encabezado por Mercedes Morán, Daniel Fanego y Alberto Ammann. Un lindo plano secuencia abre el film mostrando un sangriento asesinato en un country llamado La Maravillosa. Allí, Pedro Chazarreta (Mario Pasik) ha sido ultimado; al toque Jaime Brena (Fanego), periodista de trayectoria a punto de retirarse y recientemente desplazado de la sección policial del diario El Tribuno, se entera del crimen por medio de un informante. El inexperto Mariano Saravia (Ammann), flamante jefe de la parte del periódico antes comandada por Brena, será el encargado de llevar adelante la investigación con la ayuda del veterano periodista. Chazarreta no era ningún nene de pecho, era un tipo con bastante poder y una buena posición económica. Incluso estuvo acusado de ser el artífice del asesinato de su esposa y perteneció en la juventud a una organización de justicia clandestina llamada La Furia. En una jugada para atraerla de nuevo a sus brazos y para que escriba una columna en el diario sobre el enigmático asesinato, Lorenzo Rinaldi (José Coronado), el editor de El Tribuno, decide contratar a Nurit Iscar (Morán), una talentosa escritora de novelas policiales que se encuentra saliendo de la depresión que significó la ruptura con Coronado. Así es como Brena, Saravia e Iscar unirán sus distintas capacidades, llámese la experiencia del personaje interpretado por el crack de Fanego, la fibra y la juventud del llevado adelante por Ammann y la imaginación que posee la caracterizada escritora de Morán, para intentar llevar la verdad al pueblo (lindo eslogan para un diario). Aunque en el camino se deberán enfrentar a una fuerza que opera en las bambalinas del caso, un poder en las sombras que parece capaz de todo con tal de que la verdad no salga a la luz. Es interesante como este segundo largometraje de Cohan apuesta por una narración concisa, que se encarga de desarrollar al trío protagonista con muy buenos resultados. La decepción amorosa de Iscar, el impuesto retiro de Brena por bocón y la inexperiencia de Saravia son algunos de los detalles que Cohan se encargará de contar a medida que avanza el metraje de Betibú. Algunas veces resultan más impostados que otras pero no por eso se puede dejar de destacar la finalidad de su realizador por contar una historia con personajes donde sus ideales están presentes, sus propósitos se encuentran delineados y sus acciones justificadas en la coherencia de su progreso. El problema con Betibú se da en sus 20 minutos finales, donde todo ese entretenido desarrollo de sospechas, periodismo, muertes y engaños es develado por una redundante voz en off (que también es utilizada anteriormente aunque con mejor suerte) y un explicativo flashback que deja cierto sinsabor por el ritmo, la precisión y la soltura con la que Cohan había narrado los anteriores pasajes de la película. También está en el preponderante rol de José Coronado (sólo Fabian Bielinsky en El Aura y Nueve Reinas pudo escapar sin secuelas a la trampa de las “imposiciones actorales” en las coproducciones), aunque la cinta se encargue de aclarar que el diario tiene capitales españoles, una presencia que tiene como consecuencia un fuerte contraste con el tono costumbrista que posee. Por otra parte en el rubro actoral encontramos una (por momentos) llamativamente incómoda Mercedes Morán, un Daniel Fanego que con su desenvoltura y su reconocible voz arrabalera se come la película en cada aparición y un sobrio Alberto Ammann. Más allá del mal paso sobre el final, una falla no menor pero que tampoco hiere de muerte al film, Betibú viene a demostrar que hay un buen material, tanto técnico como artístico, para llevar adelante un cine industrial de buena calidad e intenciones.
"El filme va acumulando tensión, va subiendo; pero al final en vez de explotar, se termina desinflando..." Escuchá la crítica radial completa en el reproductor (hacé click en el link).
Crímenes y Pecados Se sabe que habitar en un country no significa estar mas seguro que afuera de él, y sino recordar el caso García Belsunce. La trama de este intrigante policial pasa precisamente por ello, adaptando al cine la novela de Claudia Piñeiro. Tres periodistas investigan el crimen de un hombre importante sobre quien recaía una sospecha de asesinato a su esposa muerta, ellos son: un calificada escritora llamada Nurit Iscar, apodada "Betibú" -una Mercedes Morán correcta-; un viejo sabueso con influencias -Daniel Fanego, magnífico y superando todo- y uno joven con menos experiencia y conocimiento -un flojo Alberto Amman-, ellos conforman una suerte de desenredantes de una madeja de sospechas, abusos, dudas, más un agregado de personajes variopinto, y una calidad fílmica calificada, es decir se trata sin dudas una producción de altísimo nivel en fotografía y producción, una meritoria música de Federico Jusid, y una inversión monetaria de producto bien terminado. Si bien la película de Miguel Cohan suma todo esto a favor, se hace muy llevadera y entretenida, sobre el final se desmerece un poco en su resolución final, esto igualmente no desacredita su visión muy recomendable para los amates de los intringulis policiales.
Otra vez un crimen, otra vez un country, otra vez una novela de Claudia Piñeiro que pega el salto del papel a la pantalla. Allá por el 2009 le tocó a “Las viudas de los jueves” que digirió Marcelo Piñeyro, cinco años después es el turno de “Betibú” de Miguel Cohan, que además de dirigir es coguionista. Un tal Chazarreta, poderoso empresario que en su momento había sido acusado de asesinar a su mujer, aparece muerto en el country “La Maravillosa”. Los encargados de investigar el caso serán dos periodistas y una escritora de novelas policiales apodada Betibú. Como una versión local de Brad Pitt y Morgan Freeman en “Seven”, Alberto Ammann cumplirá el rol del novato altanero que llega con energías frescas para hacerse un lugar en la redacción del diario El Tribuno, del otro lado estará el gran Daniel Fanego como el que tiene los contactos y la experiencia pero también el cansancio de quien está próximo a retirarse. La tercera y acaso la más incisiva en lo que respecta a la investigación será Mercedes Morán, que demuestra una vez más por qué es una de las mejores actrices de nuestro país. El reparto lo completan Marina Bellati, Norman Briski, Lito Cruz, Osmar Núñez, Mario Pasik, Carola Reyna y Gerardo Romano, cada uno de ellos aportando desde su papel la calidad actoral que sin dudas es el rubro en el que se destaca la segunda película de Cohan. Es una pena que el final no rinda como sí lo hacen los primeros dos tercios del film. Que se haya recurrido al nunca efectivo y facilista recurso de la voz en off para atar los cabos sueltos del guión hace que el espectador deje la sala con cierta decepción.
Jazz, Country y Kirchnerismo Jazz, country y kirchnerismo. Betibu, Lorenzo y Brena. Amante, amigas y amor. Brena, Gato y Mariano. Venganza, crisis creativa y corrupción. Trabajo, honor, moral. Vida, baile y muerte. Noticias, inventos y censuras. Desde tantos lugares se puede abordar este film que no queda opción que elegir solo alguno de ellos. Como ya todos saben, pero no se puede dejar de mencionar, Betibú está basada en el best seller de la dama negra de la literatura Claudia Piñeiro y dirigida por Miguel Cohan, que reincide en el género policial, después de Sin Retorno (2010). 5 cosas voy a decir de Betibú: Cosa 1. Toda referencia al apoyo de un modelo político e ideológico, llámesele Kirchenerismo o Cristinismo, no tiene nada de bueno ni malo en sí mismo. Las obras de arte se inscriben en coyunturas políticas –que novedad- y son per se creaciones subjetivas con una ideología política “X”. Sentí nombrar ciertas críticas a esta intención política y pienso… justamente si es tan claro el lugar donde se posiciona políticamente la película, ¿qué es lo oscuro y criticable? La película tiene una mirada y la expone en la puesta en escena y la verbaliza a través de los personajes. ¿Donde está lo manipulador? La película piensa así. ¿Y qué? Cosa 2. Jazz. Una secuencia de inicio con tinta fílmica de cámara en mano que recorre, con la lentitud del suspenso, los espacios corruptos y oscuros de la casa de Chazarreta. Segundos después un grito alarmante lo descubre en su sillón con el pecho ensangrentado, y bien muerto; la cámara acelera el paso por la casa siguiendo a la desafortunada mujer para salir finalmente a la luz del jardín. Un paneo hacia arriba condecora esta primera secuencia que termina mirando al cielo. Entonces, de lo oscuro del interior del crimen hacia una mirada hacia arriba… ¿Se pide compasión? ¿Es el cielo el único testigo? ¿Es “dios” quién sabrá la verdad de estos crímenes? ¿El narrador omnisciente? Este recurso se repite después de la muerte de Miranda y también al final de la película. Esta idea visual de la mirada hacia el cielo, funciona como una pequeña microestructura anticipatoria en donde, si se partió de una incógnita oscura, se va a ir hacia la iluminación de las pistas. Cualquier policial podría partir con esta premisa, porque el género lo demanda. Lo que está bueno es que finalmente el único que sabe cómo termina el asunto es el espectador. Y esa mirada al cielo, que al principio puede ser un signo de pregunta (¿quién está ahí arriba?), se revela en que es el espectador quien tiene ese lugar privilegiado de poder estar en todos lados y terminar de armar el rompecabezas. Cosa 3. El guión es un lujo. Tres unidades aristotélicas. Cinco actos horacianos. Un lujo estructural con un compás que late al ritmo de la sangre occidental. Tramas tejidas por manos ancestrales. Universos que se van uniendo orgánicamente. Trabaja por pares algunos temas como el amor (amante, nuevo amor) y la camaradería (Brena y Mariano). Los espacios están bien delineados y cada uno tiene su peso en su justa medida. Una dosificación inteligente de la información y los temas. Cosa 4. Donde vive el Gato, el barro se subleva. Cosa 5. ¿De qué sirve un acto de venganza sin testigos? De nada. Por eso, Betibú construye un testigo final y único, el espectador. Un espectador que suele ser testigo de muchas cosas en la vida, y que le toca como tarea terminar de construir el relato. Y ese espectador somos todos.
Primera cuestión a señalar: interesante decisión comercial estrenar una película nacional en la semana de comienzo del BAFICI. Veremos cómo le va a esto que a fin de cuentas es un vistazo. “Betibú” es un vistazo a un género que con liviandad de hace de las mejores herramientas para contar su historia: protagonistas y secundarios magnéticos y una intriga que se sostiene hasta el final aunque la recompensa no sea tan satisfactoria (quiero decir que, para ser ‘una de misterio’, deja mucho que desear; pesa mucho la necesidad de un final descollante y no se da de esa forma). La estrella es Mercedes Morán –siempre firme, ni un gesto de más- y su Nurit (Betibú es el apodo, con una explicación que se hace esperar y tampoco deslumbra) es el centro del relato, que la va de un asesinato y su resolución. No hay mucho más que eso, en otra muestra del síndrome ‘episódico’ que el año anterior trajo “Séptimo”. Aunque se hurgue en el pasado, la narración se siente efímera. “Tesis de un homicidio”, por traer un ejemplo, tenía una complejidad aparte y una profundidad en el trabajo de los personajes que sostenía la historia, sin que pareciese “otro caso más en el capítulo de hoy”. Miguel Cohan ya había transitado algunas de estas zonas en su ópera prima (“Sin Retorno”), pero más allá del planteo abierto en el final, se trató de una película demasiado correcta. De género, pero sin tanto riesgo. Esto sucede porque en Argentina el cine de género industrial está ganando espacio pero todavía se toca de costado. Así era “Sin retorno”, así fue Bielinksy y, aunque hay raras avis acertadísimas como “La corporación”, quizá esa sea la mejor manera. Porque otra vez vuelvo con esto: el tocar de costado permite trabajar el elemento local; tocar de lleno lo descuida, más si se trata de una coproducción (nota al respecto: hace menos ruido el acento de Ammann si se lo justifica como español que si se pretende que sea argentino). “Betibú” en este apartado es, dijimos, un vistazo al género policial. Sin embargo, el crimen como disparador inmediato, los escenarios (el detrás de escena del diario, la policía, el trasfondo de la corrupción y el poder) y la precisa música de Federico Jusid dan cuenta de un trabajo asentado en el género. Entonces, aunque pueda ser intencional, lo que nos queda es un mundo de fantasía: countries, sucuchos, chacras y escuelas desiertas, donde los rastros de Argentina aparecen en las expresiones de un arsenal de actores de primer nivel –todos con sus manías buenas y malas- y el saber que se está adaptando a la pantalla una novela de una escritora nacional. Pero estas son cosas extracinematográficas; aunque parezca, esta información no está EN la película. De hecho, “Betibú” es tan de género y tan industrial que es como Hollywood en Argentina; eso que pasa cuando se reúne a un elenco estelar y que aquí no se ve seguido como en este caso. Un desfile de nombres importantes que hacen lo que saben hacer y un director que, ante el presupuesto del film y las expectativas, se muestra medido, contenido. Como si fuese no una película DE Miguel Cohan sino más bien una DIRIGIDA POR él. Y eso es exactamente lo que reza el póster del film.
El texto de la crítica ha sido eliminado por petición del medio.
Betibú: tras la pista de un asesino Tres es años después de haber sido acusado de matar a su mujer, el empresario Pedro Chazarreta aparece degollado en su casa en el exclusivo country de La Maravillosa. Es así que Nurit Iscar (Mercedes Morán), célebre autora de novelas policiales semi retirada y apodada "Betibú", es convocada por el director del diario "El Tribuno", Lorenzo Rinaldi (Jose Coronado), para escribir sobre el caso, con la ayuda de dos periodistas, Jaime Brena (Daniel Fanego), el antiguo jefe de la sección policiales, y su joven reemplazo, Mariano Saravia (Alberto Ammann). De esta manera, el trío comienza a descubrir extrañas conexiones entre muertes aparentemente normales, y llegan a desenterrar el oscuro pasado de un grupo de poderosos hombres de la sociedad porteña, no sin antes poner sus vidas en un peligro del que no podrán escapar fácilmente. Betibú–luego de su ópera prima El Retorno-, y adaptación cinematográfica del bestseller de Claudia Piñeiro, autora de Las Viudas de los Jueves, obra que fue llevada a la pantalla grande de la mano de Marcelo Piñeyro, con quien Cohan se formó y de quien fue ayudante por muchísimos años. Esta película es un thriller inquietante, que apela al suspenso característico de los policiales, sin caer en un lugar común, y que atrapa al espectador de una manera en la que pocos films lo han logrado en los últimos tiempos. Es una apasionante investigación periodística y forense, que intenta destapar un complot de magnitudes impensables, y es, sin lugar a dudas, un logro con todas las letras del director y del equipo de producción de la ganadora del Oscar, El Secreto de sus Ojos. Mercedes Morán encarna a la perfección a la sagaz escritora, que, a regañadientes primero y después de buena gana, investiga el caso Chazarreta. Fanego se aleja acá de los típicos villanos que viene encarnando últimamente y se mete en la piel de un periodista veterano, de esos que tienen "calle", y da a la historia un impecable toque de humor. Y Ammann termina de completar el elenco estelar haciendo de un joven periodista al que el personaje de Fanego primero toma un poco el pelo, pero que después termina agarrándole cariño y enseñándole todo lo que sabe. Música jazz, una cinematografía perfectamente lograda y una historia extremadamente atrapante hacen de Betibú, una de las mejores películas de la temporada, y un estreno para no perderse, ni por el más escéptico espectador del cine nacional.