En blanco y negro y con una frescura y sensibilidad no demasiado frecuentes, Weintraub -discípulo de Jim Jarmusch y por estos días rodando su nueva película en Buenos Aires- narra una historia de iniciación, de climas, de estados de ánimo, de pocas palabras, de sentimientos muchas veces contradictorios sobre las experiencias de tres jovencitos (dos amigos y la ex novia de uno de ellos) durante unas vacaciones veraniegas. Un film con el espíritu indie marcado a fuego en la frente, de pequeña dimensión (económica) pero buen alcance (artístico). Weintraub es un director que promete: veremos si todo lo que aquí insinúa se consolida en sus nuevas aventuras cinematográficas (porteñas).
Film y sello autoral que, autoproclamándose haber sido descubierto por los programadores del BAFICI 2010, integró la Sección Oficial Internacional. El largo filmado con una rica textura en blanco y negro, constituye uno de esos films notoriamente “independientes” a los que nos solía presentar el festival a realizarse su nueva edición en escasas próximas semanas. Desde sus inicios, la programación estaba vinculada a proyectos como éste, desconocidos, desapercibidos, que no integraban secciones de otros festivales internacionales y era aquí, en este único festival que con los años fue consagrándose y convirtiéndose en uno, si no es el más, importante de nuestro país, en gran parte por la diversidad de autores, géneros y propuestas, diferenciados de otros festivales mucho más farandulescos y/o comerciales. Films como Bummer Summer revitalizan la esencia de lo que alguna vez significó el BAFICI. La ópera prima del joven realizador Zach Weintraub, quien estuvo presente en la proyección del festival y también lo estará para las próximas exhibiciones comerciales en el cine Cosmos-Uba, construye aquí un film que retrata las andanzas de tres adolescentes, Isaac (Robinson), su hermano Ben, interpretado por el mismo Weintraub y Lila (McAlee), la ex novia de Ben, presentada aquí como el disparador del conflicto dentro del triángulo. El film funciona con elementos marcados como una road movie, donde los tres partícipes de la travesía emprenden un viaje sin destino marcado, deambulando por lugares imprecisos por los que transitan, confunden, regresan y vuelven entrar en la desorientación y encontrarse perdidos. El relato no es lineal y se enfoca en la liviandad de matices con que cargan los personajes, podría aseverarse que se trata de un film definitivamente abocado a ellos, un film “de personajes”. Esa liviandad a la que refiero se vé claramente en el guión, donde uno de los pocos atractivos presentes radica en la intromisión de Ben en la ex pareja. Es muy visible la necesidad de pertenencia a un lugar prevista por los personajes, ligada a sus edades y vínculo. La ópera prima de Weintraub es lejana al cine autoral de otros jóvenes directores.
Tiempos adolescentes La película de Zach Weintraub (también actor) explora un tiempo suspendido entre la primera juventud y el mundo adulto. Lejos de toda impostación, Bummer Summer (2010) construye en un impecable blanco y negro un relato parco y de sutil comicidad sobre el pasatismo adolescente. Si la adolescencia marca una tensión, un incierto “ir hacia algún lugar”, el tiempo del verano también tiene su complejidad. Por un lado está la voluntad de vivir en el ocio pero, cuando este deseo es compartido, la temporalidad también se tensa. Lo que inicialmente era pasatiempo, deviene en sentimiento de fastidio y pereza. Y algo de ello hay en Isaac, quien debe “repartirse” entre su amigo Ben y su novia, Lila. Más tarde se definirá un viaje con rumbo no del todo definido, con pequeños conflictos que más que un in crescendo dramático significa una exploración sobre esta tensión. Tengamos en cuenta que una posible traducción del film de Weintraub es “Verano plomazo”, tal como se lo presentó en la pasada edición del BAFICI, en donde integró la Competencia Internacional. Bummer summer es una película más “distendida” que abúlica, lo que la acerca a los filmes del gran Eric Rohmer, quien hizo del tiempo vacacional un marco ideal para buena parte de su filmografia. Los tiempos muertos se imponen, e Isaac se debate entre seguirle el juego a su novia celosa o aprovechar la cercanía con los más íntimos. Un dilema que se resuelve amargamente pero no de forma violenta ni determinante. Porque si hay algo valioso en el filme es su construcción pausada, amena, que el realizador construye con planos largos, sin menospreciar la gestualidad de los intérpretes. Rodada en blanco y negro y con una notable cantidad de planos generales, “Verano plomazo” potencia sus logros formales y temáticos. Avanzado el relato, “destella” como un posible punto de giro la (bizarra) idea de ir a conocer el laberinto más grande del mundo junto a la ex de Ben, quien pondrá en juego nuevas emociones. En cuanto a las actuaciones, transitan el naturalismo pero no están exentas de gracia. Redondean un universo que mucho tiene del cine de Jim Jarmusch, quien estudió en la misma escuela de Weintraud. Basta con escuchar los diálogos sobre el pasaje de la escuela secundaria a la universidad para comprender por qué la autenticidad no está en la saga High School Musical sino el films como éste. El final, agridulce, parece remitir a La última película (The last picture show, 1971), de Peter Bogdanovich, otra película “generacional”. Como dato curioso, Weintraub rodó recientemente una película en Buenos Aires. Habrá que ver si profundiza el estilo de su ópera prima o toma otros rumbos.
Cálida, simple y poética, Bummer Summer habla, entre otras cosas, de como en la vida las cosas cambian sin que sepamos el momento preciso en que esto sucede. Bummer Summer es una sencilla película de adolescentes filmada íntegramente en blanco y negro con una cámara fotográfica*. Se trata de una ópera primera interesante, muy indie, con unos planos bellísimos que denotan nostalgia y cierta melancolía. Esa añoranza que despierta la adolescencia en donde se transitan caminos difusos y de autodescubrimientos. Aquí se narra la historia de dos hermanos, a uno le queda poco tiempo para ir a la universidad, y el otro viene a pasar el verano a su hogar porque justamente ya comenzó este ciclo. Juntos y, con la extrovertida ex novia de uno de ellos, emprenderán un viaje para ir a visitar un laberinto. El film transcurre con suma naturalidad, según el director las actuaciones son totalmente improvisadas, y tranquilidad. Características propias del pueblo en el que viven y de la personalidad de ambos hermanos. Todo se construye a partir de situaciones despojadas, de silencios que dicen mucho y del propio devenir. No hay dobles lecturas o moralejas, sino insinuaciones y espacios que se transitan, que se viven y disfrutan. Los personajes hablan poco pero se reconocen mucho, aquí las palabras están demás. Solo existe el estar, el compartir y el conocer sin importar la situación en las que se encuentren. Lo que se narra en si no es importante, lo que cobra significancia son los estados que fluyen en forma errática. Como encontrarse con amigos a los cuales no tenían planeado visitar porque se les rompió el auto o como el hallarse con un autocine en el lugar que estaba el supuesto laberinto que tenían planeado visitar. Como en la vida las cosas cambian y nunca sabemos el momento preciso en que esto sucede. Cálida, simple y poética es esta realización que revela a un nuevo director con un alto grado de sensibilidad y honestidad.
Un verano para recordar La opera prima de Zach Weintraub, sobre unos días en la vida de un grupo de amigos, se estrena en el Cosmos. Presentada en competencia en BAFICI 2010, Bummer Summer es la opera prima de Zach Weintraub y un retrato pequeño y muy personal sobre las desventuras de un adolescente en un verano que, de acuerdo al título, podría definirse como “un bajón”. Weintraub (quien actualmente se encuentra en la Argentina rodando The International Sign for Choking , filme basado en sus experiencias aquí como estudiante de intercambio) rodó en blanco y negro y con un estilo que podría ser comparado al de las primeras películas de Jim Jarmusch los caminos que emprende Isaac (Mackinley Robinson) en un aburrido verano, en compañía de su novia Maya (Maya Wood). Ambos llegarán a un concierto en el que se toparán con Ben (el propio Weintraub) y la ex novia de éste, Lila (Julia McAlee), una cantante que toca esa noche allí. Lo que sucede es poco y está contado con pequeñas pinceladas. A Isaac le gusta Lila, su novia Maya lo deja, fastidiada, y se va. Los otros tres inician un viaje en el que algunas complicaciones irán surgiendo mientras conocemos mejor las personalidades y la relación que mantienen. El filme tiene un tono ligero, casi cómico, que se da a partir de los momentos extraños (silencios, especialmente) que atraviesan los personajes. Sin más pretensiones que retratar unos días en la vida de un grupo de estudiantes universitarios que bordean entre el final de una etapa y el comienzo de otra (tema que el cine estadounidense ha retratado incontables veces, aunque pocas con este grado de minimalismo), Bummer... es un pequeño y delicado objeto de culto que vale la pena atesorar.
Extraños en el paraíso Bummer Summer invita a instalarse junto a unos protagonistas que si por algo se caracterizan, es por no ser lo que suele entenderse por personajes. Más se parecen a amigos “de la vida real”. Zach Weintraub o el caso del argentino apócrifo. Nacido hace 23 años en la pequeña ciudad de Olympia, Washington, a los 20 el realizador pasó seis meses estudiando en Buenos Aires (ver entrevista). El año pasado presentó Bummer Su-mmer en el Bafici y ahora se halla filmando su segunda película aquí. No sólo eso. Por inaudito que suene, el de hoy en el Cosmos UBA es el estreno mundial de la ópera prima de Weintraub, que por el momento no tiene fecha de lanzamiento en salas de Estados Unidos ni de ninguna otra parte. ¿Debería sorprender entonces que Bummer Summer, que en el Bafici se exhibió con el localísimo título de Verano plomazo, parezca una película argentina? Nos referimos a la línea que va de las primeras de Martín Rejtman hasta la aún inédita Lo que más quiero, de Delfina Castagnino, pasando por las de Ezequiel Acuña y la reciente Somos nosotros. Películas en las que una pudorosa empatía, un discreto, parco modo de estar junto a personajes en tránsito, importan más que cualquier acción, conclusión o peripecia. Pero claro, esa línea no es un invento argentino. El cine indie estadounidense la viene desarrollando desde hace rato. De lo que se trata, entonces, es de una sintonía a distancia, que tal vez permita hablar de Weintraub como el más argentino de los cineastas estadounidenses. Un modo de estar: más que para ver, Bummer Summer parecería hecha para estar en ella. No es que no sea digna de verse, por cierto: el director de fotografía Nandan Rao –coproductor de la película, además– sabe sacarle al blanco y negro un lustre infrecuente, que le da a Bummer Summer un notorio realce visual. Pero ya desde las primeras escenas, la película de Weintraub invita a instalarse junto a unos protagonistas que si por algo se caracterizan es por no ser lo que suele entenderse por personajes. Más se parecen a amigos “de la vida real”. Sensación fomentada por el hecho de que no se trata, con una única excepción, de actores profesionales. Y de que los diálogos fueron creados por ellos mismos. El guía del espectador en la narración es Isaac (Mackinley Robinson), un chico de 17 que en las primeras escenas recorre –como si no se hubiera convencido de que acaba de dejarlas para siempre– las instalaciones vacías del high school. Es verano, las horas son largas y daría la sensación de que la entera ciudad de Olympia (nos enteramos del nombre recién en el último crédito del rodante final) está tan vacía como esos claustros. Callado y por lo visto no muy decidido, a partir de la llegada de su hermano Ben (el propio Weintraub), Isaac básicamente se deja arrastrar, en esas horas largas y vacías del verano, por Ben y su amiga Lila (Julia McAlee, única profesional del elenco). Con ellos irá a una playa cercana y los tres terminarán yendo a conocer “el laberinto más grande del mundo”. Que queda, se supone, en las inmediaciones. Por su aire aleatorio, su terceto protagónico y su tendencia a dejarse llevar por lo azaroso, Bummer Summer hace pensar en una versión aggiornada de Aleluya las colinas, clásico vitalista de Adolfas Mekas, de comienzos de los ’60. Ambas son películas de su(s) época(s): la de Mekas parece una versión al aire libre de las de Richard Lester con los Beatles; la de Weintraub es Extraños en el paraíso, de Jarmusch, con protagonistas diez o quince años más jóvenes. El mismo blanco y negro (aunque más pulido, por cuestiones de paso fílmico), el mismo tono menor, los mismos largos planos fijos, la misma parca deriva, la misma idea de que no hay dónde ir. De allí la referencia que en un momento hace Lila, por contraste, a En el camino: Weintraub como un Kerouac que desconfía de la eficacia de la fuga romántica, el desborde, el exceso. También se puede pensar a Bu-mmer Summer (otra vez los ’60 vs. el siglo XXI) como una Jules et Jim en la que el deseo erótico queda en suspenso. Cuando aparece se corta, como hace Lila con Ben en una escena. O se lo deja fuera de campo: Isaac y Maya se dan unos besos en un auto, después van a una casa y allí sobreviene una elipsis. Si no, el sexo funciona en un plano más mental que real, como cuando Maya imagina que Isaac la engaña con Lila. Quizá sea cierto que Isaac quiere, pero sólo en su cabeza. O en una de esas es Lila la que quiere e histeriquea. Nunca lo sabremos del todo. Es la película la que parecería no saberlo. Bummer Summer es la clase de película a la que, por contraposición a la omnisciencia, podría calificarse de nihilsciente, nuliciente o algo así. Lo mismo que las primeras de Rejtman, las de Ezequiel Acuña o cualquiera de las otras nombradas en el primer párrafo. Lo cual confirma a la ópera prima de Zach Weintraub como una auténtica película argentina, hablada en inglés.
¿Quién no tuvo un verano plomazo en su vida? ¿Quién no perdió a su novia, a sus amigos, las ganas de estar en la playa o de vivir aventuras cuando descubre que el sitio de esas aventuras es más aburrido que estar en casa? Es que los veranos plomazos son los veranos de la adolescencia, esos en los que algo cambia para definitivamente quedar atrás. Zach Weintraub observa aquí ese tema y apenas si lo enuncia, queriendo ser consecuente con las sensaciones más que con la posible historia. Aunque no lo logra del todo uno de sus grandes méritos está en el encuadre y la fotografía en blanco y negro de Nandan Rao , que consigue transmitirle al espectador esos bordes difusos en los que la nostalgia le gana al recuerdo.