Este documental codirigido por el debutante Sergio "Cucho" Constantino y Eduardo Pinto (Palermo Hollywood, Caño dorado) reconstruye la historia de Miguel Abuelo, el admirado e influyente líder de Los Abuelos de la Nada. El film -que contó con el aval de los herederos del genial cantante y poeta, quienes cedieron los derechos y aportaron muchos de los materiales más ricos- reconstruye su corta existencia (42 años) y ofrece un gran despliegue de materiales inéditos o pocas veces visto, así como ricos y emotivos testimonios de quienes estuvieron muy cerca del artista, como Andrés Calamaro, Cachorro López, Gustavo Bazterrica, Kubero Díaz, Daniel Melingo, Alfredo Rosso, Pipo Lernoud o su admirador confeso Luis Alberto Spinetta. El relato está construido alrededor de la búsqueda del "fantasma" de su padre que hace Gato Azul Peralta -único hijo de Miguel Abuelo- y apela (abusa) de efectos visuales y de montaje que ofrecen un patchwork visual que no agrega demasiado, además de soslayar casi por completo las facetas más oscuras y sórdidas de la vida del cantante, que murió de SIDA en marzo de 1988. Así, más allá de los logros apuntados, se convierte en un tributo/glorificación de un artista ya de por sí mitificado por su temprana muerte, en pleno éxito de esta banda que fue vital en la explosión del pop y el rock de los años '80.
El mundo de Miguel Abuelo Un valioso tributo a Los Abuelos de la Nada, una película que rescata la vida, la obra y la figura de Miguel Abuelo, un pionero indiscutido del rock nacional. El documental introduce a su hijo Gato Azul, quien recorre las calles de Palermo buscando su herencia. Buen día día es un poema con música ("Más allá de toda pena siento que la vida es buena") y los realizadores plasman los días desde su nacimiento, pasando por su carrera y su particular manera de ver la vida. Y lo hacen a través de fotografías, imágenes inéditas y testimonios, acompañados por sus canciones. Mezlca de ficción y realidad, a manera de un collage multicolor que incluye dibujos, el film se completa con las participaciones de Norma Peralta, hermana de Miguel; Spinetta, Bazterrica, Calamaro, Cachorro López y Fontova, entre otros. Un documental para los fanáticos del músico y para aquellos que no lo conocieron tanto. Definido como "un loco de la calle", Abuelo dejó su música y su colorido mundo para quienes quieran escucharlo.
Reconstruyendo al mito Así como Luca (Rodrigo Espina, 2007) reflejaba a través de material inédito la vida del líder de Sumo, Luca Prodan; Buen día día (2009) hace lo propio con la del creador de Los abuelos de la nada, Miguel Abuelo. El film no sólo muestra la historia del hombre que cambió al rock sino también la evolución musical y en parte la historia de nuestro país. El documental de Sergio Costantino y Eduardo Pinto se construye a partir de diferentes fragmentos compuestos de imágenes y audios de archivo tomando como hilo conductor al hijo de Miguel Abuelo (Gato Azul) quien sirve como nexo para articular un relato que recorre casi veinticinco años de la vida de uno de los más grandes poetas y músicos que ha dado la Argentina. Para armar el rompecabezas que fue la vida de Miguel Abuelo, los realizadores se nutren de imágenes, fotografías, canciones y audios con la voz del propio protagonista, en su mayoría inéditos para el gran público y los confrontan con testimonios de aquellas personas que tuvieron algún vínculo con él. Así vemos desfilar de manera cronológica a Luis Alberto Spinetta, Cachorro López, Andrés Calamaro, Daniel Melingo, Miguel Rosso, Juan Alberto Badía y un sinfín más. Tanto las imágenes como las anécdotas y vivencias que cada uno de los entrevistados son utilizados como si fueran diferentes pistas de una investigación detectivesca que desembocaran en el retrato definitivo de quien hoy a 23 años de su muerte es considerado uno de los mayores influyentes en el rock nacional. Cinematográficamente el binomio de directores decidió utilizar diferentes elementos que lo separan del simple formato televisivo. El más valioso es el haber elegido narrar la historia como si se tratase de una investigación en donde todos los involucrados van dando testimonio y así ayudar al hijo a armar el retrato de su padre. Hipótesis que se resuelve sobre el final cuando con todas las fotos que fue recolectando termina de armar, metafóricamente, el rompecabezas que le permite entender su propia historia. Buen día día es un documento valioso no sólo por mostrar una faceta, tal vez para muchos, desconocida de Miguel Abuelo sino por la forma que se eligió para llevarlo a cabo y porque además sirve para acercarnos a los casi 25 años más gloriosos que vivió el rock nacional. Para quienes disfrutaron de la música de Miguel y para aquellos que no lo conocieron pero quieren empezar a conocerlo.
El documental sobre Miguel Abuelo lo pone definitivamente en el centro del Parnaso del Rock ARgentino. Y lo hace bien. Vaya a verlo Dicen por ahí que para no ser un recuerdo (ni un olvido) hay que ser un reloco y Miguel Ángel Peralta, más conocido como Miguel Abuelo, tenía la hermosa locura que da la extrema lucidez, la extrema espiritualidad, la extrema poesía, esa que se hace con la sangre, con el cuerpo. Palabras como flechas. Buen día, día, el documental de Cucho Costantino y Eduardo Pinto que se estrenó anoche en el MALBA y se podrá ver todos los viernes y sábados de enero a las 22 horas, deja claro que Miguel Abuelo no es recuerdo ni olvido en el rock nacional sino marca indeleble, designio y antecedente innegable de generaciones y generaciones de artistas. Nacido de la admiración, de la constancia de trabajo y del profundo deseo, esta película indaga sobre el lado menos conocido y más profundo de la vida del líder de Los Abuelos de la Nada: su poesía, esa que sostuvo con el cuerpo y las acciones. Durante muchos años la voz de este poeta maldito estuvo agazapada por el histrionismo, la psicodelia y esa gran presencia escénica que solía demostrar Miguel, sobre todo en la segunda etapa de Los abuelos que tuvo lugar en la década del 80. Pero basta con escuchar un poco, aguzar el oído y el corazón para entender que Miguel Abuelo fue mucho más que un showman, era un verdadero artista, un filósofo de barrio, un poeta de ciudad, un adelantado. Buen día, día, entonces, hace justicia con el lugar que se le ha dado a este artista en el parnaso del rock nacional y le otorga una merecida centralidad. En este sentido, resulta fundamental la declaración que hace Luis Alberto Spinetta en el documental donde confiesa que su poesía no fue la misma después de la mirada y las correcciones de Miguel. Es difícil también pensar en el Calamaro de los 90 y del 2000 sin esa santa influencia que posibilitó quizá tamaña libertad creativa (Lo tendrías que ver ahora, Miguel, tan chato y comercial). Y para muestra basta un botón pero podríamos pasarnos el día, día mencionando nombres de hombres acariciados por su mística. El documental de Costantino y Pinto es un gran cúmulo de virtudes y de contados (pocos) desaciertos. Estos últimos los dejamos para los especialistas y nos centramos en dos aspectos (sería imposible registrar todo lo que hace vibrar) de aquello que nos hizo disfrutar durante 94 minutos: Buen día, día es un relato profundamente emotivo; emociona desde la inclusión de Gato azul que va por la ciudad (Palermo y algunos aledaños) buscando propia identidad en el legado de su padre, desde los testimonios de familiares, amigos, músicos y periodistas y desde el hallazgo de fotos, poemas y canciones que dan cuenta de la grandeza artística de Miguel Abuelo. Vemos otra virtud en la ya mencionada reivindicación del artista como poeta: los poemas y las canciones marcan el ritmo del relato. Es interesante además la anécdota que marca el nacimiento de la banda porque se construye una filiación con la cultura argentina: En un encuentro con un productor, Miguel Abuelo finge tener una banda y sondea en su mente en busca de un nombre hasta dar con la frase de Marechal “hijos de los piojos y abuelos de la nada”. Así nacía la banda que haría historia en la escena nacional, una mentira dio lugar a una eterna verdad. De Marechal, a Miguel Abuelo, de ahí a Spinetta, a Pappo, a Calamaro y a las nuevas generaciones que siguen reivindicando la buena poesía en el rock. Terminamos la nota con la ferviente recomendación del documental. Vayan a verlo, se merece el auditorio lleno (cosa que ayer no pasó, ni se aproximó siquiera) porque sus directores han hecho un gran trabajo, nos han acercado a un Miguel un tanto desconocido, ese paladín de la libertad que provoca admiración, respeto y que le ha contagiado a muchos el deseo irrefrenable de vivir en contra de la corriente. “Quede este momento como constancia/ de que por vos estuve buscando”, buscándome.
El mito del trovador Que el rock argentino siempre ha sido caótico no es precisamente ninguna novedad: desde mediados de la década del ´60 hasta principios de los ´90 (con el advenimiento del menemismo y la pauperización social se cierra el ciclo valioso del movimiento), se formaron y separaron en tiempo record una infinidad de bandas integradas por una serie limitada de apellidos ilustres que iban y venían de proyecto en proyecto. Miguel Abuelo, más allá de su eterna condición de mito inaprehensible, es quizás la figura que más se presta para resumir un trayecto histórico- musical tan convulsionado como nuestro país. La génesis de su carrera estuvo en sincronía con la de todos los pioneros, durante los años de fuego recorrió Europa como artista callejero y el boom comercial de los ´80 lo encontró convertido en un verdadero huracán de carisma, puro corazón: lamentablemente a nivel popular sólo se conoce el material de la segunda versión de Los Abuelos de la Nada, la primigenia y la última están en el olvido (y no hablemos de las grabaciones que registró en su periplo francés). Su muerte a causa del SIDA en 1988 marcó un hito y, junto con la desaparición de Federico Moura y Luca Prodan, puso fin a un período de talento y gloria. Sinceramente uno no puede más que frustrarse ante Buen Día, Día (2010), un documental expositivo con malogradas pretensiones líricas que no está a la altura del retratado. Ya sea fruto de la amistad o de la necesidad de hacerse con los derechos de las canciones, los realizadores Sergio Constantino y Eduardo Pinto no tuvieron mejor idea que estructurar la película alrededor del “viaje metafórico” de Gato Azul, el único hijo del trovador, en pos de descubrir la esencia de su padre o algo así: la edición nos obliga a soportar tomas estériles del joven en moto que interrumpen a cada rato una biografía de poco peso, casi televisiva. Por otro lado ninguna de las entrevistas aporta datos significativos que no hayan sido trabajados en innumerables ocasiones (van pasando los infaltables Pipo Lernoud, Cachorro López, Gustavo Bazterrica, Daniel Melingo, Andrés Calamaro y Kubero Díaz, más Luis Alberto Spinetta, Horacio Fontova, Alfredo Rosso, Miguel Cantilo, etc.). A pesar de que el film acumula algunos testimonios inéditos del protagonista y registros curiosos de presentaciones en vivo, el audio siempre deja mucho que desear. Las buenas intenciones quedan empantanadas en el desfasaje general y la ausencia de una adecuada restauración…
La libertad en la sangre Documental que rescata, con justicia poética y amplitud creativa, la figura de Miguel Abuelo. Sobre el final de Buen día, día leemos en un pasacalles: Todo lo que ata es asesino. La frase, incluso más certera que bella, o tan certera como bella, de la canción Oye niño , nos libera de la inmensa lista de sustantivos y adjetivos con que se suele evocar a Miguel Abuelo. Nos habla, también, del modo en que vivió y murió. Y además, del documental con que Sergio Costantino y Eduardo Pinto le permiten otra módica victoria sobre la nada. Abuelo se merecía este tributo, un tributo sin solemnidad: ambiguo, rabiosamente lírico, sin afán de nostalgia ni oscuridad, festivo y libertario. A pesar del clasicismo de su cronología narrativa y de sus cabezas parlantes, Buen día... se permite el vuelo cinematográfico, la nota disonante, lo fuera de norma. Sus imágenes no son simples ilustraciones de un guión; su montaje está trabajado a modo de collage por momentos psicodélico; su relato es reordenado o quebrado por la inclusión de Gato Azul, hijo de Miguel Abuelo, que atraviesa una vacía madrugada porteña en moto, en blanco y negro, como si buscara rastros de su padre. Es claro que el duelo no está hecho: “Mi padre fue un genio y un desastre. Me faltó darle una buena paliza antes de que falleciera”, dice Gato, con media sonrisa joven y triste. Lo principal: la voz en off de Miguel Abuelo, extractada de viejas entrevistas, es la que va narrando la película, su vida. Un efecto envolvente, intimista, exquisito, estremecedor, como el que Rodrigo Espina usó/construyó en Luca Prodan , otro gran documental. ¿Podrían los realizadores de Buen día... haber prescindido de las otras voces? La respuesta es otra pregunta: ¿para qué, si tienen peso propio? Spinetta dice que su poesía no existiría sin la de Abuelo; Calamaro lo llama Mi trampolín, y compara su despliegue con los de James Brown o Mick Jagger. Recordemos que, sobre los escenarios, Abuelo fue atacado por parte del público de rock. Este fascismo, constitutivo de tantos argentinos que -para peor- lo niegan, parece muy lejano: no lo es. En todo caso, en aquellos tempranos ‘80, Abuelo sacó pechito, alzó el mentón y siguió adelante, eléctrico, con su música ecléctica, su coraje callejero, su (sólo) aparente levedad vanguardista, su envidiable libertad interior, su lección involuntaria. La imagen de su párpado cortado por una pedrada del público, la sangre rodando mejilla abajo como una lágrima roja, mientras seguía cantando, aparece como una pincelada: un síntoma, un emblema, una sutil y contundente alegoría. El documental crece con la participación de Krisha, la viuda de Abuelo, la que vivió un romance tormentoso con él, la que dice extrañarlo porque él fue -y lo dice tras un largo silencio, en el que no condesciende a la emoción- gente como uno . El inflexible asfalto que recorre Gato Azul va dejando paso al dúctil mar meciéndose. Y en él, con él, las cenizas de Abuelo, libre, como en vida, de toda atadura.
Miguel Abuelo, retratado en un prolijo documental En moto, Gato Azul Peralta recorre las calles de Palermo en busca de señales, de recuerdos que lo acerquen a su padre. A su paso recoge imágenes de Miguel Abuelo, se encuentra con Gustavo Bazterrica en un bar y reconstruye con retazos la figura del músico y poeta. Para Sergio Costantino -en dupla con Eduardo Pinto-, Buen día, día es su ópera prima y el documental, el género elegido para resumir en una hora y media la obra del hombre nacido y muerto en Munro, que creó Los Abuelos de la Nada antes de que la banda existiera como tal y que cerró el círculo de un largo viaje a fines de los 80, con tan sólo 42 años. Abordar la vida de un mito no es tarea sencilla y ahí está el ejemplo de Luca Prodan, que necesitó de algunos traspiés hasta dar con el documental de Rodrigo Espina. Si bien la vida y la obra de Abuelo son el motivo principal de este documental, el mito sobrevuela la cinta y los aires de homenaje que la envuelven por momentos tapan ciertos aspectos de su vida. Como su deceso tras contraer el virus del VIH, contra el que luchó hasta el último round como el compadrito y peleador que era. Narrado en primera persona, Buen día, día opta por un relato prolijo y cronológico, enriquecido por el aporte de quienes Abuelo se cruzó a su paso: su gran amigo Pipo Lernoud; los músicos Kubero Díaz, Gustavo Bazterrica, Andrés Calamaro, Horacio Fontova, Luis A. Spinetta y Cachorro López, entre otros; su pareja, Krisha Bogdan, y los periodistas Rosso y Carmona. El escaso material fílmico de los inicios de Abuelo -que son los comienzos mismos del rock argentino- es suplantado por fotografías, clips de animación y por sus poemas inéditos, que el autor recitó en los 80 y que aquí aparecen por gentileza del archivo de Juan Alberto Badía. Este último período, claro está, es más rico en filmaciones, como la de un show al aire libre o la presentación de Los Abuelos en el Luna Park. El recorrido ficcional de Gato Azul es el aspecto más flojo del film y atenta por momentos contra el clima que construyen los entrevistados. Pero a la hora de pesar la vida y el mito, la obra y el homenaje implícito, la balanza se muestra en equilibrio.
Cómo desandar los pasos del Abuelo Cruzando el documental con una pizca de ficción, la dupla de directores busca echar luz sobre los costados menos conocidos del músico argentino, con ayuda de cintas con su propia voz. Desde el tiempo en que los griegos comenzaron a forjar el perfil de Occidente, cierto tipo de muerte honrosa era deseable y hasta buscada, puesto que a partir de ella era posible acceder a la eternidad de la gloria. Salteando unos veinticinco siglos de historia, esa épica sigue vigente y donde se la distingue con mayor facilidad es en uno de los fenómenos culturales fundamentales del mundo contemporáneo, uno de los últimos generadores de mitos todavía activos: el rock. Suerte de ficción global donde sin embargo la muerte es real. Casi basta con morirse antes de lo esperado, sobre todo si ello implica cierta tragedia (otro invento griego), para conseguir vacante en el Olimpo de la cultura pop. Hendrix, Morrison, Joplin, Bonham, Moon, Lennon, Cobain y una miríada de diosecillos menores y olvidados, pero no por eso menos talentosos (Nick Drake, Cliff Burton, Layne Stanley, Mark Sandman, Dimebag Darrell y siguen los epitafios), son prueba irrefutable de esto. El rock local también tiene sus altares y el cine no resiste la tentación de aprovechar sus leyendas (Tango feroz, Marcelo Piñeyro, 1993) u homenajear sus talentos (Luca, 2007). En la misma línea del documental de Rodrigo Espina, Buen día, día, de la dupla de directores formada por Cucho Constantino y Eduardo Pinto, reconstruye una historia posible acerca del precursor y mito del rock nacional Miguel Abuelo y permite si no descubrir, al menos echar luz sobre lo menos conocido de su historia. Al principio fue la luz; y si Abuelo brilló hasta el final, eso alcanza para imaginar cuán deslumbrante habrá sido de joven o niño. Lo confirma su hermana: era insoportable, impredecible. No paraba. Bastaba darse vuelta para perderlo en la calle y ver cómo se iba feliz, montado en el carro del botellero. Como corresponde al héroe, Abuelo se hizo a sí mismo. “Salió del barro”, dice un enamorado Andrés Calamaro. Siempre curioso, rondaba con igual voracidad los antros nocturnos y la Facultad de Filosofía y Letras, y en ambos espacios generaba admiración. “Siempre estaba colocado y eso hacía que lo veneráramos más”; la frase, cargada de admiración y cariño, pertenece a Luis Alberto Spinetta. No es el único que se reconocerá en deuda con Miguel. El documental se vale sobre todo de archivos de audio, grabaciones en que la voz del músico relata fragmentos de memoria en primera persona, piezas valiosas que enriquecen la narración. En sincronía con este costado tradicional del documental, una segunda línea narrativa se encarga de seguir a Gato Azul, único hijo de Miguel Abuelo, quien montado en su moto recorre algunos lugares de Buenos Aires, que por distintos motivos son significativos dentro de la historia. El heredero va juntando en su recorrido distintas fotos que artificiosamente encuentra. Aunque cargada de melancolía, esta parte es la menos natural de la película y es evidente que Gato no se encuentra cómodo frente a cámara, también aporta destellos fabulosos. Como el fugaz encuentro motorizado con Luciano, el hijo de quien fue guitarrista de la formación original de Los Abuelos de la Nada: Pappo, el Carpo (¿no tiene nombre de héroe? ¿para cuándo su película?). Con altos y bajos, sin mayores lujos cinematográficos, Buen día, día resulta un documental de interés por su contenido y ágil en su forma. Aunque no llegue al nivel del mencionado Luca, punto de referencia inevitable del género en la Argentina. Un homenaje justo, una película correcta. Un héroe inmortal.
Cuando mi nombre ya no exista. Miguel Abuelo fue un genio. De algún modo, el documental de Sergio “Cucho” Constantino y Eduardo Pinto dice eso y también establece, de paso, un credo conmovedor a través del cual es posible leer con cierta transparencia un mito de origen del rock argentino. El rock se hace con estilistas de la vanidad y el coraje, como Miguel: hay que saber curtir la ansiedad caminando sobre una cuerda floja (o nos matamos o ganamos, después vemos); hay que surfear los vaivenes del azar y sacar la cabeza a tiempo, boqueando para no quedarse sin aire. Tanguito, por ejemplo, que casi no dejó obra, no se privó de lanzar dulces alaridos que apuntaban sólo al futuro, convirtiéndose acaso en el perdedor más hermoso del rock de estos lados. En cambio Miguel Abuelo estaba llamado a producir. El músico, objeto central de esta película, parece acceder al rock de sopetón, como saltando cercas desde un arrabal, y no termina nunca de amoldarse del todo al protocolo de la “música beat”, como se la llamaba a mediados de los años sesenta. “Creíamos que era un cantor de folklore”, dice alguno de los entrevistados, certificando la naturaleza esquiva, casi incorpórea del homenajeado. Buen día, día gira alrededor de un fantasma: el fantasma de Miguel Abuelo, que era un personaje difícil de asir, que tenía pocas pulgas y a la primera de cambio disolvía grupos y se mandaba a mudar, cambiando de estilo musical y de aspecto. Pero lo malo es que prácticamente no hay imágenes del músico, como casi no las hay de los comienzos del rock en la Argentina. Los realizadores suplen esa ausencia con fotos borrosas, con tomas de actuaciones que se cortan, con animaciones pespunteadas de arrebatos psicodélicos más bien infantiles y, bastante lógicamente, con entrevistados: desfilan Spinetta, Alfredo Rosso, Pipo Lernoud, Juan Alberto Badía (responsable de gran parte del material exhibido en la película), muchos de los músicos que lo acompañaron en las distintas formaciones de Los abuelos de la nada y su mujer de casi toda la vida, la madre de su hijo Gato Azul. Pero afortunadamente hay audios, detalle nada despreciable si de lo que se trata es del retrato de un músico, aunque en este caso lo que le toque es hablar. Ahí sí, la voz de Miguel, extraída de entrevistas radiales o de grabaciones destinadas a reportajes para medios gráficos, se convierte inopinadamente (siempre se espera poder ver perfomances en vivo de un artista de rock, y aquí hay algunas, pero no son suficientes) en el motivo principal de interés de la película. Volvemos al principio: Miguel Abuelo en sus propias palabras parece habitar como ninguno otro ese ballet febril del rock en sus comienzos; esa tierra yerma en la que uno, casi sin darse cuenta, se encontraba con un contrato discográfico en la mano y ya podía ir pensando en pedir medialunas para acompañar el café con leche. El relato de cómo Pipo Lernoud y él se hicieron con ese primer contrato de grabación es verdaderamente exquisito y está atravesado por una gracia feroz. Otra vez: Miguel Abuelo ejemplifica ese carácter pionero de lince, de “náufrago” arrebatado ante la primera oportunidad que se presente. Sus lecturas salteadas, de un enciclopedismo brutal, quizás muy sesentas, se combinaban magistralmente con el desenfado más absoluto, cuando no con la simple desfachatez y hasta con una valentía física a la que su proverbial contextura de bailarina no parecía hacer mella. La película de Constantino y Pinto muestra a una persona extraordinaria en un contexto que también lo es. Claro que las aventuras de este músico singular e irrepetible no terminan en aquellos años mozos: mediante el testimonio sobre todo de su mujer se intenta reconstruir su larga estadía en Europa, el vital nomadismo que lo llevó por Inglaterra, España y Francia; la grabación de su elegante e inclasificable disco francés (¡pero cantado en castellano!) bajo el título de Miguel Abuelo et Nada, y la prolongada temporada en una cárcel también francesa. Pero la película parece fijar domicilio, quizás a su pesar, en esa zona entrañable, dulcemente tormentosa de los comienzos. A la manera sanguinaria de una flor salvaje, sin el menor requiebro, Miguel pareció vivir hasta el fondo, sin miramientos. El documental le hace justicia sólo en parte, un poco apremiado por la escasez de material disponible, pero termina comentando, medio como sin querer aunque con una devoción que tiembla en cada plano y en cada fragmento sonoro, el perfil invencible de la década que alumbró el rock en nuestro país.
El himno de un corazón Poeta, músico y cantante argentino, líder del mítico grupo Los Abuelos de la Nada. Miguel Ángel Peralta nació en 1946 en la localidad de Munro, de padre desconocido. Parte de su infancia la vivió en un orfanato. Su nombre artístico, Miguel Abuelo, surgió de un libro del escritor Leopoldo Marechal, “El Banquete de Severo Arcángelo”. Autodidacta, al que echaron de todos los colegios, leía desde Nietzche a Marechal. Le gustaban las sambas y el rock. Con la música -que tampoco había estudiado- tenía una relación natural y espontánea como si hubiese nacido cantando. Miguel Abuelo fue un personaje discepoliano como el de “Cafetín de Buenos Aires”; tan argentino (o más precisamente porteño) como una criatura de Roberto Arlt, construido en la calle, en las mesas de café, en las peñas de música subterráneas. Mezcla de cabecita negra y roquero de vanguardia, fue un espíritu trotamundos, sin amarras y su música también lo fue. Al borde de la marginalidad pero con una chispa de genialidad como para desafiar al resto del mundo. A su temprana muerte, en 1988, la leyenda sobre su figura recién comenzaba. La música de Miguel Abuelo no ha perdido frescura ni vitalidad ni vigencia y su encanto perdura en el tiempo. Lo que ya no está Formalmente es un documental con las dificultades propias de referirse a alguien que ya no está, porque se depende exclusivamente de archivos (fotos familiares, fragmentos de recitales y reportajes, archivos caseros). Esto supone un titánico trabajo de búsqueda en la preproducción y luego un laborioso trabajo de edición. “Buen día, día” sigue un relato, prolijo y cronológico, donde con el fondo de su música y poemas, o su propia voz extraída de reportajes de la época, se escuchan comentarios evocativos de músicos y amigos como Gustavo Bazterrica, Andrés Calamaro, Horacio Fontova, Luis Alberto Spinetta y Cachorro López, entre otros. De su vida afectiva solamente se habla de su pareja, Krisha Bogdan, la joven bailarina que conoció en su gira europea y con la que tuvo su único hijo Gato Azul. Este vínculo padre-hijo (visible ya en el afiche que difunde la película) es la base sobre la que se construye el eje argumental: Gato Azul recorre en su motocicleta las nocturnas calles porteñas, buscando reconstruir la imagen del padre ausente y en ese periplo surreal se va cruzando con amigos y conocidos que le aportan información, imágenes y letras de canciones. Emotivo tributo El escaso material fílmico de los inicios de Abuelo -que son los comienzos mismos del rock argentino- es suplantado por fotos fijas, originales clips de animación y por sus poemas inéditos que aparecen por gentileza del archivo de Juan Alberto Badía. El período ochentesco es el más rico en filmaciones, como la de un show al aire libre o la multitudinaria presentación de Los Abuelos en el Luna Park. Realizada en distintos formatos (betacam sp/Hd/Dvcam) algunos a medio camino entre lo digital y lo analógico, acorde a la época que cubre y al collage que el film ofrece. El cariño y el respeto de los realizadores del documental se evidencia en su forma de observar al personaje del que eluden las zonas oscuras y repercusiones en torno de su muerte temprana. El film termina con una dedicatoria al padre de uno de los realizadores y a sus propios hijos (apenas un detalle sólo registrado por quienes se quedan hasta el final de los créditos), pero ese detalle corrobora las ideas subyacentes de reconstrucción y deconstrucción de una figura paterna por un hijo, que en la película está presente desde el afiche y es la conexión básica que da continuidad a los fragmentos. “Buen día, día” es un documental interesante y recomendable, que se convierte en un tributo a un artista mitificado por su contradictoria aureola de marginalidad y genialidad, apagada fatal y prematuramente, en pleno éxito de esta banda emblemática del pop y el rock de los años ochenta.