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Rescate emotivo Dirigido por Diana Rutkus y Andrés Habegger (Imagen Final 2008), Cirquera (2012) propone reconstruir los primeros años de vida de la directora en la compañía de circo de sus padres. Con testimonios de los protagonistas y fotos y grabaciones de aquella época se hará un retrato de un espectáculo que ha perdido popularidad. Diana Rutkus nació en el seno de una familia circense pero no conserva recuerdos de esa vida ya que sus padres decidieron dejar aquella actividad cuando ella tenía cinco años. Como se dice en la jerga, pasaron a ser “estables”. Tiempo después ella tuvo la necesidad de explorar esa etapa y Cirquera es el resultado de una ardua investigación. Con la ayuda de Habegger,Rutkus protagoniza y codirige el documental que le permitirá recuperar parte de su infancia y que brindará al espectador la oportunidad de adentrarse en un mundo que fue perdiendo popularidad con el correr de los años. A través de antiguas grabaciones en súper 8, afiches promocionales y viejas fotos reconocerá a sus padres y a sí misma entre payasos, leones y equilibristas. Los testimonios recogidos serán vitales para armar el rompecabezas y ubicarse en ese mundo tan peculiar que la rodeó durante sus primeros años de vida. El valor del documental radica en las entrevistas que Rutkus les hace a los compañeros de sus padres. El porqué dejaron el circo y el rol qué cada uno ocupaba en el espectáculo son cuestiones que irán saliendo a la luz con el correr de los minutos. Algunos la ubican en esos recuerdos y le entregan fotos en las que puede reconocerse. Cirquera se vuelve repetitiva en la voz de Rutkus y su hermano que sin querer cuentan en dos pasajes del documental las mismas anécdotas. En otra escena, la directora se acerca a un circo, comparte un camarín con una acróbata e intercambian sus opiniones sobre el circo y lo que significa para cada una de ellas. Hubiera sido más que atractivo ver a los artistas del pasado en un circo actual y sus reacciones en un espectáculo de estas características. No obstante, la recuperación de la memoria por parte de la protagonista también sirve para acercarle al espectador un arte que ha dejado de ocupar el lugar privilegiado que tenía reservado. Cirquera es un rescate emotivo que merece ser visto no sólo por el público de este tipo de espectáculos sino por aquel que quiera conocer un poco la historia de estos artistas nómades.
Había una vez un circo Quienes sigan la cartelera nacional sabrán que los documentales testimoniales se han vuelto una sana costumbre del cine argentino. Basta recordar las notables El etnógrafo, la coproducción Sibila o El Impenetrable. En esa línea se inscribe Cirquera, dirigido a cuatro manos por Andrés Habegger (Imagen final) y Diana Rutkus. Hija de madre equilibrista y padre domador de leones, ella y su familia son el punto central del film. A priori, había material para contar, ya que Rutkus vivió su infancia acompañando por todo el país al circo de sus padres, haciendo del nomadismo una rutina, hasta que la pareja abandonó el oficio para comenzar una vida que hoy los encuentra compartiendo la ancianidad en una casa en las afueras de la ciudad de La Plata. A partir de esa anécdota, la dupla recupera la historia de aquella familia. “Para mí era normal que mi casa tuviera ruedas”, dice la voz en off de la cineasta en referencia a su niñez. Claro que no todo fue color de rosas, y su hermano se encargará de recordar que la rotación geográfica le deparó soledad y muy pocos amigos. Para los padres y compañeros, en cambio, el asunto es diametralmente opuesto. Tanto que aún hoy lagrimean ante el recuerdo patentizado en la visualización conjunta de fotos y afiches de aquellos años. Cirquera hace de la nostalgia una de sus constantes. El problema es que muchas veces no sabe qué hacer con ella. Si en algunos momentos la utiliza para lograr momentos de extraordinaria sinceridad, como en aquellos dedicados a evidenciar la triste certeza de los protagonistas de que aquel pasado fue el mejor o como cuando la propia Rutkus recorre un circo actual y observa desde el fondo del cuadro a una joven artista alistándose para un show, vislumbrando en ella aquello que pudo haber sido si la familia hubiera seguido en el oficio; en otros opera adosándole una patina de bronce que acercan el asunto a un mero homenaje. Con más de lo primero y menos de lo segundo, Cirquera hubiera sido mucho más que un buen documental.
La memoria equilibrista Y ahí va en vaivén la memoria y el recuerdo de Diana Rutkus en busca de su infancia y su escasa pero intensa experiencia como hija de padres dedicados al circo, madre trapecista y padre domador de leones, quienes hicieron de su juventud y de su pasión heredada de sus propios padres más que un oficio una manera de vivir en muchos lugares y en ninguno a la vez, a bordo de una casa rodante y una carpa en la que desarrollaban todo su arte. Para Diana viajar a su pasado desde lo fragmentado y caprichoso del recuerdo, fotos encontradas entre otros elementos, grabaciones magnéticas donde se escucha su cálida voz infantil, junto a su hermano, implica un fascinante y a la vez agotador trabajo de entrega emocional pero también de reflexión para llegar a comprender que desde muy pequeña se diferenciaba del resto de las chicas y que parte de ese viaje la marcaría para siempre. Si bien al cumplir los seis años ese idilio para ella se cortó drásticamente dada la situación económica familiar que obligó a abandonar la vida nómade por otra mucho más asentada pero menos interesante, tomar contacto con el circo supone también un reencuentro diferente con sus padres, ya jubilados y retirados de la adrenalina y éxtasis de la carpa llena, alcanzados inevitablemente por la fatiga de los años. Hoy esa casa con ruedas guarda polvo, desorden y tristeza pero algo la retiene en el fondo para que aún no hayan podido deshacerse de ella. El tono intimista y no revisionista elegido por Andrés Habbeger y la propia Diana Rutkus para desplegar la propuesta de Cirquera es lo que hace de este documental su originalidad más allá de transitar por un mundo un tanto desconocido para el público en general aunque también limitado y anecdótico. No obstante, en ese ida y vuelta que acumula testimonios ligados a la vida circense, material de archivo familiar muy rico y alguna que otra filmación de un espectáculo perdido, se perciben retazos de un mundo singular y ya extinto por los cambios culturales y por la forma de entender lo circense dentro de la dinámica del universo del entretenimiento. Circo conecta en Cirquera con alegría, emoción, cuerpo y dolor en las mismas proporciones cuando entra a tallar el paso del tiempo como el único filtro de la realidad pero también en esos ojos encendidos se enquista la infancia de cada uno de nosotros como la de un espectador privilegiado ante algo inexplicable y mágico, que solamente se puede experimentar cuando la sensibilidad vence a la razón. En Cirquera conviven finalmente dos homenajes: el que celebra una manera de vivir no convencionalmente, asumiendo los costos de esa soledad buscada, y el del oficio que deviene pasión y jamás deja de existir siempre que alguien lo recupere.
Andrés Habegger, uno de los directores de Cirquera, es el cineasta experimentado de la dupla. Entre sus antecedentes se destaca Imagen final , documental sobre Leonardo Henrichsen, el camarógrafo argentino que filmó su propio asesinato por parte de militares golpistas chilenos. Diana Rutkus, que comparte el crédito en el rubro dirección y guión, es el centro de la película. Diana es hija de madre equilibrista y trapecista y de padre domador de leones, encargado de otros animales y además baterista. Diana vivió la vida nómade del circo hasta 1969, cuando ella tenía cinco años: su familia abandonó la actividad y se fue a vivir a Plátanos, Berazategui, donde aún reside. Los recuerdos de Diana sobre esa vida circense son borrosos. Tal vez por eso se dedique a recolectar historias, fotos y relatos sobre los artistas de circo. Su hermano mayor, Juan, vivió más la vida trashumante y recuerda mejor, aunque -pequeña falla en la construcción de la mítica del relato- intenta encontrar los certificados que confirman sus cambios de colegio y no encuentra aquellos de mayor impacto. Cirquera tiene su mejor personaje en la madre de Diana, Elisa, con algunos problemas de memoria, pero de una vitalidad muy impresionante. El momento de mayor potencia en la primera parte de la película es aquel en el que Elisa se cuelga del trapecio en el galpón de su casa. En sus primeros dos tercios, Cirquera intenta describir un mundo familiar y nostálgico con apuntes demasiado cotidianos: que en la familia tomen mate y hagan asados no aporta demasiado al núcleo del asunto. Queremos saber más del circo, queremos más imágenes, más historias, más fotos. La película en esos segmentos avanza con una lentitud no del todo bienvenida, con una voz en off de Diana por momentos sobreescrita, con giros, formas y metáforas que chocan con la propuesta de "mostrarnos la vida cotidiana". A partir de las declaraciones de otro de los entrevistados, Lalo Crinó, sobre su decisión de abandonar la vida del circo, la película cobra un nuevo impulso: tiene más claridad y una vitalidad distinta. Los recuerdos se abordan más frontalmente, con diálogos menos laterales, con información más precisa, con esas fotos pequeñas con visor que sirven para descubrir el pasado y a la vez para llevarnos a algo que es visual y materialmente "de circo". Tal vez esos rodeos de los primeros segmentos de la película sean parte de una propuesta pudorosa ante la magnitud de un pasado de esplendor que ya no es, pero se sienten descentrados, faltos de energía. Incluso un buen momento dramático como el de Diana mirando a una joven cirquera y su preparación -que nos da a entender sin palabras la vida que Diana no vivió y que en un punto le pesa- no termina de encenderse. Cirquera es una película con buenos momentos, sincera, con el peso del esplendor del pasado de un arte que se hizo más pequeño. Pero para destacarse y obtener mayores aplausos, necesitaba más pista central, más luces fuertes, más momentos extraordinarios.
Con la vida siempre en la cuerda floja Incentivada por la escritora Hebe Uhart y la historiadora Beatriz Seibel, Rutkus, hija y nieta de gente de circo, recorre junto a la sensible cámara de Habegger la melancólica historia de un mundo nómade y ya casi definitivamente extinguido. “Es una vida a la que intento regresar, aunque ya no existe”, dice en un momento Diana Rutkus, coguionista, codirectora y protagonista de Cirquera. Esa vida es la del circo, que marcó no sólo la suya sino la de todo su árbol familiar y en buena medida también la de varias generaciones de niños, muchos de los cuales hoy somos adultos. “Cómo que no existe”, dirá alguno, argumentando que circos todavía hay. Sí hay, pero son otros. No sólo por la prohibición de presentar animales amaestrados –el otro día salió en Página la noticia de un león que, abandonado por un circo ambulante en una localidad perdida de Santiago del Estero, se devoró a varios terneros de las inmediaciones– sino porque lo que hay ahora son grandes circos internacionales, que en lugar de la pobreza feliz de aquellos de antes son enormes y lucrativas empresas globales, que presentan shows llenos de ostentación y grandeur. Pero no logran evitar accidentes, dicho sea de paso: el otro día también se conoció la noticia de una equilibrista del Cirque du Soleil, que perdió la vida al caerse desde las alturas. Diana Rutkus es hija y nieta de gente de circo. Melancólica, por lo visto (su expresión no lo desmiente), durante diez años se la pasó investigando fotos familiares, postales, afiches de giras, programas. La escritora Hebe Uhart la incentivó, en un taller de literatura, a convertir aquello en eso. Lo cual no llama la atención, teniendo en cuenta que de los propios recuerdos, en particular los de la infancia, está hecha la obra de Uhart. Rutkus le hizo caso y la historiadora Beatriz Seibel recomendó reconvertir a su vez literatura en historia, sugiriendo ampliar la investigación fuera de los límites de la propia familia. El resultado fue la muestra Familias de circo, que a un centenar de fotos le sumó álbumes con afiches originales, videos y memorabilia varia, todo ello de 1925 en adelante. Faltaba la película y acá está. En ella Rutkus vuelve a ajustar el foco –ahora junto al documentalista Andrés Habegger, con quien la coescribió y codirigió–, volviendo al origen de todo: papá y mamá Rutkus. “Mi hija dice que tengo 75”, dice mamá, cuya memoria no está diez puntos. El resto sí. Tanto que mamá, de amplia sonrisa, puede permitirse posar y saludar ceremoniosamente, como cuando terminaba algún número de riesgo. Y la memoria alcanza para recordar aquellos tiempos de trapecio y equilibrio sobre una cuerda. Sobre todo, ayudada por las fotos que guarda en casa. Hubo un tiempo en que la casa era rodante, y Diana tiene bellos recuerdos de ese tiempo. Tanto como su hermano actor, junto a quien se emocionan al revisar los álbumes de fotos y recuerdos. “Mirá que linda estaba acá”, se comentan, viendo a la madre posar con el traje de lentejuelas. “Nací nómade”, dice Diana Rutkus en el off, y las fotos la muestran a los cinco, o menos, en alguna gira, disfrutando entre los carromatos, junto a otros hijos de cirqueros. Papá Rutkus es más serio. “Trabajé con perros, gansos, culebras, leones”, enumera. Era domador. Y baterista, además. Ahora le hace asados a la hija, cuando va a visitarlos. Tienen casa “fija” desde hace décadas, pero todavía extrañan la rodante. Teñida de la sensación de ese mundo que fue y ya no está, Cirquera es una película tan melancólica como la protagonista. En el que posiblemente sea su mejor trabajo cinematográfico a la fecha, Andrés Habegger (realizador de (H) Historias cotidianas e Imagen final, entre otras) deja que los planos se sucedan, sencillos, íntimos y sin apuro, entre charlas, recordaciones y algunos encuadres como los que muestran la vieja casa rodante de los abuelos. Con ella los padres de Diana Rutkus no saben bien qué hacer. Por ahora está quieta, ahí, al fondo de un patio. Por ahora o para siempre. Por esos planos pasa el tiempo. O, mejor dicho, el tiempo ya pasó. El tiempo de perros que bailan y payasos que se dan cachetazos, el tiempo de aserrín y carpas con parches, de leones viejos que todavía rugen, de gente nómade y solitaria, de niños de circo que cuando crecen se ponen a revisar las viejas fotos, intentando regresar a una vida que ya no existe.
Diana Rutkus (codirectora con Andrés Habegger) reconstruye la historia de sus padres y su propia infancia. Con una mamá equilibrista y trapecista y un papá domador de leones y baterista que vivían trabajando en circos itinerantes. Hasta que llegó la decadencia del género y tuvieron que dedicarse a otra cosa, pero siempre acompañados por la nostalgia. Una mirada que es un verdadero homenaje a los cirqueros.
Historias de nómades El mundo del circo puede provocar felicidad, temor, placer, rechazo. Cada espectador sabrá cómo se ubica dentro de ese universo de artistas nómades y de recorridos interminables por carreteras y rutas con un destino fijo que conoce de triunfos y derrotas. El documentalista Andrés Habegger (Historias cotidianas; Imagen final), junto a Diana Rutkus, centro esencial del relato, construyeron un trabajo sobre una familia de artistas circenses, aquellos de la vieja guardia, lejos de las luces de neón y el éxito económico. Sobrevivientes de pistas, el grupo de trapecistas, magos, equilibristas y artistas que recorrieron caminos de acá para allá, representan el sector testimonial del relato. La familia Rutkus es el sujeto de la historia, el eje por el que circulan horas de ensayo, trabajo arduo y laborioso, ejemplificado por el director y su cámara en un conjunto de anécdotas y hechos donde se fusiona aquel pasado lúdico y feliz y un presente de añoranza y melancolía. Diana sale a la búsqueda de sus orígenes entrevistando a familiares y a otras personas de ese mundo al que Cirquera muestra desde la trastienda, lejos del aplauso y la repercusión en boletería. En ese sentido, Habegger explora al individuo pero también a los objetos y a los espacios vacíos, emulando a los trabajos de Gustavo Fontán, otro documentalista argentino que se aleja de los clisés y las convenciones del género. Hay lugar para la emoción a través del recuerdo o del bienvenido silencio frente a los viejos carteles y las añejas hojas de un diario. El paso del tiempo no puede detenerse, nos dice Cirquera con importante énfasis, pero lo esencial es que Diana convive con sus orígenes y, finalmente, encuentra su lugar en el mundo. En aquel mundo feliz y triste al mismo tiempo.
Hacia el rescate de la tradición Los malabares de la memoria, el resabio de aquella infancia entre carpas y artistas de lo imposible. Inspiración, pasión y transpiración familiar rescatada de la mano de Diana Rutkus, la menor de un linaje circense originado allá por 1860, quien junto al documentalista Andrés Habegger reconstruyeron a cuatro manos la tradición por la diversión y el asombro. Ella recopila archivo fílmico, fotografías y testimonios de Juan Carlos Rutkus y Elisa Riego. El, domador de leones y baterista, ella equilibrista y trapecista, quienes deslumbraron a su hija durante los primeros seis años de vida de la pequeña. Diana ensambla, con tenacidad, una historia difusa y fragmentada, sin distancia ni rigor, sino con una impronta intimista, demasiado cómplice y melosa por momentos. La voz en off, recitada, de Diana, busca el impacto sentimental. El cometido lo logra el valioso material en Súper 8, algo desordenado, mechado con audios en cinta de 1969 donde el padre cuenta las travesías del grupo. Diana y su hermano Carlos (de gran aporte) lo oyen emocionados. Lágrimas sobran en este documental como así también varios planos detalle de los paisajes y objetos de la vivienda familiar, que amplifican silencios y por momentos fatigan un relato que sufre algunos baches. Lo llamativo de Cirquera es el escaso aporte en vivo en cuanto a testimonios del padre y la abundancia en apariciones en cámara y palabras de la madre. Desparejo. El toque didáctico se lo da Hugo “Lalo” Crinó, el acróbata y actual profesor de escuela de circo, que compartía desde 1956-57 la rutina circense con la familia de Diana. Con simpleza, explica cómo era la vida sobre ruedas, el andamiaje de la carpa de la diversión itinerante. Todos los testimonios se matizan al compás de decenas de fotos que despiertan anécdotas risueñas. El filme acierta en no recostarse solo en el pasado. Trae hacia la actualidad testimonios de otras familias que aún sobreviven en el mundo del circo, tal es el caso de una joven contorsionista a quien se sigue en el paso a paso de su extenso proceso de maquillaje. Un gran hallazgo del documental son los ensayos en blanco y negro de la rutina familiar, donde se plasman los desfiles acrobáticos y las prácticas de cada número. Cirquera sirve de ejemplo sobre cómo rescatar una tradición familiar.
Cálidas memorias de una “cirquera” Es probable que el espectador medio cuarentón salga del cine evocando sus propios recuerdos de niño fascinado por algún circo. Pero acá en pantalla, quienes recuerdan con igual cariño no estuvieron sentados en las gradas, sino en el centro de la pista, los que se lucían, recibían los aplausos, y al otro día barrían la pista o iban a la escuela. En efecto, uno de ellos repasa sus cuadernos y se admira: dos días en la escuela de un pueblo, dos en la del siguiente, y así fue haciendo la primaria por los caminos. La casa era un carromato, el álbum de fotos lo muestra sentadito muy tranquilo entre los leones, a la noche los tíos le hacían vivir la emoción de hamacarse a cinco metros del suelo. Ese es el hermano mayor de la conductora de esta historia. Todo empezó cuando ella, Diana Rutkus, se puso a hacer memoria. Su temprana infancia no fue como la de otras niñas. No cualquiera tiene un padre domador y baterista, una madre equilibrista y trapecista, ni creció en el circo Rivero, derivado del histórico Flor América. Hasta que en 1969 los mayores decidieron vender la carpa y hacerse sedentarios, no por gusto ni cansancio sino por razones económicas. Admirable, muy simpática, la madre que todavía se cuelga de la barra y saluda a cámara, y muy lindo el reencuentro con "la casa natal" arrumbada en el fondo de la casita de material, en un rincón de Los Plátanos, todo vergel donde cantan las aves y otros viejos cirqueros se acercan con anécdotas y sonrisas. Así, juguetona y evocativa, es esta película, que también da espacio a un circo actual, con una familia (en especial una estrella adolescente) que hoy está viviendo lo que aquellos vivieron. Pero esto es solo una parte. Antes hubo diez años de búsqueda y recopilación de fotos, afiches, programas, ropas, rollitos de Super8, visitas a viejos artistas, incluso una exposición de ese material en Berazategui, San Miguel y Buenos Aires en el 2009, el blog Familias de Circo, y el respaldo de la gran especialista Beatriz Seibel. Ahora, codirigida por el documentalista Andrés Habegger, "Cirquera" culmina la historia. Que empezó en tiempos de la Confederación, 1860, cuando el tatarabuelo levantó la carpa del Flor América en estas pampas. No cualquiera.
¿Autobiografía? Sí y no, ¿documental de archivo? Sí y no, ¿trabajo personal? Definitivamente sí. Aunque "Cirquera" se encuadre en una temática genérica como la del recorrido por el circo de antaño, es antes que nada una reconstrucción de una vida, los comienzos de la propia y el centro de la de sus antepasados, los padres. Hablamos de Diana Rutkus, co-directora junto a Andrés Habegger, y protagonista en escena y en off de este documental. Diana es hija de una trapecista y equilibrista y de un domador de leones, y nació en el medio del ”oficio”, asunto que se terminó a los cinco años cuando sus padres decidieron bajarse del circo y hacerse estables. A la manera de Beirut-Buenos Aires-Beirut en el cual la actriz Grace Spinelli hurgaba en sus orígenes a través de su abuelo libanés; acá Rutkus pareciera tener asuntos sin resolver con su pasado y utiliza el formato documental como un modo compartir sus inquietudes junto a los espectadores. "Cirquera" hace uso de todos los recursos esperables en este tipo de documentales, entrevistas, filmaciones caseras en súper 8, imágenes de archivo, fotos familiares; se percibe la intención de intentar integrar un collage con el cajón como en el que ¿todas? las familias guardan sus distintos recuerdos, con la salvedad de que en esta ocasión la familia es toda la troupe circense. Se nos habla de la vida nómade – de sus virtudes y sus aspectos negativos –, de la gloria de un estilo de circo que ya parece estar extinto, de un modo de vida que lleva el espectáculo en la sangre, y de una historia familiar que necesita ser reconstruída. Todo esto se hace a la vez, en cierta manera, estos temas aparecen a través de anécdotas, entrevistas del pasado y del presente (en lo cual se extraña algún tipo de contraposición en persona), y en las voces en off que se suceden durante casi todo el trayecto. De aspecto técnico formal y efectivo, "Cirquera" busca la emoción y lo cumple en varias capas, quienes disfrutaron de aquel circo sentirán cuanto menos nostalgia, la idea de que “el nuevo circo” (aquel de Cirque Du Soleil digamos para que se entienda) no le llega ni a los talones a lo que fue aquel de la troupe que viajaba por todo el país como una familia en casa rodante ronda la idea central. También hay emotividad por parte de la historia propia de la directora que busca reconocer en fotos a su papá y a su mamá y encontrarse a sí misma rodeada de personajes muy pintorescos, una suerte de viaje iniciatico lleno de incertidumbres que se irán resolviendo con el correr del metraje. No estamos ante un documental perfecto, en algunos tramos puede parecer confuso, repetitivo, y hasta quizás desaprovecha algunos puntos fuertes como las valiosísimas entrevistas con los compañeros de sus padres que parecen no del todo explotadas y quizás aportan sensiblemente menos que otras que no revisten la misma importancia. Mi sensación es en este trabajo, muchas veces ocurre que cuando su eje es autobiográfico (se entiende la movilización que origina el punto de partida) a veces su extensión (en términos de utilización de material) es mayor de la que debería. Pero aún así hablamos de un documental muy interesante, rico en anécdotas, con la emoción a flor de piel (como todo lo encarado desde lo personal), y de visión casi obligatoria para los admiradores de aquel circo; de seguro este, su público, lo disfrutará casi como el mejor de los números de aquél histórico espectáculo, aún con la nostalgia del tiempo que quizás no vuelva.
Un nostálgico documento familiar Diana Rutkus, integrante de una familia de artistas circenses, y Andrés Habegger codirigen este documental que nació a partir de la investigación que Diana realizó durante más de diez años y que comenzó en su ámbito familiar con la selección de fotos familiares, afiches de giras, programas y luego fue ampliándose hasta tomar forma en el taller de escritura que Diana realizó con Hebe Uhart, quien la incentivó a escribir acerca de su infancia y sobre lo que más conocía. Así es como ella y su familia son el punto central de este documental que decide explorar un mundo poco corriente y prácticamente olvidado del que apenas quedan rastros. Desde un lugar de espectadora, ya sea frente a sus padres, viejos colegas de estos o, incluso, su propio hermano actor, quien logra exteriorizar mejor sus recuerdos de aquella niñez inusual entre la carpa del circo y la casilla rodante, Diana intenta rearmar su infancia y evocar, de alguna manera, una época de oro del circo clásico en la Argentina, cuando era uno de los espectáculos populares más congregantes. En un tono intimista, y a través de los testimonios, fotografías, afiches y viejas filmaciones de 16 y Súper 8 mm, el documental acumula las impresiones, recuerdos y sensaciones de un pasado familiar muy intenso que celebra una manera de vivir no convencional y donde el oficio se convierte en pasión. A pesar de la melancolía y la nostalgia que transmiten los testimonios de estas personas, cuyas vidas fueron atravesadas por una expresión artística que prácticamente ya no existe pero sigue viva en sus recuerdos, el documental no dedica mayor espacio a aquella investigación que dio origen film, conformándolo mas como un homenaje familiar antes que como un documental sobre el circo.
Como si la cosa nunca hubiera cambiado, entre el material de archivo de “Cirquera” y lo filmado de la actualidad, hay un plano de una casa vieja con un pequeño pasillo exterior tapado por una planta del tipo enredadera de la cual brotan algunas flores anaranjadas. La cámara cambia de posición pero sutilmente. Es la misma planta y la misma casa, pero no el tiempo que pasa. El tiempo borra cosas, la memoria por ejemplo, y en ese paso irreductible deja estelas, arrugas en la piel que cede a los años y le dan al rostro otra expresión, más cerca de la nostalgia que de las nuevas vivencias. Con ese nivel de búsqueda, Diana Rutkus muestra una parte de su vida, olvidada por ella y desconocida por el espectador. Era una nena de 6 años cuando dejó de viajar con el circo del cual eran parte sus padres y también sus abuelos) Ella y su hermano han recorrido miles de kilómetros en la década del ’60, amarrando en ciento de pueblos y lugares. Uno imagina el nivel de desarraigo constante. Esto de pertenecer a una familia que no pertenece a ningún lugar. Diana narra en off mucho de lo que le sucede. Lo hace de una manera solemne, como si la elección partiera de ver mucha narración efectista de documentales de Nat Geo. Es cierto, es ella en primera y tercera persona (en el texto cinematográfico de las imágenes del pasado), pero la decisión le resta calidez. Tiene menos organicidad si se quiere. Por lo demás, a esta realización le debe su mejor resultado a la propuesta de la compaginación en la cual, efectivamente, logra plasmar esto de que al circo lo componen personas que están muy lejos del común. Andres Habegger logra captar momentos como los del principio, gestos de la madre tan cómplices, que la cámara parece haberse enamorado de ella. Hay, además, un interesante uso expresivo del material de archivo. Es de colección el momento en que los hermanos sacan algunas conclusiones de las consecuencias del viajar. La realización propone una búsqueda de identidad, un regreso al pasado para reconocer la madera de la que se está hecho. Más que una excusa para la nostalgia, “Cirquera” es un intento de reconstrucción que funciona bien.
Dos virtudes tiene este documental sobre la vida de una mujer que, tras haber vivido de niña en un circo con sus padres, decide volver a ese mundo. La primera, las imágenes documentales, que guardan no solo el valor de ser huellas de un pasado imposible de recuperar sino que, además, son de una sutil belleza incluso épica (ver, por ejemplo, cómo se levanta la enorme carpa en un descampado). La segunda, no dar demasiados rodeos y dejar que el propio espectáculo -después de todo, es una película sobre el espectáculo- se adueñe de la pantalla para contar la historia. Andrés Habbeger -documentalista que tiene en su haber el fallido Imagen final- deja que los personajes, la memoria y la propia potencia de ese festival marginal que siempre ha sido el circo se adueñen de la puesta en escena y nos permite compartir con los personajes la experiencia de descrubrimiento o, en este caso, redescubrimiento. No faltan los apuntes sociales e incluso políticos, pero tienen menos peso (y su importancia es solo contextual) que lo que vemos de ese universo colorido y en vías de desaparición. Un film pura amabilidad.
Cirquera: a family album unlike any other Some families are plainly conventional while others may look so, and yet be the exact opposite. Some are off-beat almost by definition, whereas others may be even more peculiar than what they first appear. In the case of Diana Rutkus, her family is one-of-a-kind. She spent her first years between the circus and a motor home because her mother was a trapeze artist and her father was a lion-tamer and a drummer. When she turned five, her parents left the circus and a more predictable life began. More than thirty years after, Diana revisits her early family life, and in so doing she draws a portrayal of many other circus artists with some unusual lives as well. It’s circus time once again. Cirquera is the name of the documentary by Andrés Habegger and Diana Rutkus which uses to interviews, stock footage (home movies), family photographs, the filmmaker’s own voice-over, and a variety of location shots that not only account for particular stories themselves (those of Diana and her parents, to begin with), but also for other stories of a more universal scope. Cirquera is an examination and an exploration of a past long gone, but it’s also an intimate chronicle of circus life today — behind the scenes, that is. Bits and pieces here and there make up a rich canvas with amusingly odd touches. The interviewees speak candidly up as they recall past and present anecdotes that speak of a world that lies largely unrevealed unless you really get into it. Once inside, it’s most charming. For the most part, Habegger’s and Rutkus’ documentary succeeds in fulfilling the expectations it arises. However, sometimes it’s too leisurely paced, and so it tends to drag. It even becomes a bit redundant. Something similar happens with the voiceover, which at times becomes too explanatory. Most of the time, it’s used to reflect upon something of the past (a given event or just an anecdote) or to evoke certain memories, and in these cases it does work pretty well. But when it tells viewers what the filmmakers feel or think about something important regarding the heart of the film, then the overall emotional impact is greatly diminished. On the plus side, the cinematography is noteworthy indeed. Static locations shots establish a sense of time and space as eloquent close-ups allow viewers to get in touch with the most intimate sides of these artists.
Publicada en la edición digital #252 de la revista.