Film noir nacional El director de El túnel de los huesos (2011), Nacho Garassino, vuelve al cine con una historia que adscribe a la serie negra de los años sesenta (en palabras de su director) con dos tipos pesados como Juan Palomino y Daniel Valenzuela. La femme fatale en cuestión es Emilia Attias, aquí en un papel vulnerable pero que igualmente inevitable para que sus amantes pierdan el juicio por ella. La historia comienza por el final, y el desarrollo de la misma (en clave flashback) nos hará entender los sucesos que ocurrieron hasta entonces. Juan Palomino interpreta a Juan, un encargado de seguridad que por la edad y una serie de cuestiones, termina desempleado. El hombre vive para poner el orden y, cuando encuentra a una damisela en peligro, las posibilidades de volver a convertirse en héroe reaparecen. Así conoce al personaje de Emilia Attias, que casi no habla y genera mayor misterio sobre su pasado (oscuro por cierto), sobre los vínculos enfermizos que sostiene con los hombres. Daniel Valenzuela es el amigo consejero del frontal Juan, proclive a la violencia para defender a la atormentada mujer en cuestión. La tradición de cine negro no fue muy explotada por el cine nacional, por ende trabajar desde el género implica de antemano una virtud y un riesgo: La virtud de desarrollar un género inexplorado con actores que dan a la perfección con el físico-rol pretendido. Un riesgo porque el cine negro prevé un mecanismo de relojería para manejar la información y dar vuelta la trama las veces que sea necesario. Mecanismo que debe estar muy bien articulado para que el reloj dé la hora adecuada, y en esta oportunidad no funciona con la precisión necesaria. Quizás el punto más flojo de Contrasangre (2015) sea la carencia de un ritmo determinado para desarrollar situaciones dramáticas que desembocan en eventos clave (no queremos adelantar aquí cuestiones del guión), y así los desencadenantes exploten con mayor fuerza. Otra cuestión es Emilia Attias en el papel de la mujer vulnerable. Su rostro tiene tal magnitud y presencia arrolladora, que por más que se intente disimular su belleza no deja de impactar, restándole a su personaje de mujer sufrida. Por lo demás es una feliz incursión en la temática, con una banda sonora de jazz exquisita y una fotografía que reluce de la mejor manera contrastes y contraluces de la noche urbana local.
Cuando se habla de cine negro o film noir, enseguida nos remitimos a clásicos de origen estadounidense y francés, con nombres como John Huston, Billy Wilder, Fritz Lang y Jean-Pierre Melville conformando un Monte Olimpo. Pero Argentina supo y sabe tener sus propios exponentes, y con personalidad propia, sin ignorar pero sin calcar a los referentes. Tal es el caso de Contrasangre. Daniel (Juan Palomino) parece en el ocaso de su carrera y de todo. Luego de una trayectoria como oficial de policía, está a punto de terminar una etapa como guardia de seguridad de un edificio. Para colmo, carga con un fuerte drama familiar. En ese contexto deprimente, conoce a Analía (Emilia Attias), una joven torturada por un trama del pasado y que actualmente está siendo acosada por Julio (Esteban Meloni), un muchacho recién salido de la cárcel. Daniel se obsesiona con ella y querrá ayudarla, sin saber que se meterá en problemas de los que le costará salir. Luego de El Túnel de los Huesos, su ópera prima, Nacho Garassino regresa con un noir clásico: bien provisto de perdedores, mujeres fatales -fatales incluso sin proponérselo- y giros inesperados. La puesta en escena, los climas, los tiempos y la iluminación reflejan un claro amor y un conocimiento por el género. Además, el director aprovecha para mostrar el lado más oculto -y oscuro- de los representantes de la ley y de los programas periodísticos, capaces de lo que sea con tal de desnudar miserias ajenas. Sin embargo, hay situaciones y elementos forzados que pueden provocar desorientación en el público, aunque no logran distraer la atención de una historia contada con buen pulso. Siguiendo la misma línea de su personaje en Diablo, de Nicanor Loreti, Juan Palomino compone a otro antihéroe que, al borde del abatimiento personal, tiene la oportunidad de convertirse en el justiciero que siempre anheló. Un auténtico Charles Bronson latinoamericano, ahora en clave más seria. Esteban Meloni no transmite la dureza que debería emanar su personaje, pero sí es creíble a la hora de interpretar sus tormentos psicológicos. Aun sin descollar, Emilia Attias tiene un magnetismo particular en la pantalla (a la manera de una Angelina Jolie porteña), que debería ser explotado en más películas. También integran el elenco Daniel Valenzuela, Germán De Silva, Sergio Boris y Romina Pinto, en roles pequeños pero cruciales. Sin llegar a ser perfecta, Contrasangre es otro interesante exponente del policial argentino, que en los últimos años fue recuperando la fuerza de décadas anteriores de nuestro cine.
Retrato de una obsesión Más allá de un desenlace poco convincente, se trata de otro sólido film del director de El túnel de los huesos. El director del subvalorado thriller carcelario El túnel de los huesos (2011), Nacho Garassino, vuelve al cine con Contrasangre, un film noir seco, noctámbulo y ominoso centrado en un ex policía devenido en encargado de seguridad de edificios que se obsesiona con una chica atormentada por su pasado. El hombre en cuestión es Juan (Juan Palomino), que trabaja como vigilante nocturno y tiene un matrimonio al borde del colapso. Uno día conoce a Analía (Emilia Attias), una joven vulnerable y torturada por los recuerdos de una violación que vuelven al presente cuando Julio (Esteban Meloni) sale de la cárcel y empieza a buscarla. Juan, entonces, se convertirá su protector primero, y en algo más después. Garassino acerca los vértices de ese triángulo con precisión, seguridad y sin apuro, tomándose el tiempo necesario para someter al espectador a las particularidades de ese grupo de mentes obsesionadas. Filmada en una Buenos Aires lúgubre y casi irreconocible, Contrasangre cae en su parte final, cuando la narración desemboque en una serie de vueltas de tuerca engañosas y de dudosa calidad.
En los últimos años el cine nacional se ha animado a explorar dentro del género noir con avidez y ganas de poder darle una impronta local sin importarle mucho la respuesta del público, y esto no es malo, al contrario, justamente en el “explorar” hay también una idea de poder, de alguna manera, la formación de nuevos espectadores, y, también, acercarlos a la materia. Las nuevas generaciones de directores, con una impronta cinéfila fuerte, más allá del estudio y dedicación, también han podido trabajar con la forma de las narraciones evitando caer en lugares comunes y clichés. Repasando la cartelera cinematográfica, y en particular una serie de filmes recientes como “Testigo Intimo” , de Santiago Fernandez Calvete, o “Pájaros Negros”, de Fernando Castellani, el policial es la excusa para jugar con el lenguaje y a partir de allí buscar sentido a la historia que narran. En el caso de “Contrasangre” (Argentina, 2014), segundo filme de Ignacio Garassino, esta idea se potencia al narrar un cuento de pasión desenfrenada entre personas que han perdido su entusiasmo, sus ideales y hasta sus sueños, y que terminan ensamblándose por casualidad, y casi sin saberlo, hasta el punto de desencadenar una inesperada tragedia entre sí. En “Contrasangre” hay tres personajes Daniel (Juan Palomino), Analía (Emilia Attias) y Julio (Esteban Melloni) que se relacionarán circunstancialmente a partir de hechos fortuitos y casi banales o mínimos. Así, mientras Daniel es un ex policía, que en la actualidad se gana el pan trabajando como seguridad en un edificio de una zona acomodada de la ciudad, Analía dedicará gran parte de su tiempo a cuidar del hijo de un vecino. Por otro lado Julio, recién salido de la cárcel, es presentado como un ser atormentado por el pasado y que sólo buscará una nueva oportunidad en el amor. Aparentemente así, sin conectarlos entre sí, cada uno de los protagonistas tiene la posibilidad de crear un universo particular en el que su motor puede ser visto por el resto como tan sólo la consecuencia de malas decisiones. Y ahí estará la habilidad de Garassino para profundizar en los deseos de cada uno para comenzar a hacerlos interactuar entre sí hasta el punto de desencadenar el hilo narrativo que hilvanará la propuesta de “Contrasangre”. “Contrasangre” es un filme que avanza lentamente en aquello que quiere contar, y apela al flashback para develar algunos puntos del pasado de Analía y Julio que no interfieren en el presente de Daniel y Analía. Estos dos se conocerán por casualidad y terminarán fortaleciendo rápidamente un vínculo amoroso y de protección cuasi paternal, desde el momento que Analía le revele el acoso que sufre por parte de Julio. Así, la historia que comienza siendo una radiografía social descarnada sobre el mercado laboral en el que se encuentra Daniel, terminará virando hacia una historia de acoso y protección en la que éste terminará convirtiéndose en el protector de una mujer que no confía en nadie, ni en ella misma. “Contrasangre” habla de seres perdidos que se encuentran para terminar de darse cuenta que aún acompañados la soledad y el pasado los abruma, y que las decisiones, aún la más ingenua que decidan tomar, terminará por afectar al resto sin siquiera permitirse escapatoria alguna. La película posee una cuidada dirección y un sobrio nivel actoral, en el que se destaca el trío protagónico quizás por ser el más compenetrado con el relato. Garassino bucea en lo más profundo del policial y recupera algunos íconos del mismo (el policía maduro incorruptible, la mujer a custodiar impoluta, etc.) potenciando una propuesta interesante dentro del panorama del cine argentino.
Contrasangre, el segundo largometraje de Nacho Garassino es uno de los estrenos del día. El género noir está atravesado por diversas variantes. Pero si hay un elemento que pocas veces falta, es el de la Femme Fatale. En este policial dirigido por Nacho Garassino –El túnel de los huesos– el melodrama le gana a la acción, aunque el peso recae sobre la composición de personajes, y los personajes secundarios que complementan el triángulo amoroso. Hay mujeres por las que vale la pena perder la cabeza. Esto es lo que les sucede a Daniel y Julio cuando arriesgan su vida por Analía. El primero es un ex policía, devenido en guardia de seguridad. Su vida es monótona, en la agencia para la que trabaja le piden que se retire, y los horarios de trabajo no le permiten compartir tiempo con su novia. Julio, en cambio, acaba de salir de prisión y vive obsesionado con Analía, quién no le contesta los mensajes. Situaciones fortuitas, introducen a Daniel en la vida de Analía, una mujer que vive en un estado de confinación y pánico desde que fue violada. Los hombres son capaces de cualquier cosa por el amor de una mujer, reza la maldición de los policiales negros y esta no es la excepción. Garassino se aleja del género de suspenso, pero no de sus personajes malditos y el universo marginal en el que se rodean. La tensión se genera a partir de la poca información que brinda el personaje de Analía –introspectiva y sensual Emilia Attias- y por cierto misterio que rodea a Julio –buena composición de Esteban Meloni- pero sin dudas, es el mundo de los policías corruptos, malditos por donde se mueve Daniel que desatan el gran atractivo de Contrasangre que lo diferencia de cualquiera que se haya filmado en los años 50, donde el mundo de la ley representaba los valores morales y la justicia. En la austeridad de Juan Palomino, interpretando a Daniel, se encuentra la clave de un personaje con matices, hosco, pero honesto, de buenas intenciones, que no puede sacarse la mala fortuna de encima. La fotografía y la música, jazz y blues, la alejan del típico thriller costumbrista porteño. Si bien el barrio está presente, la ciudad toma un lugar alejado. Garassino decide concentrarse en las relaciones entre los personajes, la soledad que atraviesa cada uno, y cierta paranoia. Aunque en los últimos minutos se terminan sobrexplicando algunos puntos que van quedando sueltos en Contrasangre y se apura un poco a la narración, se trata de un cuento sólido, un noir clásico sin pretensiones, con notables climas, apoyado por muy buenas interpretaciones –se destacan los secundarios que componen Luciano Cazaux, Sergio Boris, Daniel Valenzuela y Germán De Silva- y un excelente retrato de personajes, típicos del género, que bien podrían ser parte de una novela gráfica de Frank Miller.
El lado oscuro del género policial Por amplio margen el género policial obtiene el trono y ocupa el primer lugar en el productivo año (158 estrenos hasta hoy) del cine argentino. El segundo título de Nacho Garassino (debutante de ese buen ejemplo genérico en vertiente carcelaria de El túnel de los huesos) emplea los códigos del film noir, con la ciudad como protagonista, unos personajes de inmediata identificación y una estructura de relato que, nuevamente y como sucedía en recientes películas, elige el flashback como imperiosa necesidad narrativa. El movimiento circular al que está sometida la historia, por un lado, favorece en la captación de ciertos climas enrarecidos y en la descripción de un mundo que coquetea con la ilegalidad pero sin caer en el clisé bienpensante que puede acosar al género. Por otra parte, esos pequeños racontos que cortan de tajo a la trama también se presentan de manera poco sugestiva, invadiendo de manera gratuita una atmósfera, un instante enrarecido que se expone a la somera explicación visual. En esos trances del relato se encuentra Contrasangre, apoyándose en un cuarteto actoral (Juan Palomino, Daniel Valenzuela, Sergio Boris, Germán de Silva) que hace de la aspereza interpretativa y de la incorrección política seleccionada para sus personajes una especie de celebración de la suciedad y el peligro, bien entendidos, claro. En este punto, pegó el faltazo Luis Ziembrowski. En oposición al universo viril, Analía (Emilia Attias), la criatura atractiva e imperfecta para ir desovillando una trama que une y separa a los personajes masculinos. A Garassino, en ese sentido, se lo ve a sus anchas en las escenas en un bar repleto de policías y putas, en la inestable psiquis del encargado de seguridad que encarna Palomino y en la violencia física y visceral que se desencadena en el último tramo del film. En oposición, y de acuerdo a sus inclinaciones genéricas, menos acomodado se lo percibe en el dramatismo de las escenas íntimas y en la construcción de algunas escenas.
Tres para el dolor Daniel se desempeña como guardia de seguridad de un edificio, mientras añora su pasado como policía y se siente abrumado por la pérdida de una hija y por su fracasado matrimonio. Sus pasos por la ciudad lo harán cruzarse con Analía, una mujer distante, obsesiva y bella que rehúye el contacto con los hombres por haber sido víctima de una violación. Ese pasado vuelve cuando Julio, con quien había mantenido un turbulento romance, sale de la cárcel tras purgar un delito. Ella busca en Daniel los brazos que la protejan de la amenaza de Julio, que deja su voz en mensajes telefónicos y que siente que ella tiene una deuda con él y comienza a acosarla. Estos seres se despliegan por la ciudad cruzándose con otros personajes, y entre ellos comenzará un juego de búsquedas que irá tejiendo la trama del crimen, apasionada e inevitablemente. El director Nacho Garassino, quien en 2011 debutó en el largometraje con El túnel de los huesos, supo imponer a su historia toda la violencia y la amargura de sus personajes y logró así un thriller en el que el suspenso va tomando cada vez más ímpetu hasta llegar a un final no por esperado menos dramático. Supo, además, elegir un muy correcto elenco, ya que tanto Juan Palomino como Emilia Attias y Esteban Meloni otorgan a sus dramáticos papeles todo el calor y la emoción que necesitaban este film que habla de violencia ciudadana y, también, retrata con astucia el alma de esos seres siempre dispuestos a escapar de sus tristes destinos.
Destino de una mujer fatal Buenas ideas y disparadores que no terminan de cuajar en una trama esquemática y previsible. Contrasangre es un largo flash- back para una escena inicial. La explicación en clave de thriller de un arranque que suena a historia de amor no correspondida, rota, con Daniel, el guardia de seguridad que interpreta Juan Palomino, totalmente perdido. “Fracasado”, le grita el vecino de Analía (Emilia Attias), la “mina que no quiere verlo más”. Y allí el director, Ignacio Garassino, elige una pregunta tomada de un tema de Bob Dylan. ¿No es propio de la noche confundirte cuando tratás de evitarlo? Es casi un mensaje cifrado que, lamentablemente, funciona como anticipo para lo que vendrá en Contrasangre, una película que no termina de asumir el riesgo de las buenas ideas que propone. Es que el guión va ofreciendo pistas sobre el tema de fondo, la confusión, la intriga que genera la historia de Analía, esta mujer hermosa y alterada por haber sido víctima de una violación, y los dos (o tres) hombres que la circundan. En paralelo conocemos a Daniel, el guardia que pasa sus noches mirando las camaritas del edificio que vigila, donde debe lidiar con los graffiteros y con su empleador, que ya le anuncia su despido. Lo demás son encuentros casuales. Un programa de tele al estilo Policías en acción en el que denuncia a sus ex colegas, el flechazo con Analía, un bar de “canas” en el que bebe copiosamente con su dueño, El tano. Y una tercera historia, la de Julio (Esteban Melino), el policía que salió de prisión y acosa con tristeza a Analía, que por casualidad conoció a Daniel, que enamora a todos con su sufrida belleza. Para entrar en tema hay una cantidad exagerada de llamadas telefónicas y mensajes grabados, soporíferos, hay pistas demasiado evidentes también, y vínculos débiles que terminan definiendo una trama interesante, pero que recurren muy tarde a la acción. Y lo casual de la historia, este cruce de personajes, choca también contra lo esquematizado y los estereotipos. Daniel, el hombre perdido, o Analía, dueña de una belleza vulnerable, víctima y victimaria. Aunque necesita matizar la psicología de sus personajes, a Contrasangre la salva esa pregunta de fondo, más allá de la respuesta que logre dar.
Policial que resulta confuso y fallido Contrasangre, la nueva película del director Nacho Garassino luego de la efectiva El túnel de los huesos (2011), es uno de esos policiales confusos en los que la arbitrariedad juega un papel involuntariamente determinante. Una historia en la que la intriga se va escurriendo con demasiada rapidez por los agujeros que de a poco, pero cada vez con mayor frecuencia, van apareciendo en los diferentes niveles de la trama a medida que esta avanza. Una confusión construida de sueños engañosamente disfrazados de flashbacks, pero también de flashbacks fallidos, algunos porque luego resultan imposibles de montar en la cronología del relato y otros porque pretenden venir a ocupar el lugar de la vuelta de tuerca final que resignifica lo narrado, pero que finalmente incluyen información que nunca fue debidamente acreditada, algo que en el género policial equivale como mínimo al engaño o la traición.Con la participación de lo que a esta altura puede denominarse el elenco estable del cine de género en la Argentina, con un reparto encabezado por Juan Palomino y la participación de actores como Daniel Valenzuela, Germán Da Silva y Diego Boris, más la presencia de la bella Emilia Attías, el aporte de Esteban Meloni y una cantidad de nombres conocidos (y repetidos) repartiéndose los rubros técnicos, Contrasangre no consigue aprovechar los talentos de semejante equipo. La historia que se cuenta parece remitir a los viejos policiales de los 80 al estilo Juan Carlos Desanzo. Un ex policía que trabaja como guardia de seguridad conoce de manera accidental y termina relacionándose con una chica que parece haber sido violada por otro ex policía, bastante trastornado él, que acaba de salir de la cárcel y la acosa para volver a verla. Aunque Palomino, Attías y Meloni tratan de hacer verosímiles a sus respectivos personajes todo lo que el guión se los permite, lo cierto es que las subtramas van perforando la línea central del relato, generando dudas e inconsistencias en lugar de intriga.El film intenta sumar peso dramático cargando a sus protagonistas con complicadas historias privadas, con la intención de engrosar la construcción de los personajes, pero sin conseguir que dichos aportes lleguen a sostener de un modo legítimo los vínculos cruzados que se establecen entre el trío Palomino-Attías-Meloni. Otros injertos, como un programa de televisión estilo Policías en acción, se convierten en pasos de comedia en apariencia involuntarios. Todo contaminado por una banda de sonido intrusiva y anacrónica que también recuerda a las de los policiales de los 80, que parece responder más a un temor al uso del silencio que a la voluntad de utilizar a la música como herramienta narrativa. Aun así, merece destacarse el empeño profesional que actores y técnicos han puesto para defender a Contrasangre de sus propios vicios.
Una mujer hermosa que vive solitaria y sufrió una violación, dos hombres que se obsesionan con ella, resultados violentos y sorpresita. Un policial con buenos ingredientes donde se luce Juan Palomino.
La nueva película de Nacho Garassino, “Contrasangre” presenta la historia de Daniel (Juan Palomino), un policía retirado, devenido guardia de seguridad; la de Analía (Emilia Attias), una mujer víctima de una violación, y la de Julio (Esteban Meloni), un obsesivo que sale de la cárcel. Estas tres historias aparentemente aisladas se unirán por la intriga, el amor y la obsesión. La película comienza con una escena misteriosa, la cual nos atrapa desde un comienzo, ya que no entendemos del todo qué es lo que está sucediendo, pero queremos averiguarlo. Y durante el desarrollo de la historia se nos presentan ciertos momentos que hacen que esta historia nos siga atrapando. La música y la ambientación (tanto la iluminación que nos proporciona un paisaje oscuro como la decoración del bar y la utilización de los escenarios callejeros) influyen de una manera muy pronunciada, generando un clima propicio para llevar adelante esta historia. Al finalizar el film, quedan ciertos interrogantes que pueden ser interpretados libremente. Si bien no presenta un final abierto, hay ciertos pasajes que no se terminan de comprender del todo, sino que cada uno le puede otorgar su propio significado. De todos modos, hay que tener en cuenta que la versión que se vio en “Pantalla Pinamar” es la primera que se ve en el cine, y es por eso que el estreno comercial puede presentar ciertas modificaciones y correcciones. En síntesis, “Contrasangre” es una película entretenida, atrapante, que nos va a terminar metiendo en la historia, haciéndonos formar parte de ella, tratando de descubrir qué es lo que pasa y quién está contando la verdad (si es que existe una), al estilo de los policiales negros.
Film indeciso entre folletín y policial Este melodrama pasional tiene un triángulo amoroso entre una enigmática baby sitter que podría ser el sueño de cualquier niño (es Emilia Attias) y dos hombres recios con los que en distintos momentos no quiere tener nada que ver. Todos tienen un pasado. Uno es un guardia de seguridad que sueña con algún acto heroico, el otro es un ex convicto recién salido de la cárcel y ella es una chica traumada por un hecho de violencia. La historia, aunque no es gran cosa, no está tan mal. El problema es que no está bien narrada, y la acción, dosificada a cuentagotas, se pierde en medio de escenas que aportan poco y nada. La película empieza con fuerza, apoyada por una atractiva banda sonora que brilla especialmente cuando se vuelve jazzística, pero lamentablemente pronto empiezan a aparecer los tiempos muertos, los flashbacks sobre flashbacks y las situaciones repetidas que no van en ninguna dirección. Por momentos, la película parece enderezarse, por ejemplo en las escenas en un bar de policías con diálogos naturales y buenas actuaciones, pero en general regresa al mismo tono narrativo dubitativo que hace que las cosas progresen muy lentamente y con muy poca sustancia. "Contrasangre" tampoco se decide del todo entre el melodrama y el policial, y a su favor se puede mencionar la belleza de la protagonista y una más que digna fotografía.
La obsesión llama dos veces El nuevo opus de Nacho Garassino, quien ya había dejado una buena impresión con el thriller El túnel de los huesos -2011- recurre al estilo del film noir, atravesado por un triángulo amoroso, donde el denominador común es la obsesión de dos hombres muy diferentes entre sí con una vulnerable joven de pasado traumático. Juan Palomino encarna a un policía retirado devenido seguridad de un edificio, que por azar conoce a Analía –Emilia Attias- en un momento donde corre peligro en la calle y necesita de un salvador como él. El fugaz entrecruce deja abierta la chance a nuevo encuentro, a pesar de un tercero en discordia que acosa telefónicamente a Analía luego de abandonar la prisión en donde la conoció. Los elementos utilizados con eficacia por el director en lo que a imagen se refieren y puesta en escena ubican a la nocturnidad como un escenario atractivo y por donde pasa gran parte de la trama, ya sea en los paseos por las calles o en los bares. A la noche aparece en Contrasangre la vulnerabilidad y los vértices de este triángulo se expanden o constriñen de acuerdo a la circunstancias. Si bien el nexo es Analía, el pasado de cada personaje es el que juega su carta más elevada y arriesga el destino de cada uno de ellos. En ese sentido, aunque el guión resulta sólido en cuanto a la construcción de personajes y diálogos es evidente que promediando la última mitad entra en una zona complicada para justificar algunas ideas que no alcanzan a plasmarse en el argumento. Las vueltas de tuerca apresuradas le juegan en contra al ritmo pausado que se proponía desde el comienzo y marcan la diferencia con el resultado alcanzado en El túnel de los huesos, que no presentaba desniveles como si ocurre aquí.
Amor a quemarropa El filme argentino Contrasangre se inscribe en la tradición del género policial con buenas intenciones y sólidos actores, pero no termina de funcionar. Daniel (Juan Palomino) es guardia de seguridad de un edificio. Está a punto de ser despedido de su trabajo. Atraviesa una crisis matrimonial y se siente un fracasado. Un día, caminando por la calle se le aparece un productor televisivo que le ofrece denunciar a la Policía corrupta en un programa (Daniel es expolicía). Cuando lo están grabando conoce a Analía (Emilia Attias), quien venía por la vereda a las corridas y asustada por un percance con un misterioso hombre. El triángulo está armado: por un lado Daniel, quién además se siente amargado por la pérdida de su hija. Por el otro lado Analía, una joven retraída y obsesiva que fue víctima de una violación (de ahí su miedo a los hombres) y que se dedica a enseñar matemáticas a un vecino en edad escolar. Y como tercero en discordia está Julio (Esteban Meloni), un expresidiario obsesionado con Analía. Cada vez que una película argentina se mete con los géneros el resultado es bastante desparejo. Contrasangre, dirigida por Nacho Garassino, se inscribe en la tradición del policial, y si bien tiene buenas intenciones, que se benefician con la presencia de sus sólidos actores, no termina de cuajar. La trama cuenta con varios errores lógicos que tendrían que haber sido ajustados. Es un thriller pasional con un guion rebuscado, con vueltas de tuerca forzadas para que la historia cierre y sea redonda (es una película circular, que termina donde empieza), sin darse cuenta que va dejando cabos sueltos que los sufre el espectador, a quien no le quedan claras algunas cosas. Las escenas de las peleas, algunos diálogos y los flashbacks para explicar sucesos del pasado de los personajes, por ejemplo, pueden funcionar a la perfección en la televisión (como serie o unitario), pero en el cine se los ve como escenas torpes o mal construidas. En pocas palabras, Contrasangre parece televisión para pantalla grande.
Un investigador que bordea la ilegalidad cargado de frustración y whisky, una dama por la que matar y un fantasma de su pasado que reaparece para acecharla. Una lista clásica de elementos del policial negro que Nacho Garassino (El túnel de los huesos) parece ir tildando mientras construye Contrasangre. Un sereno noir Conocemos primero a Daniel (Juan Palomino), un ex policía ya maduro con tendencias violentas que se gana la vida como guardia de seguridad. Lo sigue Julio (Esteban Meloni), otro ex policía preparándose para salir de la cárcel y un tanto obsesionado con reencontrarse con Analía (Emilia Attias), una joven asediada por pesadillas de su pasado que la mantienen despierta por las noches. Sus historias nos llegan primero por separado, presentando a cada personaje bastante rápido pero dejando en sombras el pasado en común de Analía y Julio. Después de un cruce con un vendedor de armas y un productor que televisión que sólo aportan la excusa del encuentro entre Daniel y Analía, él inventa una forma de volver a verla. Cuando esa noche llega a su departamento la encuentra en medio de una crisis de nervios por haber recibido una carta amenazante de Julio, despertando en él la determinación de protegerla. Inmediatamente pierde tanto su trabajo como a su esposa, ambos intrascendentes hasta ese momento pero un estorbo para que Analía se convierta en el centro de su vida de la noche a la mañana, justificando que se dedique a lidiar con Julio a tiempo completo. Armado de termo, bizcochitos y whisky El eje principal de Contrasangre es simple y funciona; no se anticipa el desenlace desde el principio pero tampoco sorprende mucho en su desarrollo y se mantiene entretenida a pesar de tener algunas fallas de guión mencionables. Los tres personajes más importantes tienen su fragmento de historia pero se oculta tanto de ellos buscando generar misterio que se los vuelve un tanto bidimensionales al punto de no justificar del todo sus acciones. Hay reacciones que resultan demasiado convenientes y que pueden desmoronarse en cuanto se los analiza un poco, mientras que varias escenas podrían eliminarse sin que cambie en nada lo principal de la película. La historia se desdibuja cuando incluye varias líneas argumentales que finalmente se esfuman sin tener más función que insinuar distintos conflictos para ocultar el principal, mismo tiempo que no se utiliza para desarrollar cómo Daniel logra que Analía confíe en él al instante de conocerlo ni cómo su relación se fortalece. El tema se resuelve en apenas un par de escenas, algo que al no profundizar en sus motivaciones más allá del miedo se ve un poco inverosímil para alguien con su pasado de abuso. No es algo que no se insinúa, al contrario. La profundidad parece estar ahí, encadenada justo donde la cámara está a punto de mirar pero nunca lo hace. Desde la interpretación, el trabajo de Juan Palomino está en el nivel decente que suele tener, pero Emilia Attias no tiene oportunidad de lucirse sino más bien sólo de exhibirse. Se insinúa una personalidad más profunda y hasta un tanto oscura que lamentablemente no se explora. El guión sólo le pide a su personaje verse bien en cámara para “justificar” la lujuria de los personajes masculinos que se obsesionan con ella como suele pasar en el género noir. Esteban Meloni aparece poco, construyendo un personaje al que claramente algún patito se le escapa de la fila y que finalmente es quien revela gran parte de la trama que se guarda en secreto. Sus motivaciones terminan resultando las mejor explicadas pero todo de forma acartonada que seguramente podría haberse pulido un poco más. Si bien muchos son intrascendentes para la trama, los personajes secundarios están bien construidos y hacen un buen trabajo definiendo el entorno; especialmente el dueño del bar interpretado Daniel Valenzuela que es el interlocutor que el protagonista necesita para poder comunicarse con el publico. Como en el resto de los aspectos, visualmente no es llamativa pero tampoco tiene grandes errores. La propuesta estética es bastante convencional tanto desde la fotografía como desde el diseño de arte y en ambos casos parecer conoce sus propias limitaciones para no intentar nada que pueda escapársele de las manos. No es una estrategia tan errada cuando el presupuesto limita el alcance de la realización, pero tampoco es algo imposible de lograr, como prueba La Corporación (Fabián Forte, asistente de dirección en esta misma película) Conclusión Contrasangre no está entre los estrenos nacionales mas esperados ni siquiera de lo que resta del año pero es un policial argentino correcto. Su limitado presupuesto se nota y aunque es perdonable en el diseño de arte o fotografía, no justifica el guión un tanto tosco ni la sensación de que podría haber resultado bastante mejor si se la limpia de distracciones innecesarias que ocupan tiempo en lugar de invertirlo en profundizar el eje principal.