El país que no miramos. Tras Extranjera y El Recuento de los Daños, inspiradas en los mitos griegos de Ifigenia y Edipo Rey, la directora sigue buscando otras maneras de adaptar los clásicos mitológicos a la realidad argentina. Si Extranjera, era un drama campestre y el segundo uno más urbano relacionado con el funcionamiento de las fábricas, Cassandra es trasladada a otra realidad: la del Impenetrable, y los habitantes Wichis y Tobas olvidados y marginados por los gobiernos de turno en el norte de El Chaco...
Sobre las distancias Hay un hecho insoslayable detrás de cada película que vemos: la necesidad que tenemos de encontrarnos ante algo que no hayamos visto o, como sucede en la mayoría de los casos, encontrarnos ante algo que ya haya sido visto y revisitado en innumerables ocasiones pero enfocado desde otro ángulo, planteado desde otra perspectiva. Algo que nos (con)mueva, que nos lleve a un lugar- ubicado en quién sabe dónde- lejos de donde estamos, aunque sólo sea por un instante. Desde la reflexión hasta la diversión, todas son abstracciones que hacemos casi sin darnos cuenta al entregarnos a una obra de arte. El problema se presenta cuando es imposible realizar este viaje, cuando todo (o gran parte de) lo que vemos (en el caso del cine, en la pantalla) hace que nos aislemos más en nuestras visiones, alejados y ajenos a la obra, casi creando una distancia cada vez más grande a medida que, en el caso de las artes que tienen al tiempo como factor constituyente (como la literatura o el cine, entre otros), avanzan los minutos, y las palabras y los planos (o las hojas y las escenas) se suceden uno tras otro. Tal es el caso de Cassandra, una película que ya desde el comienzo plantea una problemática débil, poco creíble, de envergaduras dramáticas que se diluyen al avanzar el film. Gran parte de lo que vemos nos resulta impostado, y cualquier posible destello que vislumbramos al comienzo se desnutre hacia la mitad de la película, insostenible en su amalgama de géneros y ahogada por un intento de polifonía, de multitud de voces, de la que no sale airosa. Alan Pauls en uno de los roles secundarios, en un film destinado al olvido. El film narra la historia de una joven de nombre Cassandra (Agustina Muñoz) que realiza un viaje al Impenetrable chaqueño con el objetivo de entrevistar a sus habitantes, nativos de allí, para un diario en el que trabaja. Así, encara este viaje (con la tutela periodística de su jefe, interpretado por Alan Pauls) al comienzo como una oportunidad para lucir sus habilidades como fotógrafa y reportera. Sin embargo, las sensaciones irán cambiando, las actitudes no serán las mismas y lo que en un principio se daba por entendido ahora es cuestionado, lo que en un entonces era una verdad absoluta ahora es una ficción endeble, una construcción que nos aleja de lo que verdaderamente importa. Viaje físico que es reflejo y causa de un viaje interno de esta protagonista, Cassandra no podrá, literalmente, continuar siendo la misma que era antes. Lamentablemente eso no sucede con nosotros: la nueva película de Inés de Oliveira Cézar peca de intrascendente, de punto medio, de ni fu ni fa, todo se queda en el camino por un simple factor: nos es imposible seguir a Cassandra en ese viaje. Varias son las razones de esto. En primer lugar, la inexistencia de una empatía con la protagonista. El personaje es chato, unidimensional y carente de humanidad. Imposible que nos importe siquiera un poco lo que le vaya a suceder. En segundo lugar, la multiplicidad de voces se presenta como un recurso pelado de cualquier basamento. Cassandra consta, a grandes rasgos, de tres visiones: la omnisciente, esa voz en off (a cargo del mismísimo Pauls) que narra los hechos en tercera persona, la de Cassandra, que mediante la voz over nos guía en su viaje y nos cuenta su percepción de las cosas y sus sensaciones, y la de su jefe, el personaje de Alan Pauls, quien aporta naturalidad a un personaje que no comprende completamente su existencia en la película. Así, la coexistencia de estas tres voces nunca se consolida, y mientras que una es innecesaria (la voz en off omnisciente) las otras dos no son compatibles: Cassandra aporta muy poco a lo que vemos y Alan Pauls (no recuerdo ni recordaré el nombre de su personaje) aporta demasiado, convirtiéndose en protagonista en la última parte de la película. Así, lo que nos debería interesar, Cassandra y su paradero, no es importante, y menos aún lo es la búsqueda de Pauls, que nunca termina de cerrar demasiado. Por último, la pasividad del territorio chaqueño retratado en el film. Bien podría ser el Chaco o Jujuy, Salta o Formosa, eso no cambiaría nada. En este punto, cuando nos damos cuenta que un conflicto muy particular (la problemática de los wichis autóctonos del lugar es retratada por momentos de manera documental) es casi una excusa para narrar el viaje de Cassandra, es donde nos distanciamos completamente. El intento de Inés de Oliveira Cézar de realizar una ficción de tinte documental nunca termina de unificarse: así tenemos un marco ficcional muy pobre y poco creíble que sostiene un núcleo documental que suena a excusa, a falso. Un ejemplo muy conciso: al hablar Cassandra con una de las protagonistas de una huelga en Castelli (en su camino al Impenetrable), no llegamos a escuchar nada de la situación en sí: en su lugar, la voz over de Cassandra nos explica lo que le contó esa señora mientras podemos ver a ambas conversar. Recurso interesante, pensará más de uno, para contar y recortar la realidad: todo lo vemos a través de Cassandra, ella nos cuenta lo que le han contado, y así el prisma es más deformante que nunca y la subjetividad es absoluta, y por lo tanto (en el mejor de los casos), la identificación con la protagonista será más accesible. Pero nada de esto es así. A los pocos minutos, todos hablan- esa gran polifonía, y es aquí en donde Cassandra traza la mayor distancia con el espectador: nos hablan numerosas voces pero no podemos escuchar ni una claramente. Casi como un horror vacui, por momentos pareciera que aquello que se rellena con voces es vacío puro, y que detrás de ese vacío yace, por más buenas intenciones que haya en el medio, una notable ausencia de ideas.
Busco su destino Una joven periodista (Agustina Muñoz) ingresa como becaria a la redacción de una revista y recibe como primer encargo de su editor (Alan Pauls) un viaje al Impenetrable chaqueño. Allí, Cassandra descubrirá lo extremo de la pobreza y la intensidad de esa experiencia irá modificando no sólo el compromiso y el tenor de los textos y fotos que va enviando sino incluso su propio destino. Con una propuesta que combina lo ficcional con lo documental (en la línea de Los labios, de Santiago Loza e Iván Fund), Oliveira Cézar construye un patchwork visual, un collage narrativo para una suerte de rompecabezas que propone un doble viaje: interno y externo. El problema principal es que la directora de Como pasan las horas, Extranjera y El recuento de los daños -más allá de varios interesantes pasajes y de su habitual categoría en el entramado visual- no consigue que el espectador se compenetre con (ni comprenda demasiado bien) los cambios que va viviendo la protagonista. Así, las "explicaciones" quedan a cargo de la por momentos recargada, a veces literaria y siempre solemne voz en off de Pauls, que se convierte en narrador y luego en motor de la búsqueda de Cassandra. Las diversas propuestas de Oliveira Cézar son interesantes de a ratos o analizadas de manera aislada, pero la falta de organicidad e intensidad terminan conspirando esta vez contra el resultado final.
Trabajo de campo Dirigida por Inés de Oliveira Cézar (Cómo pasan las horas, El recuento de los daños), Cassandra (2012) se centra en la historia de una joven egresada de la carrera de Letras que comienza a trabajar como pasante en una editorial. Sin saberlo, su nuevo empleo la conducirá a un escenario distinto que la transformará por completo. Cassandra (Agustina Muñoz) tiene muy en claro cómo quiere desarrollar su profesión. Y la oportunidad que le ofrece su editor (Alan Pauls) es perfecta para dar los primeros pasos: escribir una nota sobre los aborígenes que habitan el Impenetrable chaqueño. Dispuesta a alcanzar sus objetivos, la protagonista emprende un viaje en el que el público se convertirá en acompañante, además de partícipe. La película de Inés de Oliveira Cézar se destaca por la excelente construcción del relato, en el que juegan un papel fundamental las imágenes de Chaco y la voz en off. Porque si bien la realidad de las comunidades aborígenes es una de las aristas principales del film, también lo es la vida de Cassandra antes y después de tener contacto con ellas. La inquietud de saber cómo se desenvolverá la joven en un lugar que le es desconocido, de qué manera utilizará los numerosos testimonios que va consiguiendo a lo largo de la travesía y descubrir hasta qué punto la realidad ajena se convertirá en propia, son algunas de las incógnitas que plantea Cassandra. Las actuaciones de Muñoz y Pauls le dan fuerza a una historia atrapante en la que sobresale el paralelismo y la unión de dos mundos distintos, que quizás logren converger.
Sin llegar a ser un documental, el nuevo filme de la directora de COMO PASAN LAS HORAS juega en el límite con ese género, de una manera que la acerca bastante a la película LOS LABIOS. Aquí, Agustina Múñoz interpreta a una periodista que viaja al Chaco a trabajar en una historia sobre los aborígenes de esa provincia. Durante su primera parte la película hará una muy inteligente apuesta de mostrar el universo laboral de la periodista y los consejos de sus jefes y colegas al emprender el viaje, desde lo personal a lo estrictamente estilístico. Su editor en la revista lo encarna Alan Pauls y por ahí vemos participar y comentar a Edgardo Cozarinsky y a la productora Constanza Sanz Palacios, entre otros, casi como si estuviéramos viendo un detrás de escena del propio filme. Luego, Agustina viaja al Chaco y veremos sus contactos con la gente del lugar (tal vez lo menos explorado del filme), sus frustraciones y su dificultad para poder separar lo personal de lo profesional, que derivará en cambios inesperados. Se trata de otra propuesta inteligente de Oliveira Cézar, más “fresca” en su estructura que las anteriores, y ambiciosa en su discurso cinematográfico. Una película que descubre su propio andar y se fractura, como su protagonista, buscando su propia verdad.
Cassandra ingresa como pasante en una revista periodística y su primer encargo, más bien una prueba, supone que se traslade al Impenetrable chaqueño para una publicación sobre la región y sus habitantes. A partir de ello, Inés de Oliveira Cézar les da voz a las comunidades wichi y toba, no en una forma literal como Lingiardi y sus Las pistas – Lanhoyij – Nmitaxanaxac, sino como una vía para reivindicar sus derechos y dar espacio a que se oigan reclamos históricamente silenciados. Es en su forma de narrar donde Cassandra encuentra sus dificultades, debatiéndose entre el registro documental, la ficción del viaje personal y la doble lectura que se hace del trabajo de la directora. Si bien la mitología griega es un aspecto central de su cine, en este caso es menos palpable que, por ejemplo, en El Recuento de los Daños, suponiendo más bien un esfuerzo de su directora por encuadrarla en el tema que algo que el espectador pueda percibir por su cuenta. Sin dudas la película se sostiene mucho en las esporádicas devoluciones que el editor (Alan Pauls) hace del trabajo de la periodista. El desarrollo de la historia está condicionado a este personaje, primero como jefe, luego como cronista, ya que es a partir de sus intervenciones que esta se permite avanzar. Su ausencia lleva a que en muchos pasajes sea difícil de digerir, algo que se debe principalmente a la falta de articulación entre sus vertientes. Los logros en materia de fotografía, así como la acertada construcción de la labor periodística y el funcionamiento de una redacción suponen algunos aspectos más a destacar de esta producción, en la que nuevamente se hace manifiesta una realizadora ambiciosa que siempre busca ir más allá.
Una búsqueda impenetrable Mito, revelación, búsqueda personal más que viaje iniciático. Cruce de culturas, descubrimiento, enigma, preguntas sin respuestas. Misterio, un gran misterio. La película de Inés de Oliveira Cézar (El recuento de los daños) explora en la vida de Cassandra, enviada con el visto bueno de su editor-jefe (Alan Pauls) a la zona del Impenetrable chaqueño, con la intención de escribir una nota periodística y de investigación que revelerá (o no) otra clase de sensaciones. En Cassandra la voz en off es la de Alan Pauls describiendo los pasos de la protagonista (Agustina Muñoz) en esa nueva geografía, constituida por una cultura diferente. El personaje entrevistará a algunos habitantes del lugar, reirá con ellos, entenderá sus reclamos sociales que, por suerte, se alejan de la corrección política de un informe televisivo. Es que Cassandra es el personaje, el punto de vista del relato donde se fusiona el documental con la ficción, el film-reportaje y el paisaje extraño, envolvente, misterioso del Impenetrable. Oliveira Cézar, que ya concibiera un recorrido de aguas parecidas en Extranjera (2007), sobre Ifigenia de Eurípides, construye un relato donde el sujeto-narrador es desplazado por el sujeto-actuante, el personaje activo, el que carga con la acción y el misterio que se desarrolla en el film. En ese sentido, una película hermética y democrática como Cassandra, conformada por diálogos y textos que no disimulan sus pretensiones literarias, donde el paisaje se mimetiza con el personaje (a la manera de los films de Rossellini con su actriz-pareja Ingrid Bergman), reclama un espectador atento, invadido por el misterio, dispuesto al enigma antes que a la respuesta inmediata sobre un determinado conflicto.
La obra de Inés de Oliveyra Cezar plantea interrogantes filosóficos y éticos. La historia de una periodista que investiga a los pueblos originarios del Impenetrable y termina fundiéndose con esa realidad. Interesante.
El viaje interior Cassandra es una película de cruces: de géneros, de culturas, de voces narrativas, de un personaje consigo mismo. Inés de Oliveira Cézar combina ficción y documental en una historia -inspirada muy libremente en la mitología griega- sobre una joven licenciada en Letras (Agustina Muñoz) que viaja al Chaco, enviada por una revista, para escribir una crónica sobre comunidades aborígenes. En el trayecto, irá cambiando su percepción sobre el tema de investigación y sobre el abordaje de la información; como también sobre sí, sobre el sentido de sus actos. De Oliveira Cézar, que en Extranjera y El recuento de los daños traspuso Ifigenia y Edipo Rey a la actualidad, incluye una suerte de Apolo (Alan Pauls): el editor de la periodista/Cassandra. Antes del viaje, le da órdenes disfrazadas de consejos, como que evite el uso del yo. Ella se cuestionará este enfoque: irá rompiendo, gradualmente, las imposiciones, se entregará a la subjetividad. Aunque, en otra vuelta de tuerca, él tendrá la voz narrativa de la película. Muchos señalaron las analogías de Cassandra con Los Labios, y de hecho las hay. Pero la fusión de ficción y documental era más fluida en la película de Santiago Loza e Iván Fund. Y el espectador sentía, de un modo casi físico, la fusión de las protagonistas con el nuevo entorno. Cassandra es más intelectual -lo que no es un demérito-, más solemne. Salvo en pasajes como el de Apolo/Pauls regalándole a la periodista un libro de Clarice Lispector, antes del viaje: “Va a servirte. Es genial, aunque no entiendo nada de lo que ella escribe”, le dice.
Inés de Oliveira César vuelve con Cassandra a “adaptar” a un entorno actual y local una narración clásica de la mitología griega; creando una suerte de tríptico con las inmediatamente anteriores Extranjera y El recuento de las horas, basadas en Ifigenia y Edipo respectivamente; y al igual que las anteriores, el camino que recorre es sin concesiones al público amplio, hablamos de films pretendidamente crípticos, lo que se diría festivaleros; lo cual no es erróneo como decisión, salvo que esta vez la ecuación no cierra del todo bien. Agustina Muñoz interpreta a la Cassandra del título, una periodista, que trabaja para una revista banal, y decide dar un giro iniciando una investigación en las zonas del Impenetrable. Ahí, casi inmediatamente se relaciona y compenetra con las comunidades Tobas y Wichis que viven en las localidades de Nueva Pompeya y Villa Bermejo. Cada vez es más fuerte la conexión, hasta casi cortar relación con el exterior; agustina se mete de lleno en el conflicto y en las protestas de los habitantes originarios de la zona (aunque en verdad fueron desplazados allí y ahora también quieren arrebatarle ese lugar); y su editor, interpretado por Alan Pauls, que también oficia como narrador en off, cada vez ve con peores ojos esos cambios y exige ponerle un cote a la situación. De este modo, Oliveira César, también guionista como en sus otros films, maneja dos vertientes en la película, la denuncia de la problemática de pueblos originarios, y la historia personal de Cassandra, y el principal problema es que esas dos guías no llegan a unirse del todo. Como no sucedía en sus anteriores trabajos, la historia “ficcional” de Cassandra no resulta tan interesante, se siente como un relleno para que no parezca un documental, que en definitiva no és; menos aplomo tiene aún el editor compuesto por Alan Pauls, con características unidimensionales y maniquéas. Todas esas bajas en la historia personal del film, se remontan en la denuncia hecha por los propios Wichis y Tobas, esos testimonios, ficcionalizados pero reales, resultan mucho más ricos e interesantes, hacen un gran contrapeso en el resultado final. Sí, tampoco no hay nada en este lado que no se haya escuchado antes, sin ir más lejos en el documental estrenado la semana anterior Inacayal; pero igualmente, la riqueza de la denuncia y la problemática de los oídos sordos del poder nunca es demasiada. De un trabajo técnico cuidado y metódico, nada pareciera al azar en Cassandra, la directora ha sabido demostrar que puede armar rompecabezas visuales desafiantes para el espectador, que subyugan mediante el manejo del detalle y lo cuasi preciosista. La mixtura entre lo críptico y lo salvaje del lugar, logran captar la atención de un modo extraño. Muños y Pauls cumplen correctamente sus roles, aunque como expresamos, es a Pauls al que le tocó lidiar con el personaje más conflictivo desde el guión. Una historia y una denuncia real, a veces se puede colar la ficción perfectamente desde la realidad, pero sólo a veces, y este no parece ser el caso, talvez hubiese sido mejor encarar el proyecto desde la propia mirada de los verdaderos protagonistas; esa mirada de voz en off produce una fría distancia.
Inverosímil Casandra en tierra chaqueña Con esta película, Inés de Oliveira Cézar completa su trilogía de historias libremente (muy libremente) inspiradas en figuras de la mitología griega. Ifigenia en "Extranjera", Edipo en "El recuento de los daños", y ahora la vidente Casandra en este "Cassandra" con doble ese, al modo inglés. Pero a diferencia de los anteriores, este nuevo trabajo no pretende desarrollar una tragedia, sino más bien una crónica de viaje. Se entiende: la antigua Casandra caminó por el reino de Troya, percibiendo lo que podía pasar, trató de entenderlo y contarlo. Pero un dios la había maldecido: todas las verdades que ella dijera, todas sus advertencias, nadie se las iba a creer. La historia que ahora vemos, de excusa mínima pero con variados apuntes, describe el viaje de una egresada de Letras por el Impenetrable, haciendo notas y entrevistas para una publicación cultural. Resulta inverosímil que algún medio financie el viaje de una jovencita en su primera incursión periodística, sin pautas claras ni siquiera percepción del estilo de la revista, y encima con tendencia a hacer literatura y hablar de sí misma, pero así es el cuento. El resultado lógico es que al segundo envío su editor ya tiene una evidente mufa y nada de ella será publicado. Pero cuando no de más señales de vida, él mismo se molestará en ir hasta el Chaco a buscarla. En medio, hay varias charlas distendidas con pobladores del lugar, desde ancianas indígenas hasta una arquitecta rubia que dirige un centenar de hombres en la construcción de un hospital. Este costado de la película tiene interés y mediana frescura, lástima que resulte contaminado por un tono general de aburrida sabihondez, medianamente soportable en los diálogos de la redacción porteña, pero ajeno y contraproducente cuando se sobreimprimen reflexiones supuestamente sesudas encima de los diálogos con la gente real que está siendo entrevistada. Chiches como ese de ver a dos mujeres charlar de tinturas mientras en off una de ellas filosofa otras cosas referidas a otra gente, al final cansan un poco. Postdata intrigada: a cierta altura, alguien dice como si fuera la verdad revelada que los pobladores de un sitio muy pobre "solo pueden cazar víboras, vinchucas" ¿Cómo se cazan las vinchucas? ¿Las harán a la cacerola, a las brasas?
Como una travesía iniciática Historia de viajes, "Cassandra" muestra la ida de una joven universitaria homónima hacia las tierras del Impenetrable chaqueño con el propósito de hacer una nota. Antes, la redacción del diario para el que trabaja y en ella, su jefe (Alan Pauls), le muestra cómo no asumir determinadas formas de escritura y la invita a leer un libro de Clarise Lispector, una autora a la que él admira. Cassandra (Agustina Muñoz), le responde que no puede imitar esa escritura, porque su nota se desbarrancaría. Un amigo -papel a cargo de Edgardo Cozarinsky-, la hace reflexionar sobre lo perecedero de los diarios en papel y sus desplazamientos de atención hacia una realidad que un día estalla y al otro día se desvanece. El caso es que esta Cassandra parte desorientada hacia la provincia de Chaco y a partir de ese momento, la historia que propone Inés de Oliveira Cézar, comienza a fluctuar entre una suerte de "neblina" intelectual, que puede pasar por cierta filosofía sobre la sociedad, los medios periodísticos, o la situación lamentable de los indígenas, la que es mostrada a través de una serie de imágenes y reflexiones al comienzo del filme. MULTIDIRECCION Viaje iniciático al menos para Cassandra, pero distante para el espectador que no logra ajustar la atención a ese discurso magmático que termina por volverse denso y tedioso. Voces diferentes lanzando conceptos, ecos vanos de lo que sabemos y permanece inmutable en el tiempo. Maltrato del indio, destrucción de su ambiente, indiferencia general y la posibilidad, o no de ser identificados en un tiempo efímero, a través de diarios o revistas, para caer luego en el olvido, vaya a saber hasta qué tiempo innombrable, son parte de esta producción de la cineasta argentina. "Cassandra", de la que se destaca su fotografía, es una docuficción sin la suficiente fuerza para imponerse como documento, o como ficción. La historia que intenta contar Inés de Oliveira Cézar pierde fuerza luego del comienzo y se transforma en una suerte de fluir de la conciencia, casi onírica, que no logra estructurar un discurso y se desvanece como granos de tierra en el viento.
Un relato entre el documental y la ficcion En principio resulta sugerente la idea de seguir a una protagonista llamada Cassandra -como la pitonisa a la que nadie le cree sus profecías en la mitología griega- en su viaje por el Chaco y su encuentro con las comunidades indígenas del lugar. Especialmente porque a cargo de la dirección y el guión del relato está Inés de Oliveira Cézar ( Cómo pasan las horas ) una cineasta siempre dispuesta a experimentar con los límites de la narrativa tradicional. Sin embargo, en esta oportunidad el interés por la experimentación devino en un film que no logra sortear la trampa de la anécdota aleccionadora y cuyas buenas intenciones terminan sonando tan pretenciosas como condescendientes. Así, la Cassandra del título (interpretada por Agustina Muñoz) es una estudiante de Letras que comienza a trabajar como pasante en una revista donde su jefe (Alan Pauls, también a cargo de la narración en off), le pide, o más bien acepta, su difusa propuesta de nota, que involucra el viaje al Impenetrable chaqueño. Hasta llegar allí, la chica conversará con "expertos" en la materia que luego conocerá de cerca, un costado documental que le aporta los perfiles más interesantes al relato, aunque ese mestizaje con lo argumental termina por ser también su flanco más endeble. En ese marco, Cassandra hablará con integrantes de las comunidades wichi y toba (aunque en muchos casos la voz de sus "entrevistados" no se escuche y sea el relator el encargado de reproducir sus palabras) y visitará un hospital en el que supuestamente, dice, hay personas siendo tratadas por desnutrición. En esa secuencia, la cuidada fotografía y los planos estéticamente bellos banalizan el tema, transformándolo en uno más de los confusos tópicos que trata la realizadora.
Inés de Oliveira Cézar, al igual que lo hiciera con La extranjera y El recuento de los daños, sigue reprocesando mitos y trasplantándolos a la actualidad. Esta vez lo hace dentro del mundo del periodismo y le imprime a su película una estética que pivotea entre los códigos del documental y la ficción con una cámara que juega permanentemente a dos puntas: construir y capturar. Una nota para una revista se convierte en la excusa perfecta para emprender un viaje hacia lo desconocido y observar la miseria de una comunidad aborigen desde un punto de vista desencantado pero nunca declamatorio; en Cassandra se trata de aprender de la realidad de los otros, no de generar una denuncia de carácter social. En manos de Inés de Oliveira Cézar el cine se convierte en un instrumento de interrogación; la película despliega una serie de preguntas acerca del mundo y del propio lenguaje (la relación entre los planos, el uso de la voz en off, el registro actoral) que la realizadora jamás se atreve a responder. Esa es, en cierta medida, la actitud que implica el enrarecimiento de lo real: aceptar la ambigüedad de las cosas sin tratar de explicarlas, incluso si se trata de un relato con periodistas que investigan. Las actuaciones de Alan Pauls y Agustina Muñoz anuncian en parte de sus trabajos posteriores (sobre todo el personaje que compone Pauls en La vida nueva), y la presencia de personalidades del periodismo y la literatura como Edgardo Cozarinsky o el propio Pauls nunca atenta con la construcción de la historia. La directora exhibe nuevamente una madurez formal que se traduce en una planificación exquisita de la puesta en escena.
Experimental y poco atractiva Con su punto de vista que une el cine narrativo con el experimental, se estrena finalmente Cassandra de Inés de Oliveira Cézar, una experiencia que resume también las obsesiones intelectuales de la realizadora: luego de la fallida Extranjera, la directora había repuntado (y mucho) con El recuento de los daños, su versión moderna del mito de Edipo, y por eso generaba cierta expectativa. Aquí, recurre a la mitología griega en una historia que usa tales referencias en un contexto social y geográfico particular como el Impenetrable chaqueño. Pero con su nueva película, la directora vuelve a tropezar. Hay que reconocerle su ambición, ya que parte de una historia básica -una periodista que viaja al Impenetrable, en el Chaco, para hacer un reportaje sobre la situación de los pueblos originarios- para reflexionar sobre el valor de los puntos de vista, el recorte de la mirada, el sujeto frente a lo que le es ajeno, el significado del viaje, la conjunción del espacio-tiempo y, finalmente, todo esto en relación al cine. Hay mucha filosofía ahí, mucha literatura, mucho arte, una pulsión por volcar toda clase de elementos a la pantalla. Pero falta esa cuota de talento extra para unir esos dispositivos en la narración. Nunca realmente interesa lo que le sucede a la protagonista y a los demás personajes, y el film debe apelar a un tremendo exceso de la palabra. Tanta escritura termina afectando al texto fílmico, que no puede impactar en el espectador. NdR: Esta crítica es una extensión de la ya publicada durante el BAFICI.
Bellamente filmado este film argentino sobre un viaje iniciático e introspectivo. Cuarta película de esta directora que se exhibe en el Bafici (sus anteriores. Cómo pasan las horas, 2005; Extranjera, 2007; y El recuento de los Daños, 2010), en esta oportunidad evoca a Homero trasladando la historia a una periodista (una impecable Agustina Muñoz) quien se dirige a las profundidades del impenetrable chaqueño para testimoniar con su presencia la vida de las tribus locales, en un viaje que resulta iniciático e introspectivo. Varios son los ejes que Oliveira Cézar propone con su mirada crítica, comenzando con una feroz y lúcida mirada sobre el rol de los medios a la hora de abordar la realidad social (Alan Pauls compone aquí con un profesionalismo sorprendente al editor jefe del medio para el que la periodista trabaja, mérito actoral también atribuible a su directora). También está el testimonio de la época en la que transcurre la existencia de nuestra protagonista (vidente en la mitología, testigo activa de una realidad transformadora) y su mayor o menor posibilidad de modificar la misma. Los límites entre el entorno y la subjetividad aparecen en este film de manera tan difusa como atractiva planteándose la fusión de ambos como hipótesis inevitable. Bellamente filmado, Cassandra incluye asimismo un documental dentro de la ficción que se propone como un protagonista alternativo, dando voz a los que no la tienen. Las reflexiones también tienen lugar, y sobreviven ante una realidad que surge como aplastante, ante un paisaje que todo lo devora, ante un silencio que vale más que mil palabras escritas.
No hay posibilidad de identificación con esta Cassandra contemporánea y argentina, con visos existenciales que lee Lispector, se entrevista con Cozarinsky, y realiza sin demasiada compenetración un informe sobre las comunidades tobas y wichis en pleno impenetrable chaqueño. Allí la joven egresada de la carrera de Letras que se inicia en el periodismo (cultural?) presta atención a las paupérrimas condiciones hospitalarias, la tremenda desnutrición, la pobreza extrema y el analfabetismo haciendo preguntas por momentos inverosímiles como por ejemplo "¿hace mucho que no hay caciques en esta comunidad?. O "A quien le sirve la culpa si no hay responsables" en una reflexión vacía frente a tanta injusticia fotografiada. La idea de completar una trilogía basada en mitos griegos que había comenzado con Extranjera, y seguido con El recuento de los daños, dos films sustanciosos con una enorme capacidad visual instalaron a su directora en un tipo de trabajo poético que no suele darse en el cine argentino, al menos en la contemporaneidad. Aquellas películas estaban conformadas por cierta circularidad en el relato que se correspondían tanto con las intenciones como con el resultado final. En este caso, el personaje mítico elegido es la princesa Cassandra, castigada por un despechado Apolo que hace que sus profecías no sean creídas por nadie. Con esta base mitica, el film prometía un andar por territorios de ciertas desmesuras que hubiera sido mas que sugestivo, si no hubiese sido por ciertas elecciones desafortunadas. Era interesante pensar una periodista como una profeta, en viaje hacia lugares inhóspitos e incomprensibles, o al menos jugar con ese lugar de visión mas allá de la realidad objetiva. Sin embargo, y en primer lugar, la realidad que se eligió, la de los indígenas desgraciados, pesa demasiado como para jugar literaria o metafóricamente. También fue desacertada la elección del engolado Alan Pauls (Apolo tal vez?) en una voz que es la del editor a cargo de los envíos de las notas de la joven desde el Chaco. A través de esa voz over, en tercera persona, se construye una especie de crónica de la crónica. Le envía, por ejemplo, un mensaje a Cassandra, donde le ordena que se olvide de la primera persona que no ponga en juego sus afectos, que funcione como un radar. La preferencia por los planos generales hablan ya de una intencionada lejanía que se completa con caminatas por la tierra seca y pobre, y las entrevistas a las mujeres, parcas para hablar algunas de ellas "porque vienen periodistas de Buenos Aires les preguntan todo y todo sigue igual". Hay algo de esto en Cassandra, y en la película, una preocupación por el metalenguaje antes que por las historias humanas, hasta lo mítico se diluye en un discurrir sin sentido donde los personajes actúan de modo que no se entiende el detrás de personajes que solo explican sus acciones con palabras y más palabras. "En el estado de gracia se ve la belleza de las personas, se siente que todo lo que existe respira y exhala un resplandor de energía. Este estado no se usa para nada. Es como si viniera para que se sienta que se existe"Literario y ambiguo, como dice en un momento." O sea, nada. Hasta hay que recurrir a la Pizarnik para quien "Una mirada desde la alcantarilla puede ser una visión del mundo." Y sí, hubo que ir a la alcantarilla para tener una cierta visión. Pero en definitiva, no hacia falta.