Extravagante viaje. "Película errática e inestable. Sin embargo, esta forma de narración, se torna sumamente interesante a medida que nos adentramos en la historia. Aunque la emotividad se ve forzada, transmite lo que busca." Charlotte (2021), una olvidada estrella de cine española, al enterarse que el director que la llevó a la fama filmará su última película en Paraguay, se embarcará en un insólito viaje, en busca de algo más que el protagónico que siente que le pertenece. Las actuaciones potencian y compensan al film, obteniendo el equilibrio deseado. Como consecuencia cada situación que se presenta, resulta interesante, aunque no se destaque por la fotografía o la dirección. En todos los aspectos la película satisface. "Charlotte es errante y en cierto punto, bizarra, pero conserva una gran belleza que probablemente, a más de un espectador dejará satisfecho." Calificación: 7/10 CÓMO VER CHARLOTTE SALAS Cine Gaumont – CABA CineSelect - La Plata (BUENOS AIRESS) Cine Teatro Renzi - La Banda ( SANTIAGO DEL ESTREO) Circulo Italiano - Villa Regina (RIO NEGRO) Centro Cultural Cotesma - San Martín de los Andes (NEUQUÉN)EN CINEAR TV: Jueves 11 a las 20 hs (Repite el sábado 13 a las 20 hs)
El presente y nada más. Ángela Molina, condecorada con el Goya de Honor por su trayectoria, se come, en el buen sentido del término, la película del director Simón Franco (Boca de pozo) en un rol soñado por cualquier actriz de su estirpe y más que merecido tras largas décadas y películas a cuestas en las que supo dejar su impronta, incluso en la reciente serie distópica La Valla (Netflix). Charlotte es una comedia agridulce, que se cruza por momentos con algunos elementos del género melodramático puro y que parte desde el principio con la idea de la reinvención de una estrella del cine con un pasado de gloria, y alejada de las pantallas hace ya un tiempo. Sus aires de diva y pequeños caprichos los soporta un asistente (Ignacio Huang), quien debe acompañarla en una motorhome cuando la actriz venida a menos se entera sobre el rodaje de una película en Paraguay, que dirigirá un director muy importante y más que conocido por ella (Gerardo Romano, bajo un ridículo acento español que realmente no se entiende el porqué de la arbitraria decisión). Es a partir de esa búsqueda personal e íntima, de ese presente que se vuelve horizonte más que mapa, cuando el film toma el rumbo de la road movie con todas las generales de la ley: personajes secundarios que se cruzan en el camino de la protagonista y su facilitador; transformaciones en ambos sentidos del camino y el plus de comparar las brechas generacionales en plan de reivindicación del pasaje del tiempo como una lección de vida más que un castigo a la belleza y a la vejez digna. No por azar aparece la idea publicitaria de una crema rejuvenecedora en el camino de la actriz, quien rápidamente desacredita el artificio de cualquier mensaje mentiroso para elevar el valor de la verdad en el cine, y también en el largo camino que implica transitar una vida rodeada de tentaciones y oropeles instantáneos como la fama, el éxito, la adulación vaga y mentirosa cuando no la irrupción del olvido antes de tiempo. Si bien la historia es sencilla y fluye, cabe destacar que a este opus de Simón Franco no le sobran minutos en su desarrollo. Algo que en tiempos de rodajes excesivos en la duración se agradece por partida doble.
Con una brillante Ángela Molina La actriz española que acaba de recibir el Goya de Honor, protagoniza esta coproducción paraguayo argentina. Comedia fantástica, road movie de opuestos, la tercera película de Simón Franco (Tiempos menos modernos, Boca de pozo) cruza los géneros cinematográficos de manera lúdica y alegre con un argumento que habla de la magia del cine. Charlotte (Ángela Molina), una actriz de la época de oro olvidada en la actualidad, se entera de que el director que la descubrió filmara su último film en Paraguay. Para eso convence a su eterno y fiel asistente oriental Lee (Nacho Huang) de emprender un viaje hasta Asunción con el fin de convencer al cineasta de protagonizar la cinta. Ángela Molina es el alma de esta película. Su solvencia y carisma le imprime gracia a un film desparejo por tramos, que en algunos lapsos siente su mezcla de géneros, acentos y registros. Su contracara es Ignacio Huang, el actor de Un cuento chino (2011) que balancea a la perfección el vínculo entre los personajes. Su Lee es sensible, servicial pero sobre todo, un gran compañero. Siendo una historia de dos personajes era fundamental la performance de ambos actores, que resuelven con eficacia. La banda sonora (Mariano Barrella en la música y en la Dirección de Sonido Esteban Golubicki) es el otro recurso fundamental para marcar el tono y registro de la película, que deambula entre el humor negro y la fábula simpática sobre los egos y frivolidad del mundo del espectáculo. Charlotte (2020) es una película sin pretensiones, que ofrece un momento agradable y se fortalece por la presencia de su elenco, al que se suman Fernán Miras, Gerardo Romano y Lali González (7 Cajas, 2012).
El paso del tiempo y su vicisitud… «Charlotte» es una coproducción paraguayo-argentina, la tercera película de Simón Franco («Tiempos menos modernos», «Boca de pozo»), y una comedia dramática pintoresca y amena protagonizada por Ángela Molina, una de las actrices más destacadas del cine español. Charlotte (Ángela Molina) era una diva del séptimo arte. El director que la llevó a la fama está rodando su última película. Empieza para ella un viaje con su asistente personal Lee (Nacho Huang) para conseguir ese papel que ella considera que le pertenece. Una actriz de la época de oro olvidada en la actualidad lleva varias décadas alejada del mundo cinematográfico tratando de lidiar con sus recuerdos que de vez en vez vuelven y la dejan hechas pedazos, con el surgimiento de la melancolía por los tiempos pasados. Por otra parte se encuentra su eterno y fiel asistente oriental, quien acompaña la transición de aquella gran añoranza que la mueve para recuperar lo que considera que siempre fue de ella, pero que en ese camino la hará reflexionar sobre la aceptación de lo que ya no es y lo que hoy sí puede ser. Nos habla sobre la tolerancia que se debe adquirir con el correr de las épocas, soltando esa esclavitud a períodos remotos que aun abraza. Ambos emprenden un viaje hasta Asunción, Paraguay, con el fin de convencer al cineasta de protagonizar la cinta, donde los llevará a una aventura de aceptar, afrontar, y reciclar su desenlace. Una road movie, con un guion elocuente con tintes de humor negro que nos traslada a través de un viaje en escalas de afectos y apegos, ante personalidades opuestas. Una Molina que derrocha autenticidad y sensibilidad con un talento indiscutible junto a Ignacio Huang, dándole un equilibrio exacto a la cinta mediante el vínculo de sus personajes. La banda sonora (Mariano Barrella en la música y en la Dirección de Sonido Esteban Golubicki) es el otro recurso fundamental para marcar el tono y registro de la película En síntesis, «Charlotte» es un film agradable que aborda la majestuosidad del tiempo, donde tanto su belleza como fealdad delinea las situaciones negativas, y el aceptar lo ocurrido como primer paso para superar las consecuencias de aquella gran añoranza.
Al cine le ha maravillado por siempre abordar la temática de las divas descartables. Desde el inolvidable y decadente personaje ficticio de Norma Desmond en “El Crepúsculo de los Dioses” y retratos descarnados más recientes como los de Annette Bening para “Conociendo a Julia” y “Las Estrellas de Cine Nunca Mueren”. En esta ocasión, el director patagónico Simón Franco toma el molde de las femme fatale clásicas de los años ’70. Para dar su mirada acerca del glamour perdido, una serie de fotogramas mentales que traen a nuestra memoria la nostalgia del cine dentro del cine, cobran vida para manifestarse acerca de la fragilidad femenina que sufre el paso del tiempo. Al frente del reparto y eje argumental, encontramos a la reconocida actriz, recientemente galardonada con el galardón a la trayectoria en los Premios Goya, quien se luciera en films ibéricos claves de los años ’80 como “Demonios en el Jardín” y “La Sala de las Muñecas” y llegara a trabajar a las órdenes de grandes como Pedro Almodóvar en “Carne Trémula” (1997) o Bigas Luna en “Lola” (1986). Con complejidad, y valiéndose del amplio abanico emocional que Molina es capaz de representar, “Charlotte” indaga, no sin cierta dosis de extravagancia, en la cronología propia que tan cruelmente la industria impone a la hora de desechar al olvido a sus otrora estrellas.
Charlotte es una diva olvidada por el mundo del cine. Por las noticias que su amigo Lee le recorta cada mañana -con un método tan ridículo como obsesivo- se entera que el director con quien construyó su lugar en la historia del séptimo arte, llegará a filmar en Paraguay. Ellos viven en Buenos Aires, de modo que ella empuja a su amigo oriental a viajar hasta Asunción en un muy bien equipado motorhome, digno de su divismo. Una vez allá deberá encontrar al viejo cineasta a punto de retirarse, para convencerlo de que ella debía protagonizar su última obra. La película no es una tradicional road movie, pero si es una comedia de viaje. El viaje que es físico, a través de las rutas guaraníes, y en el tiempo, del pasado al presente; es una película que cuenta el antes y el después, que propone tener una mirada desde el presente sobre aquellos lugares del tiempo en el que fuimos más bellos. Simón Franco Boca de pozo (Tiempos menos modernos) propone una comedia que atraviesa el género con humor negro, el absurdo, la comedia de enredos tradicional y la comedia dramática, manteniendo siempre con una mirada empática con sus personajes: gentes perdidas en un mundo que no es como cada una sueña. Ni el de Charlotte ni el de quienes la acompañan. De allí que la película sea un viaje, una manera de salir de la quietud, correrse del lugar ganado en la historia del cine, escapar del encierro en un altillo oscuro, huir de la quietud en una barcaza sobre el río o romper con la inmóvil lógica de la publicidad. Charlotte, Lee, Elena y Ana necesitan subirse a algún motorhome para ir hacia otro lugar personal. Ni mejor ni peor, pero si absolutamente vital. Lo quieto y lo móvil, lo cerrado y lo abierto, lo oculto y lo luminoso, el antes y el después, esos son los pares que se relacionan dialécticamente en la película. A partir de esas oposiciones Franco sabe construir lo plástico, lo temporal y lo espacial. El viaje es una manera de romper con cada uno de los lugares donde Charlotte, y el resto de los personajes, parecían estancados. Una de las apuestas interesantes de Charlotte está en la elección de Ángela Molina, que es ella misma una diva, una actriz dueña de una presencia magnética con una importante historia en el cine. Lejos de estar en el olvido, Molina tiene esa potencia protagónica que Franco aprovecha. Ella es siempre el centro de la trama, mientras un grupo de muy interesantes personajes orbitan a su alrededor. Y si la actriz atrapa la mirada del espectador, el personaje lo captura afectivamente. Con Ángela Molina la película tiene la protagonista perfecta. Charlotte es una comedia sobre personajes, pero también sobre el cine y sobre Latinoamérica. Como el cine y como nuestra región, lo ficticio se hace real y el más absoluto realismo es a menudo un disparate. Simón Franco, entendiendo de qué se trata, saca buen rédito del inverosímil cotidiano suramericano como de los sueños imposibles de las Diosas de las pantallas. CHARLOTTE Charlotte. Paraguay / Argentina, 2020. Dirección: Simón Franco. Intérpretes: Angela Molina, Ignacio Huang, Lali Gonzalez, Fernás Mirás, Gerardo Romano, Belén Fretes, Nico García Hume. Duración: 79 minutos.
“Charlotte” de Simón Franco. Crítica Glorias pasadas Simón Franco, director de las aclamadas “Tiempos Menos Modernos” y “Boca de pozo” estrena su nuevo filme “CHARLOTTE” en forma simultánea en la plataforma de Cine.ar/play y en pantalla grande. Los personajes que rigen las historias de Simón Franco parecen haber quedado detenidos en algún momento de su propio tiempo, se encierran de forma hermética en su microcosmos y de diversas formas, es el afuera quien viene a “golpear la puerta” y sacudirlos de sus letargos personales. Eso es precisamente lo que le sucede a Charlotte, la nueva protagonista creada por Franco que da título a su nuevo filme, cuando una nota del diario -que cruza casi por casualidad-, la sacude y la impulsa al cambio. Justamente en esa nota se anuncia que un afamado director de cine comienza a filmar en Paraguay su nueva película. Es aquel director que hace muchos años atrás ha sido el mentor de Charlotte, quien la descubrió y pudo darle cierto espaldarazo a su carrera para que luego, y con el tiempo, todo cayera en el doloroso olvido que muchas veces viven las estrellas. Todo está teñido por esa melancolía, por el hecho de extrañar esos tiempos pasados que siempre parecen mejores, y ese será el eje más importante que trabaja Franco para delinear a su personaje principal. “CHARLOTTE” (a cargo de una brillante Ángela Molina, recientemente ganadora del premio Goya de Honor 2021) es esa actriz que supo conocer la gloria y los momentos de oro en el cine, la misma que varias décadas después y alejada completamente del medio, reconstruye fragmentos de su memoria, se siente invadida por los recuerdos y logra comenzar a unir las esquirlas de su pasado con este artículo del diario que sirve de disparador para esta nueva aventura. Con una imponente seguridad, saldrá al encuentro de este proyecto que ella cree ideal para sí misma y emprenderá ese viaje que representará, al mismo tiempo, una profunda búsqueda pero también un reencuentro, no solamente con vínculos de su pasado sino principalmente con ella misma y su propio deseo olvidado. Saldrá rápidamente a la ruta, rumbo a Paraguay en una desvencijada casa rodante con la única compañía de su inseparable “asistente” oriental. Mientras la película puede disfrutarse como una road movie, una película de viajes y de caminos, también nos invita a la reflexión del inexorable paso del tiempo, de los sueños perdidos, de la aceptación del pasado y de la finitud de nuestro propio tiempo. Lo interesante del trabajo de Franco es que no reflexiona en base a subrayados ni con personajes declaman frases pretenciosas sobre el sentido de la vida. Por el contrario, desde las primeras escenas (con una participación de Fernán Mirás como su psicólogo) se sirve de un humor negro, pleno de ironía, que por momentos bordea un sano delirio, tocando el absurdo. La cámara acompaña a Charlotte, a través del humor, en este viaje de introspección, de indagación personal y fundamentalmente de la aceptación del paso del tiempo y de la realidad del aquí y ahora. Entremezclando el olvido, la memoria, los recuerdos y las ilusiones de recobrar cierto brillo de aquellos buenos viejos tiempos, Charlotte se mueve a fuerza de puro deseo e inclusive rodará un comercial (indudablemente lo mejor de la película porque condensa en muy pocas imágenes, claras y contundentes, la idea estructural que recorre todo el filme) como medio para alcanzar su objetivo. El punto fuerte del nuevo filme de Franco es indudablemente la presencia de una figura estelar como Ángela Molina, completamente entregada a los pliegues de su personaje, logrando una vez más emocionar y transportarnos en la historia con esa belleza natural, lejos de cualquier cirugía y retoque estético, que se impone en esos hermosos primeros planos. Aunque en algunas entrevistas el director ha revelado que el personaje había sido inicialmente escrito para Geraldine Chaplin, Molina parece ser la actriz perfecta a la que este personaje le calza como un guante. Ella, por su parte, lo disfruta y lo paladea a cada momento permitiéndose abordar las distintas facetas de su criatura con total naturalidad y una espontaneidad que inunda de frescura a la película. La acompaña Ignacio Huang (“Un cuento chino”) como su asistente Lee en otro trabajo a puro sentimiento y el elenco se completa con las participaciones de Gerardo Romano, Mirás y Lali González, la actriz de la famosísima “7 Cajas” y a quien recientemente vimos en “Los que vuelven” de Laura Casabé. Mezcla de road movie con fábula naïf, de viaje de búsqueda pero también de aceptación, “CHARLOTTE” gana en su registro intimista y en un trabajo entrañable de Molina que sobrepasa la pantalla –es delicioso verla, por ejemplo, tararear una canción pegadiza de Miranda-, a través de una historia de camin
Un film encantador con una protagonista pura sensibilidad y delirio al servicio de una historia de diva olvidada. Como ocurre con “El cuento de la comadreja” o con “Sunset boulevard”, los argumentos con estrellas de gran popularidad que caen en el olvido siempre son atractivos. Mujeres que conocieron el esplendor y el aplauso, la fascinación y el fanatismo que transitan sus días de anonimato como pueden y cuando aparece la chispa de una leve ilusión se aferran a ella con toda su energía. Esta es una historia que define muy bien el personaje de Gerardo Romano, “nosotros no nacimos para vivir en la realidad”. Angela Molina está brillante, la reciente ganadora del Goya a la trayectoria, despliega todas sus dotes. La acompaña en un buen contrapunto con tanto delirio un personaje apegado un poco a las circunstancias, encarnado por Ignacio Huang ( Un cuento chino), también se luce Lali González (Siete cajas). La dirección de Simón Franco tiene el pulso justo para equilibrar esta road movie empujada por ilusiones vanas, ternura, locuras y egoísmos.
"Charlotte": comedia leve y absurda Una actriz con cierto pasado glorioso se embarca en una incierta búsqueda artística, pero sobre todo personal. Al director neuquino Simón Franco le interesan los personajes solitarios, introspectivos, aislados y que viven ensimismados, hasta que de golpe se chocan con una realidad ajena. En sus dos primeras películas había materializado aquello de “filmar tu aldea” centrándolas en terrenos patagónicos y aprovechando el paisaje como elemento dramático de incidencia directa en la trama principal. Gran comedia absurda nunca del todo valorada, Tiempos menos modernos, su ópera prima, seguía a un baquiano de origen tehuelche que, a mediados de la década de 1990, recibía en su casa cordillerana un televisor y un teléfono enviado por el Gobierno Nacional. Nada sería igual para él luego de ver toneladas de novelas y programas de chimentos que moldeaban una nueva manera de vincularse con el mundo. De tono más circunspecto y oscuro, casi observacional en su registro despojado, la segunda película de Franco, Boca de pozo, apoyaba su columna narrativa en un hermético empleado petrolero (el inolvidable Pablo Cedrón, fallecido en 2017 sin que el cine argentino lo aprovechara lo suficiente) con una rutina que se repetía día tras día, sumiéndolo en el tedio y el aburrimiento de un trabajo tanto o más mecánico que el movimiento de las máquinas perforadoras. Así hasta un paro laboral y el posterior regreso obligado a la disfuncionalidad interna de la familia. Para su opus tres, Franco deja atrás el viento, la nieve y el cielo encapotado de la Patagonia para ir hacia la llanura, el sol y la humedad de Paraguay, acompañando a una mujer autoexiliada en sí misma que intenta sacar su vida del estado de pausa. Fábula de superación inocentona, road movie en la que –como en casi todas ellas– importa más el recorrido que el destino, Charlotte presenta una protagonista que, a diferencia de los hombres anteriores, sabe qué quiere y dónde ir para conseguirlo. ¿Qué hay en Paraguay? El rodaje de la nueva película de un hoy reputado director (Gerardo Romano, que por esas cosas de las coproducciones le toca “hacer” de español) que en su momento fungió como descubridor artístico de Charlotte. Hace años que la memoria es un lastre indeseado que la hunde en los recuerdos de aquel pasado de gloria, alejándola de todo y de todos a excepción de su fiel compañero y asistente Lee (Ignacio Huang, de Un cuento chino), quien la secunda manejando la casa rodante que usan como vehículo. La decisión de partir llega luego de que el terapeuta de esta mujer de estirpe almodovariana (Ángela Molina, que acaba de recibir el premio Goya de honor) muera súbitamente mientras la atiende, en una secuencia que, ubicada como apertura, puntea los acordes del humor negro que aparece cuando Franco hurga en su intimidad. Claro que seguir los pasos de un director huidizo en Paraguay no será fácil, lo que la llevará a involucrarse en el rodaje de un comercial como paso previo a conseguir el papel que siente que le pertenece. Se trata de una búsqueda artística, pero sobre todo personal. Charlotte (película) es, en sus mejores momentos, una comedia absurda leve y colorida, registro poco habitual para un arco dramático que acompaña el derrotero de una crisis existencial. En sus peores, una apuesta sensiblera sobre las segundas oportunidades.
NORMA DESMOND EN CASILLA RODANTE Charlotte es una vieja diva española del cine a la que se le ha pasado su era dorada y ya nadie parece recordar. Vive en Argentina en una mansión que no puede mantener, junto a un asistente de origen asiático que no solo hace las veces de improbable secretario, sino además de sostén psicológico ante una decadencia que ella niega a aceptar. Pero la llegada a Paraguay del director con el que vivió sus años de gloria, quien anuncia que va a rodar su última película, un proyecto que además la involucra emocionalmente, la pone en movimiento y con el deseo de viajar para obtener ese papel que la devuelva al ruedo. Claramente el paso del tiempo y su negación es el centro de Charlotte, no solo por la premisa sino por otros temas que irán surgiendo más adelante durante la peripecia de sus personajes. Pero lejos de volverse excesivamente metalingüística o trágica, como muchas películas sobre el cine dentro del cine, la de Simón Franco elige ser una comedia, que abreva en diversas superficies estéticas (lo kitsch, lo pop, lo absurdo, lo melodramático) sin encontrar un rumbo adecuado, aunque siempre moviéndose para no estancarse, como su personaje principal. Como una Norma Desmond en casilla rodante, Charlotte emprende el viaje junto a su asistente. Franco elige algunos tópicos de las road movie, sin que su película específicamente lo sea: hay destinos intermedios, un aprendizaje que surge del tránsito por la ruta y el cruce con personajes que se irán incorporando, como una joven boxeadora paraguaya que verá la oportunidad para regresar a su país. Sin embargo, la atención estará puesta en el destino, en qué pasará con la diva una vez que llegue al lugar y trate de conseguir ese papel por el que viajó. Es verdad que Franco lo intenta todo, desde ideas muy absurdas, hasta un vínculo entre Charlotte y su asistente que se pasea por los límites de la comedia de enredos, una apuesta por los colores de tono pastel que le da un aspecto visual singular a la película y hasta la utilización de un tema de la banda Miranda! como definición más perfecta de su espíritu. Pero como las intenciones no lo son todo en el cine, Charlotte no termina de acertar debido a algunas fallas en la ejecución de ese mundo que intenta ser autónomo y funcionar con reglas propias. Especialmente las actuaciones, que salvo en el caso de la enorme Angela Molina, no parecen manejar adecuadamente la cuerda del absurdo que rige todo. Pero como decíamos, está Angela Molina. Actriz de enorme trayectoria y talento, fundamentalmente lo que se impone aquí es su presencia como esa Charlotte dispuesta a no dejarse llevar por los embates del paso del tiempo y que termina cohesionando todos los elementos dispersos que integran la película. Personaje que desde la actitud decide que el encierro no es la solución y sale a la ruta, en búsqueda, en viaje constante. Se podría decir que Charlotte es una película que tiene en su interior a un personaje interesantísimo, pero que por cierta ambición se desvía innecesariamente en otros destinos. Finalmente es el último plano el que termina por darle centralidad a lo que debía contar y pone nuevamente a Molina con su presencia cinematográfica en el frente, como una supernova absorbiendo toda la energía y las emociones.
A días de recibir el Premio a la Trayectoria en los Goya, llega a las pantallas chicas y grandes Ángela Molina con un protagónico a su medida. Charlotte, de Simón Franco bucea en el último intento de una actriz olvidada por volver a los focos. Charlotte es una mujer cuya vida parece haberse quedado detenida en el tiempo. Una española viviendo en Argentina. Cuando descubre de casualidad gracias a su único amigo que un viejo conocido está en Paraguay para rodar una película cuya idea ayudó a concebir hace varias décadas, decide ir a por el papel que le corresponde. Ése es el inicio de una aventura con aires de comedia ligera y absurdo, por momentos una road trip donde todo, lo esperado pero sobre todo lo inesperado, puede pasar. Escrita por el director Simón Franco junto a Constanza Cabrera y Lucila Podestá, Charlotte empieza con una muerte accidentada, sigue con un pasaje ilegal de fronteras y deriva en la posibilidad de rodar un comercial para una crema de belleza que dice quererla por lo que es pero pretende venderla toda photoshopeada. Sin embargo el corazón está puesto en este personaje, en esta mujer que dice ser fuerte como la casa que alquila a unos inquilinos que terminan abandonándola cuando los caños explotan. Ángela Molina brilla: cantando Miranda junto a su amigo en la ruta, con sus tempestuosos estados de ánimo, sus acciones impulsivas pero sobre todo su deseo, el deseo de que la miren una vez más, pero que la vean como realmente es y se siente: una mujer real. Su interpretación conjuga fuerza, sensualidad, sensibilidad. A la larga es una mujer decidida que cuando sabe lo que quiere va a por ello. Una mujer atrapada en sus recuerdos, en medio de una búsqueda más personal que artística. Con tintes de melancolía por una época que ya no es y una colorida fotografía, Charlotte es la historia del viaje interno que necesita hacer su protagonista, saberse todavía capaz de descubrir y redescubrirse. A su alrededor pululan diferentes personajes con los que se va cruzando y se destacan el actor Ignacio Huang como su fiel asistente y amigo, y la actriz paraguaya Lali González como la directora de comerciales que parece resignada a no salirse del molde. Una película divertida y absurda, con algo de fábula, que consigue calar fondo porque al final se trata siempre de poder vivir en el presente en el que todos nos encontramos encerrados y en el que a veces nos cuesta reconocernos frente al espejo.
Charlotte (Angela Molina) fue una gran actriz de cine. Esos años han quedado atrás, pero el director que la llevó a la fama está rodando su última película. Empieza para ella un viaje junto a su asistente personal (Ignacio Huang, impecable) para conseguir ese papel que ella considera que le pertenece. Esta comedia absurda en formato road movie abreva en una larga tradición de historias sobre divas que dejaron atrás su esplendor y sueñan con un retorno. Pero esto es una comedia, no Sunset Blvd (1950) de Billy Wilder. Tampoco tiene la profundidad sofisticada de Encarnación (2007) de Anahí Berneri. Pero lo que sí tiene Charlotte es una protagonista de fotogenia absoluta, la gran Ángela Molina, recordada por sus roles en Ese oscuro objeto del deseo, Las cosas del querer y Carne trémula. Su carisma y su belleza son tan reales como ella. Con eso la película tiene ganada la mitad de la partida. Le cuesta más con los personajes secundarios, algunos muy fallidos o mal actuados. Sale y entra de su juego a lo Pedro Almodóvar y la película se vuelve despareja. Y de golpe tropieza con una piedra del tamaño de una montaña. El director tan esperado resulta ser Gerardo Romano ensayando un acento español que no se sabrá nunca si es intencionalmente fallido o simplemente patético. Sus líneas de diálogo, sofisticadas al máximo, se ven ridículas en su boca. Algo habrá pasado para que esté él y no un actor español o alguien que ensaye mejor su rol. Se adivina una decisión de último momento. Por suerte está Miranda en la banda de sonido y dos veces rescata a la película de la mediocridad en la que cae. El chiste final, que está un poco forzado, es tan simpático que nos pide por favor que nos amiguemos con los defectos de la película. Hay ideas, hay humanidad, no hay arrogancia. La película se hace querer.
La diva olvidada vuelve a escena, aunque nada es como esperaba Charlotte piensa en volver, pero solo puede ir hacia adelante. ras décadas alejada de su carrera de actriz donde supo gozar de cierta fama, la española Charlotte (Ángela Molina) lleva una vida solitaria en la Argentina, muy lejos del glamour que supo tener en su juventud pero sin perder la elegancia. charlotte critica charlotte Casi por accidente se entera de que el director con el que supo hacer dupla en sus tiempos de gloria se dispone a grabar la película que será su despedida del cine, un proyecto del que ella fue parte fundamental muchos años antes pero que nunca llegó a concretarse. Sin pensarlo dos veces, consigue un motorhome para salir a la ruta hacia Paraguay con su asistente y amigo Lee (Ignacio Huang), la única persona que parece entender o al menos tolerar sus excentricidades. A contrarreloj, con poco dinero y sin un plan concreto ni un destino exacto al que acudir, ambos simplemente avanzan sin anticipar demasiado los problemas que puedan llegar a encontrarse por el camino, arrastrando personajes tan extraños y absurdos como ellos mismos en su camino de descubrimiento. Sin proponérselo ni pensar en nadie más que en ella misma, Charlotte pone en movimiento la transformación de varias vidas que estaban sin rumbo o atascadas entre lo que eran y lo que querían ser. La diva Charlotte, un asistente chino y una boxeadora guaraní Igual que mucho de lo que va a suceder con las personas que se cruzan en su camino, la historia de Charlotte comienza ambigua y con pocos detalles, que más de una vez aclaran menos de lo que oscurecen cada vez que se nos ofrecen. Como en un rompecabezas donde los agujeros son parte del diseño y las piezas a duras penas encajan entre sí, los hechos y la trama que tejen a los personajes dentro de una misma historia son más una excusa para conectarlos mientras se muestran fragmentos de sus vidas en conflicto. No importa mucho de dónde vienen ni adonde van a ir, lo relevante son esos instantes en que se deciden a cambiar de rumbo para abandonar lo seguro e intentar buscar algo nuevo. Charlotte crítica charlotte Coherente con esa idea, el punto más alto de Charlotte es justamente el carisma de cada personaje que aparece aunque sea por un instante en pantalla. Desde la protagonista principal hasta quienes dicen apenas una frase, cada personaje de esta torre de Babel en chino, guaraní y castellano con diversas tonadas, está definido con simpleza y precisión para resultar querible y verosímil hasta cuando tengan alguna actitud no muy elogiable. Y ni siquiera hace falta entender la mitad de las palabras que dicen, porque todo queda suficientemente claro en sus gestos sin necesidad de subtítulos. Sin el estorbo de grandes pretensiones, Charlotte simplemente va hilvanando una escena detrás de otra con ternura y elegancia hasta llegar al punto donde pretende llegar sin preocuparse por subrayar ni dar demasiados detalles.
“Charlotte” es una coproducción paraguayo-argentina, la tercera película de Simón Franco y una comedia dramática con tintes almodovarianos. Para plasmar todo esto con más fuerza, era necesario que el protagónico fuera de una mujer ya que, en palabras del propio director, son las que más sufren de esta crudeza del audiovisual, y por lo tanto de sus actos. Ellas representan mejor el coraje de atravesar esa latencia, eso incierto que ha quedado trunco y, para ello, la sensibilidad de Ángela Molina funciona como un todo por su valentía y entrega artística.
La nueva realización de Simón Franco, que estrena en cines y en CINEAR, tiene a Ángela Molina como una diva del cine que ha perdido su lugar en la industria, y que hará lo imposible por recuperar lo suyo. Original, fresca, esta coproducción argentino/paraguaya no responde a los cánones del cine actual, permitiendo presentar un personaje femenino fuerte, deseante y que vive su propia realidad.
Dirigida por el neuquino Simón Franco (Tiempos menos modernos, Boca de pozo) Charlotte es una comedia estructurada como una road movie inusual no sólo por la diversidad de los personajes, paraguayos, argentinos, orientales, españoles, sino por el tono absurdo con toques de humor negro, que no hará otra cosa que hablarnos en un gran despliegue visual del amor no consumado, burlándose del amor romántico al utilizar toda la gama del rosa, del paso del tiempo, a través del rostro espléndidamente magnificado y envejecido de Charlotte, y de los sueños no realizados, esa parálisis y petrificación que al final de manera insólita le hará crecer ramas al personaje… LA VIDA ES SUEÑO Charlotte (Angela Molina) es una actriz española ya veterana que ha optado por recluirse en una casona con su asistente Lee (Ignacio Huang) sin hacer otra cosa que vivir rememorando el esplendor de su pasado enclaustrada en su oscuro y desalentador presente, quizás ésa sea la causa de su recurrente insomnio. Tal vez no sean los recuerdos sino los sueños que sueña despierta los que no le permiten dormir. Ante la noticia de que su antiguo mentor, el director español Gastón Thibert (Gerardo Romano), va a filmar en Paraguay “Miniatura”, un antiguo proyecto que fue concebido en gran parte por ella misma y por el director, decide ir hacia Asunción del Paraguay junto a Lee en un motorhome para encontrarse con el realizador y retomar aquel proyecto que quedara trunco. Charlotte no puede dormir, tiene problemas para conciliar el sueño, tanto que llega a confesarle a su analista (Fenán Mirás) que “se pueden recordar cosas que no pasaron” lo que le provocará al analista un ataque de tos tan agudo que atragantado por semejante confesión le dará tal patatús que lo dejará tumbado… Asistiremos así a la rutina diaria de la ex estrella ahora retirada y asistida, en todo sentido, por su fidelísimo y devoto Lee, que no sólo se ocupará de sus necesidades más inmediatas, como llevar adelante una casa, sino principalmente se tomará muy en serio su bienestar físico y mental. Baste mencionar el trabajo diario que se toma como editor recorriendo todas las noticias y recortando solamente aquellas que puedan interesarle, como por ejemplo, la irrupción del director Gastón Thibert en el vecino país para iniciar el rodaje de aquel antiguo proyecto. LOST IN TRANSLATION Hay dentro del filme una zona que permanece en silencio, o en lo no dicho o en lo mal interpretado, una brecha en la que no se entiende lo que el otro dice, o no se comunica con suficiente claridad, el mensaje no llegará o se entenderá a medias a costa de un malentendido, como la carta escrita en taiwanés por Lee que azarosamente se caerá de su bolsillo y acabará en las manos de una turista asiática que lo lee, lo interpreta y lo reescribe ahora sí dirigido a Lee. Esta comunicación fallida quizás se deba a que los personajes se comunican a través de la tecnología, celulares, computadoras y hasta drones. Baste como ejemplo la insólita comunicación entre los protagonistas, Charlotte y Lee, se hablan utilizando walkie talkies, incluso cuando comparten el mismo espacio como en la agridulce escena en la que Lee le relata un cuento a Charlotte en una lengua que ella no comprende, o el breve intercambio que se da entre Lee y Elena, una aspirante a pugilista, que se colará en el viaje, o el delirante intercambio entre Lee y un turista oriental en medio de la ruta, hablando y cambiando de lengua, entre el castellano y el taiwanés consecutivamente, o incluso la intromisión en el relato de la lengua guaraní en la que hablan algunos de los personajes secundarios como el productor del comercial. Incluso en una de las escenas finales, tanto el director como Charlotte se reclamarán el uno al otro no haberse llamado antes… KANASHIBARI Hay, entre los muchos mitos y leyendas japonesas, uno llamado kanashibari que tiene que ver con el sueño, el paso del tiempo y la espera. En una de las primeras escenas veremos a Charlotte mirándose a un espejo que no le devuelve la imagen actual y verdadera, cómo se ve en realidad, sino que le muestra el rostro de su juventud. Más adelante, cuando se vea obligada a ser la protagonista de un comercial de una crema de belleza para recaudar el dinero necesario que le permitirá seguir viaje y encontrarse finalmente con su tan añorado Gastón Thibert, se verá enfrentada nuevamente a su imagen real contrapuesta a una imagen intervenida en la que se ve notablemente más joven. Es como si ella misma tuviera la posibilidad de retroceder en el tiempo para volver a la misma situación de la que huyó en el pasado, pero después de transcurridos treinta años. Es decir, ella ya no es la que era, quién podría serlo, sin embargo, termina por reconocer y aceptar la que ahora es, el rostro que le devuelve la pantalla. Una mujer que ha sabido envejecer con gracia, sin perder esa inocencia y la pasión que la llevará derecho y sin escalas, literalmente, a cumplir su tan postergado sueño. El encuentro tan esperado con el director, la posibilidad de concretar con él ese proyecto que abandonó y que ahora se empecina en retomar, aclarando que ella elegirá qué personaje representar. La determinación de su voluntad en seguir adelante bajo circunstancias adversas, no tener dinero, ser acusada de la muerte de su analista y caer presa en Asunción, es lo que hará desplegar el relato hacia adelante, lo que le dará esperanzas para concretar sus sueños, y la despertará por fin del prolongado letargo en el que se había sumido.
Curiosidad: otra protagonista de la gala de los Goya, la diva del cine español Ángela Molina (recibió el merecido premio a una trayectoria, que atraviesa buena parte de ese cine), es aquí el centro de una comedia, coproducida entre Paraguay y la Argentina y dirigida por el neuquino Simón Franco, con espíritu de road movie. A diferencia de Molina, Charlotte es una estrella de cine olvidada, que se entera por casualidad de que el director que la hizo famosa (Gerardo Romano) está por filmar su última película, su despedida del cine, en Paraguay. Así que la dulce pero testaruda Charlotte convence a Li (Ignacio Huang, el de Un cuento chino) a subirse a una camioneta para viajar hacia allá. Hay un humor negro desde la primera escena, cuando el psicoanalista de ella (Fernán Mirás) muere repentinamente, así como un tono absurdo que combina la memorización del guión por el camino, con ayuda de una paraguaya que se unirá a ellos (Lali González, de 7 Cajas). Todo en busca de un destino que tanto el espectador como los que rodean a la soñadora Charlotte intuyen improbable. Simpática, desenfadada, con su elenco multinacional, Charlotte puede leerse como otro merecido homenaje a la Molina, a pocos días del que la llevó a dar un discurso de agradecimiento vibrante, memorable. Fue su homenaje a la creación colectiva que implica hacer películas. Lo cerró así: “La vida se parece al cine: no se puede disfrutar sin los demás”.