Olavi Launio (Heikki Nousiainen), un veterano galerista, acude a una subasta de arte en Helsinki, donde descubre una pintura sin firma, pero que él intuye a partir de cierta documentación que podría ser del maestro ruso Ilya Repin y tener por lo tanto un valor muy superior al que se pide. Luego de una larga puja con un comprador ruso, se queda con el cuadro, aunque lo concreto es que no tiene los 10.000 euros que ha ofertado. Tendrá entonces pocas horas para conseguir -como sea, de donde fuere- esa suma. Quien también parece entusiasmarse con la operación y con la obra es su nieto Otto (Amos Brotherus), un joven a quien no ha visto en mucho tiempo. De hecho, el protagonista -arisco, huraño, altanero, gruñón- nunca ha sido muy afecto a la vida familiar y eso ha generado una distancia muy grande de su hija Lea (Pirjo Lonka), quien ha criado sola a Otto en medio de múltiples dificultades y acumula un fuerte resentimiento hacia su padre. La película -algo subrayada y afectada por momentos por un sentimentalismo poco frecuente en el cine finlandés- pendula entre el drama familiar y una suerte de thriller ambientado en el despiadado negocio del arte, donde las trampas, confabulaciones y traiciones están a la orden del día. Este film agridulce, narrado con solvencia en su clasicismo old-fashioned y sostenido por buenas actuaciones, recorre caminos bastante previsibles a la hora de trabajar cuestiones como la culpa, la reconciliación y la redención en medio de fuertes diferencias generacionales, aunque tiene algunos momentos de cierta intensidad psicológica y emocional que la convierten en una propuesta atendible.
Olavi es un viejo galerista de Helsinki siempre atento a descubrir joyas artísticas en subastas para revender en su local. Un día cree estar ante el mayor negocio de su vida: se remata un cuadro anónimo que él le atribuye a un gran maestro ruso y por el que podría obtener una pequeña fortuna. Mientras investiga los asideros de su teoría, reaparecen en su vida su única hija y su nieto, con quienes casi no tiene vínculo. El artista anónimo transita entre el suspenso y el drama. Por un lado, cautiva con su inmersión en el mundillo de las subastas y los comerciantes de arte (llamar marchand a este dueño de un negocio de barrio tal vez sería demasiado pomposo). La película también atrapa con toda la intriga que rodea a ese retrato de un hombre con barba: ¿será una joya desconocida del célebre pintor Iliá Repin o se tratará de una obra más entre tantas? ¿Alguien más comparte las sospechas de Olavi? Pero el finlandés Klaus Härö no quiere limitarse a contar un misterio, sino también hablar de la oportunidad de revancha profesional para un hombre que ve cómo se acerca el final de su vida activa sin grandes logros y con alguna penuria financiera. Antes de jubilarse, el arte puede salvar no sólo su economía, sino también su orgullo y más aún, su vida familiar: casi a su pesar, los cuadros pueden funcionar como un vehículo de acercamiento a ese nieto adolescente al que nunca quiso tratar. La narración se mantiene a flote en tanto y en cuanto es seca, fría y distante como su protagonista. Y se pincha cuando Härö -algo parecido a lo que le ocurría en El esgrimista, de 2015- traiciona el carácter de Olavi para ceder a la tentación de arrancar lágrimas de los ojos del público dándole a la historia una previsible y empalagosa emotividad.
"¿10.000 euros por Ronald McDonald?", le dice el joven Otto a su abuelo Olavi al ver en un museo un payaso, famoso óleo del pintor finlandés Unto Koistinen. Olavi es un viejo galerista que compra en subastas obras menores para luego vender en su negocio hasta que un cuadro lo deslumbra y comienza a investigar si esa obra es en realidad una pintura rusa de valor incalculable. Entretanto, debe lidiar con ese nieto adolescente que es pura rebeldía y una hija que le reprocha su infinita ausencia. Si bien algunas aristas del relato son previsibles, el realizador Klaus Härö entrega una inteligente reflexión sobre la industrialización del arte y los cambios generacionales en la era digital, que distancian los vínculos humanos, pero también la herencia del conocimiento.
Cine finlandés, casi como una curiosidad en nuestra cartelera. Con un director como Klaus Härö, con una guionista como Anna Heinamaa, el mismo equipo de “El esgrimista” nos brindar el retrato de un comerciante de arte, en el fin de su vida, enfrentado a las ventas online que arruinan su negocio de venta en un local a la calle, que sueña con tener el último gran negocio en su vida. Se intuye mas que se muestra que esa actividad le concentró todo en su existencia, que como padre ha sido un reprimido emocional, un ausente. Ese hombre descubre en una vista previa a una subasta un verdadero tesoro, un cuadro puesto como de poco valor, sin firma del autor, que pertenece a un famoso pintor. En sigiloso secreto debe averiguar si su sospecha es cierta, conseguir el dinero para pujar por su compra y lograr venderlo con una gran ganancia. Un objetivo no tan fácil que lo pondrá en contacto con su hija con la que tiene muchas cosas dolorosas pendientes y con su nieto, en quien descubrirá más puntos en común de lo esperaba. Con grandes actores, muy buena dirección de arte y personajes secundarios muy ricos, con una melancolía siempre presente que tiñe todo el recorrido, de la que el espectador se queda con ganas de conocer en profundidad mucho más, es una historia sentimental, sin golpes bajos, que va directo al corazón. El sueño de los débiles que remonta vuelo.
Legado artístico Algunas veces las películas abordan el arte desde la biografía del artista como un ser excepcional, tocado con un don divino (Michelangelo Infinito) o cómo un ser trágico incomprendido en el mundo que le tocó vivir (Van Gogh, en la puerta de la eternidad). El artista anónimo (One Last Deal, 2018) trata sobre las personas de carne y hueso que, de una manera u otra, fueron influenciadas por el arte. Olavi (Heikki Nousiainen) es un veterano vendedor de arte obstinado por una última pintura sin firma de su autor. Mientras se obsesiona con descubrir al artista detrás del cuadro para establecer el valor de mercado, es ayudado por Otto (Amos Brotherus) su nieto de 15 años que necesita calificaciones de un trabajo temporal para su formación. Olavi está distanciado de su hija Lea (Pirjo Lonka) y el vínculo que establece con su nieto a partir de la pintura ayuda a redimir sus errores familiares del pasado. El film de Klaus Haro (El esgrimista) es una historia de personajes. El puntapié a raíz del cuadro es casi una excusa para encontrar –y encontrarnos- con los personajes y sus dilemas existenciales. Tanto la búsqueda del autor detrás del cuadro, como la recaudación del dinero para adquirir la obra en una subasta o la posterior reventa, importan en cuanto afectan el comportamiento de los personajes. Pero una película que habla sobre el arte también lo hace desde su sentido, ya sea a través del aura detrás de la obra o la trascendencia de la misma. El artista anónimo no es la excepción y mediante su relato habla del significado de las pinturas, aquello que las convierten en “valorables” más allá de la cotización del mercado. Porque en la película las pinturas se relacionan con lo que sucede en la trama, la relación entre un viejo con un niño, los iconos y la humildad como modo de afrontar la vida. El artista anónimo sigue dos líneas argumentales que se fusionan en el final como la narrativa clásica indica: una con el protagonista en busca de su objetivo (la pintura), y otra de índole personal (la redención). Una historia contada infinidad de veces que sin embargo, cuando está bien estructurada como en este caso, funciona de manera contundente.
Dirigida por Klaus Härö y escrita por Anna Heinämaa, “El artista anónimo” es un drama finlandés que narra la historia de un vendedor en una pequeña galería de arte que no vislumbra con mucho más futuro. Cuando en una subasta aparece un retrato sin firmar, se pone a investigar y cree descubrir que pertenece a un importante pintor, el ruso Ilya Repin. Esto lo lleva a ofrecer una cantidad de dinero que no tiene y que le costará recopilar con la esperanza de luego revelar la identidad y poder venderlo en una suma al menos diez veces mayor. El film va narrando de a poco cada una de las peripecias con las que el veterano protagonista se va encontrando, y aparece otro costado de la trama, más personal, con la aparición de su nieto. Ese muchacho al que no veía hace años le pide trabajo y luego se convertirá en su mayor cómplice, ayudándolo en cada uno de estos pasos. Primero lo que concierna a la investigación sobre la procedencia de esa pintura, luego cuando haya que conseguir el dinero para la subasta, que terminará siendo una suma mayor a la planeada. En el medio se encuentra por primera vez rearmando vínculos familiares que se encontraban rotos. Volver a compartir un almuerzo con su hija y su nieto lo enfrenta a todo aquello que perdió, que dejó atrás. Ella le reprocha no haber estado nunca, sobre todo cuando más lo necesitaba. Él, siempre enfrascado en su meticuloso trabajo, no supo darse cuenta de cómo se iban evaporando los vínculos hasta que de repente éste ya no existía más. Tres generaciones distintas intentando llevarse bien entre ellas. Este drama ligero consigue fusionar la historia principal sobre la aparición de este misterioso cuadro y la personal del hombre. Construido a través de pequeños momentos, algunos un poco más enfocados en lo sentimental, el film mantiene su interés hasta el último minuto. Hay un buen balance entre el retrato del mundo de las subastas y las galerías de arte que intentan mantenerse a flote, y la historia de un hombre que no pudo balancear él su vida personal y laboral. Si bien “El artista anónimo” no termina siendo ni una de misterio ni un drama familiar, resulta una película sólida sobre una búsqueda que puede ser la misma. Es un film bien construido, sin artificios quizás con la excepción de algún momento subrayado para apelar a lo emocional. Y, además, que no es poco, resulta una oportunidad casi única de ver cine finlandés en la cartelera.
Este jueves llega a la cartelera porteña El artista anónimo, un film finlandés del reconocido director Klaus Härö, cuyo largometraje anterior, La clase de esgrima (2015) estuvo nominado al Golden Globe y quedó preseleccionado como mejor película extranjera para los Oscar. La película cuenta la historia de Olavi, un señor mayor bastante solitario y aferrado a sus viejos hábitos y a su local de venta de objetos de arte con sabor a anticuario, ubicado en una melancólica callecita empedrada del centro histórico de Helsinski. Si bien tiene una hija, no tiene mucho contacto con sus afectos porque dedica casi todo su tiempo a sus cuadros, de los que se rodea a modo de fortaleza para no ceder a la extrema fragilidad de la vejez. Olavi no se resigna a dejar ese lugar, a pesar de que los demás locales de la cuadra están pasando a manos de merchants más modernos, y antes de jubilarse quiere lograr un último gran hallazgo en la subasta de arte, que sea como descubrir un tesoro y que le permita probar el valor de su enorme conocimiento de pintura, fruto de la experiencia de toda la vida. Cuando finalmente llega la oportunidad y aparece un cuadro que él cree muy valioso pero no está firmado, comienza una búsqueda para resolver el misterio del artista desconocido que cambiará el vínculo con su nieto adolescente. Esta historia sencilla acerca del último tramo de la vida y el legado que dejamos, reflexiona sobre la brecha generacional y es un tributo nostálgico a un mundo de fichas escritas a mano, teléfonos negros para discar números y relojes cucú que está dejando de existir para dar paso a las tablets, las búsquedas en google y las ventas por internet. Por momentos la narración se vuelve un poco lenta y hasta previsible, pero gracias a un gran trabajo en rubros como la fotografía y la música, y a las actuaciones de los protagonistas, el director logra tramos de gran sensibilidad y belleza visual.
Olavi, un negociante en arte, está en problemas. Su pequeño negocio en Helsinki parece al borde de la quiebra. Si hasta el arte ingresó al mundo de la globalización, y las multinacionales y el marketing desembozado parecen querer tirar abajo a los solitarios que sólo tienen suficiente conocimiento y mucho oficio. Pero no es lo único que se está viniendo abajo en la vida de Olavi, con más de sesenta y sin familia a la vista. Parece que el trabajo le obnubiló la existencia y detrás de tanta especialización, amor por las cosas bellas y, por qué no, también por el negocio, le dio más importancia a los objetos que a la mujer y los hijos. Ahora parece rechazar a su nieto adolescente, acusado de algún robo menor que lo descoloca ante el abuelo, mientras ignora que su hija divorciada tiene problemas no sólo sentimentales sino económicos. El surgimiento de una pintura misteriosa sin autor a la vista y la posibilidad de que se trate de un clásico valioso parecen movilizar al viejo comerciante, que se mueve en el mundo de los remates como pez en el agua. Olavi no imagina que ese nieto adolescente, desmañado y antipático, que sólo es atraído por la plata, el celular y la tablet será un aliado en el misterio del cuadro. Un argumento mínimo, sensibilidad en el desarrollo de un problema que une el trabajo y los sentimientos, todo se da en una película finlandesa con actores de nombre difícil (estupendos Stefan Sauk, veterano profesional del teatro) y que permite pensar un poco. Que los afectos son los que importan, que la vida se va en un segundo (nunca un fuera de campo tan justo como el del final de la cinta) y que un filme finlandés en pocos minutos nos permite conocer excelentes pintores (paneos a bellas obras nacionales), acompañados de bella música y excelentes actores.
“El artista anónimo”, de Klaus Härö Por Gustavo Castagna En un principio, bienvenido el estreno de una película finlandesa para bucear en una cinematografía donde el cine del gran Aki Kaurismäki se erige desde hace décadas como su mejor carta de presentación. Unos pasos atrás – muchos, diría – los films de su hermano Mika. Del resto, poco y nada se sabe más allá de algún ejemplo en festivales u ocasionalmente a través de una retrospectiva en la Sala Lugones. El artista anónimo de Klaus Härö (hace algunos años se estrenó su película anterior, El esgrimista), no condice con la mirada de autor de AK ni con ese mundo intransferible de personajes melancólicos aferrados a una nostalgia rockera. La historia del veterano comerciante de arte Olavi (Amos Brotherus), la descripción minuciosa del mundo de las subastas, la tensa relación del personaje principal con su hija y la búsqueda – y posterior descubrimiento – de una pintura anónima que podría devolver la felicidad pérdida, son algunos de los ejes temáticos que el director maneja con solvencia durante la hora y media que dura el film. El tono elegido escarba en la melancolía y en un paraíso perdido que confronta a un mundo ambicioso y con reglamentos rígidos que no ocultan su costado omnipotente. Olavi, en ese punto, es un personaje quijotesco, ayudado por su nieto Otto, ambos con los tiempos muy acotados para descubrir al autor de esa obra anónima. En ese sector, la película gana en energía y tensión, como si los personajes (el viejo y el joven) encarnaran a dos solitarias criaturas pretendiendo solucionar los males de este mundo. Esas escenas donde Otto investiga por su cuenta y el veterano Olavi expresa en más de una oportunidad su enojo frente al estado de las cosas, transparentan las sinceras intenciones que el director y su guionista Anna Heinämaa proponen a través de su historia. Sin embargo, la película no agrega nada novedoso desde su puesta en escena, excedida en prolijidad y academicismo, añeja desde su banda de sonido, perezosa en su formulación final, exclusivamente aferrada a la perfección del guión y a la nobleza del grupo de actores. En efecto, El artista anónimo parece una película de hace dos, tres décadas, de aquel cine europeo invadido por la solidez argumental y bastante desinteresado por ir más allá de una palabra escrita nacida en un laboratorio didáctico de construcción de guiones para ser ilustrados a través de las imágenes. EL ARTISTA ANÓNIMO Tuntematon mestari. Finlandia, 2018. Dirección: Klaus Härö. Producción: Kai Nordberg y Kaarle Aho. Guión: Anna Heinämaa. Edición: Benjamin Mercer. Música: Matti Bye. Diseño sonoro: Kirka Sainio. Intérpretes: Amos Brotherus, Stefan Sauk, Heikki Nousiainen, Pirjo Lonka. Duración: 95 minutos.
Sencillo y honesto relato sobre vínculos, arte, pasión por las pinturas que encuentra el tono justo para narrar la complicidad entre el protagonista y su nieto en la difícil búsqueda de una firma. Klaus Haro vuelve a dar una lección de cine sin caer en lugares comunes a pesar de lo ya trabajado del tema.
El finlandés Klaus Haro (“El esgrimista”) logra mantener la expectativa y el suspenso con una historia en apariencia mínima, sobre un viejo galerista que intuye el valor de un cuadro sin firma, puja por él arriesgando el dinero que no tiene, y busca inmediato comprador para sacar una ganancia que le permita el retiro definitivo. Pero el negocio arriesga perderse cuando un pez gordo interfiere en la jugada. Solitario, de pocos amigos, absorto en su mundo, el hombre nunca se interesó demasiado en su propia familia. La hija le guarda rencor, el nieto adolescente apenas lo registra. La casualidad hace que el chico entre en contacto con el viejo. Y la mano experta hace que todo esto derive en una buena moraleja sin caer en recursos trillados ni perder el tono en ningún momento. Elenco, fotografía, música (melancólico Matti Bye), todo contribuye. Al frente, Anna Héinemaa, guionista, buena escritora, también pintora, y encima linda mujer. El actor Heikki Nousiainen, que ya había protagonizado otra del mismo director, “Cartas al padre Jacob”, vista en Mar del Plata 2009. Y Klaus Haro, por supuesto. Esta es su 15ª película, y la segunda que acá se estrena.
Acto sublime. Sutil y elegante ejemplo de cómo un corazón endurecido por un dolor que arrastra logra ablandarse y entregarse. Todos merecemos una oportunidad más para redimirnos sin importar la edad ni los errores cometidos. El resultado, en este caso, es que un comerciante de arte finalmente aprende a apreciar un panorama más amplio de la vida. En Tuntematon mestari (2018), Olavi Launio (Heikki Nousiainen) es un anciano comerciante de arte y hombre de negocios astuto, egoísta y obsesivo. Casi al final de su carrera, Olavi anhela “un último acuerdo/trato”. Su sueño parece cercano cuando asiste a una subasta y ve el “Retrato de un hombre de un maestro desconocido”. Él cree que es una obra del pintor realista ruso Ilya Repin que podría valer una fortuna. Junto a su nieto Otto (Amos Brotherus), que necesita un puesto de trabajo para sus créditos escolares, investigan los rastros del cuadro en cuestión, que resulta ser un pretexto para que ambos logren un acercamiento sentimental y descubran que se parecen más de lo que imaginan. Klaus Härö, en esta oportunidad y fiel a su bajo perfil, elige hablar de arte y de relaciones humanas con profundidad, respeto por el espectador, con inteligencia y sin pretensiones. Logra esto, de forma ingeniosa y suave, como la figura del protagonista. Es remarcable la interpretación de Heikki Nousiainen, quien, al igual que el director, no pretende agradarnos, simplemente es. Algo que, en la actualidad, vemos escasamente en pantalla grande y los amantes del arte en cine extrañamos. Por tanto, es una gran oportunidad ver este film en el cine y darnos un recreo de lecciones de grandes, como Bergman, Hitchcock, Welles, -por nombrar algunos-, en pantalla chica o esperar ciclos especiales y demás. Se distingue la película en su totalidad, fotografía, música (Vivaldi, Mozart, entre otros), iluminación, guion, dirección, locaciones, escenografía y actuaciones. Cabe destacar que el director finlandés en 2003, recibió el Premio Ingmar Bergman y fue elegido por el mismo Bergman, tan sólo para comprender de quién estamos hablando, los resultados de su formación académica y atractivo estilo. Ya nos brindó un genial trabajo con El esgrimista (2015), que recomiendo ver. El verdadero anonimato aquí es el del director, que está en cada detalle. Este film es para exigentes, un trabajo muy difícil de realizar de manera armoniosa en su totalidad. Esperamos más películas de este realizador que sobresale entre tanta oferta hollywoodense o cine sin personalidad.
ARTE CATALIZADOR Las pilas de facturas impagas se acumulan como los cuadros sin vender colgados en las paredes o apoyados sobre el suelo. Un negocio de arte que supo gozar de esplendor –los ficheros de clientes separados de acuerdo a las preferencias artísticas, guardados en la caja fuerte lo evidencian– pero quedó anclado en el tiempo. Una mezcla entre la nostalgia analógica de los archivadores escritos a mano o los recibos a máquina, la tecnología ya anticuada como la cámara de seguridad y un sostén necesario basado en lo estático como la misma vidriera durante años o la poca renovación de stock, más allá de la compra de un paisaje a los pocos minutos del filme. Olavi Launio ruega por un último trato que le permita saldar las deudas, tal vez recuperar algo de prestigio y continuar un tiempo más en el local hasta el retiro definitivo. De lo contrario, ¿qué sería de su vida solitaria, amparada en la rutina y alejada de los afectos fuera de allí? ¿Cómo ocupar las horas en una casa llena de objetos que subrayan el casi inexistente vínculo con su hija y nieto? Entre paradoja y clave pictórica, la obra de la próxima subasta que le llama la atención es la de un hombre joven, con cabello largo y fondo oscuro sin firma, arrumbada sobre otro de los objetos de venta. Un ojo entrenado que percibe un tesoro donde otros ven incertidumbres, la investigación contrarreloj junto con Otto –lo emplea por poco tiempo tras los pedidos de la hija– para confirmar si se trata del Cristo de Iliá Repin del que no hay imagen en libros o catálogos. Si en El esgrimista la relación profesor- alumno se centraba en la lealtad y la enseñanza atravesada por la historia oculta del hombre en medio de la Segunda Guerra Mundial y con el deporte como catalizador; en El artista anónimo esos valores se trasladan al núcleo familiar abuelo- nieto franqueados por el desconocimiento de sus historias, con situaciones económicas delicadas y con el arte como punto de descubrimiento tanto de datos como de ellos mismos. El detenimiento en el museo en la pintura del finlandés Hugo Simberg de un niño y un anciano lo refuerza. De esta forma, el arte se convierte en el hilo conductor del relato que permite revisar un pasado ofrecido en fragmentos ligeros y aleatorios junto a un presente urgente sostenido en el deseo de conseguir la información, el dinero y la obra. Esa misma añoranza manifiesta en la tienda, sobrevuela a Olavi y Lea, quienes intentan romper con sus estructuras pero no siempre lo consiguen. El protagonista persuade para conseguir fondos demostrando una vez más el egoísmo y la preferencia del negocio por sobre la familia, mientras ella remarca la ausencia del padre durante toda la vida. Frente a unos tímidos matices que desnudan lo íntimo o algunos cambios, los personajes se muestran demasiado correctos, incluso, fríos quitándole fuerza a las interpretaciones y a los propios nexos sanguíneos. Por otro lado, la puesta de Klaus Härö resulta sumamente cuidada en un contraste permanente entre la calidez y la opresión de los espacios públicos y privados gracias al equilibrio entre los colores, la luz, las sombras y las maneras de habitar los lugares. Por ejemplo, el departamento de la madre y el hijo en tonos claros, bastante despojada en oposición con el piso del anciano saturado de libros, cajas y pinturas con portarretratos de ellos algo escondidos o el teléfono antiguo y el contestador a casette. También el parque cubierto de hojas y gente disfrutando de la tarde o una fila larga que recorre gran parte de la calle para ingresar a la subasta. Curiosamente, en la mayoría de los sitios rondan estelas de soledad o distancia, como si una capa los envolviera impidiendo su descubrimiento total. “Juntás basura pensado que encontrás un tesoro”, le dice un amigo y compañero de rubro con quien asiste a las subastas. El ojo hábil apoyado en la observación y los instintos se vuelve más poderoso que el capital desmedido y las grandes tiendas aggiornadas. Sólo hace falta hallar el equilibrio perfecto mediante el cual todos los objetos de valor –sentimental o económico– ocupen el sitio que les pertenece. Por Brenda Caletti @117Brenn
Un film sobre el orgullo profesional y la puesta en valor de ciertas tradiciones. Más allá de que tiene algo conservador, algo de “todo tiempo pasado fue mejor”, hay también una puesta en valor de ciertas tradiciones que resulta interesante. El cuento es el de un vendedor de arte que queda fuera del mundo por el propio paso del tiempo, y que apuesta a vender cierto ícono en un último negocio que le devuelva cierta fortuna. Es también un film sobre el orgullo profesional, y quizás en esa puja casi deportiva es donde se concentra lo mejor de la propuesta.
Con el transcurrir de los minutos nos encontramos frente a Olavi (Heikki Nousiainen) quien se acerca a la jubilación, es huraño, gruñón, orgulloso, no fue muy afectuoso con su única familia, su hija Lea (Pirjo Lonka) a quien dejó sola y cuando se divorció tuvo que criar sola a su único hijo, ahora adolescente, Otto (Amos Brotherus), cosa que causó un gran quiebre entre ambos. Ahora acaba de encontrar una pintura muy especial que puede solucionar el futuro económico familiar, a partir de ahí la cinta va mezclando el drama familiar y el mundo del arte, donde existen los engaños, los negociados y las trampas. El film contiene buenos climas, cuenta con una estupenda iluminación, una fotografía impecable, con colores pastel y ese toque otoñal, varios pasajes conmueven a través de las muy buenas interpretaciones de los principales protagonistas. Una historia sencilla y encantadora.
Muy ocasionalmente se estrena en estas pampas un filme de origen finlandés, y esto se siente como refrescante, o debería haber sido. Pasemos a explicar, este es el segundo filme que se estrena de éste director, Klaus Harö, quien había sorprendido bastante gratamente con “El Esgrimista” (2015), en este caso se aferra tanto a la internacionalización del texto, para su mejor acogida, que pierde de vista aquello que lo debería distinguir como propio de una cinematografía diferente, digamos su impronta. Desde la estructura narrativa clásica, pasando por la presentación de los personajes y su eventual desarrollo, hasta la idea de jugar en paralelo la trama principal y la subtrama de modo tal que ambas se apoyan y se impulsan en su evolución propia. Posiblemente el titulo con el que se estrenó en los países de habla inglesa, “One last deal” tenga en su análisis un mejor punto de partida, que el original en finlandés, con el que se estrena aquí. Pues “El artista anónimo” sólo hace mención en tanto a una de las variables en las que se desarrolla el relato, la otra variable es la de la relación entre los miembros de una familia, un padre, su hija y el nieto. En este sentido un último trato podría estar anticipando parte de la intención primaria del filme. Culpas, demandas, reclamos desinteligencias, pero también compasión, entrega y amor fraternal. La historia se centra en un viejo galerista de arte, conocedor del arte que siempre trato de darle impulso, es lo que siempre fue su deseo, ser dueño de manera temporaria de obras de arte, y vivir de eso, la compra y venta de arte. Pero el avance de la tecnología, de lo cibernético específicamente, lo fue dejando de apoco fuera de circulación, lo más moderno que hay en su galería, a la que ya no puede seguir alquilando, es una cámara de vigilancia y un contestador telefónico de cinta, pues celular e Internet no entran es su vocabulario. En ese deambular por las casas de subastas descubre una pintura de la que cree reconocer a su autor, pero no está firmado, por lo que deberá poder corroborar la autoría del mismo. Esta situación utiliza el director para mostrar el mundo del comercio del arte, en realidad desnuda ese submundo mercantilista. Quien lo ayuda en esa tarea es su nieto, quien necesita de su abuelo para que pueda hacer las prácticas laborales que le exige la escuela, sin demasiadas responsabilidades extras. En medio su hija, alejada del padre por cuestiones que en algún momento se irán develando. Si bien es de estructura, presentación y desarrollo todo demasiado clásico, demasiado Hollywood, el director logra no caer en falsos sentimentalismos, ni en la función de malos contra buenos, ricos y pobres. Si tiene como dato a destacar el diseño sonoro, incluyendo la banda de sonido con temas de Mozart, Vivaldi, Haendel, entre otros, Tampoco sucede con la subtrama familiar, en este caso hasta se agradece la sutileza formal que instala para contar determinados actos y/o sucesos. Si algo funciona bien es el guión que sin dejar de ser un drama, no pierde las ocasionas que se presentan para instalar el humor, ya sea en forma irónica o directa, sostenido por las muy buenas actuaciones Un filme que no intenta innovar nada, una agradable historia que se deja ver, agrada, enternece, hace reír, sabe que publico ira a verla y luego de finalizado los hará reflexionar sobre si mismo
Una temática recurrente en la cinematografía mundial que ha dado muy buenos frutos, es la de aquellos lazos familiares frágiles, debido a vínculos afectivos interrumpidos en el pasado, que intentan recomponerse. Un viejo marchand de arte de Helsinki próximo a retirarse de su métier, cree detectar en un ícono no firmado que saldrá pronto en una subasta, una obra infravalorada, que de adquirirla, puede asegurar su futuro bienestar. Decide llevar a cabo una investigación para confirmar sus sospechas junto a su nieto, al cual hace tiempo que no ve, y al que acepta de muy mala gana como pasante para un proyecto escolar. El joven, al principio rebelde e indolente, comienza a ganarse la confianza de su abuelo al mostrarse con luces para el negocio y la pesquisa. A partir de esta base se van delineando las personalidades de los distintos personajes: el abuelo egoísta e interesado solo piensa en sí mismo, la familia es una apéndice molesto; el encargado de la subasta un negociante inescrupuloso guiado por la codicia, que pretende subsanar sus errores a costa de los demás; la hija y el nieto son los que tienen los pies en la tierra, representan la lógica y las buenas intenciones. Por el tono recuerda a Mandarinas (Zaza Urushadze -2013), al igual que la luminosidad dorada que resalta el paso otoñal por la vida del protagonista. La línea argumental se desenvuelve de manera natural, pausadamente, de manera simple, sin grandes sobresaltos con una fotografía acorde con el color de los cuadros que se exponen. El autor anónimo se maneja dentro de una narrativa universal de desamor familiar, perdón y reconciliaciones tardías, que captará la atención de un público adulto que disfruta de atmósferas agradables, donde los conflictos se resuelven con un fuerte abrazo o con una lágrima de arrepentimiento. El director de El esgrimista (2015) vuelve a las pantallas argentinas con una cálida historia emotiva, con un ritmo que no se altera, en la que el rencor y el resentimiento dan paso al consuelo del alma.
Este film finlandés es una mirada sobre el ocaso de una vida que encierra la desesperada búsqueda solapada de sentirse útil antes de partir. Olavi, es un solitario veterano negociador de arte que ha sido superado por la industrialización de la actividad, pero no quiere retirarse del oficio sin antes hacer un último trato que lo saque de sus deudas. Mientras recorre subastas en busca de la pieza que lo salvará, se deja vislumbrar en el film una subtrama familiar desatada por Otto, su nieto al cual no ve hace años. Luego de varias idas y vueltas, y después de que Olavi se obsesiona con una pintura que descubre en una subasta, juntos llevaran la historia hacia adelante mientras investigan sobre el retrato del artista desconocido. Esta misión de descubrir el misterio retroalimenta los lazos familiares sin caer en excesos de sensiblerías y haciendo un gran uso del humor generacional entre los personajes en su justa medida. El director realiza puestas de cámara que denotan claras ideas visuales y sonoras conceptuales: (atención spoiler) como la escena del ascensor donde el protagonista va descendiendo como entrando a una gran frustración luego de no haber podido vender el cuadro, donde el plano presenta para ello una gran durabilidad temporal; o la silla que gira y gira vacía hasta que se detiene y no hace falta decir nada más; o los constantes sonidos y viajes en tranvía que van apareciendo durante la película, los cuales van marcándole el pulso del tiempo que se agota, pues el personaje es consciente de que le quedan más ayeres que mañanas; entre otras. Lo único que quizás podría señalar como no atinado, es que la historia pareciera que tiene dos finales. Es decir, hay dos resoluciones trabajadas por separado llegando al final del relato y al estar una tan seguida de la otra en la trama, compiten entre ellas y pierden la fuerza emotiva que se merecen. Es una lástima, ya que la película está trabajada cuidando cada detalle de forma tan sutil, y se ve que han trabajado la sensibilidad del film casi como emulando el cuidado que tiene el protagonista por su arte, que se nota que tanto el director como la guionista eran completamente capaces de encontrarle un solo final que unificara a ambas resoluciones. El artista anónimo es un drama donde Heikki Nousiainen (Olavi) no sólo sostiene la historia con su increíble mirada sino que se lleva todas los laureles en su interpretación.
La tradición del cine finlandés nos adentra en nombres como Aki Kaurismaki (premiado en numerosos festivales a lo largo del mundo) y Renny Harlin (exitosamente afincado en Hollywood hace décadas). En esta ocasión, el cineasta Klaus Härö se inmiscuye en el mundo de la pintura para recordarnos otras películas ambientadas en el negocio del arte y la venta de obras como “La Mejor Oferta” (Giuseppe Tornatore), también podemos citar a las nacionales “El Artista” y “Mi Obra Maestra” (ambas de la dupla Cohn-Duprat). “El Artista Anónimo” nos cuenta la búsqueda de un viejo comerciante de arte, a punto de retirarse, quien descubre en una subasta una antigua pintura que considera original. Allí se le presenta una valiosa oportunidad para llevar a cabo una venta millonaria. Luego de este preámbulo, nos encontramos con un drama familiar emplazado en la ciudad de Helsinki, atravesado por el uso de las melodías clásicas de Vilvaldi, Rachmaninov, Handel y Mozart que van prefigurando la atmósfera y emotividad lacrimógena del conflicto vincular que aborda, desdibujando, por tramos, la quimérica búsqueda del anciano: vender una obra de arte olvidada y menospreciada a un alto costo. Adentrándose en los turbios manejos del negocio de galeristas y exhibidores de arte, se posiciona como una inteligente reflexión sobre la industrialización en tiempos presentes de distantes vínculos humanos. La historia del arte está hecha de contradicciones, acaso las circunstancias que rigen la producción artística actual no son la excepción. La figura del artista ha ido evolucionando, sufriendo modificaciones y mutando con el trascurrir de los siglos, adaptándose al devenir de los diferentes movimientos y tendencias que conforman la historia del arte. No obstante, no ha perdido su esencia, inalterable al signo de los tiempos. Actualmente, inserto en un mundo desarrollado y capitalista, globalizado económica y culturalmente, la figura del artista se ve atrapada por un factor comercial que, con frecuencia, desprecia la tradición en su formulación clásica. Esta película, en tal sentido, resulta más que gráfica. Subyugado por la lógica del mercado, el dinero ejerce, invariablemente, su poder. Podemos interpretar los efectos de la globalización económica como un denominador común, en búsqueda de pesquisar las relaciones emergentes entre mercado y artista, sujeto éste último al devenir contemporáneo, a riesgo de convertir su arte en mera mercancía de moda funcional a los nuevos patrones imperantes de publicidad. Contraponiendo al artista contemporáneo, no sin cierto pesimismo, como una especie de “logotipo cultural”, la antiquísima obra maestra original perdida, puesta en duda y recuperada otorga valor a la identidad del artista. Resulta interesante la mirada que el director ejerce sobre el círculo de poder, el cual -de forma deliberada, usurpadora y pendular- somete a talentosos artistas al ignominioso anonimato o lo elevan a la inmediata celebridad, según sea conveniente. El mercado, los medios y la crítica de arte ejercen su influencia sin claudicar, constituyendo piezas esenciales del mapa del arte contemporáneo. Como mensaje final, y tejiendo una suerte de metáfora acerca del verdadero valor de la obra, resulta interesante pensar como “El Artista Anónimo” se posiciona respecto a la herencia del conocimiento de generación en generación (resulta interesante la relación y empatía que establece el inclaudicable Olavi con su nieto) y el valor afectivo, intransferible e imposible de mensurar, que una obra de arte posee. Haciendo una analogía, también, con la tradición de mandatos sociales impuestos que intentan rescatar el valor del objeto artístico, “Al Artista Anónimo” se adivina como posible de ser interpretada como un homenaje a todos los artistas anónimos olvidados por caprichos del tiempo y el destino, sepultados bajo las máscaras de un arte vacío y esnobista que prestigia modas pasajeras en virtud de las vertiginosas y fragmentadas tendencias actuales.