Todo sobre mi madre La película arranca con las imágenes de un desfile gay en Amsterdam y esas escenas no son gratuitas. Niklison vivió 20 de sus 42 años en Holanda hasta que decidió regresar a la Argentina y filmar a Bela Jordan, su madre octogenaria y "diletante" que vive en una casa de campo en Sauce Viejo, un pueblo ubicado a orillas del río Paraná. La directora/hija/observadora filma las charlas (casi monólogos) entre la extravagente Bela y su cocinera Cata, mientras inserta imágenes del casero, una suerte de "intruso" o "espía" que trabaja en el lugar. Bela es encantadora y despiadada, seductora e inquietante, divertida y miserable, bon-vivant y tacaña a la vez. La vemos armar un rompecabezas de 2.000 piezas, navegar por Internet en su laptop, consultar por teléfono sobre la capacidad de almacenamiento de un DVD, montar un cuatriciclo, empuñar una motosierra, cuidar el jardín o tomar sol y leer junto al río, mientras reivindica el ocio (la posibilidad de perder el tiempo) y sus arrugas u opina sin demasiados fundamentos de la política argentina. Más allá de algunos innecesarios regodeos en la puesta en escena o del ampuloso uso de la música, este documental que por momentos remite a la mexicana Intimidades de Shakespeare y Víctor Hugo (premiada en el BAFICI) resulta un bienvenido debut en la dirección de una artista multifacética (danza, teatro, coreografía y hasta actuaciones en el Cirque du Soleil), pero que parece tener también un prometedor futuro en el cine.
Cuando no huye el día Diletante es la ópera prima de la realizadora Kris Niklison, más conocida por su trabajo como actriz y coreógrafa. Este documental, producido por Lita Stantic, es una mirada a la vida de su madre, Bela Jordan, una mujer de 80 años quien vive sola en su estancia de un pueblo santafesino. Este film tiene una particularidad en la forma de representar, a pesar de ser un documental: la cámara se detiene por largos ratos en diferentes objetos que integran la vida cotidiana de Bela a través de un plano detalle (primerísimos planos a objetos o partes del cuerpo). En Diletante estos planos crean un mundo de iconicidades que como piezas de un rompecabezas arman el mundo de la protagonista, como ella a su vez arma el propio durante el film. Los anteojos de Bela, la lupa, las arrugas de su cara, el rompecabezas, funcionan como íconos de la vejez. Sin embargo también están allí objetos que una señora mayor no suele poseer: la notebook, el dvd, la sierra eléctrica y el celular con el que Bela manda mensajes de texto. Lo novedoso, lo cambiante, lo efímero está ampliamente integrado a su realidad. Este contraste de épocas representado en estos planos, comienza a romper con el concepto de lo viejo y -junto a este- de la muerte. Sí entonces comienza a gestarse la idea del tiempo subjetivo. La misma protagonista afirma que cuando uno llega a los 80 años tiene tiempo de hacer lo que quiere y por eso la describe como “la época más linda de su vida”. Se crea una mirada poco usual en lo referente a la vida en la ancianidad. De hecho, Bela no se perfila como una anciana cansada y aburrida sino como un ser en la plenitud de su existencia. Hay dos personas más en su mundo: Cata, su mucama, con quien habla todo el tiempo pero que nunca aparece en cámara; y el peón de su estancia, un hombre aislado y de quien nunca escuchamos la voz pero con quien Bela se comunica. Si bien a este hombre, a diferencia de Cata sí aparece en cámara, se rebela como una incógnita para la propia Bela quien lo observa sin entenderlo. A lo largo del film los diálogos (más bien monólogos que mantiene Bela con su mucama) están rodeados por un halo de sabiduría y humor. En cada palabra deja entrever una persona lúcida que no está a la espera de la muerte sino que decide entretenerse como elección de vida. A sus 80 años entiende que el goce, la adaptabilidad, la diversión son pilares que nunca deben perderse. Por último, es la propia Bela la que concluye y le da un sentido final al film. De esta forma, el espectador puede llegar a entender por qué razón documentar la vida de su madre resulta una decisión más que acertada por parte de la directora.
Un homenaje doméstico Este es un homenaje que la realizadora Kris Niklison le rinde a su madre de ochenta años, Bela Jordán, una encantadora anciana que vive en una estancia familiar a orillas del Río Paraná. La viuda aristocrática acumula arrugas y sabiduría, monta un triciclo, consulta internet y dedica su tiempo al armado de rompecabezas de dos mil piezas (con tan mala suerte que la semana pasada se estrenó Rompecabezas). La pelicula recorre las conversaciones y las reflexiones que Bela mantiene con Cata, su mucama (que siempre está en offf), sobre temas cotidianos y trascendentales sobre la vida y la muerte, el marido que partió, el sexo y sobre si es conveniente o no "dormir destapada" durante las frías noches que azotan la casona. El relato resulta demasiado doméstico como para conquistar al espectador, mientras la protagonista ordena las piezas de un complicado rompecabezas. El clímax de la historia nunca llega y es salpicado con postales pintorescas de los escenarios naturales y de las caminatas de un peón de estancia. ¿Y...?
A favor del placer Retrato, riguroso pero no solemne, de una singular mujer de 80 años. La cartelera nos ofrece, desde hace una semana, una gema de una mujer de 80 años: Las playas de Agnès, de Agnès Varda. Esa libertad de pensamiento, esos puntos de vista sorprendentes, ese triunfo de la vitalidad por sobre la biología emergen, en la opera prima de Kris Niklison, de un personaje de la misma edad: su madre. Pero no se trata de una artista ilustre sino de una diletante: alguien que expone sus pensamientos con más encanto que profundidad. Ideas residuales de una vida intensa, independiente, sibarítica, que se borrarán como huellas a orillas del mar. Belleza efímera: la vida, captada por otra magia con fantasía de inmortalidad, el cine. Tras hacer una introducción en primera persona, y de abrir el filme con imágenes de un festivo gay parade en Amsterdam, donde vivió durante veinte años, Niklison -hasta ahora dramaturga, directora, coreógrafa y actriz de teatro en Holanda- nos traslada a una bucólica estancia de Sauce Viejo, Santa Fe, donde vive su madre, Bela Jordán. Desde entonces, el microcosmos de esta mujer, activa, inteligente y filosa, exégeta del placer, un personaje que habría fascinado a Oscar Wilde, toma el centro de un documental que retrata sin juzgar: mérito de la realizadora. Bela habla (monologa) con una mucama, que siempre está fuera de campo y que funciona -a través de palabras serviciales, sumisas, temerosas- como su antítesis. Afuera, se mueve un casero que jamás tendrá voz. Un personaje misterioso: el hombre como imagen lejana, difusa, por momentos acechante. Bela -que fue una mujer de mundo- arma rompecabezas, usa internet, hace compras en su cuatriciclo: domina la situación, se siente cómoda, feliz, en el centro de su reino. Niklison nos la ofrece con rigor formal, pero sin solemnidad: sabe valerse del humor y el ingenio de su madre. Recorre con minuciosidad su cuerpo: lo acaricia, lo vindica, lo combina con imágenes de la naturaleza. Bela asegura que la vejez, dique a las demandas ajenas, es la mejor etapa; se jacta de no haber tenido que vender su vida en un trabajo (privilegio, obvio, del que tiene dinero); asegura que ama las tormentas junto al Paraná; dice que se arrepiente de las cosas buenas que hizo, no de las malas. Bela: "La naturaleza es sabia; te da arrugas al mismo tiempo que te quita la vista". Bela: "No tengo miedo de estar muerta. Otro cosa es tener que morirme". Pero la película y ella rebosan de gracia y vida.
Del film casero al documental poético En Diletante , Kris Niklison retrata a Bella, su madre Diletante, dice la Real Academia, es alguien "que cultiva algún campo del saber, o se interesa por él, como aficionado y no como profesional". Bela Jordán, la protagonista de este atractivo documental, no lo es en ese sentido sino en el que le dio su padre cuando ella, de chica, preguntó por esa palabra que la intrigaba: "Es una persona que habla muy bien, que sabe mucho de muchas cosas y nada en profundidad. pero sabe entretener". Ahí mismo -dice- decidió que de grande sería una diletante. Este retrato que le consagra su hija, Kris Niklison, lo corrobora. Es Bela, con sus lozanos 80 años, su humor, su libertad de espíritu y sus reflexiones ?algunas superficiales, otras trascendentes, pero dichas al pasar, sin solemnidad?, quien entretiene, concentra la atención y logra contagiar algo del placer que sabe encontrar en cada momento de la vida. "La vejez es la mejor etapa porque hay tiempo para hacer lo que uno quiere", dice, si bien ella lo tuvo casi siempre porque nunca trabajó. Con intuición y sensibilidad notables, la cámara de la debutante Niklison (artista multifacética de trayectoria internacional), se introduce en la intimidad del campo de Sauce Viejo en cuyo viejo casco reside la señora hace años y registra los hechos cotidianos. Se la ve concentrada en el armado de un rompecabezas o de una motosierra recién comprada; curioseando en Internet, usando una cortadora de césped como cuatriciclo para salir de compras, disfrutando de las tormentas o limpiando de yuyos el jardín y casi siempre charlando con Cata, la mucama que la acompaña y a la que nunca se ve. El tercer personaje es el casero, que ayuda en los quehaceres y anda de aquí para allá, pero cuya voz no se oye. Forma parte del ambiente, a veces tenuemente poético, que como los árboles o el río rodean a la figura central. El rompecabezas no está porque sí. El amoroso retrato también se arma pieza por pieza: las palabras van definiendo a Bella tanto como los planos muy próximos que indagan en su mirada, en su frecuente sonrisa pícara, en las arrugas -que gracias a la sabia naturaleza, ya no descubre en el espejo-, en los juicios que revelan su carácter firme y su convicción de que saber procurarse diversión es un arte. La diletante en cuestión convence por su autenticidad; el film, porque convierte en un documento poético lo que podría haber sido apenas una película casera.
Como en una novela de Manuel Puig En una mitad del film, la directora observa a su madre hacer lo que más le gusta: nada que sea considerado productivo. La otra mitad encuentra a esa octogenaria chusmeando con su cocinera y confidente (siempre fuera de campo), en un auténtico pas-de-deux verbal. Como en los pueblos del Oeste, en el ambiente del cine no es común la llegada de forasteros. Gente venida de otra parte, que irrumpe súbitamente. Mucho menos que esos forasteros vengan con un “factor cine” mucho mayor que realizadores de formación más formal. Opera prima de Kris Niklison, de Diletante no se sabía nada cuando desembarcó, un año y medio atrás, en la competencia argentina del Festival de Cine de Mar del Plata, ganando con toda justicia el premio mayor. Dueña de un múltiple background teatral (intervenciones en el Cirque du Soleil, obras propias, participación en alguna puesta de Dario Fo), la formación cinematográfica de Niklison se reducía, en cambio, a un papelito en la versión de La tempestad de Peter Greenaway y un curso en la escuela cubana de San Antonio de los Baños. Tal vez haya sido esa condición de extranjera la que, a la hora de encarar Diletante, la llevó a plantearse desde cero todo lo que da al medio su especificidad: qué mostrar y qué no, dónde y a qué distancia poner la cámara, cómo fragmentar el espacio y unir unos planos con otros, qué clase de relación establecer entre imágenes y sonidos. Como si hubiera tenido que (re)inventar el cine para cumplir lo que se proponía. Niklison se proponía lo que a algún distraído podría parecerle banal: filmar a la mamá durante unas vacaciones, con una cámara de video recién comprada. Una serie de retratos robados, antes que uno definitivo. Documental riguroso, de Bela Jordan no se sabe otra cosa que lo que se ve o se le oye decir. Octogenaria de carácter, dueña de rasgos firmes y sólidas arrugas, la señora tiene un campo en Sauce Viejo, Santa Fe, a orillas del Paraná. Se le adivina cierta alcurnia. Dice que su vida cambió a partir de la viudez. No le gusta trabajar, tiene gente que lo hace por ella. César se encarga de las tareas más pesadas. Se supone, porque tampoco es que se lo vea deslomarse. Cata se ocupa de las cosas de la casa. A César se lo ve, pero no se lo oye. Cata, lo contrario. Nunca aparece en cámara y sin embargo nunca deja de estar presente, gracias a los imperdibles diálogos sobre nada (Seinfeld, en versión documental y paranaense) que sostiene con Bela desde fuera de campo. La mitad de Diletante es un documental de observación, en el que Niklison observa a Bela hacer lo que más le gusta: nada que sea considerado productivo. “Cuando era chica mi papá me explicó qué era un diletante: alguien que sabe hablar, que sabe divertirse, pero que no trabaja. Desde ese día no quise ser arquitecta ni abogada: quise ser diletante”, le comenta Bela a Cata, mientras ejerce su oficio favorito con ayuda de libros, navegaciones de Internet y rompecabezas. “De chica, mi mamá me apoyaba el libro que estaba leyendo sobre la cola, para que sintiera su presencia”, había anunciado Niklison en la brevísima introducción, un par de minutos que dan a Diletante la condición de documental en primera persona. Durante los restantes 68 minutos, la primera persona desaparece detrás de cámara. La otra mitad de Diletante podría llamarse “documental de conversación” y consiste en un pas-de-deux verbal. Como escapadas de una novela de Manuel Puig, Bela y Cata chusmean. Chusmean sobre César, que parece que anda con novia nueva. Sobre dormir con ropa o sin ella. Sobre trabajar o no hacerlo. Sobre cómo montar la motosierra que Bela acaba de comprar. Sobre la muerte y cómo ahuyentarla. Elocuencia del plano cinematográfico: Niklison filma a la madre en gigantescos planos-detalle, tamaño que parecería obedecer más al deseo de conocer que a un parentesco puesto entre paréntesis. Se recorre palmo a palmo la piel de la mujer, se la muestra leyendo con lupa las letritas de la laptop, se captura un reflejo oportuno sobre sus anteojos. Arte del contrapunto. Contrapunto narrativo (el hombre que se ve y no se oye, la mujer que se oye y no se ve) y visual: a un plano de Bela lo sucede un atardecer sobre el río, a otro unos cardos, luego una cortadora de césped. Planos como comparaciones: piezas de rompecabezas, manchas de humedad sobre una pared. Desfases entre la imagen y el sonido: sobre el atardecer, los cardos o la cortadora irrumpen a toda orquesta, a voz en cuello, pasajes de un musical de Gilbert & Sullivan. Indicaciones de la presencia de una realizadora que toma decisiones infrecuentes. ¿Decisiones caprichosas? No parece: la estructura de Diletante responde a la más clásica y rigurosa simetría constructiva. Empieza con una marcha callejera –la gay parade de Amsterdam–, termina con un maratón acuático, la carrera de natación Santa Fe-Coronda. Allí, un contraplano permite que el saludo de Bela Jordan a los concursantes funcione como despedida del espectador. Planos-detalle, fuera de campo, contrapuntos, simetrías, arte del montaje. El cine redescubierto por una recién venida que no parece haber llegado al pueblo para irse pronto.
Partiendo de los coloridos festejos en Amsterdan de ruidosa gay parade, la directora debutante Kris Niklison vuelve a su país natal, a la incomparablemente tranquila residencia sita en Sauce Viejo, de y con su madre, Bela Jordán. Allí el diálogo madre-hija, o cuasi monólogo Bela, abarca casi una vida íntegra, vivencias, recuerdos, en un film documental donde Kris, detrás de cámara, esboza comentarios para permitir el fluido de las conversaciones entre ella, su madre, una mujer que ayuda con las tareas diarias y un hombre que realiza changas. Los bienvenidos relatos de una persona mayor, octogenaria, agil y graciosa, genera admiración la mujer que ha vivido lo suficiente y dichosa de ello, se presenta frente a cámara para relatar sus pérdidas y ganancias, las peripecias luego del fallecimiento de su esposo, dar lección sobre cómo seguir adelante tras sucesos varios en la vida, aconsejar. El tono en los que Bela se explaya, en parte no han sido de mi agrado, hay indicios de soberbia, un trato hacia su criada de dudosa interpretación. La cámara observadora de Kris da lugar a plantear la semejanza con la estructura de un film casero, hogareño, con utilización de la naturaleza como separador entre las conversaciones.
DILETANTE o LA HISTORIA DE UNA ROSA AZUL Estrenada en el último festival de Mar del Plata, Diletante es la opera prima de Kris Niklison, una mujer cuya voz out escuchamos cuando se inicia el film. Nos informa que nació el 12 de noviembre de 1966 y, entre otras cosas, que ha regresado al país luego de veinte años de ausencia. En este prólogo juguetón se suceden las imágenes de un carnaval mientras la realizadora se burla de si misma, de su familia y especialmente de su madre. Este guiño entre socarrón y frívolo va a puntear cuando de veras comience la narración. Diletante es una palabra que fascinó a la señora Bela, la dama octogenaria protagonista del film y madre de la realizadora. “Diletante es una persona que sabe mucho de muchas cosas pero nada en profundidad, que divierte y se divierte conversando con los otros”. Esta definición de parte de Bela casi hacia el final del film abre un interrogante. ¿El cine es para Niklison un diletante? O, en todo caso, tanto ella como la dama radiografiada saben mucho sobre muchas cosas pero nada en profundidad y nos divierten y se divierten conversando con nosotros. Es una opinión arriesgada. Pero es necesario decir que gran parte del cine que hemos consumido es verdaderamente diletante. La dama que aparece siempre en cuadro tiene una interlocutora cuya voz out escuchamos pero a la que no vemos. Es Cata, la mujer que trabaja en el viejo casco de la estancia. Sirve como caja de resonancia de las reflexiones de la señora, reflexiones que van desde el armado de ese rompecabezas de dos mil piezas hasta ironías sobre la vida y la muerte, desgranadas ellas en un muy justo medio tono, casi sin darle demasiada importancia. Hay un desliz hacia el marido que ya no está porque, sin vueltas, reconoce que su muerte “Me jodió”. La pérdida de uno de los hijos, en cambio, está tomada como una de las tormentas que tanto le gustan. A la opereta de Gilbert y Sullivan que puntea por momentos la banda de sonidos de manera estruendosa, le sucede la voz apagada de Carlos Gardel cantando Golondrinas. Ese sonido out acusmático -suponemos que es la radio- se suma a la cámara que puntea rigurosamente por la geografía humana de Bela con sus arrugas y sus años. Se trata de un verdadero punto de sincronización donde sonido e imagen conforman una unidad armónica también zumbona. Gardel entona aquello de Criollita de mi pueblo, pebeta de mi barrio mientras estamos asistiendo a un verdadero festival de arrugas. Y como dice la dama, la naturaleza es sabia: cuando empiezan las arrugas la vista se va acortando y ya no se pueden contemplar los espejos con la misma claridad de la juventud. No se trata de un personaje que resulte simpático y lo asociamos a un referente casi inmediato en tiempo: la vieja Hanna de El último mandado que firmara Fabio Junco junto con el Cine de Saladillo. Se trata de mujeres con mucho pasado y ningún futuro. Ambas terminan por ganarnos a pesar de que no queremos que esto suceda. Es sencillo: son emergentes de un grupo social nada agradable. Pero están dispuestas a vivir mientras vivan y esto merece respeto. Si la casa está habitada por la dama y la voz de la sirvienta, por el exterior de la misma deambula César, el peón mal vestido que tiene dos obsesiones: las mujeres y encontrar a la dama muerta en cualquier momento. De algún modo, César posee un misterio del que las dos mujeres carecen. No es sólo que se lo prive de voz, sino que, según nos enteramos, quiere inventar una rosa azul para entregársela a su enamorada. Este propósito de César provoca la hilaridad de ambas mujeres. Y, no obstante, al final, vemos cómo César se acicala frente a un espejo y se prepara para entregar esa rosa azul que, por fin, ha conseguido. Emprende el camino hacia su enamorada por la costa del Paraná, mientras Bela saluda a quienes pasean en lancha en una soleada tarde de una primavera que parece ya verano. La directora ha conseguido su film, Bela nos ha entretenido con sus reflexiones y César pudo inventar la rosa azul. En algún momento ninguna de estas posibilidades aparecía como posible. Y, sin embargo, se han concretado. Llama la atención el cuidadoso uso del sonido que en este film tiene tanta importancia como la imagen: para observar el ritmo de la comedia musical aunado a las copas de los árboles sacudidas por el viento. Es indudable que debajo de la actitud en apariencia -y sólo en apariencia- superficial de la realizadora se esconde también alguien que busca una rosa azul para entregarla al espectador. Y lo consigue gracias al potente efecto residual de las imágenes y del sonido. Diletante fue galardonada en el último Festival de Mar del Plata, aunque el premio no la daña en exceso.
“Yo a la vejez la dejo para más adelante” En un húmedo y frondoso litoral, a orillas del Río Paraná, se deslizan jocosamente los ochenta años de Bela Jordan, una mujer llena de vida, que ha quedado inmortalizada en un retrato de carácter íntimo por su mismísima hija Kris Niklison. Cualquier historia es digna de contarse, y ésta sea quizás la premisa que ha motivado a esta debutante directora a zambullirse en la aventura cinematográfica luego de una extensa y reconocida trayectoria como directora de teatro, coreógrafa y actriz. Diletante no es más ni menos que un fragmento de tiempo de la vida de esta simpática y audaz mujer que se ha condensado en 75 minutos que alegran el alma. Parece que Niklison se ha propuesto hacer una cartografía de los pequeños sucesos y pensamientos que se presentan en voz alta de su propia madre. Bela Jordan es envidiablemente jovial. Alterna sus quehaceres cotidianos que ella misma define, con juegos, y reflexiones lúcidas acerca del tiempo, el trabajo, la vida y la muerte, que dialoga (en realidad monologa) con su empleada doméstica que permanece literal y metafóricamente invisible durante toda la película. Bela Jordan progresivamente se aleja del arquetipo apacible, dulce y tierno de la señora que ya ha llegado al final de su vida y no tiene nada más que hacer con ella. Bela vive como si su vida recién hubiese comenzado, con la misma curiosidad por el juego, la diversión y las tormentas que podría haber tenido siete décadas antes. Es atrevida, temeraria, determinante en sus decisiones, libre hasta el punto de llegar casi a la anarquía, esto sumado a su natural sentido del humor, espontaneidad y gracia la convierten en alguien verdaderamente singular. Mantenerse divertida sin ninguna obligación, parece ser (y haber sido) el leitmotiv de esta mujer, y ser diletante, su máxima aspiración. Niklison sin lugar a dudas ha centrado su brújula en lo que su propia madre propuso, creando un relato esculpido en base a una historia personalísima, genuina y digna de verse. Sorprenden los planos detalle que convierten la piel en mapa, el pelo en paisaje, construyendo un universo topográfico a partir de una mirada hiperbólica de la realidad. Es curioso, pero se siente que todo el tiempo se espía en primer plano, generando una extraña pero agradable tensión. Ha logrado cierta plastici dad en la imagen que documenta, condimentada con una mirada poética, aunque con ciertos recursos formales de encuadre y montaje que se vuelven repetitivos. Diletante fue premiada como Mejor Largometraje Argentino durante el 23º Festival de Cine de Mar del Plata y como Mejor Documental en el 50º Festival de Cine de Cartagena de Indias, Colombia. No es un dato menor que este film lleve el sello de la producción de Lita Stantic.
Un rostro no es un objeto. Un rostro es un sujeto, es un sujeto, es un sujeto. Witold Gombrowicz La primera película de Kris Niklison es un prodigio. Falta hacer el intento de precisar de qué clase de prodigio se trata. Animada íntegramente por una belleza secreta, casi fantasma, a Diletante le alcanzan tres o cuatro planos para establecer de manera implacable la política de su forma y el diagrama ético que ha de regirla. La directora filma a su madre, que vive prácticamente sola en la provincia de Santa Fe, en una casa frente al río Paraná. La madre tiene ochenta años, pero la palabra anciana no parece aplicarse de modo pertinente en este ocasión. La cámara de Niklison la observa afanarse serenamente sobre las piezas de un rompecabezas, leer La Nación, comentar admirada la pinta de Sadam Hussein en una foto en internet, armar una sierra eléctrica recién comprada o mandar con perfecta destreza un mensaje de texto. Una de las cosas que hacen extraordinaria a esta película es que, en su admirable gesto de curiosidad, parece estar devolviéndole al cine nada menos que la potestad para el registro minucioso de aquello que, si no se lo ve a tiempo, se pierde, se escapa, desaparece de la vista, acaso para siempre. Pero eso no es lo único. A menudo puede suceder que los documentales que se ocupan del retrato de un personaje digan menos del retratado que de quien está detrás de cámara. Es una tentación genuina y siempre latente esa. En Diletante, la directora despacha el asunto mediante el trámite de poner su voz en off durante los primeros minutos de la película. Sobre imágenes del gay parade de Ámsterdam, lugar en el que vivió, según nos informa, Niklison hace el esbozo veloz en primera persona de una vida (la propia) al tiempo que da señales del porqué de una elección; de paso, el prólogo resulta una deliciosa filigrana cuya brevedad se solidariza con su contundencia, y en la que conviven un cosmopolitismo espectral y un desparpajo que puede resultar tanto agresivo como adorablemente entusiasmado (y que tan bien conocen los que la han visto en las presentaciones de la película, sacándole fotos al público dentro de la sala y dispuesta a hablar después de la proyección con todo ser vivo que se le acerque). Pero, enseguida, en un pase de manos imperceptible, la vitalidad carnavalesca del desfile deja paso a otra cosa. Algo queda claro a partir de allí: la película se trata, al fin, de cuerpos. Ese es su tema y el motivo principal que recorre sus imágenes. Cuerpos anónimos que se sacuden y se exhiben brevemente al ritmo de la música o cuerpos familiares como el que aquí se ve retratado, cruzados por arrugas venerables, sentados junto a una ventana en la calma de una siesta de provincia. Lo mismo da. Esas dos secuencias que oportunamente se pegan lo dicen y el montaje en esta oportunidad no miente. Niklison ha establecido de una vez su lugar como cineasta: a partir de allí sabemos quién sostiene la cámara, quién observa. Con inesperada elegancia, la voz de la directora se esfuma y deja lugar al de la madre, que además demuestra ser una charlista consumada (la hija heredó eso, se ve) y cuyos diálogos con una un empleada doméstica en permanente fuera de campo, la mayoría imperdibles, constituyen la columna vertebral de la película. Sin mirar jamás a cámara, la mujer se explica, ratifica con firmeza sus gustos personales, hace un poco de historia familiar o expone el alivio de un humor ligero, grácil, a modo de última frontera levantada en contra de la muerte. A un primerísimo plano de su cara puede seguirle el de un árbol recortado contra el cielo: la directora mira pero también mira su madre (y nosotros con ella), y en ese juego en el que el espectador se desdobla es que la mirada ajena se le vuelve perturbadoramente propia. Son cosas del cine. En tanto, vemos pasar al casero, primero de derecha a izquierda del plano. Más tarde, en sentido contrario. Desde su pequeño matriarcado dentro de esa casa que seguro ha conocido tiempos mejores, las dos mujeres unidas por el hilo de la conversación (esa forma mediante la cual lo humano se hace ver de manera inapelable), se burlan un poco, con una malicia llena de cariño, del comportamiento y de los tics del hombre. Es verdad que de tanto en tanto Niklison no se priva de algunas piruetas que parecen un poco deslucidas e innecesarias (simpáticas al fin en su irrelevancia), como anegar planos que muestran atardeceres bucólicos con estruendosos comentarios musicales, por ejemplo. No es nada grave, pero el recurso es viejo y no termina de cuajar en el clima de particular serenidad de la película. Aunque Diletante tiene en su construcción un innegable planeamiento formal (expresado en el riguroso fuera de campo de la mucama o en los desplazamientos del casero, por ejemplo) hay en el cine de la directora un raro primitivismo (que a lo mejor constituye también parte de su libertad) que da por resultado algún pasaje como los mencionados. Pero quién podría reprocharle esos momentos, a la vista de los modales de nobleza casi infinita que su película está dispuesta a exhibir. Imbuida de una gracia impar, Diletante es capaz de mostrar los pliegues de la piel de un rostro humano como si fuera un paisaje extraterrestre. De ese modo, consigue su triunfo a partir del punto en el que buena parte del cine se retira: desnaturalizar el mundo a nuestro alrededor para encantarlo, para devolverle su carácter extraño e inescrutable, para restituir el feliz y definitivo esplendor de su misterio.
La más mujer del mundo Hay dos mujeres de pelo cortito y unas cuantas décadas de edad que ahora están en la pantalla. Las dos son argentinas, de clases sociales diferentes, y lo que tienen en común, en un principio, es la pasión por los rompecabezas. Una vive en el reino de la ficción y la otra es real –de hecho estaba en el Malba a la salida de la función y pudimos escucharla cuando decía, en medio de la mucha gente que se le juntó alrededor, “Yo nací para el cine”. Bela Jordán es la protagonista de Diletante, la primera película de Kris Niklison que por estos días se da en el Malba, y además es la madre de la directora. María del Carmen es la criatura de Natalia Smirnoff en Rompecabezas (también es su primera vez detrás de cámaras), tiene el cuerpo de María Onetto, y además es la madre de muchos de nosotros, una mujer de clase media que vive un poco a la sombra de la familia que formó, y que a la vez sostiene. María del Carmen, callada, con una discreción que parece sometimiento pero que no es otra cosa que la seguridad de quien vive para adentro, apenas habla. Bela Jordán habla casi todo el tiempo, la suya es una película de frases. Si algo las acerca son los planos cerrados sobre las manos de las dos, manos femeninas, delgadas, delicadas en la manera de tomar las fichas y pegar una con otra, cuidadosamente, sin apuro, para ellas solas. Hay una frase que ahora está muy de moda, bastante abstracta, que vaya a saber de dónde salió: “Necesito mi espacio”. Parece que hay que tener un espacio, crearse un lugar propio y habitarlo, ya sea en la pareja, en la familia o en la vida. María del Carmen nunca diría esta frase tan moderna, pero Rompecabezas es la historia de cómo esta mujer, madre y ama de casa, se hace un espacio, literalmente. La primera escena de la película la muestra confinada al que supuestamente es el lugar de la mujer en la familia tradicional: la cocina. Es la fiesta de su cumpleaños, pero María no hace otra cosa que trasladarse entre la cocina y el living, donde el resto “la está festejando” mientras ella lleva y trae platos, termina de decorar la torta, prende la velita para que le canten, recoge la basura y junta un plato que se le rompió, todo el tiempo esquivando gente, deslizándose con dificultad entre los huecos que dejan los otros. No parece haber lugar para ella en esa fiesta más que en el backstage de la cocina. Pero uno de los regalos que la esperan es un rompecabezas, y gracias a ese juego María descubre algo muy simple, lo que le gusta hacer, lo de ella sola, y lo hace. Ese pequeño cambio toma dimensiones planetarias para la familia: ahora la madre se acuesta a cualquier hora, tiene la mesa ocupada con enormes cantidades de fichas, sale más, no tiene tiempo para tener la heladera llena con las cosas de siempre. Y los otros se quejan, por supuesto. Este relato, tratado por una directora menos inteligente y con un malentendido progresista en la cabeza, habría tomado una dirección bien diferente, un camino teórico y de manual que llevaría a María desde un supuesto sometimiento a una supuesta liberación. Eso hubiera implicado representar a María desde la mirada de una generación, más joven, que tiene una idea de familia muy distinta. Y sin embargo Smirnoff no ejerce esa violencia sobre el personaje, observa la vida que eligió, y le regala un rompecabezas mientras María vuelve a elegir su propia vida, pero ampliada. Porque sobre el final de la película, María, ganada la batalla silenciosa, vacía el cuartito del fondo –lugar masculino por excelencia, de las herramientas y los cachivaches- y se lo apropia para que sea su lugar, le pone una mesa, un estante con sus cosas queridas, y guarda en un frasco, escondido, el pasaje a Alemania que se había ganado en un concurso, como el símbolo de otra vida posible que elige no elegir. María del Carmen, con sus anteojitos medio modernos, reconcentrada en sus rompecabezas, se parece muchísimo a mi mamá cuando hace sus sudokus, por eso cuando salí del cine la llamé y le dije “Hay una película para vos, me encantaría que la veas”. Sé que le va a gustar. También sé que mi abuela Natalia se hubiera entendido con Bela, la protagonista de Diletante, porque mi abuela fue una diletante en los últimos años de su vida, entre los chistes que hacía en la mesa, las anécdotas que contaba, la lectura del diario y el cuidado del jardín, y me consta que la pasó bien. Y digo esto porque sé que esas personas algo dogmáticas que gustan de alambrar el mundo van a pensar “Bela puede ser una diletante porque es una oligarca”. Bueno, mi abuela tenía una jubilación propia, la mínima, una pensión por viudez y ninguna casa propia, inmigrante polaca como era que se casó con un electricista y no trabajó nunca fuera de la casa después del matrimonio, y sin embargo –ah, esto que horroriza a los que tienen horror a la mezcla- compartió muchas cosas con Bela. Esta Bela Jordán también podría ser María del Carmen treinta años después, salvando la diferencia de clase que es bien evidente, hasta en el modo de hablar de cada una (Bela no dice “rompecabezas”, dice “pásl”). Porque María es de Turdera, mientras que Bela vive en una casa medio derruida de Sauce Viejo, como una aristócrata en una ruina. Pero ojo que en Diletante de ruinas no hay nada; casi podría decirse que la misma idea de ruina se pone en cuestión, porque esa casa de paredes descascaradas es la misma que le sirve a la protagonista para vivir al lado del río, para poder mirarlo cuando quiere, y porque Bela, activa, entusiasmada, curiosa, se conecta a Internet, se sube a su tractor de cortar el pasto para ir hasta la almacén a comprar algo (recuerdo de Una historia sencilla de Lynch), compra una motosierra y la arma ella sola. Kris Niklison la filma como Bela y también como vieja, es decir, filma a esa mujer Bela Jordán, con su modo particular de ver el mundo cuando habla, y al mismo tiempo filma la vejez, en ciertos planos donde la cámara recorre el cuerpo de Bela tan de cerca que se pierde la identidad de ella y lo que salta a la vista son las arrugas, los surcos, las manchas en la piel, todo eso que en general –Bela incluida, porque agradece que la vida, sabia, le quite la buena vista a la vez que le da las arrugas- no queremos ver. Además, la mayoría de las conversaciones que Bela mantiene con Cata, la mujer que la atiende, van a parar al mismo lugar, próximo y desconocido: la muerte. Bela habla de la muerte sin tapujos, necesita quererla porque no es tonta y sabe que la tiene cerca, y sin embargo la vence –porque ella no está a la espera de la muerte, está viviendo- con el arma más poderosa del mundo, el humor, cuando se ríe del casero que tiene miedo de encontrarla muerta, o de imaginarse una muerte tan original como que la parta un rayo mientras está mirando una tormenta. Piénsenlo un poco: estoy hablando de una película protagonizada por un ama de casa de cincuenta años y de otra protagonizada por una mujer de ochenta. Tanto Rompecabezas como Diletante, que son antes que nada muy buenas películas, ponen en primer plano esos cuerpos que la televisión y la publicidad ocultan. Ni Bela ni María del Carmen cumplen con los estereotipos femeninos de esta sociedad de mierda –porque lo es, lo es, y hay que decirlo. Bela no es Mirtha, ni ninguna de esas mujeres grandes a las que el mejor piropo que se les puede decir es “Estás igual”. Tiene el pelo cortito, sin teñir, y usa pantalones cómodos para andar en su tractor. María del Carmen, también de pelo corto, coge bien con su marido, le mete los cuernos y nunca, al menos por lo que se ve, siente culpa ni tampoco ganas de volver a hacerlo. Que ellas sean mujeres no es un dato menor. Ahora que las mujeres son increíblemente, después de décadas de feminismo, objeto de las miradas masculinas más que ninguna otra cosa, Bela dice una frase que es casi revolucionaria: “Cuando llegás a los sesenta, y los hombres ya no te miran como una conquista posible, ahí sos verdaderamente libre”. Entonces: vade retro, señores, que estas chicas están ocupadas con sus rompecabezas. (Este va para mi mamá, y para las abuelas que tuve, Dunia y Natalia, con un poema, La más mujer del mundo, que puede leerse por acá, y que dice una cosa tan inquietante como cierta, en ese lugar que es solamente de ellas: “Ninguno la conoce”.)
Kris Niklison, actriz, bailarina y puestista teatral argentina residente en Holanda, diseña en esta ópera prima documental –con algunas realistas recreaciones ficcionadas- una verdadera joya del género. Que arranca precisamente en Amsterdam con una detallista instantánea de un alegre y voluptuoso desfile de la comunidad gay. Imágenes que nada tienen que ver –o quizás mucho- con el resto del film, que incluirán unos breves e irónicos apuntes de la cineasta sobre sí misma y su dinámica familiar, para pasar inmediatamente a volcar un retrato íntimo y profundo de una señora octogenaria y levemente aristocrática llamada Bela. Su propia madre, que ocupará la casi totalidad de este singular trabajo en un encendido y distendido discurso cotidiano con una sola interlocutora, su empleada Cata, y una sola presencia, la del peón de su estancia. Con estos simples elementos se conforma una cautivante radiografía de la vejez, con reflexiones especialmente lúcidas como aquellas que teorizan acerca de la rápida decrepitud de los políticos, entre otras. Mientras tanto sus arrugas, registradas por la cámara con el mismo espíritu que se muestra el bellísimo paisaje ribereño, contrastan permanentemente con su energía física y mental. Una última anécdota suya revelará el peculiar sentido del título de esta pequeña y admirable pieza audiovisual.
Vida feliz - ¿Qué es eso?, le pregunte y mi padre me dijo: un diletante es una persona que sabe muchas cosas pero ninguna en profundidad y que sabe divertir. Bela Jordán, de ochenta años, cuenta esta anécdota de cuando era chica y se quedaba en las mesas familiares sin hablar para que no la mandaran a jugar. Esa vez habló y se llevó la definición de esa palabra que según ella, suena bien y se ve que dedicó sus esfuerzos a ser una diletante. Y lo logró. La hija de Bela se llama Kris Niklison, tiene cuarenta años y si bien su mundo es el del teatro en varias facetas (actriz, dramaturga y puestista), demuestra con este homenaje a su madre que el cine también es lo suyo. Diletante muestra una de las facetas e que el mundo de los documentales presenta hoy en día, los documentales personales, en primera persona, es que los que el género más se ha desarrollado. Acercarse a la vida de Bella Jordán, a sus diálogos con Cata, y a su manera de encarar la vida en esa casa de campo adonde se retiró para poder leer tranquila y dedicarse a los enormes puzzles que despliega y arma con paciencia infinita, provoca un enorme placer estético. Niklison hace que su cámara filme a Bella de manera plácida mientras la mujer de ochenta años recuerda sin ira, navega por Internet y cuenta alguno de sus pensamientos sin intentar bajar líneas ni aleccionar acerca de nada, incluso se permite una marca de incorrección al decir que al final de sus días no se arrepiente de las cosas buenas que hizo porque las malas se hacen pensando más. Esperemos que Bella se equivoque porque sino, su hija Kris terminará arrepintiéndose de haber filmado Diletante y eso no sería justo.
Entretener como una forma de vivir El diletante es alguien que -si bien con poca profundidad habla mucho de todo y sabe cómo entretener. Es ésta la explicación que la pequeña Bela obtiene de su padre. "Allí me di cuenta -señala Bela Jordán con sus ochenta años que lo que quería para mí, cuando fuese grande, era ser un diletante". Hay otras máximas que la acompañan, como la que le asegura que al entrar en la vejez lo que debe hacer uno es dejar de mirarse en el espejo. Además, la naturaleza es sabia. Porque a medida que se crece se pierden virtudes como la vista y el oído. Mejor así. Sea tanto para evitar las arrugas vistas como para no poder escuchar cosas ante las cuales, mejor, abstraerse. Las líneas marcadas y de pergamino atraviesan el cuerpo de Bela. La cámara de Kris Niklison, que también es mirada de hija, las recorre despacio. Mientras duerme, lee, o arma puzzles de dos mil piezas. Es que la vejez es la mejor edad de la vida, asegura Bela. Porque uno se levanta y hace lo que las ganas le dicen. Nada de purgar ocho horas de trabajo en pro de un avasallamiento sobre la persona. Sino divertirse y sentirse divertida. Con el recuerdo del marido ido, con la promesa de tormentas en ciernes, y a orillas del río. Bela habita en una estancia familiar, de cara a las aguas del Paraná. Como mujer moderna que ella se dice. Con la compañía doméstica de la voz de Cata, interlocutora constante. Pensamientos, sonrisas, e mails, dvd's, y piezas que (des)encajan. Más un tractorcito que la lleva donde necesita. Mientras Bela y Cata dialogan, el nombre de César asoma. Varias veces. "Es como un chico", según Cata. "Dice ahora que quiere lograr una rosa azul". César, en tanto, adecua la estancia, desmaleza y trabaja. Descansa su mirada entre el sudor y el caminar. Se peina de manera precisa frente al espejo que pende del árbol. Porque hay una promesa, parece, todavía vigente. Las piezas del rompecabezas emulan troqueles de pinturas descascaradas. O al revés. Hay mucha picardía en Bela. También altanería. "Me supe libre a los sesenta años. En el momento en que comienzan a llamarte madre o abuela. Antes no". Como si lo intempestivo del sexo, una vez calmado, augurase tranquilidad. (Algo similar sostenía, desde su vejez, el propio Buñuel). No deja de asomar, a su vez, algo de malignidad femenina, con la figura de César como foco de anclaje, depositario de tantas reflexiones y severidades entre Cata y Bela. El, en tanto, sostiene su silencio de rutina descalza. Una analogía más: quienes hayan visto Rapsodia en agosto, de Kurosawa, recordarán la imagen de la viejita, el paraguas y la tormenta. Algo similar sucede cuando Bela se deja bañar por la lluvia, mientras el río chisporrotea. Diletante ha sido premiada como Mejor Largometraje Argentino en el Festival de Cine de Mar del Plata, además de contar con la asistencia en la producción de Lita Stantic. Su realizadora -cuya voz escuchamos sobre el inicio del film ha vivido en Holanda, donde fundó la Kris Niklison & Company; en Hamburgo, donde fue protagonista del Cirque du Soleil; y en Embu das artes, Brasil, donde tiene su estudio, Casa das Artes.
¿Qué querés ser cuando seas grande? Diletante "Diletante" es la Opera Prima de la directora Kris Niklison quien es conocida principalmente por su trabajo como coreógrafa y puestista en Europa y en nuestro país. En su debut en el cine, plantea este documental desde una premisa tan simple como encantadora: la mera observación de la vida de su madre, Bela Jordán, de una envidiable vitalidad a sus jóvenes 80 años, quien vive sola en una estancia familiar a orillas del Río Paraná. Indefinible personaje, extraña mezcla de viuda aristocrática-terrateniente y filósofa bohemia, dedica su tiempo a sus placeres cotidianos: leyendo un libro, armando un rompecabezas de 2000 piezas o yendo con su tractor a hacer las compras al pueblo, navegando en internet o jugando en su computadora al solitario. Mientras tanto, la cámara silenciosamente la acompaña, la escucha y ella se brinda enteramente al gozo del diálogo/monólogo, desgranando diversos conceptos de su vida, de su filosofía y su manera de ver las cosas, de su pensamiento extremadamente lúcido/lúdico y un sentido del humor francamente envidiable. Se enorgullece, entre otras cosas, de no haber entregado nunca su tiempo a la sociedad de consumo y enarbola las banderas de una vejez como “la época más linda de su vida”, una etrapa de pleno disfrute, de gozo, de plenitud en todo sentido. De libertad. Y no solamente la iremos conociendo a través de sus pensamientos, sino que la cámara se va a ir deteniendo en esos pequeños detalles y objetos que forman parte indisoluble del universo de Bela. Imágenes que arman el propio rompecabezas de este querible personaje -como un juego de espejos: mientras ella arma los otros rompecabezas como divertimento-: sus anteojos, una lupa, sus largavistas, la radio. También integran este universo tan particular, objetos que uno no pensaría de uso común para una persona de su edad viviendo en el campo: mensajes de texto por celular, su notebook, el dvd, su tractor que maneja displiscentemente y hasta una sierra eléctrica. La vitalidad con la que se expresa es deliciosa y a los pocos minutos nos parecerá conocer a Bela de toda la vida y con ganas de saber más de su quehaceres cotidianos. Sus acompañantes de ruta en este momento son su mucama Cata (a la que no vemos pero si escuchamos en los diálogos con Bela) y el peón de su estancia, un hombre aislado que a diferencia de la mucama, la cámara lo descubre pero desconocemos su voz. Bela, irónicamente, lo describe más como un objeto a quien estudia pero no logra comprender (y si, evidentemente es más fácil operar con computadoras y objetos electrónicos que tratar de entender al ser humano mismo!). Cada pensamiento que comparte con la cámara es de una lucidez tal, de una singular vitalidad que construyen una invitación a repensar este tramo de la vida. Muchas veces dicho, pero nunca mejor ejemplificado que aquí en "Diletante": la juventud no es más que una simple cuestión de actitud. ¿ Y qué querés ser cuando sea grande?: Diletante. Igual que Bela.