En el nombre del padre Tras su paso por la Competencia Argentina del reciente BAFICI, se estrena en el MALBA este sensible ensayo autobiográfico del director de Tan cerca como pueda. Eduardo Crespo nació en Crespo, una ciudad de 20.000 habitantes en la provincia de Entre Ríos. Ahora vive en Villa... Crespo. Esta película es sobre él, sobre su padre (Crespo, claro) que falleció durante la realización del proyecto y sobre la comunidad a la que su familia perteneció durante años: Crespo de Crespo sobre Crespo. Su padre porteño -también Eduardo- se instaló allí y llegó a ser una figura prominente del lugar, al punto que fue el autor de la letra de la canción (el himno) local en un ámbito que alguna vez estuvo dominado por los protestantes alemanes y la avicultura. La voz en off del propio director nos expone la timidez, los reparos, las dudas, el recato con que se acercó a la figura del padre. De hecho, le dijo que estaba haciendo un registro sobre la actividad económica de la región como excusa para seguirlo en sus actividades cotidianas. Tras la muerte del padre (al que todos llamaban “Oso sabio”) en 2013 y de una larga serie de contratiempos (un hacker le borró buena parte de sus archivos personales, fue rescatado del mar por un amigo cuando estaba a punto de ahogarse, le robaron la cámara y la computadora), se lanza a la reconstrucción de la historia personal, filial, familiar y del lugar y sus vecinos. La agricultura, los scouts, la religión o el rugby son algunos de los temas que recorre este documental con elementos de home-movie. Honesta, sentida, sin la más mínima pátina cínica (como la mucho más dura La sombra, de Javier Olivera) y construida con imágenes evocativas, Crespo surge como una forma artística de exorcizar la ausencia y el dolor, de hablar del legado y de la continuidad en el seno de una familia y un pueblo.
CONTRA EL OLVIDO Eduardo Crespo que se crió en el pueblo que lleva el nombre de su apellido y acumula otras coincidencias, decide no perder la memoria de su padre e inicia un viaje a los detalles y paralelos para homenajearlo.
La fragilidad de los recuerdos El intento de aferrarse a los recuerdos para evitar perder algo que no se quiere dejar de ver y sentir, bien puede ser la definición o sinopsis de Crespo (La continuidad de la memoria) (2016) de Eduardo Crespo, película que parte de la anécdota divertida que cuenta el realizador “Hola me llamo Crespo, viví en Crespo y ahora en Villa Crespo” y que en el fondo lo llevará a profundizar en los detalles de su vida para poder continuar su presente. Tras el fallecimiento de su padre, Eduardo Crespo regresa a Crespo, Entre Ríos, localidad que se ha destacado por su actividad avícola (y de la que salieron varios directores de cine), y en la que aún permanece parte de su familia. La película inicia allí su camino, con imágenes de Eduardo embarcado en su travesía. Ante la alarma impuesta por el mismo, de que quizás alguna información se le esté escurriendo, la película será el intento que hará por volver al lugar y encontrar todo aquello que necesita para, principalmente, mantener vívido el recuerdo y a su padre. Viejos VHS familiares, grabaciones en Super 8 de un lugareño, publicidades viejas de huevos, o un cancionero scout, todos son disparadores para que el director, a través de la voz en off sume su comentario sobre esto y además pueda reflexionar, profundamente, sobre la memoria lábil de los hombres. Hay imágenes de una poesía y belleza únicas en Crespo (La continuidad de la memoria), como aquellas en las que un niño juega con los charcos bajo una lluvia de verano, pero también hay otras mucho más difusas, las que comienza a devolverle Crespo, el pueblo, y que calan hondo en su persona. Y en ese análisis que se propone en forma de película, la pregunta sobre sí mismo deja el lugar a la constitución de su identidad, y al posicionar a su padre como una figura esencial para él y su presente. Qué es la memoria, cuáles son los mecanismos que hacen que uno recuerde algunas cosas y no otras, son sólo algunas de las preguntas disparadoras con las que Crespo trabaja, y que terminan por configurar el espacio y el contexto para que el film hable de la fragilidad del recuerdo y la evocación y la nostalgia que conlleva. En la disociación y asincronía del rememorar y en la presentación de un pasado que se va haciendo cada vez más vívido y presente, es en donde Crespo (La continuidad de la memoria) narra su historia y deja trascender la particularidad del director.
Atrapar la ausencia El tiempo no sabe que es cómplice de asesinato porque ayuda a que la muerte concrete su plan. Es transformadora la mirada cuando la muerte acecha y la pregunta sobre la persistencia de los recuerdos truena. Un trueno o la lluvia, ya no se van a sentir como antes y a partir de ahí, el olvido y la memoria en lucha constante a la intemperie de los sentimientos. A Eduardo Crespo el asesino tiempo lo atravesó en medio de un proyecto de documental sobre el pueblo y la actividad en la que su padre tenía mucho para enseñarle, y eso decantó en este viaje e intento de no olvidarlo. Por eso cuando narra,los tiempos verbales se confunden porque estar y estaba hablan de la presencia y la ausencia pero en la continuidad -que solamente se gana en el cine- el tiempo se licua y los pedazos de imágenes, fotos con diapositivas lo detienen en un fotograma o muchos que le ganan a la muerte. Crespo… comparte la incertidumbre, el caos y la búsqueda con la misma fuerza del mar que aparece en más de una ocasión en la película y arrastra desde las olas tanto lo efímero como lo que perdura: el amor y el recuerdo de lo que ya no está. Crespo es una ciudad situada en la provincia de Entre Ríos, pero también es el apellido del responsable de esta película, que hace de las repeticiones inopinadas, la intervención del azar y la recurrencia de la memoria su materia prima y razón de ser. El director dedica la película al recuerdo de su padre recientemente fallecido. Las imágenes indagan en las sombras flotantes de ese hombre súbitamente añorado, como si el hijo auscultara las oscilaciones del dolor dentro de sí mismo, para comprender al padre pero también lo que lo rodeaba: sus libros, los más variados objetos que juntaba con extraña veneración, sus amistades, su viuda, el propio pueblo cuyo nombre replicaba. Crespo, la película, es una pieza conmovedora de amor filial y una aproximación al poder de evocación de las imágenes.
Existe la memoria ordenada y más o menos sistemática de los documentales expositivos, y también está la memoria caótica, hecha de a retazos, dispersa de películas como Crespo (la continuidad de la memoria). El director registra el duelo por el padre fallecido a través de objetos, imágenes, seres queridos y, sobre todo, de sus propios recuerdos. La cámara y la voz en off de Crespo buscan por todos los medios recomponer la figura del padre, fijar con nitidez sus contornos para salvarla del olvido. La película se entrega a la observación de las cosas y a la deriva: una araña que teje laboriosamente una tela o un hombre que documenta lápidas hacen su entrada para complicar la pesquisa y proponer un tiempo nuevo, menos histórico que poético, con reglas propias, una duración del cine. El fluir de la película la lleva a abrirse a distintas clases de materiales como filmaciones o fotografías, tomando todo aquello que pueda servir de testimonio del paso por el mundo del hombre. El director consigue apropiárselos y hacerlos trabajar para él, como cuando una serie de imágenes de personas saltando a un lago es interrumpida justo en el instante de la zambullida: ese momento ilustra perfectamente el carácter fragmentado, elusivo y circular de la memoria desplegada por la película, pero también su voluntad de juego, de producir algo como una poesía del recuerdo.
INDAGAR EL PASADO ENTRE POLLOS Y CANCIONEROS Introspectivo y personal es el documental que el director argentino Eduardo Crespo propone en Crespo (la continuidad de la memoria), una suerte de indagación en los orígenes más cercanos que entornan a su apellido y a la coincidencia de esa denominación que lo ha acompañado toda su vida hacia los sitios donde habita o ha habitado. La segunda incursión de Crespo (Tan cerca como pueda, 2012), esta vez en formato documental, surge como disparador desde el fallecimiento de su padre y busca reconstruir esa figura desde los hobbies, predilecciones y referencias que ese hombre tuvo en la niñez y en su etapa adulta. Pero también hace clara referencia a las locaciones por donde el director deambula, como el pueblo entrerriano de economía avícola Crespo -de donde es oriundo- en el que se profundiza sobre un establecimiento de cría de pollos, hasta una casa típica y colonial propiedad de los fundadores de esa ciudad que, insólitamente, sólo comparten apellido con el autor del largometraje. Crespo (la continuidad de la memoria) se completa con grabaciones en Súper 8; VHS hogareño; algunas publicidades de diarios viejos; una colección de estampillas y cancioneros scout, todos ellos pequeños tesoros de una gran carga emocional que buscan trascender la pantalla. Todas las imágenes constituyen piezas de importante poesía y belleza que generan nostalgia y referencias propias. Sin embargo, este tipo de documentales, a veces caprichosos y autorreferenciales, no son para todo el público. Eduardo Crespo demanda cierta sensibilidad al espectador y si no encuentra ello, tampoco le preocupa. Sólo ofrece compartir esta inquietud de una búsqueda tan personal que es la búsqueda más original y humana por la identidad para comprender cómo seguir viviendo con lo que se encuentre y sobrevivir con eso. Y sabe qué hacer con esos registros, envasarlo en este producto y ofrecerlo como un correcto álbum personal. Algo tan propio del ser humano que muchos directores argentinos aprovechan a encauzar en sus películas en un subgénero que se corta solito: el documental introspectivo. Y es una apuesta muy arriesgada si se tiene en cuenta que sólo algunos autores cinematográficos renombrados e internacionales gozan de este privilegio de mostrar sus vidas sin que les tiemble el pulso ante la crítica, que acepta gustosa la formación de proyectos de esta envergadura. Tenemos ejemplos tales como Ettore Scola (Qué extraño llamarse Federico) o Martín Scorsese (Una carta a Elía), recibidos con aceptación en estos productos explorativos de curiosidad personal. Dentro de esta vertiente, Crespo (la continuidad de la memoria) es una pieza íntima que se suma y abre un universo narrativo fílmico medianamente nuevo, que viene pisando fuerte en nuestro cine argentino indie.
¿CAUSALIDAD O COINCIDENCIA? El director de este documental nació en Crespo -provincia de Entre Ríos- (un municipio con 22.000 habitantes. Considerada la capital nacional de la avicultura) su apellido es Crespo y, actualmente vive en el barrio porteño de Villa Crespo. En una de sus visitas a su lugar natal una inesperada situación acontece: su padre muere. A partir de ahí comienza la reconstrucción de esta película que inicialmente tenían considerado realizar padre e hijo, en donde la idea original era documentar la historia de Crespo y su actividad económica, la relación que los unía y sobre todo las vivencias del padre, un referente para el distrito. El director reconstruye la memoria en un conmovedor bricolaje a través de fotos viejas, discos, el testimonio de la madre, diapositivas, estampillas, películas en súper 8; viajamos al pasado para conocer a su padre, y es con estos recursos dónde rompe la estructura del relato en una suerte de continuidad discontinua. La película no es cronológica, construye lo que quiere contar al mismo tiempo que se está realizando la filmación, siendo de gran atractivo esta búsqueda de objetos antiguos para acentuar los recuerdos. De esta manera el trabajo es completamente emotivo. Por momentos, cuando intenta conformar un hilo conductor con un tema a tratar, el pueblo lo distrae y aparecen personajes como por arte de magia, como un fotógrafo de tumbas o un artista plástico que vive aislado del pueblo y del tiempo. Ellos dan testimonio de lo que hacen en el lugar, desarrollando de esta forma al Crespo pueblo, retornando luego a la búsqueda de la historia del Crespo padre. Eduardo es quien va relatando -en off– lo que filma para situarnos en tiempo y espacio, pero no son muchas las palabras, hay más imagen y testimonio. La continuidad de la memoria es no olvidar, mantener vivo el recuerdo de su padre, del pueblo que lo vio nacer, de los habitantes del lugar, y transitar el dolor de la perdida homenajeándolo de la manera que mejor pudo, realizando este documental. La muerte, a veces, golpea como un rayo inesperado que tenemos que aprender a enfrentar y, esta fue la manera que el director Eduardo Crespo encontró para sobrellevar su dolor. Por Mariana Ruiz @mariana_fruiz
La evocación del recuerdo La memoria nunca funciona de manera lineal cuando se quiere recordar algo. Sino que se compone de fragmentos y porciones sobre distintos detalles para poder dar forma a un recuerdo que siempre termina siendo la representación caprichosa de lo que quisimos ver en ese momento. Es una dicha que nos ayuda a tapar los baches del olvido y al mismo tiempo nos obliga a pasar por alto el rigor de los hechos cuando dejamos atrás los criterios inocentes con los que mirábamos el mundo cuando éramos chicos. Esta metodología tan compleja para revivir el pasado es la que hace sea tan complicado explicar un recuerdo; Y es la misma por la que Crespo (La continuidad de la memoria) se define como una propuesta que difícilmente se pueda descubrir fuera del ámbito de un festival, si no se está familiarizado con indie del cine argentino. Contando con un más que cálido recibimiento en el último BAFICI, su director Eduardo Crespo (Tan cerca como pueda, 2012) se las ingenia para concebir un documental – si es que no se le puede clasificar como ensayo – digno del género más asertivo para definir al cine como forma de expresión absoluta y genuina, dispuesto a la catarsis de temáticas como la infancia, la escuela, los padres, el lugar de pertenencia, y en definitiva la identidad constituyente en la que cada uno tendría un libro (o muchos) para contar con entusiasmo y dedicación su propia historia. La ocurrente presentación del director al afirmar que se apellida Crespo, nació en Crespo (Entre Ríos) y que ahora vive en Villa Crespo (Buenos Aires), es lo que nos introduce al autodenominado experimento con el que intentará recorrer el pueblo en el que creció y sus orígenes. Una tarea que a simple vista parece un mero panfleto turístico de la ciudad con su tradición avícola y sus modestos atractivos, pero que no tardará en convertirse en la evocación del recuerdo de su padre como figura ilustre del lugar y modelo inalcanzable de admiración. Una relación primaria lo suficientemente fuerte y significativa para que se deje llevar emocionalmente hasta el punto de convertirse él en su propio objeto de estudio. “Los hijos guardan secretos en el espacio y los padres en el tiempo”, sostiene Crespo mientras analiza con la cámara cada libro, adorno o foto familiar como si quisiera encontrar la esencia incompleta de su niñez, expresada a través del amor y el recuerdo de los que ya no están. De esta manera, el autor se analiza a sí mismo a partir de las imágenes y no al revés. Algo que también se ve representando, en tanto cada paisaje de la tímida geografía entrerriana testimonial del principio comienza a cobrar un sentido poético cuando se lo mira con los ojos del director. Crespo (La continuidad de la memoria) es un viaje introspectivo que tranquilamente puede ser asociado con la mecánica caótica que utilizamos para armar el complejo rompecabezas de la memoria. Una serie de recuerdos confusos y sin estricta relación con los que aparentemente Crespo logra resignificar su genealogía, a la par que consolida su identidad como director. Una fórmula interesante para comprender el pasado, presente y futuro de un individuo desde lo psicológico hasta lo cinematográfico. Crespo (La continuidad de la memoria) se proyecta todos los sábados de junio y julio, a las 20hs, en el MALBA (Figueroa Alcorta 3415).
“Crespo de Crespo de Villa Crespo”, es el mote que más de una vez ha recibido el director, nacido en una ciudad que tiene de nombre su apellido (por casualidad) y que ahora vive en Buenos Aires en el barrio que lleva el mismo nombre también. Esta serie de casualidades que podrían dar para una broma terminan siendo centrales en un filme que es una investigación acerca de las raíces y de la memoria. Se trata de un documental que empezó siendo acerca de su padre y que se topó, a mitad de camino, con la muerte del hombre, lo que llevó a la película a convertirse en otra cosa, una suerte de réquiem, de elegía, de homenaje. Acaso la mejor de las películas nacionales con formato “diario” que se dieron en el BAFICI, CRESPO es una película sobre un padre, un hijo y un pueblo, con todo lo que eso conlleva. Utilizando distintos formatos y materiales, grabaciones nuevas y encontradas, mezclando experiencia de vida, recuerdos y entrevistas, Crespo va armando una suerte de lugar físico que es, también, un estado de la mente, ese “extra” que le ponemos a nuestros recuerdos infantiles, nuestro lugar de crecimiento, nuestras familias convertidas en álbumes de fotos, experiencias a mitad de camino entre la memoria y la imaginación infantil. Con recursos simples pero muy sentidos, Crespo construye una película-homenaje que es también una apuesta, a la vez, a la “continuidad de esa memoria” y a la construcción de una nueva identidad.
Crítica emitida por radio.
Se llama Crespo, nació en Crespo, Entre Ríos, y vive en Villa Crespo. Es el joven director de esta película que lleva su nombre y habla de un lugar, la capital avícola de Argentina, pero sobre todo de un padre, recientemente fallecido. Film sobre la ausencia, el duelo y el dolor de un hijo que recurre a distintos elementos y recursos expresivos –a veces cerca del documental intimista, a veces más experimental- para poner en palabras e imágenes el desgarro de la pérdida. Crespo es una película tristísima, poética, algo desflecada en su estructura, pero también capaz de un humor absurdo, tanto como esa ciudad franqueada por dos gallos y un castillo alemán que dan la bienvenida al viajero. Crespo, el director, puede mirar con la distancia de un cineasta aunque cuente su dolor más personal. Un ejercicio valioso del cine como despedida.
Argentine filmmaker Eduardo Crespo’s debut feature Tan cerca como pueda (“As Close as Possible”), which was released a couple of years ago, took a close-up look at the everyday of a common man in his 50s who returns to his hometown of Crespo, in the province of Entre Ríos, after many failures and disappointments. But instead of telling a story in its most classical sense, Tan cerca como pueda was an observational and meditative work on the circumstances surrounding the man’s return to Crespo. Now Crespo has released his sophomore film, called no less than Crespo (La continuidad de la memoria / “Crespo, the Persistence of Memory”), which previously ran in the Argentine competition of this year’s BAFICI. Like Tan cerca como pueda, Crespo’s new film is also a reflexive, solemn film essay which occasionally strikes subtle emotional chords and focuses more on observing at it all than developing a strong dramatic structure. Nominally, it’s about a trip that the filmmaker takes, once again, to his hometown of Crespo, following his father’s death, which occurred while making a film with and about him. In the broadest terms, Crespo is appealing as a very personal take on the unconscious and conscious ways memory works, it’s about the remembrance of things past while also being a son’s attempt to understand and symbolically communicate with his departed father. It’s as a narrative experience to emotionally rescue a loved one, resorting to a recollection of some of ersonal belongings of the director’s father — such as his books — and in doing so, subjective and elusive portrayal is built. But that’s not all: the film also smoothly explores the history of the family, the city, and its inhabitants. In this way, Crespo searches not only within individual memory, but also in collective one, intertwining both in seamless layers. Narrated through the filmmaker’s voice-over, which is somewhat melancholic and nostalgic, this son’s evocation of his father is quietly seductive and intimate. For a personal road movie of sorts, Crespo (La continuidad de la memoria) is a more original film than Tan cerca como pueda, and it partly transcends narrative and aesthetic boundaries. It’s also leisurely edited, which sometimes makes the film drag a bit, whether deliberately or not. But one thing is for sure: this auteur is not interested in following predetermined blueprints and so his search for meaning in a first person singular work that is to be acknowledged and valued. When and where MALBA (Av. Figueroa Alcorta 3415). Saturdays at 8 pm. Production notes Crespo (La continuidad de la memoria, Argentina, 2016) Directed by Eduardo Crespo. Written by Eduardo Crespo, Santiago Loza, Ariel Gurevich. Editing by Lorena Moriconi Cinematography: Eduardo Crespo. Running time: 65 minutes.
Duelo y despedida El tamaño y la forma que asume el duelo es tan particular y peculiar, tan único como una huella digital. Algo de eso muestra este documental que empezó siendo otra cosa, una película sobre un padre veterinario de pueblo, pero devino dolor y despedida cuando el protagonista falleció inesperadamente. Entonces el hijo cineasta -que además se llama como el padre y ambos llevan el apellido, Crespo, del pueblo en el que vivieron- deambula por el lugar, por los personajes y las cosas que allí habitan, por los recuerdos y los objetos, los símbolos y los espacios de la ausencia. El desconcertante momento de aprender a convivir con la posibilidad de olvido recorre las primeras escenas del film haciendo circular las imágenes y las ideas sobre Crespo, el pueblo, villa avícola con sus personajes peculiares y sus rincones pintorescos, casi como haciendo un inventario de lo que está para compensar lo que se fue y no volverá. Las secuencias dedicadas a Mali, lugareño, fotógrafo y artista, revelarán un acercamiento al núcleo duro del relato, su relación con su padre; las fotos que refuerzan y explican el vínculo permitirán descubrir eso que no se habla, pero se siente. La extrañeza de los hijos frente a la vida secreta de sus padres y la empatía de empezar a entenderlos como personas más allá de su lugar en la familia. "El Scout sonríe y canta ante las dificultades", se escucha en algún momento de la película, y ese lema parece haber moldeado la forma de los vínculos de los Crespo de Crespo. Con cierta inicial distancia, un relato en off y en primera persona que suena a objetivo, pero se revelará como consecuencia directa del shock de la muerte tan cercana, el film construye capas de sentido y de emoción que sólo se terminarán de experimentar en la acumulación de los suvenires, los discos escuchados, las fotos, los pollos de las granjas del pueblo entrerriano y ese dolor en carne viva.
Escuchá el audio haciendo clic en "ver crítica original". Los domingos de 21 a 24 hs. por Radio AM750. Con las voces de Fernando Juan Lima y Sergio Napoli.
CRESPO, LA CONTINUIDAD DE LA MEMORIA RESISITIENDO AL OLVIDO Crespo-Foto-1-750x418 Por Marcela Gamberini El gesto que da inicio a la película es siempre el mismo: la muerte del padre. Se puede empezar a filmar, se puede registrar una vida cuando se muere el padre, cuando se muere el origen. O cuando el vacío se hace palpable, tangible y es necesario recuperar (se) la propia historia. Crespo comienza con una escena en el museo de Crespo, aquel que guarda las memorias de un pueblo, de sus habitantes y sus tradiciones. Un museo es aquello que eterniza la historia, la propia y la ajena. Los niños de la escuela suman vitalidad, ingenuidad, son aquellos que vienen a ocupar los espacios, que preguntan, que miran. Que el protagonista, que es Eduardo Crespo, se ponga su uniforme de boy scout es recuperar no sólo la infancia sino la pertenencia a esa familia, la propia y la de la ciudad. Esos niños están forjando una identidad, como Crespo, el director. ¿O hay algún otro motivo para filmar o escribir una autobiografía sino a través del feroz intento de darle forma a la propia identidad? Se trata de un trabajo tan arduo como doloroso. Cuando Crespo, quien filma, quien protagoniza, nombra a su padre, su mirada y su cámara filma pollitos. No sólo porque la ciudad de Crespo en Entre Ríos es básicamente de producción avícola sino porque esa imagen está la imagen del padre. La cámara, los ojos de Crespo, se alejan y su voz menciona a su padre mientras hace eje en un único pollito, solo. El director lo toma y la cámara se acerca y a la vez se aleja, tal como se acerca y se aleja del padre, hasta que finalmente lo deja ir; al pollito y al padre. Crespo, la continuidad de la memoria, Eduardo Crespo, Argentina, 2016 La película, como casi todas las autobiografías o las memorias, son utilitarias. Sirven para guardar, recuperar, descubrir la memoria y además constituir la identidad y la consecuente integración a la sociedad. Eduardo Crespo explicita su relación con el mundo circundante, con “su” mundo circundante; recupera sus recuerdos que son los de su padre, hace listas infinitas como un modo de ordenar la escurridiza memoria que va alternativamente hacia atrás y hacia adelante, como siempre. Filma a su familia, a su madre, su casa, los reflejos del sol sobre las cosas, las luces que caen transversalmente sobre los muebles. El espacio es central en la película, como así también el tiempo. El espacio es la ciudad de Crespo, pero a la vez es su casa, ese museo y también es el espacio que su padre ocupaba, ahora vacío y que su hijo intenta habitar; el cuerpo del hijo queriendo habitar el espacio del padre para recuperarlo, para poder nombrarlo y para memorizarlo. El tiempo del padre, aquel al que los hijos no accedemos y aquel que compartimos, esos dos tiempos (si es que son diferentes) se atesoran en el tiempo de filmación de la película. Como encontrar fotos dentro de las fotos, el director, el hijo, quiere encontrar historias dentro de las historias, aquellas que no supo, aquellas que olvidó. El documental es una forma de resistencia ante el olvido, y Crespo es una película sobre la pena y la ausencia; en sus propios términos, es un película urgente y necesaria para el hijo que muestra en primer plano algunos objetos del padre como si al mostrarlos metonímicamente trajera la presencia del padre. Crespo es un gran documental autobiográfico. Juego de espejos y de identidades que se replican más allá del tiempo y el espacio, la repetición de Crespo, esa lingüística replicada y replicante de los nombres propios es, no sólo el nombre de la ciudad y del barrio, sino que es el Nombre del padre. Crespo es un viaje a la infancia, a ese terreno arenoso, a ese paraíso perdido; viaje que lleva el cuerpo de Eduardo Crespo a otra parte (y también, misteriosamente, a sus espectadores). Viaje que recupera un pequeño universo que es el privado, hecho de migajas (como bien dice Roland Barthes en su maravillosa autobiografía) y que en el centro descansa la figura del padre; ¿puede haber otra figura? Esa figura aparece como un caleidoscopio desde donde puede verse todo lo demás, incluso uno mismo, hecho de reflejos, fragmentos, sombras. También de fotos, diapositivas, palabras. Finalmente, ese hombre vestido de boy scout es el que se va, por ese interminable camino de tierra que es la memoria, con su infancia puesta. Alejarse y acercarse es la dinámica de esta poética que Eduardo Crespo filma amorosamente, registrando un homenaje a su historia propia y social, privada y pública. Filmar es filmarse en este caso (¿o siempre?) antes que todo desaparezca o tal vez al contrario: para que nada de esa historia publica y privada desaparezca. Gran gesto para una gran película. Marcela Gamberini / Copyleft 2016
Publicada en la edición #284.
Un padre, un hijo, una ciudad, la materia prima de la segunda película de Eduardo Crespo que no es otra cosa que una circunspecta meditación sobre la relación del cine con los fantasmas Eduardo Crespo nació en Crespo, la misteriosa ciudad de Entre Ríos conocida principalmente por su producción avícola y últimamente por los cineastas que han surgido de ahí: Iván Fund, Maximiliano Schonfeld, el propio Crespo. Por su parte, el joven Crespo, a diferencia de su padre, recientemente fallecido, que alguna vez dejó Buenos Aires para irse a ese pueblo grande de inmigrantes, dejó la capital avícola del país para irse a la Capital Federal y vive en el barrio de Villa Crespo, una anécdota azarosa que marca el tono del filme: una amable elegía sin visos de gravedad. El regreso a su ciudad natal tiene una misión: detener el olvido, o momificar estéticamente al padre muerto para no perderlo de vista. En una cita al paso de los aforismos del famoso libro de Bresson Notas sobre el cinematógrafo, se lee en el propio filme: “Hacer visible lo que sentí”. Guía sabia la elegida por Crespo, y honrada en la hora y minutos que dura la película. La sensibilidad del cineasta excede la conjura de su propio dolor. La muerte del padre es un tema universal. Todo hombre deja rastros de su paso por el mundo. En un primer momento, su condición de fantasma es vindicada por quienes le sobreviven. Para ellos, sobre todo si hay un lazo genético, los rastros inmediatos se identifican en los objetos, talismanes afectivos que precipitan memorias inesperadas. Esta clarividencia visceral constituye un punto inicial en el filme. Crespo hasta llega a probarse el uniforme de boy scout de su padre, entre tantos objetos vistos y filmados que reaniman o resguardan la vida del difunto. También están las tecnologías de la memoria: las fotos, las películas familiares, los archivos audiovisuales, el cuaderno de notas, los documentos, los monumentos; Crespo apela a todos esas operaciones de almacenamiento de signos y complejiza el registro personal en forma de diario que organiza su relato. Es de ese modo, con muy pocos elementos, como Crespo se las ingenia para hacer buen cine. Tiene ideas y las escenifica, y es por eso que el filme vence su lógico costado personal. Hay breves atisbos de belleza, ingenio y comicidad, como cuando sintetiza la vida de los pollos o descubre un búho que vive en el cementerio. Una imagen recurrente determina simbólicamente a Crespo (La continuidad de la memoria). En una foto de la infancia se ve a un nadador arrojándose al vacío. La muerte del padre es para muchos un salto mortal. Crespo lo entiende, transmite y objetiva. La emoción destilada de una pérdida se puede filmar.