Con amor para mi hermano ¿Qué sucede cuando un film desborda los géneros? Catalogarlo como un documental-ficción transmite poco más que una definición forzada en la desesperación por ubicarle un casillero. Esta es la primera impresión al ver Caito (2012), una enrevesada inserción de los géneros en medio de un complejo entramado de historias montadas en línea cronológica: una acerca del sueño de filmar una película propia, otra sobre el incondicional amor de dos hermanos y otra centrada en la vida cotidiana de Caito, un joven del interior que padece distrofia muscular. Queda en claro que el actor Guillermo Pfening, reconocido por su participación en el último éxito de Lucía Puenzo, Wakolda (2013), dirige su ópera prima desde la más auténtica experiencia personal, dedicándose por entero a contar la conmovedora valentía de su hermano protagonista. Sobre una ruta congestionada maneja Guillermo Pfening, un cartel anuncia el destino del viaje: Marcos Juárez. En esta localidad cordobesa vive su familia; hogar que despidió tiempo atrás para probar suerte como actor en el circuito artístico porteño. Los menudos viajes al interior y los reiterados encuentros familiares impulsaron en Guillermo el deseo de filmar junto a su hermano Caito un cortometraje homónimo en el que trataran el estado familiar, la separación de sus padres, la enfermedad que padece de niño y el incondicional amor fraternal. Pasado un tiempo después de esta grabación del 2004, los hermanos deciden retomar la cámara para filmar un mediometraje ficcional acerca las amistades de Caito y su amor por su novia Zuzuki y su cuatrimotor. Una narración contenida dentro de un documental mayor que hace las veces de registro de los ensayos y los entretelones cotidianos de asados y salidas a bares con amigos y parte del staff. Existe una cuantía de obras dedicadas a la vida de otras personas basándose en la relevancia social de su accionar, su incidencia fáctica sobre la historia y cuántos más rótulos de distinción pueda existir. Sin héroes y batallas épicas de por medio, Caito es una historia diminuta y encantadora en la que también se comparte el espíritu honorífico de su realizador, para quien el mundo íntimo de su hermano, su enfermedad y su coraje, son razón suficiente para honrarlo. Lo que a primera vista parece reducir el relato a la mera dimensión afectiva y personal del autor, Pfening define el mayor atractivo en una puesta general que coquetea con varias estéticas a la vez, yendo del video casero familiar, la narración clásica al registro documental al estilo backstage. Acaso lo más valioso del film producido por Pablo Trapero, sea el entrevero de múltiples registros utilizados para dar ingreso a la ficción que, de modo indiscutido, conforma el disparador original de la película: se filma el arribo de los actores amigos Romina Richi, Bárbara Lombardo, Lucas Ferraro, Juan Bautista Stagnaro a Marcos Juárez para participar de la filmación, la charla entre los hermanos sobre lo que planean filmar para luego exhibir lo filmado. En la gesta de un neologismo ajustado para la ocasión, se estaría frente a una experimentación metafílmica, en el autoregistro de los realizadores atravesando el sinuoso camino de la producción, los roces entre actores durante el ensayo, a lo que se sumaría la aparición de un (todavía discutible) nuevo género documental contemporáneo: la grabación hogareña. De principio a fin, Caito asienta las bases de un film fuera de género que, a lo largo del metraje, no aspira a una complejidad narrativa más que a contar una historia minima y humana sobre la fuerza vital de quien, sumido en un universo de restricciones, sale adelante en la vida.
Jugar al (y con) el cine La idea de Caito mutó decenas de veces, pasando de una ficción pura que retomara alguna de las líneas del cortometraje homónimo que ganó el concurso Georges Méliès en 2004 y puede verse en YouTube, hasta este curioso dispositivo que es hoy, una suerte de ficción denunciada dentro de la misma película que hace de la calidez una norma. Estrenado en el BAFICI 2012, el film comienza con Guillermo Pfening llegando a Marcos Juárez, su pueblo natal en Córdoba, para mostrar cómo es el día a día de su hermano catorce meses menor, quien padece una distrofia que debilita sus músculos y no le permite moverse con suficiencia. Esto es, la rutina familiar, las sesiones de kinesiología, la visita a amigos y conocidos, y los paseos rutinarios en cuatriciclo por las calles principales. Pero en plena construcción del personaje, justo después de que la película amenazara con articularse como un documental con el protagonista contando a cámara las particularidades de su extraña musculatura, Guillermo se entera de sus deseos de ser padre. A partir de ahí, y con una variable de potenciales golpes bajos como la de la enfermedad ya eliminada, la película pega un volantazo rumbo a una suerte de ficcionalización biográfica de Caito, protagonizada por él, sus amigos y un grupo de colegas de su hermano (Romina Ricci, Bárbara Lombardo, Lucas Ferraro) en los roles de sus familiares. Dicho esto, podría pensarse a la ópera prima del protagonista de Nacido y criado, dirigida por el aquí productor Pablo Trapero, como un mero ejercicio de cine dentro del cine. Pero la mixtura entre esa ficción tan amateur como cálida y sincera con escenas de la preproducción y el backstage retoma la ontología cinematográfica inmortalizada en Súper 8: antes que presupuestos, negocios y efectos especiales, el cine es (debe ser) un acto esencialmente lúdico y mancomunado, cuyo requerimiento primordial es la sumatoria de voluntades para llegar a una meta en común, en este caso la articulación de imágenes con forma de película. Allí estarán, entonces, el tercer hermano dispuesto a dar una mano desde la participación actoral, y los amigos y vecinos al servicio de la aventura del filmar. Aventura que Pfening muestra con el placer lúdico (no es casual que hable de “jugar a hacer ficción”), haciendo discurrir una historia mínima que, sin embargo, se expande hasta mucho más allá de la pantalla.
Hacer posible lo imposible Caito es la extensión al largometraje de lo que fuera allá por el 2004 un cortometraje sobre la historia de Luis Caito Pfenning, hermano del actor, quien protagoniza junto a la actriz invitada Bárbara Lombardo esta mezcla de ficción y documental producida por Pablo Trapero que se presentara en el BAFICI hace un año. La idea central es la utilización de la ficción como herramienta transformadora de la realidad. Tanto en aquel corto como en este largometraje, el actor y director Guillermo Pfenning se vale de los recursos del cine para construirle a su hermano, quien padece de una discapacidad motora (un tipo de distrofia muscular), una historia en la que cumpla su sueño de formar una familia propia; cumplir el deseo de ser padre y de que la chica más linda del pueblo le diga te amo en la intimidad. Pero sabido es que todo rodaje encierra la idea de familia itinerante, que en este caso particular se yuxtapone desde la representación como en lo concreto para terminar entregando una película conmovedora y honesta que sirve de excusa como declaración de amor hacia un hermano; como documental sobre las dificultades de movimiento y obstáculos que generan la dependencia de los otros y fundamentalmente como un acercamiento de realidades dispares que confluyen en un mismo camino: el de hacer posible lo imposible gracias a la magia del cine.
Es difícil definir, "Caíto, la peli", en pocas palabras. Y es cierto que los términos "cinematográficos" puros a veces son incompletos, porque contemplan un puñado de aspectos técnicos y una concepción determinada que condena, muchas veces, la mezcla de géneros u observa con recelo una cohesión narrativa como puntal de cualquier análisis. Quiero decir, si tu mirada no registra el poderoso componente emocional de una cinta, no apreciarás en su dimensión a “Caíto”, sin duda. Cuando en aquel BAFICI abandoné sala luego de su proyección, sabía que mi reseña no iba a poder ser objetiva, dado que entendía esta producción como un acto de amor filial. Y está bueno que cada tanto, podemos conmovernos ante productos que no se pueden definir desde lo formal, pero guardan una direccionalidad interesante, que los hace singulares y atractivos, incluso en su esquemática simpleza (como es este caso). Este trabajo de Guillermo Pfening, en principio, es una especie de documental que intenta describir los pormenores de crear una pequeña ficción (en realidad, una excusa para materializar un deseo de Caíto) que presenta la personalidad de su hermano, quien sufre distrofia muscular de Becker (enfermedad genética que afecta los tejidos musculares) y nos de una idea de su esfuerzo diario por ser feliz con esta batalla personal que le toca vivir. Hace ya tiempo (en 2004), el actor y cineasta, había rodado un corto sobre el tema donde presentaba esta realidad, y ahora, esa idea tomó forma de largometraje, integrando además registros caseros del proceso de creación de una historia y su resultado final (la peli donde el hermano de Pfening es el personaje central). Conoceremos la vida de Caíto en su pueblo natal (Marcos Juárez) y su rutina diaria, que muestra a las claras su lucha personal por concretar sus anhelos y metas. Por más complejo que parezca (y eso lo verán cuando en las reuniones de producción se discute que está dentro de las posibilidades a la hora de rodar, en cuanto a desplazamientos y diálogos), la idea es que Caíto tenga su peli y juege (por un rato) a ser actor en serio, como su famoso hermano. Para ello, se recurre a un grupo muy conocido de amigos de Pfening, (Romina Ricci, Bárbara Lombardo, Lucas Ferraro) y hasta a un director de fuste para recrear el rol de su padre (nada menos que Juan Bautista Stagnaro). Los hermanos se profesan mutua admiración y en esa manera de vincularse enriquece el registro de su aventura cinematográfica. Pero si bien es cierto que la historia está enmarcada desde una visión esperanzadora, evita los lugares comunes y está tan poblada de escenas cotidianas luminosas, que no se vuelve panfletaria ni mucho menos. El marco es, entender lo que nos atraviesa y ver que podemos hacer con ello. Y la verdad, en algún punto la excusa de la ficción (promediando la extensión), deja de importar. Lo trascendente (y lo que se disfruta de esta película) está en el vínculo entre hermanos que expone y la energía que se genera cómo ese afecto abre caminos y materializa anhelos. No hay muchos recorridos como este (al menos en nuestra filmografía) que se instalen en la potencia de lo filial para enfrentar una enfermedad como esta. Y si bien pueden estar tentados a evaluarla desde una mirada fría y técnica, creo que esa no es la aproximación adecuada para acercarse a "Caíto, la peli". Lo justo sería no definirla y aceptar lo que ella ofrece, entendiendola como un simple y eficaz mensaje de vida en formato fílmico (lejos de las convenciones y más cerca del corazón)
Hermanos abrazados Caíto es difícil de clasificar: todo el tiempo oscila entre el documental y la ficción, con el detalle de que el documental es sobre la ficción. Es decir: aquí el making of forma parte de la película. Como en La película del rey, de Carlos Sorín, con la diferencia de que en este caso el detrás de cámaras es “real”. Lo que se narra es una conmovedora muestra de amor fraternal: entusiasmado por su experiencia con el corto Caíto -que en 2004 ganó el premio Georges Méliès- el actor Guillermo Pfening (Nacido y criado, Wakolda, muy pronto en Farsantes) ahora quiere filmar su primer largometraje, otra vez con su hermano Caíto como protagonista, en Marcos Juárez (Córdoba), su ciudad natal. Así, se ven las dificultades y desafíos que aparecen en el camino y, también, el resultado obtenido. Con el dato, para nada menor, de que Caíto padece distrofia muscular de Becker: sin plantear la cuestión explícitamente, la película habla también sobre la inclusión de las personas con discapacidad. Y genera incómodas preguntas al respecto, como cuál es el límite entre solidaridad y condescendencia. Hay momentos más logrados que otros -la ficción es floja-, pero la película tiene algo que atrapa. Puede ser su sinceridad, su imprevisibilidad, su habilidad para no caer en el golpe bajo: la magia está. Como en esa escena en la pileta en la que los actores llegados de Buenos Aires -Romina Ricci, Bárbara Lombardo, Juan Bautista Stagnaro- hacen olas y Caíto flota, libre de impedimentos, feliz.
Una película amorosa Guillermo Pfening, de familia de Marcos Juárez, Córdoba, es actor. Protagonizó Nacido y criado , de Pablo Trapero, y ha actuado, entre otras, en Wakolda , de Lucía Puenzo. Y tiene dos hermanos, uno de ellos, Luis (le dicen Caíto) sufre una enfermedad genética que le provoca distrofia muscular. Sus movimientos son muy limitados y necesita de una serie de cuidados cotidianos. Guillermo ya había hecho un corto con Caíto, sobre Caíto, llamado Caíto , en 2004. Ese corto forma parte de este largometraje, se ve en un televisor, lo ven Guillermo y Caíto. Los dos protagonizan esta película que oscila entre el relato de un registro documental y el relato de una ficción basada en hechos reales y/o en personas reales. Sobre todo en la primera parte se nos habla de cómo será la filmación de una ficción protagonizada por Caíto, se nos muestran los preparativos del rodaje, la llegada de actores, la negativa de la kinesióloga real a actuar (que será interpretada por Bárbara Lombardo, en un enroque de equivalente calidez). Un formato de idas y venidas, de cajas ficcionales de film dentro de otro film que traen a la memoria a la muy recomendable película mexicana ¿Quién diablos es Juliette? , de Carlos Marcovich. Hay una gran apuesta en esta película amorosa (perdón por el término, pero Caíto irradia amor de forma centrífuga): amor fraternal por sobre todas las cosas. Pfening y sus coguionistas Agustín Mendilaharzu (uno de los protagonistas y director de fotografía de Historias extraordinarias ) y Carolina Stegmayer (que actúa en Caíto ) disponen y traman una película que va del documental (o la preparación ficcional de la ficción) a la ficción-ficción y jamás pierden la escala, la realidad de los personajes, el centro de la cuestión. Caíto es una película sobre hacer una película con Caíto, también sobre los sueños de Caíto, sobre las dificultades de un rodaje, sobre ensayos, sobre planos, sobre cortes y cambios, sobre sentimientos, dificultades y sueños. Uno de los grandes momentos de la película es cuando Caíto (y Suzuki y Anita) van en el cuatriciclo y los para "la policía". Allí se conjugan la sorpresa, la simpatía, la alegría y la cotidianidad del rodaje. Caíto era una película que desde su punto de partida tenía en su horizonte innumerables riesgos y posibles excesos, y no sólo los esquiva sino que además lo hace sin negar la emoción, sin una pose de distancia artificial. Su armado, de innegable lucidez, le permite jugar, contar y describir con una libertad y una frescura que no abunda en el cine argentino. Por la cercanía del tema, es difícil saber si Caíto es el inicio de una prometedora carrera como director para Pfening. Pero eso es especulación sobre el futuro. En el presente tenemos una muy buena pequeña película de 70 minutos con alta concentración de emociones honestas.
Con amor de hermano Caito es Luis, tiene casi 30 años y a diferencia de su hermano, el actor Guillermo Pfening, es un chico común que vive en un pueblo donde todos lo conocen y sostiene una luminosa sonrisa casi siempre, aun cuando las fuerzas lo abandonan o cuando se somete a la terapia de recuperación por la distrofia muscular que le diagnosticaron de niño, cuando fue evidente que no podía correr o subir una escalera como sus amigos. Primero Pfening filmó un corto con su hermano que ganó un premio en Francia, y ese fue el germen del largo, rodado desde una asombrosa libertad creativa. Caito cuenta los preparativos, ensayos y búsqueda de personajes de lo que va a ser una ficción protagonizada por Luis, que lo mostrará enamorado de una prostituta y la relación afectiva que mantiene con una niña maltratada de la que de alguna manera se convertirá en un papá. Además muestra a la familia Pfening, a su kinesióloga, a la mujer que trabaja en la casa, sus amigos, recorre a través de fotos los días de la infancia de los hermanos, las vacaciones en el mar. Y después sí, la ficción que se entrelaza sin dificultad con lo anterior y Caito que se enamora, se emborracha, es rechazado, cuida de esa niña, tiene sexo, escapa, logra concretar todos sus deseos. En su debut como director, Pfening se arriesga a contar sus afectos más cercanos con una auténtica curiosidad por la experimentación y sobre todo con el amor que tiene por su hermano, que le permite evitar cualquier golpe bajo. Complejizando el relato al mostrar el proceso creativo, la intimidad familiar y la historia de amor en la ficción, Pfening da cuenta de un todo de manera excepcional y con una puesta difícil que no elude la emotividad.
Con Caíto, su cortometraje del 2004, Guillermo Pfening retrataba un día en la vida de su hermano, un joven para el que las tareas cotidianas que se hacen en automático suponen un gran esfuerzo a raíz de su distrofia muscular. El actor retoma aquel trabajo para su debut cinematográfico, un proyecto personal cargado de amor con el cual elude las clasificaciones. Pfening lleva adelante un documental sobre la película que su hermano encabezará, un diario del rodaje de una ficción que Caíto protagoniza y que a su vez se basa en él, mezclando elementos del día a día y aspectos del trastorno genético con detalles de la producción. Este acercamiento experimental funciona y tiene una duración justa, dejando el camino libre para que la ficción se haga cargo del resto del metraje, con imágenes muy bellas acompañadas de una gran banda sonora, que culminan en un emotivo final para el que las palabras sobran. Por tratarse de una producción de alto contenido sentimental, por momentos circula por una fina línea que la separa del golpe bajo, volcándose hacia ese lado en algunos pasajes que dan cuenta de cierta artificialidad y que aparentan una "puesta" para las cámaras.
La relación de cariño de toda una familia Caíto es el apodo familiar de Luis Pfening, hermano del conocido actor Guillermo Pfening. Que no es director de cine, pero era la persona indicada para hacer esta película. Que es, más bien, película y media, ya que reúne un documental con una ficción a medio hacer. El documental nos muestra la vida cotidiana de Caito, sus andanzas en auto y cuatriciclo por la ciudad de provincia donde vive, las reuniones con amigos, las sesiones diarias con la kinesióloga. Pequeño detalle, él tiene lo que se llama distrofia muscular de Becker (por el médico Peter Emil Becker), un mal que afecta gravemente las posibilidades de crecimiento y movilidad de su víctima. Fuera de eso, él es como cualquiera de sus amigos. Medio consentido, nada más. Asimismo, el documental nos muestra el making-off de una cinta amateur pergeñada entre los dos hermanos. Para la misma, algunos artistas, también amigos, representaron a las personas del entorno. Así, aparece como el padre el director Juan Bautista Stagnaro, para quien Guillermo protagonizó "Fontana, la frontera interior", y también están Marinha Villalobos, Lucas Ferraro, Romina Ricci, Bárbara Lombardo, a los que se suma la nena Franca Licata. En esa historia ficticia vemos los entreveros de Caíto con la Suzuki, la chica rápida del pueblo, y vemos también a una nena de diez años con una madre golpeadora. El joven toma cartas en el asunto, protege a la niña y se convierte en algo así como su hermano mayor, incluso tal vez como su padre adoptivo. Y la Suzuki lo secunda. Hasta ahí llega el cuento, que lo muestra como un héroe sencillo y creíble. ¿Por qué no? Lástima que no pudieron terminarlo, pero se nota que igual disfrutaron y demostraron lo que querían: una relación de cariño que incluye a toda la familia Pfening y medio Marcos Juárez, allá en la "pampa gringa" de Córdoba. Ahora sólo cabe esperar que cuando "Caíto" salga en DVD venga con el bonus de "Caíto", el cortometraje con que ambos hermanos ganaron el premio Mélies 2004, y que sólo se ve parcialmente al comienzo del largo. Muy tierno.
Dirigida por Guilermo Pfening, es un documental mezclado con ficción sobre su hermano, que padece una distrofia que debilita sus músculos. Pero lo que hizo el director, es “jugar a hacer cine”. Con un espíritu que descarta de plano el golpe bajo, que pone el acento en los sueños, las relaciones y que se escapa de formato con actores dispuestos a meterse en la ficción. Desde el amor y con talento.
En 2004, el actor Guillermo Pfening presentó el cortometraje Caíto, acerca de Luis “Caíto” Pfening, su hermano menor, que padece una distrofia muscular. El corto ganó el premio Georges Méliès y pasó por varios festivales. Ahora llega el largometraje con el mismo título y protagonista, pero con una propuesta más ambiciosa. Luego de ver los resultados del corto, Guillermo nota que todavía hay mucho más para decir sobre Caíto. Más allá de los tratamientos de rutina, su vida es normal, lo mismo que la relación con quienes le rodean. Y eso es lo que Guillermo quiere reflejar en una película (dentro de la película): las vivencias de su hermano, su relación con el padre y con la prostituta del pueblo, las salidas nocturnas, la amistad con una niña. Para lograr un producto sólido, se suman amigos y colegas de Guillermo: Bárbara Lombardo, Romina Ricci, Lucas Ferraro, Juan Bautista Stagnaro. Y, en el medio, los ensayos, los berrinches, las risas, la vida...
Poniendo el énfasis en los vínculos afectivos del protagonista y en el amor entre dos hermanos más que en las dificultades existenciales que provoca la discapacidad, Caíto es un lúcido y profundo disparador acerca de estas problemáticas. Esta docu ficción del intérprete Guillermo Pfening, quien participa en el film haciendo de sí mismo, se ubica en un lugar diferente en su tipo. Precisamente el propio Pfening se desdobla en las escenas documentales y en las recreadas ficcionalmente, al igual que el muchacho que le da título al film, convincente al hacer de sí mismo pese a su inexperiencia. Distintos actores personificarán otros roles de ese universo pueblerino, como en los casos del padre de ambos hermanos, compuesto –inesperadamente- por el cineasta Juan Bautista Stagnaro y la kinesióloga, a cargo de Bárbara Lombardo. Otros personajes entran en el terreno de la pura ficción, como la encantadora Anita de Franca Licatta, Romina Ricci como la madre y la muy sexy Susuki de Marinha Villalobos. La trama paralela se entrelazan bien en la película, arribando a un desenlace en el que ambos mundos coexisten, en este inteligente debut de Pfening, que no se desborda al exponer en imágenes algo en lo que está íntimamente comprometido. Caíto, utilizando la recreación como atrayente instrumento narrativo, logra conmover, aunando su buena manufactura con la emotividad.
Una historia de Marcos Juárez Como cortometraje, "Caíto" ganó el premio George Mélis hace nueve años. El largometraje llevó cinco años y tuvo el apoyo de Pablo Trapero, que sugirió el aspecto de documental. Finalmente, la película se consolidó como una docuficción. Su director, Guillermo Pfening, actor de "Nacido y Criado", "XXY" y varios éxitos televisivos (Valientes), quiso hacer un filme en que su hermano, Luis "Caíto" Pfening, catorce meses menor, aquejado de un tipo de distrofia muscular, fuera el protagonista. UNA FAMILIA El filme los muestra, en su pequeña ciudad del interior, Marcos Juárez, Córdoba, rodeado de su familia y sus amigos del pueblo. En su parte documental, permite conocer al verdadero padre de los Pfening, las fotos de la infancia, escuchamos conversaciones y conocemos la vida diaria, que incluye las necesidades especiales que se deben realizar para mejorar la calidad de vida de Caíto. Gracias a la ayuda de todos, el muchacho, alzado y ubicado en su cuatrimotor es capaz de transportarse, relacionarse con sus amigos y hacer una vida en parte normal. La docuficcion transforma las caras que rodean al muchacho en personajes como Juan Bautista Stagnaro que hace de padre, Bárbara Lombardo de la kinesióloga; Romina Ricci, de Sandra y dos figuras que, indudablemente tienen una significación especial en la vida del protagonista. La Suzuki, la chica más liberal del pueblo (muy bien Marinha Villalobos), que tiene una relación amorosa con Caíto y por su contundencia física, puede "transportarlo", incluso a discotecas y paseos. La otra es Anita (Franca Licatta), una nena con muchos puntos de contacto con Caíto. En su caso, hostigada por una madre conflictiva. SESGO SOLIDARIO El filme, con algunos problemas formales, incluso de guión, mantiene frescura y espontaneidad y tiene logros que apuntan a sus aspectos puramente humanos y solidarios. No sólo "Caíto" tiene para siempre su lugar en el cine, del que podrá hablar y reflexionar como singular experiencia, sino que es un modelo con mayores o menores defectos, que sirve para cualquier chico o adulto que lo vea. Para mostrarlo en su relación igualitaria de picardía y rapidez jugando al truco o tomándole el pelo a más de uno, o demostrando que su lucha por vivir es parte de su cotidianidad. Escenas como la del estanque, donde todos se unen para que se arme una turbulencia de la que Caito disfruta flotando libre, o la de él en su cuatriclo con Anita pegada y feliz por la ruta, valen por toda la película, que además incluye una muy buena banda sonora. "Caíto" debiera ser de exhibición obligatoria en las escuelas. Su calidez y sentido solidario lo merecen.
La historia de Luis, sin golpes bajos De larga trayectoria en televisión y varias apariciones en la pantalla grande, Pfening consigue un debut como director por demás convincente, que pone el foco en su hermano menor. Hay una escena de Caito en la que se celebra un asado en honor del protagonista, Luis “Caito” Pfening. Uno de los intervinientes (a la sazón, el actor Lucas Ferraro) canta una canción compuesta especialmente para él. En ese momento es como si la película entera condensara su función, su ambición y su sentido. Así como el personaje que Ferraro representa en ese momento (y que bien podría ser el propio Ferraro), el actor Guillermo Pfening “compone” su primer largo como realizador en homenaje a su hermano, cuyo seudónimo familiar da nombre al film. Es como si la película entera estuviera escrita en segunda persona, dedicada a otro que, de modo infrecuente, es a la vez su protagonista. Claro que hay otra persona a la que en este juego (la película tiene mucho de lúdico) cabe el papel de testigo, cómplice y tal vez, de algún modo, co-constructor de un modo de enunciación que confía en el armado sobre la marcha. O en la simulación del armado: eso es también parte del juego. Tal como explica a cámara, adoptando la clase de lenguaje neutramente científico más indicado para la ocasión, Caito sufre de una forma rara de distrofia muscular, que dificulta la motricidad de sus piernas. Para trasladarse debe ser cargado a hombros. Aunque también es capaz de manejar autos y, sobre todo, un ciclomotor que le da toda la libertad del mundo para andar de aquí para allá. Con treinta años al día de hoy, Caito es el hermano menor de Guillermo Pfening (1978), conocido sobre todo por su protagónico de Nacido y criado (2006) y El último verano de la Boyita (2009) y dueño de una abundante foja televisiva, que va de Campeones de la vida (1999) a Condicionados (2011), pasando por Costumbres argentinas, Vidas robadas y Valientes. Casi diez años atrás, Pfening había filmado ya un corto del mismo título (Caito, 2004), en el que aparecía junto a Luis, en la natal Marcos Juárez, al sur de Córdoba. Producido por Pablo Trapero y co-escrito junto a Carolina Stegmayer y Agustín Mendilaharzu, Caito, el largo, no es tanto una expansión del corto como un abordaje distinto de la figura de su hermano. Si la distrofia del protagonista es rara, la película también deberá serlo, parece haberse planteado Pfening, que en su debut apuesta fuerte en términos de forma, estilo y narración. Marcada enteramente por la idea de representación y con una notoria insistencia metalingüística, Caito está dividida en dos partes claramente separadas. En la primera parte, Pfening, que desde ya aparece en cámara (tanto la primera persona y la voluntad metalingüística, así como su propia condición de actor, colaboran para ello), se aproxima a su hermano desde diversos ángulos, de modo fragmentario y diluyendo en todo momento los límites entre lo actuado y lo “espontáneo”. Delgadísimo y carismático, de largo pelo llovido, dueño de un sentido del humor bastante socarrón y con un carácter no precisamente débil (en la propia canción se habla de él como “tirano”), a Caito se lo ve en Marcos Juárez, en familia, visitando a la kinesióloga como todas las mañanas, intimando con Guillermo (está claro que se aman incondicionalmente) y estableciendo una relación con dos chicas. Una de ellas, Anita, tiene unos once años y una madre jodida. La otra, Suzuki, tiene veintipico y da la impresión de recibir ese apodo por su potencia en caballos de fuerza. A Caito no le es indiferente: “Vamos a los girasoles”, le dice en un momento, cabreado, después de haber galopado allí con ella, en el asiento delantero del auto. Ensayo y error, Pfening intenta llevar adelante una película “a lo Kiarostami”, con todos los nombrados haciendo de sí mismos, pero no llega muy lejos. Convoca entonces a un elenco profesional, integrado por las actrices Romina Ricci, Bárbara Lombardo, el mencionado Ferraro y el director Juan Bautista Stagnaro (que venía de dirigirlo en Fontana, la frontera interior, 2009, y aquí hace su primer pequeño papel como actor). Con ellos, Pfening filmará una película que incluye algo así como el sueño jamás expresado por Caito: huir a la libertad, montado en el cuatri y acompañado por Suzuki, devenida ya su pareja, y Anita, “adoptada” por ambos para resguardarla de la siniestra madre. Como todo film de estructura libre y abierta, Caito es atractiva, genera empatía por las dosis de riesgo que Pfening corre estéticamente y además cuenta con el enorme carisma de Luis, que si atrae miradas no es por morbidez, ni por un falso pietismo buenista, sino por su simple y fuerte presencia. El riesgo, que en un par de escenas queda más expuesto, es el de la metalingüística forzada, al borde mismo de cierto esnobismo intelectual. En más de un momento darían ganas de que la película hablara un poco menos del hecho-de-hacer-una-película-sobre-Caito y un poco más sobre Caito.
CAITO, la primera película como realizador del actor Guillermo Pfening, es eso que los norteamericanos llaman “a labour of love”. La expresión no tiene una traducción exacta, pero podremos usar “un trabajo por amor” o “un acto de amor”. La expresión se usa, generalmente, para definir esas cosas que uno hace “por amor al arte” -por convicción, deseo, pasión o lo que sea- y nunca por dinero ni conveniencia. Esta película es eso, claramente, pero también es una ofrenda de amor de un hermano a otro, una puesta en escena absorbida por el amor casi como concepto regidor de todo lo que vemos. Es un regalo, sí, de un hermano al otro, pero también uno de ambos a los espectadores. Caíto, el hermano de Guillermo, tiene una enfermedad muscular que lo obliga a movilizarse con ayuda, en silla de ruedas o en un cuatriciclo que funciona casi como su hogar en movimiento. En Marcos Juárez, Córdoba, la ciudad en la que nacieron y en la que Caito aún vive, Guillermo filmará la vida cotidiana de su hermano siempre en función de su deseo de actuar en una película… de ficción. caito1Pfening (el actor de NACIDO Y CRIADO y WAKOLDA, entre muchas otras películas y programas de TV) estructura su relato casi como el backstage de una película que se va haciendo mientras la vemos. Conoceremos la historia de los hermanos, cómo empezaron los problemas de Caíto y cómo es su rutina actual. De a poco van apareciendo los actores convocados por Guillermo para actuar en la película protagonizada por Caíto: algunas personas del lugar y otros más conocidos como Romina Ricci, Bárbara Lombardo, Lucas Ferraro y Juan Bautista Stagnaro, en este caso un director actuando, a la inversa de Guillermo. Promediando el filme, ese backstage irá cediendo paso a la ficción, centrada en la relación un poco complicada entre Caíto y dos chicas: una novia con la que se pelea todo el tiempo y una niña del lugar, de la que se hace amigo pese a las reticencias de la familia de ella. A la manera de AQUEL QUERIDO MES DE AGOSTO, pero menos ambiciosa, la película irá mechando más escenas de backstage en plena ficción, contando anécdotas del rodaje y hasta narrando escenas que no pudieron ser filmadas por diversas circunstancias. caito2Lo que transmite todo el proyecto es el cariño entre los hermanos, la omnipresente emoción que se cuela en cada escena y eso es algo que se imprime en cada fotograma. El movimiento circular de los actores en un tanque de agua para que Caíto pueda nadar, un encuentro con amigos que le cantan una canción dedicada a él o muchas de las conversaciones entre los hermanos transmiten al espectador esa sensación de que la película es, por un lado, casi un regalo familiar, pero también un regalo a los espectadores: inspiradora, tierna, profundamente humana, CAITO es la prueba que el buen cine es más que la suma de sus elementos técnicos. El buen cine está en la actitud y el afecto que se pone en la tarea de hacerlo. Una película, para citar a Leonardo Favio, es un acto de amor.
Un acto de amor fraternal Pocas demostraciones de amor son tan genuinas como la que hizo Guillermo Pfening. El actor se puso en la piel de director, intérprete y familiar involucrado para contar un pedazo de la historia de Caíto, su hermano, quien padece una dificultad motriz. La película está planteada desde un mix de documental y ficción. Y es justamente desde ese punto de partida donde la propuesta toma otra dimensión. El famoso Pfening, para este caso, decidió armar una trama basada en las inquietudes de su hermano no famoso, en relación a su deseo de ser padre, al vínculo con una novia del pueblo, con la persona que le hace sus tratamientos de rehabilitación, con los vecinos y con su vida cotidiana y familiar. Para eso mechó esos mundos íntimos, algunos realmente emotivos, con otros del rodaje, en los que participaron Bárbara Lombardo, Romina Richi y hasta el cineasta Juan Bautista Stagnaro. Con producción de Pablo Trapero, la película logra dar en el corazón del espectador sin recurrir nunca al golpe bajo, tentación en la que suelen caer los amantes del cine efectista. En apenas 77 minutos, Caíto logra meterse en la piel de la gente con simpleza y calidez. Para disfrutarla.
Con amor real El actor Guillermo Pfening dirigió en 2004 un corto titulado Caito, igual que como se llama este film. Y al igual que antes, el centro está puesto en su hermano Luis, quien sufre una rara forma de distrofia muscular que, como dice el propio Luis, es de las más leves, aunque no lo crean. Esta condición física le impide al protagonista moverse por sus propios medios, por lo que debe hacerlo con ayuda o al mando de un cuatriciclo con el que recorre las calles de Marcos Juárez, la ciudad cordobesa donde viven los Pfening. Obsesionado con este asunto -que ha marcado definitivamente a su familia-, el actor y director decide aumentar aquel corto apostando a una extraña fusión de documental, backstage, ficción y cine dentro del cine, un ejercicio metalingüístico que adquiere gran calidez -a pesar de su potencia intelectual y filosófica sobre lo real y lo que no lo es- a partir de nunca desviar el centro que es el vínculo de amor fraternal entre Guillermo y Luis. Pfening cuenta que fue durante la función estreno de Nacido y criado, film de Pablo Trapero que él protagonizó, cuando descubrió la potencia como personaje cinematográfico de su hermano Caito. No porque fuera un personaje en sí -que lo es, sin dudas: “es más difícil que matar un chancho a besos”, dice en un momento- sino por el deseo y la fascinación que generaba en Caito el mundo del cine. Y así como el director sueña que cumple el sueño de su hermano de ser actor, a la vez cumple el sueño de dirigir su película. Caito -el film- es un juego de idas y vueltas sobre la condición del dar y del recibir, y uno que nunca se vuelve explícito en sus intenciones sino que lo hace a partir de sus propia y compleja estructura. Es ahí donde la película crece y mucho, ya que sus mecanismos siempre quedan sepultados por el centro argumentativo, y nunca por la bajada de línea o el mensajismo que estaban a mano. Porque sí, Caito tiene a una persona con un padecimiento físico en primer plano, pero no cae en la tentación de hacer de eso su centro moral. También, tiene a esa persona jugando un rol difícil pero tampoco se construye como una lección de vida sobre el esfuerzo y el valor de intentarlo. Todo esto, que estaba implícito en el proyecto, queda a un costado y es una lectura posible, pero no la más importante. Lo que sobresale es ese entramado de dispositivos que elabora Pfening, yendo del documental casero, al backstage sobre un rodaje y sobre el resultado de ese rodaje. Y todo el proceso, claro, centrado en la figura de Caito, alguien que lejos de la condescendencia enfrenta lo suyo con gran vitalidad. Caito es también un punto de inflexión en cierto tipo de documental que hace de la experiencia personal un catálogo de horrores. Esa primera persona que sirve, la mayoría de las veces, para sumir al espectador en una serie de golpes bajos y sordideces innecesarias. El humanismo del film de Pfening, el verdadero amor con el que está hecho, elude tanto el miserabilismo como la ambición artística. Es apenas un gusto personal, que se convierte público por medio del cine. Y en la proyección de la pantalla, logra amplificar los alcances y entresijos de su aparente pequeña anécdota.
El filme abre directamente con la idea de instalarnos en que lo que vamos a ver, el cumplimiento del anhelo de un hermano con el deseo de su hermano menor discapacitado: hacer una película juntos. Hablamos de Guillermo Pfening, reconocido actor de cine y televisión, quien nos presenta a su hermano de sobrenombre Caito. Todo un acto de amor, y eso se percibe a cada momento, en cada plano. Para llevar adelante la empresa, aunque no es la primera vez pues hace casi 10 años realizaron un cortometraje sustentada en la misma idea, Guillermo construye una docu-ficción, como para calificarlo con un término que pueda darle un marco de referencia al texto. El problema es que lo que parece ser un recorrido incierto, con idas y vueltas, termina por presentar un desorden confusional más que un orden aleatorio, heterodoxo de montaje y construcción del relato. Por lo que lleva a la sensación de repetición de imágenes y situaciones que no agregan ninguna nueva información que deje rédito en la prosecución de lo narrado. Por ende aburre. Es entonces que tenemos dos variables del relato. Por un lado, la presentación real del hombre, Caito, un joven que sufre de una distrofia muscular que le impidió el normal desarrollo físico, con sus limitaciones a cuestas producto de las dificultades de ese cuerpo puesto como mapa del padecimiento. Por otro, la casi ficción de la vida de un joven en esas condiciones y su cotidianeidad. Es así que nos enfrentamos a Caíto, quien ya cerca de sus 30 años, con la ayuda de sus familiares y amigos, tratará de llevar adelante proyectos, sueños, que él quiere para su vida. Lo primero que surge es que empieza a obsesionarse con su propia representación en la función de padre, a partir de esta obcecación es que la necesidad se torna imperante. Para ello debería formalizar su relación con “La Suzuki”, para nombrarla de manera delicada, se podría decir, la joven más conocida del pueblo, deseo que le confiesa a su kinesióloga. Por otro lado, el filme intenta instalar, nunca lo logra de manera eficiente, menos convincente, una subtema presentando a “Anita”, quien con sus 11 años debe soportar la tortura de vivir en el seno de una familia disfuncional y violenta. Un reflexionado, pensado y armado grupo de personas que incluye a otro ignoto hermano, junto a los amigos del famoso, todos actores profesionales, que están en función sólo para representar la vida de Caito, ya mostrada en las partes que se manifiestan como documental. La realización por momentos hasta parece pretenciosa desde la construcción heterodoxa, del cruzamiento de géneros, pero el problema principal es que la chispa que dio origen a la misma no se justifica desde ningún otro ángulo, es decir no se universaliza bajo ningún concepto, sólo el individual y único merito que el de ser propulsado por el afecto que Guillermo profesa por su hermano menor, loable pero insustancial, ya que al final del relato casi todo sigue igual. Caito sigue siendo Caito, Guillermo es director de cine. Posiblemente éste producto pueda hacer las veces de despegue de una vida cercenada por una maldita enfermedad, que bien podría haber anclado a todo el grupo familiar, situación muy común en familias que terminan con sus componentes destruidos girando alrededor del enfermo, pero que aquí queda demostrado, desde una perspectiva lozana de salud mental, pudieron salir adelante. Por otro lado, cabe la posibilidad que el ciclo se termine aquí, entonces sólo podrá verse como esos quince minutos de fama de la que tanto hablaba Andy Warhol.
Corrientes de amor Estos días nos tocan los actores que dirigen. El actor Guillermo Pfening hace una película sensible y esmerada sobre su hermano Luis, alias Caíto, aquejado por una enfermedad degenerativa de los músculos, uno de cuyos efectos prácticos más visibles es la incapacidad para movilizarse por sus propios medios. El calificativo “sensible” puede dar lugar a equívocos, más que nada si no se precisa un poco el contexto en el que se aplica. Pfening no filma a un freak, ni a un ser desolado por la desgracia, ni filma tampoco a una víctima, traicionada por la naturaleza y arrojada al mundo con astucia, a modo de presa ideal de la conmiseración del espectador. Sensibilidad, para Pfening, significa gracia y preocupación; interés genuino por el otro –su hermano menor, en este caso– y un cariño evidente por la imagen, por cuidar en todo momento lo representado dentro de esos límites rectangulares, temblorosos y amenazantes a la vez, que constituyen la pantalla de cine. ¿Qué filma Pfening? No una criatura olvidada, entonces, que el cine tendría que sacar a la luz con el objetivo de reseñar su dolor y exponer, como un dictamen, la necesidad cívica de una reparación. En vez de eso, Pfening filma un enigma: el enigma de la felicidad. Caíto, la película, no es la historia minuciosa de una lucha por alcanzar un estado siempre provisorio de bienestar personal sino más bien, curiosamente, la constatación misteriosa de su existencia. Pero resulta que Caíto, además, es dos películas por el precio de una: un documental sobre la filmación de una película que lo tiene a Caíto como protagonista, y que incluye, como un añadido, la ficción pura como una de sus partes constitutivas. En ese segmento de ficción propiamente dicha, Caíto tiene una novia, rescata a una niña de las garras de una madre abusiva y después huyen los tres a bordo de un cuatriciclo por las rutas de Córdoba. A pesar de terminar con los tres comiendo como si fueran una familia a un costado del camino, bajo un cielo estrellado que un último movimiento de cámara parece señalar como ostensiblemente falso, esta aventura inventada no pasa por alto las dificultades del protagonista para desplazarse, ni su dependencia de la toma regular de un medicamento. De modo que esa zona de la película no termina de funcionar como una especie de fantasía salvadora acerca de otro destino posible para Caíto. La filmación de la película con Caíto como actor que se interpreta a sí mismo parece más bien una excusa, un modo como cualquier otro de confraternizar, de reencontrarse con amigos y conocer otros nuevos. Una escena muy bella, previa al rodaje, que muestra a los actores –entre los que se encuentran Bárbara Lombardo, Romina Ricci, el director Juan Baustista Stagnaro y Lucas Ferraro– metiéndose en un tanque australiano, sugiere que hacer la película tiene efectivamente una intención terapéutica. Bajo las órdenes de Pfening se ponen todos a nadar frenéticamente alrededor, hasta que después se retiran para que pueda deslizarse allí Caíto, que es arrastrado en círculos por la corriente producida por el movimiento que dejaron los cuerpos: Caíto también es, con toda lógica, una película de cuerpos. Cuerpos que se abrazan –a Caíto hay levantarlo de la cama, hay que sentarlo a comer, hay que subirlo al cuatriciclo, hay que ayudarlo a bañar– que se sostienen y se juntan, cuerpos que se cuidan con una dedicación y un cariño que parecen, de pronto, ser uno de los objetivos principales del cine. Guillermo Pfening ha hecho una película que no rinde cuentas como no sean las del amor fraternal. La novedad es que con ese combustible también se hace cine.
Allí por el año 2004, Guillermo Pfening comenzaba su carrera como director con el cortometraje Caíto, logrando plasmar en apenas diez minutos las circunstancias y deseos de su hermano menor, aquejado por una enfermedad motriz severa llamada “distrofia muscular de Becker”. El bellísimo corto transmitía la necesidad de su hermano -con apenas catorce meses de diferencia- de subirse a una hamaca y balancearse como lo hiciera en su infancia. En la última de las escenas veíamos el rostro de Caito feliz y satisfecho, con su hermano Guillermo empujándolo, dándole el envión que necesitaba para cumplir su pequeña meta. Ese amor fraternal, encarnado en Guillermo Pfening y que trasciende el mero discurso narrativo, nos permite adentrarnos en el universo de Caito y todas aquellas personas que lo rodean. El film atraviesa con gallardía y soltura la estética del documental con tintes ficcionales. Todos los protagonistas (Caíto, Guillermo Pfening, Romina Ricci, Bárbara Lombardo, Lucas Ferraro, Franca Licatta, Marinha Villalobos) aportan su amorosa mirada y profesionalismo a este proyecto familiar/ cinéfilo. Y tal vez este sea el elemento más valorable de Caíto, el hecho de retratar una historia familiar sin golpes bajos y con un cuidado estético poco común en aquellos casos donde el componente emocional es tan intenso. Guillermo Pfening presenta la historia de su vida, la de su hermano y la idiosincrasia de su pueblo de una forma cuasi testimonial. Una fotografía exquisita -a cargo de Pablo Parra- y escenas memorables hiladas con un cuidado montaje, hacen de este film un admirable ejercicio cinéfilo que nos demuestra que pueden abarcarse los temas más delicados sin caer en la sensiblería melancólica. La banda de sonido a cargo de Francisco Bochaton y Gepe es otro elemento fundante de los logrados climas que atraviesa el auspicio debut de Pfening. Este equilibrio entre profesionalismo cinematográfico y delicado relato de amor es tal vez el rasgo distintivo de un film que definitivamente debe tomarse como referencia para un abordaje adulto de las discapacidades motrices. Ojalá las puertas delicadamente abiertas por Caíto nos permitan ingresar a un nuevo enfoque cinematográfico de las relaciones humanas, más sincero, menos efectista, que conduzca al público a afrontar las discapacidades con una mirada adulta e inclusiva.
Protagonista de su vida Cuando Guillermo Pfening estrenó Nacido y criado, su hermano asistió a la avant premiere y, en ese momento, Guillermo deseó que esos roles se invirtieran, que Caíto algún día sea el protagonista de su propia película. Eso cuenta el director en uno de los momentos del documental que escribió y dirigió para su hermano. El filme, realizado en Marcos Juárez, continúa el trabajo del cortometraje que Pfening hizo sobre su hermano en el año 2004. Esta vez, la historia comienza con tono testimonial: Guillermo viaja a su pueblo y presenta ante la cámara a su casa de la infancia, su familia y su hermano Caíto, que padece distrofia muscular. El documental muestra, primero, las rutinas diarias de Caíto en el pueblo, desde que se despierta hasta que se va a dormir, momentos en los que las dificultades para moverse se neutralizan con la ayuda de quienes lo rodean. Entonces, el biodrama se agrieta e ingresa la ficción, de la mano de actores que interpretan a las personas reales en la vida de Caíto (Romina Ricci, Juan Stagnaro, Bárbara Lombardo, Lucas Ferraro y se destacan, sobre todo, Marinha Villalobos y el mismo Caíto). La edición y la cadena de mamushkas entre ficción, metaficción y realidad toman la posta, para contar otra historia, con poética propia (hay escenas de poderosa belleza, como la de los actores en una pileta, o en los girasoles). La película es así un intangible obsequio familiar, realizado con amorosa pericia narrativa, en la que es imposible separar obra y vida.
El Amor (segunda parte). Este film que juega con el documental y la ficción tiene como antecedente un corto homónimo con el que en 2004 Guillermo Pfening ganó el premio George Méliès que entregan la Embajada de Francia con la Cinemateca Argentina y que todos los años gira en torno a un tema. En él nos presentaba a su hermano Luis Gustavo Pfening (Caíto), con quien apenas se lleva un año de edad y que sufre una enfermedad degenerativa llamada distrofia muscular. Varios años después y con la excusa de filmar una ficción donde su hermano sea el protagonista, Pfening nos trae su primer largometraje donde continúa esta historia. Este oscila entre el backstage de la película que están intentando filmar, el registro de la vida diaria de su hermano y la ficción propiamente dicha, donde Caíto puede cumplir uno de sus deseos más profundos: Ser padre. Sin descuidar cuestiones estéticas ni la realidad que lo rodea, el director nos cuenta un relato que irradia luz (espiritualmente hablando) y que no necesita de golpes bajos ni esclarecimientos para tocarnos las emociones. Cada plano, cada secuencia, cada material de archivo están puesto con certeza y buen gusto. Un film sólido con una banda sonora (que incluye a Francisco Bochatón y Gepe) que no hace más que sacar más brillo a sus mejores momentos. Pero si hay algo que ronda durante toda su extensión es el Amor. Eso: Amor, con mayúscula. Relato tan simple y tan complejo a la vez, pero que en definitiva es Amor. La única palabra que se me viene a la mente luego de ver Caíto es esa. Guillermo Pfening retoma en poco más de 70 minutos una historia de Amor (insisto en ponerlo en mayúscula): el que le profesa a su hermano, a la vida, a sus amigos, a su familia y pueblo (Marcos Juárez, Córdoba). Decir que Caíto es una película sobre este hombre con distrofia muscular es caer en una falacia. Es la historia de Guillermo (me tomo el atrevimiento de llamarlo sólo por su nombre) y de todos aquellos que lo rodean. Caíto es una coartada, una hermosa excusa, para hablarnos de la vida y de los sueños, sobre amar y ser amado.
Caíto: a moving film about brotherly love Caíto, actor Guillermo Pfening’s directorial début, is both a documentary and a fictional account starring his younger brother Caíto, who suffers from a genetic disease that causes muscular dystrophy and prevents a normal lifestyle. He needs assistance to move, get around and do simple chores. Pfening had already made a short film with his brother, also called Caíto (2004). Now’s the time to go big. Caíto, the film, does two things at once: it documents Caíto’s life and it also depicts the making of a fiction film with Caíto playing himself. Or, better said, a fiction film based on his real life with his real friends and relatives. In the main story, Caíto has a warm girl friend who loves him dearly, while he becomes a father figure for a 9-year-old girl mistreated by her family. In the fictional movie being shot, Caíto sees his most cherished dream come true: to have a family of his own. So you see the preparations for the fiction film, some scenes as they are being shot, other scenes as you would see them if you were watching the finished film and, in between, the documentary on Caíto’s regular life. Above all, what you see is a declaration of love between brothers. Guillermo Pfening gives his younger brother the opportunity to be on the big screen, to be the protagonist of a dream, and Caíto returns the favour by expressing love and affection in a way only brothers can. There’s no doubt that Caíto, the film, is living proof of a most loving bond that overcomes adversity and misfortune. It is, indeed, an act of love. However, as a film, Caíto is not that compelling or insightful. It’s merely descriptive, at best. It presents a scenario, introduces the characters, makes a couple of observations, and that’s it. The love these brothers feel for one another is unquestionable, but the film that comes out of that love is purely anecdotal. It just doesn’t dig deep into the many facets of this material. It doesn’t say much about Caíto’s real life, or what he thinks and feels towards this or that. It’s a film made with the best intentions, but that doesn’t make it a film with thought-provoking questions. From a strictly cinematic standpoint, it’s just correct, no formal exploration of the film medium is found here. On the plus side, this type of material often gives way to facile sentimentalism, inducing viewers’ identification with the plight of the protagonist. In short, films meant to make you cry or be moved by manipulative means. Fortunately, it’s not the case here. Pfening casts a dignified, respectful and sometimes humorous look on the story, the kind of humour that does not make fun of its subject.
Cuenta la relación de amor entre dos hermanos. Llega este film de la mano del reconocido actor Guillermo Pfening, de larga trayectoria en cine, teatro y televisión. Ahora se lanza como director de largometrajes y cabe recordar que anteriormente se realizó un cortometraje con el título “Caíto” que logró el premio Georges Meliés en el 2004. Este film se encuentra producido por Pablo Trapero. Se desarrolla en Marcos Juárez (una ciudad del este de la provincia de Córdoba, Argentina), su ciudad natal y la inquietud de Pfening es cumplirle un sueño a su hermano menor Luis Caíto, (quien aún vive en esa Ciudad) ser protagonistas de una película, contando la rutina de una semana de su vida. La historia tiene un estilo de documental pero tiene también algo de ficción. Luis Caíto se moviliza en un cuatriciclo especialmente preparado dado que posee una capacidad motriz diferente, padece Distrofia Muscular de Becker. Y nace la inquietud también de mostrarle al público que por más adversa que sea la vida puede cualquier persona superarse y luchar por la vida. Ellos se unen para emprender una gran aventura, un sueño y a lo largo de su relato siempre está el amor, Guillermo Pfening busca el apoyo de varios actores (Romina Ricci, Bárbara Lombardo; Juan Bautista Stagnaro, Lucas Ferraro, entre otros), dentro de la cotidianidad vemos la relación con su padre, su empleada doméstica, su kinesióloga, sus amigos y las mujeres. Ambos hermanos se lucen frente a cámara, y al espectador no le dejan solo eso sino una lección de vida, donde está presente el compañerismo, la cordialidad, el cariño y la armonía, entre otros sentimientos. Caito tiene cerca de treinta años, vive con su padre y pese a estar rodeado de amigos, siente la necesidad de ser padre. La persona que puede cumplir su sueño es Suzuki (la chica fácil del pueblo), con ella mantiene varios encuentros. Y en el film eso se ve reflejado cuando Caíto se preocupa e intenta proteger a Anita (10) que vive en un hogar violento y él le ofrece su protección. La película ayuda aquellos que estén viviendo algún situación similar, la Asociación de Distrofia Muscular (ADM) nació hace más de 20 años (en 1983) debido a la inquietud de un grupo de padres y pacientes afectados por distintas enfermedades neuromusculares conjuntamente con médicos dedicados a su investigación y tratamiento intentando posibilitarles una mejor calidad de vida. La historia tiene momentos más logrados que otros, la ficción es lo más flojo, una buena fotografía mostrando un campo lleno de girasoles, la pampa húmeda, entre otras; no falta el humor, escenas de backstage, infaltables las anécdotas del rodaje que nos muestran el buen clima en el que se desarrolló la filmación. El film al fin y al cabo cumple con su objetivo principal.
El juego en los límites La ópera prima de Guillermo Pfening surge a partir de un corto del mismo nombre, realizado en 2004. En ambas producciones se muestra la relación entre el actor de la familia, y su hermano catorce meses menor, Caíto quien padece una deficiencia muscular. Guillermo abandona el pueblo de nacimiento y emigra a Buenos Aires para desarrollar su carrera actoral, mientras que Cai, como lo llaman sus allegados, permanece en Córdoba donde kinesiólogos y demás profesionales lo asisten diariamente. Sin embargo, un día el mayor de los hijos regresa con la idea doblar la apuesta de ese corto inicial, y ambos se embarcan en el proceso de ese deseo conjunto: filmar una película. Al inicio la película da la ilusión de presentarse como un simple documental donde vemos a Luis “Caiío” Pfening, el protagonista, contando en primera persona las especificidades de su distrofia muscular, enfermedad que se empezó a hacer más presente durante la infancia de Caíto. Lejos de lo que muchos pueden pensar, si bien la discapacidad se nombra y se acepta desde un comienzo, no se utiliza como recurso emotivo y no se permite caer en lugares comunes, ya que no se plantean limitaciones sino deseos: tal vez el gran y máximo deseo de Luis, será como luego revelará Guillermo, en relación a la paternidad. Desde ese momento, en la cabeza del director se empieza a plantear la opción de alternar documental y ficción en la filmación para contar la historia de su hermano menor. Es así como veremos convivir tanto escenas de ensayo de guión, como de de pre-producción, backstage, elección de actores y de personajes típicos de Marcos Juárez, localidad de donde los Pfening son oriundos, y donde transcurre prácticamente toda la filmación, ya que el documental es sobre y a partir de la ficción. En el relato ficcional Caíto ama profundamente a Zuzuki, su supuesta novia, y con quien disfruta paseos en su cuatrimotor, a la vez que se reúne con amigos y familiares y niños del barrio para compartir asados, guitarreadas y tardes de pileta donde los límites se desdibujan, y nuestro protagonista puede ser libre de obstáculos. En síntesis, podríamos decir que Caíto es una película dentro de otra película, pero no…es mucho más que eso. Caíto además de ser una belleza visual, narrativa y técnica, es la muestra real de que el amor, (fraternal en este caso) todo lo puede…Si lo sé, es un cliché decir esto, pero realmente el mensaje que este largometraje transmite es ese: el amor es el motor real y simbólico que vehiculiza al deseo, y nunca mejor dicho que esta ocasión. Los Pfening con su pelicular y mínima historia se permiten jugar a partir de la excusa de un límite muscular, que en realidad aquí no es tal, sino que incluso permite experimentar con el cine y a través de él rompiendo convenciones de género, y apelando a la espontaneidad de la emoción, al compartir con nosotros 70 minutos de una verdadera enseñanza sobre el amor filiar logrando como resultado un GRAN y maravilloso film que no teme conmover al espectador.
"Los hermanos sean unidos" El cine argentino difícilmente tenga en su historial una película como “Caíto”. Me atrevo incluso a ir un poco más lejos y decir que películas como estas hay pocas en todo el mundo. Luis “Caíto” Pfening es el protagonista de este documental amarrado a una pequeña historia de ficción, pero antes que todo, Caíto es hermano de Guillermo Pfnenig, director de este film. Precisamente fue Guillermo quien en el 2003 dirigió también el cortometraje que ganó el premio George Méliès al año siguiente. Lo que para muchos en un principio (entre los que me incluyo) era una simple y directa declaración de amor hacia su hermano es mucho más que eso: “Caíto” es una película inteligente, emotiva y divertida. Y así como del amor entre hermanos solo entienden aquellos que privilegiados que no son hijos únicos, de “Caíto” y su grandeza solo entienden (y entenderán) aquellos afortunados que la vean. Es inteligente por la estructura narrativa que utiliza Pfnening, que consiste en utilizar un documental durante los primeros minutos del film para contarnos su historia, la de su hermano y la de su familia, como así también las idas y vueltas de la pre-producción de la ficción que tendrá a Caíto como protagonista. Durante la segunda mitad del film arranca la ficción, aunque no faltan las conexiones entre ambos estilos con resultados maravillosos, originales y muy divertidos (la escena del control policial en la ruta es una clara muestra de ello). “Caíto” también es divertida, por que más de uno desprenderá varias sonrisas y carcajadas con los protagonistas, tanto cuando los vemos en la realidad como en la ficción. Un humor sano y sin grandes aspiraciones que siempre es bienvenido en estas pelis cuyo esquema consiste en mostrar grandes personajes en pequeñas aventuras. Y en definitiva, “Caíto” es emotiva, porque más allá de ser (como dijimos anteriormente) una muestra del amor de Guillermo Pfnening hacia su hermano y su familia es también una historia con un protagonista que pese a sus diferencias (Caíto padece de distrofia muscular) demuestra que con amor y voluntad nada, absolutamente nada, por más pequeño que uno sea (o parezca), es imposible.