Vivir en la nada “El cáncer es al hombre lo que la sal es al metal”. De ahí sale el intrigante título de Cáncer de máquina (2015), un documental sobre la inclemencia de las salinas en las vidas de los habitantes de Médanos y las máquinas con las que cosechan la sal. Es lento, se ve bonito, a veces poético y hace un muy buen trabajo en capturar el aburrimiento de “vivir en la nada”, como lo pone una de las personas entrevistadas. El documental es el debut largometraje de Alejandro Cohen Arazi y José Binetti. Se lo describe como una película de “ritmo hipnótico”, lo cual es una observación apta aunque sumamente desafortunada si la tomamos a pie de la letra (hipnosis, hypnon, dormir). El ritmo es tan hipnótico como moroso, principalmente porque el film tiene un único punto para hacer acerca del tema que trata, y condice con la opinión popular de que el mundo bucólico es lento y aburrido. La película empalma las entrevistas con los cosechadores y sus familias con time-lapses de nubes y algunos excursos poéticos pero obvios acerca de la erosión del entorno y la indiferencia de una naturaleza que todo lo corroe (las abejas polinizan flores, los sapos cazan insectos, las hormigas devoran el cadáver de un loro, etc). Hay algunas imágenes visualmente impresionantes, como la manada de camiones y tractores que impersonalmente recorren el desierto escupiendo y recolectando sal. Aquí los directores espejan muchas imágenes, multiplicándolas y reforzando la idea de una industrialización salvaje. A fin de cuentas Cáncer de máquina boceta con precisión un mundo tradicionalmente escondido en candilejas. Sus directores han logrado hacer exactamente lo que pretendían, de la forma en que lo pretendían. No hay puntos demasiado interesantes ni reflexiones asombrosas ni grandes descubrimientos, excepto que Médanos es el hogar de la Fiesta Nacional del Ajo. El resultado es una película hipnótica – en todos los sentidos.
Efigies de la explotación. Los realizadores Alejandro Cohen Arazi y José Binetti vuelven a trabajar en colaboración al igual que en Córtenla, una peli sobre call centers (2012), esta vez ambos en el rol de directores y guionistas con una película sobre el trabajo y la dura vida en las salinas del desierto bonaerense. Cáncer de Máquina (2015) utiliza dos registros comúnmente disociados, incluso en el género documental, que se combinan aquí para dar cuenta de las vicisitudes de la naturaleza y de las cuestiones sociales en una inusual propuesta en la que la fotografía y los artilugios estéticos participan en la construcción de una relación entre la técnica, el hombre y su entorno, que funciona a su vez como una metáfora sobre las contradicciones sociales. Como un viaje hacia una tierra baldía, el documental traza una visión sobre la belleza y las dificultades de la vida agreste alrededor de las salinas. En otro tiempo una zona próspera que fomentaba la radicación con diversos beneficios, el lugar parece ahora un territorio desolado con pocos habitantes, cerca de una ciudad pequeña que se las apaña como puede. Intercalando imágenes de la vida natural -insectos, sapos, gatos, abejas- con entrevistas a algunos pobladores que viven de trabajos con alguna relación con la salina, Cohen Arazi y Binetti dan cuenta de la problemática social de un pueblo al que el ferrocarril ya no llega y en el que predominan empresas que explotan cada vez más a trabajadores que encuentran su situación al borde del colapso. La crudeza de la vida de los hombres se mezcla con el lirismo de los insectos realizando su eterna danza, a la vez que las cosechadoras y los camiones invaden la salina para que los obreros se ganen la vida en un trabajo insalubre y mal remunerado. En este sentido, la naturaleza y las máquinas se unen a través de la técnica que las armoniza en un retrato sobre la existencia en la actualidad, pero dejando de lado la salud del hombre y sus necesidades. La fotografía del propio Cohen Arazi es exquisita, contrastando los hermosos paisajes y los primeros planos de los insectos o las máquinas con gran detallismo y sensibilidad. La música de Hernán Marrufo (Hernán D. Mar) le aporta al film texturas sonoras y atmósferas que conducen las imágenes por pasajes alucinatorios hacia una síntesis siempre imposible e inconclusa entre las necesidades del hombre, la vida bucólica y las inclemencias de la naturaleza. Con gran sutileza y poniendo más énfasis en la unión de la imagen y la música que en la palabra, el documental se posiciona ideológicamente al mismo tiempo que analiza la técnica y contempla la naturaleza. Las entrevistas logran captar la situación social de cada uno de los protagonistas, ya sea hablando con un cazador, un camionero, un conductor de un tractor, una familia que se las apaña para sobrevivir o una pareja de profesionales que viven en la soledad. Cáncer de Máquina entabla una relación intima que le permite crear una confianza que se traduce en un faro de claridad sobre la sencillez y la crudeza de la vida en el páramo, en un mundo que se hunde cada día más en la sordidez de la explotación.
El documental como retrato mecánico de la realidad, al estilo de los hermanos Lumière pero con bastante más tecnología, es lo que explotaron Alejandro Cohen Arazi y José Binetti para esta obra que tiene momentos de Mad Max, National Geographic y mucho de búsqueda de los personajes elegidos para contar la historia de Médanos, una salina que sigue trabajando pero que está en decadencia.Quizá por eso mismo, por el deterioro que sufren los hombres y sus herramientas en un páramo tan hostil es esa palabra "cáncer" del título. Vamos a experimentar lo que es vivir un trabajo en y con la naturaleza, un ecosistema forjado para la subsistencia de los que allí se criaron y no quieren dejar el pago y por otro, gente que llega de la ciudad para buscar la tranquilidad, como uno de los administrativos que vuelve cada tanto a la Capital para ver algún espectáculo en el Colón mas recuperó su gusto por la lectura en la tranquilidad de la salina. Los que se adaptan, están en el tratamiento que les impone la realidad, los que no, sobre todo los niños que algún día serán jóvenes, no se sabe si quedarán allí o se mudarán a un pueblo o ciudad con más movimiento. La preocupación de los que no quieren abandonar su casa, sus cosas, la rutina o el silencio del campo. Los separadores entre historias se dedican a la macrofilmación acercándose tanto como pueden a insectos, batracios, bestias nocturnas asechadas por un cazador y un pobre loro que no tiene tanta suerte. También el paisaje en las distintas estaciones es un telón de fondo que combinado con la música de Binetti (un pampeano que se recibió en el ISER y es músico, iluminador y guionista) llegan a atrapar el ojo de un espectador que se meterá en esta historia y querrá ver qué más puede descubrir. Por ahora, se estrena, después de un recorrido interesante por varios festivales como el de Melbourne, Australia; en Alemania, en Nueva York, EE.UU., en China y estrenada en el país de los realizadores durante el BAFICI de 2015. Miren si tardó tiempo en hacer pie en la pantalla grande. Lo cierto es que no es para un público masivo, pero, de vez en cuando, vale la pena encontrarse con estas joyas, a las que le falta un poco de pulido, que tienen mucho de experimentación y que nos muestran la calidad de muchos jóvenes que tienen futuro dentro de la producción autóctona.
Dirigida por Alejandro Cohen Arazi y José Binetti, esta ópera prima es un documental cuyo contenido puede no ser muy novedoso pero su mayor atractivo es a nivel audiovisual. Por ejemplo, los primeros veinte minutos, quizás extensos pero aun así hermosos, es una observación detallada y bella, con juego de imágenes y música, de las salinas de un pueblo del sur de Buenos Aires llamado Médanos. La erosión provocada por la sal, esa sal que brinda trabajo pero a la vez parece destruirlo todo, retratada con un lente que sabe capturar y que además se permite distorsionarse, o mejor dicho, duplicarse. Recién después de este aletargado inicio, aparecen los primeros testimonios. Resumiendo, Cáncer de máquina ahondará en cómo es la vida y el trabajo en ese lugar tan inhóspito y tan particular, la nada misma. Hay algún testimonio que más bien parece el monólogo de un trabajador ya cansado que necesita hacer catarsis. Hay alguno otro que puede rememorar a uno delos documentales de Herzog, Encuentros al fin del mundo, que cuenta cómo es la vida en ese lugar tan solitario, viviendo tan aislados, algo que sólo personas muy especiales pueden lograr . Pero también hay constantes imágenes de la naturaleza, del cielo, de ese lugar tan especial. Como ejercicio visual, es interesantísimo lo que hacen Arazi y Binetti, este recorrido lisérgico que proponen. A nivel narrativo, por momentos se puede tornar lento y reiterativo, pero la alternancia entre estos dos modos de contar la película –o sea, uno más enfocado en las imágenes, el otro en las palabras- logra generar cierto equilibrio para que la película no llegue a resultar tediosa. Hipnótica y poética, con un relato enfocado más que nada desde lo visual (a la larga, los testimonios no hacen más que aportar un poco de contexto), Cáncer de máquina es una extraña e interesante propuesta, aunque a nivel narrativo le falte fuerza.
Cáncer de máquina es una mirada a la vida en una salina La vida cotidiana de una pequeña comunidad industrial que vive aislada en una salina al sur de la provincia de Buenos Aires se ve alterada cada año por la cosecha de sal. Cientos de camiones, palas mecánicas y cosechadoras invaden el paisaje creando una danza fantástica entre la naturaleza y la máquina y, una vez concretada la cosecha, la vida cotidiana de sus pobladores intenta recomponerse para volver a sus rutinas. Los directores Alejandro Cohen Arazi y José Binetti ofrecen en este documental una mirada sobre ese mundo a través de los testimonios de un operario que nació y se crió en la salina, de un jubilado que trabajó en ese lugar, de un trabajador rural, puestero y arriero de los campos aledaños y de un electricista de la planta. A través de ellos se observa cómo se vinculan desde lo laboral y lo personal con ese paisaje fantástico e inhóspito. El entorno natural es una constante que se funde con sus vidas en esta desolada comunidad. Los primeros minutos de esta cálida radiografía no tienen diálogos y la cámara, desde dentro de un automóvil, se demora en un camino o fija su ojo en los trabajadores que cada día llegan a sus tareas. A través de sus personajes y de su sólida y por momentos poética narración, el film se convierte en el retrato, a veces impiadoso, otras tenso y amargo, de un desierto bonaerense en el que los hombres y las máquinas se unen para el trabajo sacrificado. La muy buena música y la impecable fotografía son otros puntos a favor en este documental.
EL DESIERTO Y LA SOLEDAD Un documental de Alejandro Cohen Arazi y José Binetti. Humanos y naturaleza en una zona desértica que se puebla cuando llega la explotación de una mina de sal. Historias comunes de solitarios y familias que desafían la soledad cada vez más pronunciada, para vivir de otra manera su arraigo al lugar. Buen clima, contrastes logrados.
Tan lejos y tan cerca de todo. Médanos, en el suroeste de la provincia de Buenos Aires, es la capital nacional del ajo. Y uno de los pueblos más cercanos a las Salinas chicas de esa provincia. Hacia allí se dirigieron los realizadores Alejandro Cohen Arazi y José Binetti para realizar un film que es varios documentales en uno. Los primeros veinte minutos, durante los cuales no se escucha ninguna voz humana –con la excepción de un locutor en la radio–, la cámara registra algunas instancias de la somnolienta vida del poblado y se sube a un auto para llegar a las blancas planicies del salar (el subtítulo del film no es arbitrario: Postales de un desierto bonaerense). A partir de ese momento, la música electroacústica hace las veces de fondo sonoro de un montaje de imágenes que parece emular la cadencia de un Dziga Vertov y la extrañeza ante la presencia humana y mecánica en medio de la inmensidad del Herzog de Fata Morgana. Los artilugios rojos, amarillos y grises mueven, cargan y descargan la blanca sal y recién poco antes del final de la jornada laboral apagarán sus motores. Y sólo entonces los realizadores se sentarán entre los trabajadores para oír aquello que tienen para contar. Cáncer de máquina –que parece tomar su título del desgaste que todo metal adquiere velozmente ante la presencia constante del cloruro de sodio en su forma natural, la halita– describe la vida del puñado de habitantes que vive, duerme y trabaja en el lugar. Apenas algunos empleados de las salinas; algunos de ellos solteros, otros con familias numerosas, muchos oriundos de otros pueblos y ciudades. La escuela permanece milagrosamente abierta, a pesar de contar con apenas dos alumnos. Dice uno de los operarios de grúas que antes, cuando era chico, ese paraje era un pueblo con luz, gas y hasta un médico; el ingeniero que hace las veces de gerente agregará que ya no conviene establecer colonias, que es más barato trasladar a la gente desde otros lugares. Otro empleado, que los realizadores registran luego de un asado seguramente regado con mucho alcohol, confiesa recuerdos y anhelos ante una cámara cómplice. Mientras tanto, la naturaleza continúa su ritmo, ajena a los dolores y placeres humanos: un pájaro muere y es devorado por hormigas, un grupo de sapos se hace un festín de insectos en medio de la noche. Todos esos elementos están integrados a la narración de Cáncer de máquina, a veces de manera absolutamente fluida, otras no tanto: la de los sapos es una escena particularmente bella, aunque su aporte al conjunto no parezca del todo pertinente. De todas formas, la más evidente de las virtudes de este largometraje realizado de manera casi total por los dos realizadores (ver la ficha técnica para corroborar sus múltiples roles) es justamente la misma que logra hacerla resbalar en algunos pasajes: en lugar de adoptar una mirada estrictamente sociológica u observacional, Binetti y Cohen Arazi se dejan llevar por la particular –y, a veces, oculta– belleza del lugar y por la humanidad de los entrevistados. En ese vaivén entre ambiente y pobladores, entre máquinas y animales, entre la supervivencia y el amor por la tierra, la película encuentra una forma personal de transmitir las formas de la vida en ese lugar. Un paraje que no está geográficamente tan lejos del espectador, pero que por momentos puede parecer de otro planeta.
Testimonio de una Argentina desconocida El título de este documental filmado en el partido de Villarino, provincia de Buenos Aires, predispone a ver alguna nueva y necesaria denuncia sobre enfermedades laborales. Pero el cáncer al que aquí se alude es un modo figurado de referirse a la erosión que sufren las máquinas cuando pretenden enfrentar a la naturaleza en las Salinas Chicas. Advierten los camioneros sobre el cuidado que deben tener, y la poca ganancia que se llevan. Hace mucho, al terminar la zafra de sal, la empresa entregaba un camión nuevo. Explica más tarde un ingeniero químico, gerente industrial del establecimiento, las razones por las cuales hoy los obreros viven en el pueblo vecino, y la colonia junto a la salina quedó hecha tapera. Pero esas exposiciones duran menos de cuatro minutos cada una. El resto del documental se aplica hábilmente a mostrar la hermosura del paisaje salar, tan blanco y variado, la fascinante invasión de camiones, cosecheras y otras máquinas, y hasta los diversos invertebrados que ahí viven, donde cualquiera pensaría que no puede haber vida alguna. Tampoco puede alguna gente de ciudad pensar que ahí, cerca de "esa nada", hay gente que no quiere irse por nada. "Nadie me puede decir cómo se extraña el paisaje", dice un tractorista obligado a jubilarse, poeta popular de versos sencillos y hondos. Similares sentimientos muestran un cazador de la zona, un peón bolsero, una joven madre, el propio gerente. No son muchos. Médanos es la población más cercana (ajos, vino, turismo termal, pocos habitantes). A la fiesta del pueblo va un matrimonio con sus dos hijitos. El chico es abanderado, la nena es única escolta, la maestra los acompaña divertida. Es que son los dos únicos alumnos que tiene la escuelita rural de Salinas Chicas. Testimonio de una Argentina profunda. Es bueno que películas así se filmen y que se difundan como corresponde. Autores, Alejandro Cohen Arazi (también fotografía y parte del montaje) y José Binetti (también autor de la música).
La sal de la vida La película arranca con planos generales en un pueblito bonaerense llamado Médanos, luego se visualiza el trabajo duro en una salina. Los primeros 20 minutos que dura esta presentación pueden resultar un poco extensos para los espectadores que están acostumbrados a la vorágine de la ciudad. Cáncer de Máquina es la antítesis de Córtenla, una peli sobre call centers, la producción anterior de Alejandro Cohen Arazi, en la cual, el ingreso a la vida de los trabajadores de los call centers, resulta un tanto abrumadora, teniendo en cuenta todos los pesares que tienen que atravesar. Pero si se quiere poner un punto en común, en este nuevo film también se habla del trabajo duro y mal pago. Los trabajadores de las salinas se esfuerzan durante horas para conseguir la cosecha y al final quedarse con unas pocas migajas. En todas las historias que aparecen, la soledad es una protagonista inevitable. Para algunos ya es una costumbre, para otros es un alivio de la gran ciudad y para otros es lo que hay. La soledad es fielmente reflejada en los grandes planos generales, esos que aparecen en los primeros minutos y cobran sentido a medida que se conocen las historias. En cuanto a detalles técnicos, hay una buena producción integral y todo convive en armonía con lo que se está contando. Cohen Arazi, en compañía de José Binetti, muestran historias que no se cuentan en las grandes ciudades y de alguna manera, ayudan a reivindicar una actividad de la que se conoce poco y nada, lo cual es un punto más a favor para la película.
La sal de la soledad. En Cáncer de máquina (2015) hay camiones que entran y camiones que salen. Son pocos los vestigios humanos ante un paisaje desolado, pero al que se le impone la naturaleza en toda su dimensión. Son las salinas en el lugar y la poca gente que habita esa postal, aquella que domina los 90 minutos de metraje.
En el municipio de Villarino al sur de la provincia de Buenos Aires, familias enteras dependen del trabajo en la salina. Cáncer de Máquina los observa en sus distintos puestos vinculados a la empresa y se desvía para mostrar la vida alejada del ruido de la ciudad. Sal de la tierra En el municipio de Villarino, justo en el borde entre la Patagonia y la pampa húmeda, la industria de la sal supo ser el motor de la economía en los tiempos en que sus empleados conformaban un pueblo junto a la salina. Disminuida y cada vez menos rentable para sus trabajadores, la actividad sigue siendo el sostén de muchas familias que se ocupan en los distintos puntos del proceso de la extracción, el embolsado y el transporte. Hay varias formas dentro del género documental y Cáncer de Máquina se encuentra entre los que se limitan a observar casi sin intervenir ni explicar. El trabajo en la salina es una excusa para mostrar todo lo que ocurre a su alrededor, siempre más interesados en la vida de las personas que en la actividad misma. Para eso entrevista pobladores en variados niveles de aislamiento y escasez, desde el oficinista que extraña la ópera en la ciudad hasta el trabajador que aunque su familia se fue al pueblo él prefiere quedarse en el monte con su escopeta que ir al supermercado, porque es la vida que conoció desde la infancia y no tiene ningún interés en cambiarla. Masticando silencio Sin una palabra, Cáncer de Máquina comienza mostrando el entorno del pueblo y la salina, para seguir luego pasar a una secuencia bastante musical enfocada al trabajo de los extractores y sus máquinas en la laguna. Esta larga secuencia inicial es un buen reflejo de lo que continuará: una mezcla de planos visualmente bien logrados, con una interesante y climática musicalización intercalados entre otras escenas innecesariamente largas que no aportan nada una vez que la primera ya dejó establecida la inmensa soledad de este desierto bonaerense. Algo similar se le aplica a las historias porque como suele ocurrir, el atractivo de una entrevista depende mucho del personaje retratado y como relata sus experiencias, algo que no tiene mucha continuidad ni estabilidad. Hasta el entrevistado mas interesante, capaz de dar de forma atractiva una perspectiva única de su vida, se despide con una larga escena nocturna donde no se ve nada de lo que pretende mostrar y que hasta se sospecha montada de forma inverosímil. Con las historias y las imágenes se asoma a varios temas potencialmente interesantes que no desarrolla ni profundiza, dejando insinuada la propuesta de una vida diferente a la urbana y la crítica a un sistema de explotación de trabajadores que dejan su salud y años de su vida al servicio de una empresa, perosin llegar a volverla algo realmente tangible Conclusión Cáncer de Máquina es un documental desparejo que no parece tener del todo claro sobre qué hablar. Aunque tiene unos cuantos fragmentos muy logrados visualmente y algunas entrevistas son interesantes, otras tienen muy poca sustancia y las secuencias de relleno innecesariamente largas no ayudan a mantener un ritmo atractivo.
BAJANDO UN CAMBIO Ingresamos al film como se ingresa a la salina: mediante un viaje pacientemente filmado dentro de un vehículo. El inicio de esta película no tiene diálogos, y no los necesita: quien habla es el paisaje, más específicamente, la salina alrededor de la cual gira la historia. Cáncer de máquina es un documental que narra las vivencias de un grupo de personas que viven y/o trabajan en la salina, pero no solamente eso: también relata el increíble panorama y las máquinas que interrumpen la armonía de la naturaleza, en una sucesión de planos psicodélicos que bien podrían haber salido de la última Mad Max, pero que sin embargo son made in Argentina. Las máquinas, con todo el poderío que les otorga el combustible y los hombres que las manejan, son además animales heridos por la implacable salina: la sal es para el metal, lo que el cáncer al cristiano. Los directores José Binetti y Alejandro Cohen Arazi se detienen frecuentemente en imágenes imperceptibles al ojo humano si no es a través de una cámara; desde planos abiertos que intentan abarcarlo todo hasta los más ínfimos detalles de los insectos que se pasean por los granos de sal. En el medio también se suceden entrevistas con los pocos habitantes de la salina, otrora una oportunidad laboral y educativa para sus trabajadores, y ahora solamente un dejo de aquella gloria que supo ostentar en otras épocas, algo que los entrevistados recuerdan en una mezcla de nostalgia y enojo. Porque los medios de transporte mejoraron, dicen, y por eso la gente se ha ido a otros pueblos y otras ciudades, dejando a un puñado de familias atrás que se las ingenian para socializar y no perder la cordura entre tanto páramo solitario. Ellos heredaron el trabajo en la salina y hacen lo imposible para salir adelante. Quizás el mayor desacierto del film es detenerse demasiado en las escenas cotidianas de los pocos habitantes de la salina o en el ciclo repetitivo de la naturaleza. O quizás simplemente es un problema del espectador, acostumbrado al trajín de las grandes ciudades o de estos tiempos de multitasking y redes sociales, que necesita que las cosas pasen ahora y ya. Lo que sí puedo asegurar es que es una película a la cual no se le puede ser indiferente.