Dina Foguelman es madre de tres hijos que viven en el exterior y a quienes no ve hace mucho tiempo. Ellos no vienen a visitarla porque están muy ocupados, pero ella tampoco puede ir a verlos porque le tiene miedo a volar. Es así como se le ocurre la maravillosa idea de planear su propia muerte y funeral para tenerlos a todos de nuevo cerca. Sin embargo, muchos secretos ocultos saldrán a la luz poniendo en juego la integridad familiar. “El día que me muera” es la nueva comedia de Néstor Sánchez Sotelo, quien propone una historia absurda y grotesca que se va acrecentando con el correr del metraje. En todo momento se recurre al recurso humorístico para hacer avanzar la trama, con algunos chistes efectivos y otros que no surten tal efecto debido a que se abusa de este elemento. Si bien se tocan temas serios y dramáticos como las relaciones familiares, el trato hacia la madre, la identidad, la vejez, la muerte, entre otros, no existe una mayor profundidad de los mismos sino que se los aborda desde un costado más superficial y ameno. En este sentido también se encuentran las actuaciones del elenco, encabezado por Betiana Blum e integrado por Roberto Carnaghi, Alan Sabbagh, Alejandra Fletchner, entre otros, quienes exacerban sus acciones y reacciones con un fin meramente cómico. Es así como existe una delgada línea entre la gracia que provocan y la sobreactuación a la que recurren por momentos para lograrlo. Ocurre lo mismo que con los chistes, las interpretaciones de los actores son efectivas en algunos instantes y no tanto en otros. En síntesis, “El día que me muera” es una comedia hilarante y grotesca, en la cual el recurso humorístico se termina convirtiendo en un arma de doble filo: por un lado es el elemento que logra que la trama avance y que la historia sea efectiva y cómica, pero, a la vez, su abuso hace que caiga en una constante repetición de gags, haciendo que por momentos pierdan su efecto, y en la sobreactuación por parte de un elenco que intenta abordar temáticas serias de una forma amena y superficial. Una película argentina pasatista para ver en familia.
Crítica de “El día que me muera” de Néstor Sánchez SoteloInicioCriticaCrítica de “El día que me muera” de Néstor Sánchez Sotelo 6 agosto, 2019 Bruno Calabrese Dina Perelman siempre ha sido una madre controladora de sus hijos. Como sufre de aerofobia, sus hijos aprovechan y deciden armar sus vidas fuera del país, lejos del control maternal. Cuando todos los intentos fracasan para reunir a sus hijos, decide fingir su propia muerte y asi lograr que vuelvan. Con la ayuda de sus amigas, realizará un falso velorio donde todo terminará descontrolado. Por Bruno Calabrese. En «Stano Tutti Bene», un clásico de Giuseppe Tornatore del año 1990, el personaje de Matteo Scuro (interpretado magistralmente por Marcello Mastroiani) es un siciliano, hombre autoritario, viudo y jubilado. Sus cinco hijos adultos viven esparcidos por toda la Italia continental, pero nunca van a visitarlo, de modo que decide él ir a verlos sorpresivamente durante el verano. De la misma manera que aquel gran clásico, el director traslada la temática a una madre judía sin profundizar en cuestiones más serias como la vejez y las relaciones familiares, apelando al humor y al absurdo. Dina Perelman (Betiana Blum) vive sola y sus tres hijos se encuentran en el exterior. Su actitud controladora hace que la ignoren o respondan con evasivas ante los permanentes intentos de su madre por saber de ellos. A eso se le suma que Dina no puede visitarlos por su fobia a los aviones. Al no poder tener un contacto fluido, poco sabe las actividades de ellos. Cree que su hija, interpretada por Soledad García es una gran maratonista pero en realidad está en silla de ruedas y ella se lo ocultó. Otro, un actor (Lucas Ferrero) que se transformó en mujer, pero ella no sabe y piensa que está en los teatros europeos haciendo Hamlet. A eso se le suma que está conviviendo con una pareja de lesbianas, con quienes tuvo una hija, en una especie de poliamor. El tercero, David (Alan Sabagh), el menor, un traficante de todo, («menos de droga» aclara él «porque hay que tener códigos»). Pero Dina cree que es agente del Mossad y está en medio oriente combatiendo el terrorismo. Todo al revés de lo que ella se imaginaba con sus hijos. Pero nada de eso hubiese salido a la luz, si Dina no hubiese simulado su muerte, armado un velorio falso ayudado por sus amigas (Alejandra Flechner y María José Gobín) y su sirvienta de origen paraguayo (Gipsy Bonafina. El otro ayudante, es Marcos (Roberto Carnaghi), quien está enamorado de de ella y es dueño de un multiespacio donde se realiza el velorio falso. La película funciona en un principio como una parodia del clásico italiano. Mientras el film de Tornattore resultaba una melancólica película, llena de tristeza e ironía en la que muestra la indiferencia de la sociedad actual, hablándonos de la soledad de los adultos mayores y de las relaciones familiares, en esta apela al absurdo y a la comedia permanentemente dejando el drama de lado. Betiana Blum explota todo su bagaje humorístico e interpreta de manera exagerada a la típica madre judía absorbente, que se dedica a llenar de culpa a sus hijos por no venir a visitarla. Apelando a su falsa muerte como una especie de venganza por ser ignorada y como excusa para poder verlos. Quien se destaca en su papel es Lucas Ferrero como el hijo transexual (la intro que canta en una especie de Josephine Joseph en la película «Freaks», es lo más divertido de la película). Por momentos las situaciones se vuelven reiterativas, con algunos gags un poco forzados y mucha sobreactuación. Los personajes pierden fuerza a partir de que Dina conoce la realidad y el falso velorio es descubierto. Igualmente la película es divertida cuando roza lo grotesco y bizarro, convirtiéndose en una divertida comedia que no pierde ritmo en ningún momento. PUNTAJE: 60/100.
Madre Dolores El día que me muera. Mi gran velorio (2019) es una comedia desopilante e hilarante a más no poder, hasta el punto de no saber qué tan en serio tomar lo que vemos, sobre todo cuando agarra un drama denso como son los problemas familiares entre madres e hijos para generar un hibrido convertido en un eterno gag teatral, de comedia blanca y ligera que si bien alcanza situaciones risibles se queda en un juego sobre la exageración. Dina (Betiana Blum) es una madre que asiste a clases para superar su trauma a volar. Quiere visitar a sus hijos que viven en el extranjero pero ellos nunca quieren visitarla. Hace de todo por convencerlos para que vengan para una reunión familiar sin éxito. Entonces finge su muerte para que sus hijos vengan por fin a Buenos Aires. Junto a sus amigas arman este plan mientras descubre la historia oculta de cada uno de sus hijos y verá si puede reconstruir la familia. Si hay algo que llama mucho la atención en este film dirigido por Néstor Sánchez Sotelo es su postura estética. Un estilo televisivo que sigue una corriente muy de moda como es la comedia donde la ocurrencia surge de un diálogo o acción repentina y nada más. Es decir, el ir de un gag tras otro. En esta película, además, los personajes se desenvuelven sobre un mundo impostado donde parece que tiene que traslucirse el hecho de que se está actuando. Dicho así suena interesante, como si uno pudiera ver el artificio de una obra absurda, pero aquí le falta para convertir el recurso en un arma atractiva. Le gana el exceso y solo utiliza el cine como un elemento de cambio de escenario. No aprovecha demasiado la narración visual más que para insertar el humor, demasiado preocupado por el gag, incluso en los inserts que son imágenes oníricas. No se le puede negar a esta propuesta que presta atención a los personajes. Ante todo los actores tienen nivel para aportar lo necesario, pero la trama se queda en el cruce entre ellos. Es cierto que se está tocando temas importantes como son la separación y fragmentación de la familia, la ausencia de figura paterna y los hijos que emprenden sus propias vidas dejando a sus madres. El drama de la madre que es rechazada por los hijos dentro de una comunidad como la judía en Argentina se queda en un tono ligero, siempre por el hecho de solucionar todo por un comentario sufriente de la madre, y entonces pierde matices. Se queda en lo humorístico propio de cada escena de una comedia sobre la vejez y la muerte. Genera gracia, pero la gracia de un stand up o una revista cómica, donde el humor funciona a veces más y a veces menos. Por ello cuando desciende a niveles de seriedad le cuesta sostenerse y tiene que volver a la sobreactuación. Ahí retoma pero se queda en cierta monotonía.
Algunas de las ideas que el guion propone, son atrapadas por una narración convencional que no logra transmitir el espíritu burlón y desafiante sobre la colectividad judía y sus estereotipos. Al no poder transformar el subrayado y el trazo grueso en un sutil paso de comedia, nada de lo que haga el gran elenco de la propuesta puede llevar adelante más que de manera casi de sketch televisivo, todo lo demás.
La primera escena, para muchos, es la que predetermina cómo será, o nos caerá, un filme. Y si es así, la primera secuencia de El día que me muera con la protagonista teniendo una crisis de aerofobia, no hace más que bajar las expectativas. Se sabe que el grotesco y el absurdo necesitan una pizca de ingenio desde el texto para no caer en lo ridículo. Las sobreactuaciones de Betiana Blum y el resto del elenco, lo que habrá sido una marca desde la dirección, tampoco ayudan. Dina Foguelman ansía volver a ver a sus hijos, que, ya mayores, viven en el exterior. Por aquello de que teme volar no puede viajar a visitarlos, y como ellos, sumamente ocupados en sus quehaceres, no hacen el menor esfuerzo en venir a visitarla, Dina decide hacer una suerte de simulacro de su velatorio. Si el disparador de esta comedia de Néstor Sánchez Sotelo (Caída del cielo) parece inconsistente, la endeblez del argumento tampoco ayudará en lo que resta de la proyección. Ni con la llegada de los hijos, alguno ocultando algún que otro secreto, el filme levanta la puntería. A la película elenco no le falta: Roberto Carnaghi, Alejandra Flechner, María José Gabin, Gipsy Bonafina, Soledad García, Alan Sabagh y Mirta Busnelli acompañan a Blum en esta comedia que es grotesca, costumbrista, pero que no da ganas de reír.
El disparador de esta historia propicia una comedia disparatada: una madre judía muy controladora desea reunirse con sus tres hijos, que se fueron de la Argentina por diferentes razones, y no encuentra mejor excusa que inventar su propia muerte. Ella no viaja al exterior porque le tiene terror a los vuelos, pero tampoco calcula las consecuencias de esa convocatoria falseada, que termina desatando una serie de situaciones absurdas, incluyendo un improbable velatorio organizado en un pelotero. Lo mejor de la película es el desempeño de un elenco experimentado (Roberto Carnaghi, Mirta Busnelli, Alejandra Flechner) que encabeza Betiana Blum, una actriz con el suficiente recorrido como para entregarse al juego, lucirse e incluso salvar los escollos de un guión que más de una vez apela al trazo grueso.
A pesar de contar con un gran elenco y con un guión que busca captar los guiños y convenciones de la colectividad judía con una buena cuota de delirio, el resultado final del film resulta una estridente comedia que se inscribe más en el lenguaje televisivo de otras épocas. La idea parte de una mujer que nunca ve a sus hijos y los sueña exitosos y únicos, impedida de visitarlos por su pánico a viajar en avión. Ellos viven sin problemas una ausencia que tapa mentiras. La idea de organizar su propio velorio para obligarlos a regresar al país es rica y provocadora. Lo que propone la historia es la organización del evento y se espera una grotesca realización, que se queda en un enunciado más que una comedia fluida y graciosa. Los actores convocados son de primera línea: Betiana Blum, Roberto Carnaghi, Alejandra Flechner, María José Gabin, Lucas Ferraro, Gipsy Bonafina, Hernán Chiozza, Regina Lamm, Alan Sabagh y la participación especial de Mirta Busnelli.
En esta comedia se cuenta la historia de Dina (Betiana Blum) una mujer que lleva muchos años sin ver a sus tres hijos. Ni ellos parecen muy interesados en volver para ver a su madre controladora, ni ella puede ir a verlos debido a su miedo a volar. Entonces toma la decisión más extrema y disparatada: junto con sus amigos decide fingir su muerte y organizar un falso funeral para que ellos regresen. No importa aquí ni la verosimilitud del argumento ni tampoco un análisis moral de tan extrema decisión. Es una comedia de trazo grueso y el disparate está planteado desde el comienzo, no hay problema desde ese punto de vista. Los problemas pasar por otro lado. A pesar del elenco multitudinario, la película se ve muy amateur en su ejecución, un mal que aun hoy el cine argentino tiene en algunos de sus films. A veces un cine primitivo puede ser igualmente encantador o revulsivo. En el caso de la comedia, ser gracioso o no va más allá del presupuesto. Pero acá nada, absolutamente nada es gracioso. El universo variopinto de personajes, todos los estereotipos actualizados a los tiempos actuales, no dejan de verse como una comedia argentina antigua. No es un sainete, pero se ve fuera de época en el mal sentido. Es un verdadero milagro que en ese contexto Betiana Blum consiga igualmente hacer una actuación digna. Como una fortaleza inexpugnable, ella no se ve afectada ni por el diálogo, ni la imagen, ni el elenco menos conectado que ella. Eso se llama profesionalismo y talento, pero no alcanza para salvar a un film como este.
Evidentemente a Néstor Sánchez Sotelo le gusta trabajar dentro de un registro disparatado y delirante, algo excedido, para llevar a cabo un relato de comedia. Así lo había probado con “Caída del Cielo” con Muriel Santa Ana y Peto Manahem en donde se mezclaba cierto toque de desenfreno dentro de la estructura de una comedia romántica. En este nuevo film, Sánchez Sotelo apuesta más aún a una comedia fuertemente anclada en el grotesco, con toques de humor que coquetean en todo momento con el registro de lo absurdo. “EL DIA QUE ME MUERA” nos presenta a Betiana Blum como Dina Foguelman, una típica idishe mame cuyos tres hijos, por diversos motivos, se han radicado en el exterior. Debido a que ella sufre de aerofobia – miedo a volar – no existe la menor posibilidad de que ella pueda ir a visitarlos sino que deberá espera a que ellos tengan el tiempo de viajar y puedan venir a verla a Buenos Aires. Esa espera se sigue prolongando dado que cada uno de ellos está sumamente ocupado con su vida en diferentes puntos del continente (e inclusive en otros continentes) y Dina ya está completamente alterada con ese tema yo sabe cómo hacer para poder verlos. Obviamente, no se dará por vencida y comenzará a planear hasta lo imposible para poder reunirse con ellos. Es por eso, que con la ayuda de sus dos inseparables amigas pergeñará un plan para llamar finalmente la atención de sus hijos y que no les quede otra alternativa que viajar y venir a visitarla (casi) obligadamente. A Dina no se le ha ocurrido mejor idea que la de que les comuniquen a sus hijos que ella ha muerto, para que asistan a su propio velorio de forma tal que ella, desde afuera de la situación, pueda verlos. La trama intenta mostrar cómo cada uno de sus hijos, a su manera, disfruta de la vida pero le escapa inexorablemente a la posibilidad de volver a caer en sus manejos posesivos y absorbentes, en ese control excesivo que Dina quiere tener sobre cada una de sus acciones, siendo el arquetipo de esas madres que hacen lo imposible para manipular a sus hijos en el peor sentido de la palabra. Ellos (a cargo de Alan Sabbagh, Soledad García y Lucas Ferraro) huyen no sólo de la posibilidad de verla sino también a enfrentarse con el secreto que cada uno de ellos le está ocultando ex profeso, para no tener que soportar su mirada crítica y expulsiva y sus opiniones descalificadoras, mentiras que saldrán a la luz en el supuesto caso de que se hubiesen encontrado. La propuesta está completamente virada al grotesco, un tono que por ejemplo en “Esperando la carroza” nos hace sentir completamente identificados porque es un buen espejo de nuestra idiosincrasia. Pero lamentablemente, el peligro de manejar este tipo de propuestas, es justamente caer en los problemas que se presentan en el filme de Sánchez Sotelo. El guion de Verónica Eibuszyc y Gabriel Patolsky presenta situaciones demasiado endebles y los diálogos obviamente no tienen la chispa ni la sagacidad de la pluma de Jacobo Langsner en el clásico de Doria. Algunas situaciones más que delirantes o desbordadas, parecen no querer cumplir con ningún tipo de verosímil y el otro problema con que se enfrenta “EL DIA QUE ME MUERA” es la poca marcación que tienen los actores dentro de la propuesta, por parte del director. No solamente encontramos que mientras unos parecen estar más de acuerdo con un tono naturalista, otros están pasados de ritmo en la comedia y otros rayan bruscamente en la sobreactuación. Los diálogos pasan a estar gritados, exasperados y con el elenco que ha convocado Sotelo es verdaderamente una pena que no haya podido generar un equipo compacto y homogéneo que conformase un éxito asegurado. Si bien a Betiana Blum suele costarle salir de ese tono televisivo y sobreactuado que ya casi la caracteriza y es su marca personal, en “EL DIA QUE ME MUERA” tiene unos de los papeles más sobreactuados de su carrera. Obviamente eso no quita que ella dote a Dina de su picardía, su simpatía y su carisma natural, sólo que en este caso, se la percibe demasiado desbordada y completamente sobreactuada desde la primera escena. Sus amigas, a cargo de las excelentes Alejandra Flechner y María José Gabin logran conducir a sus personajes de una forma más medida y con la gracia natural de ambas. Flechner, como haciendo una especie de caricatura de su propio personaje, tiene situaciones muy divertidas y dispara sus líneas de diálogo con un timing y una ironía que hace que tenga los mejores pasajes del film. El elenco se completa con muy buenos secundarios de Roberto Carnaghi, un eficiente Alan Sabbagh como el hijo protegido y “preferido”, Gispy Bonafina y una muy buena composición de Lucas Ferraro . Pero quien se destaca muy por lejos de todo el elenco secundario, es la participación de una Mirta Busnelli, increíblemente sobria para esta comedia tan desequilibrada y pasada de vuelta, que brinda una lección de cómo hacer comedia y destacarse con un secundario sencillo y muy pequeño. Las diversas situaciones que plantea el guion tienen un formato de sketches televisivos (Hernán Chiossa al borde de lo que se puede tolerar) y eso hace además que le cueste encontrar un vuelo propio a la historia y de esta manera la efectividad que pueda tener el filme depende casi exclusivamente de su elenco. Una comedia, que en cierto modo intenta reflexionar sobre los lazos de familia, sobre las separaciones, los nuevos modelos familiares y las elecciones que cada uno de los miembros hace para su propia vida, en donde Dina, prácticamente ya no encaja con los planes. Indudablemente con este elenco, con ciertos ajustes en el guion pero por sobre todo con un firme trabajo de dirección que definiese claramente el arquetipo de cada personaje “EL DIA QUE ME MUERA” podría haber sido una comedia inolvidable, pero ciertas desprolijidades la dejan muy a mitad de camino.
Una madre se ocupa y preocupa por sus hijos. Pero una madre judía también se desvive por ellos con total abnegación, a tal punto de controlarlos, agobiarlos, generarles culpa y sufrir por ellos. Es la típica idishe mame. Sobre este estereotipo está construida la película, en tono de comedia, protagonizada por Dina (Betiana Blum). Ella encarna el prototipo clásico contado a lo largo de la historia humana. Pero, en esta ocasión es llevada al extremo máximo para que provoque risa, alguna reflexión y compadecimiento con los tres hijos. Ellos no la soportan y hace años que se fueron a vivir a otros países, lo más lejos posible, siendo y haciendo lo que quisieron ser y no les permitían. Roxana (Soledad García), David (Alan Sabbagh) y Diego/Dolores (Lucas Ferraro) son los hijos o víctimas de la personalidad de Dina. Para ella, los chicos son perfectos y exitosos, los llama todos los días vía Skype, desea que vengan a visitarla, pero no lo logra. Tampoco Dina puede ir, porque teme, o, mejor dicho, le tiene pánico a viajar en avión. Ese inconveniente intenta solucionarlo de una manera poco ortodoxa y macabra a la vez, hacerse pasar por muerta. Néstor Sánchez Sotelo dirige a un multiestelar elenco de comediantes, donde se encuentran las amigas de Dina, su hermana, un pretendiente y la mucama. Todos aceptan el plan siniestro y delirante de la protagonista. Ella no es querible, pero si insistente. Tiene un gran poder de convencimiento y el único modo de decirle que no, es escaparse como hicieron sus hijos. O, más bien, esconderse de la mirada inquisidora para poder ser ellos mismos, sin darle explicaciones. El film tiene mucho ritmo. En cada escena sucede algo que justifica a la anterior, musicalizada con canciones tradicionales judaicas. Diana exagera en todo, sus ideas, padecimientos, gestos ampulosos, etc., un papel que le calza justo a Betiana Blum. En lo que desentona el relato es justamente en el tono, falta la chispa necesaria para provocar carcajadas. Tiende a ser una clásica comedia costumbrista argentina realizada fuera de época, por lo que resulta anticuada en estos tiempos, lamentablemente.
De la mano de Betiana Blum como la estereotipada madre judía, llega una comedia desopilante, con excesos de gags que, por más que llevan a la risa, termina quedando exagerado. Néstor Sánchez Sotelo (Caída del cielo, 2016) estrena su última película, un compendio de chistes sobre familias judías y desmedidas burlas y clichés, donde un velorio será el motivo en el que muchos secretos y mentiras estallen. Dina (Blum) es una arquetípica madre judía, sobreprotectora y exagerada, que intenta perder su miedo a volar para poder visitar a sus hijos que viven en el exterior, ya que ninguno de ellos viene a Argentina a verla. Es entonces cuando se le ocurre la idea de fingir su propia muerte para lograr que, por fin, sus hijos vengan a Buenos Aires. Con la ayuda de sus amigas (Alejandra Flechner y María José Gabín) y de su enamorado (Roberto Carnaghi) llevarán este manipulador plan para reunir a la familia, cueste lo que cueste. Lo destacable son los actores. Sin duda, todo el reparto tiene el nivel necesario para llevar adelante la comedia, más allá que el guion de Verónica Eibuszyc y Gabriel Patolsky sea solo un compendio de gags conocidos sobre familias judías y enredos. Sánchez Sotelo utiliza un estilo de comedia televisiva, famosa hace algunas décadas, donde lo absurdo le gana a lo narrativo, donde el gag es el protagonista exclusivo. Lo visual está, muchas veces, de más, ya que lo sobreactuado gana terreno, estableciendo un tono excesivamente ligero y hasta monótono. No ofrece otra cosa más que un cúmulo de chistes que deja en segundo plano el costado dramático de la historia. Con una resolución previsible, refleja situaciones por todos conocidas (tanto de la vida misma como de ver tanta comedia familiar). Podría haber profundizado un poco más en los problemas familiares en conjunto, la realidad de cada uno de los hijos y la desolación de la madre, pero solo queda un bizarro torrente de situaciones graciosas, lo que hace a la película muy graciosa pero nada memorable.
El director Néstor Sánchez Sotelo hace un compilado del humor judío en “El día que me muera”. Gran parte de la responsabilidad de que esa idea de los guionistas Verónica Eibuszyc y Gabriel Patolsky funcione es de la actriz Betiana Blum. Blum interpreta a Dina, la matriarca viuda y despechada de la familia que no recibe todo el amor que quisiera de parte de sus tres hijos, dos en Nueva York y otro en Israel donde supuestamente llevan exitosas carreras en cada una de sus especialidades. Como las llamadas telefónicas insistentes no dan resultado, la mujer decide poner en marcha un plan que los haga regresar a Argentina y junto a sus amigas, personajes a cargo de Alejandra Flechner y María José Gabín, planea su propia muerte y un funeral organizado en un pelotero devenido en casa velatoria. El plan no puede fallar, excepto por las sorpresas que se llevará Dina cuando lleguen sus hijos y sobre todo por la intromisión de su detestada hermana. Sánchez Sotelo, una de cuyas primeras películas fue el drama “Los nadies”, tensa la dirección de actores al extremo y logra que la parodia sobrevuele con gracia todo el trabajo. A eso añade subrayados en el delineado de los personajes que en otro contexto podrían ser contraproducentes pero que funcionan en la idea general de este filme que apela con éxito a los conocidos recursos de la madre sofocante, la culpa y la ironía asociados al humor judío.
TIEMPO MUERTO La apertura de un film suele ser, a menudo, un preámbulo perfecto de los minutos restantes que nos esperan después. El día que me muera, de Néstor Sánchez Sotelo, comienza con una secuencia que tiene al personaje de Betiana Blum atravesando una crisis de aerofobia. El registro actoral que se regodea en la sobreactuación diluye las pocas posibilidades de comedia que tienen los torpes diálogos. El uso del plano y el contraplano es televisivo. La secuencia se extiende demasiado atentando contra los pocos momentos de lucidez que puede dar un gag. Y finalmente sólo quedan gritos y un patetismo que está lejos de causar un mínimo de gracia. Así son los primeros momentos de este film que anuncian todas las irregularidades que se vienen impiadosamente a lo largo de toda su extensión. El relato sigue la historia de Dina (Blum) y sus tres hijos, que prácticamente huyeron de su sobreprotección para hacer su vida en otros países. Al tener aerofobia la visita se le hace imposible y la distancia mucho más marcada, dado que ninguno de ellos ha ido a verla desde que se alejaron. Para resolver que vengan decide especular con su propia muerte -por ende el nombre de la película-, un plan que se antoja ridículo y resulta aún más al ver cómo se desenvuelve. Acompañada de sus amigas y un pretendiente irá tratando de unir las piezas para gestar su plan. Como es de esperarse, es tras el arribo de sus hijos que el plan estalla por los aires. El problema es que toda esta anticipación por algo que promete ser el gran clímax de la película termina alargándose de forma absurda y resulta completamente intrascendente. Es así que no vemos el momento que llegue el final previsible que se anuncia desde el principio, no por nada la apertura del film es en un avión. El reparto no parece ser el principal problema de la propuesta sino el registro: Roberto Carnaghi, Alejandra Flechner, Lucas Ferraro e incluso Blum redondean un elenco que en otro registro o con otro material han logrado demostrar solvencia. Aquí las sobreactuaciones que tienen la finalidad de exaltar el grotesco están lejos de resultar complementarias al guión: los desastrosos diálogos, la falta de comprensión de los tiempos de la comedia, los planos televisivos que ya mencionamos y sólo subrayan la carencia de ideas, los completamente desperdiciados personajes secundarios y lo forzado de situaciones como la intervención de la policía hacen que veamos a las actuaciones como una consecuencia más de las desastrosas elecciones de dirección. En definitiva, se trata de un pobre representante del cine local que tiene algunos de los peores vicios del cine de los ochenta, con instantes de un pintoresquismo aborrecible (el personaje de Gypsy Bonafina es, en sí, una hipérbole, en el peor de los sentidos) y temas de agenda vomitados al pasar con lo peor del sentido común (parejas abiertas e identidad de género son dos de los elementos en que “brilla” el guión de este bodrio), que no dejan de resaltar la mediocridad de un relato endeble al que le sobra al menos media hora. Olvidable.
La película de Sanchez Sotelo, con guión de Verónica Eibuszyc y Gabriel Patolsky, pone en el centro de la escena a una típica madre judía, viuda, que solamente busca el afecto de sus hijos -siempre en clave de retribución de “toda una vida de dedicación y cariño”- interpretada de manera extraordinaria por Betiana Blum. Este personaje es el que liga los argumentos de todo el resto del elenco, sus hijos, sus amigas, su enamorado y su hermana/villana pasan a través de ella para vincularse. Frustrada porque sus hijos viven en el exterior, apenas le atienden el teléfono y ni se les cruza por la cabeza volver al país, Dina decide hacerles creer que está muerta para que, al menos, vengan a despedirla de este mundo cruel. Así, utiliza la instalaciones del “Multiespacio” (un pelotero) de Marcos (Roberto Carnaghi), su enamorado de la cole, para montar un falso velorio a cajón cerrado con la idea de cortar la luz y aparecer vestida de blanco cual ángel que retorna de la muerte. Si se preguntan por qué simplemente no se toma un avión y los va a visitar, la respuesta es que Dina no puede superar el miedo a volar – y además, no tendríamos película-. Con la ayuda de sus amigas Fanny y Leonor (las ex Gambas al Ajillo, Alejandra Flechner y Maria José Gabin) y su hilarante mucama paraguaya Hilda (Gipsy Bonafina) monta la escena y espera detrás de un vidrio espejado que vayan llegando sus hijos. De esta manera, Dina descubre que cada uno de ellos le escondía algo sustancial de su vida. Su hijo mayor, David (Alan Sabagh) es un traficante de productos ilegales (no drogas porque mantiene algo de moral aún). Su hijo Diego (Lucas Ferraro) que se fue a actuar a Estados Unidos, se puso tetas y es un travesti que tiene una “pareja” con otras dos mujeres. Y su hija Roxana (Soledad García), en México, quedó en silla de ruedas a raíz de un accidente y ya no puede correr maratones. La película roza lo grotesco cuando las confesiones de sus hijos a un cajón vacío son escuchadas por Dina -siempre detrás del vidrio, maquillada, arreglada y vestida de blanco- y el resto de los presentes. Como era de esperarse, el plan se ve frustrado cuando Bertha, su hermana/enemiga encarnada por la genial Mirtha Busnelli, entra en escena para desenmascarar la farsa. Lo bizarro no para de aumentar, así como el humor y el desvarío, pero hacia el final las cosas no resultan tan mal y la cinta cumple su propósito de entretener durante un buen rato.