La película abre con un primer plano de la cara de un personaje, con un fondo neutro, como a quién le están por tomar una fotografía 4 x 4 para el DNI y en consecuencia, como nos suele suceder a la mayoría, lo vemos tenso, nervioso, inexpresivo esperando que se termine la agonía. A esto mismo se le suma la cara en cuestión de este personaje, una puntiaguda, larga y menuda cara de un hombre de no más de treinta, muy rara y a la vez sumamente interesante que a través de su expresión y por el mismo hecho de estar esperando algo que no tenemos idea de que se trata, despierta una risa inevitable, por lo menos en mi caso. Resulta que luego nos enteramos que este señor se encuentra en algo así como una entrevista post o pre casting, con lo cual deducimos que es actor. Al hablar murmura, lo hace con dificultad, el director que lo entrevista se muestra con una indiferencia rotunda y la entrevista termina sin que ni siquiera el personaje mismo se entere. Hasta ahí, lo mejor de la película. En efecto, la tensión que produce su rostro, la seriedad e indiferencia con que el director lo mira e interroga, la incomodidad del personaje, toda la pesadilla de esa suerte de casting revelan una genialidad cómica que a la vez juega con la metáfora del actor que en el casting es llevado al matadero, como el acusado frente al juez que le toma indagatoria o como el novato en su primer entrevista laboral. Mark, el actor en cuestión, en uno de sus peores días, tiene que lidiar además con su novia que lo está por dejar y un casero que lo quiere echar, tras varios meses de alquiler adeudados. Sólo cuenta con su amigo y vecino Pierce, también al borde del desalojo, que le promete un papel en una hipotética película que dice estar escribiendo. Luego, una serie de accidentes insólitos acaban con la vida de su perro, su hermano cuadripléjico, su novia y su casero; en su propio departamento. Tanto Mark como Pierce, al suponer que nadie les creerá la premisa de los accidentes, deciden encerrarse y planear descabelladas ideas para solucionar el problemón. La mayoría del metraje, aunque amparado en una premisa relativamente interesante, se empecina de esta forma en jugar a la comedia negra, hasta el punto que se echa a perder por saturarse de exageraciones. El problema más grave y visible es que, en primer lugar, la película, en una palabra, rara vez y difícilmente hace reír; y de a ratos, aburre soberanamente. El giro que se produce en la trama cuando los cadáveres repentinamente comienzan a apilarse, es demasiado brusco para digerirlo, y los diálogos y las actuaciones cómicas de los dos únicos personajes que permanecen con vida (metafórica y literalmente), no alcanzan para salvar a la propia película del callejón sin salida en el que se mete. Por otro lado, el juego que se propone realizar la película acerca del actor y guionista frustrados que al no conseguir ningún papel deciden crear su propia película (el título original, horrorosamente doblado al castellano que hace acordar a Cuatro Bodas y un Funeral, es en realidad A Film with Me in it) en la vida real para salir del enredo, es tan rebuscada como inverosímil, y produce, hacia el final, la inevitable sensación de decepción. Que interesante hubiese sido, pensaba al salir de la sala, que al final hubiese un retorno al magnífico primer plano del comienzo, esta vez en el banquillo de los acusados.
Nadie sale vivo de aquí La vinculación de los protagonistas con la muerte es el núcleo que desencadena una historia donde el ridículo, lo absurdo y el humor negro nunca descansan. Con un estilo allegado al de Alex de la Iglesia, el director Ian FitzGibbon consigue con Cuatro muertos y ningún entierro (A film with me in it, 2008) una comedia tragicómica con una coherencia estética muy sólida. Entretenimiento asegurado. Mark (Mark Doherty) es un actor fracasado que no logra conseguir trabajo para pagar el alquiler de su ya casi destruido departamento. Cada día debe enfrentarse a las súplicas de su mujer para que arregle los desperfectos de la vivienda, a la vez que intenta huir de la vista del propietario para evitar pagar los meses adeudados. El cuadro se completa con su enfermo hermano, anulado mental y físicamente; el perro de su novia y su amigo Pierce (Dylan Moran). Este último se define como “director, escritor y camarero” aunque, si bien no para de proponer ideas para futuras películas, no hace nada de ello y auspicia de consejero de Mark. Un día, sin quererlo, Mark y Pierce se encuentran altamente comprometidos con una serie de muertes, contexto del cual intentarán librarse pasando por las más hilarantes situaciones. Esta película tiene un don especial que son los dos actores principales. Sus características físicas y su gestualidad, no podrían ser más perfectas para esta comedia. El director exacerba todas estas formas con la angulación de la cámara, los continuos primerísimos planos de los rostros, la iluminación. Además, cada objeto o persona que comprometen a los protagonistas es subrayado por el plano detalle que, sumado a la música crea un clima enrarecido, donde el director claramente apela al suspenso aunque muchas veces desde lo ridículo. Podría afirmarse igualmente que la confianza en la dupla protagónica es sobreestimada. La película se mueve por lugares familiares de la comedia y a veces previsibles, lo cual no la desacredita en absoluto pero, al lucir a los actores, dilata escenas que no provocan giros interesantes a la trama y desacelera cierta agilidad que propone el film. Como contraparte de esto, sin embargo, la película consigue diálogos muy ingeniosos y manejados con un buen ritmo. Este film está pensado y filmado como comedia. Los planos ya preanuncian la comicidad de las escenas y en esa redundancia la película adquiere una estética lúdica muy acorde a su planteo. De hecho, el título original del film en castellano significa “una película conmigo en ella”, y este elemento vale ser destacado porque el film también juega con la autoreferencia desde un lugar humorístico y que resultará muy efectivo dramáticamente.
Humor negro con estilo irlandés Pese a tratarse de un film originado en Irlanda, con director y actores de aquel país, el tono socarrón y de humor bien negro remite a la escuela británica, específicamente a las producciones de los Ealing de la década de 1950, que en otros títulos recordables dejara el clásico El quinteto de la muerte (1955) con Sir Alec Guinness y un joven Peter Sellers. Porque ocurre que Cuatro muertos y ningún entierro (¿más explícito que el original, no?) tiene la suficiente dosis de humor liviano pero oscuro que busca a un espectador no presuroso por el impacto contundente, sino dispuesto a disfrutar una historia bien narrada a través de pinceladas sociales que poco a poco acumula cadáveres por diferentes causas y azares. La pareja de protagonistas son dos losers fanáticos del cine, uno con pretensiones de actor y el otro de guionista que viven en un edificio de segunda mano con deudas por todas partes, especialmente, por el pago del alquiler. Los vecinos no son amigos pero comparten una apretada vida económica, y por esos motivos que tienen relación con la comedia (el azar, la casualidad, la causalidad), amontarán cadáveres en el departamento del frustrado actor. Si ellos desean asesinar o si todo se trata de una serie de equívocos y errores es una cuestión que resolverá el guión de Mark Doherty (uno de los intérpretes) y la funcional cámara del director. Cuatro muertos y ningún entierro (sí, título casi “robado” a Cuatro bodas y un funeral) es una película menor e inofensiva, bien narrada y astuta en su tono macabro, burlón y sin demasiadas pretensiones. Se desconoce si a los ingleses les cayó bien una comedia que recordara a su humor de antaño. Sin embargo, las similitudes terminan en ese tono asordinado, ya que a aquellas películas británicas jamás se les hubiera ocurrido contar una historia con dos perdedores, borrachos y lúmpenes como protagonistas principales.
Un actor introvertido, tembloroso y taciturno y un pseudo escritor con pretensiones de ser parte del negocio del cine son la genial pareja de una película que en realidad se titula A Film with Me in it (Un film en el que esté yo en él). Su ¿traducción? como Cuatro muertos y ningún entierro, pese a su obvia y hasta casi torpe referencia a la recordada Cuatro bodas y un funeral, resulta sin embargo más explícita y apropiada que el original. Sea como fuere, esta pieza del ex actor Ian FitzGibbon es una proeza de la tragicomedia y el cine de humor negro inglés como no se veía quizás desde la memorable El quinteto de la muerte. Protagonizada por estos dos patéticos perdedores, la película acumula, con una cierta lógica absurda, una serie de situaciones infaustas en las que varias personas van pereciendo en un mismo y fatídico ámbito. Lejos de ser asesinos o encubridores, estos sujetos, inocultablemente comprometidos, apelarán a insólitos recursos para librarse del escarnio. El hilarante Mark Doherty que abre con su caricaturesca imagen el film, es también el diestro guionista de esta pequeña y fenomenal obra, en la que hacen su aporte la notable música y los enrarecidos climas de suspenso. Para divertirse sin pruritos morales y remitirse a la época en la que el gran Peter Sellers aún rodaba films inolvidables.
Respirar es un lujo Sin lugar a dudas históricamente uno de los leitmotivs más recurrentes de la comedia negra ha sido el imponderable “¿y ahora qué hacemos con el cuerpo?”, eje a partir del cual giran las miserias de los protagonistas y sus intentos desesperados por salir inmunes de una situación tan peculiar como la señalada. En la línea de aquella pequeña sorpresa intitulada Muerte en un Funeral (Death at a Funeral, 2007), hoy llega con bastante retraso a la cartelera porteña Cuatro Muertos y Ningún Entierro (A Film with Me in It, 2008), una maximización concreta de la fórmula en lo que respecta al absurdo y el patetismo general. La trama se centra en Mark (Mark Doherty), un actor desempleado que no tiene mucha suerte que digamos: su novia Sally (Amy Huberman) lo quiere abandonar, su hermano cuadripléjico David (David O`Doherty) es una carga y su casero Jack (Keith Allen) no deja de perseguirlo para que le pague el alquiler de un sótano- departamento que literalmente se cae a pedazos. Sin embargo la cosa empeora aún más cuando en el transcurso de unos pocos minutos termina de golpe con varios cadáveres entre sus manos, así junto a su amigo Pierce (Dylan Moran), un cineasta alcohólico y frustrado, deberá escapar de tal coyuntura. Con diálogos lacónicos, vueltas de tuerca inesperadas y muchos tiempos muertos, el maravilloso guión del propio Doherty juega con la idiotez y la apatía de nuestros héroes de una burguesía artística maltrecha, trabajando tanto la pasividad y desorientación existencial como la construcción de una especie de “thriller involuntario” que evade los clásicos cercos del verosímil a la Hollywood (la intromisión de una oficial de policía interpretada por Aisling O`Sullivan profundizará la crisis). La película, proveniente de Irlanda, se acopla a la tradición oscura inglesa y a los opus más nihilistas de los hermanos Joel y Ethan Coen. El realizador Ian Fitzgibbon sabe balancear un tono entre irónico y trágico, obtiene un gran desempeño por parte del elenco y en buena medida compensa los deslices ocasionales en la progresión narrativa con un desarrollo de personajes muy ajustado y una más que interesante puesta en escena. Si a todo ello sumamos los graciosos cameos de Neil Jordan y Jonathan Rhys Meyers, el resultado es doblemente gratificante: Cuatro Muertos y Ningún Entierro funciona como una materialización de las leyes de Murphy e invita a tratar con respeto la posibilidad de un accidente ya que respirar a veces puede convertirse en un lujo.
Anexo de crítica: Esta sorprendente comedia negra del realizador irlandés Ian Fitzgibbon recuerda por su catarata de complicaciones a la entrañable Después de hora con reminiscencias y atmósferas propias de los mejores filmes de los hermanos Coen como Fargo, entre otros. El atractivo llega por partida doble al contar con un elenco sólido, donde la dupla Dylan Moran - Mark Doherty se cargan a las espaldas un relato plagado de vueltas de tuerca; críticas solapadas al cine y a la burguesía, que se alza por méritos propios a los primeros peldaños del alicaído universo de las comedias de por lo menos los últimos cinco años...- Pablo Arahuete (8 puntos)
Exponentes terminales de la chambonería humana Allá por fines de los ’40/primera mitad de los ’50, las llamadas “comedias Ealing” (por el nombre de la compañía que las producía) impusieron un modo de abordar el humor negro con la mayor impasibilidad. El choque entre lo que sucedía –un tipo ambicioso queriendo asesinar a todos los miembros de una familia, en Los ocho sentenciados; una pandilla pretendiendo hacer lo propio con una encantadora pero no tan indefensa ancianita, en El quinteto de la muerte– y la forma en que los protagonistas reaccionaban a eso era la clave del efecto Ealing. Sobre ese modelo opera A Film with Me in It, film irlandés que –tanto como para traer ecos de la exitosísima Muerte en un funeral– se estrena aquí con el título de Cuatro muertos y ningún entierro. El título local será imaginativo pero no miente: cuatro muertos produce en cuestión de minutos, sin solución de continuidad y sin querer, uno de los protagonistas. Pero antes de eso, las presentaciones. Actor de aspecto entre desgarbado y mortuorio (es como una cruza de Goofy con Carca), cuando Mark (Mark Doherty, guionista de la película) se presenta a una prueba parece estar rogando que lo desaprueben. El derruido departamento de Dublín donde vive con su novia y las justificadas quejas de ésta por su inoperancia hacen de la falta de empleo un lujo que Mark no debería darse. Su amigo Pierce (Dylan Moran), que es –o quisiera ser– director de cine y guionista, tal vez podría escribir un papel para él. Eso, siempre y cuando sus problemas con el juego y la bebida le permitieran hacer otra cosa que ir al pub, perder plata en las tragamonedas o evitar hablar en grupos de rehabilitación. Mientras tanto, su hermano cuadrapléjico mira fijo a Mark, desde la silla de ruedas que alguien le instaló en medio del living. Hasta que un día todos los desarreglos del departamento de Mark se juntan –la lámpara que apenas cuelga del techo, un soporte de clarinete demasiado prominente, una estantería no muy firme–, con efectos insospechablemente deletéreos, dejando un tendal de cadáveres sobre el piso. Cadáveres humanos y animales. ¿Cómo convencer a la policía de que fueron cuatro muertes sucesivas pero accidentales? No, lo que hay que hacer es inventar una ficción más creíble que la realidad, y para eso está Pierce... que nunca en su vida escribió una buena ficción. A diferencia de Muerte en un funeral, que no trepidaba en recurrir a negros, enanos, ancianos y diarreas, Cuatro muertos y ningún entierro apuesta a reconvertir en comedia Ealing la clase de films británicos que allá por fines de los ’50/comienzos de los ’60 se denominaron, por su apego a un realismo doméstico tirando a depre, kitchen-sink dramas (“dramas del desagüe de la cocina”). En este caso es necesario entender por “comedia”, claro, una en la que los protagonistas tanto pueden torturar a una inoportuna mujer policía como intentar disponer, serrucho en mano, de algún cuerpo incriminatorio. El estilo cómico que se impone (por parte de Doherty, sobre todo) es el que los sajones llaman deadpan: un hieratismo alla Keaton o Stan Laurel, adecuadísimo para bajarle decibeles a lo macabro. El tono es, de hecho, sumamente amable. Tal vez, porque estos dos exponentes terminales de la chambonería humana despiertan más piedad o empatía que repulsión o desagrado. Aunque, pensándolo bien, fue la dejadez de Mark la que mató, a la larga, a buena parte de sus parientes, mascotas y conocidos...
Cuando la vida imita al arte Una comedia irlandesa bastante inverosímil. Antes que negra, la comedia en Cuatro muertos y ningún entierro (chiste intertextual que le moja la oreja al clásico británico Cuatro bodas y un funeral ) es grisácea. Gris por elección visual del director Ian Fitzgibbon, que tiñe todos los tramos del filme –gracias a la fotografía de Seamus Deasy- de una constante oscuridad, un mundo donde siempre está nublado (es notable la ausencia del sol). Y también gris porque la vida de los dos protagonistas posee ese tono e indefinición: Mark (el cara de equino Mark Doherty), actor desempleado en la ficción y guionista del filme, y Pierce (Dylan Moran), guionista con bloqueo mental y económico (hace tres meses no paga el alquiler). También andan por ahí, no por mucho, el hermano paralítico de Mark, su novia, su perro y el dueño de la casota colonial en ruinas donde se desarrollará la mayoría del filme. Cuando parece que todas las luces van a dar ese giro británico del desempleado con desodorante de canto a la vida, de forma accidental pero tan inverosímil que deben ocultarlo, empiezan a morir los habitantes de la casa. Una especie de Destino final más cercana al humor negro circa la década del 60 en Inglaterra que al de Muerte en el funeral (aunque algo de eso hay, en menor y menos populista escala). Cuatro muertos y ningún entierro oscila entre la crueldad demasiado evidente y discapacitada a la hora del gag, como mostrar al guionista diciéndole al apagado Mark que debe “Mostrar un poco de Errol Flynn, Tom Selleck, Tarzán” y una sutileza en las actuaciones, que al mantener un tono realista y nunca histérico que camufla el germen “¡escondamos el cadáver!” (que, en definitiva, no hay más que eso), permiten que no se desborde el asunto. Ese control –que incluye un poco de gore , pero siempre apto para todo público- es quizás el lastre que hunde al filme en cierta monotonía, en cierta parsimonia para la comedia negra que termina por desactivar la potencia de tanta muerte a la Tom y Jerry .
Una comedia bastante lunática No por poco conocido el cine irlandés es una cuenta pendiente para nuestro público. Sino, quién de los cinéfilos puede ignorar filmes de la calidad de Michal Collins, "Las cenizas de Angela" o "En el nombre del padre", donde temas como la injusticia, la inmigración y el alcoholismo o el IRA tomaban luz y color. Y por supuesto "The Committments" de Alan Parker con los sueños de crear una banda soul y aquellas impactantes palabras: Los irlandeses son los negros de Europa. Todo esto a propósito del estreno de esta excéntrica comedia con muy buenos actores. El tema de "Cuatro muertos..." acumula una sucesión de desgracias que le pasan al pobre Mark, un actor desempleado. Ni los directores parecen ocuparse de él (nada menos que Neil Jordan, el de "El juego de las lágrimas" le hace una prueba y nada), ni su noviazgo con Sally parece progresar, mientras la falta de recursos lo obsesione y su casero lo amenace con desalojarlo. Sólo su mejor amigo Pierce permanece a su lado con la historia de esa película que los va a hacer famosos y les permitirá pagar alquileres y viajar por el mundo. ELEMENTOS FARSESCOS Así Mark, acosado por novia, perro, hermano discapacitado y directores indiferentes, piensa que nunca va a estar peor que en ese momento. Como tampoco tiene el don de la adivinación, ignora que lo peor está por venir. Y lo peor será la muerte de los distintos personajes que lo rodean, de la manera más insólita. La película, con un título que nada tiene que ver con el real y aprovecha el éxito de uno anterior, no pretende más que hacer pasar un rato agradable con una sucesión de hechos, donde la muerte mete la cola y complica una situación de por sí desgraciada. Con elementos farsescos, cierto mutismo chaplinesco y mucho de la línea de comedia inglesa que consagró al recordado Alec Guiness ("El hombre del traje blanco") muestra como elemento destacado la excelente escuela interpretativa de la dupla Dylan Moran-Mark Doherty y la cuidada dirección de Ian Fitzgibbon, el DC Jones de la exitosa serie televisiva "Prime Suspect", sin olvidar Los crímenes de Midsomer. "Cuatro muertos y ningún entierro" es una comedia lunática, de fácil risa, poco presupuesto y con algo de experimental en la cámara.
Comedia cuanto más pesadillesca, mejor El título local casi lo dice todo, mientras que el original era más sutil (algo así como «Un film en el que yo aparezca»). Es que los dos protagonistas, Mark Doherty y Dulan Moran, son dos fracasados que simulan tener algún tipo de relación con el cine. Uno asiste a castings para conseguir algún papel actoral, tipo «vecino preocupado» (la primera escena con un director y su asistente seleccionándolo para ese posible rol es de lo mejor de la película), y el otro es un supuesto director y guionista, alcohólico y jugador. Ninguno de los dos hace nada bien, pero sobre todo el presunto actor es un desastre total, incapaz de pagar el alquiler de su casa medio derruida, ni siquiera cuando su novia, bastante harta de todo, le presta la plata para la renta. Todo puede empeorar, y una serie de accidentes absurdos provocados por el estado calamitoso del edificio van liquidando personaje tras personaje. Quizá necesitando letra, el actor le pide ayuda a su amigo, cuyas ideas sólo llevan a peores desastres, a pesar de sus notables esfuerzos por organizar la trama macabra intentando hacer que su amigo actúe adecuadamente cuando deba enfrentar a la ley. Muy bien actuada y filmada con rigor y mucha imaginacion, algo importante dados los mínimos recursos, esta comedia negra en principio se deja ver sin ser demasiado divertida (la falta de gags no ayuda mucho), pero a medida que se vuelve más y más pesadillesca -sobre todo hacia la segunda mitad- se convierte en un film interesante, bastante original en su carácter de historia de «cine dentro del cine». El director no apela a los típicos climas irlandeses for export. En cambio, logra que un compatriota célebre como el director Neil Jordan le dé una mano en un irónico cameo.
Cuatro muertos ningún entierro No son muchas las producciones irlandesas que se estrenan en Argentina. “Cuatro muertes y ningún entierro” es el título local con que se estrena “A Film With Me In It”. El neto cambio de denominación responde seguramente a, al menos, dos razones. Por un lado, el poco atractivo comercial de la traducción literal del nombre original. Por el otro, a que remite a dos films de gran éxito en el pasado. La distribuidora que lo estrena fue la misma de “Muerte en un funeral”, que superó el medio millón de espectadores y al igual que este estreno contenía un reparto y director virtualmente desconocidos. La otra referencia se refiere a “Cuatro bodas y un entierro”, aunque en ese caso con actores (Hugh Grant, Andie McDowell, Kristin Scott Thomas) y director (Mike Newell) conocidos. El director Ian Fitzgibbon eligió Dublín como locación y a su compatriota Mark Dowerty para interpretar a un infeliz actor (al que llamó igualmente Mark) y eje del relato. David Doherty, también hermano de Mark en la vida real, hace aquí de cuadripléjico y para facilitar las cosas su personaje también se llama David. Para los hermanos Doherty, como ellos explican en una entrevista, esta decisión facilitó su trabajo. Relevante resulta el mordaz Pierce, interpretado por Dylan Moran, quien en la ficción vive en el mismo edificio que Mark. Keith Allen compone a Jack, el impaciente casero, cansado de que no lo paguen el alquiler en término. Hay además dos mujeres, una es la esposa del frustrado actor y la otra una policía, cuya llegada a la casa tendrá lugar cuando ya se han producido algunas de las muertes a que hace alusión el título local. Con muy pocos elementos, Fitzgibbon consigue armar un estupendo thriller alrededor de un personaje con marcada cinefilia. No por casualidad, Mark le cuenta a su vecino cuáles son sus preferencias fílmicas, que incluyen a “Fargo”, “Tarde de perros”, Gene Hackman en “La conversación” y a Martin Scorsese. Y para completar el homenaje cinematográfico, el realizador nos regala al inicio una escena en que Mark es entrevistado por un director de cine en un casting para un rol secundario. Quien aparece en este escena es otro realizador irlandés, el conocido Neil Jordan, responsable entre otras de “El juego de las lágrimas”, “Mona Lisa”, y la recientemente estrenada “Amor sin límites” (“Ondine”). Hacia el final, en breve aparición, se lo ve a Jonathan Rhys Meyers (“Match Point”), confirmando una vez más que “Cuatro muertos y ningún entierro” derrocha cinefilia por donde se la mire, para deleite de espectadores ávidos de buen cine. Publicado en Leedor el 14-11-2011
Hace tiempo que esperabamos la llegada de "A film with me in it". Fue una película de mediana reputación allá por el 2009 en su país de origen, Irlanda, y viajó por algunos festivales cosechando algunos premios. Nada rutilante, pero catapultó a su realizador, Ian Fitzgibbon a manejar presupuestos más importantes ("Perrier's bounty", por ejemplo) y a ir armando una carrera respetable. O sea, esta realización pudo mostrar que el hombre tenía buen manejo para contar historias grises y darles el típico sabor anglosajón absurdo y solemne, a la vez, que le queda tan bien a esta filmografía. Tengo que confesar que me encanta el humor negro. Realmente, todo lo que sea al borde del mal gusto, que te sentís mal por reírte te algo, a mí me encanta. Conmigo funciona el humor de Ricky Gervais y conmigo funciona el humor de esta película. El film se centra en dos personajes: Mark (Doherty, quien curiosamente la escribió) y Pierre (Dylan Moran). Ambos son un poco soñadores y mientras el primero aspira a ser actor, el segundo escribe y quiere dirigir. No sabemos cuan talentosos son, pero de lo que estamos seguros es de que a Mark le robaron la suerte cuando nació y que Pierre lo único que hace bien es tomar. Como si esto fuera poco, Mark vive con su hermano David (O' Doherty) que está en una silla de ruedas y con su ex novia, que todavía no tiene dinero para mudarse pero es todo lo que quiere porque ya no puede tolerar tanta miseria. El departamento se cae a pedazos y es un peligro absoluto. A partir de este momento, todo en la casa augura una muerte segura. De las formas más insólitas, el suelo del departamento se irá llenando de cuerpos (!!) y las elucubraciones de los dos personajes principales provocarán una carcajada tras otra. El film realmente tiene muy poco dinero encima, pero no necesita demasiadas cosas. El que se va buscando una gran producción, esta no lo es. Casi todo trascurre en un estudio y el único actor con renombre que tienen, aparece casi al final y no lo quiero decir para no revelar la sorpresa. Todo el escenario, entonces, tiene un aire de abandono y decadencia que acentúa la mala suerte del personaje. Con diálogos simples y gags justos (creo que lo mejor que tiene la película es que no intenta ser graciosa y sin embargo lo es), la fantasía de dos personajes que anhelan participar en films los ayudará a ir creando uno, basándose en la dinámica de discutir qué haría tal o cual personaje. Como decía Oscar Wilde, “la ficción anticipa la realidad”. Para no perdérsela, pero las almas sensibles o de humor convencional…bueno, ya avisé el tono del film!
Aunque los toma como ejemplo, Cuatro muertos y ningún entierro está lejos de Los ocho sentenciados o Quinteto de la muerte , y tampoco alcanza la eficacia cómica de un producto británico bastante más reciente como Muerte en un funeral , pero proporciona un rato de entretenimiento y algunas risas a quienes disfrutan del humor negro, sobre todo si éste incluye situaciones absurdas y alguna pizca de suspenso. Una diferencia respecto de aquellos clásicos de la Ealing está en que en este caso, aunque los cadáveres abundan, no hay ni asesinatos ni quien se proponga cometerlos: todo es obra del azar. O casi, porque puede ser que el azar a veces necesite ayuda y aquí la tiene en dosis generosa: para eso están los dos inquilinos del deteriorado edificio donde transcurre la acción (dos fracasados aspirantes a artistas que llevan meses de atraso en el pago del alquiler y encima no son capaces ni de ajustar un tornillo) y el dueño de la propiedad, que no piensa gastar un centavo en reparaciones hasta que se pongan al día. Así las cosas, no extraña que las estanterías se balanceen, los pomos de las puertas se aflojen y las arañas que penden del cielo raso resulten una verdadera amenaza. En esa casa, hasta un clarinete puede significar un peligro. Y basta con que el destino disponga que ha llegado el día en que todo les saldrá mal a los dos protagonistas para que empiecen a sucederse las desgracias. Son varias, y tan absurdas que resultarían inexplicables, sobre todo para la policía. Así que en cuanto éstas se desatan, Mark (que cuida como puede de su hermano parapléjico, anda de mal en peor con su novia y acaba de pasar con más pena que gloria por un casting con Neil Jordan) recurre a su amigo Pierce, que se presenta como escritor, director y camarero pero es además borrachín y jugador. Quizá con su "experiencia de guionista" pueda armar una historia verosímil para justificar que en tan poco tiempo la casa se le haya llenado de finados. Al fin y al cabo, era Pierce quien había prometido filmar una película de la que sería protagonista. Mark (Mark Doherty) y Pierce (Dylan Moran) son de esos personajes que por su torpeza (y por la simpatía de los actores, especialmente el segundo, más carismático y con un oficio de comediante mucho más rico que el de su hierático colega) se ganan la adhesión en la platea y generan suspenso con sus acciones, ya que nunca se sabe cuál será el nuevo paso equivocado que darán para complicarse cada vez más. La dirección de Ian FitzGibbon impone a ratos cierto tono irónico en los ángulos que elige para su cámara o en los juegos de luz y sombra, pero no siempre consigue evitar algún bache en la acción, que se aplana en el último tramo hasta desembocar en un final que es eficaz, pero pudo haber tenido algo más de sorpresa.
Mark no está teniendo un mal día, él tiene una mala vida. En pantalla veremos esa franja de 24 horas en las que parece que no va a sacar la cabeza del pozo, no obstante es fácil darse cuenta de que, para él, es un día como cualquier otro. Una nueva frustración tras un casting, más reclamos de una pareja que exige lo mínimo, un casero que demanda tres meses de alquiler, lo usual para un hombre demasiado abatido por sus años como para cambiar su presente. Allí, en los suburbios de Dublin, vive junto a su furiosa mujer, su hermano cuadripléjico y su mejor amigo, Pierce, un egoísta alcohólico en recuperación que comparte sus miserias y algún euro ganado con los caballos. En esa sombría casona que todos comparten, en la que todo es una posible trampa mortal (¿se acuerdan de La Herencia de Tía Agata?) se desarrolla esta comedia negra, accidentada y autorreferencial, cuya inverosimilitud funciona bien, aunque acabe jugando para el otro lado. El absurdo es el elemento fundamental de esta película de Ian Fitzgibbon, cuyo tan demorado estreno en Argentina encuentra al realizador con otros dos trabajos en su filmografía desde entonces. Es difícil querer hacer referencia al resto del film sin contar detalles relevantes de la trama, al menos más de los que la injustificada traducción del título adelanta. Una serie de desgracias se desatarán en los innumerables cuartos que esas cuatro paredes esconden, hechos fortuitos cuya explicación verdadera parece la más disparatada de las mentiras. ¿Cómo dilucidar algo que no se entiende? O mejor aún, ¿cómo se demuestra ser inocente cuando todo apunta a que uno es culpable?. Para los personajes de Mark Doherty (también guionista) y Dylan Moran es fácil: un conjunto de delitos para probar que no hicieron nada. Para más claridad, echar cloro. Así, tomándose un poco más de tiempo del necesario en arrancar, se desarrollará un film entretenido cuya acción debería ser más sorpresiva, aunque los trailers mismos o algo ajeno a la realización, como es una traducción de un título, le resten mucho de la misma. A medida que esta se desarrolle, tomará por pasajes un sentido oscuro que no le sienta, desvíos que concluirán en un final apresurado e inconcluso. Cierra de todas formas de una manera divertida, con una buena intervención de Jonathan Rhys Meyers, bien cerca del eterno loser Mark, con la posibilidad de interpretar el papel de su vida.
La divertida desidia de Mark Uno puede imaginar la siguiente reunión en la cual se debatió qué título ponerle a A film with me in it: Tipo que trabaja para una distribuidora, en este caso Impacto (A): -Che ¿Cómo le ponemos a la irlandesa? Idiota que pone los títulos (B): -¿Cómo se llama? A: No sé, está en inglés. B: ¿Y de qué va? A: Acá dice comedia negra,… Mark y Pierce… etc etc… mueren cuatro personas. B piensa: comedia negra de Irlanda que queda cerca de Inglaterra. Inglaterra + comedia negra = ¡Muerte en un funeral! Y le sumamos un poco de Cuatro bodas y ningún funeral. Ya sé, Cuatro muertos y ningún entierro. A: -¡Listo, genio! Pasaremos por alto que Cuatro muertos y ningún entierro es del 2008, y que su director Ian Fitzgibbon ya tiene dos películas más en su haber (Perrier’s bounty, del 2009, y Death of a superhero, de 2011), y que esta buena película es su ópera prima, habiendo trabajado antes mayormente para la televisión irlandesa. Tal es la política de estrenos en nuestro país, y no merece ya mayor comentario. Por la concepción del humor, la duración y la historia que cuenta, Cuatro muertos y ningún entierro parece un cuento de Ambrose Bierce o de Saki. Aquí es cuando el humor se parece más a la crueldad, porque no sólo nos reímos del patetismo y lo gris de sus personajes principales Mark (Mark Doherty, también guionista aquí) y Pierce (Dylan Moran), sino también de las terribles e irreversibles circunstancias que los rodean. Los dos protagonistas cometen, por acción u omisión, unos cuantos crímenes, y lo que se nos cuenta son las decisiones que tomarán para no hacerse cargo de nada. Mark es un actor fracasado, incapaz de afrontar cualquier problema, sólo lo deja pasar o lo esquiva. Pierce, un guionista con la misma suerte que Mark en su profesión, es un tanto más activo, pero también esquiva los problemas o los afronta de la peor manera posible, es decir, creando una maraña de mentiras e ilegalidades para salir siempre bien parado. Estos dos apáticos personajes deben lidiar con unas cuantas muertes de las cuales son responsables en mayor o menor medida, y resuelven hacer lo único que saben hacer. Mark finge y Pierce escribe. Entonces, a medida que transcurre el film, lleno de gags desquiciados y chistes incómodos de risa nerviosa, Mark y Pierce van escribiendo otra película, su increíble versión de los hechos, que para el mundo será la única versión posible. “Usted sabe que las cosas no son lo que parecen” le dice Mark a un policía, pero también a nosotros. Sin duda siempre sabremos lo que nos eligen contar y nuestra tendencia humana a simplificar todo convertirá la versión posible en verdad absoluta de acuerdo a nuestros intereses y prejuicios. La desidia y la cobardía de Mark lo vuelven un ser adaptable, su adaptabilidad lo salvará otra vez y lo pondrá en el lugar donde quizás siempre quiso estar. En el caso del más retorcido Pierce, su salvación será de pura suerte, pero su capacidad de reacción le dará una buena recompensa. La agudeza y la crueldad de Fitzgibbon para contarnos esta historia son demoledoras. Su película es cruda sin atenuantes, lo cual la vuelve deliciosamente divertida. Si existe una buena definición de humor negro, esta película sería un gran ejemplo. Aunque personalmente creo que aquí se nos da una versión del humor en general, es asimismo de las más interesantes y corrosivas, esa que es capaz de sacar provecho de las peores cosas. La que nos devuelve la certeza de que es conveniente reírse de todo.
Actores en la mala, cineastas de ocasión, un accidente con muerto incluido y más muertos. Estos elementos alcanzan para construir una película que divierte no por lo explosivo de su construcción sino porque el espectador termina creyendo en lo extraño y literalmente desgraciado que sucede en él. Se trata por un lado de una comedia negra, un género que los británicos (este film es de todos modos irlandés) han practicado con particular asiduidad, aunque con una flema totalmente diferente. Por otro lado, la película es una reflexión sobre el propio artificio cinematográfico, sobre cómo se combinan en la creación de un relato el azar y la necesidad. Por supuesto que esta segunda idea fluye sin que se declame, lo cual hace de la película algo interesante (de otro modo, entraríamos en lo que en buen criollo se llama “canchereada”). Lejos de las estridencias pero con la dosis justa de elementos “raros” para sostener la atención, una comedia más inteligente de lo que parece a primera vista.
Cuando el cine entretiene captando el lado negro del pensamiento humano Cuando una película logra provocar mediante la irreverencia, el humor negro y va como el salmón contra la corriente, de una u otra forma está cumpliendo con aquella definición que dice que el arte es provocar. Quienes vemos mucho cine podemos avizorar desde la primera escena hacia dónde va a apuntar un filme. Los primeros planos gestuales y muecas de Mark (Mark Doherty) que tiene un muy mal día nos introducen a esta historia en donde el humor ácido y la muerte son los principales condimentos. Mark es un esforzado actor que ha tenido que pasar por el vía crucis de otra inútil entrevista por un ínfimo papel en una película. Su sufrida novia está a punto de abandonarlo, su casero a punto de desalojarlo, sólo cuenta con su mejor amigo Pierce (Dylan Moran) y el proyecto conjunto de escribir una película que haga despegar su carrera y le permita mantenerse. La vida no es fácil pero las cosas se pondrán peor, mucho peor, luego alguien muere y todo se pondrá realmente muy mal. A partir de aquí el espectador tomará partido por unos u otros. Filmada con mucho ritmo, con gags que recuerdan a las producciones de los ingleses Monty Phyton, con muertes absurdas que provocan risa y un delirante estado de locura. “Cuatro muertos y ningún entierro” se ubica como una realización que abarca varios géneros: humor light, humor negro, humor ácido, grotesco, absurdo, comedia, etc. Es esto lo que hace que el espectador esté preparado para lo peor. Sus protagonistas están encarnados por excelentes intérpretes que se ajustan a los requerimientos del director. Aquí no sólo importa la actuación y lo que se dice, las capacidades histriónicas de cada uno de ellos hacen de esta obra muy buen divertimento. La realización de Ian Fitzgibbon se ubica como un entretenimiento no apto para cualquiera. Es más que nada un filme para cinéfilos que saben entender que el cine además de entretenimiento y dispersión puede ser una vía de escape para captar lo negro que hay en los pensamientos de los seres humanos.
La ficción y los accidentes Comedia menor, previsible en sus cálculos humorísticos, a veces sugerente, y probablemente un pasatiempo aceptable, según el estándar de exigencia con el que se la mire, Cuatro muertes y ningún entierro pertenece al club de la comedia de habla inglesa, en este caso irlandesa, en donde el humor negro y la suspensión de la moral articulan situaciones complejas en clave irrisoria. Mark tiene un hermano en estado vegetativo y duerme en su cuarto. Es actor, más bien un desocupado, que insiste legítimamente en su profesión. El plano de apertura, tal vez la mejor secuencia del filme, consiste en esa humillación sistemática conocida por los actores que jamás ven el lado luminoso de su carrera: el casting. La entrevista es civilizadamente salvaje. Mark vive con Pierce, un director de cine, guionista y "a veces camarero", al menos así se presenta en una reunión de alcohólicos anónimos, en donde no explicita su compulsión por el juego. Mark, además, tiene una novia y un perro. En algún momento habrá un accidente. El perro será el primero, y de allí en adelante los cuatro muertos del título en español se irán acumulando en la casa de Mark, hogar poco dulce que parece literalmente una casa inteligente y asesina. En menos de una hora, Mark y Pierce serán potencialmente sospechosos y, por las circunstancias de los accidentes, la culpabilidad parecerá más factible que la inocencia. ¿Cómo eludir la evidencia? El título en inglés es A Film with Me in It, algo así como "Una película en la que estoy". Por momentos, Ian Fitzgibbon y Mark Doherty (guionista y quien además interpreta a Mark) parecen sugerir que un modo de conjurar y ordenar los accidentes recae en una especie de instinto de ficción. Ése será el método de escape, aunque las conductas de los personajes, si se las interroga a fondo y más allá de cierta inverosimilitud, lo que no es necesariamente incompatible con la ficción, insinúan un narcisismo light que araña en algún caso la psicopatología. Pero estos señalamientos son improcedentes cuando se trata de una comedia que no aprovecha del todo sus premisas y se contenta con ser agradable y, en sus propios términos, correcta.