Un documental que pone el acento en un costado muy doloroso y poco frecuentado de las consecuencias de la desaparición de las personas en los años más oscuros de nuestro país. Por un lado esta el caso del desaparecido Dr. Samuel “Sami” Slutzky por el que sus hijos prestan testimonio para que se haga justicia. Pero los directores unidos por la casualidad, el oficio de periodistas y el parentesco (Shlomo Slutzky y Daniel Burak) también indagan a la familia que miro para otro lado cuando ocurrió la desaparición de Samuel y eligió el secreto, el silencio y la indiferencia total sobre el destino de los hijos de Samuel, que fueron a parar a un hogar extraño en Holanda, socorridos por Amnistía Internacional. El relato no solo tiene testimonios del juicio, de cómo los autores se encuentran sino que muestra como las cuentas pendientes familiares pesan como heridas difíciles de cerrar. Pero también se descubren a un represor que vive en Israel y es denunciado y puesto en evidencia por esta investigación. La justicia pública y la justicia del corazón como caminos a la reparación.
BUSCANDO JUSTICIA Durante estos últimos años se han desarrollado cantidad de producciones que narran hechos vinculados con la última dictadura cívico militar que dirigió el país a partir de 1976. Quizás la abundancia de estos trabajos lleve a que el tema agobie o fastidie al público, más allá de su valía por intentar reflejar situaciones de nuestro pasado que deben ser recordadas para no ser repetidas. Es por esto que el documental Disculpas por la demora, a priori, genera esa sensación de “otra vez más de lo mismo”. Sin embargo, mientras avanza su narración, ese sentimiento se deja de lado. Esta producción dirigida por Shlomo Slutzky y Daniel Burak exhibe cómo por las coincidencias de profesión, origen y apellido, el periodista y documentalista argentino-israelí Shlomo Slutzky contacta en la red al periodista argentino-holandés Mariano Slutzky. En el encuentro, Shlomo descubre que Mariano es el hijo de Samuel Slutzky, Sami, el primo médico de su padre cuya existencia y trágico final habían permanecido silenciados en la familia desde su desaparición a manos de la dictadura en 1977. Este punto de partida interesante hace que el film tenga una visión diferente de otras. Aquí se refleja cómo la desaparición de una persona repercutió en todo el ámbito familiar, presentándose las miserias, los miedos, el valor, el amor y el rencor dentro de ese núcleo. A través de una mirada personal e íntima, el documental va reflejando cómo Mariano Slutzky siente el abandono de toda su familia biológica por la desaparición de su padre y la búsqueda de Sholo por tratar de solucionar esa desidia de sus parientes. Quizás por momentos las imágenes resultan de mucha intimidad, pero a su vez reflejan la historia de muchos otros grupos familiares que transitaron circunstancias parecidas e intentaron sobrellevar de la mejor manera posible algo tan aberrante como la desaparición forzada de una persona. Por esos instantes, es que el documental va creciendo, hasta llegar a un correcto final que cierra una historia de dolor con justicia. La acertada utilización de planos y la buena tarea de edición, que logran captar los momentos precisos para entender esta historia, hacen que Disculpas por la demora pueda exhibir una visión diferente y renovada sobre el tema de los desaparecidos en la última dictadura, mostrando lo sucedido en una familia pero que a su vez representa a muchas otras.
Hay historias familiares que trascienden los límites domésticos y se transforman en episodios que condensan una época. El periodista Shlomo Slutzky -ex corresponsal de Clarín en Israel- encontró a través de las redes sociales a un hombre con su mismo apellido que vivía en Holanda y resultó ser un primo segundo cuyo padre había desparecido durante la última dictadura. A partir de este dato, novedoso para él, se vinculó con este pariente y descubrió el ocultamiento que los Slutzky habían hecho de esta tragedia. Al seguir el hilo de este suceso, Disculpas por la demora no sólo ilumina aspectos oscuros de esta familia, sino también de la historia reciente argentina. El protagonista del documental es el carismático Mariano, que en 1977, a los 13 años, fue testigo del secuestro de su padre, Samuel Slutzky. Como su madre había muerto tiempo antes por una enfermedad, la pareja de su padre se los llevó, a él y a su hermana, consigo a su exilio en Holanda. Pero una vez allá, las relaciones entre la mujer y sus hijastros no fueron las mejores, y los adolescentes terminaron viviendo con familias adoptivas. Ningún pariente sanguíneo se hizo cargo de ellos. Con algunas desprolijidades pero mucha emotividad, la cámara sigue el encuentro de Mariano con Shlomo en Amsterdam y, después, viajes de Mariano a la Argentina en busca de reparación legal y moral: declara en el juicio por La Cacha -centro de detención clandestino donde fue visto su padre- y se entrevista con parientes para pedirles explicaciones por su indiferencia en los momentos en los que más los necesitaba. Por distintos motivos, tanto su testimonio como las conversaciones familiares -en especial una con su tío Daniel, hermano de su padre- son estremecedores. A la vez que muestra el justificado enojo de un sobreviviente, su relación de amor-odio con la Argentina y su resentimiento hacia su familia paterna, el documental aborda otros temas hondos, como el vínculo de los militantes de las organizaciones armadas con sus hijos. Y, por los efectos reparadores, deja claro por qué “memoria, verdad y justicia” es mucho más que un lema cuando se hace realidad.
Samuel Leonardo Slutzky fue un reputado médico platense de abierta militancia peronista, preso político entre 1968 y 1973 y desaparecido en 1977. Su hija, su hijo y su mujer se exiliaron en Holanda, soportando el destierro en soledad, sin ayuda alguna del resto de una familia que prefirió olvidarlos. Décadas después, el periodista Shlomo Slutzky encontró vía redes sociales a un colega con su mismo apellido, Mariano Slutzky. Tratando de dilucidar si había un vínculo más allá del oficio en común, descubrieron que Samuel era primo hermano del papá de Shlomo y, por lo tanto, ellos eran primos segundos. Lo curioso es que a Shlomo nunca le habían hablado de aquel pariente desaparecido. Mucho menos del resto de la familia en Holanda. Disculpas por la demora registra una suerte de intento de sanación familiar, a la vez que una búsqueda de justicia que trasciende el ámbito legal. El film comienza con el regreso de Mariano a la Argentina para, por un lado, prestar testimonio judicial en la causa por los delitos de lesa humanidad ocurridos en el centro clandestino de detención platense La Cacha. Pero también para saldar viejas deudas con quienes nunca se preocuparon por su suerte. El film, codirigido a cuatro manos por Shlomo Slutzky y Daniel Burak, alcanza sus puntos más altos con las charlas en las que los diferentes puntos de vista de los familiares salen a la luz. Se trata, entonces, de una película sobre el difícilismo arte de la escucha. Los sentimientos contradictorios de Mariano, las palabras atragantadas durante años y la posibilidad de una reconciliación son algunos pliegues por los que transita este documental algo disperso en su narración, pero noble y genuinamente emotivo.
Lo que aparentemente surgió como una inquietud, natural, de preguntar por una coincidencia de apellidos (aunque nada es casual, digamos), abre un espacio para la resignificación (y de alguna manera, sanación) de un viejo conflicto familiar, inserto en el contexto de aquellos años oscuros de Argentina, donde los militares imponían el terror dentro y fuera de la ley. Shlomo Slutzky (periodista de trayectoria que trabajara para Clarín en Israel), es el hombre que encontró en las redes a Mariano Slutzky, y que descubrió rápidamente, que eran primos segundos. Pero claro, dentro de la familia de Shlomo, nunca se había nombrado a Mariano y mucho menos le habían dicho que estaba en Holanda, exilado. Mariano, la mujer de su papá y su hermana, habían tenido que huir de Argentina y en territorio extranjero, las relaciones entre ellos se hicieron complicadas. Tanto, que los chicos (adolescentes entonces) terminaron viviendo con familias adoptivas. "Disculpas por la demora" es un film que muestra un recorrido que tiene un arraigo de fuste, porque Mariano vendrá a la Argentina y además de declarar en la causa del centro clandestino de detención La Cacha, tendrá tiempo para conctactarse con el resto de la familia para hacerles preguntas y planteos, sobre cuál fue su accionar cuando la tragedia tuvo lugar. Y se imaginarán que no será fácil, para nadie, escuchar y avanzar sobre la verdad del ocultamiento de los Slutzky hacia ese hecho. Mariano es muy crítico con estos hechos y si bien está predisupuesto a reconciliar ese tramo de su vida con la familia, lo cierto es que su situación personal, lo impulsa a discusiones incómodas y esclarecedoras sobre la verdad y su impacto en los demás. Dirigida por el mismo Shlomo Stutzky junto a Daniel Burak, "Disculpas..." presenta un retrato claro sobre cómo la dictadura militar y sus actos, influyeron decisivamente en la vida de miles de familias. Provocando heridas serias, que ni el paso de los años ha logrado conciliar. Aquí tendremos viajes, charlas informales, discusiones familiares y exposiciones frente al tribunal. Todo esto, enmarcado en un proceso de búsqueda de rescate de esa memoria que hay que rescatar, a cada paso del camino. La vinculación familiar de los sujetos afectados por el terrorismo de Estado, es un tema que siempre hay que reponer, en los espacios de discusión y difusión. Bienvenida entonces "Disculpas..." porque tiene los valores justos para ser vehículo de discusión para analizar los graves hechos de esos años con más perspectiva.
Reflexiones alrededor de la Justicia Lo que parece solo una historia de desencuentro familiar va desovillando una trama que enlaza con la última dictadura. “No jodas, Schlomo. Eso fue hace veinte mil años, ya pasó”, le dice Mariano con tono superado a su primo segundo cuando éste quiere abrazarlo después de escuchar los recuerdos de los primeros meses de exilio en Holanda, adonde había llegado con su familia gracias a una gestión de Amnistía Internacional luego de la desaparición de su padre, Samuel Leonardo Slutzky, en manos de la dictadura militar, en junio de 1977. Solos en un país lejano, arrinconados por una cultura ajena, presos de un idioma al principio indescifrable, Mariano, su hermana y su madre sufrieron también el desplante del resto de una familia que, temerosa de la potencial persecución de los militares, prefirió mirar para otro lado y borrar a Samuel del árbol genealógico: la visible incomodidad de Mariano cuando habla de ese flagrante olvido muestra que aquella herida que se asegura saldada, en realidad, todavía está abierta. Dirigida a cuatro manos por el periodista Shlomo Slutzky y Daniel Burak, Disculpas por la demora es un intento de apaciguar aquellos dolores a fuerza de diálogo y entendimiento, convirtiéndose en una película sobre la escucha. Así y todo, el camino personal, esa búsqueda de expiación, no será nada fácil. En las primeras escenas el periodista explica que los orígenes de la historia se remontan a cuando contactó por redes sociales a un colega con el mismo apellido que vivía en Holanda, sin saber del vínculo entre ambos. Ese colega era Mariano, y en las charlas posteriores surgió el recuerdo de su padre, un reputado médico que trabajaba como Coordinador de las Unidades Sanitarias de municipalidad de La Plata, de abierta militancia peronista, primo hermano del papá de Schlomo y preso político entre 1968 y 1973 a raíz de su participación en las FAP en Tucumán. Pero Schlomo nunca había escuchado nada. Como si fuera un presagio, el único registro visual de Samuel que encontró fue medio rostro en el borde de una foto de un casamiento de mediados de los años ‘50. Ni la madre del periodista y codirector lo recordaba. El film registra el regreso de Mariano a la Argentina para obtener Justicia en el sentido más amplio del término. El más visible es el legal, puesto que prestó testimonio en la causa por los delitos de lesa humanidad ocurridos en el centro clandestino de detención platense La Cacha, por donde pasaron al menos 239 personas (entre ellas Laura Carlotto, la hija de Estela), 98 de las cuales fueron desaparecidas, Samuel incluido. Por debajo circula otra justicia de índole personal para con una familia que jamás se preocupó por la suerte de esos chicos y su madre. “¿Quién, de todos nuestros parientes, se acercó a preguntar qué comíamos, si íbamos a la escuela, después de que nuestro padre desapareció?”, le pregunta al tío –el hermano de Samuel– en una cara a cara atravesado por la incomodidad y la culpa, por las palabras acongojadas y silencios que comunican mucho más que cualquier sonido. Suerte de bitácora de viaje, Disculpas por la demora tiene una tercera pata centrada en la presencia de un represor muy cómodamente instalado junto a su esposa en Israel desde 2002, cuando con la amnistía todavía vigente pudo conseguir un certificado de buena conducta. Slutzky corre a Alejandro del centro de la escena para ponerse en la piel de investigador y juntar información que permita oficializar una denuncia ante las autoridades europeas, con miras a una posible expulsión. Más allá del loable mérito tanto personal como periodístico en ese hallazgo, no le hubiera venido mal a Disculpas... un poco menos de dispersión narrativa ciñéndose al viaje de Alejandro. Un viaje cuyo destino final quizá no sea la reconciliación, pero sí la tranquilidad de haber escuchado y dicho todo lo quería escuchar y decir.
Los ecos de la represión ilegal durante la última dictadura militar siguen resonando. Eso es lo que prueba de manera palmaria esta película intensa y angustiante que incluye historias de exilio forzado, ocultamientos, negligencias y necesidades de ejercicio de la memoria y de reparación moral. La inquietud de un periodista argentino-israelí, Shlomo Slutzky, pone al descubierto una densa trama de violencia, temor y complicidades iniciada en 1977 con el secuestro y la desaparición de Samuel, un médico que era primo hermano de su padre. Más allá del punto de vista de cada uno de los protagonistas de la historia (el de Mariano, hijo de Samuel, es particularmente importante) queda claro que los traumas que produjo aquel sistema represivo son muy difíciles de subsanar. En las dificultades y los conflictos de esta familia está, de algún modo, cifrado el destino de un país. Por eso, la rigurosa investigación llevada a cabo por Slutzky para este documental -realizado muchos años después de aquellos sucesos- cobra un valor muy especial. Los datos de ese notable trabajo también revelan sorprendentes derivaciones del caso que conducen a Cuba, Holanda e Israel, como si se tratara de un complejo thriller político ideado por un avezado guionista.
Su desarrollo contiene una sucesión de testimonios, archivos, datos, fotos y videos, que se van complementando con interesantes diálogos. A lo largo de la película se ve la búsqueda incesante de justicia y el inmenso dolor que atraviesa todo el film.
“Disculpas por la demora”, de Shlomo Slutzky y Daniel Burak Por Marcela Gamberini Disculpas por la demora” es una de las primeras frases que se escuchan en este documental dirigido por Shlomo Slutzky y Daniel Burak donde la resonancia de los efectos de la última dictadura militar siguen presentes en la memoria y en el presente colectivo. En principio, una historia familiar de encuentros y desencuentros, de exilios forzados, de hijos abandonados, de memorias compartidas y a la vez olvidadas hace centro en este documental que, a medida que avanza se adentra en el terreno político, haciendo eje en la militancia de los jóvenes en los setenta. Un hijo busca la memoria, la verdad y la justicia sobre la figura de su padre, el Dr. Samuel (Sami) Slutzky- un padre desaparecido al que su propia familia de algún modo negó en su momento, una familia que trató de alejarse de esa historia política, de desapariciones y de torturas. Mariano Slutzky- el hijo, ese extraño protagonista- y su hermana se ven exiliados en Amsterdam, pequeños, sin pertenencias, armando la identidad como pueden, a los tumbos. Aquello que resulta más interesante en primera instancia es esa especie de resentimiento – licito- que siente Mariano hacia su familia de origen. El silencio y el abandono ha signado su vida y la de su hermana, y ahora ya no quiere recuperarlos sino escuchar la versión que ellos tienen de lo sucedido. Esa es una de las maneras en las que Mariano pide justicia. Justicia familiar, una justicia íntima, personal; esa justicia desde donde pueda por fin reconstruir su identidad. Por otra parte existe también, como corresponde, la búsqueda de la justicia social, institucional. En este sentido Mariano participa en el juicio a las juntas, mientras busca fragmentos desde donde reconstruir la historia de su padre y con él la historia de un grupo de militantes peronistas, judíos, montoneros. Imágenes de archivo se cruzan con el viaje que emprende Mariano- siempre un poco malhumorado, irascible, un poco amargo- desde Amsterdam hasta la Argentina y de ahí hasta Israel. No es por supuesto un viaje iniciático, es un viaje que marca un recorrido de búsqueda de fragmentos, de fotos, de recuerdos, de placas que se descubren, de documentos. Es el viaje como descubrimiento de una historia no sólo de un país sino de un hombre que huérfano, busca a su padre incesantemente. Tal vez, el momento más motivo del documental sea ese en el que Mariano entra a La Cacha –centro de detención clandestino donde estuvo su padre- su recorrido por el parque es doloroso y a la vez es el momento más luminoso de la película. Allí, Mariano, tal vez se encuentra con la figura de su padre, es la primera vez que el hijo tiene los ojos llorosos y el cuerpo desmembrado. Demasiados temas se abren en este documental que a veces se muestra con demasiados caminos a recorrer, una estructura narrativa un poco más acotado le hubiera dado más fuerza, más cuerpo. Entre la cantidad de relatos que cuenta Disculpas por la demora, también cuenta la historia de la imposibilidad de reconstruir una familia, sin embargo, las nuevas generaciones pueden atender a las fisuras que antaño se han producido. Solo resta esperar que la errancia (física, emocional) a la que estuvieron sometidos los hijos de los desaparecidos, sea superada por una nueva generación, más trasparente, más iluminada. DISCULPAS POR LA DEMORA Disculpas por la demora. Argentina/Israel, 2018. Dirección: Shlomo Slutzky y Daniel Burak. Guión: Malen Azzam, Daniel Burak y Shlomo Slutzky. Fotografía: Daniel Burak. Edición: Marisa Montes, César Custodio y Andrés Tambornino. Música: G.R.U.Z. Sonido: Lucho Corti. Distribuidora: Machaco Film
Texto publicado en edición impresa.
Hallazgo familiar Disculpas por la demora (2018) se estrena en el Gaumont y, abordando los recuerdos de dos personas tras la desaparición de su padre en la época de la dictadura, es un documental que no puede pasar por desapercibido. El recuerdo de los seres queridos es uno de esos tesoros más preciados que un sujeto podría tener. Valorar esos momentos pudieran resultar un refugio para los más nostálgicos. Más si son pocos los recuerdos que uno podría acaparar. Ahora bien, ¿Qué pasaría si esas mínimas memorias son producto de un desarraigo o un hecho forzado de desaparición? Remover el pasado e investigar sobre él permite recordar, pero también te acerca a la verdad. Y aunque esa verdad pudiera resultar dura, vale la pena enfrentarla y descubrir el origen de todo. A través de redes sociales, Sergio (Shlomo) Slutzky se puso en contacto de Mariano Slutzky por mera curiosidad y el hallazgo familiar es el fruto de este documental. Shlomo, periodista y documentalista argentino-israelí, es quien descubre que Mariano, periodista argentino-holandés, es el hijo de Samuel Slutzky, primo de su padre y de cuyo final fue siempre un interrogante desde que desapareció producto de la dictadura cívico-militar en 1977. A través de encuentros entre ambos, la búsqueda de testimonios de seres que formaron parte del pasado y el recurso de los recuerdos históricos, Shlomo se propone encausar una manera de disculparse y de pagar esa especie de deuda que la familia Slutzky tiene tanto con Mariano como con su hermana, los cuales se refugiaron de niños en Holanda con ayuda de Amnistía Internacional. Dirigida por Sergio (Shlomo) Slutzky y Daniel Burak, Disculpas por la demora acerca a Mariano a las emociones que creía olvidadas con respecto a su padre. Su recuerdo de aquel fatídico junio de 1977, mes en el cual se produce el crimen, propone construir y entender las distintas aristas en su crecimiento de niño hacia la adultez. Con escenas verídicas del juicio a los asesinos y hasta la persecución de un sospechoso, el documental nos permite adentrarnos en el día a día de Mariano al punto tal de responder junto con él el porqué del abandono de sus parientes y cerrar esas heridas muy difíciles de atravesar. Disculpas por la demora dignifica la búsqueda de la verdad y las razones por las cuales es importante hallarla, más que nada cuando es el origen familiar el que está oculto. “Nosotros no queremos venganza, queremos justicia”, expresa un emocionado Mariano Slutzky, privilegiado por haber sido contactado por Shlomo. Mariano se animó a enfrentarse a los fantasmas de su pasado y, a partir de ahora, su vida será distinta. Este documental permite no olvidar y movilizarse cuando las angustias no sanan.
Ni olvido ni perdón, simplemente reparación. A Mariano Slutzky no lo moviliza de la misma manera que a su primo y director Shlomo Slutzky la búsqueda de la verdad sobre la desaparición de su padre, Samuel Slutzky. Judío, peronista y montonero, son tres palabras que unen la historia como hijo, quien tuvo que vivir en el exilio de Europa y a quien la familia paterna jamás contuvo ni apoyó. Para Shlomo enterarse sobre Samuel y esa historia vedada, esos secretos arrastrados por la inercia del olvido, implica otro tipo de camino, un vínculo desde lo emocional con el distante Mariano, quien muy a regañadientes, acompañado por sus hijas, decide sumarse al colectivo de las víctimas de desaparecidos, prestar testimonio ante la justicia y revivir esa atroz dictadura, que tuvo su enorme impacto en la familia cuando tuvieron que escapar con su madre. Si hay una idea raíz de este opus dirigido por Shlomo Slutzky y Daniel Burak, sin lugar a dudas la memoria y la necesidad de una reparación histórica alejan cualquier tipo de preguntas al confrontar con los vaivenes emocionales de Mariano. Para él, la falla mayor radica en las décadas de indiferencia de sus familiares, sobre todo de uno de los hermanos de su padre, quien no estuvo a la altura y ahora pretende interpelar para dar vuelta la página, aunque no alcanza con un pedido de disculpas ante tanta agua que pasó bajo el puente entre el exilio, el regreso a Argentina post dictadura, el pasado militante de Samuel y el presente de reunión con recuerdos difusos, retazos de historias que se saben a medias y esa ineludible sensación de justicia tardía propia de este bendito país. Y ligada a la falta de justicia por los crímenes de lesa humanidad se encuentra la impunidad de quienes los perpetraron, atada a los cabos de la complicidad de los gobiernos, la clase política toda y por supuesto el sistema judicial. Desde ese lugar, cobra sentido otra arista que descubre Shlomo y que se enlaza con Israel, refugio de torturadores de la dictadura argentina como el nefasto personaje que descubre el director para llamar la atención de Mariano en su búsqueda personal de justicia y en su doloroso reencuentro con un padre ausente y una familia casi en la misma sintonía que aquel.
¿Hasta dónde es capaz de llegar el ser humano para encontrar verdad y justicia? ¿Hasta qué punto la propia familia pesa frente al rencor y el olvido? Estas parecieran ser dos preguntas claves que aborda el documental Disculpas por la demora, una producción compartida entre Argentina e Israel que busca precisamente, encontrar respuestas, pero sobretodo subsanar viejas heridas. Uno de los directores del film, el periodista Shlomo Slutzky, de nacionalidad argentina-israelí, se contacta mediante las redes sociales con otro periodista argentino que tiene su mismo apellido, se llama Mariano Slutzky. Mariano está radicado hace años en Holanda. A medida que el vínculo se profundiza, descubren que los une algo más que la profesión. Son parientes de sangre; el padre de Mariano, Sammy Slutzky desaparecido brutalmente en junio de 1977, era primo hermano del padre de Shlomo. Con este contundente y crudo bagaje histórico, se inicia la travesía de Shlomo: buscar a Mariano en Holanda y acompañarlo en su vuelta a la Argentina, con el fin de recomponer la historia de los últimos días de Sammy Slutzky previos a su desaparición y recopilar testimonios de familiares y conocidos que tuvieran algún tipo de información sobre el hecho. El documental intenta también sanar una herida muy dolorosa para Mariano y Alejandra (su hermana), vinculada a la indiferencia y el olvido que ellos sufrieron por parte del resto de la familia Slutzky durante los peores momentos desde 1977 y los años subsiguientes. Gracias a la ayuda de Amnistía Internacional, Mariano y Alejandra pudieron exiliarse en Holanda con la esposa de su padre Susana, en plena dictadura militar. A lo largo del film, Mariano reitera en varias oportunidades y con palabras teñidas de bronca e incomprensión: “Nunca nadie de la familia se acercó a preguntarnos si necesitábamos algo, o cómo estábamos, ni siquiera si teníamos para comer, nunca nadie de la familia Slutzky se acordó de nosotros”. La película realiza un recorrido que combina entrevistas testimoniales con encuentros y cenas familiares, sumando fragmentos donde Mariano declara ante la corte federal sobre la desaparición de su padre. Son dos líneas argumentales vinculadas entre sí, por momentos un tanto confusas, ya que hay varias idas y vueltas entre los encuentros de Shlomo y Mariano en distintas capitales del mundo. El material comenzó a filmarse en 2011 y se extendió hasta finales de 2014 con el juicio contra los crímenes de Lesa Humanidad cometidos en el Centro de Detención La Cacha (La Plata), donde una de las víctimas identificadas fue Sammy Slutzky. Este documental que dignifica la búsqueda de la memoria la verdad y la justicia, representa, en el caso de Mariano y Alejandra, el cierre y la conclusión de una etapa difícil y dolorosa de su existencia. Sin embargo, no logra recomponer del todo los vínculos familiares que se vieron atravesados por años de silencio y kilómetros de distancia. En este caso, el dolor parecer ser irreversible.
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Angustiante relato sobre la soledad y el pasado, sobre la familia y aquello no dicho que se encarna en un pedido de explicación y mucho más. Anclada en el documental, con despliegue de producción y solvencia, la película es una muestra que siempre hay maneras de recuperar el tiempo perdido a pesar del dolor y la angustia.
Los documentales que hacen énfasis en el pasado reciente y abarcan los atroces sucesos acontecidos en la última dictadura militar son necesarios, aun si su realización es precaria o de poca consistencia cinematográfica. Las ficciones pueden presentar aún mayores dificultades a la hora de exponer la propuesta elegida, aunque cuando se trata de evidenciar los daños irremediables, es decir, de trazar posibles aristas para acercarse a los hechos y sus consecuencias desde la representación, su resultado final no interesa tanto como la intención de manifestar una aproximación a la realidad. Es el caso de la recién estrenada Deja la luz prendida de Alfredo Salinas, que a pesar de su desacierto técnico consigue retratar los miedos, angustias y pesadillas de los hijos de desaparecidos adoptados ilegalmente, sobre todo cuando los mismos integrantes de la fuerzas armadas fueron los apropiadores, con un mensaje contundente y concreto. Sin embargo, en este documental estamos ante un registro que, además de poseer el planeamiento necesario con la utilización de diferentes elementos y recursos que refuerzan su desarrollo, se destaca por poner en evidencia rasgos que desenmascaran varias facetas de esta problemática, vigorizando a la vez nociones que otros cineastas rescataron previamente: la búsqueda incesante de respuestas certeras como en el caso de M (2007), la representación del dolor a través de la subjetividad como en Los rubios (2003), el énfasis en las causas que provocaron la ausencia como en Papá Iván (2004), la posibilidad de justicia a través de un tribunal como en El Nüremberg argentino (2004), o bien la necesidad de asentar los hechos y conmemorar a los individuos como en Calles de la memoria (2012), entre otras. Disculpas por la demora atraviesa estas nociones y genera así un diálogo con las antes mencionadas, convirtiéndose a la vez en una pieza de importancia para la historia (del cine) nacional, además de estrenarse en un presente político inestable a la hora de hablar sobre los Derechos Humanos. El enfoque está puesto en Mariano Slutzky y su búsqueda tanto de justicia legal como afectiva. Por un lado tiene respuestas concretas, basadas en recuerdos que son expuestos vívidamente con su testimonio sobre el secuestro y la detención de su padre Samuel Leonardo Slutzky, Sami, en el juicio por los delitos de lesa humanidad ocurridos en el centro clandestino de detención “La cacha”. Por otro lado, el dolor permanente que lo lleva a indagar por qué su hermana y él tuvieron que padecer el abandono de la familia Slutzky, por qué en vez de continuar su infancia feliz al lado de su padre tuvieron que exiliarse a Holanda como refugiados luego de ocurridos los hechos, quedando ausentes del soporte familiar que necesitaban. Algunas notables coincidencias hicieron que, a pesar de desconocer su existencia, Shlomo Slutzky encontrara mediante las redes sociales a Mariano Slutzky: el apellido, el hecho de ser argentinos exiliados, ambos periodistas de profesión e investigadores del Terrorismo de Estado en Argentina; Shlomo desde Israel, Mariano desde Holanda. Con el encuentro de ambos en pleno centro de Ámsterdam comienza este documental que pronto revela que el padre de Shlomo era primo hermano de Sami, desaparecido en 1977 por las Fuerzas Armadas. Si bien Shlomo no conocía la historia de los hermanos refugiados en Holanda, ocultada durante décadas por la familia Slutzky, desde un primer momento va intentar confraternizar con Mariano, aunque este lo condena con un desgarrador: “llegaste tarde”. La demora es sin dudas uno de los ejes principales de la película, que abre tres hilos conductores sobre los que se apoya la narración, donde es inevitable preguntarse: ¿Cómo pasó tanto tiempo para que Mariano pudiese declarar legalmente sobre los hechos acontecidos cuando secuestraron a su padre? ¿Por que durante años la familia Slutzky miró hacia un costado y no se hizo cargo de sus culpas y temores? Por último, ¿cómo un represor buscado por Interpol pudo estar tanto tiempo en Israel realizando una vida normal sin ser descubierto y extraditado? Esto último supone el corolario del documental, que esgrime estas tres temáticas y aborda la demora como síntoma de la negación a través de la voz y la línea investigativa de Shlomo. De allí su título, que además reafirma la deuda que el Estado y la sociedad tiene con muchas familias destruidas por la última dictadura cívico militar. La profesión de periodista de Mariano atraviesa su modo de actuar. Él mismo alecciona a su entrevistador Shlomo acerca de lo concretas que deben hacerse las preguntas, burlándose así mismo de su ser holandés, así como sus hijas lo hacen de su ser argentino. Su determinación y racionalidad es inobjetable, como sus preguntas y acusaciones son claras. Pero se permite dudar, por ejemplo, sobre aquello que movilizó a su padre poniendo en peligro sus propias vidas. Sin embargo, por momentos su rigidez cae a pedazos, como cuando visita el centro de detención donde Sami fue visto por última vez o el Parque de la Memoria, con aquel avión atravesando en primer plano la imagen y el escalofrío que siempre corre al pensar en los vuelos de la muerte. Mariano no es de aquí ni es de allá, y esa dicotomía es un punto fuerte del documental. El exilio en su pre-adolescencia, el abandono de su familia paterna por miedo, el ocultamiento del que es parte por una condición que es ajena a sus actos. Una sensación que escapa al contexto político que por lo general le adjudican, ya que habla del ser abandonado como una analogía en pequeña escala del desentendimiento general sobre los secuestros y desapariciones de aquella época funesta. “Dejen de llamar, nos ponen en peligro” en el pasado o “entraba en las generales de la ley de ese período” en el presente son frases que escuchamos en el documental, pero que también conocemos diariamente por quienes aún siguen negando la historia. Las entrevistas que realizan alternativamente Shlomo y Mariano tienen un valor diferenciado, aunque en su totalidad son contundentes. Por un lado los relatos plagados de evasivas de la familia Slutzky, por otro las crónicas de los militantes, compañeros y allegados que verifican que lo acontecido fue de una crueldad sin límites y totalmente en vano. Pero hay referencias que son categóricas, como una de las únicas fotos donde aparece Sami en un álbum familiar: en el compromiso de los padres de Sholmo (esas viejas postales donde los abuelos nos mostraban a nuestros padres jóvenes entre una multitud de primos), aparece su cuerpo cortado por la mitad. Si uno estuviera ante una ficción, podrían pensarse varias teorías acerca de lo que el director pretendió mostrar. Pero ante la realidad las posibilidades son muchas. Puede significar, predestinar o evidenciar, pero en definitiva, no deja de ser un trozo de vida registrado. Este y otros detalles van hilvanando el relato, porque los hallazgos completan una historia que los Slutzky parecen haber querido recortar. Las violencia ejercida por los representantes de la última dictadura militar generó miles de historias que deben ser narradas y allí el cine es el medio ideal. Pasados ya más de cuarenta años de comenzada la persecución que además de desaparecer personas, con todo el peso de esta palabra, destrozó familias enteras (y puso en evidencia otras), sigue y seguirá habiendo heridas sin cerrarse, sobretodo hechos sin contar o que no podrán ser contados. El juicio, el encuentro con su primo segundo y la placa conmemorativa fueron hechos tardíos para Mariano, sin embargo el momento del estreno cinematográfico de su historia es exacto, ya que en la actualidad se vuelve indispensable plasmar lo ocurrido. Nunca es tarde para que haya justicia, para rearmar una familia con las generaciones futuras, para hacer memoria.
Hay deudas familiares. Todos tenemos una. Y otros las tienen con nosotros. El titulo del filme, alude irónicamente a ellas, En este caso, el director Shlomo Slutzky que con Daniel Burak dirigió la película se propuso saldar algo que pasó hace mas de 40 años con gente de su familia. El primo hermano de su padre, el endocrinólogo, Samuel Slutzky, militante peronista, médico de campo de un grupo guerrillero en Taco Ralo, Tucumán, fue preso en 1968 y 1973, siendo secuestrado en 1977, torturado en el sitio denominado La Cacha y desaparecido durante el período del Proceso. Hasta aquí los hechos. Dos criaturas, hijos de Samuel, fueron testigos del secuestro, Mariano y Alejandra, la pequeña de un año y medio y el niño, alumno de la escuela primaria. Posteriormente los chicos son llevados a Holanda con su madrastra en calidad de niños refugiados siendo ayudados por Amnistia Internacional. Allí se criaron y recibieron becas para sus estudios. Los parientes de Buenos Aires, da a entender el filme, se desentendieron de ellos, más allá de algún tipo de ayuda monetaria a la que se alude en la película. Y aquí está esa "culpa" a la que remite el director de la película y que intenta saldar acompañando a aquel testigo del secuestro, ya adulto, su pariente directo, Mariano Slutzky, ahora periodista en Holanda. Shlomo, co- director del filme, con su cámara, acompaña a Mariano en el juicio a los asesinos, asiste a la noticia sobre un sospechoso de complicidad con el asesinato, refugiado en Israel y al enfrentamiento con los propios parientes de aquel chico que se consideró dejado a su suerte por los que compartían con él hasta su propia sangre. En este último punto reside la originalidad del filme. Todo lo que hace a los sucesos relacionados con juicios a represores del proceso del 76 han sido presentados en numerosas películas que aluden al tema de la memoria. Pero el enfrentamiento con parientes por culpas pendientes, que la mayoría atribuye al miedo por lo que podía ocurrirles a ellos mismos y su familia, replantea un tema tan ríspido como el de la responsabilidad de un hombre en épocas conflictivas. TIEMPO DE GRIETAS A través del filme, con una cámara inquieta, que no sólo investiga a través de expedientes, sentencias, fotos fijas, citaciones, diarios y revistas, el espectador participa de juicios y homenajes a los que ya no están (escenas en el Parque de la Memoria y en la ciudad de La Plata) y a los reencuentros familiares que pocas veces trasuntan la calidez e integración a la que el director dice aspirar. Hay desconfianza en Mariano, aquel testigo-niño de la tragedia, que trata una y otra vez de indagar más allá del abandono en tierra extraña, cómo era su padre al que no alcanzó a conocer lo suficiente. Filme que muestra que las grietas no son solamente actuales, que existen una serie de situaciones no resueltas en la vida argentina y especialmente en la vida diaria, en el seno familiar, campo de batalla virgen donde muchas cosas no fueron dichas. De muchos de esos ocultamientos, silencios y temores habla este filme.
Durante uno de los períodos más conflictivos a nivel social y político que aquejaron a los argentinos, a fines de los años ´60 y principios de los ´70, hubo personas de distinto estrato social y económico que no quería ni aceptaba a los gobernantes de turno. Añoraban al General Perón, querían su vuelta al país para que haya paz y felicidad de una buena vez. Aunque para lograrlo debían armarse de forma ilegal e integrar distintas agrupaciones con ese objetivo común. Entre todos esos ellos se encontraba Samuel Slutzky, un médico, casado, con dos hijos, que tenía la imperiosa necesidad de ser un revolucionario. En 1977 es secuestrado de su casa en La Plata y lo llevaron al centro de detención clandestino llamado “La Cacha”, donde lo torturan y muere. Sus restos nunca fueron encontrados. Los directores de este documental, Sergio Slutzky y Daniel Burak, siguen desde el año 2011 hasta 2016 a un personaje singular y carismático que, después de tanto tiempo transcurrido, aún conserva el dolor y la bronca por lo sucedido. Ese es Mariano, hijo del médico desaparecido. Sergio a través de una red social encontró a Mariano, que es un periodista itinerante, porque comparten el mismo apellido. Son primos, pero no sabía ninguno de la existencia del otro. Con estos datos, deciden hacer el film donde Sergio además de co-dirigir, se coloca frente a cámara para acompañar a su primo en busca de la verdad y justicia. Este proyecto cinematográfico es una aventura en sí misma, porque Sergio vive en Israel y Mariano en Holanda. La producción se trasladó hacia esos países para registrar el periplo y también los hechos en la Argentina. Lo original de esta película no es la realización en sí misma, que conserva los cánones tradicionales de relato, con entrevistas cara a cara, generalmente sentados, y con alguna musiquita ambientando momentos tristes, sino que detrás de la historia principal hay otras historias que, para el protagonista, son tanto, o tal vez, más duras y dramáticas de soportar, por la no relación con su familia, el exilio, la crianza durante la adolescencia junto a su hermana, en hogares adoptivos, etc. Pero, pese a todos los avatares sufridos por los hermanos, ellos consideran a su padre como un héroe. El documental mantiene durante todo el tiempo el mismo tono y ritmo interno, toqueteando en ciertas ocasiones, con momentos emotivos, pero que son controlados para que no desborden, porque Mariano tiene varias heridas abiertas que desea cerrarlas de una vez. Va de a poco, pero con decisión. Se siente seguro de hacerlo. Algo de eso pudimos apreciarlo en esta realización. Todavía le falta, tiene que sortear varias sorpresas más, pero va por el buen camino.
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