La fuerza del amor, aunque sus protagonistas sean personas adolescentes, es el principal mensaje que transmite esta interesante película argentina, que triunfa gracias a su muy bien lograda química entre personajes, a sus correctas actuaciones y a su humor, que poco a poco va apareciendo en el relato.
Cruzada contra el amor Hay veces que una sola escena basta para comprender ante qué tipo de propuesta nos encontramos como espectadores. Dulce de leche nos ahorra varios pasos y desde los primeros fotogramas (en donde encontramos bellas imágenes de un río y unos jovencitos acartonados charlando tonterías) nos muestra un filme que puede llegar a ser apreciado desde su estética, pero jamás desde sus personajes y, por ende, de su historia...
El primer amor, el mismo dolor Dulce de leche (2011), la nueva película del realizador Mariano Galperín (El delantal de Lili, 2004), radica en la relación amorosa que entablan dos adolescentes interpretados por Ailín Salas y Camilo Cuello Vitale. En Dulce de leche Luis y Anita van conociéndose mientras viven un intenso romance adolescente. La vida en el pueblo es bastante abúlica y ellos la ven pasar entre besos, caricias y dulce de leche. Galperín trabaja la película a través de una serie de códigos que quedan de manifiesto ni bien se produce el primer cruce entre los dos personajes. La química entre ambos es tan creíble y mágica que resulta imposible no creerse lo que la historia cuenta y como la actúan. Dulce de leche funciona como una película de iniciación en la que los personajes irán creciendo a medida que el relato avance y la historia se vaya complicando, aunque siempre sin perder el humor y la ironía que le imprime la frescura de ser joven y rebelde. El autor retrata con maestría ese mundo de cambios y conflictos, en donde el choque generacional es imposible de evitar y los adultos pasan a ser los malvados de la historia, pero siempre desde el punto de vista de los jóvenes. Más allá de ciertos subrayados innecesarios –el fotograma final es uno de ellos-, Dulce de leche es una apuesta libre de prejuicios sobre los inicios en el amor y ese pasaje tan difícil que es convertirse en adulto. Con muy buenos resultados técnicos, narrativos y actorales se construye un fresco sobre la adolescencia de hoy desde la inocencia, el amor y el sabor del dulce de leche.
Son amores... Historia de amor adolescente a-la-Melody, con la hermosa y talentosa Ailín Salas (por lejos, lo mejor del film) y Camilo Cuello Vitale como protagonistas, que describe con una mirada inocente, casi naïf, el despertar sexual, el relato de iniciación y la dinámica conservadora de pueblo. El relato transita una medianía relativamente atractiva hasta que, sobre el final, la ingenuidad desaparece y sobrevienen la represión (institucional, familiar, escolar), los elementos trágicos, los golpes de efecto (golpes bajos), el subrayado y el discurso moralizador. Una pena porque en el planteo inicial había varios elementos de interés con una puesta en escena y un tono bastante atractivos.
Acercarse a una propuesta de cine nacional es una navaja de doble filo; podemos encontrar las películas que no llaman la atención pero que el boca a boca las hace funcionar y generan un movimiento importante de espectadores, pero también aquellas entre las que se cuenta Dulce de Leche, una clase de producciones con ínfimo presupuesto y de historia minimalista al extremo, que no produce absolutamente nada en quien la ve. Si nos fijamos con detenimiento en el argumento que presenta, no es muy diferente a la trágica historia de amor que se viene interpretando desde Romeo y Julieta: dos enamorados que luchan frente a las adversidades de la vida cotidiana. El director Mariano Galperin podrá ponerle un poco de chispa con diferentes escenas bien costumbristas, representativas de los pueblos del interior de Buenos Aires, pero ahí se termina el aspecto innovador de la misma. Los conflictos con los que se ve enfrentada la dulce pareja atrasan y se sienten vacíos, carentes de importancia; incluso hasta las facciones de amigos tanto de él como de ella no tienen un peso fluctuante en el desarrollo, al contrario, pasan mas tiempo como amigos que como enemigos de ellos. Lo que es más importante, Dulce de Leche aburre. Acusa 80 minutos de metraje, pero realmente pesa. Ni siquiera el carisma de los jóvenes puede subsanar los hoyos de una trama repetitiva y esquemática, que no sabe para adonde apuntar. Camilo Cuello Vitale le aporta sentimiento y picardía a su enamoradizo personaje, mientras que la hermosa sonrisa de Ailín Salas se queda en eso, una cara bonita que poco y nada de dinamismo tiene que ofrecer al dúo. El elenco secundario sostiene bastante a los protagonistas, con una Florencia Raggi amable e histriónica y un Luis Ziembrowski parco y en forma, pero no mucho más se puede sacar en concreto del elenco. Dulce de Leche es cine argentino que atrasa. En vez de arriesgarse con una propuesta interesante, Galperin y compañía juegan sobre terreno seguro y fallan miserablemente. Que sirva como lección para la próxima.
Pegoteados Valga el uso de la analogía para seguir el correlato de esta película del director Mariano Galperin, Dulce de leche, ganadora del premio Moviecity en el festival de Mar del Plata el año pasado y que cuenta con los protagónicos de Ailín Salas y Camilo Cuello Vitale, quienes componen una pareja de adolescentes en tránsito de enamoramiento y dispuestos a ir hasta el fondo cuando las adversidades se presentan tanto por la presión de los padres de ambos como por los prejuicios de un pequeño pueblo al que se debe sumar la necesidad de todo adolescente en etapa de despertar sexual. El amor es como el dulce de leche: todos lo rechazamos porque engorda pero nadie puede dejar de comerlo. Así como cada beso no es igual a otro; cada cucharada de este elixir es diferente y la acumulación provoca adicción dejándose de lado todo aquello que no se circunscribe al placer de empalagarse con ese sabor. Su principal atributo es que su consistencia se vuelve pegajosa, del mismo modo que el enamoramiento en su primera etapa cuando los enamorados no pueden despegarse ni un segundo uno del otro y sufren si es que algo irrumpe en ese idilio al que nadie tiene permitido entrar. La sensación de enamoramiento irrefrenable que transmite el film es el principal mérito que hace creíble la historia de Luis y Anita. Llegado a Ramallo desde Buenos Aires a pasar una temporada junto a su madre (Florencia Raggi) y a su nueva pareja (Martín Pavlovsky), el muchacho pasa sus horas inmerso en los videojuegos o en charlas intrascendentes con su amigo Pedro hasta que por azar mira por primera vez a Anita (Ailín Salas) y desde ese instante, cautivado por su luminosa sonrisa, queda absolutamente enamorado a pesar que su amigo Pedro también tiene interés en la chica. El galanteo de Luis es rápidamente aceptado por ella y de inmediato correspondido en una sumatoria de encuentros (furtivos, clandestinos, como debe ser) donde la intimidad de ambos se preserva ante cualquier amenaza externa pero a medida que avanza el romance y tras los cambios de conducta manifestados en el entorno todo se vuelve cuesta arriba como parte del típico derrotero de la amarga adolescencia y de la sensación de que el mundo en su conjunto conspira contra la felicidad de aquellos que pretenden enamorarse, ya sean padres incomprensivos, amigos envidiosos, o el propio sentido común que ante la irracionalidad y la fantasía expone con dureza los límites de la realidad. Dulce de leche aborda de manera ortodoxa el conflicto de la adolescencia en el mundo adulto sin una bajada de línea moralista pero al exponer de manera consciente ese pequeño universo idílico de los enamorados también contrapone el no tan idílico universo del mundo real, con sus dobleces e imperfecciones, sin huir al dolor del crecimiento; a la frustración pero manifestando siempre que toda decisión acarrea responsabilidades y consecuencias, más allá de estar preparado o no para asumirlas. El quinto opus de Mariano Galperín (debutó en 1995 con 1000 Boomerangs) es una película bella en cuanto a su estética visual pero presenta falencias en el guión y más que nada en los diálogos al transitar por lugares comunes o redundantes. Tampoco la ayuda la inserción del humor porque le altera el tono al relato. Sin embargo, el único motivo por el cual fluye y funciona como historia de amor de adolescentes se debe pura y exclusivamente a la química de la pareja, con una Ailín Salas que transmite mucho más desde su rostro, desde su silencio y misterio que en los momentos donde trata de imprimirle ciertos matices a las palabras. En resumen, Mariano Galperín logra construir un retrato bastante verosímil de la adolescencia con imágenes poéticas aceptables, un elenco sólido y una historia con voz propia a pesar de los lugares comunes.
Mi primer beso La iniciación en el amor es troncal en la nueva película de Mariano Galperín, cineasta pero también director de videoclips de estrellas del rock, de Charly a Soda Stereo. El director de El delantal de Lili es afortunadamente inclasificable, ya que puede contar una historia truculenta como la de Chicos ricos y otra que es casi la antítesis como esta Dulce de leche , por momentos dulzona, pero llegando a su desenlace, bravita. Los protagonistas son Lucho (Camilo Cuello Vitale) y Ana (Ailin Salas). El recala en Ramallo para vivir con su madre (Florencia Raggi) luego de hacerlo con su padre en Buenos Aires. Y de pasear en bicicleta con su amigo Pedro pasa a noviar con Ana, a quien Pedro le echó el ojo -sólo el ojo- primero. Lucho la conoció sin saber que era la chica de los sueños de su amigo, así que todo marcha bien, con los jugueteos de la adolescencia, hasta que los mayores se meten en el medio. Luis Ziembrowsky es el padre comprensivo, de entrada, de Ana, y esa confrontación generacional, el espectador intuye, va a estallar en cualquier instante. Como la decisión que se debe tomar aproximándose al final, que deja bien en claro las hipocresías y el alma más pura de unos y otros, y que, ya se sabe, el dulce pueda ser amargo si no se lo sabe cocinar a la temperatura adecuada. Ailin Salas demuestra que está para más.
Genuino amor adolescente El amor adolescente tiene una conexión especial con el cine (y con el rock y con la literatura). Bien tratado, rinde frutos de emoción tal vez fugaz pero genuina. Las claves pueden estar en la belleza, en la fotogenia, en la verosimilitud de los enamorados y en la descripción de su ambiente. El director Mariano Galperín tiene una carrera errática y bastante insólita para el cine argentino, pero hasta en Chicos ricos (2000), su película más maltratada -y que no carecía de atractivos, tal vez demenciales, se notaba algo genuino, algo que estaba fuera de la pose, de los caminos seguros y prefabricados que el cine contemporáneo ofrece a los cineastas que le temen al error. No hay displicencia y anemia en el acercamiento de Galperín a sus temas, a los diferentes estilos y ritmos con los que ha trabajado. No se percibe miedo a equivocarse, por eso no hay parálisis: Galperín hace películas que parecen decir "esto es lo que quiero hacer hoy". Y esa asertividad se suele transmitir al relato. En Dulce de leche acierta en algunos aspectos clave: la muy joven Ailín Salas ( La sangre brota, Abrir puertas y ventanas , entre muchas otras) es evidentemente una de las mayores novedades actorales del cine argentino reciente. De especial fotogenia y sonrisa cautivadora, Salas hace algo más que "actuar bien": es una presencia fuerte, de esas que parecen haber nacido para el cine, y que contagia y mejora a los otros actores. Tanto es así que Camilo Cuello Vitale (Luis), de actuación errática y de énfasis oscilante en los primeros minutos, se enciende cuando está junto a Salas (Anita). En cuanto se forma la pareja, la película galvaniza la energía que venía presentando en forma dispersa. Ya no importan tanto los desniveles actorales, algunos diálogos forzados, las situaciones con herrumbre (el accidente de skate del amigo seguido de la confesión, por ejemplo). Luis y Anita, su amor y el paisaje del campo y el pueblo de Ramallo se combinan con energía -y con buenos encuadres, y con luz que busca nitidez en el color para resaltar flores, río y pasto, y con un montaje que sabe de ritmo genérico-para que se reduzca un poco la distancia con la película inspiradora de Dulce de leche : Melody (1971), de Waris Hussein, con música de los Bee Gees. Otro acierto de Dulce de leche es no convertir a los adultos en villanos, y otro es la presencia de Martín Pavlovsky, que en una industria cinematográfica en serio podría ser uno de esos secundarios confiables, nobles. Cuando Luis y Anita combaten contra los límites de los adultos (mejor dicho, los esquivan), Dulce de leche fluye y se escapa de las otras probables inspiraciones -o inevitables comparaciones-, las series Pelito y Clave de sol . Pero sobre el final, como si fuera obligatorio incluir un "conflicto fuerte" para llegar a un cierre en el que se eleva el tono, la película tropieza un poco y pierde parte de su encanto, ganado a fuerza de los méritos ya apuntados y de una ternura no demasiado frecuente en el cine argentino.
Es la mejor época de la vida Humor, ingenuidad, travesuras típicas de la adolescencia, son partes de este filme, con muy buena música y fotografía. Una lírica mirada sobre la adolescencia es la que se propuso dar Mariano Galperín en este filme sobre dos adolescentes, que se enamoran, en una pequeña ciudad del interior. La inocencia, la ingenuidad, la incomprensión de lo adultos, son parte de esta visión idílica, en la que lo más destacable son las actuaciones de Ailín Salas y Camilo Cuello Vitale, en los papeles de Ana y Luis. Desde el guión Galperín y Martín Greco, hilvanan un filme casi obvio dentro de su problemática, en la que todo se desliza por cánones comunes, sin sorpresas: hay dos compañeros de colegio que se enamoran, un amigo que también está interesado en la chica, los jóvenes viven su primera noche de amor, los padres se oponen y surge un conflicto, que intenta separarlos. Pero como en una fantasía romántica, el final parece extraído de un filme de los "60. El director ha dicho que "Dulce de leche" está inspirada en "Melody", la película de aquella época de Ken Russell. "Dulce de leche" es la tradicional confitura argentina que hace la abuela de la protagonista, una bellísima Ailín Salas, quien como Ana, está más dispuesta a llevar adelante sus planes en relación con Luis (Camilo Cuello Vitale), el novio. Humor, ingenuidad, travesuras típicas de la adolescencia, son partes de este filme, con muy buena música y fotografía.
Sencillo romance destinado al público adolescente Mariano Galperín, fotógrafo y cineasta, va probando diversos géneros y riesgos. A primera vista, sus películas no se parecen entre sí. Pero, en todo caso, ni el chichoneo blanco y negro de «Mil boomerangs», la acción truculenta de «Chicos ricos», ni el grotesco de «El delantal de Lili» permitían imaginar este «Dulce de leche». Que se parece bastante al dulce de leche: bien representativo de nuestros gustos, sencillo de hacer, difícil de rechazar, y tan propio de la cocina que su presencia nos resulta lógica. Pero hay que saber hacerlo. Y paladearlo sin relajarse. Lo que vemos es así, una historia sencilla de un simple enamoramiento entre adolescentes de algún pueblo rodeado de campo chato y tranquilo. Pero ya se sabe que el primer amor nunca es simple, y cuando acontece nada queda tranquilo. Peor aún si se pretende separar a los enamorados. La directora, los padres, representan la incomprensión y represión, así lo sienten los chicos. No es cuestión de exagerar, por supuesto, comprenderemos luego al ver un padre que se hace el antipático pero también puede hacer (un poquito) la vista gorda. En todo caso, la atracción, el esfuerzo de seducción, la emoción de los primeros descubrimientos, la aflicción al ver el bien negado, la lucha por recuperarlo, son etapas que los protagonistas irán transitando, para deleite y complicidad del público adolescente al que aspira la obra. Los intérpretes son Ailín Salas, bonita, natural, y Camilo Cuello Vitale, jugando adecuadamente la figura del héroe desgarbado. Sus escenas de amor resultan creíbles, con química, como se dice, y también con delicadeza. El propio director ha participado en la fotografía. Del resto, también hay actuaciones naturales, un interior de provincia reconocible, y, medio básico pero logrado, un capítulo final de carreras, persecuciones, y decisiones firmes. No es un detalle menor, que la decisión más urgente vaya en contra del deseo de los padres, pero también en contra de lo que hoy suponen ciertos sectores progres, ajenos al amor adolescente. Marcos Rauch, Naiara Awada, y otros chicos completan el elenco juvenil. Luis Ziembrowski, Paula Ituriza, Florencia Raggi, Vivi Tellas, Martín Pavlovsky, el equipo de los veteranos. Duración: 86 minutos. Rodado sin créditos del Instituto.
Debo confesarlo de entrada, fui a ver "Dulce de Leche" con la esperanza de cruzarme con una película sencillamente bizarra, encontrarme con otras de esas películas que a todos nos gusta destrozar. Al igual que sucedía hace unas semanas con "Un amor de película" (de Diego Musiak); Mariano Galperín es uno de esos directores... digamos polémicos, que sujelen llamar la atención no por la escelsa calidad de su trabajo; veamos, es el director de "Chicos Ricos", "1000 búmerangs" (¿alguien se acuerda de esa “aventura” de Los Cadillacs en una casa quinta?) y El Delantal de Lili, casi venía con un extraño record. Punto, basta de pegarle a Galperín, para mi sorpresa, "Dulce de Leche" está lejos de lo que me esperaba, es un film convencional, agradable (hasta un momento), del cual salí bastante conforme pero no por las razones que creía (lo aclaro, soy amante de las películas malas). Estamos frente a un bella historia de amor iniciático, adolescente. Lucho (Camilo Vitale) es un adolescente que se muda de Buenos Aires a Ramallo para encontrarse con su madre (Florencia Raggi), ahí hace buenos amigas con Pedro (Marcos Rauch), pero también con Anita (Ailin Salas) con la que pronto comenzará un idílico romance... aunque Pedro también se fijo (primero) en ella, y sí, el pibe está medio obsesionado. En un principio todo marcha sobre ruedas, pero ya sabemos: el amor adolescente y la imcomprensión del mundo adulto; los mayores (falta Luis Ziembrowski como el padre de Ana que de primeras parece macanudo, pero...) se van a oponer, y los tortolitos van a defender su amor hasta lo inimaginable. Todo hasta una vuelta de tuerca que quita de un borrón lo idílico y lo vuelve algo oscuro. Galperín cuenta la historia con idas y vueltas, lo hace con la ayuda de un lindo escenario campestre; y aunque adquiere el clima correcto para estos films rurales, no e olvida del todo de su pasado videoclipero y le otorga cierto ritmo y una fotografía adecuada. La película está destinada a un público entre adolescente y joven, que serán quienes se sientan identificados con la parejita; aunque el público general adepto a las historias edulcoradas (repito, hasta un momento en que las cosas se retuercen) no la va a pasar mal. Por otro lado, un agregado de humor en medio del drama ayuda a descontracturar. En cierta forma, la película peca de tener un estilo algo televisivo, casi de abusar de su simpleza; pero encuentra en los rubros actorales grandes hallazgos. En un tono en general pasable (algunos sobreactúan), es Ailin Salas quien se luce como Anita; esta joven actriz está aún dando sus primeros pasos, pero cada uno es más fuerte que el otro (recordar sus intervenciones sobresalientes en Televisión ara la inclusión y En Terapia); se le augura un gran futuro. La química que logra con Camilo Vitale es más que creíble, y se transforma en el motor del film, lo que hace que uno se sienta cómodo frente a la pantalla. Dulce de leche es una película para corazones sensibles, llena de buenas intenciones, de amor puro, real, y de decisiones difíciles, de esas que uno debe tomar cuando ama profundamente a alguien. Mariano Galperín sorprende realmente con este film, no llega a ser una obra perfecta, ni siquiera extremadamente buena, es un film correcto, entretenido, con pocas pretensiones y de resultados modestos. Con eso sólo le alcanza para que sea el mejor trabajo de su carrera cinematográfica, esperemos que siga por este rumbo.
Si Melody hizo de la clásica oposición entre romanticismo adolescente y represión del mundo adulto un paradigma tan naïf como perdurable, el nuevo opus del director de Chicos ricos va en esa misma dirección pero con una loable impronta provinciana. En los años ’70, en sintonía con el espíritu de rebeldía de la época, Melody hizo de la clásica oposición entre romanticismo adolescente y represión del mundo adulto un paradigma tan naïf como perdurable. Tanto, que de allí en más se hizo difícil leer hasta las obras de autores con marca registrada (ver si no el caso de Wes Anderson y su reciente y memorable Moonrise Kingdom) si no es en referencia a ella. Algo semejante sucede con Dulce de leche, nuevo opus del prolífico y mudable Mariano Galperin, capaz de pasar del nadismo cool de 1000 boomerangs (1994) a la provocación de Chicos ricos (2000) o El delantal de Lili (2004), de allí al sobrio minimalismo de Futuro perfecto (2008) y, ahora, a lo que podría denominarse neomelodysmo litoraleño tardío. A pesar de lo que lo abstruso de la definición podría hacer sospechar, Dulce de leche es un film loable, por razones que enseguida se verán. Para que una fábula sobre amores adolescentes funcione es necesario creer en ella. Para creer en ella hay que ponerse en el lugar de los enamorados. Eso es lo que hace Galperin en Dulce de leche. Ubicada en algún paraje indeterminado del litoral argentino (¿o será la zona pampeana?), hasta tal punto se identifica el film con los protagonistas que el propio paisaje, la meteorología, el entorno, parecen producidos por sus estados de ánimo. Como la tradición romántica indica, por otra parte. Un gran espacio abierto, el pleno sol de la media tarde, campo, árboles y un río expresan, en el plano de apertura, la amistad de Luis (excelente Camilo Cuello Vitale) y Pedro (Marcos Rauch). Amistad que parecería tener todo el futuro por delante. Más tarde habrá un encuentro en un campo de girasoles, el amor en medio de una tormenta, paseos en moto con viento en contra, fugas amorosas a casas okupadas, el escape final en un destartalado Renault Gordini. ¿Todo eso, entre Luis y Pedro? No, Dulce de leche no apuesta a la provocación sino al naïf absoluto: la historia de amor es entre Luis y Ana. Ana es Ailín Salas, la mejor elección posible para un amor a primera vista. Y eso es lo que sienten, claro, Luis y Pedro cuando la conocen: la primera amistad se termina cuando llega el primer amor. Dos grandes momentos de Dulce de leche, ambos con la magnética Salas como musa. Su primera aparición es a través de los ojos de Luis, que la ve justo cuando le están sacando una foto: corte y brusco primer plano de Ailín, iluminada por la luz del flash. Todo un flash para Luis. El otro momento es casi porno, con Ana hundiendo su dedo índice en un tarro de dulce de leche y dándoselo de chupar a Luis. Que esa sea la escena más gráfica de Dulce de leche en términos sexuales confirma la alianza de Galperin con sus protagonistas. Que hacen el amor, sí, pero a escondidas: la cámara respeta su pudor. Por el mismo motivo, todos los clichés románticos mencionados más arriba (los girasoles, el abrazo a la carrera, el amor en la tormenta) no son clichés, sino románticos. ¿Cómo se vive si no el primer amor? ¿Que ya no se vive así, a esta altura del siglo XXI? Depende dónde. Tal vez no en la ciudad, pero Dulce de leche transcurre en el campo. En el mismo sentido debe leerse la “subversión” de intoxicar a la directora de la escuela (Vivi Tellas) con unos honguitos que la hacen decir huevadas: desde una mirada adulta, la escena puede parecer una pavada. Pero no es una mirada adulta la que la ve. De la luminosidad (una luminosidad que es no sólo visual y emocional sino musical, gracias a los servicios de Fabián Picciano) se pasa al enrarecimiento, cuando la guerra entre libertad adolescente y mundo adulto queda declarada. ¿Una guerra maniquea, demodé quizás? También en ese punto convendría ir más allá del porteñocentrismo, y pensar si es tan inconcebible que en un pueblo chico se denuncie a un par de alumnos porque están llevando una vida semimarital, o que se los expulse si intoxican con hongos a la directora. O que sus padres (Luis Ziembrowski y Paula Ituriza de un lado, Florencia Raggi y Martín Pavlovsky del otro) quieran separarlos para siempre. Algo más inconcebible es la posibilidad de la fuga. Pero Dulce de leche no aspira al realismo sino a la fábula, el cuento de hadas adolescente. Como Melody.
El primer amor, la rebeldía, la poca contención y un desenlace inesperado. Esta es la quinta película de este director (El delantal de Lili, Futuro perfecto y Chicos ricos), los protagonistas son: Camilo Cuello Vitale (Ultimas vacaciones en familia; El mural; Las viudas de los jueves) y Ailin Salas (La mosca en la ceniza, El niño pez, XXY, La sangre brota). Este film ganó el premio MovieCity, a mejor película Argentina, en el 26º Festival Internacional de cine de Mar del Plata. Esta es la historia de amor entre jóvenes adolescentes. Luis (Camilo Cuello Vitale), vivió algunos años con su padre, ahora vuelve a su pueblo natal y se instala con su madre (Florencia Raggi) durante sus horas libres anda en bici y hace skate, y con su amigo es Pedro (Marcos Rauch). Intercala su tiempo ayudando a su mamá en su trabajo alquilando algunas casas de la zona, comienzan las clases es ahí cuando conoce a Anita (Ailín Salas), entre risas, paseos, coqueteos y el dulce de leche que hace la abuela de ella, nace ese amor adolescente el primero para ambos, tierno, frágil e inexperto. Ellos tienen unos catorce años eso no importa porque su amor va creciendo intensamente, van cometiendo en cada uno de esos encuentros algunas locuras, pero comienzan los celos de amigas, amigos ofendidos, vecinos chusmas y familiares que los ven demasiado jóvenes. El amor entre Anita y Luis, se pasa de la raya y sus padres y directivos del colegio les prohíbe que se sigan viendo, hasta surge la idea que Luis vuelva con su padre a Buenos aires, pero como dice parte de un tema musical “pero el amor es más fuerte”, ese amor es como el título del film un “Dulce de leche”, entre corridas, llantos y la complicidad de sus amigos, todas las situaciones se encuentran rodeadas por un paisaje bien campestre. Están presentes las oposiciones entre los padres, maestros, directores, amigos, compañeros, parejas, pero todos ellos no supieron contener a la joven pareja adolescente, y el mundo de ellos se ven entorpecidos por algo inesperado, una pena algunas actuaciones poco aprovechadas, tiene varios toques interesantes, pero no están demasiado explotados.
Diez estrenos un jueves es, claramente, un número inusual. Raro. Y vienen varios más. ¿Cual es este apuro? ¿Cómo se miden las chances reales de éxito por parte del público? Teniendo conocimiento de la causa, uno podría entender que después de los créditos y subsidios es hora de recaudar para recuperar lo invertido. Sí, ya sé... hay miles de "peros" Este es sólo uno de los numerosos puntos de vista que se pueden tener sobre la producción nacional, y la intención de parcializarlo en estas líneas es simplemente para comparar esto con la aguja en el pajar. Entre tanta oferta se diluye la calidad y el público se puede perder las oportunidades. “Dulce de leche” es un ejemplo. La película de Mariano Galperín es interesante por partida doble. Por un lado, porque logra esquivar de modo original lo que a priori podría suponer una historia previsible sobre la amistad y el descubrimiento del amor en el conflictivo pasaje de la pubertad a la adolescencia. Por el otro, porque cuando uno se define como espectador el hecho de elegir ver algo cuyo título tiene más en contra que a favor puede deparar en una agradable sorpresa. Entre Luis (Camilo Cuello Vitale) y Ana (Ailín Salas) se trazará una narración cuyo eje principal pasa por los viejos axiomas del cine romántico del descubrimiento del amor. Pero la cosa no es tan simple en términos cinematográficos. Si hoy se estrenara “Melody” (1965) sería un bodrio, por lo que una mejor referencia sería “Mi primer beso” (1992). Por esta razón elijo no adelantar absolutamente nada de la trama. El espectador que lea estas líneas y vaya al cine me lo agradecerá, le guste o no la película. En todo caso puedo decir que el camino se bifurca en un momento en que parecía que los padres estaban ausentes del relato, ahí es donde el dulce se vuelve agrio, genera climas y propone a la platea pensar en algo que no se esperaba. Mariano Galperín logra plantar la situación apoyándose en una sólida dirección de actores jóvenes (tarea difícil en nuestro medio), pero más que nada en una idea clara. Al término de “Dulce de leche” nadie podrá alegar haber visto un relato errático. Es un caso en el que deberá consultar la disponibilidad de horarios y salas. Esta vez puede que valga la pena.
La pureza y la inocencia del primer amor Luis después de vivir algunos años con su padre en Buenos Aires vuelve a vivir a Ramallo con su madre y su nueva pareja. Allí, mientras cursa el 4º año, conocerá a Ana, una chica del lugar de la cual se enamora. Luis no sabe que Ana vez le gusta a su mejor amigo, por eso es que avanza y comenzaran una relación. Luis y Ana al principio tendrán la comprensión de sus padres, pero también les quita tiempo de estudios el cual lo pasan juntos demostrándose su amor. Allí los padres empezaran a mostrar sus verdaderos sentimientos sobre la relación e incluso el padre de Ana, el más comprensivo, tomara decisiones que disgustaran a su hija. Como se verá “Dulce de Leche” es la historia de un amor adolescente, ese amor que se han visto en tantas películas y que aquí se sitúa en un pueblo del gran Buenos Aires. Mariano Galperín en comparación con su primer (más que fallido) film, “Chicos Ricos” donde contaba relaciones carnales más que amorosas, aquí se mete de lleno en este film en contar una historia naif, pero no por eso aburrida, ni superficial. La experiencia de Galperín en video clips da cuenta del muy buen ritmo del film, el cual no tiene altibajos, más allá de algunas escenas un poco largas. Se nota que el director ha tiene cierto manejo en problemática adolescente ya que refleja muy bien los sentimientos y las acciones ha tomar por los mismos. Las actuaciones de los protagonistas es muy buena, tanto las de Ailín Salas y Camilo Cuello Vitale (Ana y Luis) como las de los coprotagonistas Marcos Rauch y Naiara Awada (Pedro y Sole) son muy buenas y presentan jóvenes con gran futuro en el medio. El film también por el tema tratado en sus últimos 15 minutos , los cuales no vamos a contar aquí, plantea un tema que, más allá de que algunos estemos de acuerdo con lo que la película plantea, llevara a discusión.“Dulce de Leche” es un film sobre el amor inocente y puro sin ser empalagoso.
La fresca adolescencia "Dulce de Leche" es un atractivo film del director Mariano Galperin ("Futuro Perfecto"), que cuenta la historia amorosa de dos adolescentes precoces en un pueblo pintoresco de la Argentina. Este trabajo de Galperin es por sobre todas las cosas, fresco, jovial y entretenido, un trío de factores que le valdrá la simpatía del público espectador que tenga la oportunidad de verla. No hay nada extraño en esta historia, 2 amigos viven diariamente la quietud de su pueblo, dando vueltas por el río, andando en skate, haciendo cosas de amigos, hasta que un día conocen a Anita, una linda chica que llegará para cambiar sus vidas para siempre, sobre todo la de Luis, uno de estos dos jóvenes amigos. Este tipo de interacción amorosa recuerda mucho a otra producción nacional, "Un amor", una excelente película estrenada en 2011 que presentaba una dinámica muy similar, pero con la diferencia de que la historia tiene lugar entre adultos. El guión creo que es consistente, con pocos baches y además tiene un ritmo bastante amigable, lo que hace involucrar un poco más al público. Quizás el punto más flaco esté en el tema de la innovación, ya que la trama no nos trae nada que no hayamos visto ya en la gran pantalla. Los aspectos técnicos particulares de la cinta como esos primeros planos muy bien logrados y el cool soundtrack son buenos pero no alcanzan para ubicarla por encima de otros trabajos del mismo estilo que han tenido mayor repercución. Algo que se puede resaltar es el interés que generan estas historias en las que los protagonistas son adolescentes, por su frescura, rebeldía y por su inocencia, pero por sobre todas las cosas, porque nos remiten a historias propias de la adolescencia. Une peli que seguramente pasará sin mucho ruido por algunas salas de nuestro país como suele suceder con el cine independiente nacional. Si disfrutan de las historias juveniles y bien confeccionadas, recomiendo este trabajo de Mariano Galperín, que más allá de que no nos sorprende con algo nuevo, sabe como contar una historia cotidiana y hacerla interesante.